Dieciséis

EL jugoso rumor se extendió rápidamente por todo Londres. Merrick St Magnus había sido expulsado de la fiesta de los Folkestone tras liarse a puñetazos por una dama. Las matronas se escandalizaban al oírlo y agitaban frenéticamente sus abanicos. Los caballeros podían batirse en duelo, pero jamás se rebajaban a una pelea en el jardín de su anfitrión, y mucho menos por la hija del anfitrión. Aquello demostraba que Merrick St Magnus no era un caballero, fuera quien fuera su padre. Pero, protegidas por esos abanicos, más de una matrona albergaba libidinosas fantasías. ¿Cómo sería estar en brazos de un hombre que daba rienda suelta a su pasión y temperamento? La tentación hacía estremecerse a más de una en los salones de baile londinenses.

Allá donde fuera Merrick, se encontraba con lo mismo. Las intenciones de aquellas damas eran tan obvias como sus atributos delanteros. Una conocida viuda de exuberante figura le sonrió provocativamente en el salón de baile de lady Couthwald al verlo acompañado por Ashe, pero la respuesta de Merrick se limitó a un cortante asentimiento de cabeza. Todas pensaban lo mismo, y lo único que variaba de una fantasía a otra era la posibilidad de acostarse a la vez con Merrick y Ashe.

—El conquistador ha regresado —comentó Ashe—. ¿Hay alguna mujer en esta sala que no quiera invitarte a su lecho?

—Solo las que quieren invitarte a ti —respondió Merrick. Aquel éxito arrollador con las mujeres no lo seducía tanto como antes.

—La viuda quería acostarse con los dos. Podría haber sido divertido… Hace tiempo que no lo hacemos —Ashe Bedevere era la única persona que conocía Merrick que podía hablar de un ménage à trois con la misma naturalidad que si estuviera eligiendo un chaleco nuevo.

—Nunca lo hemos hecho —le corrigió Merrick.

—¿Estás seguro? ¿Y aquella vez que…?

—Estoy completamente seguro —lo cortó Merrick. No iba a discutir en un salón de baile con quién había participado Ashe en uno de sus affaires. Ashe había sido su inseparable compañía desde que Merrick volvió a la ciudad. Le había ofrecido alojamiento y Merrick le estaba agradecido, pero no tan agradecido. Los vicios de su amigo empezaban a preocuparlo…

—¿Te estás convirtiendo en un mojigato?

—Solo porque no quiera compartir a una mujer contigo no significa que sea un mojigato.

Aunque tal vez Ashe tuviera razón… Estaba cambiando y eso lo asustaba. Podría haber regresado a Londres después de la pelea con Archibald Redfield, y si había retrasado su vuelta era con la esperanza de que el escándalo se olvidara. Pero su ausencia solo había servido para avivar la expectación de su llegada, y toda la alta sociedad estaba convencida de que llegaría. Al fin y al cabo, Alixe Burke estaba allí, deslumbrando a los jóvenes con su nuevo aspecto. St Magnus no se habría arriesgado a pelearse en casa de su anfitrión para luego retirarse discretamente. No cuando se había pasado dos semanas en Kent con ella, privando de sus encantos a las mujeres de Londres.

No había que ser un lince para intuir todo aquello. El libro de White’s estaba lleno de apuestas del tipo: cuándo llegaría a Londres, cuándo se encontraría con Alixe Burke y si se declararía al verla.

No había ninguna buena razón para no ver a Alixe. Había cumplido con su parte del trato y había convertido a Alixe en la estrella de la Temporada. La pelea con Redfield había hecho el resto. Todo el mundo quería ver a la mujer por la que dos hombres habían llegado a las manos.

Los rumores contribuyeron a afianzar su fama. Alixe había dejado de ser una solterona para convertirse en la soltera más codiciada. Todos querían conquistar a la mujer que había hecho decente a Merrick St Magnus, aunque eso último era invención de Jamie. Merrick no creía haber sido decente en lo que atañía a Alixe, y esa era la otra razón por la que había retrasado su regreso a la ciudad. Tenía la esperanza de que el ardor se enfriara y pudiera recuperar la perspectiva.

No había sido así. Más bien, todo lo contrario.

Necesitaba verla. Quería comprobar que se encontraba bien, o al menos eso se decía a sí mismo. En el fondo tenía que admitir que la deseaba. Anhelaba volver a perderse en sus ojos ambarinos, entrelazar los dedos en sus relucientes cabellos y sentir su cuerpo presionado al suyo. Pero no era lo único que deseaba. También añoraba estar sentado con ella en la biblioteca, hablándole y escuchando sus historias. Por desgracia, no había solución para aquel anhelo. No había nada honorable que pudiera darle a cambio de lo que ella le había dado. Por eso no podía buscarla en los salones de Londres. Lo que había pasado en el campo podía quedarse en mera especulación, pero lo que ocurría en Londres se convertía en un hecho incuestionable.

Entonces el destino decidió tentarlo, a él y a su trabajada lógica. La multitud se dispersó en el extremo del salón de baile y allí estaba ella, rodeada de caballeros ávidos por llamar su atención. Alixe Burke, radiante en toda su gloria, luciendo un vestido de color melocotón y un collar de perlas y esgrimiendo un abanico muy familiar. Se rio con algo que le decía el caballero a su derecha y se inclinó hacia él, rozándole la manga con una mano enguantada. El caballero sonrió ampliamente, envalentonado.

Merrick sintió un nudo en el estómago. Él le había enseñado aquel truco, y ella lo estaba poniendo en práctica con una naturalidad envidiable a pesar de sus reservas iniciales. Merrick no esperaba sentir aquella reacción tan dolorosa al verla coqueteando con otro. El afortunado caballero era el vizconde Fulworth, quien se había apostado en White’s que Merrick bailaría con Alixe antes del seis de julio. Merrick quiso destrozarlo por estar cortejándola mientras apostaba a sus espaldas cuál sería su próximo movimiento.

A su lado, Ashe carraspeó ligeramente.

—Creo que iré a ver si la viuda se conforma solamente con uno de los dos. Si me disculpas…

Merrick asintió distraídamente. Todos los presentes debían de haberse dado cuenta de que Alixe y él estaban a escasos metros el uno del otro. El murmullo de las conversaciones disminuyó y Merrick se convirtió en el centro de todas las miradas. Alixe apartó la vista del caballero con el que hablaba y siguió el rastro del silencio hasta que sus ojos lo encontraron. Estos se abrieron como platos, llenos de emoción, pero un segundo después los cubrió una expresión de recelo.

Merrick avanzó hacia ella. Tenía que actuar de un modo rápido y natural, antes de que los espectadores empezaran a especular sobre el significado de sus titubeos. Por el rabillo del ojo vio que Jamie se separaba de un grupo y que también se dirigía hacia ellos. La presencia de Jamie serviría para legitimar el encuentro, pero Merrick sabía que su intención era proteger a Alixe. Él se había convertido en persona non grata para los Folkestone.

—Lady Alixe… —hizo una reverencia sobre la mano enguantada de Alixe—. Es un placer encontrarla aquí.

—Gracias, ¿está disfrutando del baile?

—Sí, ¿y usted?

—Mucho. La decoración es preciosa.

La banalidad de la conversación casi sacaba a Merrick de sus casillas. No quería hablar del baile ni la decoración. Quería preguntarle cómo estaba, si se arrepentía o no de lo que hicieron en el estanque y si entendía por qué se había marchado él de la fiesta. Quería explicarle que no había tenido elección y que se marchó para no perjudicarla. Y también quería disculparse por no haberse puesto en contacto con ella.

Solo había un lugar en el salón donde se pudiera hablar con un mínimo de intimidad.

—¿Me concede este baile, lady Alixe? —le preguntó cuando la orquesta empezó a tocar los primeros compases de un vals muy popular.

Alixe pareció asustarse y miró rápidamente su tarjeta de baile.

—Me temo que tengo reservado este baile —se excusó, mirando interrogativamente a Fulworth.

Merrick le lanzó una mirada fugaz al vizconde.

—No era mi intención molestar —se disculpó cortésmente. Estaba a punto de ayudar a Fulworth a ganar su apuesta, y no era una apuesta nimia.

Fulworth hizo una reverencia. No en vano, iba a ganar una fortuna gracias a Merrick.

—Si a lady Alixe no le importa, te cedo este baile, St Magnus. La cena no me ha sentado tan bien como esperaba. ¿Me disculpa, mi querida lady Alixe?

Aquel hombre era un imbécil, pero Merrick le ofreció el brazo a Alixe y la llevó a bailar antes de que Fulworth se inventara otra muestra de caballerosidad.

—No te conviene, Alixe —le dijo mientras le colocaba la mano en la parte inferior de la espalda.

—¿Por qué?

—Apostó en White’s a que yo bailaría contigo antes del seis de julio. Por suerte para él, hoy es día cinco —los hizo girar a ambos y la acercó más a él.

—Estoy descubriendo que los hombres sois muy distintos unos de otros, independientemente de la clase social.

—¿Cómo estás? —le preguntó él para cambiar a un tema más seguro.

—¿Te refieres cómo he estado desde que te marchaste sin decir nada?

—Comprendo que estés disgustada, y me gustaría explicártelo.

—No hay nada que explicar —suspiró—. Ni siquiera sé si estoy enfadada contigo. Lo que me molesta es que te fueras sin despedirte, pero te alegrará saber que Jamie lidió con las consecuencias de forma admirable.

—¿Y Archibald Redfield?

—De momento ha visto frustrados sus planes. Mi familia me ha permitido venir a Londres para disfrutar de la Temporada y reunir mi ajuar mientras mi padre prepara los contratos e investiga el pasado de Redfield. Ahora están los dos en el campo, pero llegarán cualquier día de estos.

—Londres te sienta bien. Estás más hermosa que nunca.

—Tengo que estarlo. Es mi última oportunidad para encontrar a alguien mejor que Redfield —lo miró con una expresión tan conmovedora que le llegó al corazón. Y en aquel momento supo lo que había estado evitando todos aquellos días.

Amaba a Alixe Burke.

—Tenías razón, Merrick. Solo tengo la libertad para elegir quién será mi marido. Redfield intentó arrebatármela, y aún puede hacerlo a menos que encuentre a otro pretendiente. Un joven caballero con título y un pasado decente podría convencer a mi padre… Así que ya ves, el matrimonio se ha convertido en mi prisión y al mismo tiempo en mi única huida.

—Podrías casarte conmigo —la sugerencia brotó de sus labios antes de que pudiera pensar en todas las razones que lo hacían imposible.

Alixe se quedó tan sorprendida que dio un pequeño traspié.

—Jamie me dijo que mi padre te liberó de tus obligaciones —sacudió la cabeza—. No pretendo ser cruel, pero tú no tienes dinero ni título. No eres mejor pretendiente que Redfield. De hecho, quizá seas peor. Mi padre nunca te aceptaría.

—No quiero casarme con tu padre. Quiero casarme contigo. ¿Me aceptarías, Alixe?

El rostro de Alixe se congeló en una mueca de perplejidad.

—No podemos hablar de esto aquí…

—¿Entonces dónde? —acercó desvergonzadamente la cara para acariciarle la oreja con su aliento. Estaba dispuesto a emplear todo su arsenal, por escandaloso que fuera—. Dime el sitio y allí estaré. No he dejado de pensar en ti desde que me fui de Folkestone. Sueño contigo todas las noches y me despierto deseándote. ¿Vas a decirme que tú no piensas en mí y que no te acuerdas de la magia que podemos crear juntos?

Vio cómo tragaba saliva y sonrió.

—Reconoce que tú también me deseas, Alixe Burke.

—No voy a reconocer tal cosa —dijo, pero los labios le temblaban y bajó la mirada a sus labios.

—No hace falta que lo hagas. Tu cuerpo ya lo dice por ti, querida —pasaron junto a las puertas de la terraza—. ¿Y si salimos para que pueda besarte hasta dejarte sin aire?

—No, Merrick, por favor —le suplicó, hundiéndole los dedos en el hombro. Estaba temblando.

—¿Por qué no? ¿Por qué no debo pedir lo que deseo? ¿Y por qué no debes tomar lo que deseas?

—Porque el matrimonio no es un deseo. El matrimonio es para siempre, Merrick, y el deseo es… —encogió delicadamente sus hombros desnudos—. El deseo no es eterno, y tú lo sabes mejor que yo.

Merrick la hizo girar una última vez y con ello acabó el vals. Se quedaron mirándose el uno al otro.

—¿Qué te parece si lo averiguamos?

—No más apuestas, Merrick. ¿Me llevas de nuevo con mis admiradores?

—¿Y luego qué? ¿Hablaremos de cosas triviales de las que ninguno queremos hablar, mientras yo imagino cómo te hago el amor y tú sabrás en lo que estoy pensando?

La devolvió al grupo de caballeros, pero no tuvo ocasión de seguir cortejándola.. Jamie se lo llevó rápidamente con la excusa de saludar a un viejo amigo.

Salieron a la terraza y Jamie fue directamente al grano.

—Creo que sería mejor que la dejaras en paz. Ya has satisfecho la curiosidad de los demás con tu aparición. No hay razón para que le sigas haciendo la corte.

—¿Esto es una advertencia? —no se había esperado menos de él. Jamie lo conocía bien y tenía que proteger a su hermana. Pero Merrick estaba extremadamente susceptible. En los últimos quince minutos había descubierto que estaba enamorado, le había propuesto matrimonio a su amada y había sido rechazado. Suficiente para alterarle los nervios a cualquiera.

—Somos amigos, Merrick. Entiende la posición tan difícil en que me encuentro. Mi hermana ha recibido una proposición decente de Redfield y puede elegir entre todos esos caballeros si no lo acepta.

—No te olvides de mi proposición —añadió Merrick.

—Tú no le has hecho ninguna proposición.

—Acabo de hacerlo… mientras bailábamos.

—¿Mientras bailabais? —repitió Jamie con incredulidad, y se quedó callado unos momentos, intentando buscar las palabras adecuadas—. Dime una cosa, Merrick… ¿Redfield dice la verdad? ¿Tu intención era cortejar tú mismo a Alixe?

Merrick se apoyó en la barandilla.

—No, yo jamás jugaría con tu hermana —ni con ninguna mujer. Ese había sido el estilo de su padre, no el suyo.

—Entonces, ¿por qué…?

¿Por qué se había declarado a Alixe Burke cuando podría tener a cualquier mujer que deseara sin necesidad de proponerle el matrimonio?

—Porque cuando la miro no puedo imaginarla con ningún otro hombre que no sea yo —era la única razón que había echado por tierra todas sus reservas y la convicción de no ser apropiado para ninguna mujer decente.

Jamie le puso una mano en el hombro.

—En ese caso… lo siento.

Se compadecía de él por no ser un hombre mejor. Un hombre que no hubiera dedicado su vida a labrarse una pésima reputación. Se compadecía de él por no tener el dinero que le permitiera casarse con una mujer como Alixe Burke. Se compadecía de él por haberse enamorado de la única mujer a la que nunca podría tener.

 

 

 

Alixe no podía concentrarse en nada de lo que Fulworth estaba diciendo. Todo el ingenio del que había hecho gala el caballero antes del vals se había desvanecido. Merrick y Jamie habían salido a la terraza, y solo Jamie había vuelto a entrar. Confió en que no se hubieran peleado y que Merrick no se hubiera ido a buscar consuelo a otra parte. La verdad era que esperaba demasiado, y la lista no dejaba de crecer mientras Fulworth, tan correcto y decente, seguía hablando de las empanadillas de langosta.

Si Merrick hubiera estado allí, le habría lanzado una lujuriosa mirada acompañada de una media sonrisa. No pudo evitar sonreír al pensar en él. En el baile la había dejado atónita, pero era imposible estar enfadada con él mucho tiempo. Ella había rechazado su extravagante proposición, y con razón. La idea era tan descabellada que no podía tomarse en serio.

—Según mis cálculos, a dos empanadillas de langostas por baile, a razón de dos bailes por noche, un caballero consume una media de doscientas cincuenta empanadillas en una Temporada —concluyó Fulworth con una floritura.

—Vaya, eso son muchas empanadillas —exclamó Alixe, fingiendo estar impresionada ante sus habilidades matemáticas.

Los otros caballeros se pusieron a discutir sobre el resultado. ¿Era un cálculo exacto o una aproximación? ¿No serían trescientas empanadillas por barba? ¿Y desde cuándo había que empezar a contar exactamente, desde el inicio oficial de la Temporada o la semana después de Pascua?

Alixe le murmuró una excusa a Fulworth, quien apenas le dedicó una mirada, y salió furtivamente del salón de baile, contenta de poder escapar.

Encontró un refugio tranquilo en la biblioteca de Couthwald. Allí se sentó en un sofá y se quitó las zapatillas para mover con gran alivio los dedos de los pies. Estaba cansada de bailar, de sonreír y de fingir que le interesaban los caballeros más galantes de Londres. No eran más que un puñado de mediocres que solo sabían hablar de empanadillas, pero tendría que elegir a uno de ellos si no quería casarse con Redfield.

«Podrías casarte con Merrick». Su proposición parecía sincera, todo había que decirlo. Pero eso no cambiaba nada. Había mil razones por las que rechazarlo, desde las consideraciones de tipo social hasta su propia felicidad personal. No soportaría perder a Merrick cuando su deseo por ella se hubiera desvanecido.

Pero hasta entonces todo podía ser maravilloso… Y un poco de placer siempre sería mejor que nada de placer.

Respiró profundamente para relajarse y fue entonces cuando advirtió que no estaba sola en la biblioteca. Había un olor distintivo en el aire… El familiar aroma de la colonia Fougère.

—Tenemos que dejar de encontrarnos así —dijo una voz tan familiar como la fragancia del perfume.

Merrick salió de una alcoba. Se había quitado la corbata y desabrochado el chaleco, y en la mano llevaba una copa de brandy.

A Alixe la invadió el pánico y se levantó de un salto, olvidándose de las zapatillas.

—Por favor, dime que estás solo… —miró hacia la alcoba y rezó por que nadie más saliera. No quería verlo con otra mujer aquella noche.

Merrick le sonrió maliciosamente y se acercó a ella mientras giraba indolentemente la copa.

—Podría decírtelo, pero sería mentira, ya que estoy contigo —un deseo azul ardía en sus ojos. Aquel no era el Merrick St Magnus galante y comedido que la seducía sobre una manta en el campo. Aquel era el Merrick en estado puro, salvaje y peligroso, dominado por una pasión incontenible—. Me has rechazado una proposición decente… —dijo con voz profunda y ronca, cargada con el mismo deseo voraz que despedía su mirada—. ¿Puedo hacerte una indecente?