5
NUNCA creí que diría esto, pero ¡por fin me ha venido la regla! Con varios días de retraso en los que me he acordado del que inventó el DIU y de toda su familia. Por eso estaba tan alterada últimamente. MS tenía razón cuando decía que creemos que podemos aparcar las cosas en compartimentos estancos y dejarlas a un lado hasta mejor ocasión, pero no es así, somos un todo y nos nutrimos de ese todo, de lo bueno y de lo malo, y todo influye, todo.
Mientras estoy absorta en estos pensamientos debajo del agua de la ducha, me doy cuenta de que si conseguí salir de aquello fue gracias al empeño de Paula. Yo me resistía con uñas y dientes y me habría dejado llevar por la angustia y el desánimo; fue ella, con su insistencia y tenacidad, la que no tiró la toalla hasta que consiguió convencerme y llevarme hasta su consulta. Y nunca se lo he agradecido lo suficiente, y ahora ella está sufriendo, como yo entonces y... ¿Qué he hecho yo para ayudarla? Nada, salvo llorar, es lo único que he hecho. ¡Piensa Cris, piensa! ¿Cómo puedes ayudarla?
MAM: «Tú no puedes pero...».
¡Oh, Dios mío, MISHA! ¡Oh, claro, eso es! Pero... ¿podría él hacerlo? No tengo derecho a pedirle algo así, pero... ¿Qué otra cosa puedo hacer? Sí, tengo que hacerlo, pero... ¿cuándo, cómo, dónde?
Me paso el día en una nube de incertidumbre. Sé lo que tengo que hacer, pero no me atrevo a hacerlo ¿Cómo puedo pedirle algo así? «El tratamiento es muy caro.» ¿Tendrá Misha suficiente dinero? Y... ¿querrá hacerlo?
Cuando regreso a casa esa tarde tengo cuerpo y mente descontrolados, lo único que me apetece es darme una ducha y acostarme. Él me mira preocupado.
—¿Qué te pasa, Cris?
—No me encuentro bien.
—Lo sé, pero hay algo que te preocupa. ¿Por qué no me lo cuentas?
Sí, MAM tiene razón, Misha puede saber qué está maquinando mi cabeza, así que aparto los pensamientos para que no pueda verlos y me concentro en el dolor de mis ovarios, que hoy parecen tener más vida que Georgie Dann bailando «La barbacoa».
—Misha, por favor, déjame, no me encuentro bien —digo acurrucándome en el sofá.
—Sé que te preocupa lo de Carlos, pero hay algo más y me gustaría saberlo. ¡Cuéntamelo, Cris, cuéntamelo!
¡Otro con el baile de la niña!
—¡Oh, Misha, ahora no! —Me levanto del sofá deprisa y me meto en el baño a vomitar. ¡Qué horror!
Me lavo la cara y los dientes, todo me da vueltas, pero ahí están, sus increíbles brazos, más fuertes que nunca, que me toman como si no pesase más que una pluma y me llevan hasta la cama. Se acuesta a mi lado y me abraza suavemente.
—Cris, ¿recuerdas cuando Carlos apareció en las islas y me pediste que me apartase de ti?
—Sí.
—¿Recuerdas lo que te dije entonces?
—Sí.
—¿Qué te dije, cielo? Dímelo.
—«No me pidas que me aparte, porque no lo voy a hacer. No quiero estar en ningún lugar que no sea a tu lado, porque tus problemas son mis problemas.»
—Veo que tienes buena memoria. Quiero que recuerdes esas palabras y que no las olvides. TUS PROBLEMAS SON MIS PROBLEMAS —me dice al oído.
¡Pero cómo puedo pedirle algo así!
El jueves por la mañana Ana pasa por mi clase para que la acompañe a tomar un café.
—No hagas planes para mañana por la noche con ese increíble novio que te has echado, ¿eh?
—¿Por qué? ¿Qué pasa mañana?
—¡La cena! Y no admito excusas, ya nunca quedamos, Cristina, y te echamos de menos.
—Pero... una cena ¿por qué?
—Oh, Cris, no te acuerdas... ¡La jubilación de Antonio!
—Dios, lo había olvidado por completo. ¿Y el regalo?
—Ya lo hemos comprado, he puesto tu parte, me debes cincuenta euros.
Vaya por Dios, mi cuenta no está a rebosar que digamos, Misha come como una lima. ¡Menos mal que existe la visa!
«¡A ver, chicos, necesito ayuda! ¿Cómo se le pide a alguien algo así? ¿Cómo?»
MAB: «Pues sólo hay una manera: haciéndolo».
«¡Eso ya lo sé! Pero ¿cómo lo hago? Nunca se me ha dado bien pedir nada.»
MAM: «El problema no es cómo lo pidas, eso es lo de menos. El problema es... ¿aceptará él? Ése es el gran dilema, el que realmente te preocupa, el que no te deja dormir».
MAB: «Si no acepta..., está en su derecho».
MAM: «Sí, pero le partirá el corazón, y su corazón ya no está para muchos trotes. Bueno, sé realista, sólo hay dos posibilidades, que te diga que sí o que te diga que no, ya está, no hay más. Si te dice que no, no hay nada que hacer, y si te dice que sí..., mira el lado bueno, tendrás que agradecérselo el resto de tu vida», dice guiñándome un ojo.
MAB: «Nunca he conocido a una persona tan indecisa como tú».
MAM: «No la presiones, que es peor. ¿Por qué no buscas un poco de ayuda?».
«¿Qué quieres decir?»
MAM: «Tómate un par de copitas, eso siempre viene bien».
MAB: «¡Te has vuelto loco! Con sus antecedentes familiares no es conveniente que pruebe el alcohol».
MAM: «¡Antecedentes familiares! ¡Menuda tontería! Si te contara cuáles son los míos, te caerías de culo».
MAB: «La genética es una ciencia, es algo innegable».
MAM: «La genética, por sí sola, no es nada. Es como darle a un pastelero los ingredientes y decir que ya sabes qué tipo de pastel saldrá. Todo depende. Son tantas las variables que intervienen en la vida, que nadie puede saber de antemano lo que va a ser una persona sólo por sus genes. Nadie».
MAB: «El Jefe sí».
MAM: «¡Hala, ya estamos! Hablo de gente normal. Además, lo de él no tiene ningún mérito, puede mover los hilos a su antojo».
MAB: «No digas eso, él nos da libertad para hacer lo que queramos, somos nosotros los que elegimos, nadie más».
MAM: «Sí, sí, pero las opciones que tenemos para elegir las determina él, así que lo de la libertad es cuando menos... cuestionable. Si le das a un niño hambriento a elegir entre dos platos, uno de lentejas y otro de garbanzos, claro que elegirá uno, está hambriento, pero déjale elegir entre todos los platos del universo y te aseguro que no mirará las lentejas y los garbanzos ni una sola vez. Pues así con todo. Elegimos entre las opciones que tenemos, y las opciones que tenemos las decide ÉL».
MAB: «Pero ¿tú de dónde has salido? No deberías estar en mi misma sección. Tendrían que haberte enviado con los renegados».
MAM: «No podían, mi genética lo impedía».
MAB: «Pero ¿qué estás diciendo?».
MAM: «No lo digo yo, lo dice el código: “Los que tengan sangre de maestros no pueden ir con los renegados, se les tiene que dar una oportunidad de enmendarse”, capítulo 124, sección segunda, disposición vigésimo tercera».
MAB: «¿Sangre de maestros?».
MAM: «¡Mi padre era cura!».
—Misha..., mañana tengo una cena —le digo cuando terminamos de cenar.
—¿Una cena?
—Sí, con los compañeros del colegio, celebramos la jubilación de Antonio.
—¿Y dónde será?
—En El campillo, un restaurante que hay a las afueras.
A Misha no le gusta la idea, lo leo en su cara. Se mete en el baño sin decir nada mientras recojo la cocina. No pienso permitir que me impida asistir, ni con sexo ni con nada, es mi vida, es mi trabajo y tengo derecho a divertirme con mis compañeros, le guste a él o no.
—¿Quiénes irán a la cena?
—Todos menos Silvia, que no tiene con quién dejar a los gemelos. Misha, no puedo faltar y no quiero faltar.
—Bien.
—Tampoco quiero llevar escolta, estaré acompañada en todo momento, no me pasará nada.
—Está bien.
Cuando Cristina se queda dormida, Misha se levanta y envía un mensaje a Serguei.
Cris irá mañana a una cena con los compañeros del colegio. El restaurante se llama El campillo, está en las afueras. Prepara todo el dispositivo de vigilancia, que te ayude Dimitri, pero, Serguei, esta vez que no se entere, por favor, no quiero otro rapapolvo Vuelve a la cama y la arropa; siempre se destapa cuando duerme, no deja de dar vueltas y más vueltas, está intranquila.
«¡Qué pelo tan hermoso tienes, mi vida, qué hermoso. Todo en ti me gusta, todo, tu cuerpo, tu alma, cuando ríes, cuando lloras, cuando te enfadas, cuando estás asustada. Todo en ti me llena y me conmueve, pones pasión en todo lo que haces, como yo, pero qué diferentes somos, yo lo hago por tenerte, porque seas mía, tú lo haces porque te sale del corazón, porque te sale del alma. Nunca he conocido a una mujer menos materialista que tú, con qué poco te conformas. “Tengo todo lo que podría desear, no necesito más.” ¡Oh, mi preciosa risa bonita! ¿Cómo he podido vivir sin ti toda mi vida? ¡Qué solo he estado hasta que te conocí!»
La abraza y sintiendo el latido de su corazón se queda profundamente dormido.
El día comienza muy ajetreado. Uno de mis alumno se cae en el patio y se hace una brecha en la frente. La enfermera dice que necesita unos puntos, así que hay que ir al centro médico; afortunadamente, está al lado.
—¿Puedes avisar a los padres de Álvaro? —digo entrando en dirección con el niño—. Le llevo al centro médico. Ana tiene libre, ella se ocupará de mi clase hasta que vuelva. ¿Te parece bien?
—Sí, claro. ¿Quién te acompaña? —me dice el director levantándose del sillón.
—Me temo que no hay nadie disponible en este momento, pero no importa, me las arreglaré. ¡Álvaro es muy valiente! —digo mirando al niño, que mantiene sobre la frente una enorme gasa.
—Te acompañaré, no quiero que vayas sola.
¡Éste es el mundo al revés! Los hombres durante toda mi vida me han hecho daño, pero desde que el eje de rotación de la Tierra ha cambiado ocurre exactamente lo contrario: todos quieren protegerme. Estoy a punto de decirle: «Para el carro, que no tengo cuatro años», cuando me doy cuenta de que no puedo hablarle así al director. Con lo que he tardado en caerle bien, no lo puedo estropear ahora.
El centro médico está atiborrado, parece que hoy todo el mundo se ha puesto malo de repente, así que nos toca esperar. Mientras el director habla por teléfono con los padres, yo intento tranquilizar al asustado niño, que se agarra a mi camisa con fuerza.
—¡Me sangra mucho, profe, me sangra mucho!
—Pero eso es normal, dentro de un ratito dejará de sangrar, ya sabes lo que os expliqué de las plaquetas.
—Sí, me acuerdo, que son como un ejército, se colocan en las heridas y no dejan salir más sangre porque la necesitamos toda dentro.
—Sí y creo que ya han hecho su trabajo, mira —digo quitándole la gasa—. Ya ha dejado de sangrar.
El director vuelve en el preciso momento en que llega nuestro turno. Los padres están trabajando y no pueden hacerse cargo, el niño no tiene alergias conocidas y lo dejan en nuestras manos.
Cuando Álvaro ve el instrumental sobre el carrito se agarra a mis piernas con fuerza.
—¡No, no, no!
—Doctor, Álvaro es un niño muy inteligente al que le gusta saber el porqué de las cosas, si le explicamos lo que va a hacer todo irá bien —digo tan pronto veo a la enfermera queriendo tomar el control.
—¿Es tu profesora, Álvaro? —El niño asiente—. ¿Quieres que se quede contigo mientras te curo?
—¡Sí, pero no me hagas daño!
Mientras el médico prepara el instrumental, le cojo en brazos y le siento en la camilla.
—Escúchame atentamente. El doctor te tiene que curar la herida y tú tienes que ser muy valiente porque duele un poquito, no mucho, pero un poquito sí.
—¡No quiero que me haga daño, profe! —dice entre pucheros.
—Yo tampoco quiero que te haga daño y el doctor tampoco quiere hacerte daño, pero tiene que curarte la herida y cerrarla porque si la dejase abierta se colarían por ahí los virus y las bacterias que hay en el aire. ¿Recuerdas lo que os conté de los virus y...?
—¡Sí, que son unos bichos muy, pero que muy malos!
—Exacto. Y si se meten dentro ¿qué pasa?
—Que nos ponemos enfermos.
—No sólo eso, Álvaro, si se te meten dentro, además de ponerte enfermo tendrás que ir al hospital.
Aquí tengo que reconocer que jugué con ventaja. Su madre, en una de las tutorías, me contó la odisea que pasaron cuando le operaron de fimosis, por lo visto fue un auténtico calvario, y cuando salieron de allí el niño les dijo: «Si me volvéis a traer a este sitio no os querré nunca más»
—¿Al hospital?
—Sí, al hospital, y tendrás que estar allí muchos, muchos días, me temo. Así que creo que vale más que seas valiente cinco minutos a tener que ir allí, ¿no crees?
—Vale..., pero dame la mano.
Se tiende en la camilla y mientras le voy explicando todo lo que el médico hace, él aprieta mi mano con fuerza y, sorprendentemente, aguanta de maravilla.
—Bueno, pues esto ya está —dice el médico dándole una suave caricia en la cara—. Te has portado como un valiente, chaval, nunca había visto un niño tan valiente.
—¡Pues no me ha dolido tanto! —exclama con alegría.
Álvaro pega brincos a mi lado mientras volvemos al colegio, lo cual es la mejor señal, pero de repente se para y me mira muy serio.
—¿Por qué no ha venido mi madre?
—No podía, está trabajando.
—¡Menos mal que tú no tienes que trabajar, profe!
Después de un día tan intenso, lo que menos me apetece cuando llego a casa es irme de cena. En este preciso momento creo que preferiría que me sacaran una muela, pero no puedo echarme atrás, Antonio se lo merece, bueno, se merece esto y mucho más.
Me meto bajo la ducha y me relajo al momento; hay pocas cosas que una buena ducha no mejore. Me visto con un vestido rojo que sólo me puse una vez y que me queda perfecto, cojo las botas del altillo porque ya ha empezado a refrescar y me cuelgo los collares que Paula me regaló. Termino de arreglarme en el baño haciéndome una coleta alta y maquillándome un poco, cuando Ana llama al telefonillo. Misha abre mucho los ojos cuando me ve entrar en el salón. ¡Qué mirada!
—¡Vaya, estás para comerte! —dice mirándome de arriba abajo con deseo.
¡Oh, sí, a mí también me apetece, después de una semana sin sexo, pero no hay tiempo!
—¿Quieres que vaya a recogerte cuando acabéis? —pregunta al tiempo que rodea mi cintura con sus increíbles brazos y me mira intensamente con esos ojos que me han robado el alma.
—Sí, Misha, me encantaría. —Tengo que hacerle alguna concesión, ni siquiera ha protestado y eso se merece algún premio.
—Bien, llámame —dice dándome un suave beso.
—¿Aunque sea tarde?
—¡Aunque sea tarde!
Ana está de un humor estupendo y yo también, claro que en esto ha tenido mucho que ver el hecho que el de gimnasia no haya venido, porque, quitándole a él, los demás nos llevamos estupendamente. Somos como una gran familia, compartimos con los compañeros más horas que con la propia. Y hablando de familia..., ¿qué estará haciendo mi madre? ¡Tirándose a alguien, seguro!
MAB: «No deberías hablar así, al fin y al cabo tú haces lo mismo a la primera oportunidad».
Durante las siguientes horas me olvido de los problemas que tengo. Antonio se merece una buena despedida, ha sido un gran maestro y el mejor compañero que se pueda tener, así que vamos a notar mucho su falta. Comemos, bebemos y reímos sin parar. Cuando llegan los cafés le hacemos entrega de un regalo y él nos obsequia con un pequeño discurso de agradecimiento que hace que se nos salten las lágrimas. ¡Qué triste que una vida de esfuerzo, de dedicación y de buen hacer se salde así, con una simple cena de despedida! A otros, por mucho menos y sin merecerlo, se les rinden homenajes por todo lo alto. Pero claro, nosotros no somos más que un pequeño peldaño en la escalera. Los de arriba no se dan cuenta de que por nosotros, por nuestro pequeño peldaño, tienen que pasar todos, nadie se lo puede saltar. Me entristece que toda una vida profesional se reduzca a esto, pero en el fondo sé que la verdadera vocación consiste en darlo todo sin esperar nada a cambio.
MAB: «No bebas más, a Misha no le gustará».
Tras los cafés llegan los licores y ahí... ya me pierdo. A partir del tercer chupito, que no me gustan, ya pierdo la cuenta. Levantamos el campamento y nos vamos a la cafetería, que a mí me parece una auténtica discoteca, no sé si por las luces o porque ya lo veo todo un poco difuso. Todo el mundo está contento y las anécdotas se suceden una tras otra. Un par de horas más tarde voy a la barra en busca de una botella de agua, estoy sedienta, tanto comer, tanto hablar, tanto reír, me muero por un agua bien fría, y a mi lado aparece el director tocándome suavemente la cintura y con los ojos tan vidriosos como los míos.
—Yo también tengo sed. ¿Me pides una?
—Claro, dos aguas, por favor. —Me doy cuenta de que arrastro las palabras, pero lamentablemente ya no tiene remedio.
—Te veo un poquito perjudicada —dice sonriendo y apoyándose en la barra.
—¡Anda que tú estás bien!
Nos da un ataque de risa, sí, nos hemos pasado, nos hemos pasado y mucho.
—Me encantó lo que hiciste esta mañana —dice con una sonrisa tierna tocando mi hombro con el suyo.
—¿Y qué hice esta mañana, trabajar?
—Eres una mujer muy especial, Cristina. ¿El hombre que te recogió el otro día es tu novio?
—Sí.
—Me pareció un poco dominante —dice, pensativo
—¡Es que es ruso! —le digo como si eso lo aclarase todo.
—¿Te trata bien?
—¡Mejor que bien!
—Entiendo —Se aparta un poco y asiente con la cabeza—. ¿Qué? ¿Nos tomamos la última?
Juan parece aceptar bien la negativa; veremos mañana, cuando se nos haya pasado el efecto del alcohol.
A las cuatro de la mañana ya no puedo más, las palabras han dejado de arrastrarse para deslizarse sibilinamente por mi boca, así que llamo a Misha.
—¡Cariño! —le digo tan pronto coge el teléfono—. ¡Estoy un poquiiito perjudicada!
—¿Estás borracha?
—UN POQUIIITO.
Le oigo suspirar profundamente.
—Pero, Cris, ¡si no te gustan los chupitos!
—¿Y tú cómo sabes que...? —Echo un vistazo a la cafetería y entonces lo comprendo—. ¡Vaya, vaya, vaya, y yo sin saber que tenía compañía!
—¡Joder! —exclama—. ¡Anda, sal, que te estoy esperando!
—¿Cómo que me estás esperaaando? ¿Estás aquí?
—Sí, sal.
—¿Y por qué estás aquí, si aún no te había llamado?
—¿Quieres salir de una vez?
—NOOOO... Y LA PREGUNTA ES... ¿ME ESTÁS PROTEGIENDO O... ME ESTÁS VIGILANDO?
—Creo que hoy te hacen falta las dos cosas. ¿Quieres salir de una vez?
—¡Vale, me estoy terminando la última copa! Por cierto, tenemos que llevar a alguien a su casa.
—¡Vale, pero o sales o entro a buscarte!
—¡Ay, mi queriiido zar siempre tomando las riendas!
Salgo como buenamente puedo y ahí está mi apuesto ruso, apoyado en el coche y fumando como un carretero. ¿Cuánto tiempo llevará ahí? No importa, está más guapo que nunca y me mira con unos ojos... Pero cuando ve aparecer a mi lado al director se le borra la sonrisa de golpe, tira el cigarrillo y respira hondo. Sí, creo que los rusos traen de serie el gen de los celos, no es culpa suya, lo traen de serie.
Agarro a Juan de la chaqueta y le arrastro hasta el coche, casi no se tiene en pie.
—¡Cariño, te presento al dire, Juan! Tenemos que llevarle a casa, no encuentra las llaves de su coche y aunque las encontrara no podría ni encenderlo... ¡Está como una cuba! Juan..., éste es Misha..., ¡mi querido zar! —digo lanzándome a sus brazos, que me cogen al vuelo.
—Pero ¿cuánto has bebido? —pregunta Misha mirando mis ojos vidriosos.
—¡Nos lo hemos bebido todo! ¿Verdad, Juan?
Juan suelta una carcajada y asiente, no es capaz ni de hablar, está que se cae. ¿Qué dirían nuestros alumnos si nos vieran? ¡Menudo ejemplo!
—Yo no estoy bien, cielo, pero él está peor, ayúdale a subir, por favor —le susurro mientras me siento, o mejor dicho, mientras me desplomo en el asiento.
Después de dar varias vueltas, porque Juan no recuerda su dirección, Misha le acompaña hasta el portal. Cuando vuelve al coche me mira entre sorprendido y divertido, nunca me había visto así.
—¡Ay, Misha..., qué ganas tengo de que me hagas el amor!
Estalla en una carcajada mientras toma mi cara entre sus manos y me invade la boca con su lengua, me saborea todo lo que quiere y más, en este momento podría hacer conmigo lo que quisiera.
—Tu boca sabe muy dulce. ¿Qué has bebido?
—No lo sé, Misha... A partir de los chupitos... todo me sabía igual... Me podrían haber dado árnica y... me lo habría tomado sin dudar...
—¿Qué es eso? —dice encendiendo el coche.
—No tengo ni idea... pero debe de ser algo horroroso... porque mi abuela siempre amenazaba con darme árnica cuando me portaba mal.
Noto que arrastro un poco las palabras. La cabeza me da vueltas.
—Pero ¿qué voy a hacer contigo, Cristina? —dice sin dejar de reír.
—Te sugiero que me lleves a casa, me desnudes y me hagas el amor y luego...
—¿Y luego?
—Verás, tengo que pedirte un favor, un favor muy grande, Misha..., un favor enorme.
El portero del turno de noche está dormido en su sillón, menuda vigilancia, Carlos podría bailar una sevillana ante sus narices y ni se enteraría. Aparto a Carlos de mis pensamientos y me concentro en poner un pie delante del otro. Tiro el bolso sobre el sofá y me quito los collares, pero se me caen al suelo y el sonido de las cuentas se mezcla con la risa de Misha, que no da crédito a lo que tiene delante. Me siento e intento quitarme las botas, pero no puedo, se resisten.
—¿Necesitas ayuda, cariño? —pregunta, divertido, viendo mis infructuosos esfuerzos por bajar la cremallera.
—¡Se mueve! —digo, sorprendida. Se agacha a mis pies riéndose con ganas y me las quita despacio acariciando mis piernas—. Oh, Misha, me alegro tanto de que estés de buen humor, porque tengo... tengo que pedirte algo muy importante, muy importante. Sólo que no sé si hacerlo antes de hacer el amor o después... ¡lo estoy pensando!
—Puedes pedirme lo que quieras, Cris, antes y después.
—Oh, cielo, pero lo que te voy a pedir no es ninguna tontería... —digo intentando levantarme del sofá.
—Tus deseos no son tonterías para mí, Cristina. Dímelo, dímelo ya, ¿qué quieres? —dice levantándome y estrechándome entre sus brazos. ¡Ya no puedo escapar, ahora o nunca!
—Dijiste que mis problemas eran tus problemas y yo tengo un problema, un gran problema, Misha...
—Dímelo de una vez.
—Sergio, el hijo de Paula, está muy enfermo, necesito que le ayudes...
—De acuerdo.
—Tiene cáncer... un cáncer muy malo y... aquí no pueden curarle...
—De acuerdo.
—Hay que llevarle a Pamplona... Yo... sé que no tengo derecho a pedírtelo... pero tengo que hacerlo...
—De acuerdo, cariño —dice levantando mi barbilla—. De acuerdo, lo haré, deja de preocuparte.
—Pero el tratamiento cuesta mucho dinero, Misha, no sé cuánto porque Paula no me lo ha dicho..., pero es mucho dinero y...
—Cris, mírame, mírame. De acuerdo, no importa lo que cueste, lo haré, mi vida.
—¿Lo... harás?
—Sí —dice acariciando mi cara suavemente—. ¿Por eso te has emborrachado? ¿Para armarte de valor?
—Es que..., Misha..., yo... sé que no tengo derecho a pedirte algo así y...
—Puedes pedirme lo que quieras, nena. ¿Es que aún no entiendes que te daré todo lo que me pidas? No hacía falta que te emborracharas, mi amor.
—Ah, ¿no?
—No, mi amor, no. Dime qué quieres y yo te lo daré, todo, pídemelo y lo pondré a tus pies.
Me toma en sus brazos, me lleva a la cama y me desnuda lentamente mientras me mira de arriba abajo deleitándose con mi cuerpo. Se desnuda despacio, sus ojos echan fuego y yo le miro sin poder creer que este hombre esté aquí, conmigo, amándome, deseándome, y así, mientras me recreo en ese cuerpo perfecto que el cielo ha puesto en mi vida, me quedo profundamente dormida.
Misha se desnuda despacio, viendo cómo sus ojos se van cerrando lentamente y sonríe sin hacer nada por evitarlo. Se sienta a su lado y la mira en silencio mientras los suyos se llenan de lágrimas.
«Algo he debido de hacer bien en esta vida para que el destino me haya regalado algo tan hermoso. No te has atrevido a pedírmelo sobria, has tenido que emborracharte, y eso me duele, me duele que no confíes en mí, cielo, que no cuentes conmigo. Aún no entiendes que te traería la Luna si me la pidieras. Quiero que lo tengas todo, que nada te falte.»
Se acuesta a su espalda, abrazándola con suavidad contra su cuerpo, y se queda tan profundamente dormido como ella.
Cuando abro los ojos, los latigazos de mi cabeza repiten incesantemente: «¿Qué día es hoy?», «¿Qué día es hoy?». Por suerte, mi consciente le contesta: «Sábado». Menos mal, si tuviera que ir a trabajar con semejante resaca algún niño podría salir volando por la ventana. ¡Qué dolor de cabeza! ¿No recuerdo otro como éste! La puerta se abre y Misha entra sin hacer ruido.
—¡Te has despertado!
—Sí, me temo que sí —digo con un profundo suspiro.
—¿Resaca?
—La peor.
—Tengo que ir a la oficina —dice sentándose a mi lado y dándome un suave beso—. Te he preparado café.
—Pero ¿por qué tienes que ir a la oficina? ¡Si es sábado!
—El niño de Paula. ¿Recuerdas?
—¡Oh, entonces no lo he soñado! —digo incorporándome de golpe—. ¿Le vas a ayudar, Misha?
—Sí. Anda, levántate y tómate el café. Intentaré que comamos juntos.
—No me hables de comida, por favor... Y no abras tanto la persiana, me estalla la cabeza.
—Eso te pasa por tomar chupitos. ¡Si ni siquiera te gustan!
—Oh, ya hablaremos de eso luego, mi querido zar —digo mirándole con los ojos entornados—, cuando esté un poquito más despierta... Yo creyendo que habías hecho un acto de buena fe... y me tenías rodeada.
—Sí, hablaremos de eso y también... —Se acerca a la cama y me mira muy cerca a los ojos. ¡Oh, qué ojos!— ¡hablaremos de tu director!
—¡Ay, Misha, creo que tenías razón, cariño! —le digo abriendo mucho los ojos mientras le acaricio la cara y le doy un suave beso.
—¿Intentó algo?
—No, no intentó nada porque le dije que eres ruso.
Me toma en sus brazos y una carcajada le sale del pecho, una carcajada que me atraviesa por completo y que hace que el retumbar de mi cabeza sea tan insoportable que agradezco que me suelte para irse a la oficina.
Me levanto torpemente y sobre la encimera encuentro una taza de café recién hecho y un blíster. ¡Este hombre está en todo! Me siento en el sofá y me tomo el café despacio. Al cabo de media hora la bendita ciencia hace efecto. Y hablando de ciencia, lo va a hacer, va a ayudar a Sergio, pero... ¿podrá hacerlo?, ¿será muy caro?, ¿podrán curarle?... Tengo tantas dudas... ¡Oh, Misha! ¿Cómo podré agradecértelo, cariño, cómo?
MAM: «Ya encontrarás la forma...».
MAB: «¡Qué animal eres! ¿Cómo va a agradecérselo así?».
MAM: «Así ¿cómo? ¿En qué estás pensando concretamente? Porque yo, en mi completa ingenuidad, tenía en mente un precioso regalo de agradecimiento, atado con un lazo y en cuyo interior había un maravilloso libro, el mejor regalo que se puede hacer. ¿En qué estabas pensando tú, dechado de virtudes?
Me siento ante el ordenador y busco información sobre la clínica, me doy una vuelta virtual por sus instalaciones mientras me digo que sí, los avances tecnológicos con los que cuentan son increíbles, pero... de qué sirven tantos avances si no llegan a quienes los necesitan. ¿Para quiénes son entonces? Tecleo en Google «leucemia». ¡Increíble! Sólo la cifra de páginas ya me marea. Acotemos la búsqueda: «Leucemia tratamientos Pamplona». La cantidad de artículos es impresionante. Después de un buen rato encuentro uno que me llama la atención:
EL HIJO DEL EX PRESIDENTE DEL GOBIERNO, ENFERMO DE LEUCEMIA
Después de haber sido tratado en Madrid, y no habiendo obtenido los resultados esperados, ha sido trasladado a Pamplona, donde será sometido a un tratamiento experimental que se ha puesto en marcha en colaboración con un centro oncológico de Houston... ¡Así que sólo hay esperanza para los ricos! ¿Será Misha lo suficientemente rico como para poder llevarle allí? Cierro el navegador porque la cabeza me da vueltas y vuelvo al sofá. ¿A esto se reduce la vida, a tener o no tener? Ahora entiendo el dicho «Tanto tienes, tanto vales». ¡Pues menuda mierda de vida que me ha tocado!
MAM: «Tú no eres la más indicada para quejarte. En tal caso Paula... y Sergio».
«¡Oh, Dios, tienes razón, tienes razón! Gracias, no sé qué haría sin ti, gracias.»
MAB: «¿Y yo qué? ¿Por qué me excluyes? Hago todo lo que puedo, te aconsejo como Dios me da a entender, nunca mejor dicho. Esto es discriminación, presentaré una queja».
MAM: «Venga, hombre, no te pongas así, ¡no es para tanto! Ella y yo... hemos conectado».
MAB: «Pues no lo entiendo. ¿Por qué conmigo no ha conectado? No soy mala gente».
MAM: «Porque tú eres... diferente. Ella y yo venimos de mundos parecidos».
MAB: «¡No digas tonterías! ¿De qué mundos parecidos vais a venir? Ella es hija de un cartero, tú eres hijo de un cura. ¿Qué tienen de parecido vuestros mundos?».
MAM: «Ya estás pensando otra vez en la genética y ya te he explicado que eso no lo es todo. Nosotros tenemos gustos en común, se podría decir que hablamos el mismo idioma».
MAB: «¿Y cuál es, si puede saberse?».
MAM: «Verás... a los dos nos gusta... el sexo. ¡Y eso une mucho!».
Misha me llama a mediodía para decirme que se le ha complicado el trabajo y que no vendrá a comer, así que decido hacer algo de provecho y me pongo a limpiar la casa, que buena falta le hace, a ver si así, de paso, con el ejercicio, mi cuerpo consigue eliminar un poco de tanto alcohol y tanta toxina. ¡No quiero ni pensar cómo estará Juan!
A las nueve de la noche tengo la casa como los chorros del oro, cosa por otro lado nada complicada, dadas sus reducidas dimensiones. Misha no ha vuelto a llamar, y tengo tantas ganas de verle... Me doy una ducha y entro en la habitación envuelta en una toalla, pero... la mano que abre el armario no es la mía, es la de la diosa. Ha tomado las riendas y elige libremente el vestuario para la puesta en escena; la dejo hacer, al fin y al cabo sé que la ropa me durará poco tiempo puesta.
Dicen que la mano que mece la cuna es la mano que domina el mundo, pero yo no estoy de acuerdo, la mano que domina el mundo es ésta, la que está al final de mi brazo y que, con una decisión totalmente desconocida para mí, mueve mis perchas en busca del modelito perfecto para dejar con la boca abierta a mi querido zar. Coge unos leggins negros de cuero que tengo sin estrenar y que se ajustan a mi cuerpo como una segunda piel, una camisa blanca de esas que son fondo de armario, según dicen las revistas de moda, y que yo, para quien las marcas no son más que marcas, compré en las rebajas por dos perras, pero que sigue igual que el primer día, y, para las caderas, un cinturón con colgantes de estrellas que, cuando me lo regaló Emma, miré preguntándome si algún día en vidas venideras tendría la osadía de ponérmelo. Bien, pues aquí está la nueva vida y aquí estoy yo, más guerrera que nunca, en busca de un zar ruso que me ha robado el alma y al que quiero dejar con la boca abierta. Y para completar la puesta en escena... (¡hay que ver lo que es tener tiempo libre!), unas botas de piel de hace dos temporadas pero que están como el primer día. Se nota que últimamente no me arreglaba mucho, porque todo lo tengo como nuevo.
Me recojo el pelo en un moño poco elaborado y me maquillo ligeramente. La imagen que me devuelve el espejo no es la mía, ni tampoco la de la diosa, hoy ha tomado el mando la superdiosa que todas llevamos dentro y ha echado el resto. En el armario de los abrigos, la mano va directa a la chaqueta de piel, también negra.
MAB: «Caray, sólo te falta la moto».
MAM: «Ten cuidado, nena, a ver si al ruso le va a dar un parraque...».
—No hace falta que os mováis —les digo a los hombres de negro del coche, que tan pronto me ven aparecer por el portal ya lo han puesto en marcha—. Sólo voy al hotel.
—Yo la acompañaré hasta allí —dice el copiloto saliendo a toda velocidad y mirándome de arriba abajo asombrado.
Me abre la puerta del hotel y me despide con una gran sonrisa. La recepcionista, sin embargo, no me recibe con tan buena cara. En cuanto le digo que he venido a ver a Misha, me mira desde el pedestal en el que hoy se ha subido y me dice con sarcasmo:
—Me temo que el señor Angelowsky es un hombre muy ocupado, en este momento está reunido y no podrá atenderla. Puedo darle cita para otro día, si lo desea.
—No hace falta, gracias —le digo con la mejor de mis sonrisas mientras pongo el bolso sobre el mostrador y saco el teléfono.
—¡Hola, cariño!
—¡Hola! Estoy en la recepción del hotel pero no me dejan subir...
—¿Quéee? ¡Ahora bajo!
Misha sale del ascensor con cara de muy malas pulgas, pero, por suerte para la recepcionista, nada más verme se queda anonadado. Me toma en sus brazos y me besa con pasión, con tanta pasión que siento varios pares de ojos puestos sobre nosotros. Se aparta, acaricia mis mejillas y mira muy serio a la chica.
—Mi mujer tiene pleno acceso al hotel —le dice en voz baja—. ¿Entendido?
—Sí, señor, en-entendido.
Me coge de la mano y me lleva al ascensor sin dejar de mirarme de arriba abajo con los ojos muy abiertos.
—Nena, estamos en un ascensor y no voy a abalanzarme sobre ti porque no quiero asustarte, cariño, pero no sabes lo que me está costando.
Entonces soy yo la que se lanza a sus brazos hundiendo la cara en su cuello, y me toma en el aire apretándome fuerte, muy fuerte, mientras suspira profundamente.
—Pero ¿cómo se puede estar más guapa cada día que pasa, mi vida? ¡Estás preciosa, cielo! —Me besa con toda la pasión apretándome más contra su cuerpo, está excitado, muy excitado y lo entiendo porque yo también lo estoy. No puedo evitar gemir entre sus brazos, si pudiera le desnudaría aquí mismo, pero se aparta y me lanza una mirada pícara, sí, Misha puede leer mis pensamientos—. No estoy solo, cariño, estaba en una reunión, pero ya hemos terminado. Ven, te presentaré a algunas personas.
Me lleva a un despacho que está atestado de gente. Pero ¿cuántos trabajan aquí? Me presenta a Dimitri, el jefe de seguridad del hotel; al comisario de policía, que no entiendo qué hace aquí; al sargento Gutiérrez, que me mira como un abuelo miraría a un nieto; a Miguel, un informático que tiene cara de informático tras sus gafas cuadradas, y a dos más de los que ya no recuerdo el nombre. Se deshace pronto de ellos y Serguei los acompaña hasta la salida.
—¡Ven! —dice tomándome de la mano.
Atravesamos un despacho, luego una gran sala de reuniones, salimos a otro pasillo y allí abre una puerta, tras la que aparece una preciosa suite.
—¡Oh, Misha, qué bonita! Y tú durmiendo en un apartamento de cuarenta metros cuadrados pudiendo hacerlo aquí —digo sonriendo y sacudiendo la cabeza.
—Contigo a mi lado, el lugar no importa.
¡Oh, Dios, me derrito! Me lleva hasta la gran cama y me quita la chaqueta lentamente, besándome despacio, muy despacio, mientras mis manos acarician su pecho tan duro y tan caliente. Le quito la corbata. ¡Qué bien le sienta! Y la chaqueta, que cae al suelo. Empiezo con los botones de su camisa y siento que su respiración bajo mis dedos se descontrola por momentos. Él hace lo mismo conmigo, hunde la cara en mis pechos mientras me levanta en sus brazos y me aprieta contra su cuerpo; me deja sobre la cama y me desnuda mirándome con unos ojos que echan fuego.
—¿Qué tal tu vientre, mi amor?
—Va por el tercer salto mortal... Misha... Misha...
—Sí, mi amor, sí, ya voy —dice acariciándome suavemente mientras sus ojos recorren mi cara con una gran sonrisa en los labios.
—¡Oh, Misha! —Casi no me ha tocado y ya estoy gimiendo.
—Me siento como un niño ante una tarta, ¡no sé por dónde empezar!
—¡Ven, Misha, ven!
Se desliza sobre mi cuerpo como si lo venerase y entra en mí lentamente haciéndome estremecer. Le rodeo la cintura con las piernas, quiero sentirle dentro, muy dentro de mí, todo mío. Le abrazo con fuerza y le beso con toda la pasión que tengo.
—¡Oh, mi vida, cómo echaba de menos estar dentro de ti!
—Yo también, yo también.
Apoya los brazos a ambos lados de mi cabeza y me mira intensamente mientras mis manos acarician su cuerpo sin parar, entra y sale despacio haciéndome gemir, tomo su boca y la devoro con pasión, le necesito, le necesito.
—Misha, Misha, no puedo más, no puedo más.
—Yo tampoco, mi vida.
Aumenta el ritmo llevándome a un orgasmo intenso, muy intenso, mientras mi cuerpo se estremece bajo el suyo y sus ojos no dejan de mirarme, le gusta verme sentir, le excita verme sentir, hasta que ya no puede más y se viene conmigo gimiendo en mi oído y tomando mi cuerpo con una desesperación que me conmueve.
—¡Te quiero, mi amor, te quiero! —susurra mientras los últimos espasmos del orgasmo abandonan su cuerpo y sus labios no dejan ni un centímetro de mi piel sin besar, sin tocar, sin acariciar, sin oler.
No parece tener bastante de mí, como yo tampoco de él, y sigue moviéndose sobre mi cuerpo, sintiéndolo, tomándolo de nuevo. Y sin darme tiempo a recuperarme me vuelve a tomar con su miembro totalmente endurecido dentro de mi cuerpo. Este hombre no parece de este planeta, ahora lo tengo claro, esto no es normal, no lo es, debe de tener algún cromosoma de más o alguno de menos, pero esto normal no es, esta masculinidad no puede ser de este mundo.
—¡Misha! Pero... ¿cómo puedes estar excitado otra vez? ¡No lo entiendo! ¿Vivías cerca de alguna central nuclear en Rusia?
La carcajada que sale de su boca me atraviesa, pero en lugar de detener su ímpetu lo acrecienta, me agarra contra su cuerpo y rueda conmigo sobre la cama. Ahora yo estoy encima, y él me mira con los ojos tan brillantes como dos estrellas.
—¡Tú eres la energía que necesito para vivir, para amar, para sentir, para soñar! Contigo lo tengo todo, sin ti, no quiero nada. —Se incorpora y me acaricia la espalda apretándome contra su sexo—. Tú eres la culpable de esto, tú cargas mis baterías. —Me aprieta más y más fuerte y yo gimo de nuevo—. Nunca me había sentido así con nadie, cariño, con nadie, todo lo haces tú. —Me tiende de nuevo sobre la cama y me mira con ojos que echan chispas—. Tu cuerpo es lo que me excita, tu risa, tu piel, tu corazón, tu alma.
¡Si esto no es el Paraíso, que baje Dios y lo vea!
Cuando conseguimos bajar del cielo, abre la cama y me acuesta entre las sábanas, con veneración, con ternura, acariciando todo mi cuerpo y mirándome como si intentase grabarme en su mente.
—¡Estás preciosa! No me extraña que el director lo intentase, cielo, estás para comerte.
—Oh, no intentó nada, te lo aseguro, sólo lo insinuó con la mirada, pero nada más.
—Cuando le llevé hasta el portal me amenazó. Es mi sino, primero Sofía..., ahora él...
—¿Qué? —Me tapo la boca para ahogar una carcajada, no lo puedo evitar, Juan amenazando a Misha—. Será una broma.
—No, no, no es ninguna broma, me dijo: «No le hagas daño, si me entero de que le haces daño te...».
—¿Qué más?
—No tengo ni idea, el resto no lo entendí, estaba muy borracho.
—¿Por eso tardaste en volver?
—No, tardé en volver porque el tío no atinaba con la cerradura, hasta dudé si sería realmente su casa.
No puedo evitar que mi boca se abra en interminables carcajadas imaginándome a Juan amenazando a mi querido zar. ¡La vida a veces tiene cada cosa!