8. Una despedida desgarradora
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Una despedida desgarradora
En el palacio de Esmeralda, Kira, que había estado más calmada los últimos días, comenzó a lanzar gritos desgarradores en el instante mismo en que dejó de existir su madre. Todo el palacio fue preso del pánico a resultas de sus terroríficos lamentos y de las sacudidas que daba a los barrotes de su cuna. Armene fue la primera que acudió junto a ella. La pequeña saltó a sus brazos y se agarró a su vestimenta mientras gritaba palabras incomprensibles en su lengua materna. Al cabo de algunos minutos llegó el rey, quien tampoco pudo comprender lo que ella decía.
Esmeralda I hizo llamar al mago Elund y le pidió ayuda. Rogaron al joven Hawke que les desvelara los pensamientos de la desesperada princesa, pero el muchacho sintió tanto temor ante lo que halló en la mente de la niña que corrió a refugiarse en su habitación llorando.
—Sólo hay una solución, majestad —suspiró Elund con una voz que casi anulaba los gritos de Kira.
Los condujo a su gran torre y pidió a Armene que dejara a la niña ante el enorme recipiente de arena. Kira comenzó oponiendo una tremenda resistencia y se agarró desesperadamente a la túnica de la sirvienta, pero Armene le susurró palabras de sosiego y la niña aceptó finalmente sentarse allí.
—Primero es preciso que se calme —aseguró Elund.
En el recipiente se había levantado ya un pequeño torbellino de arena. Ante sus ojos asombrados, aparecieron reproducidos en un extremo el palacio de Shola y la altiplanicie sobre la que se levantaba. En el lado opuesto del recipiente surgieron las imágenes de unos dragones sobre los que cabalgaban unas criaturas humanoides provistas de lanzas. Se contaban por centenares, y todas marchaban en dirección al palacio. Aparecieron otras pequeñas figuras que representaban a los sholienos; el rey el mago y la sirvienta asistieron a una verdadera masacre. Los atacantes atravesaban a los humanos con sus grandes lanzas y dejaban que los dragones les arrancaran el corazón.
La arena volvió a su posición inicial y entonces comenzó a desarrollarse otra escena. En el interior del palacio, una mujer era apuñalada por una criatura cubierta de plumas.
—Mamá… —murmuró Kira mientras las lágrimas rodaban por sus mejillas.
La extraña criatura desapareció y la mujer se arrastró hasta la ventana, pero fue incapaz de ponerse de rodillas y permaneció tendida sobre el pavimento en medio de grandes dolores. A continuación entró un caballero en los aposentos reales y se puso de rodillas junto a ella.
—Wellan —musitó Kira.
La reina Fan murió en sus brazos. La niña malva estalló en gemidos y la arena volvió repentinamente a su posición inicial. Armene apretó a la niña contra su corazón y la estrechó en sus brazos con amor, pero nada podía consolar a Kira. El rey y el mago tenían la mirada fija en el recipiente de arena y estaban desolados.
—Es demasiado tarde para Shola, majestad, pero aún hay tiempo para salvar los demás reinos.
Profundamente trastornado, Esmeralda I giró sobre sus talones y se alejó de allí a grandes zancadas.
Mientras tanto, en Shola, los caballeros habían encontrado el cuerpo del rey Shill, con un puñal clavado en el corazón. Decidieron obedecer las órdenes de Wellan antes de moverlo. Cuando terminaron de quemar todos los cuerpos que habían encontrado en los edificios del palacio que no ardieron tras el ataque y en el gran patio central, volvieron a la llanura nevada para echar al fuego los que allí había. No podían importunar a Wellan, que seguía llorando amargamente a su reina en los aposentos helados.
Al dirigirse hacia una de las victimas, Dempsey descubrió unas curiosas huellas en la nieve. No las había advertido antes porque el suelo estaba pisoteado hasta el palacio. Se inclinó y tocó una de aquellas huellas con tres dedos, comprobando que tenía al menos cuatro veces la dimensión de su mano.
—Sento, ven un momento aquí —dijo reclamando la presencia de su compañero.
El sanador echó al fuego el cuerpo mutilado que se hallaba delante de él y se acercó a su colega caminando con dificultad sobre la nieve.
—¿Conoces estas huellas? —le preguntó Dempsey.
Sento se inclinó y las examinó atentamente, tras lo que dio algunos pasos hacia el oeste, donde encontró otras muchas similares. Cuando advirtieron lo que estaba llamando la atención de sus compañeros, Chloé, Bergeau y Falcon se reunieron con ellos y se pusieron a examinar también ellos las curiosas marcas.
—Son huellas de las patas de un animal —dictaminó Bergeau.
Como eran muchas las que podían verse, llegaron a la conclusión de que se trataba de un rebaño. ¿De qué animal podrían ser? Ninguno de ellos había visto jamás marcas semejantes. Sólo Falcon había oído hablar de estas huellas en las viejas leyendas de su pueblo.
—Son dragones —dijo con acento sombrío.
Sus compañeros se volvieron hacia él con sorpresa.
—Tienen tres dedos en cada pata —prosiguió el caballero supersticioso— y bocas suficientemente grandes como para causar todo el daño que ha sufrido esta pobre gente.
—Entonces, según tú, los sholienos no han sido atacados por un enemigo que quería apoderarse de su reino, sino por una banda de dragones hambrientos —dijo Bergeau lleno de dudas.
—Si hubiera sido de otra forma —respondió Falcon—, los agresores hubieran hecho ondear sus banderas en el mástil más alto de la fortaleza y nunca hubiéramos podido penetrar en ella.
—Tiene razón —intervino Chloé—. ¿Para qué hubieran querido conquistar Shola si iban a desaparecer de inmediato?
—Las huellas se dirigen hacia el oeste —indicó Bergeau mirando a lo lejos, en dirección al océano—. Debiéramos seguirlas.
—No sin Wellan —replicó Sento mostrando su disconformidad.
—Ni sin terminar primero esta lúgubre tarea —añadió Dempsey mientras amontonaba los cadáveres que había alrededor de ellos.
Sólo retornaron al interior del palacio cuando todos los infortunados habitantes de Shola estuvieron ardiendo. El olor a carne chamuscada y el humo que desprendían las hogueras se habían apoderado del patio central e irritaban sus ojos. Varios de los edificios colindantes habían quedado reducidos a cenizas y el propio palacio real comenzaba a desmoronarse al haberse fundido sus muros. Era el momento de partir antes de que se desplomaran sobre ellos aquellas paredes que rezumaban agua tibia. Subieron precipitadamente por la escalera hasta que les llegó el olor de una hoguera. Había que sacar a Wellan de allí antes de que quedara sepultado junto a su reina.
Lo hallaron en la misma posición, abrazado al cuerpo de Fan, con el puñal ensangrentado a sus pies. Los caballeros se volvieron todos simultáneamente hacia Sento, el único capaz de ejercer alguna influencia sobre su jefe en aquellas circunstancias. El joven echó mano de todo su coraje y se acercó a Wellan.
—Tenemos que irnos, hermano. Se puede desplomar todo esto de un momento a otro.
—No puedo echarla a la hoguera —murmuró Wellan levantando hacia él los ojos llenos de lágrimas.
Dempsey propinó un ligero codazo a Chloé y le hizo comprender mediante una rápida transmisión de pensamientos que debía existir una cripta con tumbas en algún lado, como sucedía en todos los palacios de Enkidiev. Salieron rápidamente de la habitación, dejando a Falcon, Bergeau y Sento la tarea de convencer al jefe para que evitara una nueva desgracia.
—A los personajes de la realeza no los quemamos, como bien sabes —le recordó Sento colocando una mano amistosa sobre su brazo.
—Ella no merecía perder la vida de esta forma…
—No, no lo merecía.
Nunca habían visto a Wellan en tal estado de postración, pero ninguno de ellos conocía todavía el amor. Ignoraban cómo se comportaba el corazón de un hombre cuando lo había entregado a una mujer y ésta moría en sus brazos. En aquel momento recibieron un mensaje telepático de Chloé, que había descubierto la cripta debajo de la escalera principal.
—Voy a ayudarte a trasladarla —sugirió Sento a Wellan.
—¡No! —respondió éste con voz seca, estrechando celosamente a la reina contra su cuerpo.
—Yo voy a buscar al rey —les comunicó Bergeau.
Amparándose en su gran fuerza física, Wellan consiguió levantarse del suelo sin desprenderse del cuerpo de la reina. Se dirigió hacia la puerta, tras captar la comunicación silenciosa de Chloé, y descendió por la escalera, que comenzaba a deteriorarse por la acción del fuego. Halló la puerta que conducía a la cripta y vio a Chloé y Dempsey situados uno a cada lado de una tumba cavada en la piedra. Llevaban en sus manos antorchas que alumbraban toda la gruta. Wellan depositó con mucho cuidado el cuerpo helado de Fan de Shola sobre la piedra fría y colocó sus cabellos transparentes alrededor de su rostro apacible. Se levantó lentamente, retrocedió y sus compañeros cerraron la tumba. Mientras Bergeau y Dempsey depositaban los despojos del rey Shill en una segunda tumba, Wellan permaneció inmóvil, sintiendo un enorme vacío en su interior, como si su corazón quedara encerrado junto al de su reina en aquella prisión de piedra.
Giró bruscamente sobre sus talones y se lanzó hacia la escalera. Sus compañeros intercambiaron una mirada de inquietud y le siguieron. Debían darse prisa en abandonar el palacio e ir a buscar sus monturas en el patio central. El hielo se fundía cada vez más deprisa y en torno a ellos estaba surgiendo un embalse de agua tibia que ponía a los animales muy nerviosos. Los caballeros montaron y abandonaron la fortaleza en el preciso instante en que las paredes comenzaban a desmoronarse.
Con el fin de distraer a Wellan de sus lúgubres pensamientos, Sento le contó que habían encontrado unas huellas muy curiosas en la nieve, y el caballero principal manifestó su deseo de verlas. De golpe volvía a ser el jefe que todos habían conocido antes. Bajó del caballo y se puso en cuclillas ante los rastros dejados por aquellos animales misteriosos que Falcon denominaba dragones.
—¿Has visto antes alguna huella parecida a éstas en algún sitio? —le preguntó Bergeau.
—Sí, en un libro —respondió Wellan dando un suspiro y levantándose.
Con las manos sobre la cadera, dirigió su mirada al oeste y sus compañeros detectaron su aprehensión. Les dijo que aquellas criaturas eran las mismas que habían destrozado el continente varios siglos antes, cuando se produjo la tentativa de invasión de los hombres insecto.
—Tenemos que descubrir dónde han ido —les dijo a sus compañeros, volviendo a montar a caballo.
—¡Esos monstruos devoran el corazón de todo aquel que tiene la sangre caliente! —protestó gritando Falcon.
—¡Por eso tenemos que detenerlos! —respondió el jefe espoleando su caballo hacia el oeste.
—¿Nosotros? —preguntó Dempsey—. Han destruido a toda la población de Shola, Wellan. No creo que duden en atacar a seis caballeros, aunque sean al mismo tiempo magos.
—A menos que sepas ya cómo detenerlos —intervino Chloé.
—Esas criaturas pueden ser detenidas mediante el fuego —aseguró Wellan.
—¿Y con la espada? —preguntó Bergeau con inquietud.
—Tienen un caparazón muy resistente —les informó el jefe— y unos dientes más cortantes que el filo de tu espada. Antes de poder traspasarles la piel, hay que acercarse. Se sabe que temen la luz y que sólo atacan en la oscuridad. Para conducirlos hasta aquí, alguien ha tenido que vendarles los ojos.
Todo esto despertó la alarma en los jóvenes guerreros. Avanzaron en silencio tras Wellan, imaginando a qué podían parecerse aquellos dragones venidos de otro mundo. Falcon prefería pensar en todos los suculentos platos que se estarían sirviendo en el palacio de Esmeralda durante su ausencia. Por nada del mundo quería imaginarse aquellos monstruos.
Cabalgaron toda la jornada sobre la llanura nevada, pero tuvieron que detenerse de noche. Wellan encendió una hoguera circular con fuego mágico alrededor de ellos y de sus monturas para protegerse, después se envolvió en su espesa capa y se durmió. Por la mañana, él y sus compañeros distribuyeron su ración de grano a los caballos y reanudaron la marcha para llegar a la playa rocosa poco antes de la puesta del sol.
Wellan puso pie en tierra y caminó lentamente sobre los guijarros deslizantes. Las olas llegaban a lamer sus botas, pero no impedían su concentración. Estaba buscando rastros del paso de los dragones o de sus dueños. Era en vano… Sin embargo, las huellas les habían conducido hasta el océano, aunque aquellas bestias temieran el contacto con el agua.
Sus compañeros permanecían montados y se desplegaron en abanico en torno a él. Sus aguzados sentidos no les hacían prever ningún peligro. Wellan se arrodilló sobre el suelo húmedo y acarició una profunda grieta que había entre los guijarros. Comprobó que sus temores se confirmaban. Las criaturas maléficas no habían nadado hasta el continente, sino que habían sido transportadas en barcas que habían arribado a la playa. Fan le había dicho la verdad… Aquella funesta expedición no era propiamente una invasión, sino el resultado del propósito del Emperador Negro de rescatar a su hija. Al no hallar sus servidores a la niña, el emperador les habría ordenado seguramente explorar los reinos uno a uno hasta que consiguieran encontrarla y la raptaran. Pero ¿cómo prevenir a los reyes del peligro que les amenazaba sin traicionar la promesa que hizo a la reina de Shola? Volvió con sus compañeros y suspiró descorazonado.
—Los dragones han vuelto a irse en barcas —les informó.
—¿Saben remar?
—No son más que bestias de carga, como nuestros caballos —les explicó Wellan—, aunque mucho más dañinos.
—¿Quiénes son sus dueños? —preguntó Sento.
—Los guerreros insecto.
—¿Por qué han cometido estas atrocidades para luego retirarse? —preguntó Dempsey rascándose la cabeza.
Obligado por su promesa, Wellan no podía responder esta pregunta de forma simple, por lo que bloqueó sus pensamientos para que sus compañeros no pudieran adivinarlos.
—Después de todo, ¿no será que se querían vengar de su humillante derrota frente a los primeros caballeros de Esmeralda? —insinuó Chloé.
—Es posible —murmuró Wellan, que detestaba tener que mentir.
—¿Y por qué han esperado tanto tiempo? —preguntó inquieto Falcon.
—Sin duda porque habrían perdido a casi todos sus soldados —caviló Sento en voz alta.
—Los pergaminos hablan efectivamente de una aplastante derrota —reconoció Wellan.
—¡Cuando volvamos al palacio de Esmeralda juro que me leeré la biblioteca entera! —exclamó con mucha seriedad Bergeau.
—Cada cosa a su tiempo, querido hermano —replicó amistosamente Wellan—. Primero tenemos que hacer un plan para impedir que la masacre de Shola se repita en otro sitio.
Todos se dieron cuenta de que la profunda tristeza de su jefe se había desvanecido repentinamente, pero no se atrevieron a preguntarle la razón. Sus ojos azules habían vuelto a ser tan fríos como antes de la partida hacia aquella extraña misión, y su lógica era también implacable.
—No sabemos si esas criaturas han regresado a donde procedían o si se preparan para atacar otro reino del continente —dijo Wellan sin dejar traslucir la menor emoción—. Hay que advertir a los soberanos de la costa y pedirles que estén prestos a defender sus territorios. Me temo que tengamos que trabajar por separado si queremos ser eficaces. Tendréis que seguir el trazado de la costa vosotros cinco. Chloé se detendrá en el reino de las Hadas, mientras que Sento y Falcon se encargarán del reino de Plata.
Ambos jóvenes lanzaron una exclamación de sorpresa y fruncieron el ceño, pues, al igual que Shola, aquel reino estaba proscrito por los habitantes del continente a causa de la traición del rey Draka.
—¡Ni lo pienses, Wellan! —dijo Sento mostrando su oposición.
—¡Somos los servidores de todos los reinos! —tronó Wellan, recuperando su autoridad habitual—. Ya habéis visto lo que ha pasado con Shola, y somos en parte responsables de ello a causa de nuestra intolerancia y de nuestra estrechez de espíritu. No habrá una masacre semejante en el continente porque vamos a prevenir de la amenaza a todos los reyes.
Wellan paseó su fría mirada por sus compañeros, que no se atrevieron a replicar. Cuando estuvo seguro de que se cumplirían sus órdenes, prosiguió. Dempsey iría al reino de Cristal, y Bergeau, el más duro de todos, viajaría al reino de Zenor.
—Quiero que todos estéis de regreso en el palacio de Esmeralda en la próxima luna —exigió el jefe.
—¿Y tú? ¿Adónde irás? —preguntó con inquietud Chloé, que notaba cómo le estaba creciendo la agresividad.
—Yo tengo que decirle dos palabritas al rey de los Elfos.
—Wellan, tú sabes igual que nosotros que la venganza no debe ocupar lugar en el corazón de un caballero de Esmeralda —le reprochó Sento.
El caballero principal se hizo el desentendido y subió a su caballo. Siguieron recorriendo la playa de Shola, que, a través de sucesivos parajes rocosos, llegaba hasta el reino de los Elfos. Ya había caído la noche cuando decidieron establecer su campamento al abrigo de un frondoso bosque de árboles centenarios, bastante apartado del mar. Falcon subió a la copa de uno de ellos para hacer el primer turno de guardia. Desde aquella altura podía contemplar toda la costa. Debajo de él, sus compañeros habían encendido fuego y calentaban un té.
—Si durante esta misión os encontráis con el enemigo —dijo Wellan con la mirada perdida en el fuego—, no cometáis el error de sugerir al soberano del lugar que ponga en guardia a su ejército en previsión de un ataque. Insistid más bien en que reúna a su gente dentro de la fortaleza y que sus expertos pongan en marcha todos los medios de defensa de que dispongan. A continuación volved al reino de Esmeralda para informar a nuestro soberano de la situación.
—¿Eso es lo que vas a hacer con los elfos? —preguntó Dempsey que no llegaba a adivinar lo que pretendía su jefe.
Wellan no respondió, sino que se mantuvo con el corazón cerrado. No era la primera vez que sus compañeros fracasaban en el intento de conocer sus intenciones. Intercambiaron entre ellos miradas inquietas y Chloé creyó que debía intervenir.
—Sabes muy bien que a los elfos no les gusta combatir. No son un pueblo guerrero —dijo para obligarle a explicarse.
—No tenían el derecho de correr a esconderse mientras esas bestias inmundas masacraban a los sholienos —masculló Wellan sin mirarla.
—En tal caso, no son los elfos los únicos que deben ser reprobados. Como bien nos has dicho, todos los reinos son responsables del aislamiento de Shola.
—De cualquier forma, esa gente ha sido atacada al inicio de la noche o en plena madrugada, justamente antes del amanecer —añadió Dempsey—. Ha sido una agresión relámpago ante la que nadie puede reaccionar adecuadamente.
Wellan escondió repentinamente su rostro entre sus brazos cruzados y todos comprendieron que su dolor era aún muy vivo, a pesar de sus intentos por ocultarlo. Chloé se sentó junto a él y le acarició con delicadeza la nuca.
—No sabemos lo que pasa en tu corazón, hermano, pero aquí estamos por si necesitas hablar con nosotros.
Wellan alzó lentamente la cabeza, pero permaneció silencioso. Su amor era un sentimiento precioso y no podía confiarlo a cualquiera. Durmió con un sueño agitado aquella noche y fue el primero en despertarse al clarear el día. Cuando Bergeau, que hacía la última guardia, vio a su jefe sentarse sobre su manto, bajó del observatorio y se ofreció para prepararle algo de comer.
—No es necesario que me cuidéis como a un niño enfermo —suspiró Wellan—. Tengo el corazón mucho más fuerte de lo que pensáis.
Pero aceptó sin rechistar los alimentos que le ofrecía su compañero y bebió un poco de agua mientras los demás se despertaban. Se dispusieron a partir, cada uno a su destino, y Wellan los tomó del brazo en actitud amistosa deseándoles un buen trayecto. Puesto en pie junto a su caballo, los vio alejarse a lo largo de la playa. Sabía que podía contar con todos y cada uno de ellos. Por su parte, ardía de impaciencia por reencontrarse con el rey Hamil.