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ENTRE nubes de algodón, así es como mi mente se siente en este preciso momento, claro que a ello contribuye el hecho de que estoy metida en un pájaro de acero que las atraviesa a toda velocidad. Aunque el fuselaje da muestras de ser muy resistente, no lo es lo suficiente como para que mi mente, mi extraña y particular mente, no sea capaz de percibir hasta las gotitas de agua que fluctúan en ellas. MAB menea la cabeza con pesar y resopla desesperado buscando a su compañero de un lado a otro. Le aparto de un manotazo imaginario y me dejo acariciar por estas nubes en las que mi mente se mece ajena a todo lo que ocurre en el mundo que me rodea, un mundo que en cuestión de pocas semanas ha dado un giro de ciento ochenta grados, transformando mi realidad y haciéndola florecer cual un jardín en plena primavera. El hombre al que veo en mis sueños montado en un caballo negro y vestido con pieles ha transformado lo negro en blanco, el frío en calor y la tristeza en alegría. Ha llenado mi pequeño mundo, mi cuerpo y mi alma, con sus caricias y sus besos, con sus palabras de amor y con su cuerpo. Ha conseguido despertar mis mariposas dormidas, que ahora aletean en mi interior y me recuerdan que aún estoy viva, y me ha transportado al jardín de los sueños, ese en el que todo es posible, donde la dulzura no tiene límite y el amor es eterno. ¡Oh, mi querido zar, mi dulce zar! ¡Cuánto te quiero!

—Cristina, despierta, estamos llegando —me dice Serguei tocándome suavemente el brazo—. Abróchate el cinturón.

Abro los ojos atontada. ¡Dios, qué cansada estoy! Y aquí está, otro de los momentos críticos de un viaje en avión: el aterrizaje.

MAB: «¡No le encuentro, no le encuentro! ¿Tú le ves por algún sitio?».

«¡Oh, ya sabes cómo es, aparecerá en cualquier momento, deja de preocuparte!»

En la cinta transportadora de equipajes mi maleta sale de las primeras, lo que no hace sino reafirmarme en mi teoría sobre el estado actual del universo en el que vivo; el eje de rotación de la Tierra ha variado, segurísimo. Serguei coge mi maleta y nos dirigimos hacia la puerta, donde una diosa pelirroja me espera. Mi querida Paula es un bellezón que no deja indiferente a nadie, ni siquiera a los chorizos que trinca; a más de uno han conseguido ponerle las esposas gracias al impacto que su increíble aspecto les provoca.

—¡Oh, Paula, qué guapa estás! —exclamo lanzándome a sus brazos.

—No digas tonterías, tú sí que estás impresionante. ¡Jesús, qué cambio, Cris! ¡Has adelgazado!

—No he venido sola, mira, quiero presentarte a Serguei. Es amigo de Misha. —Con eso se dice todo.

Y entonces vuelve a ocurrir, el tiempo y el espacio toman una dimensión desconocida y oscilan a nuestro alrededor llenándolo todo de una extraña magia. Las voces de los viajeros dejan de oírse y las maletas, que hasta hace un momento traqueteaban incansables por el aeropuerto, se han detenido. Les miro alternativamente, preguntándome si ellos también lo estarán viendo todo a cámara lenta, como yo, pero ni se dan cuenta, tienen la vista clavada el uno en el otro mientras se estrechan la mano lentamente. ¡Dios, aquí está, puedo sentirla, la energía rusa hace «chup chup», igual que un caldo gallego! Los ojos azules de la diosa pelirroja están clavados en los ojos verdes del guardaespaldas ruso, que brillan con una intensidad que nunca les había visto. Paula se ha quedado patidifusa mirándose en ellos, pero la concentración que percibo en Serguei me deja anonadada, todo su cuerpo está en tensión y el subir y bajar de su pecho me confirma que los hombres rusos también tienen mariposas en el estómago, puedo escuchar el suave aleteo que desprenden sus alas.

MAB: «¡No le encuentro, no le encuentro, no podemos irnos todavía!».

¿Y qué quiere que haga yo? Que les diga: «Esperad, chicos, que falta mi ángel negro, ese extraño ser que ha sido enviado por el cielo para ayudarme y que sólo yo puedo ver y oír». «¡Si te parece lo anunciamos por los altavoces!»

MAB: «Pues no es mala idea, a lo mejor se ha quedado dormido en algún sitio y...».

«¿Te has vuelto loco? ¿Quieres que nos encierren?»

MAB: «Pero... me pedirán explicaciones si le pierdo, me harán responsable de lo que le pase. ¿Por qué me han tenido que asignar semejante compañero, por qué? Yo... soy un buen profesional, no me meto en líos, intento hacer mi trabajo de la mejor forma posible, y sin embargo siempre me ponen con compañeros de lo más díscolos. No lo entiendo».

«Lo harán para que les ayudes a enmendarse.»

MAB: «¿Sí? ¿Tú crees? Eso querría decir que soy un buen ejemplo. ¡Oh, vaya, nunca lo había visto así, la verdad! Gracias, querida, me daré una última vuelta a ver si lo encuentro».

Ante las puertas de llegada, dos coches negros nos están esperando; cuatro hombres de negro salen de ellos y se acercan a Serguei. Nos acompañan hasta el coche de Paula y guardan mi maleta mirándonos muy serios.

—Os seguimos, no corráis —dice Serguei cerrando mi puerta.

—¡Pero bueno! —exclama Paula—. ¿Quién se ha creído que es para darnos órdenes? Si quisiera les daba esquinazo en menos de tres minutos.

—¡Oh, Paula, cómo te he echado de menos! —digo riendo y dándole otro abrazo—. ¿Cómo está Sergio?

—Igual, Cris, igual —dice meneando la cabeza con pesar—. Bueno, hablemos de ti, cielo. ¡Así que tienes guardaespaldas! Vamos subiendo de nivel, ¿eh?

—Serguei es un encanto, Paula, un auténtico encanto. Además, es listo y... muy guapo.

—¡Cristina, no seas celestina, que te conozco!

Salimos del aeropuerto rumbo a Santiago, que me recibe con su habitual bruma mañanera y me da la bienvenida a mi hogar, a mi castillo, al que Paula llama cariñosamente «la mansión», mi apartamento de cuarenta metros cuadrados y sin vistas al mar, lo único a lo que pude optar con mi sueldo de maestra, sueldo que sigue bajando gracias a la inestimable ayuda de nuestros maravillosos políticos. Lo elegí porque tiene portero las veinticuatro horas del día; aquí vive gente muy rica, aunque en pisos mucho más grandes que el mío, por supuesto. A veces me he preguntado si en un principio mi pequeño apartamento no habría estado destinado a simple despensa de un piso para ricos y si en una noche de juerga y descontrol, e imbuido por algún extraño efecto secundario de la burbuja inmobiliaria, el arquitecto decidió darle un giro a mi destino y convertirlo en un lugar habitable. Sea por lo que fuere, es mío, o mejor dicho, del banco hasta dentro de cuarenta años, tras los cuales, y probablemente usando pañales y comiendo papillas, un día podré abrir la ventana y gritar a los cuatro vientos que ya tengo casa.

—¿Subes, Paula?

—No puedo, me toca turno de tarde y aún tengo cosas que hacer. Otro día. Cris, ¿estarás bien?

—Sí, Serguei está aquí con los chicos, no te preocupes.

—¿Y dónde los vas a meter a todos? En la mansión no hay sitio —dice cuando bajamos del coche.

—¡Oh, no había pensado en eso!

—No te preocupes por nosotros. —Serguei aparece por detrás y coge mi maleta—. Tenemos habitaciones en el hotel de la esquina. Subiremos contigo para comprobar que todo está bien.

Paula se marcha, no sin antes echar un último vistazo al hombre ruso, vistazo que él le devuelve. ¡Oh, sí, entre ellos ha saltado la chispa! Tendré que hablar con él sobre Paula, ella no es como yo.

—¡Bienvenida, señorita Ortega, bienvenida! —dice el portero de día abriéndonos solícito la puerta y mirando asombrado a mis acompañantes—. ¿Qué tal sus vacaciones por África?

—Intensas, muy intensas. Había muchas fieras.

Cuando Serguei abre la puerta de mi castillo y entra a registrarlo, me digo una vez más que el mundo que dejé al irme ha cambiado radicalmente. Recuerdo lo que pensé cuando le eché la última mirada a mi casa antes de cerrar la puerta rumbo al aeropuerto. «¿Podré librarme de Carlos durante unos días? ¿Volveré sana y salva o en una caja de pino?» Y aquí estoy, sana y salva, con guardaespaldas, enamorada de un zar ruso y con un ex marido entre rejas. Pero ¿cómo pueden haber pasado tantas cosas en tan poco tiempo? ¡La vida a veces tiene cada cosa!

—Todo bien, puedes entrar.

—¿Has mirado en los armarios? —le digo con una sonrisa pícara.

—Un coche permanecerá delante del portal permanentemente y...

—¿Todo el día? —le interrumpo—. Pero no hace falta, aquí estoy segura, Serguei.

—Permanentemente, Cristina, día y noche. Son las órdenes de Misha.

—¿Día y noche? Pero... pero... eso no puede ser...

—Tenemos un número en el que nos puedes localizar en todo momento, te lo he puesto en el móvil en marcación rápida en el número 2.

—¿Y cuándo has hecho eso, si puede saberse?

—En el avión, mientras dormías —dice con una sonrisa—. Estaremos en el hotel de la esquina. ¿Lo... conoces? —Su mirada me pone alerta.

—Sí, claro, el Nasdrovia. ¿No será...? —La sonrisa de Serguei lo dice todo—. ¿Es suyo? ¿También es suyo? ¡Oh, Dios mío! Pero... ¿cuántos tiene? No, no, no me lo digas, no quiero saberlo.

Se marchan por el pasillo riendo y yo cierro la puerta y miro mi pequeño castillo. ¿Y aquí va a vivir Misha? ¿Aquí? ¿En cuarenta metros cuadrados? Bueno, eso de cuarenta metros era lo que decía la constructora, pero a mí me faltan dos. Un día que estaba aburrida me dediqué a medir y no los encontré... ¿Cómo va a vivir mi querido zar en esta caja de cerillas?

El dolor de estómago que empecé a sentir al bajar del avión vuelve a incomodarme, así que preparo mi receta especial para todo, y mientras la cafetera inunda mi diminuto salón de ese olor que siempre me recuerda a mi padre, MAB deja de revolotear incansablemente a mi alrededor y, desesperado por mi indiferencia, se sienta en el sofá y comienza a llorar.

MAB: «Le hemos perdido, le hemos perdido».

«¡No digas tonterías, ya aparecerá!»

Enciendo el ordenador y reviso mi correo; afortunadamente, Carlos no me ha enviado ningún mensaje. ¿Tendrán ordenadores en la cárcel? Espero que no, aunque viendo cómo va el país no me extrañaría lo más mínimo. Al final van a vivir mejor los de dentro que los que estamos fuera, tienen comida, techo y asistencia sanitaria, y eso, aquí fuera, ya no es un derecho, sino un lujo.

Cuando veo el mensaje de mi madre se me revuelven las tripas un poco más, no lo puedo evitar, y me voy directa al cuarto de baño, donde el café sale disparado de mi cuerpo. La nefasta influencia que mi madre tiene sobre mí es muy grande, pero me doy cuenta de que mi malestar no puede ser debido sólo a eso, así que compruebo y... sí, ¡menos mal!, aquí está, la regla ha hecho acto de presencia, no falla. Si haces un viaje no olvides meter en el bolso compresas, la roja es nómada, totalmente nómada.

MAB: «¡Nuestras plegarias han sido escuchadas, alabado sea Dios! Espero que a partir de ahora tengas un poquito más de prudencia, no se puede tentar a la suerte. Y si lo haces, luego no vengas llorando y preguntando “¿Por qué?”. Ni se te ocurra».

Me preparo otro café mientras reviso a conciencia los armarios de la cocina; piden una buena compra cuanto antes, pero, dado que estoy cansada y no me apetece salir, me pongo ante el ordenador decidida a hacerla por internet, alguna vez tiene que ser la primera. Mientras navego por las páginas de El Corte Inglés, alucinando una vez más porque aquí hay de todo, viene a mi mente el chiste que me contó mi sobrina: «Tis, el Corte Inglés es como un país, tiene bandera, moneda y ejército propio». Nunca comprendí el chiste del todo, pero la expresividad de su cara era suficiente para hacerme reír. Estoy todavía con la sonrisa en los labios, incluyendo productos en mi lista de la compra, cuando un email entra en mi pantalla.

Te aconsejo que en la lista de la compra incluyas más fruta,a Misha le encanta, sobre todo el melón y las cerezas. Pego un salto y me aparto del ordenador como si quemase. Pero ¿qué es esto? Antes de que pueda reaccionar entra otro.

No te enfades, por favor, tenemos controladastus cuentas de correo por si Carlos intenta acceder a ti,no cambies tus contraseñas y no olvides la fruta,Misha llegará pronto. Pero... pero... ¿qué demonios es esto? ¡No doy crédito a lo que está pasando! Vigilancia las veinticuatro horas del día... Vigilancia en mi correo... ¿Qué será lo siguiente? Camino por mi pequeño castillo con un auténtico caos en mi cabeza, otra vez me siento prisionera en mi propia casa, otra vez. ¡Esto no puede estar pasando! Me meto en la ducha a ver si el agua consigue serenarme un poco.

Hay pocas cosas que una buena ducha no consiga mejorar, cuando salgo amplío la compra, por supuesto, sin poder evitar una sonrisa, «melón y cerezas», a mí también me gustan. Deshago la maleta y ahí están mis preciosos shorts blancos hechos unos zorros. Pongo una lavadora y me siento ante la tele para comprobar que las noticias que inundaban la pantalla cuando me fui siguen siendo las mismas.

Cuando a media tarde llaman a la puerta y abro, un chico muy joven y tremendamente pálido me mira con los ojos a punto de salírsele de las órbitas. Dos hombres de negro le flanquean observándole con cara de malas pulgas.

—Le he traído la compra... ¿Dónde... dónde se la dejo?

¡Pobre criatura! ¡Ha estado a punto de darle un yuyu! Me da tanta pena que cojo el bolso y le doy una buena propina. Cuando se va, agarro a un hombre de negro de la manga y me encaro con él.

—¿Se puede saber qué demonios estáis haciendo?

—Sólo cumplimos órdenes —responde, muy serio; acto seguido va hacia la puerta y la cierra suavemente.

¡Esto no puede estar pasando! Dios ¡estoy que muerdo! No, hay ciertos límites que no puedo permitir que se sobrepasen. Así que cojo el teléfono dispuesta a echarle a mi querido zar la gran bronca, pero me encuentro con la desagradable sorpresa de que mi querido ruso no contesta a mi llamada. ¿Sabrá el cabreo que tengo y por eso no responde? ¡Pues me va a oír quiera o no quiera!

Tras varias llamadas infructuosas a lo largo de la tarde, llega la noche sin que Misha dé señales de vida. Me voy a la cama preguntándome dónde demonios está y qué es tan importante como para no contestarme... cuando recibo una visita que distrae por completo mi atención.

«¡Astuuuuuurias... patria queridaaaaaaaaa... Astuuuuuurias... De mis mis amoreeeeeees...!»

Una estela aparece por la puerta de mi habitación y en medio de ella un ángel al que nunca antes había visto lleva colgado de su cuello a MAM. Me incorporo de golpe y miro a MAB, que está casi tan pasmado como yo. El ángel desconocido le deja suavemente a los pies de mi cama y suelta un profundo suspiro.

MAM: «¡Ah, hogaaaar, dulce hogaaar, al fin en casa!».

MAB: «Pero... ¿dónde te habías metido?».

MAM: «Ha sido toda una aventura, sí señor, una aventura tremenda».

El ángel desconocido nos mira sacudiendo la cabeza con pesar: «Deberíais vigilarle más de cerca, se puede meter en un lío. Le encontré deambulando por el aeropuerto de Madrid y decidí traerle. No entendía muy bien la dirección que me daba porque estuvo tomándome el pelo un buen rato, hasta que opté por llamar al Jefe. Bueno, me voy, que seguro que están preguntándose dónde me he metido. Cuídate».

MAM: «Adiós, compañero, ha sido un placer conocerte, un auténtico placer».

MAB: «¿Se puede saber qué demonios hacías en Madrid?».

MAM: «No fue culpa mía, te lo aseguro, la culpa fue del comandante».

MAB: «¿Qué comandante?».

MAM: «¡Daniels! Era él, nena, era él. No fue suficiente con que nos tocase a la ida que también nos tocó a la vuelta. Cuando me colé en la cabina y le vi a los mandos del avión... perdí la cabeza, así que me refugié en el carrito de las bebidas. Pero aquél no me parecía un buen sitio para morir cuando el avión se estrellase, así que me metí en el bolso de una de las azafatas, ellas siempre saben dónde están las salidas de emergencia, y me quedé frito».

MAB: «Pero ¿cómo acabaste en Madrid?».

MAM: «Acabé allí después de darme una vuelta por media Europa. En Santiago la azafata cambió de avión y llegamos a Francia, de allí a Inglaterra y de allí a Madrid... ¡Creí que no volvía! ¡Menos mal que me encontró el compañero!».

MAB: «¿Y de dónde ha salido semejante espécimen raro? Nunca le había visto».

MAM: «No le llames así, no le gusta».

MAB: «Pero... ¿es extranjero? Nunca le he visto en las reuniones».

MAM: «No, no es extranjero, es... de otra sección».

MAB: «¿De cuál? ¿De la de los ricos?».

«¡A ver, a ver, que yo me entere! ¿Estáis diciendo que hay ángeles para ricos y ángeles para pobres? ¡No me lo puedo creer!»

MAM: «¡Hala, ya salió Agustina de Aragón! No te pongas así, mujer, si en realidad la sección de los ricos es la peor. Es... como la Legión en el Ejército, a ella van a parar los más sanguinarios, te lo aseguro, no tienen escrúpulos. Si lo que nosotros hacemos contigo te parece fuerte, ni te imaginas lo que les hacen a los ricos».

MAB: «Aún no nos has dicho a qué sección pertenece».

MAM: «Tú no le conoces porque no sueles meterte en líos, es lo que tiene seguir las normas al pie de la letra, pero no todos somos como tú, por algo dicen que de todo hay en la viña del Señor. Verás, es uno de esos que se encargan de vigilarnos y devolvernos al “buen” camino. Es de... asuntos internos».