CAPÍTULO DIECIOCHO

ERINNI cayó hacia atrás, con todo el pecho lleno de sangre. Su espalda

fue a parar contra el pecho de Dayan, que la tomó en brazos e impidió que

cayera.

La giró entre los brazos, totalmente desesperado al ver tanta sangre.

Con los ojos abiertos por el terror y la mandíbula desencajada, empezó a

palparla en busca de la herida.

—¡Eh! ¡Eh! Machote, ¡que tenemos compañía! —exclamó ella

intentando deshacerse de sus manos.

—¿Dónde estás herida? ¡Maldita sea, mujer, estate quieta!

El desasosiego en la voz de Dayan, casi la hizo sonreír. Quizá sí que la

amaba, después de todo.

—Estoy bien. ¡Estoy bien! —gritó cuando él intentó romper la ropa para

buscar la herida—. La sangre no es mía, maldita sea. ¡Ten tus manos quietas!

Dayan jadeaba muy deprisa. La miró durante un segundo, incrédulo, y

de pronto, su terror se convirtió en ira.

—¿En qué estabas pensando? —gritó mientras la tenía agarrada por los

hombros y la zarandeaba—. ¡Podría haberte matado, mujer cabezota! —

Después la abrazó y apretó contra su cuerpo, tanto, que ella tuvo que esforzar

para que la voz saliera y poder quejarse.

—¡Me ahogas!

—¡Pues te aguantas!

Se oyeron algunas risitas que provenían de la escolta de Dayan, pero se

sofocaron inmediatamente cuando este miró hacia sus hombres entrecerrando

los ojos, dirigiéndoles una mirada que prometía venganza.

Ayoan estaba muerto. Varias espadas lo habían atravesado y había

muerto instantáneamente.

Erinni no podía creérselo. Después de todo, realmente estaba libre. Por

fin.

Dayan y ella estaban en la bañera, uno frente al otro. Se habían lavado

la sangre antes de meterse en ella, y ahora se estaban enjabonando para

quitarse los restos que quedaban.

Dayan estaba extrañamente silencioso, absorto en la esponja y sus

pensamientos.

—¿Qué ocurre, machote? —le preguntó, temerosa de la respuesta. Ahora

que todo había terminado, ¿querría que se separaran?

Dayan exhaló un lento suspiro y levantó los ojos hacia ella. Había

mucho dolor en ellos.

—¿Qué vas a hacer ahora que todo ha terminado?

Erinni tragó saliva, y se encogió de hombros.

—¿Volver a Kargul? ¿Contigo?

La sonrisa que tanto adoraba asomó en su rostro.

—¿No quieres quedarte aquí? Al fin y al cabo, mañana pasarán a tus

manos todos los negocios de tu padre, y tendrás que hacerte cargo de ellos.

Erinni negó con la cabeza.

—Los albaceas se han hecho cargo de ellos hasta ahora. Pueden seguir

haciéndolo hasta que se venda todo. Mi lugar está al lado de mi esposo, ¿no

crees?

Dayan se abalanzó hacia adelante, cogiéndola de una mano y tirando de

ella hasta que la tuvo tumbada sobre su cuerpo. El agua salpicó fuera de la

bañera, dejando un buen charco a su alrededor.

—¿Lo dices en serio? ¿Vas a continuar conmigo? —Parecía que no

podía creérselo.

—Por supuesto. ¿Pensabas que iba a pedirte el divorcio? —Sus bocas

estaban muy cerca una de la otra, y Erinni se lamió los labios mientras fijaba

la mirada allí. Sentía la erección de Dayan presionando contra su estómago, la

piel caliente bajo sus manos, y de repente, el agua había subido de temperatura

misteriosamente—. Quítatelo de la cabeza, machote. Estás atado a mí por el

resto de tu vida.

Dayan negó con la cabeza e hizo una mueca, como si tuviera mucho

dolor.

—No lo entiendo.

—¿El qué? —preguntó ella.

—Cómo puedes amarme.

—Es fácil hacerlo.

—No, no lo es. Soy un guerrero. Me has visto con las manos llenas de

sangre, algo que no quería que ocurriera nunca. ¿Cómo vas a quererme? Con

tus manos, das vida. Con las mías, doy muerte. Somos tan diferentes...

—Proteges, Dayan. Con tus manos, proteges. Por eso te amo, y quiero

darte lo que nunca has tenido.

Dayan sintió como si hubiera tenido el peso del mundo sobre sus

hombros, y repentinamente, alguien se lo hubiera quitado. Los ojos le brillaron

con picardía, esbozó la sonrisa torcida que tanto encendía a Erinni, y recorrió

sus caderas muy lentamente, hasta llegar a su culo y ahuecar las nalgas con

ambas manos.

—¿Y qué es, exactamente, lo que nunca he tenido?

Erinni lo miró, coqueta, y le devolvió la sonrisa mientras se inclinaba

hacia adelante y le besaba en la curva del cuello. Él echó la cabeza hacia atrás

cuando le mordió el lóbulo de la oreja y, poco a poco, se colocaba a

horcajadas sobre él.

—Una familia, machote —musitó en su oído—. Unos hijos que te

sacarán de quicio. —Beso—. Una suegra que te exasperará. —Mordisquito—.

Hijas a las que mimarás a mis espaldas. —Otro beso—. Quizá un perro o dos...

—Un futuro muy prometedor... —murmuró antes de apoderarse de su

boca en un beso arrollador.

PRÓXIMAMENTE

LA PRINCESA SOMETIDA

3º Cuentos eróticos de Kargul

Rura es una princesa y ha vivido toda su vida protegida. Es caprichosa,

cruel, frívola y rencorosa. Sus acciones la han llevado a perder el favor de su

padre, el príncipe heredero al trono Imperial, y ha sido obligada a exiliarse en

el monasterio de las Hermanas Entregadas.

Hewan es el líder de los hombres bestia de las montañas Tapher. Odia al

Imperio con toda su alma y está en guerra constante contra las tropas

asentadas en el fuerte que vigila el paso para cruzar las montañas.

Cuando Rura es hecha prisionera en el ataque que sufre la caravana en

la que viaja y cae en manos de Hewan, sentimientos opuestos los asaltan a

ambos: pasión, odio, fascinación, desprecio...

Entre captor y cautiva se desata una lucha de voluntades de la que no

puede surgir nada bueno... ¿o sí?

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CAPÍTULO UNO

CAPÍTULO DOS

CAPÍTULO TRES

CAPITULO CUATRO

CAPÍTULO CINCO

CAPÍTULO SEIS

CAPÍTULO SIETE

CAPÍTULO OCHO

CAPÍTULO NUEVE

CAPÍTULO DIEZ

CAPÍTULO ONCE

CAPÍTULO DOCE

CAPÍTULO TRECE

CAPÍTULO CATORCE

CAPÍTULO QUINCE

CAPÍTULO DIECISÉIS

CAPÍTULO DIECISIETE

CAPÍTULO DIECIOCHO

PRÓXIMAMENTE

Table of Contents

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CAPÍTULO DOS

CAPÍTULO TRES

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CAPÍTULO CINCO

CAPÍTULO SEIS

CAPÍTULO SIETE

CAPÍTULO OCHO

CAPÍTULO NUEVE

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