Trece
—¿SE puede saber que estás haciendo? —espetó Ashe mientras descorría las cortinas para que el sol traspasara implacablemente los párpados de Merrick, quien se cubrió los ojos con una mano al tiempo que soltaba un gemido.
—¿Qué estás haciendo tú, más bien? —abrió ligeramente un ojo y vio a Ashe vestido para montar. Una imagen sorprendente, conociendo la tendencia de Ashe a trasnochar y levantarse tarde. Por lo que podía ver con solo un ojo abierto, aún era bastante temprano.
—Me marcho, y te aconsejo que hagas lo mismo. Si haces rápido la maleta podemos salir antes del desayuno —mientras hablaba, registraba el armario en busca de la bolsa de viaje de Merrick.
—¿Pero de qué estás hablando?
—Te estoy hablando de anoche. Tienes mucha suerte de que yo fuese el único que te viera con la mano de Alixe en tu entrepierna.
Merrick se incorporó al momento. Era curioso cómo una noticia alarmante podía despejarlo en un santiamén.
—Puedo explicarlo —farfulló, aunque sabía muy bien que no había manera de explicar qué hacía la mano de Alixe entre sus piernas.
Ashe se echó a reír ante sus patéticos esfuerzos.
—¿Explicarlo? No necesito ninguna explicación para lo que vi.
—¿Nos vio alguien más? —quiso saber, más preocupado por proteger a Alixe que por sí mismo. Había estado seguro de que nadie los podría ver.
—No, ya te lo he dicho. No fuiste tú el único que subió a esa colina con el propósito de seducir a alguien… —Ashe se impacientaba—. Vamos, tenemos que hacer tu equipaje y largarnos de aquí cuanto antes.
—No puedo irme. Tengo que llevar a Alixe a la feria, y mañana por la noche es el baile de máscaras…
—Razón de más para que te marches hoy —lo interrumpió Ashe—. Escucha lo que estás diciendo, Merrick.
—¿Y tú por qué quieres marcharte? —le preguntó él para cambiar de táctica—. Solo quedan dos días de fiesta y estarán llenos de actividades —observó a su amigo con desconfianza—. ¿Es por la señora Whitely?
—Prefiero irme antes de que las cosas se compliquen —admitió él, sin dar más detalles—. Lo mismo que debes hacer tú. Ya has cumplido lo que Folkestone te encargó. La fiesta llega a su fin, nadie ha delatado a Alixe por lo que pasó en la biblioteca y ella está lista para conquistar Londres. Podrás verla en la ciudad, bailar unas cuantas veces con ella y zanjar el asunto con Folkestone. Cualquier cosa que necesites hacer por ella has de hacerla en la ciudad. No hay nada que te siga reteniendo aquí. Dile a Folkestone que quieres ir a Londres con antelación para preparar el camino de su hija —se calló un momento y pensó con cuidado en lo próximo que iba a decir—. Si te marchas ahora dejarás claro que solo estabas cumpliendo con tu parte del acuerdo y que no tienes ningún interés especial en Alixe, porque hasta yo puedo ver que las cosas empiezan a ser un poco… confusas.
Merrick sacudió la cabeza.
—Alixe cuenta conmigo para hoy —era cierto. Alixe se quedaría destrozada al levantarse y no encontrarlo. Pensaría que su marcha se debía a lo ocurrido la noche anterior. Y él no podía soportar que pensara eso de él.
—Santo Dios… Te has enamorado como un tonto —adivinó Ashe—. Se te escapó el asunto de las manos y has acabado enamorándote de lo que tú mismo has creado —meneó tristemente la cabeza—. Por desgracia, es un amor imposible y lo sabes. Jamie te mataría, si antes no te mata su padre. Esa mujer no es para ti, Merrick —soltó una amarga carcajada—. Los hombres como tú y como yo no nos casamos con las hijas virginales de condes y duques, y el matrimonio es lo único que te espera si sigues por este camino. No puedes jugar con ella a los enamorados y luego abandonarla cuando te canses de esta pequeña fantasía. Y te cansarás, Merrick. No estás hecho para la monogamia.
Merrick apartó la manta y se levantó de la cama.
—Gracias por este sermón, reverendo —no sabía con quién estaba más furioso, si con Ashe o consigo mismo. Y tampoco sabía cuáles eran sus sentimientos hacia Alixe Burke. La simpatía inicial se había transformado en admiración, y la admiración en algo mucho más poderoso. Solo le quedaban unos pocos días con Alixe y lo último que quería era despedirse de ella.
—Estás disgustado porque te estoy diciendo la verdad —comentó Ashe desde la ventana—. Un caballero sabe cuándo ha de alejarse.
Merrick respondió con un bufido.
—Tú y yo nunca hemos fingido ser caballeros.
—Bien, quédate si crees que debes hacerlo, pero acepta las cosas como son y no como querrías que fueran. Yo me marcho, y Riordan se viene conmigo.
Merrick sonrió. Ashe no era precisamente el más apropiado para hacer de niñera con Riordan.
—Intenta que no beba demasiado. Estos días ha abusado más de la cuenta.
—Lo haré. En Londres no será difícil encontrar distracción —el tono y la expresión de Ashe eran muy serios y despertaron la curiosidad de Merrick, pero no había tiempo para seguir hablando—. Te veré allí —hizo un gesto de despedida con la fusta y salió de la habitación, dejando a Merrick a solas con sus caóticos pensamientos.
Ashe tenía razón. Las cosas habían ido demasiado lejos y él había dejado de ser un simple tutor para Alixe. Ashe se había referido a ella como «su creación», pero él no había creado a Alixe Burke. Ni siquiera la había transformado. Únicamente había descubierto lo que ella había elegido ocultar. Y cuando al fin había conseguido que se mostrara tal cual era, se disponía a entregársela a otro hombre.
Solo de pensarlo se ponía enfermo.
No quería dejar a Alixe Burke en manos de otro. Pero cualquier otra solución era inviable, como muy acertadamente había señalado Ashe. Si no se la cedía a los jóvenes solteros de Londres tendría que casarse con ella él mismo, y eso era del todo imposible. Sus secretos lo impedían. Alixe no sabía quién era él realmente. Si lo supiera, lo despreciaría con toda su alma. Alixe exigía fidelidad, algo que él no estaba seguro de poder darle. Y aunque pudiera serle fiel, no tenía medios para mantenerla. Dependería por completo de su dote y de lo que su padre estimara oportuno darles. Estaría para siempre limitado por cadenas invisibles. Se convertiría en un hombre mantenido en el pleno sentido de la palabra. Todo el mundo susurraría a sus espaldas que era la mascota de Alixe Burke. Y lo peor sería que Alixe sufriría el mismo desprecio por parte de la sociedad. La gente acusaría a Folkestone de haberle comprado un marido a su hija y los dos tendrían que soportar un cruel exilio sin abandonar jamás el pueblo.
Miró la maleta que Ashe había sacado del armario. Aún podría seguirlos a él y a Riordan. Pero no. Aquello sería propio de un cobarde y no le serviría de nada, porque sus sentimientos y confusión lo seguirían allá donde fuera. Lo mejor era quedarse allí y esperar a que esas emociones se evaporaran por si solas. Si estaba enamorado, se le pasaría pronto. Sus enamoramientos nunca le habían durado mucho.
Y si fuera algo más profundo… también le pondría solución. Sin poner distancia de por medio.
Alixe lo estaba esperando al pie de la escalera, entre el resto de invitados que se dirigían a Leas. Merrick se detuvo un momento antes de bajar para contemplarla. Con su vestido de paseo de color verde parecía una diosa de verano, y el ribete blanco del corpiño le añadía un toque de virtud a la exuberancia de sus pechos. Un sombrero de muaré del mismo color verde le colgaba de la mano por sus cintas. Alixe levantó la mirada y su rostro se iluminó al verlo. Merrick no estaba acostumbrado a ver aquella expresión sincera y radiante en el rostro de una mujer. No tenía nada que ver con los artificios femeninos para llevárselo a la cama, y sin embargo se excitó al verla esperándolo. El cuerpo empezó a arderle al recordar cómo lo tocaba con su delicada mano y la expresión de su cara cuando él la llevó al orgasmo. Tenía la sospecha de que nada ni nadie podría ayudarlo a sofocar aquel fuego, pero desgraciadamente había algo que no podía arrebatarle a Alixe. Él jamás jugaba con una mujer virgen.
Bajó junto a ella y le ofreció el brazo. Estar con ella le resultaba cada vez más sencillo y natural. Le costaría algún tiempo acostumbrarse a su ausencia cuando llegara el momento. Pero ese día aún no había llegado.
—¿Qué quieres hacer primero? —le preguntó.
—Vamos a ver los animales. Los corrales huelen mejor por la mañana —dijo ella, riendo, y dejó que la condujera a uno de los carruajes. Merrick la ayudó a subir y partieron hacia Leas.
El recinto ferial estaba atestado de personas que habían acudido a disfrutar del acontecimiento. La excitación se respiraba en la ligera brisa que soplaba del mar y hasta Merrick se sintió contagiado. Aquel no era un día para preocuparse por el futuro. También Alixe parecía sentir lo mismo; sonreía de oreja a oreja y le apretaba el brazo mientras se dirigían hacia los corrales para ver quién tenía el cerdo más grande o el becerro más gordo. Merrick le compró una empanada y la llevó detrás de un árbol para lamerle el jugo de los labios. Ella se rio y se abrazó a él.
—¿Por qué siempre hueles tan bien? —le preguntó con un brillo de malicia en los ojos—. Hueles a lavanda, a roble y algo más que no logró identificar.
—Es la cumarina. Un perfumista de Bond Street la fabrica especialmente para mí. La intención es simular el olor del heno recién segado —era una colonia muy cara, pero él no había podido renunciar a ella. Le recordaba los veranos de su infancia, antes de que su vida se corrompiera con toda clase de vicios.
—¿Cómo se llama el perfume? —Alixe acercó la nariz al cuello de la camisa para inhalar profundamente.
—Fougère. Puede que sea parte de mi encanto… —le guiñó un ojo.
—Creo que tu encanto es algo más que una simple colonia —le echó los brazos al cuello—. ¿Qué estamos haciendo, Merrick?
—Estamos sacándole el máximo partido a la situación —repuso él. Intentó volver a besarla, pero ella lo evitó.
—¿Qué clase de respuesta es esa? —inquirió en tono desafiante.
—La única respuesta posible. ¿Qué quieres que diga, Alixe? ¿Crees que puedo salvarte? —bajó la voz a un profundo murmullo—. ¿O crees que puedes salvarme tú? Ninguna de las dos cosas es posible. Hemos compartido muchas cosas y sentimos algo el uno el por el otro, pero eso no significa que debamos casarnos —le acarició la barbilla con el dorso de la mano—. Me temo que el matrimonio no nos salvaría a ninguno de los dos, querida, aunque aprecio que lo hayas pensado.
Alixe sacudió la cabeza y se rio.
—¿De verdad eres tan malo como pareces?
—Seguramente sea peor.
—De eso nada. Eres un hombre de honor, lo quieras admitir o no.
Merrick arqueó una ceja.
—Hay muchas personas que estarían en desacuerdo contigo. No soy el primogénito de mi padre, por lo que no he aprendido a llevar una hacienda. No soy el marqués, por lo que no ocupo un escaño en el Parlamento. No soy militar, por lo que no van a destinarme a alguna región perdida del imperio. Tampoco soy un clérigo que se dedique al estudio de la fe y a preparar los sermones del domingo. En realidad, no hago nada que pueda hacer honorable a un hombre.
Su discurso incomodó a Alixe, como demostraba su ceño fruncido.
—Tienes motivos para sentirte incómoda, Alixe. La verdad suele ser incómoda. Y aquí tienes otra verdad. Soy un sinvergüenza que se pasa la vida apostando.
—Entonces, ¿por qué no te marchaste? El hombre al que describes no se habría quedado bajo las condiciones que impuso mi padre. Habría huido de Folkestone sin pensárselo dos veces.
Merrick le dedicó una amable sonrisa.
—Es grato pensar que hay alguien para quien no soy un caso perdido —y que ese alguien fuera Alixe Burke, una mujer que tenía muy poco que ganar y mucho que perder relacionándose con él.
La situación era peligrosa para ambos. Por primera vez en su vida, Merrick deseaba que todo fuera distinto… que él pudiera ser distinto. Alixe Burke estaba enamorada de él y él tenía que impedir que siguiera avanzando hacia un sufrimiento seguro. No tenía sentido avivar en ella unos sentimientos a los que él no podría corresponder.
—Alixe… No puedes atarte a mí —tenía que hacerle ver que sus defectos eran demasiado grandes—. Mi familia no sabe qué es el amor, ¿por qué habría de ser yo diferente? —nunca había expresado en voz alta su preocupación por ser igual que su padre, pero habiendo empezado ya no podía parar—. Mi padre se casó con mi madre por su dinero —levantó una mano para atajar cualquier pregunta—. Conozco a muchas personas que lo hacen, pero en la mayoría de ocasiones es una decisión compartida y la pareja sabe dónde se está metiendo. Esas parejas tienen sus propias reglas de convivencia y respeto mutuo. En el caso de mis padres, no fue así. Mi madre amaba a mi padre y creo que estaba convencida de que él también acabaría amándola a ella —sacudió tristemente la cabeza—. Murió con el corazón destrozado, pero sin haber renunciado jamás a esa ilusión —respiró profundamente—. Cuando te miro, temo que lo mismo te ocurra a ti. No me ames, Alixe. No soy digno de ello.
Pero Alixe se mantuvo firme en su postura.
—Si no hay esperanza para ti, ¿por qué no te fuiste con Ashe esta mañana?
—No estaba listo para dejarte. No tengo más que unos días, pero los aprovecharé al máximo si tú quieres —vio que ella se debatía y la presionó un poco—. No es una proposición muy razonable.
Alixe le mantuvo la mirada, muy seria.
—Pero es la única proposición, ¿no, Merrick? —entonces le sonrió y le dio una respuesta del todo inesperada—: Ahora que está todo aclarado, podemos seguir disfrutando de este día.
—Alixe Burke, he de decir que me has sorprendido —Merrick le devolvió la sonrisa—. Y voy a hacer que no te arrepientas de tu decisión.
Ella le dio un codazo amistoso.
—Eso espero…
Era mejor así. Ya sabían a qué atenerse y Alixe podría disfrutar de Merrick sin hacerse ilusiones, aunque en el fondo nunca había esperado que le pidiera matrimonio. Merrick no era de los que se casaban y no había escatimado en esfuerzos para dejárselo claro. Ella no podría soportar que le propusiera matrimonio por compasión o por un equivocado sentido del honor. Estaba enamorada de él y no había nada peor que un amor no correspondido. Él lo entendía y quería protegerla de un mayor sufrimiento. Solo podía ofrecerle el placer de su compañía y de su cuerpo por un tiempo limitado, y ella lo aceptaría encantada y luego lo dejaría marchar. Sería su regalo de despedida. Aceptaría la primera proposición decente que recibiera en Londres y eximiría a Merrick de toda obligación. Merrick St Magnus era un alma libre y desbocada y se merecía seguir siéndolo.
Pero de momento era todo suyo y ella era suya.
Volvieron al recinto ferial y pasearon entre los puestos y tenderetes. Merrick le compró unas bonitas cintas del mismo color que el vestido y ella se las ató al sombrero. Se detuvieron en el puesto de la sociedad histórica y allí colmaron de halagos a Alixe por su traducción del manuscrito medieval. Después fueron a ver los juegos. Había una concurso de lanzamiento de cuchillos y los hombres animaron a Merrick a participar.
—Está bien, está bien —aceptó él. Se quitó la chaqueta y se arremangó la camisa mientras se daban las instrucciones. Tres cuchillos por lanzador. Los que obtuvieran mayor puntuación pasarían a la ronda final.
Alixe se quedó al margen junto a los otros espectadores.
Conocía a varios de los participantes, pero solo tenía ojos para Merrick y contuvo la respiración cuando él se dispuso a lanzar el primer cuchillo. Entonces se le acercó sigilosamente Archibald Redfield, quien acababa de efectuar sus lanzamientos.
—No te preocupes. St Magnus es un experto lanzador de cuchillos —su tono era jovial, pero a Alixe le pareció advertir un aire de petulancia. El primer lanzamiento de Merrick se clavó en el anillo exterior de la diana y ella se irguió con orgullo—. Sé de buena tinta que participó en una apuesta de lanzamiento de cuchillos en un burdel de Londres. El premio era recibir los favores de una mujer para toda la noche —añadió en voz baja, para que solo ella lo oyese.
Alixe sintió un escalofrío.
—¿Te parece el tipo de rumor apropiado para los oídos de una dama?
El segundo cuchillo de Merrick impactó en la diana y el público lo celebró con un aplauso.
—Me sorprende que no quieras saber lo que ha hecho el hombre con quien pasas tanto tiempo últimamente —insistió Redfield.
—Si paso tiempo con él es por tu culpa —replicó Alixe—. Tú lo pusiste en mi camino.
—Y no sabes cuánto lo lamento… Confiaba en que cumpliera con honor las condiciones de la apuesta, aunque tu padre es más responsable que yo por esas condiciones…
El último cuchillo de Merrick también se clavó en la diana, garantizándole el pase a la final.
—Un digno oponente para mí —dijo Redfield, muy pagado de sí mismo—. Disfrutaré enfrentándome a él en la final. Me lo debe por la última vez —se inclinó más hacia ella—. Supongo que sabrás que su intención es cortejarte él mismo. No quiere que te conviertas en la estrella de la Temporada. Tu padre se ha equivocado con él… Es como una prostituta de lujo. Se ofrecerá para el matrimonio si el precio le conviene. Tú serías la solución a todos sus problemas económicos, y después te dejará sola y seguirá con su estilo de vida desenfrenado y disoluto.
Alixe palideció al oírlo.
No era cierto. No podía ser cierto.
Merrick y ella acababan de dar por zanjada cualquier posibilidad de matrimonio. Redfield se equivocaba. A menos que Merrick le hubiera mentido…
No, imposible. No iba a dar el menor crédito a las injuriosas advertencias de Redfield.
Archibald Redfield aguardaba su turno mientras St Magnus lanzaba sus cuchillos. Una dura infancia en los muelles de Londres podía dar sus buenos frutos, como estaba demostrando aquel día. Sus lanzamientos habían sido excelentes y solo quedaban St Magnus y él en la competición después de haber eliminado al resto de finalistas.
Estaba muy satisfecho por la breve conversación que había mantenido con Alixe. Era una mujer inteligente, y las mujeres inteligentes solían ser bastante cínicas y escépticas. Justo cuando ella empezaba a confiar en St Magnus, aparecía él y pinchaba su frágil burbuja de fantasía al sembrar la duda en su mente. Sabía que Alixe deseaba creer a St Magnus, ¿qué mujer no querría creerlo? Pero no había renunciado por completo a la lógica, por muchos estragos que él le hubiera provocado en su sentido común. No lo había dicho, pero Redfield lo había adivinado en su rostro.
Y lo mejor de todo era que había conseguido hacerla dudar sin contarle ninguna mentira. Si Alixe preguntaba por ahí descubriría que la historia del burdel era cierta, como otras muchas historias que quedaban por revelar. Serían esos rumores los que la llevaran a la conclusión que él ya le había puesto por delante. St Magnus necesitaba su dinero. Estaba sin blanca y no tenía una buena relación con su padre. A Alixe no le costaría juntar todas las piezas y concluir que St Magnus la estaba usando para su propio beneficio. Y entonces aparecería él para proponerle matrimonio por segunda vez. En esa ocasión lo haría a través de su padre, quien comprendería que era la única manera de evitar tener a St Magnus como yerno.
La multitud volvió a aplaudir. St Magnus había conseguido otras dos dianas, lo que le granjeaba el triunfo.
El maldito bastardo tenía suerte… Fue hacia Alixe Burke, la estrechó entre sus brazos y celebró su victoria con un beso en la boca. Lástima que Redfield no pudiera hundir esos cuchillos en el corazón de St Magnus en vez de clavarlos en los blancos de heno.
Pero un premio mucho mayor aguardaba a Redfield aquella noche…