Cinco

¿QUIÉN hubiera imaginado que el camino a la perdición conducía a la biblioteca del conde de Folkestone?

Cierto que ese viaje había durado casi diez años, y precisamente eso empeoraba aún más la situación.

Merrick se movió ligeramente en el asiento. Una cosa era recibir una severa amonestación siendo un joven novato, pero otra muy distinta era que tuviese casi treinta años y fuera el libertino más famoso de Londres. Que lo pillaran en flagrante delito con una hermosa viuda no tenía mayor importancia. Pero que lo sorprendieran cuando intentaba besar a la hija de un conde era absolutamente imperdonable. Por desgracia así había sido y todo indicaba que tendría que pagar las consecuencias. Lo irónico del asunto era que no había hecho nada. En aquella ocasión, por primera vez desde que podía recordar, todo había sido casto, puro e inocente.

Pero las apariencias decían otra cosa: el atuendo de Alixe, la camisa arremangada, la hora, lo cerca que estaban el uno del otro en la mesa… Y por encima de todo, la maldita apuesta con Redfield. Todo apuntaba al desastre.

—¿Intentaba besar a mi hija? —le preguntó Folkestone con una máscara de hielo sobre el rostro.

—Sí. Lo estaba intentando —recalcó la palabra «intentando»—, pero aún no lo había conseguido.

Folkestone frunció el ceño. La aclaración no había servido para tranquilizarlo.

—Por mí como si intenta transformar el metal en oro. Estaba a solas con ella a medianoche.

—En la biblioteca, señor —protestó Merrick. Quiso añadir que la biblioteca era el lugar menos romántico de una casa, pero entonces recordó lo que había hecho con la señora Dennable en la biblioteca de los Rowland unas semanas antes.

—Menos mal que Redfield es el alma de la discreción… —comentó Folkestone.

Suponiendo que tuviera alma, pensó Merrick. Estaba convencido de que todo había sido obra de Redfield, aunque no lograba imaginarse sus motivos.

Pero no podía defenderse acusando a Redfield, y tampoco podía alegar que habría hecho lo mismo con cualquier chica que hubiese entrado en la biblioteca. Si había intentado besar a la hija de Folkestone se debía, simplemente, a que fue la primera, y la única, en aparecer.

—Ha puesto a mi hija en un grave compromiso, pero eso no la convierte a ella en inocente. Podría haberse marchado de la biblioteca en cuando usted le advirtió de su presencia —los penetrantes ojos de Folkestone, del mismo color oscuro que los de Alixe, miraban fijamente a Merrick—.Alixe siempre ha sido una chica poco convencional. Tal vez si se casara y formara una familia sentaría cabeza de una vez por todas.

Merrick no creía que Alixe estuviera de acuerdo con la valoración de su padre, pero no dijo nada.

—Alixe necesita un marido —sentenció Folkestone.

Merrick tuvo que emplear toda su fuerza de voluntad para no encogerse ante lo inevitable. Después de aquella noche, Folkestone esperaría que hiciera lo correcto y pidiese la mano de su hija, una chica a la que apenas conocía.

Folkestone se recostó en su sillón y juntó los dedos.

—Como sin duda usted sabrá, en este tipo de situaciones el caballero tendría que casarse con la dama en cuestión. Sin embargo, y para ser sinceros, usted no es precisamente el pretendiente ideal y no importa quién sea su padre. Su mala y merecida reputación lo precede allá donde vaya… De manera que le propongo lo siguiente: convierta a mi hija en la estrella de la Temporada.

Merrick se irguió en la silla. No estaba seguro de haber oído bien al conde.

—Señor, ya estamos en junio. Solo quedan seis semanas para el final de la Temporada. No creo que…

—Si no lo consigue, tendrá que casarse con ella al final de la Temporada como castigo por su fracaso —lo cortó el conde—. No es usted el único jugador aquí, St Magnus. Como le acabo de decir, su reputación lo precede y lo sé todo sobre usted. Lo último que desea es perder su libertad, ¿me equivoco? —no le dio tiempo a responder—. No creo que le gustara tenerme como suegro, y sabe Dios que yo preferiría tener a cualquier otro hombre como yerno, por muy buen amigo que sea de Jamie.

Merrick ignoró la ofensa y probó con otra táctica.

—Señor, la gente que conozco en Londres no creo que sea la más adecuada para…

—Tiene los contactos adecuados cuando se trata de usarlos —volvió a cortarlo el conde—. Úselos ahora o aténgase a las consecuencias —se levantó y dio por acabada la conversación—. No hay nada más que hablar. Usted decide, igual que eligió apostarse con sus amigos a que podía besar a mi hija. Tiene dos semanas para preparar a Alixe y el resto de la Temporada para que los caballeros se fijen en ella. De lo contrario, tendrá que casarse con ella en septiembre.

La puerta del despacho se abrió y apareció lady Folkestone, seguida por Redfield.

—He traído a su esposa —dijo él con un dramatismo exagerado—. A veces ayuda contar con la opinión de una mujer, sobre todo en este tipo de situaciones —sí, definitivamente era un dramatismo exagerado. Un hombre tan sagaz como Folkestone no podía dejarse engañar por la hipocresía de Redfield.

Lady Folkestone no era una mujer tímida. Se plantó junto a su marido y exigió una explicación, que el conde se apresuró a darle. Después, clavó la mirada en Merrick.

—¿De modo que va a casarse con nuestra hija?

—No necesariamente, milady —respondió Merrick en tono suave—. Espero ayudarla a encontrar un pretendiente más apropiado.

Lady Folkestone se echó a reír.

—No existe el pretendiente apropiado para Alixe. Llevamos años intentándolo y no hemos conseguido nada. Y al decir «llevamos» no me refiero solo a esta familia, sino a toda la alta sociedad de Londres —el resentimiento de lady Folkestone sorprendió a Merrick. No era la actitud que se esperaba en una madre—. Alixe no quiere casarse ni formar una familia. Después de lo ocurrido con el vizconde Mandley, solo le interesan sus viejos manuscritos y trabajar en paz.

¿Y entonces por qué no se lo permitían?, quiso preguntarles Merrick. El conde tenía dinero de sobra para mantener a una hija solterona.

—Ah, Mandley… Aquello fue una verdadera lástima. No creo que Alixe pueda recibir una proposición mejor —se lamentó Redfield desde la puerta, donde parecía estar montando guardia.

—Yo no estaría tan seguro —replicó Merrick—. Mandley no quería una esposa; quería una institutriz para sus tres hijas a la que no tuviese que pagar —Mandley podía ser un cuarentón apuesto y adinerado, pero su tacañería era legendaria en los clubes de Londres. En una ocasión preguntó su podían reducirle la suscripción a White’s durante los meses que pasaba en el campo.

—No hay nada malo en querer ahorrar —señaló Redfield.

Merrick se giró y le clavó una dura mirada. Su suerte ya estaba echada, pero aún podía salvar la de Ashe. Se levantó y se dirigió a lady Folkestone.

—Lamento profundamente lo que ha sucedido esta noche, y haré todo lo que esté en mi mano para que la reputación de lady Alixe no se vea afectada por este indecoroso incidente —se inclinó y depositó un beso en los nudillos de lady Folkestone—. Ahora, si me disculpan, me gustaría retirarme a descansar. Estaré impaciente por encontrarme con lady Alixe mañana por la mañana.

Pasó junto a Redfield al salir y se detuvo un instante para murmurarle algo en voz baja:

—Has perdido la apuesta. Te espero fuera para que me pagues.

 

 

 

En la sala de billar solo quedaban Ashe y Riordan, cada uno recostado en un sillón. Merrick entró y arrojó un grueso fajo de billetes en la mesa de billar.

—Aquí tenéis vuestra parte.

Ashe se incorporó en el sillón.

—¿Cómo lo has logrado? ¿Fuiste más rápido que Redfield?

Merrick sonrió. Vencer a Redfield era lo único bueno que podía sacar de aquella noche.

—Besé a lady Folkestone en la mano delante de él. Tuvo que ser testigo de su derrota.

Ashe se relajó y agarró su parte de las ganancias.

—Redfield lo había planeado todo. Después de que te fueras, empezó a jactarse de que sabía que una dama en particular había estado visitando la biblioteca las últimas noches.

—¿Dijo su nombre? —Folkestone contaba con mantener el asunto en secreto, confiando en que solo Redfield y él sabían que se trataba de Alixe.

Ashe negó con la cabeza.

—No, no nos dio ningún hombre. Solo dijo que lo sabía.

Merrick asintió. Mejor así. Aunque seguía sin comprender por qué Redfield había hecho una apuesta sabiendo de antemano que iba a perderla. A menos que pensara que Alixe no sucumbiría a sus encantos…

—Pero la presencia de lady Folkestone en la reunión hace pensar que la dama en cuestión era lady Alixe —continuó Ashe—. A Jamie no le hará ninguna gracia.

—Jamie no tiene por qué enterarse.

—¿Suenan campanas de boda? —quiso saber Riordan. Le ofreció su petaca a Merrick y este la rechazó.

—Más o menos —les explicó el acuerdo al que había llegado para convertir a lady Alixe en la estrella de la Temporada.

—Parece que te has convertido en un cicisbeo… —bromeó Riordan, arrastrando pesadamente las palabras. Obviamente había vuelto a beber más de la cuenta—. Ese caballero cuyo estatus social depende de su habilidad para complacer a las damas. En Italia ocurre igual. Normalmente es el marido quien elige a un cicisbeo para su mujer, pero en este caso es su padre quien te ha elegido a ti para sacarla a pasear…

—No me parece que sea una comparación muy acertada —espetó Merrick. No le apetecía escuchar un sermón sobre la cultura italiana.

Ashe giró distraídamente una copa de coñac vacía.

—¿Recuerdas aquella noche en Oxford cuando formamos el club de los cicisbei?

Merrick asintió y por unos instantes se perdió en los recuerdos de un pasado muy lejano, cuando eran un grupo de jóvenes alocados e ingenuos para los que no había mayor emoción que dedicarse a la desenfrenada seducción de cuantas mujeres hermosas les salieran al paso.

—Supongo que he sido un cicisbeo desde hace mucho —admitió Merrick con un suspiro. Tal vez no había dependido de los regalos y el dinero de las mujeres para vivir, pero sí había sido dependiente en otros aspectos.

Una vida de cortejo y conquistas no era tan atrayente como se habían imaginado años atrás, sentados en una taberna abarrotada de estudiantes, cuando un futuro lleno de posibilidades se abría ante ellos. Habían brindado para celebrar su buena suerte, al ser todos segundogénitos sin responsabilidades familiares. Lo único que heredarían sería tiempo y libertad para hacer todo lo que quisieran. Se convertirían en los seductores más famosos de Londres y no habría mujer que se les resistiera. En su momento, les había parecido una vida ideal.

—No te preocupes por ello —le dijo Ashe. Su tono y su expresión serios contrastaban con los de Riordan—. Todos nos hemos vendido de alguna manera u otra. Es imposible no hacerlo.

Merrick se levantó e intentó adoptar un aire burlón. No le apetecía que Ashe lo contagiara con su filosofía sentimental.

—No hay tiempo para preocuparse. Tengo una novia a la que transformar y un novio al que encontrar.

Y que el Cielo no permitiera que aquel novio acabara siendo él…

 

 

 

A solas en su habitación, Archibald Redfield brindó en silencio y tomó un largo trago. St Magnus se habría marchado a la mañana siguiente. Un hombre como él no sabía lo que era el honor y no permitiría que lo obligaran a casarse para salvar la reputación de una dama. Se esfumaría tan rápido como le fuera posible y le dejaría a él el camino libre hasta Alixe Burke.

La victoria le había costado muy cara, pero había merecido la pena. Con una hábil jugada había conseguido eliminar a St Magnus y había dejado a Alixe en una embarazosa posición de la que él se ofrecería galantemente a rescatarla.

Se tomó otro trago de brandy. Un compromiso bastaría para acallar cualquier rumor sobre la reputación de Alixe. Estaba seguro de ello, sobre todo después de aquel escándalo. Folkestone estaría dispuesto a casar a su hija con el primer hombre que pidiera su mano, aunque no tuviera ningún título nobiliario. Le estaría permanentemente agradecido a Redfield, lo cual sería de gran provecho en el futuro.

Al fin todo marchaba sobre ruedas. Él no podía obligar a Alixe a que se casara con él, pero Folkestone sí que podía.

 

 

 

—No puedes obligarme a que me case en contra de mi voluntad —declaró Alixe, sosteniendo la furiosa mirada de su padre por encima de la mesa de caoba. Aquel era el plan que llevaba esperando oír toda la noche. Merrick St Magnus debía casarse con ella o encontrar a alguien que lo hiciera.

—Puedo hacerlo y lo haré. Ya hemos consentido tus tonterías durante demasiado tiempo.

¿Sus tonterías? La indignación de Alixe aumentó.

—Mi trabajo es muy importante. Estoy rescatando la historia de nuestra región. No solo la historia de Kent, sino también de nuestra familia. ¿Por qué te interesa que lo haga Jamie y no yo?

—No es una ocupación apropiada para una mujer. Ningún hombre quiere una mujer que se interese más por los manuscritos antiguos que por él —su padre se levantó y rodeó la mesa—. Sé lo que estás pensando, señorita. Crees que conseguirás salirte con la tuya, que rechazarás a todos los pretendientes que te busque St Magnus y que también te librarás de él. Pues te advierto que si lo haces no recibirás de mí ni un solo penique. Así comprobarás cómo vive una mujer en este mundo sin la protección de un hombre.

Su padre había dado en el clavo. Alixe estaba pensando hacer lo que siempre hacía: rechazar al pretendiente de turno y seguir tranquilamente con su vida. Pero la amenaza de su padre hizo que se lo pensara mejor. En aquella ocasión estaba realmente furioso, mucho más que cuando ella rechazó al vizconde Mandley. Tendría que encontrar la manera de aplacarlo hasta que encontrara una solución.

—Iré a Londres después de la fiesta y pasaré allí lo que queda de temporada… sin St Magnus.

—No. Ya has tenido muchas oportunidades para triunfar en Londres —su padre soltó un suspiro, pero ella no lo confundió con un signo de debilidad—. St Magnus sabe desenvolverse con clase y donaire y no es un caso perdido, aunque le falte poco para serlo. Si Londres te ve en su compañía te mirará con otros ojos. Casarse con él es una opción impensable, naturalmente. Úsalo y luego déjalo, Alixe, si tan desagradable te resulta. Todo el mundo tiene su lugar en el mundo. Es hora de que encuentres el tuyo.

Alixe miró a su madre, quien se limitó a sacudir lentamente la cabeza.

—Tu padre y yo estamos de acuerdo en esto, Alixe.

Tampoco su madre iba a ayudarla, pero aún le quedaba Jamie. Su hermano conocía todos los trapos sucios de Merrick St Magnus. Seguro que podía convencer a su padre para que no la mandara a Londres con un hombre de su calaña.

—Una cosa más —añadió su padre—. No vamos a decirle nada a Jamie, pues afectaría gravemente a su amistad con St Magnus. Nadie más sabrá nada de esto.

Su última esperanza se evaporaba. Solo podía hacer una cosa y era hablar directamente con St Magnus. A él tampoco debía de entusiasmarle mucho aquel enredo.