13. La cólera de Wellan
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La cólera de Wellan
Cuando sus compañeros se hubieron ido, Wellan se adentró en el reino de los Elfos. Era difícil avanzar con rapidez en aquel denso bosque repleto de rincones umbríos, pero no tenía prisa. El mago Elund le había enseñado que la cólera y la venganza no debían apoderarse jamás del corazón de un caballero de Esmeralda. Pero él siempre había tenido dificultades para dominar su furia cuando se había cometido una injusticia tan terrible como la que había acaecido en Shola. Los elfos habían presentido la cercanía de las criaturas maléficas y se habían ocultado, en lugar de prevenir al pueblo vecino. A causa de su inhibición, la reina Fan había perdido la vida. Este pensamiento le destrozaba el corazón.
No comprendía las razones del tremendo amor que le inspiró aquella magnífica mujer a la que sólo había tratado unos instantes, pero no podía renunciar a él. Su corazón había sucumbido ante un impulso que no pudo dominar, y aún ahora ignoraba la forma de hacerlo para que llegara un día en que no le atormentara la cruel herida. No quería ceder a la violencia, pero debía hacer comprender al rey Hamil que Enkidiev no sobreviviría si todos sus habitantes decidían trepar a los árboles a la primera señal de peligro.
Siguió bordeando el río Mardall mientras intentaba recuperar la calma. Sólo quería recriminar su actitud al rey de los elfos, no matarlo. Si se dejaba dominar por la cólera, corría el riesgo de destruir en pocos segundos la reputación de los nuevos caballeros de Esmeralda. Cuando se reencontrara con Hamil, pondría a prueba verdaderamente su capacidad de autocontrol.
Mientras su caballo esquivaba con destreza las raíces que emergían del suelo, Wellan sintió sobre él las miradas de los elfos. Aunque la tupida vegetación los ocultara a su vista, sabía que le espiaban por encargo del rey. Y si también eran capaces de captar las emociones ajenas, le iban a prevenir de sus intenciones hostiles.
Llegó a la aldea a la caída de la tarde. En el interior de las chozas ardían hogueras, porque las noches eran frías en aquel territorio. Wellan observó el fulgor de las llamas a través de las pequeñas aberturas practicadas en los muros, pero nadie salió a su encuentro. Echó pie a tierra y comenzó a caminar con impaciencia, con las manos en la cintura.
—¡Hamil! ¡Si tienes aún un poco de valor, ven aquí! —rugió el caballero.
Detectó un cierto movimiento en torno a él, y luego como si le rodease una oleada de inquietud. Los elfos no sabían cómo reaccionaría su soberano ante aquella provocación. Durante unos momentos no se oyó nada en el poblado, pero poco después el rey Hamil salió de la choza principal. No quedaba nada de aquel hombre abatido y caviloso junto al fuego que había encontrado poco después de la masacre. Al haber terminado el ataque de las criaturas maléficas, la situación era distinta. El rey de los elfos estaba absolutamente tranquilo, aunque le rondaba cierta inquietud por los sentimientos que percibía en el corazón del caballero.
—No pudimos hacer nada —dijo con una voz neutra.
—Por las venas de la reina de Shola, majestad, corría sangre de elfos —respondió Wellan en un tono próximo al desprecio—. ¡Ella hubiera captado cualquier advertencia que proviniera de vuestro espíritu si no hubierais optado por la cobardía!
—Nadie tiene derecho a insultar de esa forma a los reyes de Enkidiev —le advirtió Hamil con dureza.
—Los habitantes de Shola han perecido por vuestra causa.
—Los elfos no son guerreros.
—¡Los humanos tampoco, señor! —tronó Wellan—. Pero cuando se enfrentan a una legión de dragones sanguinarios capaces de eliminar a todo un pueblo en una sola noche, no abandonan a sus vecinos a su suerte.
—No admito que hagáis tales acusaciones. No conocéis a los elfos, Wellan de Esmeralda.
Hamil giró sobre sus talones, con la clara intención de regresar a su choza, pero Wellan no estaba dispuesto a dejarle retirarse tan fácilmente. Levantó la mano y de ella brotó un fulgor brillante que envolvió al rey en un haz de luz blanca que le produjo mucho dolor. Centenares de elfos salieron inmediatamente de sus refugios para acudir en auxilio de su monarca, pero quedaron paralizados al observar el rostro del caballero alterado por la rabia.
Wellan manipuló lentamente el rayo luminoso de forma que Hamil quedó frente a él. Los rasgos del soberano mostraban a las claras su sufrimiento.
—¿Acaso habéis sentido los efectos del puñal envenenado que se clavó en el cuerpo de la reina de Shola mientras vos os ocultabais aterrorizado en vuestra choza? —dijo con voz de trueno el caballero, cuyo rostro estaba cada vez más enrojecido.
—Terminad inmediatamente con esta agresión —dijeron a una las voces de los elfos, que cada vez eran más numerosos alrededor de él.
—¿Qué ocurre? —replicó Wellan furioso—. ¡Supisteis por el fuego que atravesó el firmamento que una catástrofe amenazaba a los sholienos, y no hicisteis nada! ¡Sois tan responsables de su desaparición como los dragones que les arrancaron el corazón cuando todavía respiraban! ¡Pues no penséis que vais a escapar de este terrible enemigo! ¡Cuando los dragones hayan devorado a todos los humanos, vendrán a vuestros hermosos bosques a buscar alimento! ¡Puede ser que entonces comprendáis que todas las formas de vida de este continente están relacionadas entre sí y que lo que le ocurre a una de ellas afecta a las demás!
La cólera de Wellan transformó súbitamente la luz blanca que brotaba de su mano en un ardiente resplandor rojo que hizo caer al rey de los elfos de rodillas. Se llevó las manos a la cabeza aullando de dolor. Los elfos estrecharon su círculo alrededor del caballero que atormentaba a su adversario con aquel rayo, experimentando una extraña satisfacción con su sufrimiento.
—¡Suéltalo, Wellan! —ordenó una voz poderosa tras él.
El caballero Jasson echó pie a tierra y se colocó al lado de su jefe para impedirle que cometiera una acción que lamentaría amargamente luego.
—¡Los caballeros no agreden a los reyes! —le gritó Jasson, intentando sacarle de aquella locura malsana.
Wellan comenzó a temblar intensamente. Bajó la mano y desapareció la luz, liberando de esa forma a Hamil, a quien rodearon de inmediato sus súbditos. El rey miró compasivamente a quien había estado a punto de matarle. Nunca, en toda la historia de su pueblo, un humano había ejercido tanto dominio sobre un elfo. Estaba claro que los caballeros de Esmeralda eran tan poderosos como pretendían.
Por las mejillas del gigante vestido de verde resbalaban abundantes lágrimas. Hamil sondeó mentalmente su corazón y pudo ver la imagen de una bella reina que moría en brazos de un caballero.
—Estoy totalmente desolado —murmuró.
Preso de un gran sufrimiento, Wellan dio un paso al frente, aproximándose al rey, con la mano sobre la empuñadura de su espada, pero Jasson le sujetó con fuerza por el brazo mientras mantenía su mirada helada.
—No, Wellan —dijo con energía, intentando aplacar la cólera del jefe.
El caballero principal se apartó de allí y acudió junto a su caballo. Los elfos le dejaron paso mientras Jasson ayudaba al rey a levantarse.
—Os ruego que aceptéis las excusas de nuestra Orden, majestad —balbució el joven caballero un tanto avergonzado—. Su corazón sufre terriblemente y…
—Lo sé —le interrumpió el rey—. Id a ocuparos de él.
Wellan había vuelto a montar en su caballo y se alejaba por la oscuridad del bosque. Jasson acudió hasta su montura y saltó encima de la silla con la agilidad de un felino. Fue en pos de su jefe tomando un estrecho sendero que apenas era posible distinguir en la penumbra. Cuando alcanzaron un claro junto a la orilla del río, Wellan soltó las riendas y estalló en amargos lamentos. El caballero se retorcía a causa de su gran dolor y Jasson acudió a su lado a consolarle. Obligó a su jefe a bajar del caballo mientras intentaba captar sus emociones. Incapaz de mantenerse en pie, Wellan cayó de rodillas.
—Dichoso aquel a quien el amor de una mujer ha herido de ese modo… —murmuró el joven abrazando a su jefe.
Wellan ocultó su rostro en el cuello de su compañero y lloró. Los dos hombres no coincidían siempre en cuanto a los objetivos de la Orden y al estatuto de los caballeros, pero habían crecido juntos y habían aprendido a contar el uno con el otro, siguiendo las recomendaciones de Elund. Jasson estrechó con fuerza a Wellan y le dejó expresar su pena. Cuando empezó a calmarse, el joven caballero montó el campamento, cubrió a su compañero con una manta y encendió el fuego. Se ocupó a continuación de los caballos y veló el sueño de su jefe.
A la mañana siguiente, Wellan se despertó con los ojos hinchados y el pecho oprimido. Jasson le ofreció pan y frutos secos, que él rechazó porque no tenía apetito. Aceptó, sin embargo, un té, que bebió lentamente mientras cavilaba sobre lo que haría a continuación. Su compañero comprobó que había cerrado una vez más su corazón. Era posible que no volviera a abrirlo nunca…
Jasson esperó pacientemente a que su jefe tomara contacto de nuevo con el mundo exterior antes de hablarle. Le costaba comprender a Wellan, puesto que era un individuo bastante más complejo que él, un hombre que podía pasar fácilmente de su cabeza a su corazón y viceversa. Aunque poseía una profundidad mental mayor que los demás caballeros, tenía una capacidad escasa para dominar su cólera. ¿Acaso no tenía cada uno de ellos una deficiencia que superar?
—Vamos a volver al palacio de Esmeralda —dijo finalmente Wellan saliendo de su mutismo.
Se levantó y fue a ensillar su caballo. Jasson recogió rápidamente sus pertenencias, apagó el fuego y le alcanzó. Se ocupó de su propio caballo mientras observaba furtivamente el rostro serio de su jefe.
—Todo va bien —aseguró Wellan tras sujetar los arreos.
Subió a su montura e inspiró profundamente, esperando que su compañero estuviera listo para seguirle.
—Entonces, ¿por qué me bloqueas tus pensamientos, Wellan?
—Porque no quiero que sufras tú también.
—Todos somos hermanos —le recordó Jasson—. Hemos hecho el juramento de ayudarnos y de apoyarnos pase lo que pase.
—No puedes hacer nada en este caso. Lo que ha ocurrido en Shola exige que yo haga callar a mi corazón, o de otra forma desaparecerán todas las posibilidades de resucitar la Orden. Yo me iré recuperando… con el paso del tiempo.
Tras decir esto, Wellan espoleó su caballo y ambos emprendieron el largo viaje de regreso a través de los reinos de los Elfos y de Diamante. Jasson intentó repetidamente distraer a Wellan hablándole de cualquier cosa, pero el caballero principal se había recluido en lo más profundo de sí mismo y no respondía a sus preguntas, salvo con movimientos de la cabeza.
Cuando finalmente alcanzaron el palacio de Esmeralda, supieron que habían regresado todos los caballeros menos Bergeau. Salieron los demás a recibirles e intercambiaron abrazos fraternales. Aquellos guerreros, que al mismo tiempo eran magos, no se habían separado nunca durante tanto tiempo y estaban felices por el reencuentro. Fue Jasson quien habló, pues Wellan permanecía silencioso y con el rostro sombrío. No quiso responder a las preguntas de los demás, sino que se retiró a los baños para estar solo.
La situación de Enkidiev exigía que dejara aparte sus sentimientos y se concentrara a partir de aquel momento en los sistemas de defensa que habría que desarrollar. Tras lo que había visto en Shola, la negociación con el enemigo era imposible. Aquellas bestias sanguinarias debían ser arrojadas de los territorios o aniquiladas para siempre. Para conseguirlo de forma más contundente que sus antepasados, era necesario organizarse de manera inteligente.
Tras ponerse una túnica limpia y haber anudado sus cabellos sobre la nuca, Wellan fue a referir al rey lo que habían visto en Shola. Le devolvió el cilindro dorado que no había podido entregar y le anunció que se iba a dedicar de inmediato a diseñar un plan de defensa. Luego, reunió a sus compañeros en la sala de armas. Bergeau no había regresado aún, pero todos los demás estaban sentados a la mesa en el vestíbulo y lo vieron acercarse en silencio. Ya estaban informados de la enorme cólera que le había asaltado cuando visitó el país de los Elfos.
Ocupó su lugar entre ellos y pudo observar los rostros de los alumnos jóvenes que asomaban entre los barrotes de la galería superior. Los mayores comenzaban ya a comunicarse con los poderes de su espíritu y a dominar los procedimientos mágicos. Aunque todavía dudara en adoptar a uno de aquellos pequeños, era consciente de que los escuderos podrían serles muy útiles en las presentes circunstancias.
—No hemos visto al enemigo por ningún sitio —dijo Dempsey devolviéndole a la realidad.
—¿Os han querido escuchar los reyes? —preguntó Wellan dirigiéndose a sus compañeros.
—Todos admiten la necesidad de protegerse frente a un enemigo tan poderoso —aseguró Chloé— pero al parecer cada uno a su manera. El rey de las Hadas cree que podrá ocultar su reino al invasor gracias a sus poderes. No parece darse cuenta de que los dragones podrían penetrar por el norte y destruir los árboles y las flores que hacen posible su magia.
—En cuanto al rey de Plata —prosiguió Sento—, su reino está rodeado de una impresionante muralla que podría protegerlos en caso de un ataque, y está dispuesto además a acoger a los pueblos vecinos en su territorio.
Wellan los escuchó en silencio mirando con sus ojos helados a cada uno de los que hablaban. Sabían que estaba almacenando las informaciones para utilizarlas después, como haría un gran estratega. Se volvió hacia Dempsey, que estaba hablando del valor y de la determinación de los habitantes del reino de Cristal. Aquellos hombres, bien dirigidos, podrían marcar las diferencias en caso de un conflicto armado. Contó también que aquellos campeones de la resistencia habían conseguido matar dragones haciéndolos caer en las trampas preparadas para la caza mayor, y quemándolos luego. Las feroces bestias tenían también pánico al agua, aunque eran pocas las que se habían ahogado en los lagos y los ríos de su país.
Wellan permaneció silencioso durante un largo rato y sus compañeros esperaron a que se decidiera a comunicarles sus pensamientos.
—Sobre todo no debemos perder el tiempo —declaró finalmente—. El enemigo ya nos ha golpeado, y seguirá haciéndolo. Se ha asegurado una vía de escape al aniquilar Shola, por lo que hemos de suponer que tratará de invadirnos desde el norte. Debiéramos dirigirnos a los reinos de las Hadas, de Diamante y de Ópalo para que empezaran a cavar esas trampas. Quiero que vosotros dos, Dempsey y Jasson, os informéis al respecto. Tratad de encontrar croquis adecuados en la biblioteca.
Los dos caballeros asintieron con sus cabezas vivamente para dar a entender que aceptaban aquella importante misión.
—Chloé —prosiguió Wellan en su habitual tono imperativo—, reúnete con Elund esta noche cuando esté observando las estrellas. Quiero saber el plazo que tenemos para salvar el continente.
—Comprendido —respondió la muchacha.
—En cuanto a vosotros dos —dijo Wellan dirigiéndose a Sento y a Falcon—, id a ver al maestro armero y al domador de caballos para asegurarnos de que tendremos todo lo necesario para empezar a entrenar a nuestros escuderos.
Arracimados en la galería superior, los alumnos jóvenes ahogaron un grito de alegría que provocó una sonrisa divertida en todos los caballeros, salvo en Wellan.
—Tenemos necesidad de su ayuda más que nunca —dijo éste levantando su mirada hacia los rostros que aparecían entre los barrotes—. Iré a que Elund me informe de sus progresos.
Paseó a continuación su mirada de un azul congelado entre sus compañeros de armas, que no daban muestras de querer oponerse a su decisión.
—Como tenemos poco tiempo para entrenarles en las artes de la guerra, dejo su formación individual en vuestras manos.
Wellan no estaba del todo seguro de que el mago aceptara confiarles tan fácilmente a sus alumnos, pero ellos representaban un refuerzo importante con el que podrían contar en caso de conflicto.
Tras una comida en la que apenas probó bocado, Wellan se dirigió a la torre del mago. Se dio cuenta de la agitación de los alumnos tras los muros de piedra. Sin duda habían puesto a Elund al corriente de sus proyectos… Cuando llegó ante la puerta, ésta se abrió por sí sola y el caballero entró con el propósito de encontrar solo al mago, que le esperaba sentado en su sillón favorito. Un aire de reproche ensombrecía su rostro, de manera que cuando Wellan quiso hurgar en sus pensamientos, se tropezó con un muro.
—Te había pedido que nunca hicieras esto —le reprochó Elund.
—Lo siento; casi se ha convertido en una costumbre —se disculpó Wellan.
Se detuvo ante el mago y esperó a que hablase en primer lugar, mirándole fijamente a los ojos.
—Desde que llegaste al palacio supe que nos darías problemas —suspiró Elund—. No has nacido para servir, sino para mandar. Puede ser que cometiéramos un error haciéndote venir desde tu reino. Pero también sabíamos que los caballeros necesitaban una mano de hierro para dirigirlos. Sin embargo, nunca llegué a imaginar que llevaras tu audacia hasta el extremo de querer cambiar las reglas de la Orden.
—Nos dijisteis que la observancia demasiado estricta de un código había ocasionado la destrucción de un reino en la antigüedad —replicó con calma el caballero.
Una leve sonrisa alumbró en los labios del mago. Aquel joven corpulento, musculoso e inteligente siempre había tenido una excelente memoria.
—Nos enfrentamos a un enemigo terrible que ha aniquilado a toda la población de Shola en una sola noche, maestro Elund —prosiguió Wellan—. No vivimos ya en un tiempo de paz en el que podamos permitirnos que las cosas sigan libremente su curso. Necesitamos escuderos que nos secunden. Cuando tengo que recurrir a un caballero para enviar un simple mensaje a un rey, estoy desperdiciando su talento.
—No creo que sea muy buena idea el enviar a un niño solo a recorrer un territorio peligroso, Wellan.
—A menos que hayáis variado vuestros sistemas de aprendizaje, los muchachos saben muy bien pasar desapercibidos y distraer la atención de posibles espías. No son niños como los demás, y lo tenéis muy claro. Tenemos necesidad de cientos de ellos. Habrá que acelerar el proceso de instrucción y admitir a muchos más a partir de ahora.
—¿Vas a tomar también decisiones en lo que me concierne a mí? —se inquietó Elund frunciendo el entrecejo.
—Si es necesario, sí. A pesar de todo el respeto que os tengo, maestro, nuestro código de caballería prevé que, en caso de extrema urgencia, un caballero pueda hacerlo.
Durante un momento que se hizo muy largo, el mago miró fijamente a su discípulo más brillante y Wellan sostuvo impasible su mirada, tal como el propio Elund le había enseñado. Éste no tenía en realidad elección. La proximidad de los dragones obligaba a hacer cambios, y aunque no deseara ver trastocados sus planes, tendría que prescindir de sus alumnos mayores y reclutar un mayor número de niños superdotados.
—Sería incluso una buena idea traerlos con algo más de edad y condensar sus estudios para que puedan entrar al servicio de los caballeros más rápidamente.
El mago se levantó bastante irritado. Por unos instantes Wellan creyó que lo convertiría en serpiente o algo parecido, pero Elund se controló rápidamente.
—La magia no se domina en unos días, caballero.
Wellan no replicó. Era absolutamente inútil.
—Tengo siete alumnos de diez años que podrían comenzar a servir a la Orden de inmediato, cinco chicos y dos chicas. Pero los caballeros son seis hombres y una mujer. ¿Es prudente confiar la instrucción en el manejo de las armas de una jovencita, a un hombre de vuestra edad?
—En ese caso la tomaré yo como alumna. Comprendo que la relación entre un caballero y su escudero ha de ser maestro-discípulo. Y no siento ninguna atracción hacia las muchachitas de diez años.
—Ya, tú reservas las emociones de tu corazón para las reinas inaccesibles.
Las espaldas de Wellan se hundieron como si el mago le hubiera colocado un pie sobre el pecho. Elund le había visto estremecerse, pero era necesaria aquella prueba, porque no quería confiar las riendas de la Orden a quien no supiera dominar sus impulsos.
—He captado tu cólera, Wellan.
El caballero principal bajó la cabeza, reconociendo su falta. Elund se acercó lentamente a él.
—No he llegado a comprender a mi pobre corazón en lo que se refiere a la reina de Shola —confesó el joven—, pero estoy convencido de que ella ha resultado víctima de una gran injusticia y…
—¿Crees que pudieras haber cambiado su destino?
—Sí —afirmó el caballero con seguridad alzando la cabeza.
La cólera volvía a apoderarse de su corazón. ¿Era una actitud temible en un jefe? ¿O bien esa furia le vendría bien para enfrentarse a los dragones y a sus dueños cuando llegara la ocasión?
—Me ocultas una información terrible, hijo mío —aseguró el mago como si tratara de rematar al caballero.
Wellan hubiera querido refugiarse en su cuarto, pues sabía que Elund era lo suficientemente poderoso como para arrebatarle su secreto sin su consentimiento.
—He prometido a la reina de Shola guardar silencio —manifestó.
—Si quieres que varíe mi manera de enseñar, es preciso que también tú cambies de procedimientos, Wellan.
Dudó, reviviendo en su memoria el hermoso rostro de la reina y recordando sus palabras que le suplicaban no revelar su secreto.
—Sabes que puedo extraer de tu corazón, por mis propios medios, esa información, y eso puede ser extraordinariamente doloroso —le advirtió el mago.
—Pero es una verdad muy peligrosa, maestro Elund —protestó el caballero, que deseaba cumplir su juramento.
—Entonces quedará entre tú y yo.
Wellan inspiró profundamente, resignándose a romper su promesa y confiando en que el espíritu de la reina no le guardara rencor por ello.
—Kira no es hija del rey Shill —murmuró Wellan bajando los ojos al suelo.
El mago alzó las cejas, sorprendido, ya que el adulterio era poco frecuente en Enkidiev, sobre todo en las familias reales. Wellan sintió algo como un ahogo en su garganta al oír en su memoria el eco de las palabras de Fan.
—Es hija del Emperador Negro —prosiguió el caballero con la voz estrangulada—. Shola fue devastada porque ese sujeto quería apoderarse de la niña.
—¡Sabía que era un demonio! —exclamó Elund con aire de triunfo—. Ahora me pregunto si también fue un niño malva la causa de la primera invasión. Aunque no he leído nunca nada al respecto.
Wellan hurgó rápidamente en su memoria. Había leído muchos relatos sobre las numerosas batallas del pasado, pero nunca logró averiguar la razón de aquellas invasiones. ¿Pudo existir en el fondo de la situación otro ser tan extraño como Kira de Shola? ¿Habría sobrevivido a la masacre? Wellan recordó repentinamente la existencia de unos documentos muy viejos apilados en un armario de la biblioteca. Los había consultado de forma rápida hacía algunos años sin prestarles mucha atención, porque casi todos eran cartas intercambiadas entre los monarcas de la época. Su intuición le pedía ahora que los examinara más detenidamente.
—La presencia de esa niña entre estos muros pone en peligro la existencia de los caballeros de Esmeralda —dijo volviéndose hacia Elund para observar su reacción—. ¿Estamos dispuestos a que ese emperador asuele todo el continente con el fin de recuperarla? ¿No ha sufrido ya bastante nuestro pueblo?
—¿Qué tendríamos que hacer entonces con la niña? ¿Devolverla a su padre?
—¿Y por qué no?
Elund esperó pacientemente a que el caballero prosiguiera su razonamiento. Percibía un torbellino de emociones encontradas en su corazón y quería que las aclarara por sí mismo. Era importante que Wellan, pieza clave en la defensa del continente, aprendiera a controlar su cólera. Era su punto débil.
—Si esa ofrenda pudiera salvar varios miles de vidas… —murmuró Wellan como entre sueños.
—¿Era ése el deseo de la reina de Shola?
El caballero experimentó otro nuevo vuelco en su corazón. Sintió cómo desfallecían sus rodillas al recordar que ella le había pedido que protegiera a su hija para que no cayera en manos de su padre biológico.
—La reina te la confió, ¿no es así, Wellan?
—Me hizo prometer que la protegería —confesó con voz ahogada—. Pero cuando todo un continente está en juego, ¿debo mantener esa promesa?
—Creo haberte enseñado lo importante que es para un caballero de Esmeralda no dar su palabra a la ligera.
—Sin embargo, me estáis proponiendo que rompa la promesa hecha a la reina —le reprochó el joven.
—No es lo mismo. Soy el mago de Esmeralda, el punto de referencia de nuestra Orden. Los caballeros deben confiar en mí cuando su corazón está confundido, pero se diría que tú prefieres sufrir en silencio, Wellan.
—No es así —respondió él con acritud.
Al no desear que el mago siguiera examinando su interior, Wellan giró sobre sus talones y se dirigió a la puerta, que permanecía abierta. Ésta se cerró secamente ante sus propias narices, impidiéndole abandonar la torre, y él se quedó inmóvil, dando la espalda a Elund.
—Te he enseñado a ser cortés —dijo el mago.
—No quiero que sepáis lo que pasa por mi mente —murmuró el caballero.
—¿Por qué, Wellan?
El antiguo alumno se puso a temblar, tratando desesperadamente de controlar la oleada de emociones que le invadían. Elund se acercó a él y le puso amistosamente una mano sobre la espalda.
—El amor no es una emoción nefasta —le aseguró—. Eleva el corazón, hace nacer poemas en los labios de un hombre y le induce a querer a una sola mujer eternamente.
—El amor que yo sentí estaba prohibido —suspiró Wellan, que continuaba debatiéndose en un océano de sentimientos contradictorios.
—El corazón no percibe las cosas de la misma forma que la cabeza, Wellan. Antes de poner los ojos sobre la reina de Shola, tú veías el mundo con tu intelecto. Los datos que ahora te proporciona tu corazón son los que no aciertas todavía a interpretar. Pero aprenderás. Aún eres joven y conocerás el amor de nuevo.
—¡Nunca! —afirmó el caballero.
—Reúne mañana por la mañana a tus compañeros en el patio central del palacio y os iré asignando un escudero a cada uno —dijo Elund para cambiar de tema—. Creo que esta experiencia te obligará a escuchar más a tu corazón, porque los niños actúan poco por la vía mental. Tendrás que cultivar la confianza, la paciencia, la compasión y el perdón. Será muy bueno para ti.
En ese momento se abrió la puerta y Wellan pudo salir al pasillo. Tenía necesidad de un lugar tranquilo donde nadie le obligara a admitir sus debilidades humanas. Era un conductor de hombres y debía dominar los arrebatos repentinos y las emociones inesperadas. De otro modo, la guerra estaba perdida de antemano.
Se acordó entonces del armario de la biblioteca. Cambió de dirección y avanzó por un corredor perpendicular que conducía a aquella inmensa sala llena de sabiduría.
Al abrir la puerta encontró a Dempsey y a Jasson, que estaban desenrollando pergaminos sobre una amplia mesa, en los que trataban de hallar planos de las trampas para caza mayor, y no quiso interrumpir su tarea. Avanzó hasta el fondo de la sala donde se hallaba el armario en cuestión. Encendió por procedimientos mágicos las candelas que había sobre la mesa y comenzó a examinar los documentos que se hallaban en la primera estantería. Los leyó uno a uno, reconstruyendo mentalmente los sucesos que habían tenido lugar varios cientos de años antes. Pasó toda la noche sentado en aquella mesa revisando los textos que testimoniaban sobre todo la angustia de los monarcas frente a la invasión de un enemigo que no hablaba ninguna lengua conocida y que mataba incluso a quienes se rendían.
Finalmente, bajo un montón de pergaminos, encontró una carta muy distinta a las demás. Desde las primeras líneas supo que había tropezado con lo que buscaba. El rey de Zenor suplicaba al rey de Esmeralda que le enviara al muchacho de piel violeta que, según él, era la causa de aquella inútil masacre. Otro caso como el de Kira… No era, pues, la primera vez que el Emperador Negro intentaba concebir un ser medio humano medio insecto que asegurara la extensión de su poder a un nuevo territorio. ¿Qué le habría ocurrido a aquel heredero imperial? Estimulado por su descubrimiento, Wellan sacó los restantes documentos del armario y los colocó ante él. Los fue abriendo uno a uno y sólo encontró la información que buscaba poco antes del amanecer.
Abrumado por la violencia del ataque, el rey de Esmeralda había llevado al muchacho al campo de batalla y lo había colocado en lo alto de una colina donde todos pudieran verlo. Los hombres insecto habían dejado de combatir para acercarse a él. El propio rey lo había inmolado ante sus ojos saltones, gesto que sembró el pánico en sus filas. Los invasores se precipitaron entonces al mar, arrasándolo todo a su paso.
Wellan se apoyó en la pared preguntándose por qué se había ocultado esta historia a las generaciones siguientes. ¿El sacrificio de un niño que ponía en peligro a todo un continente había sido tan mal recibido por el pueblo que sus gobernantes decidieron suprimir su recuerdo de la memoria colectiva? ¿Por qué habían sido guardados aquellos documentos en el armario, de forma que ninguno de los alumnos pudiera estudiarlos? El caballero permaneció bastante tiempo reflexionando sobre el asunto. Si ahora se hacían públicos, ¿qué ocurriría? Y si revelaba la suerte que se reservó entonces al niño malva, ¿no traicionaría la promesa que le hizo a Fan de Shola de proteger a su hija, la cual también había sido concebida por el emperador enemigo?