14. Un espectro en la noche
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Un espectro en la noche
Kira estaba dormida con los puños apretados en su cuna de madera, rodeada de sus juguetes preferidos, cuando un intenso frío invadió su habitación. Su piel malva se estremeció, al tiempo que ella se despertaba. Buscó a tientas la manta que había apartado en una fase del sueño muy agitada, y luego advirtió una presencia familiar. Se quedó quieta y atendió a lo que percibían sus sentidos.
—¿Mamá? —murmuró sintiendo nacer en ella una gran alegría.
La alcoba fue invadida entonces por una resplandeciente luminosidad blanca, y una forma humana se materializó junto a la cuna. Kira se levantó sobresaltada. Nadie se había presentado ante ella de aquella forma hasta entonces, pero no tenía miedo. La silueta se hizo cada vez más densa y la niña reconoció los rasgos de su madre. El cuerpo de Fan se solidificó y sus bellos ojos plateados se posaron con ternura sobre la extraña criatura que ella misma había traído al mundo. Acarició los cabellos violáceos de la niña, que le tendía sus brazos ansiosa. La reina la cogió dulcemente y la estrechó contra ella con mucho cariño.
—Estoy muy contenta de que estés sana y salva, amor mío.
Kira se refugió como un gatito en su cuello, pero no halló ningún calor en los brazos de su madre. Fan restregó cariñosamente la punta de su nariz contra la oreja puntiaguda de su hija, y la pequeña se puso a ronronear de satisfacción.
—No podré quedarme mucho tiempo, Kira —le dijo la reina al oído con voz dulce—. Quiero que escuches lo que te voy a decir.
Cogió a su hija y la colocó en la cuna. Kira se resistió al principio, pero cedió pronto ante la mirada seria de su madre. Fan continuó acariciando su cabeza violeta mientras le hablaba.
—Debo volver adonde ahora vivo, Kira, y tú deberás permanecer aquí con el rey y el mago.
—No… —gimió la niña—. Kira con mamá…
—Aún no ha llegado el momento de que te reúnas conmigo, hijita. Tienes por delante una larga vida y grandes cosas que realizar. Desde donde estoy puedo ver todo lo que haces, de modo que quiero estar siempre orgullosa de ti.
La niñita bajó la cabeza con tristeza, pero la reina se la levantó, apretándole ligeramente el mentón, y clavó su mirada en la suya.
—Quiero que te comportes dignamente con tus cuidadores, Kira, sobre todo con Wellan. Es el caballero más valiente que jamás ha tenido este reino. Me ha prometido velar por ti. Ten confianza en él y no te ocurrirá nada malo.
Intuyendo que Fan estaba a punto de partir, la pequeña se puso a lloriquear, pero la reina la reprendió con su voz melodiosa.
—Ese comportamiento no es el de una princesa, Kira de Shola. Quiero que seas valiente y no llores más. Aprende todo lo que se te enseñe y acepta tu destino. ¿Comprendes lo que te estoy pidiendo?
La niñita afirmó suavemente con la cabeza. Fan prometió visitarla siempre que le fuera posible y luego le besó la frente. Retrocedió algunos pasos y su cuerpo se disolvió ante los ojos pasmados de la niña. La oscuridad se apoderó nuevamente de la habitación y Kira se sentó en su cuna. Tenía ganas de llorar, pero su madre le había pedido que no lo hiciera. Luchando contra sus lágrimas, cogió una de sus muñecas y la estrechó contra su pecho como acababa de hacer la reina con ella.
Wellan estaba sentado en la biblioteca del palacio, ante una mesa llena de documentos antiguos, con la espalda apoyada en la pared, reflexionando sobre todo lo que acababa de saber. Suspiró y colocó ordenadamente los pergaminos en el armario, que cerró con cuidado para borrar toda huella de su paso. Apagó las candelas encendidas y abandonó la estancia. El palacio se mecía en la penumbra grisácea que precede a la salida del sol.
Gracias a las lecturas hechas en las últimas horas había comprendido que existía un procedimiento para acabar con la guerra antes de que estallara. Se dirigió a los aposentos del rey y penetró en silencio en la alcoba que el monarca había asignado a su joven protegida. No llevaba la espada encima, pero el puñal pendía de su cintura. Se acercó a la cuna y oyó la risa cristalina de la niñita, que hacía girar los juguetes por encima de ella. ¿Cómo podía manipular de aquella forma los objetos si no era más que un bebé y no había recibido ningún entrenamiento sobre los poderes mágicos? ¿Querría su padre recuperarla a causa de sus capacidades?
Kira observó al caballero inmóvil al pie de su lecho, y los juguetes se desplomaron sobre las mantas. En su pequeño rostro se dibujó una sonrisa que dejó al descubierto sus dientes puntiagudos. Se puso repentinamente de pie y se aproximó a él.
—¡Wellan!
Pero el caballero no se sentía a gusto al encontrarse junto a ella dominado por aquel pensamiento de destrucción. La niña reconoció entonces el colgante que llevaba prendido al cuello y lanzó hacia él uno de sus dedos terminados en una garra.
—Mamá…
Wellan recordó súbitamente que siempre llevaba encima la joya que le había entregado Fan y sujetó suavemente el colgante entre sus dedos pulgar e índice. Al mismo tiempo le invadió una enorme sensación de vergüenza ante la idea de la traición que se disponía a cometer. Pero Fan de Shola formaba parte de la nómina de los soberanos del continente. Si advertía su gesto desde el más allá, comprendería seguramente que se había visto obligado a matar a su hija. Debía librar al mundo de aquel monstruo en potencia a cualquier precio, incluso aunque tuviera que pasar el resto de su vida en las mazmorras para expiar su crimen. Bastaría con liquidar a la niña y depositar su cadáver sobre las playas heladas de Shola, donde la hallarían los hombres insecto, que la trasladarían a los dominios del Emperador Negro.
Mientras la niña miraba la joya con sus extraños ojos violetas, Wellan replegó el brazo y sacó lentamente el puñal de su funda. No quería de ningún modo que Kira viera el arma y alertara a los guardias del palacio. Apretó con sus dedos el mango de nácar y llevó su mano hasta la espalda de la niña. Pero, ganándole en velocidad, Kira giró sobre sí misma y le sujetó por la muñeca.
—¿Dijo mamá? —preguntó ella clavando una vez más en él su mirada animal.
Wellan estaba tan sorprendido por la celeridad de sus gestos que no respondió, contentándose con mirarla extrañado. Kira acercó entonces el filo del arma a su pecho, como si ella misma quisiera hundirla en su corazón.
—¿Dijo mamá? —repitió sondeando al caballero.
Al sentir el alma de la pequeña insinuándose en la suya, Wellan se separó de ella violentamente y retrocedieron varios pasos. Un horrible sentimiento de culpabilidad se apoderó de él.
—¿Dijo mamá? —dijo Kira en tono impaciente, ante el silencio del caballero.
—No…, no… —balbució Wellan con la garganta oprimida—; ella nunca me pidió esto…
Retrocedió aún más, giró sobre sus talones y abandonó la habitación a toda prisa. Kira gritó su nombre, pero fue en vano. Wellan atravesó las diversas estancias del palacio hasta llegar a su alcoba. Lanzó el puñal al suelo y se dejó caer en el lecho gimiendo. A causa de su cobardía, había condenado a muerte a todo un continente.
Una mano se posó sobre su espalda y él se volvió raudo, dispuesto a combatir. Fan de Shola se hallaba frente a él, resplandeciente en medio de una extraña luz dorada. «Un fantasma», pensó el joven.
—Os lo ruego, no lloréis —dijo la aparición con voz muy dulce.
—¿He querido matar a vuestra hija, y venís a consolarme? —replicó el caballero con la voz estrangulada.
—Sabía que no podríais hacerlo. En el fondo de vuestro espíritu sois consciente de la importancia de Kira en la marcha de los acontecimientos.
—No…, no, no comprendo nada en absoluto.
La reina se solidificó y su luz interior desapareció. Se sentó al borde del lecho mirando fijamente al caballero con sus grandes ojos plateados. Con un gesto amoroso secó las lágrimas de aquel hombre en el que se juntaban una voluntad férrea y un corazón infinitamente sensible.
—Pero es imposible —dijo Wellan, que había sentido su roce—. Yo mismo os deposité en un sarcófago de piedra. No podéis estar aquí… No podéis existir más que en mis sueños…
Ella le rozó los labios con sus dedos para hacerle callar y examinó sus facciones, como si lo viera por primera vez.
—No es un sueño —le aseguró.
Él tomó sus dedos y los oprimió tiernamente en su mano. Estaban fríos, pero eran reales. ¿Cómo era posible? Dominado por el pánico, hurgó en todos los rincones de su memoria para hallar una explicación.
—Sólo los maestros de magia y los inmortales pueden traspasar a voluntad la frontera entre el mundo de los vivos y el de los muertos —murmuró finalmente.
Una amable sonrisa se dibujó sobre el hermoso rostro de Fan. Wellan no se había percatado de los verdaderos poderes de la reina de Shola.
—Mi padre era un inmortal —afirmó ella—. Y como nuestro reino fue ignorado por el resto del continente, me dediqué a estudiar magia en lugar de entretenerme en aprender las costumbres de la corte. No había ninguna otra cosa que hacer en Shola.
—Por eso vuestra hijita tiene tantos recursos —admitió el caballero.
—Kira puede convertirse en una excelente maga si es bien guiada. Por eso la he ocultado en el reino de Esmeralda. Si vuestro mago no quiere ocuparse de ella, se la confiaré al mago de Cristal. Wellan, os ruego que le permitáis mostraros de qué es capaz.
—Pero el Emperador Negro va a tratar de recuperarla.
—Y ella os ayudará a libraros de él para siempre —aseguró la reina.
—¡Si es sólo un bebé, y el enemigo está llamando a nuestras puertas!
—No olvidéis que el Emperador Negro no es humano. Su cerebro no funciona tan rápidamente como el nuestro y la noción del tiempo se le escapa totalmente. Cuando finalmente comprenda por qué su hija no se encontraba en Shola, organizará una nueva expedición, lo cual podrá tardar meses, incluso años. De ese modo, Kira tendrá tiempo de crecer y conseguirá desarrollar sus poderes.
—¿Qué va a ser de nosotros? ¿Hemos de esperar, como si fuéramos corderos, a que el lobo ataque el rebaño?
—No, Wellan. Desde mi posición privilegiada puedo teneros al corriente de sus desplazamientos. No os cogerá desprevenidos.
—¿Vendréis de nuevo a visitarme? —dijo con un aliento de esperanza.
—Tan frecuentemente como pueda.
Antes de que el caballero consiguiera reponerse, Fan se inclinó sobre él y depositó un beso en sus labios. Wellan creyó que el tiempo universal se había detenido. El contacto con aquella mujer maravillosa hizo nacer en él sentimientos que había creído perdidos para siempre. Fan separó los labios de los suyos y ambos se contemplaron durante un instante interminable. ¿Cómo podía resistirse a un rostro tan perfecto, a la mujer que había conseguido fundir la prisión de hielo en que había tenido encerrado el corazón durante toda su vida? Olvidó incluso que no pertenecía a este mundo.
—Os amo —musitó—. Os amo desde la primera vez que os vi.
Besó la mano fría que mantenía unida a la suya y unas lágrimas de dicha rodaron por sus mejillas. ¿Tenía derecho un caballero de Esmeralda a enamorarse de una maestra de la magia, que además había muerto? Fan restregó dulcemente la nariz sobre su oreja, despertando un torbellino de sensaciones deliciosas en todo su cuerpo.
—Hubiera deseado conoceros antes de que unierais vuestra vida a la del rey Shill —balbució a través de sus largos cabellos plateados.
—Nuestro destino hubiera sido aún más trágico, Wellan —respondió ella besándole en la nuca.
Pasó su brazo alrededor del talle de la reina, aun temiendo que se desvaneciera, y rozó el tejido sedoso de su vestimenta blanca comprobando que era real. Los besos de Fan eran cada vez más profundos, de modo que el caballero dejó de dudar. Se los devolvió con un ardor del que nunca se hubiera creído capaz. Enardecido, con sus sentidos plenamente alterados, hizo el amor con un ser fantasmagórico sin preocuparse de las futuras consecuencias de su pasión.
Cuando desapareció Fan, no quedaba ninguna duda en el alma de Wellan: jamás podría amar a otra mujer. Su corazón pertenecía por completo a la difunta reina de Shola.