Vivir la excelencia: el desafío humano
El hombre no es la suma de lo que tiene, sino la totalidad de lo que todavía no tiene y podría tener.
JEAN-PAUL SARTRE
Hemos andado un largo trecho juntos. Continuar por ese camino es cosa que queda a la decisión del lector. Este libro le ha proporcionado herramientas, técnicas e ideas que pueden cambiar su vida. Pero lo que haga con ellas es cosa suya. Cuando cierre el libro quizá tenga la impresión de que ha aprendido alguna cosa nueva pero que todo seguirá como de costumbre. O por el contrario, quizás emprenda un esfuerzo concertado por asumir el dominio de su vida y de su cerebro. Usted puede crear esas creencias poderosas y esos estados que obrarán prodigios en usted y en las personas que le rodean. Pero eso sólo ocurrirá si usted hace que ocurra.
Pasemos revista a los principales puntos que acaba de aprender. Ahora ya sabe que la herramienta más poderosa de este planeta es la bio-computadora que todos llevamos dentro. Bien manejado, su cerebro puede hacer de su vida algo más grande que todo lo que usted haya soñado jamás. Ya ha aprendido la Fórmula del Éxito Definitivo: conozca su meta, emprenda la acción, desarrolle la agudeza sensorial para saber adonde va y modifique su línea de conducta para que le lleve adonde quiere ir. Sabe que vivimos en una época que pone a nuestro alcance los triunfos más fabulosos, pero que no los obtienen sino aquellos que emprenden la acción. La sabiduría es importante, pero no suficiente. Muchas personas poseían las mismas informaciones que un Steve Jobs o un Ted Turner; pero fueron los que actuaron quienes crearon éxitos excepcionales y cambiaron el mundo.
Usted ha aprendido la importancia del modelado. Se aprende por experiencia, a travésdel ciclo de ensayo y error, pero se puede acelerar el proceso de modo inconmensurable aprendiendo a «modelar». Todoresultado producido por un individuo ha sido creado por una combinación determinada de acciones dentro de una sintaxis determinada. En manos del lector queda el medio para reducir el tiempo que se tarda en dominar algo, mediante el modelado de las acciones internas (mentales) y externas (físicas) de quienes consiguen resultados sobresalientes. En pocas horas, pocos días o pocos años, según cuál sea la tarea, usted dominará lo que ellos tardaron meses o años en perfeccionar.
Ha aprendido usted que la calidad de su vida es la calidad de sus comunicaciones. La comunicación asume dos formas. La primera es la comunicación con uno mismo. El significado de cualquier suceso es el que uno mismo le da. Podemos enviar a nuestro cerebro señales poderosas, positivas, idóneas, para que todo trabaje a nuestro favor, o señales de prohibición, o sea las que nos persuaden de nuestra incapacidad de hacer algo. Los individuos excelentes son aquellos que pueden convertir cualquier situación en favorable, los W. Mitchell, los Julio Iglesias, los comandantes como Jerry Coffey, que de una tragedia terrible hacen un triunfo. No nos es dado volver atrás en el tiempo. No podemos cambiar lo que ya ha ocurrido; pero sí podemos controlar nuestras representaciones de modo que saquemos algo positivo para el futuro. La segunda forma de comunicación es la que tenemos con los demás. Las personas que han transformado nuestro mundo han sido artistas de la comunicación. Utilice lo que ha aprendido en este libro para descubrir lo que quieren los demás, a fin de convertirse en un comunicador eficaz y elegante, dueño de sus recursos.
El lector sabe del tremendo poder de la fe. Las creencias positivas le convierten a uno en un maestro; las negativas, en un perdedor. Y ha aprendido a modificar sus creencias de tal manera que vayan de acuerdo y cooperen con sus intenciones. También sabe del poder del estado y de la fuerza de la fisiología. Ha aprendido a distinguir las sintaxis y estrategias que utiliza la gente, y cómo establecer una relación con cualquier interlocutor. Ha aprendido poderosas técnicas de redefinición de marcos y de anclaje. Sabe cómo comunicarse con precisión y habilidad, cómo evitar la «hojarasca» que sofoca la comunicación, y cómo utilizar el modelo de la precisión para dar eficacia a las comunicaciones de otros. Se le han señalado los cinco escollos principales de la ruta del éxito. Y ha aprendido algo acerca de los metaprogramas y los valores, que son los principios organizadores del comportamiento personal.
No espero hallarle totalmente transformado cuando concluya usted la lectura de este libro. Algunas de las cosas que hemos comentado son más fáciles que otras. Pero la vida supone un fenómeno acumulativo: los cambios conducen a otros cambios; el progreso estimula más progreso. Al iniciar los cambios, al progresar aunque sea poco a poco, usted puede cambiar su vida paso a paso pero de manera constante. Como sucede con la piedra arrojada al estanque, las ondas se propagan, cada vez más amplias, hacia el futuro. A veces resulta que el detalle más pequeño, visto retrospectivamente, ha dado lugar a las diferencias más importantes.
Imaginemos dos flechas que apuntan en el mismo sentido. Si usted modifica un poco la dirección de una de ellas, digamos en tres o cuatro grados, la diferencia apenas será perceptible al principio. Pero si continuamos en esa dirección durante muchos kilómetros, esa diferencia se irá haciendo cada vez mayor; al final, el destino señalado por una no tendrá nada CHIC ver con el de la otra.
Esto es lo que este libro quiere hacer para usted. No le cambiará de la noche a la mañana (a menos que se ponga a trabajar sobre sí mismo esta misma noche), pero si aprende a regir su cerebro, si llega a comprender y utilizar cosas como la sintaxis, las submodalidades, los valores y los metaprogramas, la diferencia, después de seis semanas, de seis meses y de seis años, habrá cambiado su vida. Algunas delas cosas que describo en esta obra, como el modelado, ya venía practicándolas usted de un modo u otro. Otras le habrán parecido novedades absolutas. Pero no olvide lo del efecto acumulativo. Si hoy aplica uno de los principios aprendidos en este libro, habrá dado un paso. Habrá puesto en acción una causa, y toda causa crea un efecto o resultado, y cada resultado se suma al anterior para llevarnos en una dirección determinada. Cada dirección, a su vez, implica un destino final.
A dos cosas hay que atender en la vida: la primera, conseguir lo que uno desea; la segunda, disfrutarlo.
LOGAN PEARSALL SMITH
He aquí la última pregunta a considerar: ¿en qué dirección se mueve usted actualmente? Si la prolongase en el mismo sentido, ¿adonde le conduciría dentro de cinco o diez años? ¿Es ahí donde quiere ir a parar? Sea sincero consigo mismo. Una vez John Naisbitt dijo que la mejor manera de adivinar el futuro consiste en tener una idea clara de lo que ocurre en el presente. Lo mismo debe usted hacer en su vida. Así que cuando termine este libro, siéntese y medite acerca de la dirección en que va y si es realmente la que puede llevarle adonde quiere. Caso contrario, le propongo que la cambie. Si este libro ha querido enseñarle algo es la posibilidad de crear un cambio positivo casi con la velocidad del relámpago, tanto en un plano personal como global. El poder definitivo es la capacidad para cambiar, para adaptarse, para progresar y evolucionar. El poder definitivo no significa que vayamos a triunfar infaliblemente, que en adelante vayamos a desconocer el fracaso. Significa sólo que aprenderemos de cada experiencia humana y que sacaremos de todas ellas algo positivo. Es el poder sin límites para cambiar nuestras percepciones, nuestros actos y los resultados que creamos. Es el poder sin límites para estimar y amar. En él se resume toda la diferencia en cuanto a la calidad de nuestra vida.
Deseo sugerirle otro camino para cambiar su vida y asegurarse el triunfo permanente. Búsquese un equipo con el que le agrade jugar. Ya hemos dicho que el poder se define en función de lo que hacen las personas que se unen para colaborar con nosotros. El poder definitivo es el de quienes trabajan juntos, no el de quien se aleja de los demás. Ese grupo, para usted, podría ser su familia, o unos buenos amigos, o unos socios de confianza, o unos colegas a quienes aprecie. El que trabaja para otros, y no sólo para sí mismo, trabaja mejor y se esfuerza más; el que más da, más recibe.
Si pregunta usted a sus conocidos por la experiencia más enriquecedora de su vida, en general recordarán algo que hicieron cuando formaban parte de un equipo. A veces es eso, literalmente: un equipo deportivo que no olvidarán jamás; otras veces fue un grupo de trabajo que hizo algo memorable. Participar en un equipo le obliga a uno a esforzarse, a progresar. La presencia de otros consigue inspirar y retar en una medida inaccesible a un solitario. Por otros hacemos cosas que no haríamos por nosotros mismos. Al mismo tiempo, de los demás se aprenden cosas que dan todo su sentido a la experiencia.
El que está vivo está en un equipo, bien sea su familia, sus relaciones, sus negocios, su ciudad, su país o su mundo. Puede uno sentarse en el banquillo y mirar, o levantarse y jugar. Yo le aconsejo que sea de los jugadores. Juegue esa partida. Comparta su mundo con otros. Porque cuanto más dé, más le será dado; cuanto más participe a otros lo aprendido en este libro, más le devolverán a cambio. Y asegúrese de estar en un equipo a su medida, que suponga un reto para usted. Porque es fácil perder el rumbo; es fácil saber lo que toca hacer y, sin embargo, dejar de hacerlo. La vida es así. La tendencia más universal es la gravedad, y tira hacia abajo. Todos tenemos nuestros días de inercia, días en que no ponemos en juego lo que sabemos. Pero si nos rodeamos de personas triunfadoras, activas, de mentalidad positiva, enfocada a producir resultados, personas que nos respaldan, nos veremos estimulados a ser más y a hacer y compartir más. Si se rodea usted de personas que no se conformen con menos de lo máximo que sea capaz de rendir, poseerá lo más grande que nadie pudiera regalarle. La asociación es una herramienta poderosa. Procure rodearse de personas que, mediante la asociación, hagan de usted un individuo mejor.
Cuando uno está metido a fondo en un equipo, el desafío de la excelencia consiste en llegar a ser el líder. Eso quizá signifique ser el presidente de una de las 500 principales empresas de la revista Fortune, o tal vez el mejor maestro que se haya conocido, o el mejor empresario, o el mejor padre. Los líderes conocen el poder de la acumulación, el concepto de que los grandes cambios provienen de un gran número de detalles. Saben que todo cuanto dicen y hacen tiene la virtud de estimular y animar a otros.
Yo lo sé por propia experiencia. En la academia tuve un profesor de oratoria que, un buen día, me pidió que fuese a verle después de las clases. Me pregunté si habría hecho algo malo, pero él me dijo: «Señor Robbins, creo que tiene usted condiciones para ser un gran orador y quiero invitarle a hablar en una competición con los representantes de otra escuela». Yo no estaba convencido de ser nada extraordinario como orador o conferenciante, pero él lo dijo con tanta seguridad y congruencia que no tuve más remedio que creerle. Su mensaje cambió mi vida, ya que me encaminó hacia mi profesión de comunicador. Hizo una cosa pequeña, pero cambió mi vida para siempre.
El reto del liderazgo estriba en tener poder y visión suficientes para prever con antelación lo que resultará de nuestras acciones, sean grandes o pequeñas. Las técnicas de comunicación descritas en este libro sugieren caminos críticos para saber realizar esas distinciones. Nuestra cultura necesita más modelos de éxito, más símbolos de la excelencia. En mi vida he tenido la suerte de encontrar maestros y mentores que me dieron cosas de valor inconmensurable. Mi objetivo en la vida es llegar a devolver algo de eso, motivo por el cual confío en que este libro le haya servido de ayuda, como siempre procuro hacer en mi trabajo.
Mi primer mentor fue un hombre llamado Jim Rohn. Me enseñó que la felicidad y el éxito en la vida no son resultado de lo que tengamos, sino más bien de cómo vivamos. Lo que hagamos con lo que tenemos determina en gran medida la calidad de vida, incluso tratándose de detalles mínimos. Por ejemplo, me enseñó que debía ser hombre de dos cuartos de dólar. Esto lo refería al ejemplo del limpiabotas. Digamos que el limpiabotas sea un artista de su profesión; silba mientras trabaja y hace malabarismos con los cepillos. Es un gran valor el que así comunica. Y, como decía Jim, cuando se lleve usted la mano al bolsillo y se pregunte si debe darle un cuarto de propina o dos, decídase siempre por la cifra más alta. Con esto, además de hacerle un favor a él, se lo hará a sí mismo. Porque si sólo le diera un cuarto, más tarde, cuando se mire los zapatos y los vea relucientes, pensará: «Y eso que sólo le di un cuarto. ¡Cómo he sido tan tacaño con alguien que hizo tan buen trabajo!». Pero si le da dos, eso afectará al concepto que tiene usted de sí mismo. ¿Y si se hiciera el propósito de dejar siempre una moneda en el platillo cuando asista a una colecta? ¿Y si se comprometiese a comprar siempre alguna cosa en todas las tómbolas benéficas? ¿Y si se propusiera llamar de vez en cuando a los amigos, sin ningún motivo especial, sólo para decirles que los aprecia y para que ellos lo sepan? ¿Y si se acordase de enviar siempre una nota de agradecimiento a quien le haya hecho algún favor? ¿Y si dedicase conscientemente algún tiempo y esfuerzo a idear maneras nuevas y originales de complacer a otros y enriquecer la vida de los demás? Eso es el estilo de vida. No es el tiempo lo que falta; el problema de la calidad de vida se resuelve considerando a qué lo dedicamos. ¿Nos dejamos llevar por la rutina, o procuramos invertirlo siempre en algo original y especial?
Todo esto parece muy poca cosa y, sin embargo, es muy poderoso el efecto que ejerce sobre la idea que uno tenga de sí mismo como persona. Afecta a la representación interna que uno tiene de sí, y por consiguiente, a la calidad de sus estados y de su existencia. Yo me quedé con el consejo de los dos cuartos de dólar y he cosechado sus frutos. Aquí lo presento a la consideración del lector. Creo que esa filosofía puede enriquecerle inmensamente, si es que no la practica ya.
El químico capaz de extraer de su corazón los elementos compasión, respeto, deseo, paciencia, arrepentimiento, sorpresa y perdón, y de combinarlos en uno, habrá creado ese átomo que se llama amor.
KAHLIL GIBRAN
Mi última digresión será para invitarle a compartir esta información con otros… por dos motivos, en realidad. En primer lugar, todos enseñamos lo que tenemos más necesidad de aprender. Al compartir una idea con otros, tenemos la oportunidad de escucharla de nuevo y de recordarnos a nosotros mismos lo que valoramos y consideramos importante. El otro motivo es que produce un enriquecimiento, una alegría increíble y casi inexplicable el ayudar a otra persona para que introduzca en su vida un cambio realmente trascendental y positivo.
El año pasado, durante uno de nuestros programas para niños, tuve una experiencia que no olvidaré jamás. Era una acampada de doce días, durante los cuales enseñamos a los pequeños muchas de las cosas que hemos comentado en este libro, y les ofrecimos experiencias susceptibles de modificar su confianza, su capacidad de aprender y su iniciativa. En verano de 1984 clausuramos el campamento con una ceremonia durante la cual todos los asistentes recibieron medallas de oro como las de los Juegos Olímpicos. En ellas se decía: «Tú puedes hacer magia». No terminamos hasta las dos de la madrugada, y fue un acontecimiento muy alegre y emotivo.
Regresé a mi habitación muerto de cansancio y recordando que debía levantarme a las seis de la mañana para subir al avión y encaminarme a otra actividad, pero también sentía la satisfacción de una jornada gratificante. Hacia las tres, cuando empezaba a conciliar el sueño, oí que llamaban a la puerta. ¿Quién sería?
Al abrir vi que era un muchacho, el cual me dijo: «Señor Robbins, necesito que me ayude». Me disponía a decirle que podía telefonearme a San Diego la semana próxima, cuando oí un ruido detrás del muchacho y vi que era una niña que lloraba desconsoladamente.
Pregunté qué ocurría, y el chico me contó que la niña no quería regresar a su casa. Le dije que la hiciera pasar, que practicaríamos un anclaje para que se sintiera mejor y tuviese ganas de regresar a casa. El muchacho dijo que no era ésa la dificultad; que la niña no quería volver porque tenía un hermano, que vivía con ella, y que desde hacía siete años abusaba de ella sexualmente.
Así que hice que entrasen ambos, y utilizando las herramientas que hemos estudiado en este libro cambié sus representaciones internas en relación con esas experiencias negativas del pasado, de manera que dejasen de ser dolorosas. Luego anclé sus estados de mayor fuerza y posesión de sus recursos con esas representaciones internas redefinidas, de modo que sólo con pensar en su hermano, o en presencia del mismo, entrase en estado de sentirse dueña de la situación. Después de esta sesión ella decidió telefonearle. Se encaminó al teléfono en estado de total dominio de sus recursos y le despertó: «¡Hermano! —le dijo en un tono de voz que probablemente él no le hubiera oído nunca—. Sólo quiero decirte que hoy vuelvo a casa, y será mejor que no me mires de manera que yo crea que estás pensando en lo de siempre. Porque si lo haces, irás a la cárcel para el resto de tus días y pasarás toda la vergüenza. Pagarás por lo que hiciste. Te quiero porque eres mi hermano, pero no pienso consentirte nunca más esas cosas. A la primera insinuación que hagas, estarás perdido. Hablo en serio. Cariños y adiós». El otro entendió el mensaje.
Ella colgó, sintiéndose fuerte y dueña de sí misma por primera vez en la vida. Abrazó a su amigo y ambos lloraron de alivio, y me premiaron con los abrazos más increíbles de mi vida. El chico dijo que no sabía cómo agradecérmelo. Respondí que me consideraba recompensando al observar el cambio que se había producido en ella. Pero él replicó: «No. He de pagarle de alguna manera… Voy a darle —agregó— una cosa que es muy importante para mí». Y se quitó la medalla del campamento y me la puso alrededor del cuello. Luego se despidieron con besos, diciendo que no me olvidarían. Cuando se hubieron ido, subí al dormitorio para acostarme. Mi mujer, Becky, que lo había oído todo, estaba llorosa de emoción, lo mismo que yo. «Eres increíble. La vida de esos chicos nunca volverá a ser la misma», dijo, y yo contesté: «Gracias, querida, pero cualquiera que tuviese esos conocimientos hubiera hecho lo mismo». Y ella respondió: «Sí, Tony, pudo ser cualquiera, pero el caso es que lo hiciste tú».
Con tal que tuvieras bastante amor, serías el ser más poderoso del mundo.
EMMETT FOX
Así que éste es mi mensaje final. Actúe. Emprenda. Asuma la responsabilidad. Use lo que ha aprendido aquí, y hágalo en seguida. Y no sólo para usted mismo: también para otros. El beneficio de tales acciones es superior a cuanto pueda usted imaginar. En el mundo hay mucha gente que habla. Muchos saben lo que es correcto y lo que confiere poder, y sin embargo no obtienen los resultados que desean. No basta con hablar para recorrer el camino;hay que echar a andar. En eso consiste el poder sin límites. En ponerse a hacer las cosas necesarias para producir la excelencia. Julius Erving, del equipo Philadelphia 76ers, tiene una filosofía de la vida que, a mi entender, resume la mentalidad del «caminante». Vale la pena modelarla. Dice: «Me exijo a mí mismo más de lo que cualquier otro pudiera pedirme». Por eso es el mejor.
En la Antigüedad hubo dos grandes oradores. Uno fue Cicerón, el otro Demóstenes. Cuando Cicerón acababa de hablar, los oyentes siempre le ovacionaban y decían: «¡Qué bien habla!». Cuando terminaba Demóstenes, la gente exclamaba: «¡En marcha!», y lo hacía. Ésa es la diferencia entre exposición y persuasión. Espero clasificarme dentro de la segunda categoría. Si usted termina de leer y se dice: «No está mal este libro; explica muchos recursos interesantes», pero no emplea ninguno de ellos, usted y yo habremos perdido el tiempo. Pero si pone manos a la obra en seguida, y lo relee y emplea como manual de referencia para dirigir su mente y su cuerpo, como guía para cambiar todo lo que usted estaba deseando cambiar, habrá iniciado un camino vital en comparación con el cual llegarán a parecerle triviales incluso sus sueños más grandiosos del pasado. Lo sé, porque es lo que me pasó a mí cuando me puse a aplicar esos principios diariamente.
Le desafío a que haga de su vida una obra de arte. Le desafío a formar en las filas de quienes viven lo que predican y recorren el camino. Son los modelos de excelencia que maravillan al resto del mundo. Intégrese en ese equipo excepcional de los pocos que hacen, frente a los muchos que se limitan a desear: personas orientadas a los resultados, que «producen» exactamente la vida que desean. Yo he inspirado la mía en las historias de personas que utilizaron sus recursos para crear nuevos éxitos y triunfos para sí mismas y para los demás. Tal vez algún día me tocará relatar la historia de usted. Si este libro le ayuda a moverse en tal dirección, en verdad me consideraré muy afortunado.
Mientras tanto, le agradezco su interés en aprender, en progresar y desarrollarse, y también por permitirme compartir con usted algunos de los principios que han supuesto esa gran diferencia en mi vida. Que su búsqueda de la excelencia humana sea fructífera y permanente. Ojalá se dedique usted no sólo a luchar por los objetivos que se ha propuesto, sino también a plantearse otros una vez alcanzados los primeros; no sólo a ser fiel a sus sueños del pasado, sino a soñar otros más grandes todavía; no sólo a disfrutar de su país y de sus riquezas, sino a convertirlo en un lugar mejor para todos; y no sólo a tomar de esta vida lo que pueda, sino a amar y vivir con generosidad.
Le dejo con una sencilla bendición irlandesa: «Que el camino venga a tu encuentro, que el viento sople siempre a tu espalda, que el sol te caliente la cara, que la lluvia caiga con suavidad sobre tus campos y, hasta que volvamos a vernos, que Dios te sostenga en la palma de su mano».
Adiós, y que Dios le bendiga.