8 de enero de 2096:

Mediodía

Nadia Wunderly cerró herméticamente la portezuela exterior del compartimento estanco que daba entrada al nanolaboratorio, y esperó, presa de una inquieta impaciencia, los segundos que faltaban para que la puerta interior se abriese. Cuando lo hizo, Raoul Tavalera abrió la pesada portezuela para que pasase:

—Vaya, gracias, Raoul —le saludó Wunderly, con una sonrisa formándole dos hoyuelos en el rostro—. ¿Te has pasado todo este tiempo esperándome?

Confundido por aquella muestra de humor, Tavalera replicó:

—Iba a salir a comer. —Luego, añadió—: Con Holly. —Y su rostro resplandeció un poco más.

Ingresó en el compartimento estanco al tiempo que Wunderly hacía lo propio en el laboratorio:

—Kris está hablando con el ruso ese de mantenimiento, Timoshenko —dijo Tavalera, mientras cerraba la portezuela del compartimento.

Wunderly pasó por entre varias repisas atestadas de silenciosos equipos en su ingreso al laboratorio. Oyó la voz de Cardenas y el áspero timbre, un poco más bajo, del ingeniero ruso. Wunderly seguía perdiendo peso, y ahora que el nuevo año había llegado y quedado atrás, se preguntaba cuándo debía pedirle a Cardenas que vaciase de nanomáquinas el interior de su cuerpo.

Como siempre, Cardenas estaba sentada en su taburete, con una blusa almidonada sobre su vestido. Timoshenko se encontraba a su lado: enfundado en su mono gris, era un tipo fornido y un tanto grueso; su estatura era unos centímetros más baja que la de Cardenas, aun estando esta sentada.

—Podemos hacer mucho más que proteger los cables de superconducción —estaba diciendo esta—. Podríamos construir nanomáquinas que repararan automáticamente cualquier daño que se les infligiese.

—No es tan fácil como supones —sentenció Timoshenko—. Por esos cables circula una corriente eléctrica muy potente.

Cardenas asintió.

—Bueno, si me das los detalles, puedo intentar ponerme manos a la obra y crear un programa de autorreparación. Sería conveniente probarlo en el laboratorio sobre algún segmento de los cables de superconducción, antes de instalar los nanos en los cables de protección.

Timoshenko iniciaba ya una réplica cuando advirtió la figura de Wunderly a cierta distancia de ellos:

—Ah —le dijo a Cardenas—, tienes compañía.

—Acércate, Nadia —le llamó Cardenas. Volviéndose otra vez a Timoshenko, le explicó:

—Nadia y yo habíamos quedado para comer. ¿Te importa venir con nosotras? Podríamos seguir la charla en la cafetería.

Timoshenko hizo un ademán con la barbilla en señal de asentimiento, mientras Wunderly pensaba: es el tipo que pilotó la nave de transporte que trasladó a Gaeta hasta los anillos y luego lo recogió. Si hizo aquello por Manny, también lo hará por mí. Supongo.

Durante la comida que tuvieron en la cafetería, atestada y ruidosa como siempre, Timoshenko y Cardenas conversaron sobre el uso de nanomáquinas para proteger e incluso reparar los cables de superconducción utilizados en el escudo magnético que protegía el hábitat de la radiación. Wunderly no tuvo opción alguna de pedirle a Cardenas que le limpiase los nanos que tenía en su interior. Escuchó la conversación empleando solo una mínima parte de su capacidad de atención. Otra vez, su mente se concentraba en desplazarse hasta los anillos, en esta ocasión para recoger muestras y demostrar a esas lombrices de suelo firme de la Tierra que los anillos hospedaban psicrófilos vivos, organismos que vivían en el interior de las partículas de hielo de los anillos de Saturno.

¿Cómo puede ser que no lo crean?, se preguntaba Wunderly, mientras masticaba una ensalada de frutas, extraída directamente de las huertas del hábitat. Saben que los aminoácidos y otras formas complejas de polipéptidos se generan naturalmente en partículas de hielo amorfo. Lo han visto en los cometas desde hace casi un puñetero siglo. ¿Por qué no iban a creer el siguiente paso? Los aminoácidos se unen por sí mismos formando proteínas, y las proteínas evolucionan hasta conformar organismos vivos. Ya ha ocurrido en agua líquida en media docena de los mundos que conocemos. Y en el sulfuro líquido de Venus, por amor de Dios.

Lo que ocurre, sencillamente, es que todo va más lento a temperaturas tan frías. El hielo amorfo permite que los compuestos químicos fluyan del mismo modo en que lo harían si estuviesen en el interior de un líquido, pero todo ocurre a un ritmo más lento. A no ser que haya un catalizador, como un anticongelante. Me pregunto si eso es lo que ocurre en las partículas de hielo. Se podría extraer un montón de energía del campo magnético de Saturno y del flujo eléctrico de los propios anillos.

—Nadia, ¿me has oído?

De golpe, Wunderly se dio cuenta de que Cardenas le estaba hablando, con una expresión que fluctuaba entre la preocupación y la irritación.

—Lo siento, Kris. Estaba en otra parte.

—En los anillos, supongo —dijo Cardenas, con una sonrisa cómplice curvándole los labios.

— ¿Dónde si no? —replicó Wunderly.

Timoshenko preguntó:

— ¿De veras crees que esas partículas están vivas?

— ¡Pues claro que sí! ¿Cómo si no explicarías que los anillos de Saturno sean tan grandes y tan brillantes? Esas criaturas mantienen los anillos para permitir su propia supervivencia, del mismo modo en que las criaturas vivas mantienen el medioambiente de la Tierra para permitir su propia supervivencia.

—Gaia —masculló Cardenas.

Timoshenko cogió su vaso de té:

—Si la biosfera de la Tierra trabaja activamente para mantener el medioambiente del planeta, ¿cómo explicas el efecto invernadero? ¿O los períodos glaciales del pasado?

—Fluctuaciones de menor importancia —respondió Wunderly, con un ademán de la mano.

—Para la gente que perdió sus hogares por las crecidas de los ríos no eran de poca importancia —murmuró Timoshenko.

—Gaia funciona a escala planetaria —explicó Cardenas—. La biosfera de la Tierra mantiene el medioambiente del planeta en aras de la supervivencia de la propia vida, no para el beneficio de una especie en particular.

—Como los dinosaurios —dijo Wunderly—. Un suceso a gran escala los barrió de la superficie del planeta, junto con la mitad de especies que habitaban la Tierra, y aun así, en el transcurso de unos cuantos millones de años, Gaia repobló el planeta con nuevas especies.

—Incluyéndonos a nosotros —observó Timoshenko.

—Hasta que destruimos la atmósfera con los gases que crearon el efecto invernadero —dijo Cardenas—. En aquel momento, Gaia nos propinó una buena bofetada.

—Era evitable —admitió Wunderly—. O corregible.

Timoshenko se encogió de hombros, en un gesto lleno de ostentación:

—Que los humanos sean inteligentes no significa que tengan que ser listos.

—No sé qué decir a eso —intervino Cardenas—. El desastre que supuso el efecto invernadero nos forzó a viajar mucho más por el espacio. No estaríamos aquí si el clima no se nos hubiera descontrolado.

Timoshenko iba a decir algo, pero por lo visto se lo pensó mejor. Se conformó con sacudir la cabeza.

—Tengo que demostrar que hay organismos vivos en los anillos —insistió Wunderly—. Es importante.

—Importante para ti —dijo Timoshenko.

—Importante para el conocimiento científico —replicó Wunderly—. Importante para nuestra comprensión del Universo.

—Y también sería importante para las propias criaturas, si es que existen —apuntó Cardenas—. Eberly quería extraer agua de los anillos, ¿recordáis?

—Pero esa idea ya pasó a la historia —dijo Wunderly.

— ¿Ah, sí? ¿No será que la ha aparcado para un mejor momento?

— ¿Piensas que…?

Cardenas dijo:

—Un montón de gente votó por Eberly porque prometió que nos haría ricos vendiendo el agua presente en los yacimientos de los anillos.

—Pero la aia nunca permitiría que eso ocurriese —dijo Timoshenko.

—Lo dudo —prosiguió Cardenas—. Las elecciones van a ser en unos meses. ¿Cuánto os jugáis a que Eberly saca otra vez a relucir la idea de extraer hielo de los anillos?

— ¡Pero no puede! —explotó Wunderly—. ¡No debe!

—Eso es lo que tú crees, Nadia. Y eso es lo que yo creo. Pero a la mayoría de los votantes no les disgustará la idea de hacer dinero con las extracciones de hielo.

—Poderoso caballero… —admitió Timoshenko, en tono agrio.

Wunderly miró a uno, luego al otro, azotada por una marejada de pensamientos. Luego dijo:

—Entonces es más importante que nunca que pueda demostrar que hay criaturas vivas en los anillos. La aia negará lisa y llanamente aprobar cualquier permiso para explotar los anillos si existen pruebas de que en ellos hay una biosfera.

Cardenas asintió, aprobando sus palabras. Timoshenko se mostró más cauto, como si supiera lo que iba a venir.

Wunderly volvió la silla para mirarle:

—Estoy planeando ir a los anillos y recoger unas muestras. Le he pedido a Manny Gaeta que sea el controlador de la misión y me enseñe cómo utilizar su traje espacial. Necesito que alguien pilote el transbordador, me lleve a los anillos y me traiga de vuelta.

—No seré yo —canturreó Timoshenko, sin más.

—Lo hiciste por Manny.

—Y con una vez fue bastante. Más que bastante. No soy ningún héroe.

—Pero necesito tu ayuda.

—Pídesela a Tavalera —dijo Timoshenko—. Llevaba transbordadores cuando estuvo en la estación de Júpiter, ¿no?

— ¿Raoul? —preguntó Cardenas, sorprendida.

—Él. O cualquiera —añadió Timoshenko—. Pero no yo.

Titán
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