Audaces fortuna iuvat, timidosque repellit,

que quiere decir: «a los osados favorece la fortuna y a los temerosos abate». No faltó quien lo oyó y se lo tradujo a Aguirre, quien, por si acaso, hizo dar garrote al bachiller, para que nadie fuera osado a hacer propaganda subversiva, ni en castellano ni en latín.

Asimismo, pareciéndole que Alonso de Villena, otro de sus cómplices en la muerte de Orsúa, no estaba del todo a su servicio, le exoneró del cargo de alférez general y le redujo a maestresala del príncipe Guzmán, dando por excusa que el tal Villena había sido criado de muchos en el Perú y aquel era muy preminente cargo para hombre tan ruin.

Después del descanso de Semana Santa, siguieron viaje y en un día de navegación alcanzaron otro pueblo de los mayores que habían topado después de Machifaro. Los indios andaban desnudos, y sus casas cuadradas, hechas de cañas y paja de la sabana, estaban en ringlera una a una, prolongadas por la barranca del río. Los habitantes, como vieron venir a los españoles, se retiraron a un extremo del pueblo, dejando la punta con mucha comida de maíz, yuca, pescado seco, frutas y chicha, bebida fermentada hecha de mazamorra o poleada de maíz, tan recia y sabrosa, que los nuestros la bebían como el aloque de Castilla.

Luego que los indios vieron a los españoles aposentados en sus casas, vinieron de paz y se mostraron muy familiares, trayendo tortugas, manatíes y puercos de monte; y aun se alquilaban para moler y hacer pan, a cambio de alguna chuchería. Mostráronse tan sutilísimos ladrones, que los que se recibían por criados hurtaban de noche las ropas de las cabeceras, las armas y todo cuanto podían haber a las manos; lo que fue causa que se matara a muchos de ellos a estocadas y arcabuzazos.

Aquí lo pasaron bien los marañones, pues aparte las comidas y las bodegas indias, tuvieron abundante caza. Aprovechando el día los arcabuceros iban a probar fortuna, y muy pronto los ecos de aquellos andurriales se alegraban con el de los disparos y el de las alegres voces de los cazadores, vueltos con abundante provisión de pavas grandes y gordas, y singularmente de puercos monteses (pécaris), animales que andan en piaras. Vienen haciendo un ruido parecido al batir de un tambor y traen su capitán que bravamente acomete al extraño que se pone por delante. Los cazadores se subían a los árboles y el animal acometía ciegamente el tronco con los colmillos; con la particularidad que muerto él seguía la demás bandada haciendo lo mismo, de suerte que con una lanza acaecía matar diez, doce o más puercos, pues aunque los unos ven heridos y muertos a los otros, no por eso dejan el sitio.

La floresta ofrecía en abundancia mucha guayaba, guanábanas, mameyes, caimitos y pinas. Esas frutas ya las conocían nuestros aventureros, porque se dan también en las yungas o tierras calientes del Perú.

Las que vieron por primera vez ahora, fueron unos cocos de almendra y unas uvas que se daban en árboles muy grandes, es decir, el fruto de los árboles llamados por los modernos botánicos Bertholetia excelsa y Mortuus guapurú. El primero, el «Almendro del Amazonas»; un árbol magnífico que se yergue excelso sobre los demás gigantes vegetales; sus cocos grandes como los de la palma cocotero, lo que vale decir, del tamaño de la cabeza de un niño de pocos meses, encierran hasta treinta y dos almendras duras», planas por dos costados y redondeadas por el centro, las almendras del Pará. Los marañones tendrían conocimiento de ellas por la zanioca de los indios, hecha de una mezcla de almendra y maíz.

El otro, el «guapurú», produce fruto de un modo extraño; no como los demás árboles, sino pegado a la superficie del tronco y de las ramas más gruesas. Así cargado de fruta parece un árbol picado de viruelas; pero estas viruelas son las exquisitas uvas de los aventureros marañones, quienes las hallarían por cierto un sabor parecido al de las ciruelas de España. Demás de esto, los caminos estaban empedrados de apetitosas tortugas y cada árbol era una pipa de miel.

Hallaron también en este pueblo muy buenas vigas de cedro que los indios tenían amontonadas para hacer canoas. Con tan buen aparejo se echaron cubiertas a los bergantines y se alzaron las bordas para que con más seguridad se pudiera navegar cuando salieran al mar. En poco más de un mes dieron cima a la obra; calafatearon los buques con algodón del país, y en lugar de brea pusieron un betún revuelto con manteca de pescado, que encontraron bueno para este efecto. Todo el afán de los «tiranos» era salir al Mar del Norte, el Atlántico, subir a Panamá y caer sobre el Perú. Ya no se hablaba del Dorado, so pena de la vida; pero muchos estaban firmemente persuadidos que se lo habían dejado atrás.

En este intermedio, los amigos de Orsúa fueron insinuándose en el ánimo de don Fernando, haciéndole ver el mal camino que llevaba y que estaba a tiempo de rehabilitarse si dejaba la loca empresa de volver al Perú, por la conquista del descubrimiento de Omagua. Como el mayor estorbo que tenían era Aguirre y su pandilla, entraron en consulta cómo podrían deshacerse de ellos, resolviendo que en cuanto navegaran los bergantines, a bordo les podrían matar más a su salvo.

Pero Lope de Aguirre se dio más prisa en matarlos a ellos.