8 de enero de 2096:

Mañana

Malcolm Eberly no durmió bien aquella noche. Se demoró en levantarse, con una sensación de entumecimiento y dolor, como le sucedía en aquellas lejanas mañanas en las que había estado encarcelado en una prisión de Austria. El vago recuerdo de un mal sueño lo acosaba: cuanto más intentaba recordar sus detalles, más hacían estos por esquivarle, dejándole solo una oscura impresión de terror.

¿Por qué?, se preguntó. No tienes nada que temer. Los Discípulos Santos ya no podrán cogerte, no pueden enviarte otra vez a prisión. Aquí estás a salvo. La gente de este hábitat te respeta y te admira.

¿Pero de veras lo hacían? Eso, comprendió, era lo que le preocupaba. Con sus votos, y en solo unos meses, podrían hacer que tuviese que abandonar mi cargo, ¿y entonces qué sería de mí? Tendría que conseguir un trabajo corriente y vivir con un sueldo corriente.

Era eso lo que había turbado su sueño, decidió Eberly. La campaña para la reelección. Había ganado las elecciones, en primer lugar, gracias a la promesa de que los habitantes de la Goddard se harían ricos al explotar los yacimientos de los anillos de Saturno. Los científicos, comandados por Urbain, se habían opuesto a la idea, como no podía ser menos. Pero sus votantes le habían apoyado al cien por cien.

Ahora ya casi había llegado el momento de que los candidatos se registrasen para las siguientes elecciones, y Eberly era del todo consciente de que no había movido un dedo para explotar los yacimientos. Había dejado que la idea hibernase mientras él preparaba el nuevo Gobierno y ejercía su poder con un mínimo de eficiencia. Pero ahora los votantes recordarían las promesas de riqueza y exigirían que Eberly las llevase a cabo. Y, con todo, los científicos se le oponían. Los respaldaban los más altos poderes de la Tierra.

Mi reelección no está asegurada, se dijo Eberly. Urbain no se presentará contra mí, y estoy seguro de que he neutralizado a Timoshenko. Pero alguien se alzará para oponerse a mí. ¿Quién?

Mientras se cepillaba los dientes, se duchaba, afeitaba y vestía para otro día de trabajo, su mente no hacía sino retornar a la inevitable respuesta: Pancho Lane. No ha venido al hábitat solo para ver a su hermana. Con tímida coquetería, se niega a decirle a nadie cuánto tiempo pretende quedarse. En una semana solicitará la ciudadanía y luego se registrará como candidato para enfrentarse a mí.

¿Qué puedo hacer para detenerla?, se preguntaba Eberly, mientras se dejaba empapar por la luz de la mañana en pos de su oficina y del ligero desayuno que su ayudante le habría preparado. ¿Cómo puedo librarme de Pancho Lane?

Con cuidado, se tocó el lugar de la mandíbula donde Pancho le había golpeado. ¿Cómo puedo hacer que pague por aquella humillación?

 

Urbain, mientras tanto, tomaba el desayuno con su mujer en sus apartamentos.

—Sobornará a los votantes con visiones de enormes riquezas —gruñó, mientras daba un sorbo a su potente café. Jeanmarie era la única mujer del mundo que sabía cómo hacer un café bien fuerte y que aun así resultara agradable. Urbain había echado de menos aquellos cafés durante los años de su separación.

—Pero al ciu se le reconoce por estar contra la explotación de los anillos de Saturno —dijo Jeanmarie desde el otro lado de la estrecha mesa de la cocina.

—Eso no significa nada —espetó Urbain—. ¿Qué pueden hacer? ¿Cómo van a hacer que se respete su posición? ¿Enviándonos un ejército de burócratas?

Jeanmarie casi sonrió ante la idea de una horda de ratones de biblioteca descendiendo sobre el hábitat.

—Eberly podría denegarles el permiso para acoplarse —prosiguió Urbain—. Podría obligarles a dar media vuelta y volver a la Tierra.

Su esposa se llevó la taza a los labios. Jeanmarie prefería el té con limón:

— ¿Pero no podría el ciu solicitar a la Autoridad Internacional Astronáutica que fueran estos quienes hiciesen cumplir sus órdenes? Nadie quiere problemas con la aia.

Urbain dedicó a su esposa una mirada condescendiente:

—Querida, no ha pasado más de un año desde que concluyó la Segunda Guerra de Asteroides. ¿Crees que la aia o cualquier habitante de la Tierra tiene ganas de empezar otra guerra?

— ¿Una guerra? —Jeanmarie pareció acongojarse—. ¿De verdad crees que Eberly emplearía la fuerza contra la aia?

—Creo que este tipo haría lo que considerase necesario con tal de mantener su posición como líder del hábitat.

— ¿Pero una guerra?

Urbain se encogió de hombros:

—Las naves espaciales son muy frágiles. El disparo de un láser podría inutilizar una nave de la aia en cuanto se nos aproximase. Quizá incluso destruirla.

Jeanmarie negó con la cabeza:

—No se atrevería.

—Selene declaró su independencia y luego combatió con las armas las intentonas, por parte de las antiguas Naciones Unidas, de someterla. Los mineros de Ceres han asegurado su independencia. ¿Por qué no el hábitat Goddard? Después de todo, estamos mucho más lejos que cualquier otro asentamiento humano. ¿Qué le importa a la gente de la Tierra lo que hagamos?

—Les importa que explotemos los yacimientos de los anillos de Saturno, por ejemplo.

—Sí, a algunos sí. Pero la gente que vive en la Luna y entre los asteroides vería con buenos ojos la posibilidad de recibir un abundante suministro de agua.

—Todo tiene un precio —señaló Jeanmarie.

Urbain la miró fijamente. Luego contraatacó:

—Eberly es muy listo, y artero. Mantendrá el precio lo bastante bajo como para que puedan comprarla, y, aun así, lo bastante alto como para traer la riqueza a la Goddard.

Jeanmarie comenzó a responder, pero Urbain se levantó de la pequeña mesa de la cocina, dando a entender a las claras que su conversación había terminado. Jeanmarie se quedó donde estaba, aferrando con ambas manos la taza de aquel té delicado y cada vez más frío. Era el juego de té de su madre. No, recordó, de su abuela.

Urbain regresó a la cocina, colocándose el pañuelo de seda que se había echado alrededor del cuello. Jeanmarie sabía que con aquel gesto le estaba pidiendo que se lo anudase, pero no se levantó de la silla.

— ¿Es tan importante eso de hacer extracciones en los anillos? —preguntó—. ¿De veras les haría un daño irreparable?

—Con el tiempo sí —dijo Urbain, mirándose en el espejo que había detrás de su mujer mientras se batía con el nudo del pañuelo—. El verdadero problema es que Eberly no levantará un dedo para ayudarme, a menos que yo respalde su propuesta de hacer extracciones en el hielo.

Jeanmarie vio la expresión de su rostro: un franco desagrado y, más allá, el miedo al fracaso. En Titán, su sonda se ha declarado en rebeldía y ni siquiera es capaz de localizarla, pensó. Y ahora Eberly se niega a ayudarle, y por eso teme que su carrera se acabe ante sus propios ojos. ¡Mi pobre amor! Venir tan lejos para fracasar… Ha probado las mieles del éxito y, a causa de eso, ahora su caída será más profunda y mucho más humillante.

Retiró la silla, apartó las manos de Urbain del pañuelo que tan penosamente había anudado, y se lo volvió a atar. Urbain le dio un beso en la mejilla en señal de agradecimiento y se marchó a su oficina para otro nuevo día de frustración, otro día que le acercaría un poco más al borde del desastre.

Jeanmarie permaneció un rato más en la cocina, sola, preguntándose qué podía hacer para ayudar a su marido.

 

Holly salió al encuentro de Eberly cuando este se dirigía hacia el edificio de administración, situado en la cumbre de una pequeña colina sobre la cual había sido erigido el pueblo de Atenas. Eberly sabía que no se trataba de un encuentro fortuito.

—Buenos días —dijo en tono alegre.

— ¿No lo son todos? —replicó Holly, mientras se ponía a su paso.

—Sí. Supongo que tendemos a dar por sentada la perfección de nuestro clima.

Holly alargó un brazo y le asió de la manga de su túnica, deteniéndole:

—Mira a tu alrededor, Malcolm. Observa este lugar. Quiero decir, míralo de verdad.

Confuso, Eberly barrió con una mirada aquel paisaje tan cuidadosamente diseñado, verde, lustroso, siempre en plena flor. Los blancos e inmaculados edificios. El brillante lago.

—Es verdaderamente maravilloso, ¿verdad? —murmuró.

— ¿Qué le falta? —preguntó Holly.

Solo con mirar la definición del mentón de Holly, Eberly podía advertir que esta quería hablar de un asunto muy específico:

— ¿Qué le falta, Malcolm? —preguntó de nuevo.

—Lluvia —replicó Eberly, un tanto a la ligera—. Nieve. Niebla, aguanieve…

—No bromees con esto —insistió Holly.

—Vale. Dime qué le falta a este cuasiparaíso, este nuevo Edén, este…

— ¡Niños! —saltó Holly—. Niños. Aquí no hay niños.

—Ah, eso.

—Sí, eso —respondió Holly—. Tienes que afrontarlo, Malcolm. Tienes que hacer algo respecto al protocolo CCP.

—Estoy pensando en ello —murmuró a regañadientes.

—Pues piensa un poco más. Y aprisa. La fecha límite para registrar candidatos es el próximo lunes. El CCP podría ser uno de los temas estrella del programa.

—Solo si alguien lo convierte en parte del programa —respondió Eberly, irritado.

—Alguien lo hará.

—Entonces, quienquiera que lo haga necesitará una reclamación firmada por dos tercios de los ciudadanos para revocar el protocolo de Crecimiento Cero —señaló Eberly.

Los labios de Holly se curvaron en una sonrisa cómplice:

—Has mirado las normas, ¿eh? Yo también.

—Dudo que nadie en este hábitat se sienta inclinado a organizar un referendo. La gente aquí es demasiado apática.

Con una ligera sacudida de cabeza, Holly replicó:

—No infravalores a la gente, Malcolm. En especial a las mujeres.

Sintiéndose incómodo, Eberly decidió enfocar la conversación de otro modo:

—Y ya que hablamos de ello, ¿qué te parece la idea de explotar los yacimientos de hielo de los anillos de Saturno?

Holly se encogió levemente de hombros:

—Nadia Wunderly está totalmente en contra, así como el resto de los científicos.

—Pero no son ni una décima parte de la población de nuestra comunidad.

—Si lo conviertes en una parte de tu programa electoral, los científicos designarán un candidato para que se enfrente a ti. ¿No preferirías presentarte y no tener oposición?

¿No tener oposición? La idea no se le había pasado a Eberly por la cabeza. Había dado por hecho que alguien se presentaría para enfrentarse a él, quizá más de un candidato. En realidad, prefería que fueran varios los candidatos contendientes; eso repartiría los votos en su contra, mientras, como titular del cargo, él mismo contaría con un sólido bloque, especialmente si empezaba a poner en marcha el plan de explotar los yacimientos de hielo.

—Como es natural, preferiría no tener oposición, pero dudo que las cosas vayan a funcionar de esa manera.

—De hecho —dijo Holly, con una lenta sonrisa tomando forma en sus labios—, la constitución exige que haya al menos un candidato en la oposición. Lo he comprobado.

Eberly la miró con renovada admiración:

—Has comprobado muchas cosas, ¿verdad?

—Es parte de mi trabajo —apuntó Holly—. Si nadie se ofrece voluntario para presentarse contra ti, se elegirá un candidato al azar desde el ordenador de personal.

—Que es operado por tu departamento de Recursos Humanos —observó Eberly.

—Eso es.

—Lo que significa que tú, Holly, podrías elegir a mi rival.

—Yo no. El ordenador.

—Tú —dijo Eberly, señalándola con el índice como si de una pistola se tratase.

—Entonces tendré que encontrar a alguien que saque adelante el asunto del CCP.

Sombrío, Eberly la miró con el ceño fruncido.

Titán
CoverPage.html
section-0001.html
section-0002.html
section-0003.html
section-0004.html
section-0005.html
section-0006.html
section-0007.html
section-0008.html
section-0009.html
section-0010.html
section-0011.html
section-0012.html
section-0013.html
section-0014.html
section-0015.html
section-0016.html
section-0017.html
section-0018.html
section-0019.html
section-0020.html
section-0021.html
section-0022.html
section-0023.html
section-0024.html
section-0025.html
section-0026.html
section-0027.html
section-0028.html
section-0029.html
section-0030.html
section-0031.html
section-0032.html
section-0033.html
section-0034.html
section-0035.html
section-0036.html
section-0037.html
section-0038.html
section-0039.html
section-0040.html
section-0041.html
section-0042.html
section-0043.html
section-0044.html
section-0045.html
section-0046.html
section-0047.html
section-0048.html
section-0049.html
section-0050.html
section-0051.html
section-0052.html
section-0053.html
section-0054.html
section-0055.html
section-0056.html
section-0057.html
section-0058.html
section-0059.html
section-0060.html
section-0061.html
section-0062.html
section-0063.html
section-0064.html
section-0065.html
section-0066.html
section-0067.html
section-0068.html
section-0069.html
section-0070.html
section-0071.html
section-0072.html
section-0073.html
section-0074.html
section-0075.html
section-0076.html
section-0077.html
section-0078.html
section-0079.html
section-0080.html
section-0081.html
section-0082.html
section-0083.html
section-0084.html
section-0085.html
section-0086.html
section-0087.html
section-0088.html
section-0089.html
section-0090.html
section-0091.html
section-0092.html
section-0093.html
section-0094.html
section-0095.html
section-0096.html
section-0097.html
section-0098.html
section-0099.html
section-0100.html