11
ME despierto sintiéndome de nuevo persona, pero cuando veo a mi querido zar, el mundo se me cae a los pies. Y es ahí precisamente, a los pies de la cama, donde está sentado. Lleva la misma ropa de la fiesta, arrugada y manchada, no se ha afeitado y se pasa nerviosamente las manos por la cabeza con desesperación. ¡Oh, mi querido zar se está volviendo loco! Es la viva imagen de la angustia más total y absoluta y no puedo evitar emocionarme al verle.
—¡Misha! —Levanta la cabeza y me mira con ojos desorbitados—. ¡Ven, Misha, ven!
Se lanza al borde de la cama y se arrodilla a mi lado, sin tocarme. Levanto los brazos y le acaricio la cabeza y él suspira profundamente y cierra los ojos.
—¡Abrázame, Misha!
—¡No quiero hacerte daño!
—Tú no me haces daño, mi amor, tú me curas. Anda, abrázame como sólo tú sabes hacerlo, por favor —digo extendiendo los brazos.
Me toma entre sus grandes brazos con toda la delicadeza del mundo. Sus manos acarician mi espalda y mi cabeza y así, en el refugio de su cuerpo, me relajo y vuelvo a quedarme dormida. Cuando me despierto está echado en la cama, a mi lado, abrazándome; sigue alerta, y parece tan cansado que se me parte el alma.
—¿Qué día es?
—Sábado.
—¿He estado todo el día durmiendo? —pregunto mirando hacia la terraza, donde el sol comienza a ponerse—. Quiero ir al baño. ¿Me ayudas? —No he acabado de decir la frase cuando ya me ha tomado en brazos con cuidado. Me deja ante el lavabo y entonces me miro en el espejo—. Pues no estoy tan mal como creía —digo sin ningún tipo de sarcasmo—. ¿Me dejas un ratito, por favor?
—Si me necesitas...
—Te llamaré.
Cuando termino, me lavo la cara, los dientes, me peino. ¡Oh, necesito una ducha urgentemente!
—¡Misha! —Abro la puerta y está apoyado en el quicio—. Yo... necesito que me hagas un favor. Quiero darme un baño pero estoy un poco mareada. ¿Te importaría bañarte conmigo?
—Ya sabes que no.
Me sienta en una silla mientras prepara la bañera. Dicen que el modo en que se hace una cosa es el modo en que se hace todo, y puede que sea cierto. Observo la precisión de sus movimientos, le gusta hacer las cosas como cree que se deben hacer. Por eso está tan enfadado por lo que ha pasado, porque él sabía lo que ocurriría si le dejaban entrar, lo sabía y quiso evitarlo pero yo no le dejé. Yo y mi terrible afán de resolver problemas sin estar preparada para ello... Como cuando se atascó el fregadero. ¡Es curioso cómo la mente trae y lleva los recuerdos! La asistenta de Carlos dijo que ella no lo arreglaba, que la culpa la había tenido alguna de las chicas. Las chicas dijeron que ellas no habían sido, que la culpa era del jardinero, que había lavado allí sus utensilios y lo había atascado. Y Carlos dijo que él estaba muy ocupado y que lo solucionase yo, y yo... me puse a ello. Mi primera idea fue llamar a un fontanero, naturalmente, pero dado que era domingo me dije que la tarifa sería carísima, así que no se me ocurrió nada mejor que desmontar el desagüe yo misma y buscar el atasco. La solución no es que fuese mala, el problema se presentó cuando, tras localizarlo, metí la mano en aquel mejunje y mi dedo anular, con mi precioso anillo de pedida, se quedó atascado también. Cuando me puse a gritar, Carlos llegó de la piscina chorreando y al verme de semejante guisa, en biquini y con la mano metida en la tubería, no se le ocurrió otra cosa que echarse a reír. A mí también me habría hecho gracia si no fuese porque sentía que mi dedo se estaba hinchando por momentos. El fontanero de urgencia, al que finalmente hubo que llamar, se agachó y metió la cabeza bajo el fregadero, chasqueó la lengua, se levantó, se sacudió los pantalones y dijo muy serio: «Me temo que yo no puedo hacer nada, tendrán que llamar a los bomberos, son cincuenta euros». Aún puedo oír las carcajadas de Carlos. Afortunadamente aquello ocurrió al principio de nuestro matrimonio, cuando aún le hacían gracia según qué cosas. No me quiero ni imaginar qué habría pasado si hubiese ocurrido al final; probablemente mi mano seguiría allí dentro.
—Misha... ¿Qué ha pasado con Carlos? ¿Dónde está?
—Detenido. —Deja las toallas, me quita la bata y me acaricia los hombros despacio—. No debes preocuparte por él, nunca más volverá a acercarse a ti.
Me ayuda a entrar en la bañera y se sienta detrás de mí, pasa una esponja impregnada en gel suavemente sobre mi espalda y me voy relajando poco a poco, hasta que me recuesto sobre su cuerpo, tan duro, tan fuerte, y que en este momento me transmite toda la rabia que hay en su interior, puedo sentirla.
—¿Sigues enfadado conmigo?
—No, mi amor, no estoy enfadado contigo.
—Pero te he decepcionado, yo... no fui lo suficientemente valiente para enfrentarme a la situación y quise esconderme... Te sentiste decepcionado y lo entiendo...
—No sigas, mi vida, no sigas. —Aprieta mi cuerpo contra el suyo con cuidado y un profundo suspiro sale de su boca—. Me enfadé, sí, pero no debí hacerlo. Tú sólo intentabas hacer lo único que podías, pero yo me dejé llevar por mi orgullo y cometí un gran error... un error que ha estado a punto de costarte la vida. Me siento decepcionado conmigo mismo porque no te protegí como debía.
—Pero lo que pasó no fue culpa tuya, Misha, la única culpable soy yo por haberme casado con él, por haberle perdonado tantas y tantas veces, por darle oportunidades que no se merecía, por no haberme enfrentado a él antes y pararle los pies...
—No podías hacerlo, cariño. Los hombres como ése sólo entienden un idioma y tú no lo hablas, mi vida. —Me gira tomándome en el hueco de su brazo y su mano acaricia suavemente mi mejilla—. Olvídalo ya, no sigas dándole vueltas.
—Pero quiero decirte algo más y... es importante para mí que me escuches, por favor. —En su cara aparece la primera sonrisa desde que he abierto los ojos—. Yo... también me equivoqué al no dejar que le prohibieses la entrada, me equivoqué, Misha, tenía que haberte hecho caso, tenía que haber confiado en ti, pero... necesitaba hacerlo, necesitaba enfrentarme a él de una vez por todas, y yo... yo... nunca lo hubiera logrado sin ti. —Acaricio su pecho lentamente—. Tú me has dado la fuerza que me hacía falta, me has hecho recuperar el deseo y las ganas de vivir, has hecho que me sienta de nuevo mujer, me has dado esperanza y me has hecho reír... y por eso te estoy muy agradecida, Misha. Sin ti no habría podido quitarme las cadenas que Carlos me puso, no habría podido, mi amor. Tenías razón cuando me dijiste que a los miedos hay que mirarlos de frente, no sirve de nada esconderse porque te persiguen a donde quiera que vayas y nunca te sientes libre.
—Cariño, a los miedos hay que enfrentarse, sí, pero de tú a tú, no en inferioridad de condiciones. —Sus ojos me miran con la mayor de las ternuras—. Has demostrado ser una mujer muy valiente, y yo... no podría estar más orgulloso de ti..., pero a partir de ahora, en lo que respecta a Carlos, las cosas se harán a mi manera. De aquí en adelante yo tomaré el mando.
—¿Qué quieres decir?
—No permitiré que vuelva a acercarse a ti mientras viva.
—Pero no puedes protegerme en todo momento y...
—Sí, sí puedo. No volveré a correr el riesgo de perderte, no podría soportar que te pasara nada, y menos por mi culpa. Tendrás protección permanentemente, no puede ser de otra forma.
—Pero, Misha..., yo... no quiero sentirme encarcelada de nuevo... No quiero... No me he escapado de una cárcel para acabar en otra. —Ya no puedo aguantar el llanto.
—¡No, no, no, no llores! —dice abrazándome suavemente—. Tendrás toda la libertad que necesites pero estando protegida, mi vida.
—No quiero estar vigilada... No quiero... Además, Carlos está en la cárcel y no puede hacerme daño...
—Lo siento, cielo, pero no voy a transigir en esto, digas lo que digas.
—¿Da igual lo que yo piense? —pregunto frunciendo el ceño y poniéndome de rodillas ante él, que me mira con una sonrisa.
—No hay para mí opinión más importante que la tuya —dice al tiempo que me toma por las axilas y me acerca a su cuerpo—. No hay persona para mí más importante que tú. Te quiero por la fortaleza que demuestras cada día, porque la fortaleza que tiene tu espíritu no la había conocido nunca, y tu inteligencia y tu decisión no dejan de sorprenderme.
—Y mi cuerpo... ¿No te gusta? —Pego mi sexo al suyo y su boca se abre liberando una carcajada, su risa parece no tener fin y me llena el alma.
—Tu cuerpo me vuelve loco, cariño, loco de remate —dice acariciándome la espalda con cuidado—. Pero aún no estás bien, mi vida...
—¿Qué dices? ¡Sí estoy bien!
—Dijiste que estabas mareada.
—Exageré un poquito...
—¿Qué?
—¡Es que no estaba segura de que quisieras acompañarme!
Mi sonrisa pícara le hace estallar de nuevo en risas y el sonido de su risa es cuanto necesito para sentirle mío, no he conocido sonido más hermoso que éste, salvo, quizás, sus gemidos, que me transportan al mágico mundo del placer que siempre encuentro entre sus brazos.
Por prescripción facultativa tengo que quedarme unos días más en el hotel, aunque creo que mi querido zar ha tenido mucho que ver en el diagnóstico del emperador romano. Paula me envía todos los mimos del mundo (Misha le puso al corriente de lo que pasaba mientras yo dormía), y mi madre, como siempre, está a su bola. Su romance cibernético no ha cuajado y está deprimida. Es tal la indiferencia que percibo en su voz que ni me molesto en contarle lo que ha pasado. ¡Sí, mamá, estoy pasando unas estupendas vacaciones en África!
La familia me visita en la habitación. Sofía se acurruca en mi regazo y me cuenta con su habitual desparpajo que su hermano está muy ocupado leyendo.
—Ya se ha leído Harry Popper, y es un libro muy gordo, ¿a qué sí? —Del enfado por cómo le hablé ya no queda ni rastro. Así son los niños; para ellos el resentimiento no tiene ninguna razón de ser.
Bajamos a la cafetería de las piscinas y, ante un café bien cargado que me sabe a gloria, la madre me mira preocupada. Misha y el policía desnudo se quedan en la barra cuchicheando a mis espaldas; últimamente no hace otra cosa.
—Las vacaciones siempre pasan rápido —comento.
—Sí.
Hay una pausa y noto que quiere decirme algo.
—Misha... No es el mismo desde entonces —dice mirándole concentrada.
—¿Por qué lo dices?
—No sé qué pasa, pero no es el mismo. Y mi marido no suelta prenda y eso no es normal.
—Bueno, Carlos está detenido y hasta que salga el juicio...
—¡Oh, Cristina! —Apoya los codos sobre la mesa y se frota la cara—. ¿Puedo hablarte con total sinceridad? ¿Te has parado a pensar qué pasará tras ese juicio? Verás... yo soy ama de casa, me paso muchas horas ante la tele, me hace compañía, y estoy harta de ver casos y casos de mujeres maltratadas y harta de ver cómo los maltratadores se van de rositas. No les hacen nada, Cris, unos meses entre rejas y a la calle de nuevo. Tu ex saldrá, tenlo por seguro. Mi marido lo repite una y otra vez: «Por mil cochinos euros al mes nos jugamos la vida para cazarlos y viene un juez, que cobra diez veces más, y pone a un hijo de puta otra vez en la calle. Nosotros los metemos dentro y ellos los sacan. No hay justicia».
—Entiendo.
—Tienes que recuperarte, eso es lo primero, pero ve haciéndote a la idea de que tu ex estará libre de nuevo porque ésa es la realidad que nos toca vivir. Tu ex saldrá y lo hará pronto, muy pronto, porque es rico.
Les acompañamos hasta la entrada del hotel, donde un taxi los espera. Sofía madre me abraza y me susurra al oído: «No mereces lo que te ha pasado, ninguna mujer se lo merece». Al chaval no le gustan las despedidas pero me lanza una pequeña sonrisa. Y Sofía... Sofía no quiere separarse de mí, y su padre tiene que llevarla en volandas hasta el coche. Allí, baja rápidamente la ventanilla y levantando un dedo ante su cara llorosa amenaza a mi querido zar con contundencia:
—¡No le hagas daño, eh!
De vuelta en la habitación, Misha me deja sola para irse a una reunión de la que no me da ningún detalle. Me echo sobre la tumbona y enciendo un cigarrillo mientras le doy una y mil vueltas a la conversación que acabo de tener con Sofía madre. No hay duda de que tiene razón en todo lo que me ha dicho: la televisión y los periódicos cuentan historias como la mía todos los días, y en la mayoría de los casos con peores finales... De pronto unas voces llegan a mis oídos procedentes de la terraza de al lado. Serguei está hablando con alguien de la seguridad del hotel y, dado que Misha me tiene totalmente desinformada y entre ellos hablan en ruso para que no me entere, decido aprovechar esta oportunidad que el destino me brinda y me siento a escuchar junto a la celosía.
—Creo que ha estado a punto de dejarle impotente para el resto de su vida.
—Se lo tiene merecido, menudo cabrón —dice Serguei—. Así tendrían que acabar todos los que maltratan a las mujeres.
—Y tu jefe, ¿cómo está?
—Mal, muy mal, nunca le había visto así. Se siente culpable.
—Pero él no tiene la culpa, el único culpable es ese... ¿Cómo se llama?
—Ibra. Sí, lo sé, pero para Misha el último responsable es él, da igual lo que le digas.
—¿Y qué ha pasado con el tal Ibra?
—Se lo tuvimos que quitar de las manos. Misha estaba a punto de matarlo. Si se hubiese mantenido en su puesto de vigilancia ante las cámaras los habríamos localizado a tiempo, no habríamos tardado tanto en saber dónde estaban.
—¿Y dónde está ahora?
—Le he mandado a Rusia. Si vuelve a cruzarse en su camino, puede pasar algo.
—Bueno, ¿y ahora qué va a pasar? ¿Crees que tu jefe ya se habrá cansado de ella y volverá a ser el de antes o esto es algo más serio?
¡Oh, Señor! Me da un vuelco el corazón
MAB: «Eso te pasa por escuchar a escondidas».
—¿Sabes? Cuándo llegasteis y vi a la modelo rubia pensé: «Ya está, se tirará a ésta».
¡Menuda fama tiene!
—Yo también lo pensé, pero desde la muerte de su hermano no es el mismo. Desde entonces busca algo más que un cuerpo bonito, lo vi claro con Anastasia.
—¡Anastasia! ¡Menuda tía! Me acuerdo de ella cuando estuvieron aquí el verano pasado.
¡Estuvo aquí con esa tal Anastasia el verano pasado! ¡Me va a dar algo!
—Sí, eso mismo pensaba yo, ¡menuda tía! Pero luego la conocí y vi cómo era realmente, igual que la modelo rubia: superficial, egoísta, ególatra, vanidosa, aprovechada. Y Misha se cansó, se cansó de cuerpos perfectos y artificiales, de mentes maquiavélicas y almas oscuras.
—¿Y ella no es así? ¿Estás seguro?
¡Pero bueno, habrase visto!
—¿Sabes lo primero que le gustó de ella? Su risa, la oyó reír y ya no pudo sacársela de la cabeza. No, ella no es como las otras, ella sabe lo que es la vida, nadie le ha regalado nada, se lo ha currado.
—Ya, y eso lo sabes porque...
—Porque la hemos investigado.
¿Quéeeeeee?
—Tuvo la mala suerte de dar con un bicho como ése, podría haberle costado la vida.
—Pero esto no se ha acabado aquí. Lo sabes, ¿no?
—¡Ten por seguro que se ha acabado!
—Esto no es Rusia, Serguei, aquí las leyes no protegen a las mujeres maltratadas, los tíos sólo van a la cárcel si las matan, y ella..., bueno, recibió una buena paliza, pero no tiene ni un hueso roto. Esos tíos saben cómo hacerlo para librarse. Te aseguro que saldrá pronto. En España sólo van a la cárcel los pobres, y él es muy rico.
—Ya sé que esto no es Rusia y allí ocurre exactamente igual que aquí con los maltratadores, pero nosotros somos rusos y te aseguro que ese tío no volverá a acercarse a ella nunca. Los países, amigo mío, son todos distintos en cultura, tradiciones, idiomas, arquitectura, arte, gastronomía..., pero hay algo que es igual en todos los lugares: EL DINERO. El dinero compra negocios, compra información, compra influencias, pero, sobre todo, compra voluntades, compra PERSONAS.
Sus voces comienzan a perderse dentro de la habitación, me levanto tambaleante y entro en la mía con una cabeza sobre mi cuello que da vueltas y más vueltas... «La hemos investigado»... «Anastasia»... «Cuando murió su hermano»... «Los tíos sólo van a la cárcel si las matan»... ¿En qué mundo me ha tocado vivir? Me lavo la cara intentando aclararme las ideas mientras mis dos ángeles se pasean cabizbajos por el borde de la bañera.
«¿Es que no vais a decirme nada? ¿Quién demonios es esa Anastasia?»
MAM: «Hay cosas que es mejor no saber», dice sin mirarme.
MAB: «Pues yo creo que es mucho mejor saber que no saber. El no saber te llena de inseguridades, y ella no admite ni una más, ya no le caben».
MAM: «El pasado es pasado, hay que dejarlo tranquilo. No se gana nada removiendo en el fango, salvo mancharse una vez más».
MAB: «No digas tonterías. El pasado es el que ha dado lugar al presente y el motivo de que muchas sean como son. Hay que mirarlo con lupa porque suele guardar el secreto de todos nuestros miedos».
MAM: «¿No te habrás fumado el porro que dejé a medias? Porque esa lucidez no es normal».
En vista de que no me van a ayudar, porque no pueden o porque sencillamente no les da la gana, salgo del baño y me quedo en mitad de la habitación con las manos sobre las caderas. Nunca he soportado estar sin hacer nada, así que decido echar mano de la practicidad que siempre me ha caracterizado y, aprovechando las energías que bullen en mi interior, me pongo a hacer el equipaje. Y así, en plena «operación maleta», me encuentra cuando llega hablando una vez más por teléfono y en ruso.
—¿Qué estás haciendo? —dice asombrado al ver sobre la cama toda la ropa organizada.
—El equipaje —respondo con una sonrisa.
—Pero... aún faltan dos días —replica colgando el teléfono.
—Lo sé, pero en algún momento tendré que empezar. ¿Con quién hablabas?
—Con mi hermana.
¡Oh, vaya, tiene una hermana y yo sin enterarme! ¿Tendrá más? ¿Y padres, tendrá padres? ¡Qué poco sé de este hombre! En cambio él lo sabe todo de mí porque... me ha INVESTIGADO.
—¿Cómo se llama tu hermana?
—Nadia.
—¿Y dónde está?
—En París.
En cualquier otra circunstancia la parquedad de sus palabras me habría hecho sentir sencillamente incómoda, pero en este momento lo único que consigue es espolear mi enfado. Siento tal rabia que cierro la boca de golpe y no vuelvo a abrirla en toda la tarde. Mientras, sus miradas de reojo siguen todos mis movimientos.
Cuando me toma de la mano para bajar a cenar, nota la tensión que invade mi cuerpo pero no me pregunta nada.
Me mantengo callada durante toda la cena, pero al llegar a los postres decido atacar.
—¿Quién es Anastasia?
Se queda con la cucharilla del helado en el aire, a medio camino de la boca; luego la deja lentamente en la copa y bebe un sorbo de agua mirándome fijamente.
—¿Quién te ha hablado de ella?
—Ésa no es una respuesta —le sostengo la mirada; veo que titubea.
—Nadie, forma parte del pasado —dice volviendo al helado.
—Cuando dices «del pasado», te refieres al pasado reciente, ¿verdad? Porque tengo entendido que estuviste aquí, con ella, el verano anterior.
—¿Quién te lo ha dicho?
—¡Tú no!
—Forma parte del pasado y ya no tiene nada que ver conmigo.
—De todas formas me gustaría saber quién es —insisto.
Él aprieta las mandíbulas.
—Nadie, no es nadie.
—Misha, me gustaría...
—¡No! —dice levantando la voz—. Anastasia forma parte del pasado y no permitiré que el pasado me estropee el presente. No hay más que decir, así que no preguntes.
Ahora la que se queda con la cucharilla a medio camino de la boca soy yo. La dejo lentamente en la copa y clavo en él mi mirada más gélida, creo que llega de la mismísima Siberia.
—¿Cómo has dicho? —Giro la silla y lo miro de frente—. ¿Que no pregunte?
—Cristina..., escucha.
—¡No, escucha tú! —digo subiendo el volumen de voz mientras sus ojos negros me miran inquietos—. No voy a permitir que nada ni nadie me vuelva a cerrar la boca nunca más, ni en nombre del amor, ni en nombre de nada! —Tiro mi servilleta sobre el plato y sin decir una palabra más me voy del comedor.
¿Realmente ha dicho lo que creo que ha dicho? ¿Cómo que no hay más que decir? ¿Cómo que no pregunte? ¡Porque tú lo digas! Tengo todo el derecho del mundo a preguntar, tengo todo el derecho del mundo a saber, tengo todo el derecho del mundo a opinar, te guste a ti o no. Cierro la puerta de la habitación con rabia y echo el pestillo. En mi mente se libra una terrible batalla.
¡Ni tú ni nadie me volverá a decir qué puedo preguntar y qué no, qué puedo hacer y qué no, qué puedo sentir y qué no! ¡No he roto unas cadenas para ponerme otras! ¡Me gusta esta libertad, la quiero, la necesito y me la merezco y nadie me cortará las alas otra vez, ni en nombre del amor, ni en nombre de nada!
El pestillo de la puerta es como una bofetada en plena cara. Se queda petrificado mirándola. La rabia inunda su cuerpo. Si se dejase llevar por la furia que siente en este momento destrozaría esa maldita puerta, tomaría a Cristina entre sus brazos y la amaría con toda la pasión, pero se gira y se va a su habitación, esa que no ha pisado en los últimos días. Cuando lo ve entrar, Serguei le mira sorprendido mientras se toma una copa.
—¿Qué sabes? —pregunta quitándose la chaqueta y tirándola sobre el sofá.
—Está en El Roncal, en el módulo de preventivos.
—¿Tiene acceso a comunicaciones?
—Sólo a las oficiales, y ésas no podemos pincharlas, pero, tranquilo, ya le he puesto niñera.
—¿Quién?
—Un cabrón como él, harán buenas migas, sabremos hasta lo que dice en sueños.
—¿Y de lo otro?
—Ya está todo listo, los chicos estarán esperando en el aeropuerto.
—Bien. —Misha se prepara una copa—. Serguei, ¿cómo era aquello que decía tu abuela sobre que las mujeres son como un ejército?
—Como un ejército con tres frentes que hay que conquistar: cuerpo-mente-corazón. ¿Cuál no has conquistado todavía?
—El segundo. El segundo se me está resistiendo.
—La mente. Sí, puede ser difícil. Mujeres y hombres somos tan distintos como seres venidos de diferentes planetas. Bueno, has conseguido dos victorias sobre tres, es un buen resultado, deberías darte por satisfecho —dice con una sonrisa.
—No es suficiente, Serguei —replica Misha, también él con una pequeña sonrisa en los labios—. Necesito hacer un pleno. De ella lo necesito todo. —Se sienta en el sofá suspirando profundamente—. Me ha dejado plantado en el comedor y ha echado el pestillo de su habitación.
—¿Y el motivo es...?
—ANASTASIA.
—¿Anastasia?
—Como lo oyes, Anastasia. ¿No te parece increíble? Ha estado a punto de que la violara o asesinara por un cabrón desequilibrado porque yo no he sabido protegerla y eso no le importa, no le importa en absoluto, lo que quiere es saber quién es Anastasia. ¿Tú lo entiendes? ¡Porque yo no!
—Las mujeres no piensan como nosotros, eso está claro. ¿Y qué quiere saber exactamente?
—No lo sé.
—Pues pregúntaselo.
Frunce el ceño, pensativo, y la llama sin obtener respuesta, insiste varias veces sin conseguirlo y entonces comienza el intercambio de mensajes.
Por qué me has cerrado la puerta? Porque tú me has cerrado la boca. A que no sienta bien? Ella ya no está en mi vida, no significa nada para mí,eso es lo único que debería importarte Lo que me deba importar o no, lo decido yo, no tú Cariño, por favor, ábreme la puerta No Pero por qué quieres saber algo que pertenece alpasado y que ya no es importante? Todo es importante Está bien, qué quieres saber, cielo? TODO Pero por qué? Por la misma razón que tú lo sabes TODO de mí,porque tengo derecho —¡Oh, Dios! —exclama dejando el teléfono sobre el sofá y frotándose la cara con preocupación—. Se ha enterado de que la investigué, Serguei.
—¡Joder! —Serguei estalla en carcajadas—. Te lo dije, te dije que si se enteraba tendrías problemas. Joder, Misha, reconócelo, ¡es lista, es muy lista!
—¡Es increíble, hasta a ti te hace reír!
Sus mensajes llegan a intervalos regulares, pero lejos de abrirme su corazón y dar alguna que otra respuesta, que es lo que espero, están cargados única y exclusivamente de súplicas. Creo que en este momento su único objetivo en la vida es conseguir abrir la puerta que he cerrado, pero está muy equivocado. Me ha costado toda una vida aprender a decir NO, pero al final lo he conseguido y creo que a partir de ahora será mi palabra favorita.
Me pongo el precioso camisón amarillo dejando que la suavidad de la seda acaricie mi piel cuando mi teléfono vuelve a sonar.
MAB: «¿Le habrá hecho algún regalo así a Anastasia?».
MAM: «¡Oh, por Dios! ¿Y tú eres el ángel bueno? ¡No eches más leña al fuego, hombre!».
—Cariño, no puedo dormir sin ti a mi lado, ábreme la puerta, por favor.
—No.
—No me hagas esto, cielo, sabes que te quiero, ábreme la puerta.
—No. He descubierto que esta palabra me gusta mucho, a partir de ahora la voy a utilizar con frecuencia. ¡No!
Dejo el teléfono sobre la mesilla y me acuesto en esta cama que he compartido con él las últimas noches, arropada por sus brazos, enredada en su cuerpo, sintiendo los latidos de su corazón, oliendo su piel... La cama parece tan grande sin él a mi lado... No, no puedo dar mi brazo a torcer, lo que ha hecho no está bien y tiene que saberlo. A los niños se les dice lo que está bien y lo que está mal, y por lo visto él necesita que se lo diga, al fin y al cabo todo el mundo dice que los hombres son como niños, y si todo el mundo lo dice, por algo será.
El teléfono sigue y sigue sonando y yo no puedo contestarle, no puedo romper unas cadenas para engancharme a otras. Carlos también me quería, también suplicaba. No permitiré que nadie vuelva a someterme, no permitiré que ningún hombre vuelva a intimidarme. Si lo doy todo, lo quiero todo; tengo derecho. Me tapo con la sábana, tengo calor, me la quito, me giro, una vuelta, otra vuelta, no consigo encontrar la postura, me falta su cuerpo a mi lado y el teléfono suena y suena incansablemente. Me tapo la cabeza con la almohada y ahí está, el olor de Misha. ¡Oh, Dios, su olor! La abrazo fuerte contra mi cuerpo, hundo la cara en ella para impregnarme de su aroma y las lágrimas se me escapan sin querer. El resto de la noche es una pesadilla continua, sus mensajes siguen y siguen llegando y ya no los miro. No quiero seguir pensando, sólo quiero dormir abrazada a la almohada que tiene su olor. ¡Oh, Misha, Misha, mi querido zar!
Se acuesta en la cama que tan ajena le resulta pero no puede conciliar el sueño, le falta su cuerpo. Las copas le han atontado un poco, pero no lo suficiente para nublarle la mente, en la que un cuerpo de mujer ocupa todo el espacio. Al cabo de un rato ya no puede más y se levanta, sale a la terraza y fuma paseándose por ella con desesperación. Se mete bajo la ducha en el intento de que el agua despeje su atormentada mente, pero, al salir, la tormenta sigue dentro de su corazón con la misma intensidad. Se prepara un café y se lo toma en la terraza; allí empezó todo, allí le llegó el sonido de su risa, allí le cautivó su magia, y entonces cierra los ojos y deja que su mente se llene de imágenes de ella.
«En la tumbona hablando por teléfono y riendo... Su risa.»
«Leyendo en la piscina y riéndose sin parar.»
«Saliendo del agua con su precioso bañador amarillo.»
«Subiendo la rampa de la playa con la ropa mojada marcando cada línea de su cuerpo.»
«El miedo de sus ojos en el comedor.»
«Su cara de pánico en el fondo del mar y su risa bajo el agua con cientos de burbujas punteando su cara.»
«Dormida con la niña en los brazos.»
«Quitándose deprisa el camisón amarillo.»
«Sus gemidos cuando hace el amor.»
«Su cuerpo sintiendo placer.»
«Su boca pronunciando mi nombre cuando llega al clímax.»
«Su cara ensangrentada en la bañera.»
El dolor de cabeza me despierta temprano. Mi teléfono está saturado de mensajes de amor. Ha debido de pasar la noche en vela, y no me alegro. Sé que está sufriendo, como yo, pero no puedo ceder. Tita siempre lo decía: «La base de una relación es la confianza, sin eso no hay nada». ¡Oh, mi querida Tita, cuánto te echo de menos!
Tras ducharme y desayunar un café acompañado de un ibuprofeno que me sienta como una patada en el estómago, me voy a la sala de ordenadores para consultar mi vuelo y, aprovechando que estoy conectada, entro en mi correo y reviso mis mensajes. Mis compañeras preguntan cuándo vuelvo del continente africano. Y mi sobrina Emma me envía un divertido mensaje en el que me cuenta que la frígida de su madre ha registrado su habitación en busca del invento del diablo, o sea, condones. Termina el mensaje con una foto suya con la caja en la mano y mirada divertida. «Mi madre nunca habría sido una buena detective, Tis, los ha tenido ante sus narices y no los ha visto. Tranquila, Tis, tranquila, sólo los he comprado por curiosidad, para saber cómo son, no los he usado.» Pero la risa se congela en mi boca cuando veo varios mensajes de Carlos de unos días antes de la fiesta. Mi corazón empieza a bombear descontrolado mientras los abro.
¿Dónde estás, puta? ¿Crees que no te voy a encontrar?Qué equivocada estás... Te encontraré aunque estésen el mismo infierno. No te librarás de mí nunca. Nunca. Espero que no estés follando con nadie, zorra, porquete lo voy a hacer pagar muy caro, te la voy a meter hastael fondo y te voy a hacer gritar como lo que eres, una perra. Mi primer impulso es borrarlos, pero entonces las palabras de Sofía madre vuelven a mi memoria y decido no hacerlo; quizás en el juicio sirvan para algo, o quizás no. Me ha enviado catorce mensajes. Mi mano sobre el ratón comienza a temblar de forma incontrolable y no consigo detenerla: el miedo ha vuelto, recorre mi cuerpo y revuelve mi interior como una auténtica coctelera. El contenido de mi estómago pide paso y salgo corriendo en dirección a los baños.
¿Qué voy a hacer cuando Carlos salga de la cárcel? ¿Volveré a mi vida de antes? ¿Tendré que seguir escondiéndome, cambiando de móvil, cambiando mis cuentas de correo, cambiando de casa? ¡No puedo cambiar de casa, estoy hipotecada hasta la cejas y en ésta me siento segura! Carlos no tiene límite, buscará la manera y un día le encontraré dentro, me estará esperando para hacérmelo pagar todo con intereses. Intento serenarme, pero no puedo, las lágrimas han encontrado su camino natural y lo utilizan.
Cuando vuelvo a la sala, Serguei y otro de los chicos están en el ordenador de al lado. Me siento e intento cerrar el programa, pero los dedos no me responden y mis manos no dejan de temblar.
—¿Quieres que te ayude? —La mano de Serguei en mi hombro me provoca un sobresalto que casi me tira de la silla—. Lo siento, no quería asustarte ¿Te encuentras bien? Estás muy pálida.
—Te... te... te importaría cerrarlo, por favor —digo sin poder verle porque las lágrimas me inundan los ojos—. Yo no soy capaz y... necesito tomar el aire.
—¿Quieres que te acompañe?
—No, gracias, no es necesario... Serguei..., ¿Misha está bien?
—Sí, se ha quedado durmiendo. Anoche no pegó ojo —me dice con una pequeña sonrisa.
Atravieso las grandes puertas giratorias y el aire de las islas, me reconforta al momento; no sé qué tiene, pero se me cuela dentro y me serena.
Tras un largo paseo, me siento en una terraza a tomar un nuevo café que, por suerte, tiene el efecto de producirme un pequeño escalofrío de placer. Cojo un periódico y miro lo que pasa en el mundo, un mundo lleno de personas como yo. Guerras, inundaciones, conflictos, terremotos... «Mujer maltratada muerta a manos de su pareja»... «Mujer maltratada pide orden de alejamiento, el juez no se la concede, no da el perfil»... «Mujer maltratada pone la denuncia número 18»... «Mujer quemada viva por su ex marido, que vivía en el piso de abajo, tras la decisión de un juez de hacerles compartir la vivienda unifamiliar»... ¡Qué gran profesional! Mi nombre podría estar hoy en este periódico, yo podría ser una de ellas. La madre de Sofía tenía razón, la justicia no me amparará. Todas estas mujeres denunciaron, ¿y de qué les sirvió? Carlos saldrá y vendrá a por mí, eso es lo que quería decirme la madre de Sofía pero no se atrevió. Sí, Carlos vendrá a por mí y esta vez no se conformará con bofetadas y puñetazos, esta vez intentará rematar la faena. Bien, pues si eso ocurre no me encontrará indefensa. Saco el móvil del bolso.
—Paula, necesito que me hagas un favor. Quiero que me inscribas en los cursos de defensa personal de tu amigo El Armario, no importa lo que cuesten, inscríbeme.
Si poner esto en manos de la justicia no va a servir de nada, si la justicia no me va a proteger de ti, Carlos, entonces tendré que hacerlo yo misma, por las buenas o por las malas, pero lo haré, no dejaré que el miedo vuelva a paralizarme nunca más, utilizaré todos los medios a mi alcance para defenderme de cualquiera que pretenda hacerme daño, no volveré a ser nunca más un saco de arena en las manos de un hombre.
Mi móvil comienza a sonar y lo cojo sin saber que estoy a punto de tomar la segunda decisión importante de mi vida.
—Hola, mamá.
—Nena, tienes que hablar con tu hermano, ¡no te imaginas las cosas tan desagradables que me ha dicho! Ayer le pedí que me llevase al centro comercial porque tenía que comprar unas lámparas, y durante el viaje de vuelta no te haces idea de las cosas que me dijo, y todo porque le pedí que me las colocara. ¿Acaso es mucho pedir que mi hijo me coloque unas lámparas? Tienes que hablar con él, sólo tú sabes tratarle, yo no puedo, es imposible... Lo harás, ¿verdad, cariño?
—NO.
—¿Qué?
—NO.
—Pero ¿qué dices?
—He dicho que no, no voy a hablar con él.
—Oh, pero ¡tienes que hacerlo! No se le pueden decir a una madre las palabras que salieron por su boca, no puedo ni repetirlas, fueron terribles, sencillamente terribles, tienes que hablar con él, tú siempre has sabido cómo tratarle y...
—No, mamá, no. Ya no voy a interceder por ti ante nadie. Cualesquiera que fuesen las cosas que te dijo, estoy segura de que todas eran ciertas. Si no se las rebatiste es porque no tenías ni tienes argumentos para hacerlo porque sabes que son ciertas, lo sabes.
—Pero...
—Estoy cansada de tus quejas, mamá, muy cansada. Nosotros también tenemos una vida, también tenemos lámparas que colgar. ¿Cuándo fue la última vez que tú nos colgaste alguna lámpara? ¿Lo recuerdas? Porque yo no. Antes o después tendrás que enfrentarte a las decisiones que has ido tomando en tu vida. ¿O acaso creías que no tendrían consecuencias? Pues las tienen y debes afrontarlas.
—¡Qué cruel eres hija, qué cruel!
—No, no soy cruel. Cruel fue la infancia que tanto mi hermano como yo vivimos gracias a papá y a ti.
—¡Yo no era la que me emborrachaba y maltrataba, Cristina!
—No, tú no hacías eso, pero hacías otras cosas. No quieras echarle todas las culpas a papá, él tiene las suyas, pero tú, mamá, tienes las tuyas, y hasta que aceptes que eso es así no vuelvas a recurrir a mí para solucionar ninguno de tus problemas. Ya me he cansado de tu egoísmo.
No quiero seguir hablando con ella, así que cuelgo y me quedo muy pero que muy a gusto. Ya está bien de hacer como si no hubiera pasado nada. Pasó y mucho. Hay cosas que no se olvidan, y cada uno tiene que afrontar sus errores, yo acepto los míos y ella tiene que aceptar los suyos y sus consecuencias. Ya no somos niños a los que pueda manipular y mentir, ya es hora de poner cada cosa en su sitio y llamar a cada cosa por su nombre.
Dedico el resto del día a hacer pequeños recados: sacar dinero del cajero, imprimir mi billete en un cíber (donde, como siempre, tengo que pedir ayuda al encargado), comprar algunas cosas de aseo, unos libros para mi sobrina y para el niño de Paula... Cuando termino, me doy una vuelta por el paseo marítimo y me siento en un restaurante a comer; no me apetece volver al hotel. El camarero me pregunta qué quiero de postre y, con una sonrisa pícara, le pido un helado de la carta.
—Un cucurucho, bien, buena elección.
—No, por favor, tráigame tres.
—¿Tres?
—Sí, tres.
Tras la comida, doy un nuevo paseo, visito algunas tiendas más y me despido de estas islas maravillosas en las que me han pasado cosas tan hermosas y tan horribles.
Cuando vuelvo al hotel ya está oscureciendo. No tengo hambre, así que me voy directa a la habitación preguntándome si me encontraré allí con él. Pero no, la habitación está vacía y yo agradezco en el alma que haya respetado mi decisión. Salgo a la terraza a fumar y cojo mis libros.
Cuántos momentos de placer me habéis proporcionado... ¡Y aún no han terminado! Cuando esté más calmada volveré a vosotros, no os abandonaré, podéis estar seguros. Apago el cigarrillo, me tiendo en la tumbona y aprieto Cincuenta sombras contra mi pecho.