Dieciocho

HABÍAN pasado dos semanas desde que vio a Merrick, y Alixe empezaba a temer que fuera a necesitarlo después de todo. Su bravuconería solo le había durado la noche que lo dejó en la biblioteca de Couthwald, estando enojada y desconcertada. Pero mientras introducía la aguja en el lino irlandés que estaba bordando, pensó que quizá su reacción hubiese sido exagerada.

Buscó en su neceser una hebra de seda azul e intentó concentrarse en el bordado de flores para no pensar. Su madre la había invitado a sentarse con ella y coser, pero Alixe quería estar sola. No confiaba en sí misma para no delatarse en presencia de otras personas, y su madre se quedaría horrorizada si supiera que sus pensamientos se centraban casi todos, por no decir todos, en Merrick St Magnus.

Había sabido la verdad sobre Merrick desde el principio. Jamie se había encargado de ello con sus discretas advertencias. Pero no necesitaba a su hermano para saberlo. La reputación de Merrick era conocida en todo Londres y no podía ocultarse fácilmente.

Había oído rumores de todo tipo tras los abanicos de las mujeres a la hora del té. Todas fingían escandalizarse por las aventuras de Merrick, pero en realidad a todas les gustaría protagonizarlas. Y además había visto por sí misma lo que era. Un seductor atractivo, galante, encantador, y un segundo hijo sin más perspectiva en la vida que cautivar a las mujeres con su mirada azul y su cuerpo de ensueño.

A Alixe la habían advertido contra los hombres como él. Toda heredera en posesión de una fortuna como la suya sabía qué compañía era aceptable y a quién había que evitar. Pero ella se había empeñado en creer que Merrick era distinto, y durante un tiempo lo había conseguido. Nadie esperaba ni quería que se casara con él y él no la había presionado como un pretendiente interesado. El limitado papel que le habían asignado por un corto periodo de tiempo lo convertía en un acompañante decente con el que podía estar segura.

Pero entonces la besó y nada volvió a ser igual, al menos para ella. Perdió la sensación de seguridad, la ilusión de ser una solterona toda su vida, la determinación por evitar a los pretendientes que solo buscaban su fortuna y el rechazo a un matrimonio de conveniencia. Si se casaba, gozaría de respeto, fidelidad y, tal vez, amor.

Nada de eso podría ofrecerle Merrick, y sin embargo ella estaba dispuesta a conformarse con el extraordinario placer que le ofrecía y los increíbles momentos de conexión que acompañaban ese placer. De hecho, ya se había arriesgado a renunciar a sus ideales en dos ocasiones, y todo indicaba que tendría que pagar las consecuencias…

Sí. Tenía un retraso de cinco días. Era pronto para que le entrase el pánico y había muchas explicaciones posibles: el frenesí de la Temporada, el calor de Londres en julio, el estrés por su drama matrimonial… Pero aun así debía prepararse para lo peor. O aceptaba la proposición de Merrick o se casaba inmediatamente con Archibald Redfield, quien, al ser también rubio, no sabría que el niño no era suyo. Redfield solo quería el dinero y el prestigio social de los Folkestone. Con él no habría necesidad de fingir nada. No habría ilusiones ni heridas que sanar cuando la farsa se hiciera pedazos. Por otro lado, la unión con Redfield representaba todo lo que ella había luchado por evitar a toda costa.

Pero ¿era mejor la elección de Merrick? Con él habría placer, eso seguro. Y momentos en los que todo sería maravilloso. Pero también habría momentos amargos y dolorosos cuando, saciado el deseo, se diera cuenta de que Merrick no la amaba. No solo dolor, sino también dudas. ¿Lo habría maquinado todo Merrick desde el principio? ¿Había visto la oportunidad de hacerse con su fortuna, como había insinuado Redfield de manera tan poco elegante?

Quizá había confiado en dejarla embarazada y obligarla a casarse con él. Pero a Alixe le costaba imaginárselo como alguien sin escrúpulos. Por muchos escándalos que hubiera protagonizado, Alixe no creía que hubiera maldad en sus actos ni que los llevara a cabo con quien no entendía y aceptaba el riesgo.

¿Qué elección tomar? ¿La ilusión o la realidad? ¿Merrick o Archibald? ¿Cómo elegir a uno de los dos sin traicionarse a sí misma? No quería verse obligada a tomar una decisión, pero quizá fuera demasiado tarde para escapar al daño. Sospechaba que Merrick ya le había roto el corazón…

—Señorita, tiene una visita —le dijo Meg, y Alixe se fijó en que su doncella estaba colorada y que la voz le temblaba de excitación. También a ella se le aceleró el pulso al pensar que Merrick St Magnus la estaba esperando en el vestíbulo. Una prueba más de que no había escapado de su hechizo.

Se alisó las faldas y recuperó la compostura.

—Hazlo venir al jardín, Meg, y pide que nos sirvan limonada —dijo en su tono más tranquilo.

—¿Debo decírselo a su madre?

—No. Basta con que te quedes tú de acompañante —Merrick demostraba una audacia sin parangón al presentarse allí después de que su padre lo hubiera echado de la fiesta. Alixe sospechaba, además, que Jamie le había reiterado el mismo rechazo en el baile de Couthwald, aunque seguramente en términos más corteses.

¿Qué podía haberlo llevado a visitarla? Merrick debía de ser consciente del tipo de recibimiento que le dispensarían.

Un pequeño destello de esperanza brotó en su pecho.

¿Había ido por ella? Qué estupendo sería que una heredera de veintiséis años, relegada al ostracismo social y a ser una solterona toda su vida, hubiera removido las emociones ocultas de un consumado libertino como St Magnus. Qué maravilloso sería que pudiera amarla…

Si ella lo aceptaba, todo cambiaría. Y por eso estaba Merrick dispuesto a arriesgarse. Le había costado algún tiempo encontrar la respuesta a la pregunta que Alixe le había hecho. ¿Quién era él? Pero habiéndola encontrado el camino estaba claro… aunque no exento de peligros.

 

 

 

Merrick siguió a la doncella de Alixe, quien apenas podía contener su entusiasmo. Lo llevó al jardín lo más deprisa que permitía el decoro, y a cada paso Merrick sentía cómo aumentaban sus esperanzas, a la par que recordaba el riesgo que corría al ir allí. Alixe había consentido verlo, pero él seguía siendo persona non grata en casa de Folkestone. El conde no lo consideraba un pretendiente apropiado para su hija.

Había conseguido que lo recibieran. El primer obstáculo estaba superado y el siguiente era Alixe. Tenía que vencer sus dudas para aceptarlo, y para ello se había preparado a conciencia durante las últimas semanas. Le dio un último tirón a su chaleco y siguió a Meg al soleado jardín de los Folkestone.

Alixe estaba cosiendo en un banco de piedra, rodeada por exuberantes rosales. Tenía la cabeza inclinada sobre su labor y parecía el retrato de la mujer inglesa por excelencia: hermosa, refinada y tranquila. Merrick sonrió. Su Alixe era mucho más que eso.

La grava crujió bajo sus botas y Alixe levantó la mirada. Se esforzaba por mantener la calma, pero sus ojos delataban las dudas que bullían bajo su serena fachada.

—Lord St Magnus… ¿Qué lo trae por aquí a esta hora tan temprana? —se levantó y le permitió besar su mano. Había que guardar las apariencias delante de Meg.

Su vestido la favorecía en todos los aspectos. El escote realzaba la exuberancia de sus pechos y la falda se acampanaba ligeramente por encima de la cadera. Su aspecto era enteramente femenino y apetecible.

Merrick le siguió el juego y consultó la hora en su reloj de bolsillo.

—No es tan temprano, lady Alixe. Ya son más de las once.

—Una buena hora para tomar una limonada —dijo Alixe, y le echó una significativa mirada a Meg. La doncella se escurrió al instante y Alixe abandonó la farsa—. ¿Qué estás haciendo aquí? Ya sabes que no eres bienvenido —retomó su labor para mantener las manos ocupadas.

—¿Lo dices por ti? —se sentó a su lado para deleitarse con su imagen. Habían sido dos semanas eternas, pero no podía verla hasta estar completamente seguro de sí mismo.

—Sabes a lo que me refiero. Mi padre te ha despedido —cortó un hilo con los dientes, un gesto que a Merrick le resultó deliciosamente erótico.

—Tu padre, pero tú no, Alixe. No estoy nada satisfecho con nuestra última conversación. Te hice una pregunta y no la respondiste —tenía que darse prisa, pues Meg no tardaría en volver con la limonada.

—Corrección. Sí que respondí a tu pregunta, pero a ti no te gustó mi respuesta —ensartó la aguja en el lino con más fuerza de la necesaria.

—De ahí que no esté satisfecho con la conversación —impaciente, le quitó el bordado de las manos—. Deja esto un momento, Alixe. Si sigues así vas a destrozar la tela —le puso las manos sobre las suyas y sintió el calor de su piel—. En la biblioteca de Couthwald me hiciste una pregunta y he venido a respondértela. Me preguntaste quién era, si el libertino o el marido —ella intentó retirar las manos, pero él no se lo permitió—. Era una buena pregunta, pero aquella noche no tenía la respuesta.

Meg regresó con la limonada. Merrick esperó a que dejara la bandeja en una mesa y se quedara a una distancia discreta antes de continuar.

—Creía que estaba condenado a ser como mi padre. Pero yo no soy él y nunca lo seré. No puede influir en mi vida. No he gastado ni un solo penique de su asignación y hacía siete años que no pisaba su casa… hasta hace dos semanas —hizo una pausa y sacó el fajo de papeles del interior de su chaqueta—. No he sido un perfecto caballero…

Alixe le apretó las manos.

—Yo no creo que seas una mala persona —una bondad innata brillaba en sus ojos dorados.

—Deberías. Hay pruebas de sobra —estuvo tentado de hablarle de las gemelas Greenfield, pero no lo hizo—. ¿Podría ser esto suficiente para ti, Alixe? La posibilidad de ser una mejor persona por ti y para ti… —le tendió los papeles—. Espero que esto te convenza de que puedo cambiar. Quiero cambiar. Quiero ser todo lo que tú necesites.

Alixe aceptó los papeles y los hojeó rápidamente.

—¿Eres propietario?

—Un pariente lejano me ha legado su propiedad, a condición de que me case —quería ser honesto con las condiciones, pero no quería que Alixe pensara que había ido a pedir su mano solo por hacerse con la herencia, además de su dote—. Podría ser nuestra, Alixe. Al fin tendría algo mío y no dependería de tu fortuna. No es gran cosa, pero sería nuestro. Y no está lejos de Folkestone. Podrías seguir con tus proyectos históricos.

—¿Qué me estás pidiendo, Merrick? —le preguntó ella con cautela, devolviéndole los papeles.

—Te estoy pidiendo que lo reconsideres. Francamente, he superado tus reservas iniciales con no poco riesgo por mi parte.

—Habrías sido un buen abogado, Merrick —le sonrió.

—¿Y bien?

—Soy muy consciente del honor que me haces…

A Merrick se le encogió el corazón. Iba a rechazarlo. Así empezaban siempre los rechazos. No lo sabía por experiencia, sino por lo que oía a los otros hombres en los clubes. A él nadie lo había rechazado nunca. Claro que tampoco le había propuesto nunca matrimonio a nadie.

—No será suficiente —continuó Alixe con voz triste—. Me gustaría poder aceptar, pero no será suficiente.

—Dime qué hace falta.

—Amor y fidelidad, Merrick. Ese es mi precio —se irguió en posición desafiante—. ¿Puedes serme fiel, Merrick St Magnus?

¿Cómo podía prometerle de por vida algo que solo había experimentado brevemente? La respuesta correcta sería sí, pero la respuesta sincera era:

—Lo intentaré, Alixe.

—No, Merrick. Aquí no vale intentarlo.

—No quiero mentirte, Alixe. ¿Prefieres que te diga que sí sin estar seguro?

—No, claro que no —se levantó para darle a entender que la visita había terminado, pero se tambaleó y a punto estuvo de caer. Merrick la agarró del brazo.

—¿Te encuentras mal? —le hizo un gesto a Meg—. Sírvele un poco de limonada, por favor.

—Es solo el sol —intentó sonreír mientras se sentaba y aceptaba el vaso que le ofrecía Meg.

Merrick no se quedó tranquilo. Lo invadía un extraño presentimiento.

—Meg, ¿podrías ir a buscar un parasol? —la doncella se apresuró a obedecer—. Alixe… ¿hay algo que quieras decirme? —le preguntó con tacto y delicadeza, aunque por dentro estaba hecho un lío.

Ella negó con la cabeza y sorbió lentamente la limonada. Merrick pensó que tal vez no lo supiera y volvió a probar, sin delicadeza esa vez.

—Alixe… ¿has sangrado desde que hicimos el amor?

Ella lo miró, sobresaltada por su descaro.

—No —respondió en voz baja.

—¿Hay posibilidad de que estés embarazada?

Alixe no lo miró. Mantuvo la vista fija en los rosales.

—Es pronto para saberlo. Solo llevo unos días de retraso.

Pero tenía un retraso y Merrick había visto otros signos. Cambios casi imperceptibles en su cuerpo que aún podían ocultarse bajo el vestido.

—Deberías habérmelo dicho.

Ella lo miró con unos ojos a punto de llenarse de lágrimas, y para Merrick fue como una puñalada en el corazón saber que su Alixe estaba sufriendo. Había sido un imprudente con ella, se había dejado llevar por la locura del momento y la había dejado sin elección.

Aquella tarde hablaría con su padre, le gustara a ella o no.