30 de mayo de 2096:

El tercer debate

Desde el asiento que ocupaba en la parte trasera del atestado auditorio, Tavalera pensó que Yolanda Negroponte, allí en mitad del gentío, parecía una rubia amazona, de tan alta y resuelta como la veía. Eberly estaba ante el atrio, intentando no mirarla con demasiado encono. Tras él se sentaban Holly y el profesor Wilmot.

Wilmot abrió el debate a las preguntas de la audiencia en cuanto los candidatos concluyeron sus discursos de apertura. Holly no había tenido oportunidad de mostrar los gráficos y las imágenes que Tavalera le había ayudado a reunir. Ni siquiera se le ha dado oportunidad de referirse a los cometas y las extracciones que pueden hacerse en ellos, pensó Tavalera, lleno de temor.

Algunos de los más fervientes críticos de Eberly le habían preguntado acerca de las extracciones en los anillos después de que, aquella misma mañana, se hubiera recibido la orden por parte de la aia de no realizar ninguna actividad comercial en los anillos de Saturno, al menos hasta que pudiera investigarse a fondo la presencia de las nanomáquinas.

Eberly había insistido en que, aun así, empezaría las labores de extracción, y que negociaría con esos «burócratas terrícolas» hasta que permitiesen las extracciones, sin impedirles por ello que emprendieran cualquier estudio científico que quisieran realizar.

—Están a mil millones de kilómetros —dijo—. ¿Cómo se atreven a decirnos lo que debemos hacer?

Fue ese el momento en que Negroponte se puso en pie de un salto.

—Aquí está en juego mucho más que un conflicto jurisdiccional con la aia. Alguien abandonó esas nanomáquinas en los anillos, y fue una especie inteligente. No sabemos quién y tampoco sabemos por qué.

Eberly se obligó a componer una sonrisa forzada:

—Seguramente sucedió hace millones de años. Sea quien sea quien sembró los anillos con esas máquinas, probablemente ya se marchó hace mucho tiempo, quizá incluso se haya extinguido.

— ¿Tiene pruebas de ello? —le preguntó Negroponte. Antes de que Eberly pudiera replicar, la mujer prosiguió:

—No, no las tiene. Nadie las tiene. Pero lo que nosotros sí sabemos es que las nanomáquinas despiden una energía de enorme fuerza electromagnética. Eso es lo que ha estado causando los apagones que hemos…

—Ese problema ya ha sido resuelto —se apresuró a replicar Eberly.

—Pero supongamos que esas fuerzas en realidad representan señales —insistió Negroponte—. Supongamos que esas nanomáquinas están enviando un mensaje a sus creadores, un mensaje con el que tratan de decirles que estamos aquí, en las proximidades de Saturno.

El abarrotado auditorio enmudeció de pronto.

—Supongamos —añadió Negroponte—, que quien instaló allí esas nanomáquinas se haya tomado muy a pecho que alguien las haya importunado. ¿Qué pasará entonces?

La boca de Eberly palpitó unas cuantas veces antes de que pudiera responder:

—Eso es… pura especulación.

— ¿Pero vamos a arriesgarnos? Esto nos enfrenta a muchas incógnitas.

Eberly trató nuevamente de sonreír. Pero Holly se levantó de su silla y preguntó al profesor Wilmot:

— ¿Puedo responder yo a esa pregunta? —El diminuto micrófono que tenía en la túnica amplificó su voz de tal modo que la audiencia al completo pudo escucharla claramente.

Wilmot se puso a su vez en pie:

—Si el señor Eberly ha terminado —dijo.

Eberly se retiró del atril, pero permaneció en pie.

Holly se humedeció los labios mientras se aferraba a ambos lados del atril. Luego dijo:

—Sé que podemos enriquecernos vendiendo agua sin tocar los anillos.

La multitud se removió en sus asientos. Volviéndose hacia Wilmot, y al tiempo que extraía un ordenador manual del bolsillo, Holly dijo:

—Quiero mostrarles algunas imágenes. ¿Puedo?

—Adelante —la alentó Wilmot.

Tavalera se apoltronó en su silla y contempló cómo las imágenes que había ayudado a Holly a preparar se imprimían en la pantalla mural que había al fondo del escenario. Holly se enfrascó en la presentación que ambos habían ensayado de una manera ordenada y metódica: utilizar la Goddard como base de operaciones; localizar los cometas que procedían del cinturón de Kuiper; explotarlos para extraerles agua; vender el agua a los asentamientos humanos que se repartían por todo el sistema solar.

—Con el dinero que hagamos al vender el agua —concluyó—, podremos deshacernos del límite de crecimiento poblacional y expandir nuestro hábitat, incluso construir nuevos hogares cuando sea el momento de hacerlo. Y lo haremos sin interferir en las nanocriaturas que se encuentran en los anillos.

— ¿Cómo sabemos que no hay nanomáquinas en los cometas? —gritó un hombre—. ¿O seres vivos?

Tavalera sabía que Holly se había preparado esa pregunta.

Con una sonrisa ufana, Holly replicó:

—Los astrobiólogos han estudiado los cometas desde hace casi un siglo. Han encontrado en ellos organismos químicos, pero no organismos vivos. Y ninguna nanomáquina.

—Sí, pero, con todo…

—Si un cometa alberga vida, o máquinas alienígenas, prescindiremos de él. Hay muchos otros cometas de donde coger lo que buscamos.

Lentamente, las preguntas se volvieron menos hostiles y más amistosas. Holly se los está ganando, se dijo Tavalera. Lo está consiguiendo. Les está demostrando que pueden hacerse ricos sin perturbar los anillos.

Durante más de una hora la gente que formaba la audiencia disparó sus preguntas a ambos candidatos. Tavalera se dio cuenta de que cada vez eran más las preguntas que se dirigían a Holly y menos las que iban a parar a Eberly.

Cuando por fin Wilmot hizo una pausa y solicitó que los dos contendientes realizaran sus discursos finales, el gentío se puso en pie y aplaudió a Holly. Eberly reculó como un lobo herido, y contempló incrédulo lo que estaba ocurriendo. Negroponte se abalanzó hacia el escenario, seguida de una docena de mujeres. Subieron al estrado y alzaron a Holly sobre sus hombros, para luego desfilar por todo el auditorio mientras la gente aplaudía y gritaba. Wilmot y Eberly se quedaron donde estaban, helados, sin habla.

Lo ha conseguido, se dijo Tavalera. Va a ganar las elecciones de mañana. Nunca volverá a la Tierra conmigo.

Titán
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