27 de mayo de 2096:
Sesión de planificación de la misión
Urbain se sorprendió de lo masificada que estaba la sala de conferencias. Su equipo, formado por una docena de ingenieros dedicados al control de misiones, se sentaba en uno de los lados de la larga mesa, hablando entre sí, mientras que von Helmholtz y media docena de su grupo de técnicos se alineaban en el otro lado. También estaba el propio Gaeta, claro, y la doctora Cardenas. Gaeta parecía bastante relajado; la mujer, como no podía ser menos, se mostraba tensa, pálido su rostro, que por lo general aparecía resplandeciente y feliz, y muy apretados sus labios. Por debajo del grupo se sentaban, uno al lado del otro, Pancho Lane y Jake Wanamaker, y al pie de la mesa se encontraba Berkowitz, charlando animadamente con Wanamaker. A qué había ido el director de informativos a la reunión era algo que Urbain no alcanzaba a discernir.
Supongo que encima tendré que estar agradecido a Eberly por haber insistido en no venir también, dijo para sí.
Desde la silla que presidía la mesa, Urbain pidió silencio al grupo. Las charlas aisladas se detuvieron. Todas las cabezas se volvieron en su dirección.
—Nos hemos reunido esta mañana para realizar el último repaso al plan de la misión —empezó Urbain.
Hacia la mitad de la mesa, Pancho murmuró:
—Que hable ahora o calle para siempre.
Reprimiendo un gesto de disgusto, Urbain continuó:
—Herr Von Helmholtz, cuando quiera.
Fritz tocó una almohadilla del teclado que había frente a él, y la pared del lado opuesto de la habitación se encendió. Mostró la imagen de la superficie de Titán con la ubicación de Alpha indicada por un puntito rojo.
—El plan consiste en llevar un vehículo de transferencia desde el hábitat hasta la órbita de Titán. Una vez allí, nuestro hombre abandonará el transbordador en un escudo aéreo de protección contra el calor y entrará en la atmósfera de Titán. A una altitud de tres mil metros de la superficie, se desprenderá del escudo aéreo y paranavegará el resto del descenso, para aterrizar en un radio de cien metros de la máquina Alpha.
Un círculo rojo hecho de puntos apareció alrededor del punto rojo que había en la pantalla.
Urbain le interrumpió:
—El plan consiste en que nuestro hombre aterrice encima de Alpha. No va a poner un pie en la superficie. No va a contaminar los organismos que viven en ella.
Von Helmholtz hizo un apenas visible mohín con la barbilla:
—Intentará aterrizar sobre el vehículo, pero no hay ninguna garantía de que el descenso planeando vaya a ser tan preciso.
—Aterrizaré en su techo —dijo Gatea—. No os preocupéis.
—Incluso si aterriza sobre el suelo —dijo uno de los ingenieros de Urbain—, Alpha ya ha sido lanzado a la zona. Sus bandas de rodamiento han cruzado sus suelos.
—Pero Alpha fue descontaminado de arriba abajo antes de aterrizar —protestó Urbain—. Fue esterilizado mediante radiaciones de rayos gamma.
Cardenas se encorvó en su silla:
—El traje de Manny será descontaminado por las nanomáquinas. Así como sus botas. Estará tan limpio como su vehículo. Más limpio aún.
—Con todo…
—Aterrizaré en el techo de tu máquina —insistió Gaeta—. He hecho bastante paranavegación. En una atmósfera tan espesa y con una velocidad eólica tan baja, alcanzaré su techo. No os preocupéis por el tema.
Urbain quiso replicar, pero se lo pensó mejor. Este es el compromiso que debo aceptar, se dijo. Si este fanfarrón de saltimbanqui puede aterrizar sobre el techo de Alpha, bien. Si no, dependo de que las nanomáquinas de Cardenas eviten la contaminación de la superficie. Sin embargo, una parte de sus pensamientos insistían en preocuparse por las nanomáquinas. ¿Y qué pasa si no se desactivan tras esterilizar el traje de Gaeta? ¿Qué pasa si comienzan a multiplicarse por el suelo? ¿Si devoran todo lo que les salga al paso?
Von Helmholtz se aclaró la garganta, obligando a que Urbain volviese a centrar su atención en él. Prosiguió:
—Una vez esté en lo alto del vehículo, la primera tarea de nuestro hombre consistirá en examinar la antena de envío de señal del robot y establecer un enlace de comunicaciones con el ordenador central de la máquina.
—Y usar los nanos que llevará con él para construir una nueva antena de envío de datos —dijo el ingeniero de comunicaciones.
—En caso de que sea necesario —intervino Habib—. Puede que nuestro hombre descubra un error de programación corregible in situ.
Antes de que el ingeniero de comunicaciones pudiera replicar, Urbain dijo:
—Sí, eso lo tenemos claro. Hemos de conseguir el enlace con el programa principal, y después utilizar las nanomáquinas que la doctora Cardenas ha diseñado para construir una nueva antena de envío de datos, si tal cosa es necesaria.
—Una vez que se haya establecido la conexión para el envío de datos —resumió Fritz, mirando directamente a Urbain—, nuestro hombre activará los propulsores de salida y abandonará la superficie. Será recogido por el transbordador, que le aguardará en órbita, y regresará al hábitat.
La pantalla mural mostraba ahora una bola de un color entre amarillo y gris que representaba Titán. Una línea curvada de color verde emergía de la superficie y se encontraba con un brillante círculo azul que representaba la órbita del transbordador.
—Muy bien —respondió Urbain, con la mirada clavada en la pantalla—. ¿Alguna pregunta?
Nadie habló.
— ¿Conocen todos ustedes cuáles son sus funciones y están preparados para llevarlas a cabo?
En la mesa, las cabezas se movieron arriba y abajo.
Fritz, entonces, volvió a aclararse la garganta, esta vez haciendo más ruido que antes.
— ¿Herr Von Helmholtz? —dijo Urbain—. ¿Alguna pregunta?
—Más bien un comentario —respondió Fritz—. En realidad, una sugerencia. Creo que nuestra misión saldría muy beneficiada si dedicamos otras cuantas semanas a entrenamientos y a hacer simulaciones.
— ¿Más semanas?
—No hemos tenido más de diez días para preparar esta misión. Y es una misión muy complicada, que implica un alto grado de riesgo para nuestro hombre.
—Para eso me pagan, Fritz —repuso Gaeta.
Ignorándole, Fritz prosiguió:
—Además, nuestro hombre no estará más de una hora en la superficie. Los objetivos de la misión deben llevarse a cabo en una hora. Eso es… bastante complicado.
—Puedo hacerlo —insistió Gaeta—. En una hora da tiempo para muchas cosas.
Von Helmholtz arqueó una ceja mirando a Gaeta, y luego continuó:
—El fracaso de esta misión significará que el vehículo seguirá muerto en la superficie de Titán.
—Dormido —gruñó Urbain—. No muerto.
Abriendo las manos en un gesto que venía a decir «y cuál es la diferencia», Fritz señaló:
—Si la misión fracasa, su vehículo permanecerá en ese inútil silencio para los restos, pues no habrá posibilidad alguna de reactivarlo. Será como si lo hubieran borrado del mapa, ¿no es así?
Los pensamientos de Urbain se agitaban sin pausa mientras contemplaba el rostro gélido y la mirada punzante de Von Helmholtz. No podemos posponer la misión, dijo para sus adentros. Wunderly ya ha llegado a la Tierra, ya está recibiendo toda clase de honores y parabienes por haber descubierto a las criaturas de los anillos. Debemos rescatar a Alpha ahora, antes de que Wunderly me robe toda la gloria, antes de que se reúna con el comité del Nobel.
Se dio cuenta de que todas las miradas estaban dirigidas a él. Lentamente, como si le supusiese un enorme esfuerzo tomar la decisión, Urbain replicó:
—Es del todo vital que reestablezcamos las comunicaciones con Alpha antes de que el programa principal empiece a borrar los datos que sus sensores han acumulado. Esa es nuestra labor más importante. Alpha lleva en su interior una ingente información sobre las condiciones en la superficie de Titán y los organismos que viven en ella que vale su peso en oro. No podemos arriesgarnos a perder esos datos por posponer la misión.
— ¿Incluso poniendo en riesgo la vida de un hombre? —insistió Von Helmholtz.
—No me parece que sea la pregunta más pertinente, Fritz —le interrumpió Gaeta—. Yo soy quien va a asumir el riesgo. Hemos trabajado mucho en el plan de la misión. Estaré bien.
— ¿Está dispuesto a ir sin mayor entrenamiento que el que ya ha recibido? —Urbain sintió un reflujo de alivio asentándose en su interior.
—Sí. ¿Por qué demonios no iba a ser así?
Gaeta sonrió, con una confianza ciega. Fritz le fulminó con la mirada. Y Cardenas parecía querer soltarle un buen tortazo a alguien.