CAPÍTULO ONCE
CUANDO DAYAN entró, Erinni estaba amodorrada entre las sábanas
frescas, después que Sorah y Gannar, las dos sanadoras que habían
acompañado al cirujano, la hubiesen lavado, y que el doctor hubiese atendido
las heridas.
Lo hizo cuidadosamente y sin hacer ruido. Ella lo oyó llegar, pero
estaba tan a gusto, con los ojos entrecerrados y totalmente relajada, que ni
siquiera intentó moverse.
Él se acercó a la cama y se puso de cuclillas a su lado. Erinni estaba
tumbada de lado, y sus rostros quedaron a la misma altura.
La miró un largo rato. Tenía la herida de la frente tapada por un apósito,
y las muñecas vendadas. Trazó una suave caricia a lo largo de la mejilla y el
cuello mientras la miraba, embobado y furioso al mismo tiempo.
Ella abrió los ojos y sonrió, somnolienta.
—Hola —susurró mientras los labios se curvaban de felicidad—. Gracias
por rescatarme.
—De nada, preciosa —contestó él conteniendo el enfado. Kisha tenía
razón cuando le dijo que no era el momento de recriminaciones ni demandas—.
¿Cómo te encuentras, hechicera?
—Dolorida, cansada... pero feliz de estar aquí.
Dayan asintió con la cabeza y le apartó un rizo que había caído
despreocupadamente sobre la frente de ella.
—Yo también estoy feliz de tenerte aquí, hechicera. Casi me matas del
susto.
—Lo siento. —Parecía verdaderamente compungida, y una lágrima
rebelde asomó por el lacrimal.
—Ssssht —chistó Dayan mientras se apresuraba a recogerla con un dedo—.
No llores, mi vida. Ya pasó todo.
—Es que... —Calló durante un instante, buscando la fuerza de voluntad
para romper con la constante obstinación que la mantenía siempre con el
corazón cerrado y la confianza marchita—. Todo ha sido culpa mía... yo...
—Duerme ahora, hechicera, y no te preocupes por nada —la atajó con
cariño Dayan—. Cuando despiertes, ya me lo contarás.
Erinni sacudió la cabeza, y una mueca de dolor se apoderó de su rostro.
Se llevó la mano a la cabeza y sollozó.
—No, tengo que contártelo ahora, antes que el miedo pase y vuelva a
mentirme a mí misma diciéndome que todo va bien...
Dayan le acarició el mentón y cogió su mano. Se la llevó a los labios y
la besó en la palma.
—Hazme sitio en la cama y déjame abrazarte.
Erinni se movió hacia atrás y Dayan se quitó la ropa y las botas, pero se
quedó con los pantalones de cuero puestos. No quería que ella pensara que en
estos momentos pensaba en sexo cuando lo único que necesitaba, era tenerla
entre los brazos para asegurarse que realmente estaba allí, con él.
Se metió en la cama y la abrazó, acomodándole la cabeza sobre su
musculoso pecho, y arropándola con la sábana. Ella posó la mano sobre los
marcados abdominales, producto de las duras horas de entrenamiento con las
armas, y empezó a trazar lentos círculos con un dedo.
Dayan se rio y le cogió la mano, deteniendo así la caricia.
—Hechicera, no soy de piedra, y si continúas así... digamos que perderé
el poco juicio que me queda.
Ella sonrió con cansancio y cerró los ojos, suspirando.
—Lo siento, no era mi intención excitarte —susurró.
—Lo sé, cariño. Ahora... ¿vas a contármelo?
—Sí. Pero no me interrumpas mientras lo hago, por favor. Cuando
termine, si tienes alguna pregunta que hacerme, la responderé. No más
secretos, ni verdades a medias; te lo prometo.
—Bien. Empieza.
Erinni inspiró con fuerza, buscando el impulso necesario para iniciar el
relato. Sabía que una vez hubiera empezado, las palabras saldrían de su boca
sin dificultad; empezar, esa era la parte más difícil.
—Nací en Niam, la ciudad más oriental del Imperio, a orillas del mar
Indómito. Mi padre se llamaba Eroan, y era un rico comerciante propietario de
varios barcos. Comerciaba principalmente con el archipiélago Suan Teoa, y
con Tartás, más allá del mar Indómito. Recuerdo que éramos muy ricos, que
vivíamos en una casa enorme, casi un palacio, y teníamos muchos criados y
esclavos. Mi padre no solía navegar; todos sus negocios los llevaba desde la
propia Niam y a través de agentes que hacían los tratos en su nombre. Pero
una vez, no sé por qué, se vio obligado a embarcar... y no volvió.
Erinni calló durante unos instantes, y Dayan la alentó a continuar
acariciándole el brazo arriba y abajo, pero sin decir nada.
—Mi padre y mi madre no se querían, pero se respetaban. Sé que él
estaba algo defraudado con ella porque no le había dado un heredero. En
realidad, yo fui el único embarazo que mi madre pudo llevar a término. Yo
tenía... bueno, supongo que aún tengo otros hermanos, pero son hijos de
esclavas y no sé dónde están ahora.
“Cuando mi padre no regresó de su viaje y se le dio por muerto, yo pasé
a ser su única heredera. Los hijos de esclavos, ya sabes que son esclavos a su
vez, y mi padre no se ocupó de ellos. No merecían su atención, decía, por lo
que ni siquiera consideró el hecho de legitimar a alguno de ellos para que
pudiera ocupar su lugar al frente del negocio. Mi madre era hija de una familia
de alta alcurnia, y mi padre estaba obsesionado con la aristocracia... No sé,
supongo que creyó poder casarme con alguien con un rango superior al mío,
como había hecho él, alguna familia de noble linaje pero escaso bolsillo, como
la de mi madre. En realidad, no tengo ni idea de qué planes tenía, porque
cuando él murió yo sólo tenía doce años, y nunca había hablado conmigo de
ese tema. Pero estoy divagando...
“La cuestión es que cuando él murió, su hermano Ayoan, uno de los
Comisarios Imperiales de Niam, pasó a ser mi tutor y el de mi madre. Y,
cegado por la riqueza que yo había heredado, se empeñó en casarme con su
propio hijo, mi primo Laucodán.
“Una noche, mi tío irrumpió en el pequeño dormitorio que mi madre y
yo compartíamos. Me echó a empujones de allí y... —un sollozo escapó de la
garganta de Erinni al revivir aquel momento, pero gracias al firme abrazo de
Dayan, unido a las dulces caricias que le seguía prodigando, consiguió
sobreponerse y seguir con su explicación—. La violó, y aunque yo recorrí toda
la casa buscando ayuda, nadie acudió. Aquella misma noche, instigadas por mi
madre, mi aya y yo huimos de allí. Me llevó hasta Marún, la ciudad donde ya
entonces vivía una hermana de mi madre, y ella se ocupó de que yo fuese
aceptada en la escuela de sanadoras de Bató, donde estudié durante años.
“Pero mi tío no ha dejado de buscarme. Él no puede tocar mi herencia
porque los albaceas no se lo permiten, y por eso sigue empeñado en casarme
con su hijo, a pesar de todos los años transcurridos.
Dayan no dijo nada durante un rato, esperando por si Erinni no hubiese
acabado su historia, pero al ver que no decía nada más, preguntó:
—Entonces, ¿crees que tus secuestradores trabajaban para tu tío?
—Por supuesto. ¿Para quién, si no?
—Pero, el hecho de ser una sanadora de Leigheas, ¿no te protege?
Erinni suspiró. Esperaba esta pregunta, y se había preparado
mentalmente para responder. Nada de lo que había dicho con anterioridad
tenía verdadera importancia, más que para dar un motivo para su secuestro. La
confesión verdaderamente importante, la que le pondría en manos de Dayan
de una forma totalmente vulnerable, venía ahora.
—En realidad... Todos los documentos entregados en la escuela de Bató
son falsos. Mi tío jamás firmó ninguna autorización para que yo pudiera
estudiar allí, por lo que técnicamente, todas las exenciones legales que da el
ser una sanadora no se me pueden aplicar.
—Eso significa que no estás legalmente bajo la tutela del templo, sino
que sigues bajo la de tu tío.
—Exactamente.
—Y que tiene todo el derecho a secuestrarte y llevarte de regreso a Niam.
—Sí.
—Y obligarte a que te cases con tu primo.
—Ajá.
Con cada contestación, la voz de Erinni se hacía más y más débil, hasta
llegar a un susurro casi inaudible.
Dayan respiró tranquilo. Había una rápida y fácil solución a eso, una
que tan sólo unos pocos días atrás ni siquiera hubiera considerado, pero que
ahora hacía que su boca se ensanchara en una sonrisa que, por fortuna, Erinni
no podía ver.
Pero no era el momento de plantearla. ¿O sí? Aprovechar su
momentánea debilidad, ¿sería poco honorable? ¿O sería hacerle un favor?
Dayan la amaba. La quería siempre a su lado, para protegerla, cuidarla.
Incluso la idea de tener hijos con ella estaba empezando a ser atractiva. Jamás
se había permitido el lujo de soñar con una familia; tenía seguro que moriría
como había vivido hasta aquel momento: completamente solo. Pero ahora
había cambiado de idea. Con Erinni a su lado, cualquier cosa le parecía
posible, incluso algo tan disparatado como ser feliz.
—Cásate conmigo.
Lo escupió sin estar seguro aún de que aquél fuera el momento, pero no
pudo callarlo más. No fue una gran declaración, pero todo su corazón estaba
implicado en esa frase tan sencilla.
—¿Estás loco? —contestó Erinni, levantando la cabeza y mirándolo como
si le hubieran salido dos cabezas.
Aquello dolió a Dayan más de lo que había esperado.
—¿Por qué? —espetó, guardándose la furia e intentando permanecer
calmado—. ¿Tan mal partido soy? —intentó bromear mientras el terror a ser
rechazado le clavaba las garras.
Erinni suspiró y volvió a apoyar la cabeza en su torso. Le palpitaba y
dolía con saña, y la confesión seguida de la conversación, no la estaba
ayudando.
—Me dijiste que no tenías intención de casarte nunca, que no confías en
las mujeres —dijo en un murmullo.
Dayan suspiró y enredó uno de los mechones de pelo de Erinni en un
dedo, enroscándolo y deleitándose en su suavidad. ¿Eso era todo lo que ella
tenía para objetar a su idea? Parecía que muchas cosas habían variado en
pocos días.
—He cambiado de opinión —confesó finalmente.
—¿Por qué?
—¡Por Garúh, mujer! —exclamó, empezando a perder la paciencia—.
¡Simplemente di sí o no!
—Casarnos no solucionará nada. Sin el consentimiento de mi tutor, el
matrimonio puede ser anulado si él lo solicita. —Erinni parecía derrotada. Su
voz, siempre enérgica, ahora sonaba apagada y sin vida. A Dayan le partió el
corazón verla así.
—Yo me ocuparé de tu tío. Te aseguro que si nos casamos, no habrá nada
que nos obligue a separarnos. Es más, de camino a Niam, pasaremos por
Marún.
—¿De camino a Niam? ¿Pasar por Marún? —ahora sí estaba
completamente desconcertada—. ¿Para qué?
—Muy simple: en Marún, tu tía nos dará los documentos que firmará tu
tío en cuanto lleguemos a Niam, para que tu nombramiento como sanadora sea
real. Después, claro está, de convencerle adecuadamente para que dé su
aprobación formal a nuestro matrimonio.
—¿Quieres decir que..?
—Estás un poco lenta hoy, hechicera. ¿Será por la conmoción cerebral?
¿Tengo que avisar al cirujano?
Erinni le dio un manotazo en el estómago, y él hizo el amago de
doblarse como si el golpe realmente le hubiera hecho daño.
—¡No te burles de mí!
Dayan rio y después la besó en el pelo.
—No me burlo, cariño. Quiero casarme contigo, formar una familia,
hacerte feliz. Y si tengo que cruzar todo el Imperio para conseguirlo, eso es lo
que haré.