15. Unos valiosos colaboradores

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Unos valiosos colaboradores

En cuanto los primeros rayos del sol penetraron en su alcoba, Wellan se puso la túnica verde y se dirigió al salón de los caballeros. Al verlo entrar, los sirvientes se apresuraron a ofrecerle pan caliente, queso, frutas y agua. Incapaz de apartar el rostro de Fan de sus pensamientos, mordisqueó el pan y lo masticó distraídamente mirando al vacío. ¿Por qué se había entregado la reina a él de aquel modo? ¿Porque compartía sus sentimientos o porque quería asegurarse de que protegería a su hija? De todos modos, ¿qué importaba la verdadera razón de su visita?

Una puerta resonó al golpear fuertemente contra el muro y sobresaltó a Wellan. Echó mano a su cintura y constató que no iba armado. Retiró lentamente su asiento al oír unos pasos apresurados que resonaban sobre las piedras del pavimento y se dirigían hacia allí. Bergeau apareció en la sala y los músculos de Wellan se relajaron.

El caballero que llegaba con retraso se acercó a su jefe y le sujetó el antebrazo con afecto. Luego, atrajo hacia sí a Wellan y le golpeó amistosamente la espalda. Se sentó a continuación a su lado y se puso a comer con apetito. Había cabalgado sin descanso para reunirse con sus compañeros en la mayor brevedad posible. Wellan dejó que comiera la mitad de lo que había sobre la mesa y luego le preguntó sobre su misión.

—¡He visto un dragón! —exclamó Bergeau golpeando la madera con el puño.

Wellan dejó de respirar un instante, temiendo que la invasión de los hombres insecto hubiera comenzado ya. Pero su compañero de armas le tranquilizó enseguida explicándole que se trataba de un esqueleto reconstruido por el rey de Zenor.

—Ese pueblo ha sufrido mucho, Wellan. No sólo los dragones mataron a buena parte de la población y lo destruyeron todo a su paso, sino que dejaron como herencia un miedo terrible que aún subsiste al cabo de los años.

—Conozco la historia de Zenor —le cortó con brusquedad Wellan—. Háblame más de ese dragón…

Bergeau no se hizo de rogar y comenzó a hacer una descripción detallada de su encuentro.

—Es una bestia gigantesca. Su cuello se parece al de una serpiente y es tan alto que no se le puede alcanzar desde el suelo. Es, además, muy largo y podría infligir heridas mortales a nuestros caballos antes de que nos pudiéramos acercar a él.

—Está claro que es el reino de Cristal el que ofrece la mejor solución.

Wellan explicó a su compañero cómo la población de ese territorio había conseguido abatir gran número de monstruos cavando grandes pozos y quemándolos cuando caían en las trampas.

—Yo también creo que es la única manera de matarlos —reconoció Bergeau—, pero hay que cavar fosas muy profundas porque esas bestias tienen garras muy poderosas con las que intentarían salir de ellas.

—Además hay que contar con que esas fieras sean las mismas que han atacado Shola —suspiró Wellan—. Podría tratarse de una nueva especie de dragones.

—Mientras no tengan alas, podemos cazarlos en trampas como las que se usan para atrapar a los animales grandes —dijo Bergeau—. ¿Dónde piensas que debemos cavarlas?

—En los límites de los reinos de las Hadas, de Diamante y de Ópalo. Iremos a prevenir a sus reyes para que se pongan rápidamente manos a la obra. Desde hoy mismo podemos contar con la ayuda de nuestros primeros escuderos. Elund ha aceptado dejar en nuestras manos a sus alumnos mayores. Aún no han aprendido a manejar las armas, pero saben utilizar muy bien sus poderes mágicos.

La noticia alegró enormemente a Bergeau, que, de esa forma, veía posible aumentar no sólo su número sino también su eficacia. Continuó comiendo con apetito y se dio cuenta enseguida de que Wellan apenas probaba los alimentos. Puso una mano amistosa sobre el brazo de su jefe y captó las extrañas emociones que lo dominaban.

—Se trata aún de tu reina, ¿no es así? —dijo el caballero sin rodeos.

—Sí —confesó Wellan con un suspiro—. Las cosas se han complicado tras tu partida hacia Zenor, hermano mío.

—Puedes decirme lo que quieras; no se lo contaré a nadie —le aseguró Bergeau con la mayor franqueza del mundo.

Una leve sonrisa apareció en los labios de Wellan que sabía bien cómo, de entre todos sus compañeros, aquel hijo del Desierto era precisamente el más propicio a difundir secretos.

—De todos modos, los demás acabarán leyendo mis pensamientos —dijo resignadamente el gran jefe, jugueteando con una manzana.

—¿Leer el qué? —preguntó Jasson, que acababa de entrar en la estancia seguido de los demás caballeros.

Wellan los vio colocarse alrededor de la gran mesa y levantó la mirada hacia la galería, consolándose al comprobar que estaba desierta. Podía confiar el secreto a sus hermanos, pero no a los jóvenes oídos de los discípulos de Elund.

—Entonces, ¿vas a dejar que seamos nosotros mismos quienes averigüemos tu secreto? —dijo Jasson en tono de burla.

—¡De ninguna forma! —respondió Wellan levantando las cejas con cierto cinismo—. No sobreviviría a un ataque tan masivo…

—¡Pues entonces, habla! —insistió Sento.

—Primero quiero deciros que Elund nos asignará nuestros primeros escuderos esta misma mañana —dijo Wellan instalando una barrera invisible en torno a él.

—No, ése no es tu secreto —insistió tenazmente Jasson.

—Parece ser que la reina de Shola era también una maestra de magia —declaró el caballero principal con un acento tímido que no era frecuente en él.

—Lo cual no le sirvió para impedir que la asesinaran, como les ocurrió a los demás sholienos —dijo Bergeau sin tacto alguno.

—Si recordaras lo que has aprendido, querido hermano —replicó Dempsey—, sabrías que los maestros de magia no conocen la muerte. Pueden transitar a voluntad entre nuestro mundo y el de los muertos.

Los caballeros creyeron entender cómo su jefe había podido comprobar aquello, de modo que se volvieron todos hacia él para hacerle nuevas preguntas.

—Ella me visitó la pasada noche —confesó Wellan con cierto apuro.

Por primera vez desde que vivían juntos lo vieron sus hermanos de armas ruborizarse. Fue Jasson quien quiso indagar los motivos.

—¿Acaso has hecho el amor con un fantasma? —preguntó esbozando una amplia sonrisa.

—No es realmente un fantasma —se defendió Wellan con torpeza.

—¿Pero lo has hecho?

Jamás hubiera creído el caballero principal que aquellos hombres con los que había crecido pudieran inspirarle tanto temor. Para no quedar expuesto a sus bromas y a su indiscreción, se levantó bruscamente y se dirigió hacia la salida. Chloé corrió tras él y le cortó la retirada. Wellan le lanzó una mirada avinagrada, pero no intentó apartarla de su camino.

—No me importa lo que hayáis podido hacer juntos, Wellan —aseguró la joven—. Dime tan sólo por qué ha querido venir ella hasta ti desde el más allá.

—Quiere estar segura de que protegeremos a su hija —murmuró el caballero principal, que no deseaba revelar toda la verdad.

—Espero que le hayas dicho que ése es nuestro deber.

Wellan afirmó suavemente con la cabeza y comprimió todo lo posible su corazón para que ella no consiguiera sondearlo.

—También me ha dicho que nos tendrá al corriente de los desplazamientos del enemigo.

—Ésa es una excelente noticia.

—Por supuesto —respondió distraídamente el caballero, que sólo pensaba en el instante en que pudiera tenerla de nuevo entre sus brazos.

—En cuanto a lo que me encargaste ayer, fui a ver a Elund cuando estaba consultando los astros. El enemigo reaparecerá dentro de unas semanas. Disponemos de poco tiempo para organizar nuestra defensa.

—Es lo que me temía.

Chloé intentó hacerle regresar entre sus compañeros, pero Wellan se disculpó pretextando que debía prepararse para recibir a su futuro escudero y le pidió que hiciera lo mismo. Chloé no insistió más y volvió a sentarse con los jóvenes, que comentaban la extraña experiencia vivida por su jefe.

—¡Está claro que no hace nada como los demás! —exclamó Jasson dando un mordisco a una fruta.

—No debierais burlaros de un amor tan grande —les reprochó Chloé.

—No nos burlamos de él —se disculpó Bergeau—. Por el contrario, pensamos que tiene una gran suerte. ¿Conoces a muchos hombres que hayan podido hacer el amor con un fantasma?

—Con una maestra de magia —corrigió ella.

—Bergeau tiene razón —intervino Falcon—. Sólo un caballero tan importante como Wellan puede estar mezclado en sucesos tan increíbles.

—Pues si queréis saber mi opinión —añadió Dempsey—, aún no ha terminado de sorprendernos.

—Aprovechad para terminar con el asunto —les advirtió su compañera de armas—, porque no es un tema del que debamos hablar delante de nuestros aprendices.

Sólo volvieron a ver a Wellan en el patio central, donde el mago había preparado con gran diligencia la ceremonia de la atribución de los escuderos a cada uno de los caballeros. No le gustaba nada aquel acto, pero su jefe tenía razón: la inminencia de la guerra obligaba a ponerlos cuanto antes al servicio de la Orden. En muy breve plazo había tenido que estudiar las virtudes y los defectos de cada muchacho y de cada caballero a fin de emparejarlos convenientemente.

El sastre, el armero y el domador de caballos habían proporcionado todo lo que los escuderos iban a necesitar: un buen caballo, una espada, una daga, una túnica nueva y un cinturón de cuero verde adornado con las piedras preciosas que los identificarían como escuderos de Esmeralda. Concentrado sobre sí mismo, Wellan presenció el desfile de aquellos jovencitos, sorprendido al constatar que eran más pequeños de lo que había pensado. Aunque, después de todo, habían ingresado en la Orden para servir al bien común, no para crecer como niños normales.

Bajo la satisfecha mirada del rey de Esmeralda, el mago Elund comenzó a repartir los aprendices. Wimme, un hermoso muchacho de piel oscura y ojos azules, fue confiado a Falcon. El caballero le colocó el cinturón con gran respeto y le entregó su montura y sus armas. Kerns se convirtió en el escudero de Sento, Buchanan en el de Bergeau, Nogait en el de Sento y Kevin en el de Dempsey Cuando Elund asignó Wanda a Chloé, la joven Bridgess tuvo que reprimir un grito de alegría, porque el sueño de todos los alumnos era convertirse en el escudero de Wellan. Ella le dejó colocarle el cinturón y sostuvo bravamente su mirada mientras le entregaba las armas.

«Elund ha hecho una buena elección», pensó el caballero principal al observar a la muchacha. Emanaba de ella mucha fuerza e incluso detectó una cierta testarudez que le recordaba la suya. Indudablemente iba a ser una experiencia interesante.

Wellan había decidido que sus compañeros trabaran cuanto antes una relación intensa con sus escuderos para poder confiar a éstos pronto alguna misión. Pero aquel día saldrían a caballo todos juntos y recorrerían las aldeas próximas para darse a conocer. Mientras cabalgaba junto a la joven Bridgess, Wellan se dedicó a observarla. Se mantenía erguida en la silla y aunque nunca había usado la espada, se la había colocado de forma que pudiera utilizarla rápidamente. «No está mal», pensó el caballero.

En cuanto regresaron a palacio, los caballeros comenzaron a enseñar el manejo de las armas a sus aprendices. El maestro armero se había preocupado de forjar para ellos unas espadas más pequeñas y más ligeras que las de sus maestros. Al igual que Wellan, Bridgess no sonreía fácilmente y daba muestras de una concentración a toda prueba. Sus brazos no poseían aún una gran musculatura, pero sus golpes eran certeros. Aquel ejercicio le pareció al caballero ameno e instructivo. La muchacha quedaría desde entonces bajo su responsabilidad. Era casi como convertirse en su padre. Había jurado, en su condición de caballero, formar a su escudera del mejor modo posible y protegerla de todo peligro. Si la guerra no fuera una amenaza tan próxima, la encomienda hubiera sido muy sencilla, pero debido a los combates que se avecinaban se preguntó si podría cumplir aquel juramento.

Por su parte, los escuderos se habían comprometido a servir a sus maestros del mejor modo posible, a no mentirles jamás y a mirarles siempre con franqueza. Wellan no previó dificultades con Bridgess por ese lado. Sostenía su mirada glacial sin parpadear y no intentaba zafarse de ningún modo a las incursiones que él hacía en su espíritu. Elund no podría haberle destinado mejor aprendiz. Le encantó enseñarle a desenvainar la espada y a adoptar instintivamente una posición defensiva, al margen del tipo de ataque que utilizara el enemigo. «Esta jovencita aprende con mucha rapidez», constató con satisfacción.

—Mañana te enseñaré a hacer lo mismo a caballo —anunció el caballero.

En aquel momento llegó un mensajero corriendo y Bridgess le colocó el filo en el rostro, obligándole a detener su marcha. Wellan rompió a reír como no lo había hecho desde mucho tiempo atrás, y se dio cuenta de que su joven escudera se tomaba con mucho interés su tarea. Le puso la mano sobre la espalda y la muchacha bajó el arma.

—¿Qué quieres? —preguntó Wellan al mensajero.

El joven miró con sumisión al gigante de túnica verde, vivamente impresionado por el jefe de los caballeros.

—El rey desea veros, señor Wellan —anunció recuperándose—. Inmediatamente.

—Dile que voy enseguida.

Giró el mensajero sobre sus talones y corrió hacia el palacio. Wellan lanzó una mirada a Bridgess. Había devuelto su espada a la vaina y aguardaba sus instrucciones.

—Puedes quedarte aquí y hacer ejercicios —le dijo en tono amable.

—Pero mi puesto está a vuestro lado, maestro.

Tenía toda la razón. A partir de entonces ella formaba parte de su vida ordinaria y tenía derecho a escuchar todo lo que se le dijese… salvo lo que se refiriera a la reina de Shola. Wellan tomó la dirección del palacio y Bridgess siguió sus pasos a toda prisa. Cuando llegó ante Esmeralda I, el caballero advirtió de inmediato su irritación. Puso rodilla en tierra, siendo imitado por su aprendiza. El rey paseó $u mirada sobre ambos, frunciendo el ceño.

—Podéis hablar ante mi escudera, majestad.

—¿Aunque se trate de una reprimenda?

El caballero dudó unos instantes, pero enseguida movió la cabeza con un signo afirmativo. No hubiera sido honesto hacer creer a la muchacha que él era un hombre perfecto. Convenía que supiera desde el principio que solía mostrarse testarudo y que su cólera le hacía algunas veces desobedecer los reglamentos.

—Bueno —suspiró el rey—. He recibido una misiva más que preocupante del rey de los elfos.

Wellan parpadeó al recordar su conducta agresiva. El rey lo advirtió y supo que el caballero principal había obrado incorrectamente.

—Me dice que no sólo le has amenazado —prosiguió—, sino que hasta le has agredido.

Bridgess lanzó una mirada de inquietud a su maestro, pero no formuló juicio alguno que él pudiera advertir.

—¿Qué es lo que ha ocurrido en realidad, Wellan?

—Mi cólera me resultó incontrolable, majestad —se sinceró—. Un comportamiento así no es digno de un caballero de Esmeralda. Aceptaré vuestro castigo.

¿Cómo iba a poder castigar el rey al jefe de sus caballeros, al hombre sobre el que recaía la responsabilidad de dirigir la defensa de todo el continente? Esmeralda I suspiró disgustado.

—Explícame al menos las razones de tu cólera —dijo.

—Los elfos decidieron ignorar la catástrofe que amenazaba a Shola. A causa de su indiferencia, pereció todo un pueblo.

—Son acusaciones muy graves, caballero.

—Mis compañeros pueden atestiguar su veracidad, majestad —aseguró Wellan—. Aunque para entender bien la intensidad de mi cólera, debierais haber visto los miles de cadáveres que yacían sobre la nieve con el rostro descompuesto por el terror y el corazón arrancado.

El rey permaneció en silencio durante unos momentos cavilando en lo que él mismo hubiera hecho en tales circunstancias. Se hubiera puesto tan furioso como Wellan, pero no correspondía a un caballero castigar a un rey por su falta de reacción.

—Comprendo lo que has sentido y, en cierto modo, entiendo tu actitud —dijo Esmeralda I—, pero ya hace tiempo que decidimos que las conductas de los reyes de este continente serían juzgadas por los demás reyes, no por los soldados.

Wellan bajó de nuevo la vista y guardó silencio. Hubiera resultado totalmente inútil replicar.

—Tú eres hijo de un rey, y toda tu naturaleza está hecha para mandar, pero elegiste convertirte en caballero en lugar de suceder a tu padre. Eres un simple servidor de la Orden, lo cual limita tu responsabilidad.

—Reconozco mi error, señor.

—Escribiré al rey de los elfos para decirle que te he condenado a pan y agua en el calabozo durante varios días.

Bridgess sintió un repentino acceso de indignación, pero Wellan le envió de inmediato un mensaje de calma, como debía hacer un maestro.

—Evidentemente, como no puedo prescindir de ti, conservarás tu libertad, pero quiero que me prometas respetar el protocolo si vuelves a encontrarte en una situación parecida.

—Os doy mi palabra, majestad.

—Eso me basta. Vuelve ahora a tus ocupaciones, caballero. La defensa de Enkidiev está en tus manos.

Wellan se inclinó respetuosamente y se retiró. Bridgess siguió sus pasos. Tras analizar el asunto serenamente, el caballero principal admitió que Esmeralda I tenía razón. Él era de sangre real, por lo que debía hacer grandes esfuerzos para dominar sus impulsos justicieros.

—¿Qué le habéis hecho al rey de los elfos, maestro? —preguntó con su voz aguda Bridgess, que tenía que echar a correr para no distanciarse de su jefe.

Wellan la había olvidado momentáneamente. Al oírla, le lanzó una mirada irritada, por lo que la muchacha bajó la cabeza contrariada.

—¿No sabes que no has de mirar a tu maestro a los ojos? —le recordó el caballero.

La niña rubia levantó entonces la cabeza, sin que eso supusiera un desafío. Al igual que él, había sido engendrada por un rey y una reina, de modo que tenía la prestancia de una princesa.

—También me han enseñado que no debo importunar a mi maestro, sino esperar a que él se dirija a mí. Lo siento. Creo que mi curiosidad ha sido mayor que mi respeto.

—Yo sería un maestro nefasto si te animara abiertamente a seguir tus impulsos, pero quiero decirte que los comprendo. Como has podido comprobar hace unos minutos, los míos no son siempre mi mejor guía.

—Maestro, si me lo permitís, quiero deciros que yo hubiera hecho lo mismo que vos. El rey de los elfos no debía haber abandonado jamás a los sholienos a su suerte.

Wellan continuó su camino a través del dédalo de pasillos y galerías del palacio, pero en lugar de volver al patio central para reanudar los ejercicios, se detuvo en un jardín interior y se sentó en un banco de piedra, frente a una fuente cristalina. Bridgess miró a su alrededor con curiosidad y Wellan observó que lo captaba todo: los reflejos iridiscentes que producían los juegos del agua, las hojas de los árboles que se mecían suavemente a impulsos de la brisa, las flores, de colores vivos y vistosos, repletas de néctar, y el muro de piedra, cubierto por hiedras trepadoras, que rodeaba este oasis de calma convirtiéndolo en un verdadero rincón íntimo.

—Puedes hablar libremente —le aseguró el caballero—. Aquí no corremos el riesgo de dar mal ejemplo a nadie.

La muchacha se sentó a su lado y miró serenamente a los ojos a su maestro, hallando en ellos evidentes muestras de afecto.

—Lo primero que quiero deciros es que me siento muy afortunada de ser vuestra aprendiza. Es para mí un gran honor.

—¿Incluso aunque haya intentado destrozar a un rey? —dijo Wellan en tono jocoso.

—Por eso sobre todo. No habéis tenido miedo de servir a la justicia, incluso contra un monarca.

—Pero su majestad tiene razón, Bridgess. No me corresponde a mí castigarlo. Hubiera debido regresar aquí, contar el caso y dejar que la casta superior debatiera la cuestión.

La jovencita movió afirmativamente la cabeza, dando a entender que había comprendido y aceptaba la lección.

—¿No queda nadie en Shola? —preguntó con inquietud.

—Nadie —confirmó Wellan con un gesto de dolor que recorrió furtivamente su rostro.

—¿Quién mató a toda aquella gente? ¿Los habitantes del reino de las Sombras? ¿O los del reino de los Espíritus?

—Me temo que no —murmuró el caballero—. ¿Te gusta leer? —añadió en un tono más alegre, desorientando a la muchacha con tan brusco cambio de humor.

—Sí, mucho.

—¿Has leído ya los pergaminos que cuentan la historia de la terrible guerra que nos enfrentó hace mucho tiempo a un enemigo procedente de un continente distinto al nuestro?

—¡Oh! ¿Son ésos los monstruos a los que tenemos que enfrentarnos? —preguntó ella.

—Preferiría decir que hemos de detenerlos antes de tener que combatir contra ellos. Enseguida saldremos de camino para poner a punto los sistemas de defensa de acuerdo con los reyes de los territorios del norte.

—¿Voy a viajar yo con vos? —preguntó alborozada la niña.

—No podrás apartarte de mí hasta que te conviertas en caballera. Así que vamos, aún te faltan muchas cosas por aprender antes de nuestra partida.

Bridgess le siguió los pasos llena de alegría, sintiéndose dichosa por servir al mejor caballero del universo.