Quince
SU madre fue la primera en verla cuando bajó a reunirse con todos en el salón. Alixe había optado, muy prudentemente, por usar la escalera del servicio para regresar inadvertidamente a su habitación, y se alegró de haberlo hecho al comprobar que su madre la había estado buscando.
—Ah, aquí estás —su madre le dedicó una sospechosa sonrisa y Alixe se alisó la falda. Por suerte había tenido tiempo para cambiarse de ropa y ponerse uno de los nuevos vestidos de Merrick. La seda de color albaricoque realzaba el saludable resplandor de su piel y los tonos castaños de su pelo—. Estás preciosa. Tu nuevo vestuario es perfecto.
Alixe no recordaba cuándo fue la última vez que su madre había alabado su ropa. Examinó su sonriente rostro para intentar explicarse aquella transformación. Desde que Alixe rechazara la última proposición matrimonial, su madre apenas le había prestado atención y había desistido de verla casada algún día.
Pero al parecer aquella noche iba a ser la excepción.
—Volví muy tarde de la feria y subí a descansar un momento, pero he debido de quedarme dormida —improvisó rápidamente.
Su madre hizo un gesto con la mano para quitarle importancia.
—No importa. Tu padre y yo tenemos una gran noticia… Vamos a su despacho. Jamie hará de anfitrión mientras tanto.
Su padre ya estaba allí, sentado como siempre detrás de la enorme mesa donde resolvía los asuntos más importantes. Pero no estaba solo. Archibald Redfield ocupaba un sillón delante de la mesa. Redfield no se había pasado las últimas horas en un estanque y ofrecía su mejor aspecto, pulcramente afeitado y orgullosamente atractivo con su brillante pelo rubio y sus ojos avellana atentos a todo cuanto acontecía. Se levantó y se acercó a Alixe para tomarla de la mano.
—Mi querida Alixe… Estás deslumbrante. Me atrevería a decir que un día en la feria te ha sentado muy bien. Cuando antes te vi parecías un poco pálida.
¿Qué estaba pasando allí? Lo primero que pensó Alixe fue que Redfield había informado del beso de Merrick o, peor todavía, que Redfield sabía lo que Merrick y ella habían estado haciendo en el estanque. Pero no, no había contado nada. Su madre no estaría tan contenta si se hubiera enterado de lo ocurrido. Redfield podía ser un canalla sin escrúpulos, pero aquella noche estaba jugando a ser un caballero indulgente. Su actuación inquietaba a Alixe, que prefería mil veces al canalla.
—Siéntate, querida —su padre le indicó una silla—. Tenemos una noticia fantástica… Esta tarde el señor Redfield ha pedido tu mano.
—Es maravilloso —corroboró su madre con entusiasmo—. Es nuestro vecino y así no tendrás que vivir lejos de casa.
Redfield sonrió y se miró las uñas con falsa humildad, mientras su madre enumeraba las ventajas de aquel enlace. El espanto de Alixe crecía a cada palabra que escuchaba.
—¿Qué pasa con St Magnus? —consiguió preguntar cuando su madre se detuvo para tomar aliento.
—Tienes razón, querida —dijo Redfield con una sonrisa bondadosa, casi condescendiente—. Habría que comunicárselo enseguida. Tenemos mucho que agradecerle.
Alixe no tuvo tiempo para reaccionar, porque Redfield se dirigió rápidamente a sus padres.
—Si les parece bien, me gustaría hablar un momento a solas con mi prometida —lo dijo mostrando sus blancos dientes en una sonrisa, como si realmente estuvieran ya prometidos.
Pero, naturalmente, abandonó la farsa en cuanto sus padres salieron del despacho.
—Sé lo que te está pasando por tu bonita cabeza, Alixe Burke, pero no tienes de qué preocuparte. St Magnus ya no puede hacerte daño. No permitiré que difame a mi esposa. Le he explicado la situación a tu padre… y el exceso de entusiasmo que mostró St Magnus tras ganar el concurso.
Se refería al beso de Merrick en público, pero aquello solo era la punta del iceberg.
—No era la primera vez que St Magnus demuestra un… entusiasmo desbordado contigo, ¿verdad? Pero no me importa, tal es el respeto que te tengo.
Alixe no se dejó engañar. El supuesto respeto de Redfield no tenía nada que ver con un verdadero afecto.
—Veo que estás desesperado por hacerte con mi dote —le dijo, sosteniéndole la mirada.
—Tus padres sí que están desesperados por verte casada… Mucho más de lo que estaban en primavera. St Magnus nos ha sorprendido a todos, pero eso también nos beneficia. Yo estoy desesperado por casarme y tus padres están desesperados por alejarlo de ti… No debería sorprenderte. Así se forman las alianzas, querida. Esta primavera me equivoqué al proponértelo a ti directamente. Si hubiera hablado con tu padre desde el principio, ya estaríamos comprometidos y te habrías ahorrado sufrir las ignominiosas atenciones de St Magnus.
—No me llames «querida» —masculló Alixe—. Yo no soy tu querida.
—Tampoco eres la querida de St Magnus —dijo Redfield con una fría carcajada—. Se llevará una gran decepción al ver que me llevo yo el premio, pero así son las cosas. Aceptó jugar con las condiciones de tu padre y perdió. Yo tendré tu dinero y él tendrá su libertad. A los hombres como él no les gusta perder, pero al final se alegrará de seguir con su estilo de vida. Siempre habrá alguna mujer dispuesta a mantener a los St Magnus de este mundo…
El cruel análisis de Redfield le revolvía el estómago. Quería salir de allí, apelar a la clemencia de sus padres y hacerles ver que Redfield solo quería su dinero. Pero sobre todo quería arrojarse en brazos de Merrick y oírle decir que no había sido todo una mentira, que él no la había seducido con la intención de quedarse con su dote, que no se había aprovechado de su cuerpo ni de sus sentimientos…
—Me das asco —espetó. Se giró sobre sus talones para marcharse, pero Redfield la agarró y acercó el rostro al suyo.
—Cuando descubras que digo la verdad, me lo agradecerás. Tú sabes por qué quiero casarme contigo. St Magnus, en cambio, te ha soltado un hatajo de mentiras. No es la primera vez que ofrece placer a cambio de dinero e intenta maquillarlo de algo más. Pregúntale por las gemelas Greenfield.
Alixe se zafó de su mano. No era cierto y ella lo demostraría en cuanto hablara con Merrick.
Merrick recorrió el salón con la mirada, pero no había ni rastro de Alixe. Tampoco estaban el conde y la condesa, lo que además de ser raro resultaba inquietante. ¿Habrían descubierto algo?
Sumido en sus pensamientos, se sobresaltó al oír la voz de Jamie junto a él.
—¿Buscas a Alixe? —le preguntó en un tono extraño, tenso. No era su voz natural.
—¿No está aquí?
—Tengo algunas noticias para ti, y espero que te alegres de oírlas —Jamie lo llevó a la terraza, lejos de los otros invitados—. Sé que has pasado mucho tiempo con Alixe estas últimas semanas. No te he dicho nada porque ella parece muy feliz e incluso ha empezado a vestirse otra vez como es debido. Has ejercido una influencia muy positiva en ella, aunque no logro imaginarme por qué lo has hecho. No es tu tipo de mujer.
—A Ashe tampoco se lo parece —dijo Merrick con un toque de cinismo. Empezaba a cansarse de que todo el mundo le dijera lo mismo. ¿Acaso pensaban que él no lo sabía? Y aun así, ¿creían que iba a dejar de desearla por muy inapropiada que fuera para él?
Jamie se encogió de hombros y le dio un codazo amistoso.
—No es ningún secreto cuál es tu tipo de mujer.
«Una mujer con el pelo castaño y los ojos dorados, que se baña desnuda en el estanque y que grita de placer bajo el cielo del crepúsculo». Obviamente no podía decírselo a Jamie ni tampoco pedirle consejo. Empezaba a echar de menos a Ashe…
—¿Qué ibas a contarme?
—Archibald Redfield, nuestro vecino, ha pedido su mano.
La noticia lo dejó tan aturdido como si hubiera recibido un puñetazo. En realidad no debería sorprenderlo, pues sabía muy bien que Redfield solo quería hacerse con la fortuna de Alixe.
—Pero ella tiene que ir a Londres y disfrutar de la Temporada —consiguió decir sin revelar el encargo que le había hecho su padre—. Seguro que rechaza su propuesta.
—Esta vez no. Mi padre no tolerará que rechace más pretendientes. Está loco de contento. Ahora mismo está hablando con Redfield en su despacho.
Merrick aún no se había recuperado del golpe. No estaba listo para perder a Alixe tan pronto. Había creído que pasarían más tiempo juntos y que resultaría más sencillo renunciar a ella en Londres, cuando volviese a estar rodeado de sus distracciones habituales.
Le puso a Jamie una mano en el brazo.
—No lo permitas, Jamie. Convence a tu padre para que la deje ir a Londres y encuentre a alguien mejor. Ese hombre es un cazafortunas. ¿Alguno de vosotros sabe algo de él? —mientras hablaba pensaba a toda prisa. Él no podía salvarse, pero quizá aún pudiera salvar a Alixe. En aquel momento era lo único que le importaba.
Jamie se puso rígido al oírlo.
—¿Qué sabes tú, Merrick? ¿Tienes alguna información comprometedora sobre él?
Merrick negó con la cabeza.
—Pregúntale a Alixe. ¿Sabías que lo rechazó en primavera? No dijo nada por temor a provocar la ira de tu padre. Ese hombre ni siquiera tiene un título. ¿Cómo se le ocurre a tu padre entregarle a Alixe sin probar suerte en Londres una vez más?
—Solo piensa en el bien de su hija —intervino Redfield, saliendo a la terraza y cerrando las puertas tras él—. Mejor casarla con un respetable terrateniente del condado que dejarla suelta en Londres para que tú la sigas llevando por el mal camino con tus vicios y falsas promesas.
—¡Eso es una infamia! —rugió Merrick.
—¿Qué significa esto? —preguntó Jamie, mirando a Redfield y después a Merrick—. ¿Qué has hecho?
—¿De verdad necesitas que te lo diga? Tú lo conoces mejor que cualquiera de nosotros —dijo Redfield, cruzándose de brazos—. ¿Qué crees que ha estado haciendo con tu hermana todo este tiempo? Se ha aprovechado de tu amistad para venir a esta fiesta de personas decentes, y a cambio ha cortejado a tu hermana con la esperanza de hacerse con ella y con su dinero. Justamente de lo que me acusa a mí.
—¡Embustero! —Merrick ya había tenido suficiente. Empujó con fuerza a Redfield contra la pared y le propinó un puñetazo en el estómago antes de que Jamie lo agarrara y tirara de él hacia el césped, lejos de la luz.
Redfield estaba doblado por la cintura, jadeando y gimiendo de dolor, cuando el conde salió a la terraza y soltó la frase que más veces había pronunciado en su vida.
—¿Qué significa esto? ¿Jamie?
—Parece ser una diferencia de opiniones sobre el compromiso de Alixe —fue la explicación que le dio Jamie, quien a duras penas conseguía sujetar a Merrick.
Folkestone alzó sus cejas grises y clavó la mirada en Merrick.
—¿Es cierto? St Magnus, tu trabajo aquí ha terminado. Vuelves a ser libre. Te propuse un trato de buena fe, y confío en que lo hayas cumplido sin haberte excedido en tus obligaciones.
—¿Pero qué ocurre aquí? —exigió saber Jamie.
A Merrick se le cayó el alma a los pies. Todo iba a salir a la luz y Jamie jamás lo perdonaría.
Redfield consiguió enderezarse y adoptar un aire despectivo.
—A tu buen amigo lo sorprendieron con tu hermana en la biblioteca. En vez de obligarlo a casarse con ella, tu padre le propuso a St Magnus que la ayudara a encontrar un pretendiente más apropiado. ¿Quién querría tener a Merrick St Magnus como yerno? Sin embargo, el acuerdo estipulaba que tendría que casarse con ella si fracasaba en su empeño. Y entonces St Magnus pensó ¿por qué no seducirla él mismo? ¿Por qué convertirla en una dama y luego entregársela a otro hombre cuando él necesita su dinero más que nadie? Tu amigo es tan rastrero como un vulgar tunante. Por suerte, he pedido la mano de lady Alixe para salvarla de que este bribón aquí presente la corrompa.
Jamie aflojó su agarre, seguramente porque se había quedado estupefacto, y Merrick aprovechó para liberarse.
—Eres una rata asquerosa —volvió a cargar contra Redfield, pero en esa ocasión no lo pilló desprevenido y los dos cayeron al césped enzarzados en una violenta pelea a puñetazo limpio.
Hicieron falta Jamie y el conde para separarlos.
—Ya basta, Merrick —le murmuró Jamie al oído—. Con esto solo conseguirás perjudicar a Alixe.
Era el único argumento válido para Merrick, que puso fin a la pelea mientras los curiosos empezaban a salir a la terraza. Jamie y Folkestone tendrían que ingeniárselas para atajar cualquier rumor, y lady Folkestone pediría su cabeza. Su fiesta sería recordada por aquel escándalo, y él sería señalado como único responsable.
—Déjame hablar con Alixe —pidió mientras se ajustaba el chaleco.
El conde negó con la cabeza.
—Como te he dicho, tu trabajo aquí ha terminado. Te aconsejo que hagas el equipaje y te marches. Puedes quedarte en la posada esta noche y mañana seguir adonde quiera que vayan los de tu clase cuando no están alterando el orden de la sociedad decente.
Merrick se había marchado. Alixe lo supo antes de que Jamie se la llevara aparte y le dijera que Merrick había tenido que marcharse por un asunto urgente. Le habría gustado confesarle su recién descubierto amor por él, pero ya era demasiado tarde. Todo había terminado y ella volvía a estar sola.
Peor que sola. El resto de la velada tuvo que soportar la constante presencia de Redfield a su lado. Había llegado tarde a la cena, y lo había hecho con una camisa distinta a la que llevaba en el despacho de su padre. Alixe sospechaba que la inesperada marcha de Merrick estaba relacionada con el cambio de ropa de Redfield, y también con el hecho de que su padre y Jamie se encerraran en el despacho después de la cena.
Lo único bueno de la velada fue la decisión de su padre de posponer el anuncio de un compromiso formal. Irían a Londres como estaba previsto en vez de dar la noticia en el baile que se celebraría al día siguiente. El aplazamiento, por el que seguramente tendría que dar gracias a Jamie, permitiría a Alixe disfrutar de la Temporada antes de la boda y le daría tiempo para reunir un ajuar a la última moda. Además, su padre dijo que había que redactar los contratos y que no había ninguna prisa estando ya zanjado el asunto.
Redfield aceptó las condiciones con una sonrisa forzada, mientras estrechaba la mano de su padre. Era obvio que no estaba nada complacido, y así se lo demostró a Alixe al arrinconarla en la escalera y agarrarle posesiva y dolorosamente el brazo.
—St Magnus se ha marchado y yo sigo aquí, querida. Esta noche he defendido tu honor con mis puños y mi proposición. Estás en deuda conmigo. No lo olvides nunca.