17 de febrero de 2096:
Centro de entrenamiento físico
Me voy a matar ahí fuera —jadeaba Wunderly mientras corría en la cinta estática.
Corriendo a zancadas en la máquina que había a su lado, Pancho alzó las cejas y respondió:
—Si la jodes igual que lo has hecho esta mañana en el estimulador, entonces probablemente sí.
—Ha sido horroroso.
—También ha sido tu primera vez en una simulación completa —dijo Pancho, tratando de que sus palabras mostrasen cierta empatía—. Necesitas más práctica. —Muchísima más, añadió para sí. La secuencia de captura había sido un desastre total.
Pancho se llevó casi a rastras a Wanamaker y Tavalera tras la pésima actuación de Wunderly en el simulador. Quería atraer a los científicos a la cafetería para tener una comida en paz con ellos, pero Wunderly había insistido en que, en lugar de eso, ambas tuvieran una sesión en el centro de entrenamiento físico. Así que Pancho había tenido que prescindir de la comida y ponerse un traje de deporte alquilado, a fin de que ella y Wunderly pudieran concebir su siguiente movimiento. Ahora corrían sobre la cinta estática, una al lado de la otra, entre varias docenas de hombres y mujeres jadeantes embutidos en sudadas ropas deportivas.
—Todo lo hice mal —se lamentó Wunderly, limpiándose el sudor que le resbalaba por la frente.
— ¿Estabas asustada? —le preguntó Pancho, moviéndose con total facilidad sobre la cinta—. Quiero decir, el simulador es increíblemente realista y tú solo has estado fuera una vez.
Las lágrimas se agolpaban en los ojos de Wunderly:
—No estaba asustada, Pancho. De verdad que no. Era solo que… que… resultaba tan confuso. Era como estar perdida en medio de una ventisca. ¡No podía ni decir qué estaba arriba y qué abajo! ¡No podía hacer nada en condiciones!
—Bueno, esa ha sido tu primera vez en los anillos. Lo normal es que esperes desorientarte. Todo te resultará nuevo. —Pero, para sus adentros, Pancho se preguntaba si alguna vez Nadia sería capaz de realizar un viaje a través de los anillos envuelta en su traje espacial. Allá afuera podría matarse con toda facilidad.
—La próxima vez lo haré mejor —dijo Wunderly, justo cuando la campanilla del temporizador de su cinta empezaba a vibrar—. De verdad. Sé lo que esperaré, al menos. Y aprendo rápido.
Pancho también apagó su máquina:
—Sí, quizá sea así. Pero vas a necesitar pasar más tiempo en el estimulador —dijo—. Y contar con alguna otra práctica en el exterior, además.
— ¿Cuánto tiempo crees que llevará todo esto?
—Seis meses, quizá más.
— ¡Seis meses!
—Tres, cuatro meses como mínimo —respondió Pancho—, dependiendo de lo rápido que le pilles el truco.
—No puedo esperar tanto. —Wunderly se bajó de la cinta y procedió a marchar a los vestuarios.
— ¿Por qué no? —le interrogó Pancho, siguiéndola—. ¿Tienes prisa por matarte?
Bajando la voz, Wunderly dijo:
—Pancho, esta operación la estamos haciendo en secreto, ¿recuerdas? Si Urbain se entera de lo que estamos haciendo lo mandará todo al cuerno. Me expedientará ante el ciu, dirá que soy una bala perdida, que hago lo que me da la gana y sin su autorización.
—Mejor eso que matarte —apuntó Pancho.
— ¡No lo es! —replicó Wunderly, con tal vehemencia que pilló por sorpresa a Pancho. Llena de ira, Wunderly añadió:
—Prefiero morir antes que quedarme de brazos cruzados y dejar que me consideren una fracasada, una idiota que afirmaba haber encontrado formas de vida en los anillos, pero nunca pudo demostrarlo.
Pancho sacudió la cabeza, pensando que los anillos de Saturno aún estarían allí durante cientos de millones de años.
Ambas se cambiaron para ponerse sus ropas habituales y, por fin, se dirigieron a la cafetería. Pancho estaba tan hambrienta que hubiera podido comerse la mitad de las existencias, pero se contuvo y se ciñó a lo que Wunderly había escogido: ensalada de frutas y una bebida de soja con sabores.
Justo cuando se sentaron en una mesa vacía, Holly llegó hasta ellas avanzando con paso firme y dejó caer la bandeja del almuerzo con tanta fuerza que el té se derramó de su taza:
— ¡El muy hijo de puta me ha despedido! —exclamó Holly, descargando todo su peso en la silla vacía que había entre Pancho y Wunderly.
— ¿Qué?
—Eberly. El muy canalla me ha despedido. Me ha echado del departamento de Recursos Humanos. ¿Es que no veis las noticias de la mañana?
—Hemos estado en el simulador desde las siete y media —respondió Pancho—. Y luego en el gimnasio.
Echando humo, Holly agarró el sándwich de su bandeja y le propinó un enorme mordisco.
Wunderly preguntó:
— ¿Te ha despedido por presentarte contra él en las elecciones?
— ¿Por qué si no? —masculló Holly, con la boca llena.
—Pero seguro que utilizó otras palabras —apuntó Pancho.
—Y tanto. —Holly se esforzó en tragar—. Su despacho trataba sobre el «bien de un gobierno eficiente y el respeto a las reglas del juego». El muy cerdo.
Wunderly esbozó una sonrisa:
—En la vida te he visto tan enfadada.
—Y se dispone a hacer un gran discurso esta misma noche —gruñó Holly—. Probablemente, su intención es sacar a relucir nuevamente el proyecto de explotar los yacimientos de los anillos.
La sonrisa de Wunderly se vino abajo:
— ¡No puede hacer eso!
— ¿Te juegas algo? —dijeron Holly y Pancho al unísono.
Poniéndose en pie de un salto, Wunderly gritó:
— ¡No puede! ¡No se lo permitiré!
La gente de las mesas cercanas se volvieron para mirarla.
— ¿Y cómo vas a detenerle? —preguntó Pancho con suavidad, alargando una mano para coger a Wunderly por la manga de la túnica.
Volviendo a sentarse, Wunderly miró a Pancho durante un buen rato, sin pronunciar palabra. Por fin dijo:
—Pancho, tengo que ir a los anillos antes de las elecciones.
—Eso son tres meses, ¿verdad?
Holly asintió:
—El uno de junio.
—Tengo que demostrar que hay organismos vivos en los anillos —dijo Wunderly, con los ojos anegados de lágrimas—. De ese modo la aia declarará los anillos fuera del ámbito de la explotación comercial.
Pancho sacudió la cabeza con aire triste:
—Nadia, pasarán más de tres meses hasta que consigas estar preparada. De otro modo, lo único que conseguirás será matarte.
— ¡No me importa! Tengo que hacerlo, Pancho. ¡Tengo que hacerlo!
Timoshenko hubiera deseado saber algo más sobre programación informática.
Sentado en su oficina, repasaba los informes que su plantilla había preparado sobre el equipo traído de los paneles solares para realizar las pruebas.
Y Timoshenko lo veía claro: no hay ningún error. Todo funciona según los límites en los que han sido diseñados. Pero cuando estos mismos motores y actuadores estaban en el exterior, su funcionamiento era del todo errático.
Timoshenko sabía que el problema no era de capital importancia. Las desviaciones de los parámetros normales eran tan pequeñas que apenas nadie se había percatado de ellos. Pero hay algunas desviaciones, se dijo Timoshenko, y estas no deberían existir. Para empeorar las cosas, las piezas de repuesto que su equipo había instalado en los paneles empezaban a mostrar similares desviaciones. No eran sino pequeñas fluctuaciones de su rendimiento habitual. Los paneles se movían en el espacio de unos pocos segundos antes siquiera de que el programa informático los activara; hacían algunos ajustes de pequeña importancia que reducían la cantidad de luz solar que dirigían hacia el hábitat.
Ahora son de pequeña importancia, pensó Timoshenko. ¿Pero qué ocurrirá si esas fluctuaciones se hacen más grandes? Podríamos morir aquí dentro si los paneles solares fallan de una manera más notoria.
Sacudió la cabeza. No hay ningún defecto en los motores o los actuadores, se dijo. Los hemos probado dieciséis veces y cada vez han rendido según lo previsto en sus especificaciones técnicas. ¡Pero no rinden según esas previsiones cuando están en el exterior, unidos a los paneles!
¿Hay un error en el programa informático?, se preguntó. Se pasó una mano por su hirsuta mata de pelo. Debo hacer que alguien del equipo informático le eche un vistazo al programa de los paneles. Línea a línea, byte a byte. Sé que nadie se va a sentir atraído por la idea. Es un trabajo de perros, una labor monótona que nadie agradecerá. Pero alguien tiene que hacerlo.
O si no, podríamos acabar en la más completa oscuridad. Y la temperatura del exterior es casi de cero absoluto. Una Siberia a lo bestia.