18 de febrero de 2096:

Mañana

Tavalera se dirigía hacia el laboratorio de estimulación como un muchachito reacio emprendería el camino a la escuela. Esto es de locos, se decía a sí mismo, mientras dejaba atrás el edificio de administración. La gente entraba y salía apresuradamente; el lugar tenía la actividad de una colmena. Aquello confundió a Tavalera: normalmente, el centro de administración era un espacio tan relajante y tranquilo como una caravana de caracoles. Luego se dio cuenta de que Eberly había dado el pistoletazo de salida a su campaña de reelección la noche anterior y ahora querría que todo el mundo pensase que tanto él como su gente trabajaban a fondo. Sí, claro, se dijo Tavalera. Hasta que consiga la reelección.

Había visto el discurso de Tavalera por la televisión, como todo el mundo. Holly no le había hablado de ello. De hecho, no se había dirigido a Tavalera para nada, al menos, no desde que él la había dejado. Y para una vez que Tavalera la había llamado, la rabia que sentía oscureció sus buenas razones y acabó por fastidiarlo todo. Fue un acto de lo más estúpido, se dijo Tavalera con acritud. Lo único bueno que tenías en la vida, y vas y la cagas.

Sí, replicó para sí, pero lo que ella quería de mí era utilizarme para llevar a Wunderly hasta los anillos. No le importaba lo más mínimo. La verdad es que no. Al menos, no le importaba lo que soy.

Pero entonces, ¿qué significó el tiempo que pasamos juntos antes de que Wunderly decidiera que iba a ir a los anillos?, se preguntó. ¿Qué hay de las noches que os acostasteis juntos, mucho antes de que toda esta mierda de los anillos apareciese en vuestras vidas?

Sacudiendo la cabeza, Tavalera enfiló los cuatro peldaños del edificio donde se albergaba el laboratorio de simulación y avanzó por el pasillo central hacia el propio laboratorio.

Holly jamás querrá volver a la Tierra conmigo, se dijo. Diablos, se está presentando para el puesto de administrador jefe; si gana, nunca se marchará de este hábitat. Si yo quisiera volver a casa, ella no volverá conmigo. Gruñó como si le hubiese dado una punzada en el corazón. Tal y como están las cosas, ni siquiera cruzaría la calle conmigo. La he jodido a base de bien.

Sin embargo, sintió como un calambre de excitación cuando abrió la puerta del laboratorio de estimulación. Holly estaba allí, ante una hilera de consolas, junto a Wunderly y su hermana, Pancho. Las tres mujeres parecían inmersas en una acalorada discusión.

—Ese es mi problema, Pancho —estaba diciendo Wunderly—. No puedo permitir que asumas ese riesgo por mí.

—Intenta pararme los pies —replicó Pancho, sonriendo—. Tengo muchas ganas de hacer esto. No me lo he pasado tan bien desde que intenté escapar de un puñado de miembros de seguridad japoneses en la base Yamagata de la Luna.

Wunderly se volvió hacia Holly:

—Dile que no puede hacerlo, Holly. Hazle entender que…

—Nadia —le interrumpió Holly—, fue idea mía que Pancho haga el vuelo de la misión.

Holly parecía… Tavalera no podía sondear la expresión que había en el rostro de Holly. ¿Era miedo o culpa, o pura y simple terquedad? Decidió que debía ser una mezcla de las tres cosas.

Una mano grande y dura le aferró por el hombro. Tavalera se giró de golpe y vio a Jake Wanamaker cerniéndose sobre él, y la expresión de su rostro era totalmente nítida: una siniestra determinación.

—No te metas en esa discusión, Raoul —le dijo Wanamaker en un ronco susurro—. Sería como interponerse a un trío de rayos láser intentar siquiera meterse entre ellas. Te cortarán en pedazos.

— ¿Qué sucede?

—Pancho va a ser quien vuele hasta los anillos —replicó Wanamaker, visiblemente descontento con aquello—. Wunderly se siente bastante aliviada, pero no va a admitirlo todavía.

— ¿Y Holly?

—Tan genial idea ha sido suya.

Mirando a las tres mujeres discutir tan intensamente por la habitación, Tavalera preguntó a Wanamaker:

— ¿Debo entonces encender el equipo o qué?

El indicio de una sonrisa asomó al rostro escarpado de Wanamaker:

—Supongo que puedes encenderlo. No van a quedarse ahí cotorreando todo el día. Pero no te acerques a diez metros de ellas si puedes evitarlo.

Tavalera casi pasó de puntillas cuando se dirigió a la consola principal y comenzó a activar los diferentes sistemas del simulador. El traje espacial, vacío en una esquina donde se reunían dos pantallas holográficas, pareció sacudirse ligeramente cuando Tavalera lo encendió. Alcanzó a ver un resplandor en el interior del traje a través de la escotilla abierta en su parte posterior. Las pantallas murales propagaron una vista tridimensional perfecta de los anillos de Saturno: una brillante extensión de relucientes partículas de hielo —copos, gravilla, trozos enormes como rocas— que brillaban igual que un campo nevado hasta donde alcanzaba la vista, una serie de anillos rizados que se entretejían unos a otros como enredaderas vivientes hechas de hielo. Para Tavalera, tenían el aspecto de una espiral infinita de brillantes diamantes, salvo por las franjas de materiales oscuros que se diseminaban aquí y allá, fuera polvo u hollín, rompiendo aquella asombrosa panorámica. De algún modo, las franjas más oscuras hacían que las partículas de hielo pareciesen más brillantes, incluso más deslumbrantes para el ojo humano.

Y las partículas tenían su propia fuerza motriz. Se movían, cambiaban de lugar, se entrelazaban y destejían unas a otras, giraban y ondeaban en un interminable baile de asombrosa complejidad. Tavalera comprendió que estaba viendo una panorámica en tiempo real de los anillos, aquello que las cámaras situadas en el exterior del hábitat observaban en ese mismo instante. A lo lejos distinguió una zona más oscura, como un rayo que irradiase del borde interior de los anillos hacia su borde exterior.

Wanamaker le propinó un ligero codazo, y luego señaló hacia Wunderly. La científica había dejado de discutir con Holly y su hermana, y se había quedado mirando la holovisión, observando extasiada los anillos y su intrincado pero fascinante y hermoso ballet, mientras giraban en torno al imponente planeta Saturno.

—Todo acordado —dijo Holly, de pronto tan dura como el acero—. Pancho va a hacer la salida. Jake la llevará hasta los anillos y después la recogerá.

Wunderly sacudió la cabeza, pero seguía mirando la holovisión y no hubo demasiada fuerza en su negativa.

—Todo acordado —repitió Holly.

—Vale —contestó Pancho—. Y ahora dejadme entrar en el traje ese para ver qué tal se está ahí.

En ese momento, las luces del techo se apagaron, y todas las consolas quedaron a oscuras. Tavalera oyó el escalofriante gemido de los motores eléctricos al perder energía. El laboratorio de simulaciones se sumió en la más completa negrura.

Urbain aguzaba la vista para mirar la imagen en tres dimensiones de la superficie de Titán que arrojaban las cámaras de los satélites. Hay algo ahí, se dijo. El suelo está un poco más liso en esa especie de línea recta que cruza el hielo como si las huellas dejadas por Alpha lo hubieran aplastado, allanado. Huellas fantasma, se dijo. O quizá lo que estoy viendo no es sino lo que quiero ver, cosas que en realidad no existen. Pensó entonces en Percival Lowell, que pasó toda una vida observando Marte a través de sus telescopios, dibujando mapas de los canales marcianos que en realidad no eran sino el producto de su cansancio ocular y los deseos que esperaba ver realizados.

En su totalidad, el centro de control lo dirigía personal humano. Da’ud Habib estaba sentado ante una consola donde se superponían varias vistas desde diferentes satélites para producir el efecto tridimensional.

—Doctor Habib —le llamó Urbain—. Venga aquí un momento, si hace el favor. Quiero que vea si…

De pronto, todas las pantallas murales quedaron a oscuras: cada una de las pantallas de las consolas se apagaron, y el centro de control se vio sumido por una oscuridad tan completa que Urbain ni siquiera podía ver la consola que tenía ante sí. Antes de que pudiera hacer otra cosa que abrir la boca en un gesto de absoluto desconcierto, las luces de emergencia se encendieron. Pero las pantallas murales y las consolas permanecían a oscuras.

— ¿Qué ha ocurrido? —exclamó Urbain. Escuchó otras voces murmurando, protestando.

Las luces del techo parpadearon y se encendieron de nuevo. Urbain dejó escapar un suspiro de alivio. Las consolas volvieron a encenderse.

—Un corte de energía —respondió alguien.

— ¿Hemos sobrecargado el sistema? —preguntó una mujer.

— ¿Hemos perdido información? —gritó Urbain.

Habib pulsó las teclas de su consola.

—Creo que no…

— ¿Y cómo es que ha habido un fallo así? —preguntó Urbain—. La mitad de los pueblos de este hábitat no están siquiera ocupados. Tenemos más energía eléctrica de la que necesitamos.

—Algo ha ido mal —dijo Habib.

—Eso es bastante obvio —replicó la sarcástica voz de una mujer.

Urbain acalló las bromas y volvió su atención a la pantalla de la consola. ¿Huellas fantasma?, se preguntó. ¿Podía ser cierto? ¿Y si es así, podemos usarlas para encontrar a Alpha?

Titán
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