Siete
—SEGURAMENTE la villa albergaba a los oficiales del ejército, aunque las mayores defensas romanas se construyeron en Dover. La falta de un puerto de aguas profundas hacía que fuera imposible atacar Folkestone desde el mar, por lo que solo se utilizó como un puesto de vigilancia.
De nuevo intentaba refugiarse en la historia. No había dejado de hablar desde que se levantaron de la manta. Le había hablado de la fauna local de camino a las ruinas y había demostrado tener una inagotable fuente de conocimientos al llegar a los restos de la villa. Todo lo que contaba era muy interesante, pero a Merrick le interesaba más el cambio repentino en su actitud.
—Esta habitación era la sala de banquetes. Lo sabemos porque se han hallado restos de vasijas… —seguía explicando ella.
Merrick dejó de prestar atención a su discurso al ver los restos de una escalera. Se levantó y comenzó a subir, agradecido por llevar unas buenas botas que le impedían resbalar sobre los escombros. La cámara superior ofrecía una vista espectacular del mar y del moderno puerto de Folkestone. Dejó que la brisa le acariciara el rostro mientras perdía la vista a lo lejos. Había descubierto que casi todo parecía tranquilo a lo lejos. En ese aspecto la distancia podía ser muy beneficiosa.
—St Magnus, no deberías subir ahí —lo llamó ella desde abajo, pero él la ignoró—. ¡Es peligroso, Merrick! Los escalones están derruidos y el suelo puede ceder en cualquier punto.
—La vista es increíble —respondió él. Se acercó a los escalones y le ofreció una mano—. Vamos, Alixe. El suelo está seco y firme. No hay peligro de resbalarse y caer por el acantilado.
Alixe dudó un momento, pero se recogió las faldas y empezó a subir. En el tercer escalón tropezó y le lanzó una mirada de reproche.
—No seas cabezota, Alixe, y agárrate a mi mano —bajó unos cuantos escalones y no le dejó más alternativa que aceptar su ayuda.
Su mano era cálida y segura y St Magnus la agarró con fuerza, dispuesto a tirar de ella si fuese necesario. Pero afortunadamente no hubo más resbalones.
Al llegar arriba, la expresión de Alixe se transformó por completo.
—¡Mira esto! —exclamó—. Desde aquí podían vigilar millas y millas de costa y enviar señales a una atalaya en Dover o en Hythe —se volvió hacia él con el rostro radiante de entusiasmo—. Nunca había subido aquí, ¿sabes? He visitado muchas veces las ruinas, pero es la primera vez que subo esta escalera —se giró de nuevo hacia la vista que se extendía ante ellos—. ¿Cómo he podido perderme esta vista hasta ahora? —lo último se lo dijo más a sí misma que a él. La brisa sopló con más fuerza y le agitó el sombrero. Ella se lo sujetó, vaciló un instante y se lo quitó—. Así está mejor —cerró los ojos y se puso de cara al viento y al sol.
Y entonces Merrick hizo un sorprendente descubrimiento.
Alixe Burke era una mujer realmente hermosa. Nadie podría negarlo. La delicada línea de la mandíbula y su elegante cuello, visible solo al levantar el rostro hacia el sol, le conferían una belleza muy especial. Tenía una nariz perfecta, estrecha y ligeramente respingona, unas facciones delicadas y unos labios carnosos. Ningún maquillaje podría crear una estructura ósea como la suya. Su horrible vestido gris podría ocultar gran parte de su atractivo físico, pero cualquier hombre atento se fijaría en su estrecha cintura y sabría que ocultaba unas larguísimas piernas bajo la abultada falda. Y habría que ser ciego para no advertir los turgentes pechos que despuntaban bajo la chaqueta. ¿Sería una protuberancia natural o el resultado de un corsé?
Merrick no creía que los vestidos usados en su debut social hubieran hecho justicia a su belleza. Los blancos y tonos pasteles no eran para una mujer como Alixe. A ella la favorecían los tonos tostados, rojizos y dorados que realzaran el brillo castaño de sus cabellos.
Merrick se acercó a ella por detrás y le puso las manos en los hombros. Estaba tan acostumbrado a tocar a las mujeres que lo hizo sin pensar, pero ella se puso rígida al sentir el contacto. Tendrían que trabajar aquel punto hasta que se sintiera cómoda con algún que otro roce casual, así como tocando ella misma de vez en cuando. A los hombres les gustaba que los tocasen. Un simple roce en el brazo tenía efectos tremendamente positivos, pues creaba una sensación de confianza y cercanía incluso cuando dos personas acababan de conocerse.
Se estaba adelantando a los acontecimientos… Ella no iba a seducir a nadie. No necesitaba conocer todos los trucos que él pudiera enseñarle, solo los suficientes para ser una compañía agradable, atraer la atención de Londres y gustarle al caballero apropiado.
—La vista es maravillosa —le murmuró al oído, y fue recompensado con un pequeño suspiro de nostalgia.
—El mar se extiende hasta el infinito y me recuerda lo pequeño que es el mundo que conozco. Me pregunto si el romano que se sentaba aquí pensaba lo mismo… ¿Qué hay más allá del horizonte? ¿Cuánto mundo queda por descubrir?
Si hubiera estado con una mujer más experimentada, Merrick la habría rodeado con los brazos para apretarla contra su pecho. Pero con Alixe no podía hacerlo… aún.
—No me refería a esa vista —le susurró—. Sino a esta —le colocó un mechón detrás de la oreja—. Eres una mujer preciosa, Alixe Burke.
Sintió cómo ella se ponía tensa.
—No deberías decir lo que no crees.
—¿Dudas de lo que digo? ¿O dudas de ti misma? ¿No crees que eres preciosa? No puedes ser tan ingenua como para pasar por alto tus encantos.
Ella se giró para mirarlo y lo obligó a soltarla.
—No soy ingenua. Soy realista.
—¿Y qué te ha enseñado el realismo, Alixe? —se cruzó de brazos y esperó con interés la respuesta.
—Me ha enseñado que no soy más que una dote, un medio para que un hombre alcance su fin. No es muy halagador…
Merrick no podía refutar sus argumentos. Había hombres que veían a las mujeres como meros instrumentos para lograr sus ambiciones. Pero sí podía refutar la dureza de sus ojos dorados. Por muy realista que fuera, no tenía experiencia suficiente para mostrarse tan cínica.
—¿Y qué hay del amor y el romanticismo? ¿Qué te ha enseñado el realismo sobre ello?
—En el caso de que existan, no son para mí —alzó desafiante el mentón.
—¿Me estás provocando, Alixe? Porque si es un reto, lo aceptaré encantado —Merrick se aprovechó de que estaban solos y le tocó la mejilla con el dorso de la mano—. Una vida sin amor es una vida vacía, Alixe —vio cómo le latía el pulso en la base del cuello y cómo se suavizaba su expresión. La duda dejaba paso a la curiosidad…
La miró un momento a los ojos y luego bajó la mirada hasta sus labios, carnosos y tentadores.
—Déjame mostrarte las posibilidades —le susurró, y la atrajo lentamente hacia él en una irresistible invitación al pecado.
Alixe supo que iba a ceder. St Magnus iba a besarla y ella iba a permitírselo. No podía detenerse, como tampoco podía retener las olas que rompían en la playa. Tuvo un instante fugaz para reconocer su derrota y al siguiente estaba en sus brazos. La boca de St Magnus le cubría la suya en un beso cálido e insistente, acuciándola a responderle. No iba tolerar una falsa resistencia y, francamente, ella no quería resistirse. La lengua le acarició los labios y ella los abrió para ofrecerle el acceso a su boca y besarlo a su vez con toda la pasión y entusiasmo que le permitían sus muy limitadas habilidades. Sintió su mano en la nuca y los dedos entrelazándose en sus cabellos para guiarla con delicadeza, mientras con la otra mano la apretaba contra él. Sintió la forma de sus músculos bajo la ropa. La dureza de su pecho, la presión de sus poderosos muslos… Lo había visto todo en el estanque, pero sentirlo era algo muy diferente.
Todo acabó demasiado pronto. Merrick se apartó y le habló en voz baja.
—Querida, me temo que me estás tentando más de la cuenta —se echó hacia atrás para poner distancia entre ellos y la miró de una manera que la hizo olvidarse de su circunspección habitual.
—Seguro que no hay nada malo en un poco de tentación… Al fin y al cabo, solo es un beso —dio un paso hacia él. Tal vez en esa ocasión fuera ella quien lo besara.
Sus intenciones debían de ser evidentes, porque él la detuvo.
—Cuidado, pequeña pícara. Hay muchos hombres que se aprovecharían de tu entusiasmo. Debes dejar que sean ellos los que te seduzcan y ser muy selectiva a la hora de ofrecer tus favores. Así te buscarán con más anhelo.
Alixe se giró y le dio la espalda. Estaba furiosa y muerta de vergüenza. Se había dejado llevar por la emoción del momento y había creído que se besaban por estar compartiendo una vista maravillosa. No tenía sentido y no importaba cuánto intentara racionalizarlo. El hecho era que había sentido el beso como si fuera algo más que un beso, lo que obviamente no era el caso. Él seguía como si nada hubiera pasado, mientras que ella…
—Alixe, mírame.
—Ni se te ocurra soltarme una de tus frases…
—No iba a hacerlo.
Lo oyó pasearse por el suelo de piedra, haciendo crujir los guijarros bajo sus botas. Tomó aire y lo soltó lentamente. Quería desaparecer, que se la tragara la tierra, a ella y a su vergüenza.
—Lo que iba a decir, Alixe, es que si quieres besar a un hombre, tienes que saber cómo hacerlo.
Vaya, ¿así pretendía arreglarlo?
—No me estás ayudando mucho a aumentar la confianza en mí misma —el mejor beso que había tenido en su vida y a él le parecía un simple besuqueo juvenil.
Estaba detrás de ella. Podía sentir el calor de su cuerpo. Tarde o temprano tendría que enfrentarse a él, de modo que se dio la vuelta e intentó aparentar irritación en vez de la humillación que la abrasaba por dentro y por fuera. Miró a lo lejos para no enfrentarse a su mirada, pero al cabo de unos segundos él le sujetó la barbilla con los dedos.
—Mírame, Alixe. No ha habido nada malo en tu beso. Solamente en tu forma de buscarlo. Necesitas hacerles creer a tus pretendientes que todo es obra suya. Puedes iniciar tú el beso, pero con la sutileza suficiente para que parezca que lo hacen ellos. Déjame enseñarte cómo.
De nuevo el peligro… Alixe intentó retroceder, pero él la agarró de la mano y continuó con sus instrucciones.
—Toca a tu caballero en la manga. Haz que parezca un gesto natural durante la conversación. Inclínate hacia delante y ríete un poco con cualquier observación que él haga. Así todo parecerá espontáneo y sincero. Luego, juega con tus ojos. Sonríele, no de manera descarada, y baja la mirada como si no pretendieras que te pillase mirándolo. Más tarde, cuando salgáis al jardín, posa la mirada en sus labios unos segundos. Asegúrate de que se da cuenta. Entonces muérdete tímidamente el labio y aparta la mirada rápidamente. Si no es un idiota, se detendrá diez pasos más adelante y te besará. Cuando se detenga, abre los labios para darle a entender que será bien recibido.
—Debería haber traído pluma y papel para tomar notas —murmuró ella—. No me esperaba recibir una clase sobre la seducción.
—No es mala idea… Quizá debería escribir un libro sobre el noble arte del beso —dijo él, riendo—. Ahora prueba a hacerlo tú. Yo ya sé cómo funciona. Siéntate ahí y fingiré que te traigo un poco de ponche —le señaló una piedra redonda.
—Esto es de locos —protestó Alixe, pero obedeció.
—He oído una noticia muy interesante cuando he ido a por el ponche —empezó Merrick.
—¿Ah, sí? —preguntó ella, abriendo mucho los ojos con falso interés.
—Sí. He oído que la vaca se va a escapar con la cuchara —le susurró en tono confidencial.
—¿No se supone que es el plato el que se escapa con la cuchara? —lo corrigió Alixe.
Merrick se inclinó más hacia ella y le sonrió maliciosamente.
—Sí, creo que sí. Por eso mi noticia es tan impactante… Es completamente inesperada.
A Alixe se le escapó una risa incontenible. Antes de darse cuenta, se había inclinado hacia delante y le había puesto la mano en el antebrazo.
—Cuénteme… —consiguió pedirle entre una carcajada y otra.
—Bueno, me lo ha contado el gato que a su vez se lo oyó al violín… —Merrick intentaba mantener la compostura mientras seguía diciendo tonterías sin sentido. En su expresivo rostro se reflejaba un apasionante duelo entre la seriedad y la hilaridad que provocaban sus palabras. En aquellos momentos era muy fácil olvidar quién era él y quién era ella, como había sucedido en la biblioteca.
Alixe bajó la mirada a su boca y se posó en su labio superior, fino y elegante como el de un aristócrata. Él la imitó e inclinó la cabeza para capturarle los labios en un beso suave y delicado. Le atrapó ligeramente el labio inferior y le desató una ola de calor en el estómago. Aquel beso, más lento y prolongado, dulce y tierno, le provocaba una emoción completamente distinta al anterior. Quería sumergirse por entero en las sensaciones y convertirlo en algo más apasionado. Nunca había imaginado que besar pudiera ser tan maravilloso.
—Así sabes que lo has hecho bien. Como decían los sabios, la prueba de que existe el pudin está en comérselo… Eres una alumna muy aventajada. Sigue así y tendrás a todo Londres a tus pies en menos que canta un gallo.
Se lo dijo en tono jocoso, quizá para darle ánimos, pero Alixe no se lo tomó así. ¿Cómo había podido olvidar qué clase de hombre era Merrick St Magnus? Era un mujeriego, un seductor consumado. Su hermano la había advertido contra él, y ella sabía muy bien qué papel representaba en aquella farsa. Sin embargo, al besarla lo había sentido como algo real, no como una simple lección.
Se levantó y se sacudió las faldas.
—Vamos a dejar una cosa muy clara. No necesito lecciones de amor. Y mucho menos de ti.
Merrick tuvo la osadía de echarse a reír ante su justificada indignación.
—Claro que las necesitas, Alixe Burke. Y las necesitas de mí.
¡Lecciones de amor, nada menos! Alixe apenas podía permanecer sentada mientras Meg la peinaba para la cena. Merrick St Magnus era insufrible. Parecía tomárselo todo a broma, incluso a ella…
Se había reído de su atuendo y le había insinuado cómo debía vestirse. Pero muy pronto iba a descubrir que ella no renunciaba tan fácilmente a su plan. El discreto vestuario de Alixe había demostrado ser una defensa excelente contra los pretendientes indeseados. Él era la excepción.
Aquella velada se lo recordaría. Meg había sacado su segundo mejor vestido, pero Alixe optó por un austero vestido beis con un sencillo ribete de encaje del mismo color. A Meg, lógicamente, no le gustó nada su elección.
—No sé por qué quiere ponerse este vestido tan viejo —le dijo mientras le sujetaba una trenza con la diadema—. Lord St Magnus parecía muy interesado en usted esta mañana. Es un caballero muy apuesto. Pensé que querría ponerse algo más elegante esta noche.
—Solo estaba siendo educado —le dijo Alixe.
Educado… Tan educado que había bromeado con ella en el picnic, la había enseñado a besar y le había hecho olvidar que solo lo hacía por obligación. Pero no podía contarle nada de eso a Meg.
En aquella ocasión su padre le había dado una auténtica lección de humildad, chantajeando a St Magnus para que aceptara ser su tutor.
No, no podía seguir pensando de esa manera. St Magnus no era la víctima. Lo era ella. St Magnus estaba del lado de su padre. Quizá no pensaba como él, pero también quería verla casada con otro.
—¿Quiere un poco de colorete para las mejillas? —le sugirió Meg, esperanzada.
—No.
—Pero, señorita Alixe, el beis es un color muy soso.
Alixe sonrió al contemplar la imagen apagada e insulsa que le ofrecía el espejo.
—Sí que lo es.
Estaba lista para bajar a cenar y demostrarle a St Magnus que iba en serio. Por muchas lecciones de amor que le ofreciera, tendría que acabar aceptando la inutilidad de sus esfuerzos.