17. El reino de Diamante

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El reino de Diamante

Cuando amaneció, Wellan despertó a Bridgess, que dormía a pierna suelta, y la envió al baño. Siguió con la mirada sus pasos que se arrastraban por el corredor y se preguntó cómo se encontraría al final de aquella jornada en la que iban a hacer una larga ruta. Tras el desayuno, los caballeros y sus aprendices se reunieron en el patio de armas. Los palafreneros habían ensillado ya los caballos y los sirvientes habían llenado de provisiones sus alforjas de cuero. Una vez montados, avanzaron todos hasta colocarse bajo el gran balcón donde Esmeralda I les lanzó su discurso habitual sobre el código de honor y les manifestó el orgullo que sentía al verlos partir para realizar su misión.

Los caballeros revestidos con sus corazas verdes abandonaron el recinto del palacio seguidos de sus escuderos. Cabalgaron en formación hasta la frontera del reino de Diamante, donde se separaron. Chloé y Dempsey se dirigieron hacia el oeste; Jasson, Falcon y Bergeau continuaron hacia el norte, mientras que Wellan y Sento tomaron rumbo este.

En el palacio, durante ese tiempo, Kira no había cesado de llamar a Wellan. Armene le había explicado pacientemente que había salido de viaje con sus compañeros. Para distraerla había pedido ayuda a Hawke, que era el único de los alumnos de diez años que no se había convertido en escudero porque Elund pensaba hacerlo su aprendiz y estudiar su idioma. A Kira le gustaba el joven elfo y se avino a sentarse con él ante un montón de viejos libros que el muchacho le leyó, repitiéndole a menudo algunas palabras.

Falcon y Bergeau fueron los primeros en alcanzar su objetivo, el reino de Diamante, que se encontraba justamente detrás de la montaña de Cristal. Este vasto territorio había formado parte antiguamente del reino de Esmeralda, pero uno de los reyes lo había dividido en dos partes iguales para repartir el reino entre sus dos herederos varones. Quería que sus hijos tuvieran los mismos derechos y ambos pudieran reinar. Por ello, aunque sus nombres eran diferentes, los dos territorios resultaban casi idénticos.

La fortaleza real había sido edificada sobre un promontorio rocoso, en pleno centro de un valle dedicado a cultivos agrícolas. El palacio estaba bien protegido, pero el resto de los habitantes del reino vivía en terreno abierto y carecía de defensas. El nordeste lindaba con la parte occidental del reino de Ópalo. Era la frontera noroeste del territorio la más vulnerable y la que habría que reforzar, porque aquella zona lindaba con la tierra de los elfos.

Los dos caballeros y sus aprendices, Wimme y Buchanan, alcanzaron la fortaleza real al final de la jornada, en el momento en él que el sol poniente coloreaba en el firmamento unas alargadas bandas de nubes rosáceas y anaranjadas.

Falcon observaba con atención al joven Wimme, que había nacido en aquellas tierras diez años antes, pero el muchacho no mostraba ningún entusiasmo por haber regresado a su tierra natal. Estaba más atento a las instrucciones de su maestro y al cansancio de sus piernas, fatigadas tras el enorme esfuerzo.

El rey Pally se mostró encantado al recibir a los caballeros y los hizo conducir a la sala donde se disponía a cenar con su familia. La estancia estaba adornada de modo parecido a la del palacio de Esmeralda, aunque predominaba el color azul en lugar del verde. Incluso el joven soberano, que era pariente de Esmeralda I, se parecía mucho a él. Sus cabellos negros comenzaban a encanecer y había engordado bastante en los últimos años. Sus ojos reflejaban bondad y sabiduría, y sus maneras eran muy refinadas, pero cuando advirtió que su hija Chloé no formaba parte de la comitiva, dio claras muestras de decepción.

—Ha sido enviada a entrevistarse con el rey de las hadas, porque ya lo había conocido anteriormente —se disculpó Falcon.

—¡Pues también nos conocía a nosotros! —protestó el rey.

—Lo siento mucho, majestad —prosiguió Falcon—, pero debemos obedecer las órdenes. Es posible que Chloé sea enviada algún día en misión a vuestro hermoso país.

Pally les hizo sentarse a la mesa y les presentó a su esposa Ela, una hermosa mujer de cabellos como la miel y sonrisa amable, a su hija Bela y a su hijo Kraus, ambos mayores que Chloé. La princesa, más tímida que su hermano, no se atrevía a mirar directamente a los caballeros. Kraus, por el contrario, se mostró fascinado por los nuevos representantes de la legendaria Orden. Era un joven valeroso y aguerrido, dispuesto siempre a sacrificarse en favor de su pueblo.

Los caballeros aceptaron los alimentos que les ofrecían y esperaron al final de la cena antes de contar al rey los desgraciados acontecimientos de Shola y hablarle de las trampas que debían cavar en la frontera de su territorio. Como la mayoría de los reyes de Enkidiev, el monarca había oído hablar de los dragones y de los destrozos que habían tenido lugar en el pasado. Escuchó con atención las recomendaciones de los caballeros y se puso a cavilar durante un largo rato. Ni siquiera su familia se atrevió a interrumpir el curso de sus pensamientos. Bergeau sacó unos planos del cilindro que llevaba colgado de la cintura. El rey los examinó y pidió luego a los caballeros que se los dejaran durante toda la noche para que pudiera estudiarlos con detenimiento. Hizo que les asignaran unas habitaciones y se retiró a descansar.

Ya en su alcoba, Falcon observó a su joven escudero, que examinaba atentamente su lecho al pie del de su maestro.

—Os inquietáis sin ningún motivo, maestro —dijo Wimme al comprobar que el caballero intentaba sondear su corazón—. Yo ya no soy un niño de este país. Pertenezco de ahora en adelante al reino de Esmeralda y a sus guerreros. Aunque me obligarais, no quisiera quedarme aquí.

—Pero puedes tropezarte con miembros de tu familia cuando los campesinos vengan para ayudarnos a cavar los fosos.

—En ese caso, seré educado con ellos, pero guardaré las distancias que un caballero debe mantener con el pueblo.

—Tu postura es la adecuada, Wimme —le dijo Falcon sonriendo—. Estoy orgulloso de ti.

El rostro del escudero se llenó de satisfacción.

Por la mañana, tras un aseo rápido en las instalaciones del palacio, los caballeros y los escuderos se volvieron a reunir con el rey Pally en el gran salón donde solía recibir a sus invitados importantes. Les esperaba con los planos de Bergeau en las manos.

—Quiero ayudaros del mejor modo posible a impedir que esos monstruos asuelen mi reino, y si es preciso construir esos fosos para que sirvan de trampas, lo haremos. Os proporcionaré toda la ayuda necesaria.

Los caballeros y sus aprendices hicieron una reverencia, satisfechos de que el monarca hubiera compartido tan pronto su punto de vista.

—Antes de partir, decidme si mi hija es una buena caballera.

—Chloé es la mejor de todos nosotros, majestad —respondió Bergeau con una sinceridad convincente—. Reflexiona siempre antes de actuar y sólo utiliza la magia en caso absolutamente necesario. Todos nuestros escuderos debieran imitar su comportamiento.

Feliz al oír esto, el rey Pally les invitó a desayunar y pasó con ellos revista a todos los medios de que disponía para la tarea encomendada.