28 de mayo de 2096:

Centro de control de la misión

Restricción primaria? —repitió Habib—. ¿Qué restricción primaria?

Levantó la vista hacia los rostros que se cernían sobre él. Tenían un aire tan confuso como el suyo.

—Me sé de arriba abajo el programa principal —insistió Habib. Haciendo un gesto hacia los programadores que había en el grupo, prosiguió:

—Nosotros lo escribimos. ¿Alguien de ustedes sabe qué es eso de la restricción primaria?

Incómodos, se miraron unos a otros, sacudiendo la cabeza.

Von Helmholtz, que se sentaba completamente rígido en la silla que había junto a Habib, dijo:

—El tiempo pasa. Debemos sacar a Gaeta de donde está en veintinueve minutos o menos. No me gusta la pinta que tiene esa tormenta negra.

Habib apenas si le escuchó:

—Restricción primaria… El programa principal cree que alberga una restricción primaria que le impide enviar los datos recogidos por sus sensores.

—No hay ninguna restricción primaria —dijo una de las mujeres.

—Pero el programa cree que la hay —señaló Habib.

—Bueno, están las rutinas de aprendizaje —dijo lentamente otro de los ingenieros informáticos, como ordenando sus pensamientos a medida que hablaba:

—Quizá el programa haya hecho sus propias modificaciones.

— ¿Qué podría haberle empujado a ello?

Habib replicó:

—Tal vez ha aprendido algo nuevo de las condiciones que encontró en la superficie de Titán una vez fue activado.

La mujer dijo:

— ¿Y qué es lo que ha podido aprender de la superficie de Titán que le haya llevado a negarse a enviarnos los datos?

Nadie tenía una respuesta para aquella pregunta.

 

Aún sentado sobre el techo de Alpha, Gaeta escuchó los bisbiseos del grupo de ingenieros con creciente incomodidad. Comprobó la temperatura que había en el interior de su traje: se había desplomado cuatro grados más por debajo de la cifra señalada como óptima. Vale, pensó, en tanto encendía el termostato para subir la temperatura, hace un frío del carajo ahí fuera. El radiador debe estar trabajando por encima de sus posibilidades mientras estoy sentado aquí, sin generar demasiado calor corporal.

Los ingenieros seguían dando vueltas a la idea de por qué aquel estúpido ordenador había desactivado la antena para el envío de datos. Era como escuchar los gañidos de un grupo de delegados de escuela que trataran de resolver el problema del hambre en el mundo.

Tengo que salir de aquí, se dijo Gaeta. Pero comprendió que no podía dejar su trabajo a medias. No puedo permitir que esta montaña de chips me derrote. Soy más listo que un puñetero ordenador, da igual qué programas de aprendizaje le hayan introducido.

—Ordenador —espetó de pronto—, ¿cuál es la restricción primaria?

No hubo respuesta.

Haciendo un gesto de desagrado, rehízo la frase:

—Mostrar restricción primaria.

Un chirrido de ruido electrónico asaltó sus auriculares. Antes de que Gaeta pudiera siquiera pestañear, el ruido terminó. Pero volvió a sentir que le zumbaban los oídos.

Bueno, pensó, al menos los chicos del centro de control tienen algo con lo que trabajar. Quizá en una o dos semanas sepan lo que pasa. Pero yo no puedo esperar tanto.

El puñetero ordenador no va a enviar la información recogida por sus sensores porque cree que hay una restricción primaria que le impide hacerlo. Gaeta reflexionó sobre aquello durante unos momentos, mientras las belicosas voces de los ingenieros seguían atestando su frecuencia.

Ha aprendido algo mientras estaba en la superficie de Titán, pensó Gaeta. Quizá…

—Ordenador, ¿cuál es el fragmento de información más importante que tus sensores han detectado?

Silencio. No se escuchó nada salvo el crujido de la electricidad estática. Gaeta ya estaba a punto de rendirse, desalentado, cuando la inhumana voz del ordenador replicó:

HAY FORMAS DE VIDA EN SU SUPERFICIE.

—Pero eso ya lo sabíamos gracias a las otras sondas.

A MÍ NO ME HAN SUMINISTRADO INFORMACIÓN ALGUNA SOBRE OTRAS SONDAS.

« ¿A mí?», se preguntó Gaeta. ¿Un ordenador que habla sobre sí mismo? ¿Que es capaz de reconocerse?

Los ingenieros que aguardaban en el centro de control llegaron a la misma conclusión. Gaeta oyó cómo sus voces subían de tono e intensidad.

Ignorando la discusión, dijo al ordenador:

— ¿Has encontrado formas de vida en la superficie?

SÍ.

Gaeta iba a formular la siguiente pregunta, pero titubeó. Cuidado, pensó para sí. No dejes que se meta otra vez en ese puñetero rollo de «Conflicto de órdenes».

Aguardó, pero el ordenador permaneció en silencio.

— ¿Son esas formas de vida la causa del conflicto de órdenes? —preguntó.

SÍ.

¡Carajo!, exclamó interiormente Gaeta. Por fin llegamos a algo. En voz alta, preguntó:

— ¿Cómo es que esas formas de vida que has hallado han provocado un conflicto de órdenes?

De nuevo, el ordenador guardó silencio. ¿Se está pensando la pregunta o es que es tan rematadamente idiota que no sabe qué decir?, se preguntó Gaeta.

— ¡Gaeta! ¡Escúcheme! ¡Ahora! —gritaba con insistencia la voz de Habib. Incluso con el volumen bajado al mínimo, Gaeta percibió la urgencia que había en su voz.

— ¿Qué pasa? —preguntó, cansino. Se sentía sin fuerzas, harto de aquel juego. Y esperó, mientras la negra tormenta de nieve se aproximaba más y más.

—Ese cúmulo de información que el programa ha enviado hace medio minuto —dijo Habib por fin—. ¡A lo que se refiere es a procedimientos de descontaminación!

— ¿Descontaminación? ¿Algo así como refregar la máquina para asegurarse que no infecta Titán con gérmenes terrestres?

De nuevo el retardo. Después:

— ¡Sí! ¡Cuando usted le pidió mostrar la restricción primaria, lo que hizo fue mostrar su archivo de procedimientos para la descontaminación!

— ¿Y esa es la restricción principal?

Sin otra cosa mejor que hacer, Gaeta se sentó en el interior de su voluminoso traje y contó los segundos para la respuesta de Habib. Ocho… nueve… diez…

—No hay ninguna restricción principal. No introdujimos nada de ese calibre en el programa. Pero el ordenador ha interpretado los procedimientos de descontaminación como una especie de restricción.

Gaeta sacudió la cabeza en el interior de su casco:

—No lo pillo. Habéis introducido en el programa principal unas órdenes básicas para que el ordenador haga su trabajo, y ahora el muy idiota no envía información porque…

De pronto, lo comprendió. Gaeta abrió los ojos de par en par. Levantó los puños enguantados en una clara señal de victoria.

—Ordenador —dijo—, ¿el envío de la información recogida en los sensores podría causar un peligro de contaminación para las formas de vida que hay en la superficie?

SÍ, fue la inmediata respuesta.

Habib, aún casi doce segundos por detrás del tiempo real, estaba diciendo:

—Debe tratarse de algo con lo que pretende evitar la contaminación. Creo que usted…

— ¡Lo tengo! —gritó Gaeta—. ¡Lo tengo! Callaos todos y escuchad.

Tanto Habib como el resto de voces quedaron en silencio.

—Habéis introducido rutinas de aprendizaje en el programa, ¿verdad? Bien, pues se las ha aprendido. El ordenador ha hallado formas de vida en la superficie del satélite. Y sabe, por los procedimientos de descontaminación que habéis seguido, que los organismos de la Tierra podrían contaminar los organismos presentes en la superficie de Titán. De modo que su manera de interpretar los procedimientos de descontaminación pasan por no enviar los datos sobre las formas de vida encontradas aquí.

Ahora tendré que esperar a que reciban el mensaje y reflexionen sobre ello, se dijo Gaeta. Que les den. No me voy a quedar aquí sentado sin nada que hacer. Voy a arreglar el problema.

—Ordenador, el envío de información no dañará las formas de vida de la superficie.

Sí lo hará.

— ¿Cómo?

Silencio.

Ardiendo por dentro, Gaeta replanteó la pregunta:

— ¿De qué modo el envío de datos haría peligrar las formas de vida de la superficie?

Se enviarían otras sondas. Cada una de ellas incrementaría el riesgo de contaminación.

—Pero ese es un riesgo que debemos correr. No vamos a aprender nada sobre las formas de vida si no enviamos sondas para estudiarlas.

La contaminación debe impedirse.

—La contaminación debe evitarse en lo posible.

La contaminación debe impedirse por todos los medio disponibles.

—Pero no hay modo de estudiar las formas de vida sin un mínimo riesgo de contaminación.

Los humanos son portadores de formas contaminantes. No debe permitírseles estudiar nuevas formas de vida.

Por Dios, pensó Gaeta, habla como Urbain. ¿Por qué no iba a ser así? Urbain dirigía la programación del ordenador.

—Mira, tío, la razón de que existas radica en el estudio de las formas de vida y en que informes acerca de tus hallazgos a los humanos que te han construido.

Árbol lógico: envío información recogida en los sensores a humanos. Estos querrán más información. Enviarán más sondas. Inevitablemente, enviarán más humanos. Las sondas son fuentes posibles de contaminación. Los humanos son fuentes seguras de contaminación.

Jesús, lo tiene todo más que pensado. ¿Cómo puedo quitarle el bloqueo informático que padece?

—Eh, ordenador, yo soy humano, y no estoy contaminando las formas de vida.

Por espacio de varios segundos el ordenador no respondió. Gaeta pensó que aquello excedía su habilidad para comprenderle. Pero entonces dijo:

LOS HUMANOS SON PORTADORES DE CONTAMINACIÓN.

El láser de diez megajulios montado en la parte trasera del techo de Alpha asomó de la hornacina en la que estaba empotrado y comenzó a rotar en dirección a Gaeta.

Titán
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