Dominar nuestra mente: cómo dirigir nuestro cerebro
No halle culpables, halle remedios.
HENRY FORD
En este capítulo hablaremos de hallar remedios. Hasta ahora nos hemos referido a lo que usted debe cambiar si desea que cambie su vida, qué clases de estados le confieren poderes y qué otros le dejan paralizado. Ahora va a aprender usted cómo cambiar sus estados de modo que pueda producir lo que quiera, siempre que quiera. Por lo general no es que las personas carezcan de recursos, sino que carecen de control sobre sus recursos. Este capítulo le enseñará cómo asumir ese control, cómo sacarle más jugo a la vida, cómo cambiar sus estados, sus actos, y por consiguiente los resultados que produce usted en su organismo, y ello en cuestión de instantes.
El modelo de cambio que yo enseño y que enseña la PNL (Programación Neuro-Lingüística) es muy diferente del que utilizan muchas escuelas terapéuticas. El canon terapéutico, que es una mezcla de diferentes escuelas, ha llegado a ser tan conocido que es casi un lugar común. Entre muchos terapeutas está difundida la creencia de que, para cambiar, uno tiene que retroceder hacia ciertas experiencias negativas, profundamente arraigadas, y vivirlas otra vez. La idea es que las experiencias negativas de la vida se acumulan dentro de las personas como un líquido dentro de un recipiente, hasta que finalmente no hay cabida para ellas y se desbordan o revientan. Según dicen los terapeutas, la única manera de establecer contacto con este proceso es volver a experimentar aquellos hechos y aquellos sinsabores, para tratar de librarse de todo de una vez.
Toda mi experiencia me dice que ésta debe ser una de las maneras menos eficaces para ayudar a las personas en dificultades. En primer lugar, cuando se obliga a un individuo a retroceder y volver a vivir algún trauma tremendo, se le está sometiendo a una de las experiencias más penosas y de mayor desvalimiento en que uno pueda encontrarse. Ahora bien, cuando se pone a alguien en condiciones de desvalimiento disminuyen mucho sus posibilidades de producir nuevos comportamientos y resultados desde el pleno dominio de sus recursos. Incluso es posible que ese planteamiento refuerce hábitos psicológicos desafortunados o desgraciados. Al acceder constantemente a estados neurológicos de limitación y dolor, en el futuro será cada vez más fácil desencadenar tales estados. Cuanto más revive uno una experiencia, más tenderá a repetirla otras veces. Tal vez por eso los terapeutas tradicionales tardan tantísimo tiempo en obtener algún resultado.
Tengo algunos amigos terapeutas. Son gente que se preocupa sinceramente por sus pacientes. Creen que lo que hacen con ellos les sirve de ayuda. Y así es. La terapéutica tradicional produce resultados. Pero la cuestión es: ¿no podrían obtenerse los mismos resultados con menos dolor para el paciente y en menos tiempo? La respuesta es que sí… si modelamos las acciones de los terapeutas más eficaces del mundo, que fue precisamente lo que hicieron Bandler y Grinder. En realidad, una vez se entienden los fundamentos básicos de cómo funciona el cerebro, uno puede convertirse en su propio terapeuta y consejero psicológico. La terapia queda superada desde el momento en que uno puede cambiar cualquier sensación, emoción o comportamiento propios en cuestión de instantes.
Producir resultados más eficaces empieza, a mi modo de ver, por crear un nuevo modelo para el proceso de cambio. Si usted cree que sus problemas se acumulan en su interior hasta rebosar, va a ser eso, precisamente, y no otra cosa, lo que experimentará. Para mí, nuestra actividad neurológica no es como un líquido letal que se acumula, sino más bien como una sinfonola. En realidad, los seres humanos guardan las experiencias en el cerebro como una sinfonola guarda los discos. Y esos registros pueden reproducirse a voluntad cuando incide el estímulo oportuno del medio ambiente, como si se apretase un botón de la máquina.
Por tanto, nosotros podemos optar por recordar experiencias o apretar botones que correspondan sólo a «canciones» de alegría y buena suerte, o por el contrario, apretar aquellos botones que van a hacernos daño. Si el plan terapéutico consiste en darle una y otra vez al botón de las vivencias que nos duelen, es posible que se esté reforzando el mismo estado negativo que deseábamos cambiar.
Creo que se necesita un plan totalmente distinto. Quizá bastaría reprogramar la sinfonola de manera que saliese otro disco distinto. Al apretar el mismo botón ya no sonaría la canción triste, sino una música jubilosa. O podríamos regrabar el disco, es decir tomar esos recuerdos antiguos y cambiarlos.
La cuestión es que los discos que uno no toca tampoco se acumulan hasta explotar. Eso es absurdo. Y así como es sencilla la tarea de reprogramar una sinfonola, también es sencillo cambiar nuestros modos de producir sentimientos y emociones de desvalimiento. No es necesario volver a pasar por las vivencias dolorosas para cambiar nuestro estado. Lo que hemos de hacer es cambiar la representación interna negativa por otra positiva, que se movilice automáticamente y nos conduzca a obtener resultados más eficaces. Hay que aumentar la potencia de los circuitos que llevan al éxtasis y cortar la corriente a los circuitos del dolor.
La PNL contempla la estructura, no el contenido de la experiencia humana. Si bien, desde un punto de vista personal, podemos simpatizar con ella, en realidad lo ocurrido nos importa un rábano. Lo que sí nos importa, y mucho, es cómo ha construido usted en su mente lo que ocurrió. ¿En qué se diferencia su modo de producir un estado de depresión del que da lugar a uno de éxtasis? La diferencia principal está en la manera de estructurar las representaciones internas.
Nada tiene ningún poder sobre mí, a no ser el que yo mismo le concedo mediante mis pensamientos cocientes.
ANTHONY ROBBINS
Estructuramos nuestras representaciones internas a través de nuestros cinco sentidos: la vista, el oído, el tacto, el gusto y el olfato. O, dicho de otra manera, experimentamos el mundo en forma de sensaciones visuales, auditivas, cenestésicas, gustativas y olfativas. Es decir, que cualquier experiencia que tengamos almacenada en nuestra mente se ha de representar por medio de estos sentidos, en particular a través de las tres modalidades predominantes, que son los mensajes ópticos, acústicos y cenestésicos.
Estas modalidades son agrupaciones extensas de nuestros modos de formarnos las representaciones internas. Podríamos considerar que los cinco sentidos o sistemas de representación son los ingredientes con los que componemos toda experiencia o resultado. Recuérdese que si alguien consigue un resultado determinado, éste se crea por medio de acciones determinadas, tanto mentales como físicas. Si uno repite exactamente las mismas acciones, podrá reproducir los resultados que produjo aquella persona. Y para producir un resultado hay que saber qué ingredientes lo componen. Los «ingredientes» de todas las experiencias humanas derivan de nuestros cinco sentidos, o «modalidades». Sin embargo, no basta con saber los ingredientes que se necesitan, pues si queremos reproducir un resultado con exactitud necesitaremos saber, también con exactitud, qué proporción de cada ingrediente interviene en él. Si echáramos demasiado o demasiado poco de algún ingrediente en particular, el resultado que obtendríamos no sería del mismo tipo o calidad.
Cuando los seres humanos quieren cambiar algo, por lo común se trata de una de estas dos cosas, o de ambas a la vez: cómo se encuentran (es decir, el estado en que se hallan) y/o cómo se comportan. Un fumador, por ejemplo, a menudo desea cambiar la manera en que se siente (el estado) física y emocionalmente, así como también el hábito rutinario de encender un cigarrillo tras otro. En nuestro capítulo sobre el poder de nuestros estados explicamos que hay dos maneras de cambiar el estado de las personas, y por tanto su conducta: o cambiando su fisiología, con lo que uno se encontrará y actuará de otra manera, o cambiando las representaciones internas. En este capítulo trataremos de aprender cómo cambiar concretamente nuestra manera de representarnos las cosas, de tal manera que potencie nuestros sentidos y la creación del tipo de comportamiento que fomentará la consecución de nuestros objetivos.
En cuanto a nuestras representaciones internas, son dos las cosas que podemos cambiar. En primer lugar, lo que nos representamos. Así, por ejemplo, si hemos imaginado la peor situación posible, podemos acostumbrarnos a representarnos la mejor situación posible. En segundo lugar, cómo nos lo representamos. Muchos de nosotros tenemos en nuestra mente ciertas claves que activan de una manera determinada las reacciones cerebrales. Algunas personas, por ejemplo, han descubierto que las motiva mucho el imaginarse una cosa como muy grande, de gran tamaño. Para otros, el tono de voz con que se hablan a sí mismos constituye un factor de motivación más importante que cualquier otro. Casi todos nosotros tenemos ciertas submodalidades claves que desencadenan reacciones inmediatas en nosotros. Una vez hemos descubierto las diferentes maneras en que nos representamos las cosas y cómo nos afectan, podemos asumir el gobierno de nuestra propia mente y empezar a representárnoslas a fin le que nos estimulen y den poder, en vez de limitarnos.
Si alguien ha obtenido un resultado que nos gustaría modelar, necesitamos saber algunas cosas más, aparte el hecho de que se representó algo en su mente y se dijo algo a sí mismo. Hacen falta herramientas más afiladas para penetrar de verdad en lo que ocurre en las mentes. Ahí es donde intervienen las submodalidades. Vienen a ser como las dosis exactas de los ingredientes que se necesitan para crear un resultado. Son el ladrillo mínimo, de dimensiones definidas, con que se levanta la estructura de la experiencia humana. Para poder comprender, y luego controlar, una experiencia visual, nos es preciso saber más acerca de ella. Hemos de averiguar si es oscura o luminosa, en blanco y negro o en color, móvil o estática. De modo similar, en el caso de una comunicación auditiva conviene saber si es tenue o estrepitosa, próxima o lejana, resonante o tintineante. De la experiencia táctil debemos averiguar si tiene las calidades de lo blando o de lo duro, de lo afilado o de lo redondeado, de lo flexible o de lo rígido. En estas páginas he dado una lista de submodalidades a título de orientación.
Otra distinción importante es la que estriba en saber si una imagen es asociada o disociada. La imagen asociada es la que uno experimenta como si estuviese realmente allí; uno la ve a través de sus propios ojos, y oye y siente lo que oiría y sentiría si estuviese presente en ese lugar y momento, en carne y hueso. La imagen disociada es la que uno experimenta como si fuese un espectador alejado y diferente de uno mismo; algo así como asistir a una película de la que uno fuese actor.
Tómese un momento para recordar una experiencia agradable que haya tenido recientemente. Métase en esa experiencia. Vea lo que usted vio con sus propios ojos: los hechos, las imágenes, el color, la luz y todo lo demás. Escuche lo que oyó: las voces, los sonidos, etcétera. Recupere las demás sensaciones: las emociones, la temperatura, y así sucesivamente. Recree la experiencia. Ahora, aléjese de su cuerpo y distancíese deliberadamente de la situación, pero poniéndose en un lugar desde donde todavía pueda verse como protagonista de la experiencia. Imagínesela como si se viese a sí mismo en una película. ¿No nota la diferencia entre las sensaciones? Cuándo eran más intensas, ¿en el primer caso o en el segundo? Esa diferencia es la que hay entre una experiencia asociada y una experiencia disociada.
Mediante el uso de distinciones de «submodalidad», como la de asociación frente a disociación, uno puede cambiar radicalmente sus experiencias vitales. Recuerde lo que hemos aprendido en cuanto a que todo comportamiento humano es el resultado del estado en que nos hallamos, y que nuestros estados los crean nuestras representaciones internas: las cosas que imaginamos, que nos decimos a nosotros mismos, etcétera. Lo mismo que un realizador cinematográfico puede cambiar el efecto que ejerce su película sobre los espectadores, usted puede cambiar el efecto que cualquier experiencia de su vida tiene sobre usted mismo. El director puede variar el ángulo de la cámara, el volumen y el tipo de música, la velocidad y la cantidad de movimiento, el color y la calidad de la imagen, generando así en el público los estados que desea. Usted, si quiere, puede dirigir su cerebro de la misma manera, para generar cualquier estado o conducta que favorezca a sus objetivos o necesidades superiores.
Permítame mostrarle cómo. Es muy importante que practique usted estos ejercicios, de manera que lo mejor tal vez sea leerlos de uno en uno para luego dejar de leer y practicar antes de seguir adelante. Puede ser más divertido hacerlo con otra persona, leyendo alternativamente las instrucciones antes de responder.
Le pido que piense en un recuerdo muy agradable. Da lo mismo que sea reciente o lejano. Limítese a cerrar los ojos, relájese y piense en ello. Ahora tome esa imagen y hágala más y más brillante. A medida que aumenta el brillo, fíjese en cómo cambia el estado de usted. Luego le pido que vaya acercando la imagen mental, y a continuación que la detenga y amplíe su tamaño. ¿Qué ocurre mientras uno manipula esa imagen? Que la intensidad de la experiencia cambia, ¿no es cierto? Para la gran mayoría de las personas, recrear un recuerdo agradable y hacerlo más grande, más brillante y más próximo hace que la imagen sea incluso más poderosa y agradable. Aumenta la fuerza y el placer de la representación interna, y le pone a uno en un estado más vigoroso y alegre.
Todas las personas tienen acceso a las tres modalidades o sistemas de representación, el visual, el auditivo y el cenestécico. Pero los diferentes individuos los utilizan en medidas diferentes. Algunos acceden a su propio cerebro dentro de un marco de referencia visual, y reaccionan frente a las imágenes que ven en su cabeza. Otros son básicamente auditivos, y otros más bien cenestésicos, y reaccionan con más fuerza 11 ente a lo que oyen o sienten. Por eso, después de haber variado el marco de referencia visual vamos a ensayar lo mismo ion los demás sistemas de representación.
Vuelva al recuerdo agradable que nos ha servido hasta ahora. Aumente el volumen de las voces o de los sonidos que oyó. Deles más ritmo, más profundidad, cámbieles el timbre. Que sean más fuertes y decididos. Luego, haga lo mismo con las submodalidades cenestésicas. Haga que el recuerdo sea más cálido, más suave y acariciador que antes. ¿Qué pasa con sus sensaciones después de esta experiencia?
No todas las personas reaccionan de la misma manera. las sugestiones cenestésicas, en particular, producen reacciones diferentes en personas diferentes. Muchos lectores hallarán seguramente que la imagen gana al hacerla más brillante o más grande. Ello da más intensidad a la representación interna, la hace más atractiva y, sobre todo, le pone a uno en un estado más positivo, más dueño de sus recursos. En las sesiones con mis clientes, cuando realizamos estos ejercicios, yo puedo ver exactamente lo que ocurre en la mente de la persona en cuestión, observando su fisiología. La respiración se hace más profunda, los hombros se yerguen, las facciones se relajan y todo el cuerpo se mantiene en una actitud como más vigilante.
Hagamos lo mismo con una imagen negativa. Le pido que piense en algo que le contrarió y le hizo daño. Ahora tome esa imagen y auméntele el brillo. Acérquela más. Hágala más grande. ¿Qué ocurre en su cerebro? Muchas personas hallan que se ha intensificado su estado negativo; las sensaciones molestas o dolorosas que experimentaron la primera vez vuelven con más fuerza. Ahora revierta la imagen a las condiciones iniciales. ¿Qué ocurre cuando la hace más pequeña, más oscura y distante? Descubrirá que las sensaciones negativas van perdiendo su fuerza.
Hay que ensayar también las demás modalidades. Escuche su voz interna, o la que se estuviese oyendo durante la experiencia, hablando en un tono fuerte, machacando las sílabas. Sienta la experiencia como una ocasión de firmeza, como una actitud dura. Es posible que vuelva a ocurrir lo mismo de antes; que se intensifiquen las sensaciones negativas. Repito que no se trata de que lo entienda usted teóricamente. Le pido que practique estos ejercicios de un modo concentrado, intenso, fijándose bien en las modalidades y submodalidades que se vayan revelando más eficaces para usted. De manera que podría ser conveniente la repetición mental de esas fases, con la atención puesta en cómo la manipulación de las imágenes cambia las sensaciones que las mismas evocan.
Tomemos la imagen negativa que nos sirvió al principio, para luego hacerla más pequeña. Dese cuenta de lo que ocurre mientras la imagen se encoge. Ahora desenfóquela, hágala más borrosa, atenuada y difícil de ver. Conseguido esto, aléjela, llévela tan lejos de sí que apenas pueda ya distinguirla. Por último, tome la imagen y empújela hacia un sol imaginario. Tome nota de lo que ve, oye y siente mientras aquélla desaparece del mundo.
Haga lo mismo con la modalidad auditiva. Baje el volumen de las voces que oye; haga que suenen letárgicas y mortecinas, quíteles el ritmo. Hágalo también con sus percepciones cenestésicas; que la imagen acabe siendo floja e insustancial, ajena a usted. ¿Qué ha ocurrido con la imagen negativa durante todo este proceso dirigido por usted? Si el lector es como la mayoría de las personas, la imagen pierde su poder…, se hace menos potente, menos dolorosa, incluso llega a dejar de existir. Es decir, que se puede tomar algo que nos ha causado un gran dolor en el pasado y quitarle fuerza, hasta hacer que se disuelva y desaparezca por completo.
Creo que este breve experimento puede bastar para dar una idea del poder de esa técnica. En cuestión de escasos minutos, el lector habrá tomado un sentimiento positivo para reforzarlo e intensificarlo, y también habrá logrado desprenderse de una imagen negativa intensa y del poder que ésta ejercía sobre él. En el pasado, usted estaba a merced de los resultados de sus representaciones internas. Ahora ya sabe que no tiene por qué ocurrir forzosamente así.
En esencia, usted puede vivir de dos maneras. O bien deja que su cerebro siga gobernándole como venía sucediendo en el pasado; en estas condiciones, cuando aquél transmite alguna imagen, sonido o sensación, usted responde automáticamente a la sugestión como el perro de Pavlov respondía al timbre. O bien puede usted optar por dirigir conscientemente su propio cerebro, por implantar las sugestiones que le convenga, por tomar las experiencias y las imágenes desagradables y privarlas de su poder e influencia. Puede representárselas a sí mismo de tal manera que dejen de dominarle, «reduciéndolas» a unas dimensiones que le permitan manejarlas eficazmente.
¿No hemos conocido todos la experiencia de una misión o un trabajo «que nos venía demasiado ancho», haciéndonos desesperar de nuestras posibilidades de llevarlo a término, con lo cual ni siquiera lo intentábamos? Si ahora uno imagina esa tarea como un cuadrito muy pequeño, se verá en condiciones de dominarla y emprenderá las acciones oportunas sin dejarse abrumar. No ignoro que esto puede parecer una simplificación exagerada, pero si el lector lo intenta ya descubrirá cómo al cambiar sus representaciones puede modificar su actitud ante la tarea, y así modificar también sus acciones.
Por supuesto, ahora sabemos también que podemos tomar las experiencias favorables e intensificarlas. Puede uno tomar las pequeñas alegrías de la vida y hacerlas más grandes, para iluminar su visión del día y sentirse más ligero y feliz. Lo que tenemos aquí es el modo de sacarles mejor el jugo, de sentir mayor regocijo, más ardor vital.
Nada es tan bueno ni tan malo; es el pensamiento el que lo hace tal.
WILLIAM SHAKESPEARE
¿Recuerda que en el capítulo primero hablábamos de la mercancía de los reyes ? El rey tenía el privilegio de disponer de su reino. Pues bien, el reino de usted es su cerebro. Lo mismo que el rey gobierna su reino, usted puede gobernar el suyo, siempre que para ello empiece a asumir el control de cómo se representa usted sus experiencias en la vida. Todas las submodalidades que hemos estudiado le dicen al cerebro lo que debe percibir. Recuerde que, en realidad, no sabemos lo que es la vida, sino sólo lo que representa la vida para nosotros. De tal modo que si tenemos una imagen negativa que se nos presenta de una manera grandiosa, brillante, potente y resonante, el cerebro nos azotará con una experiencia grandiosa, brillante, potente y resonantemente mala. Pero si tomamos esa imagen negativa y la empequeñecemos, la oscurecemos, la convertimos en una fotografía sin movimiento, entonces le quitamos su poder y el cerebro reaccionará en consecuencia. En vez de caer en un estado negativo podremos encogernos de hombros, o por lo menos soportar la situación sin vernos afectados en exceso.
Nuestro idioma nos proporciona muchos ejemplos del poder de nuestras representaciones. ¿Qué significa decir que una persona tiene un porvenir brillante? ¿Cuáles son sus sentimientos de usted cuando alguien dice que las perspectivas se le presentan sombrías? ¿A qué se refiere usted cuando dice que hay que «arrojar luz» sobre un asunto? ¿Qué damos a entender cuando decimos que alguien carece de sentido de la proporción o que tiene una imagen distorsionada de algo? ¿Qué quiere decir la gente cuando afirma que tiene un peso en el alma o que siente un bloqueo mental? ¿A qué alude usted cuando dice que algo le suena o que se le disparó una señal de alarma?
Por lo común se tiende a suponer que tales frases no son más que metáforas. Pero son más que eso; en general, describen con bastante exactitud lo que acontece dentro de nuestra mente. Piense en lo ocurrido hace algunos minutos, cuando tomó usted un recuerdo desagradable y lo amplificó. ¿Recuerda cómo se acentuaron los aspectos negativos de la experiencia y entró usted en un estado negativo? ¿Se puede imaginar una descripción más acertada de una experiencia así que la consistente en decir que se exageró el asunto «fuera de toda proporción»? Es porque sabemos instintivamente lo poderosas que son nuestras imágenes mentales. Recuerde que se trata de controlar nuestro cerebro, no de que él nos controle a nosotros.
He aquí un ejercicio sencillo que sirve de ayuda a muchas personas. ¿Se ha visto usted atormentado alguna vez por un diálogo interno incesante, por una de esas situaciones en que el cerebro se niega a callar? Muchas veces nuestro cerebro dialoga consigo mismo, interminablemente, como cuando sopesamos los pros y los contras de algún asunto, o cuando tratamos de hallar el argumento que nos daba la razón definitiva en una antigua discusión, o de ajustar cuentas con un antiguo adversario. Cuando esto le ocurra, basta con bajar el volumen. Haga que la voz suene dentro de su cabeza cada vez más suave, más lejana y más débil. Con eso el problema desaparece para la mayoría de las personas. ¿Y el caso de los diálogos internos que le recuerdan a uno sus límites? Oiga tomo dicen ahora las mismas cosas, sólo que con voz insinuante, en cadencia y tono provocativos, de caricia sexual: No serás capaz de hacer eso». ¿Qué le parece ahora? Puede ocurrir que le entren ganas de hacer justamente lo que la voz decía que no hiciera. Ensáyelo ahora mismo y experimente la diferencia.
Ahora vamos a practicar otro ejercicio. Esta vez, piense en algo de su experiencia que hizo estando totalmente motivado. Relájese y fórmese una imagen mental, lo más clara posible, de aquella experiencia. Voy a preguntarle algunas rosas sobre ella. Tómese tiempo y conteste a cada pregunta, una a una. En esto no hay contestaciones acertadas ni equivocadas. Los diferentes individuos tienen diferentes contestaciones.
Mientras contempla usted la imagen, ¿ve una película o una instantánea? ¿Está en color o en blanco y negro? ¿Es una escena cercana o alejada? ¿A la derecha, a la izquierda o en el centro? ¿Arriba, abajo o en medio de su campo de visión? ¿Es una situación asociada (es decir, vista por usted con sus propios ojos), o disociada (o sea, vista como si fuese usted un espectador externo)? ¿La imagen está limitada por un marco, o es un paisaje sin unos términos definidos? ¿Es brillante o apagada, oscura o luminosa? ¿Aparece nítida o desenfocada? Mientras practica usted este ejercicio, vaya fijándose en las submodalidades más fuertes para usted, es decir en las que destacan con más fuerza cuando piensa en ellas.
Ahora pase revista a sus submodalidades auditivas y cenestésicas. Cuando asiste a la escena, ¿oye su propia voz o las de otros protagonistas? ¿Se trata de un diálogo o de un monólogo? Los sonidos que oye, ¿son fuertes o tenues? ¿Varían las inflexiones o se caracterizan por su monotonía? ¿Son ondulantes o percutientes? ¿Se suceden a tiempo lento o rápido? ¿Van y vienen las voces o se mantienen como un comentario invariable? ¿Qué es lo más importante que usted oye o se dice a sí mismo en esa escena? ¿Dónde está localizado el sonido, de dónde procede? La misma escena, ¿es violenta o amable? ¿Hace calor o frío? ¿Predomina la sensación de aspereza o la de suavidad, la flexibilidad o la rigidez? ¿Toca usted sólidos o líquidos? ¿Tiene una sensación precisa, o difusa, y en qué punto de su cuerpo se localiza la misma? ¿Recuerda usted algún sabor ácido o dulce?
Al principio cuesta contestar a algunas de estas preguntas. Si algún lector, por ejemplo, tiende a formarse sus representaciones internas principalmente por vía cenestésica, habrá pensado quizás: «Yo no veo imágenes». Recuerde que eso es una creencia, verdadera siempre y cuando se mantenga usted apegado a ella. A medida que vaya adquiriendo conciencia de sus propias modalidades, aprenderá a mejorar sus percepciones por medio de lo que se llama la «superposición». Esto significa que si uno es un tipo predominantemente auditivo, por ejemplo, para recobrar una experiencia le convendrá empezar por evocar todas las sugestiones acústicas. Es decir, al principio recordaría lo que oyó en tal situación. Una vez puesto en ella y establecida una representación interna rica y potente, es mucho más fácil trasladarse al marco de referencia óptico para elaborar las submodalidades visuales o al marco cenestésico para experimentar las submodalidades táctiles y propioceptivas.
Bien, pues después de ver y experimentar la estructura de algo que en su tiempo nos motivó fuertemente, vamos a pensar en alguna otra cosa para la cual nos gustaría estar fuertemente motivados, pero que en el momento presente no nos inspira ninguna afición especial ni motivación alguna para hacerla. Una vez más, formemos la imagen mental. Y luego, repitámosnos las mismas preguntas. Pero ahora prestaremos especial atención a las diferencias entre las respuestas, en comparación con el caso de la acción fuertemente motivada. Por ejemplo, mientras contempla la imagen mental, ¿ve una película o una instantánea? Y así sucesivamente, en un repaso al todo el cuestionario de la submodalidad visual. Luego pasaremos revista a las submodalidades auditiva y cenestésica. Mientras tanto, anotaremos otra vez cuáles son las submodalidades más potentes, las que encierran más potencialidades para modificar nuestro estado.
A continuación, tome la cosa que le motivaba (llamémosle la experiencia número 1) y la que desearía que le motivase (y que será la experiencia número 2) , y contémple las simultáneamente. No es tan difícil. Imagine su cerebro como una pantalla de televisión, con la imagen partida, y observe las dos imágenes al mismo tiempo. Hay diferencias entre las submodalidades, ¿no es cierto? Era fácil preverlo, por supuesto, ya que diferentes representaciones producen diferentes tipos de resultados en el sistema nervioso. Ahora tomemos lo que hemos aprendido acerca de las clases de submodalidades que nos motivan y, paso a paso, reajustemos las submodalidades de la cosa que todavía no tenemos ganas de hacer (experiencia 2), de manera que se igualen con las de la cosa que nos motiva (submodalidades de la experiencia 1). Estas ultimas, lo repito, pueden ser diferentes según la persona, pero lo más probable es que la imagen de la experiencia 1 sea más brillante que la de la experiencia 2. Asimismo será más nítida y cercana. Le pido que se fije bien en las diferencias entre la una y la otra, y que manipule la segunda representación de modo que vaya pareciéndose más a la primera. No olvide hacer lo mismo con las sugestiones auditivas y las cenestésicas. Hágalo ahora.
¿Qué le parece ahora la experiencia número 2? ¿Se siente más motivado por ella? Así debería ocurrir, si ha igualado con cuidado las submodalidades de la experiencia 1 con las de la experiencia 2 (por ejemplo, si la 1 se representaba como una película y la 2 como una foto fija, convierta usted la experiencia 2 en una película); continúe este proceso con todas las submodalidades visuales, auditivas y cenestésicas. Cuando descubra usted los «actuadores» concretos (submodalidades) que producen en usted un estado deseable, podrá vincular esos actuadores a los estados indeseables para cambiarlos de signo en un instante.
Recuerde que las representaciones internas similares crearán estados o sensaciones similares. Y que tales estados o sensaciones desencadenarán acciones similares. Por tanto, si usted averigua concretamente lo que le hace sentirse motivado a favor de algo, sabrá exactamente qué debe hacer ante cualquier experiencia para sentirse motivado siempre que quiera; y de tal estado de motivación hay que partir para que las acciones sean eficaces.
Es importante observar que ciertas submodalidades clave nos afectan más que otras. He tenido ocasión de trabajar, por ejemplo, con un muchacho que no estaba motivado en lo más mínimo para ir a la escuela. La mayor parte de las submodalidades visuales le dejaban frío. En cambio, cuando se decía ciertas palabras a sí mismo en un tono de voz determinado, inmediatamente nacía en él la motivación para ir al colegio. Además en estado de motivación notaba una tensión en sus bíceps, mientras que cuando se hallaba desmotivado o contrariado la tensión se localizaba en la mandíbula e incluso se le alteraba la voz. Bastó cambiar esas dos submodalidades y me vi en disposición de hacerle pasar del estado desmotivado o de contrariedad al motivado. Lo mismo puede conseguirse con la comida. Una de mis clientes adoraba el chocolate por su textura, su cremosidad y suavidad, y odiaba en cambio la uva de mesa por ser crujiente. Todo lo que hice fue sugerirle que se representase el acto de comer uva despacio, mordisqueándola poco a poco y dejando que se deshiciera en su boca para apreciar la suavidad dela textura; además, le hice repetir estas descripciones en voz alta, igualando la tonalidad. Cuando hizo esto deseó comer uvas y desde entonces siempre le han gustado.
Un modelador auténtico no descansa nunca en su curiosidad acerca de cómo los demás producen cualquier resultado mental o físico. Algunos vienen, por ejemplo, a solicitar mis consejos diciendo: «¡Estoy tan deprimido!». Yo no les pregunto nunca: «¿Por qué está usted deprimido?», para que como respuesta me representen y se representen a sí mismos por qué lo están, ya que eso precisamente los arrojaría a la depresión. A mí no me interesa averiguar por qué están deprimidos sino cómo se deprimen, y por eso les pregunto: «Y ¿cómo lo hace?». Por lo general, la contestación es una mirada de sorpresa, ya que la gente no sabe que para estar deprimido haya que hacer unas cosas muy determinadas en la mente y en la fisiología de uno. Entonces pregunto: «Si yo estuviera en su piel, ¿cómo haría para sentirme deprimido? ¿Qué imaginaría? ¿Qué me diría a mí mismo, y qué tono emplearía para decirlo?». Estos procesos crean acciones mentales y físicas determinadas y, por tanto, unos resultados emocionales determinados. Si uno logra cambiar la estructura de un proceso, éste puede convertirse en otra cosa y el resultado ser distinto de la depresión.
Una vez adquirida esta nueva conciencia de saber cómo se hacen las cosas, puede uno empezar a dirigir el propio cerebro y crear los estados que le favorecen para alcanzar la calidad de vida que desea y merece. Ejemplo: ¿cómo llega usted a sentirse frustrado o deprimido? ¿Se fija en algo para hacer de ello un castillo en su mente? ¿Se habla constantemente a sí mismo en un tono de voz triste? O por el contrario, ¿cómo crea las sensaciones extáticas, el júbilo? ¿Se forma imágenes brillantes? ¿Son de movimiento rápido o lento? ¿Qué tono de voz emplea entonces para hablar consigo mismo? Suponga que a Fulano le gusta, a todas luces, su trabajo. A usted no, pero le gustaría que así fuese. Descubra lo que hace Fulano para crear tal sensación. Usted mismo se sorprenderá al comprobar lo poco que cuesta cambiar. He sido testigo de cómo, a menudo, personas que llevaban años en tratamiento cambiaban sus problemas, sus estados y sus modos de comportamiento en cuestión de minutos. En fin de cuentas, la frustración, la depresión o el éxtasis no son objetos materiales. Son procesos creados por determinadas imágenes y sonidos mentales, así como por actos físicos, todo lo cual controla usted consciente o inconscientemente.
¿Se ha dado cuenta de que el uso eficaz de estas herramientas puede cambiar su vida? Si le encanta el reto que le proporciona su trabajo profesional, pero odia hacer la limpieza doméstica, puede optar por una de estas dos soluciones: poner un anuncio en busca de una empleada, o fijarse en la diferencia entre cómo se representa usted el trabajo y cómo la limpieza de la casa. Al representarse la limpieza doméstica y una profesión interesante bajo idénticas submodalidades, experimentará un deseo urgente de ponerse a limpiar. ¡Un buen consejo para sus hijos, dicho sea de paso!
¿Qué sucedería si se plantease todo lo que aborrece, pero se considera obligado a hacer, y lo vinculase con las submodalidades del placer? Recuerde que los casos caracterizados por una sensación intrínseca son muy pocos. Uno aprende a juzgar agradables unas cosas y desagradables otras. Basta, pues, volver a etiquetar mentalmente esas experiencias para percibirlas de otra manera. ¿Qué le parecería eso de tomar todos sus problemas y reducirlos de tamaño, además de poner alguna distancia entre ellos y usted? Las posibilidades son infinitas. ¡Usted es quien manda!
Importa recordar que, lo mismo que cualquier otra habilidad, ésta exige repetición y práctica. Cuanto más a menudo se repitan conscientemente esos sencillos cambios de submodalidad, más pronto se conseguirán los resultados deseados. Quizá descubra que, para usted, cambiar el brillo o nivel de luminosidad de una imagen tiene más efecto que cambiarla de posición o de tamaño. Sabido esto, ya no dudará de que para manipular algo ha de empezar por modificar la iluminación.
Algún lector estará pensando: todo eso de los cambios de submodalidad suena bien, pero ¿cómo voy a impedir que vuelvan al estado anterior? Sé que puedo variar mi humor de momento, y eso vale mucho, pero mejor sería si se consiguiera un cambio más automático y sobre todo más consistente.
Ello puede conseguirse con ayuda de lo que llamamos «el patrón del tris-tras». Sirve para tratar gran número de los problemas crónicos y los hábitos perjudiciales que se crean las personas. Con el patrón del tris-tras se toman las representaciones internas que nos colocan en un estado de impotencia, y se disparan automáticamente otras representaciones internas nuevas que nos ponen en pleno dominio de nuestros recursos tal como deseábamos. Una vez haya descubierto usted qué tipo de representaciones internas le inducen, por ejemplo, a comer más de lo necesario, mediante el patrón del tris-tras creará una nueva representación interna, centrada en otra cosa que tenga más fuerza y que, al ser vista u oída, le induzca a apartar de sí la comida. Si asocia las dos representaciones, cada vez que piense en darse un atracón la primera llamará automáticamente a la segunda y le pondrá a usted en condiciones de no apetecer los alimentos. Lo mejor del patrón del tris-tras es que una vez implantado con eficacia no resulta preciso recordarlo constantemente. El proceso se desencadena de forma automática, sin ningún esfuerzo consciente. He aquí cómo funciona:
Primera fase: Identifique el comportamiento que desea cambiar. Luego, fórmese una representación interna de dicho comportamiento como si lo estuviese viendo con sus propios ojos. Si quiere dejar de morderse las uñas, pongamos por caso, represéntese su propia imagen y cómo levanta la mano para acercar los dedos a los labios, y cómo se pone a morderse las uñas.
Segunda fase: Una vez se tiene una imagen clara del comportamiento que se quiere cambiar, es preciso formarse una representación diferente, una imagen de uno mismo tal como sería si el cambio deseado se hubiese realizado ya, y de lo que tal cambio significaría para usted. Trate de imaginar cómo retira los dedos de la boca, cómo se ejerce una ligera presión sobre los dedos cuya uña iba a roer, y considere sus manos perfectamente cuidadas, al tiempo que se contempla a sí mismo como una persona elegantemente vestida, de magnífica presencia y muy segura y dueña de sí. Esta imagen de un mismo en el estado deseado debe ser de tipo disociado. Ello se debe a que necesitamos crear una representación interna idealizada, la cual iremos re-dibujando siempre, en vez de considerarla como algo ya adquirido.
Tercera fase: En un «tris-tras», permute las dos imágenes de manera que la experiencia torpe y triste dispare automáticamente la experiencia de seguridad y dominio. Cuando se ha conseguido montar este mecanismo de disparo, cualquier suceso de los que desencadenaban en usted el deseo de morderse las uñas suscitará luego un estado distinto, en el que aspirará a la aproximación hacia esa imagen ideal de uno mismo. Es decir, le habrá abierto a su cerebro un camino totalmente distinto para reaccionar frente a lo que en el pasado suscitaba una reacción negativa.
He aquí cómo se hace el tris-tras: empiece formándose una imagen brillante y grande del comportamiento que quiere cambiar. Luego, en el rincón de abajo a la derecha de esa imagen, superponga otra imagen pequeña y oscura, la de cómo quiere usted llegar a ser. Ahora tome esa imagen pequeña y, en menos de un segundo, aumente el tamaño y el brillo «chafando» literalmente la imagen del comportamiento que quiere abandonar. Al mismo tiempo, pronunciará usted la palabra «zumbaaa» con todo el vigor y el entusiasmo que pueda. No ignoro que esto puede parecer algo infantil; sin embargo, al decir «zumbaaa» con gran énfasis usted le envía a su cerebro una serie de poderosas señales positivas. Una vez haya construido mentalmente las imágenes, el proceso de sustitución debe efectuarse por completo en menos tiempo del que necesite para decir «zumbaaa», y ya tiene usted delante una imagen grande, brillante, nítida y coloreada de cómo desea ser. La vieja imagen de lo que usted era ha quedado aplastada y hecha polvo.
La clave para implantar este patrón reside en la velocidad y en la repetición frecuente. Es necesario que usted vea y sienta de verdad cómo se dilata esa imagen pequeña y oscura para convertirse en grande y brillante, y cómo ésta invade y «revienta» la imagen anterior, destruyéndola y sustituyéndola por un cuadro aún más grande y magnífico de cómo quiere usted que sean las cosas. En ese momento experimentará la maravillosa sensación de ver las cosas tal como quiere que sean. Entonces abra un momento los ojos para romper ese estado y vuelva a cerrarlos para repetir otra vez la operación del tris-tras. Empiece por contemplar en tamaño muy grande lo que usted quiere cambiar, y luego haga que la figura pequeña crezca y brille y explote con un ¡zumbaaa! Haga una pausa para recrearse en la experiencia. Abra los ojos. Ciérrelos. Vea lo que hay que cambiar. Vea la imagen originaria y cómo quiere cambiarla. Zumba otra vez. Hágalo cinco o seis veces, tan rápido como pueda. Recuerde: la velocidad es fundamental, y también divertirse haciéndolo. Lo que le está diciendo a su cerebro es: Mira esto, «zumbaaa», haz esto, mira esto, «zumbaaa», haz esto, mira esto, «zumbaaa», haz esto…, hasta que la imagen antigua produzca el disparo automático de la imagen nueva, de los nuevos estados y, en consecuencia, del nuevo comportamiento.
Evoque ahora la primera imagen. ¿Qué ha pasado? Si, por ejemplo, ha sometido a la rutina del tris-tras el hábito de morderse las unas, al imaginarse a sí mismo haciéndolo verá que le resulta difícil, que le parece algo antinatural. De no ser así repita la práctica, esta vez procurando hacerlo con más claridad y rapidez; asegúrese sobre todo de experimentar sólo durante un brevísimo instante la sensación positiva que le proporciona la imagen nueva, antes de abrir de nuevo los ojos y volver a iniciar el proceso. Tal vez no funcione si la imagen hacia la cual ha elegido tender no es lo bastante sugestiva o deseable. Es muy importante que se trate de algo sobremanera atractivo, de modo que propicie un estado de motivación o deseo, algo que realmente anhele o que para usted pueda ser más importante que el hábito antiguo. En algunos casos es útil añadir nuevas submodalidades, como el olor o el sabor. Los resultados asombrosamente rápidos que produce el patrón tris-tras se deben a ciertas tendencias del cerebro. Nuestra mente tiende a evitar las cosas desagrada Mes y a apegarse a las agradables. Al hacer que la imagen de uno que no necesita morderse las unas sea mucho más atractiva que el deseo de mordérselas, se le suministra al cerebro una señal poderosa, que indica hacia qué tipo de comportamiento debe tender. Es lo que hice yo para abandonar la costumbre de morderme las uñas, que se había convertido para mí en un hábito por completo inconsciente. Un día después de haber practicado la rutina del tris-tras, me sorprendí mordiéndome los dedos. Esto podía interpretarse como un fracaso, pero yo preferí considerarlo como un progreso en la curación del hábito, tras lo cual me limité a hacer diez ejercicios de tris-tras, y nunca más se me ha ocurrido morderme las uñas.
Puede uno hacer lo mismo con los temores o las frustraciones. Propóngase, por ejemplo, algo que teme hacer. Luego, represénteselo funcionando como a usted le gustaría. Haga que ese cuadro sea excitante de verdad. Y entonces permute, tris-tras, siete veces seguidas las dos escenas. Hecho esto, piense en lo que le daba miedo. ¿Qué le sugiere ahora? Si la rutina se ha ejecutado eficazmente, tan pronto como uno quiere ponerse a pensar en aquello que temía, automáticamente se encuentra pensando en la cosa como uno desearía que fuese.
Otra variación del patrón tris-tras consiste en imaginar que uno tiene delante una honda o tirador de goma. En medio de la horquilla se coloca la imagen del comportamiento actual que uno quiere cambiar. El tirador se carga con una imagen muy pequeña de cómo desearía ser uno mismo. Mentalmente vamos tirando de las gomas hacia atrás, cada vez más atrás hasta llegar a la máxima tensión posible. Entonces se dispara, e imaginamos cómo el proyectil revienta la vieja imagen que tenemos delante y penetra en el interior de nuestro cerebro. Al hacer esto es importante imaginar cómo la goma se tensa más y más, antes de soltarla. En el momento de disparar se dirá «zumbaaa» en voz alta, contemplando cómo se rompe esa vieja imagen de lo que éramos cuando sufríamos por culpa de nuestras limitaciones. Si se hace correctamente, en el momento de soltar el proyectil la sensación de que la imagen se precipita al encuentro de uno es tan viva que la cabeza se echa involuntariamente hacia atrás. Ruego al lector que se pare ahora mismo a considerar alguna idea o comportamiento incapacitante que le gustaría cambiar, para ensayar la rutina del tris-tras con esta metáfora del tirador.
No olvide que su mente puede ir contra las leyes del universo, en un sentido que es crucial: puede retroceder hacia el pasado. No ocurre lo mismo con el tiempo real ni con los hechos, y sin embargo la mente puede. Digamos que va usted a su oficina y lo primero que ve es que no han terminado un informe importante que usted necesitaba. Ese informe pendiente le pone en un estado más que desvalido. Usted se enfada, sufre debido a la frustración. Su primer impulso sería llamar y echarle una filípica a la secretaria. Pero los gritos no servirán para producir el resultado que usted desearía, sino sólo para empeorar aún más la situación. La clave consiste en cambiar su estado, en retroceder y ponerse en un estado que le permita conseguir que se hagan las cosas. Lo cual puede hacerse por el procedimiento de reubicar o resituar las representaciones internas. En todo este libro hablo de ser el dueño y soberano de uno mismo, de dominar y dirigir el propio cerebro. Ahora empieza usted a ver cómo se consigue. A través de los escasos ejercicios realizados hasta aquí ha visto que está en sus manos la posibilidad de controlar por completo su propio estado. Piense en lo que podría ser su vida si recordase todas sus experiencias felices como imágenes brillantes, próximas y llenas de color, como sonoridades alegres, rítmicas y agradablemente melodiosas, como contactos tiernos, cálidos y reconfortantes. ¿Y si sus experiencias negativas quedasen registradas como viejas instantáneas pequeñas, borrosas, como voces casi inaudibles y formas insustanciales que, por excesivamente remotas, han dejado de afectarle? Esto lo hacen los triunfadores de manera inconsciente. Saben cómo aumentar el volumen de lo que les favorece y cómo cortar la voz a lo que les perjudica. En este capítulo, usted ha aprendido a modelar esa conducta.
No le sugiero que ignore los problemas. Hay situaciones a las que uno, ineludiblemente, debe enfrentarse. Todos nosotros tenemos algún conocido que, por más que las cosas le hayan salido bien en un noventa y nueve por ciento durante el día, regresa a su hogar en estado de depresión total. ¿Por qué? Porque una cosa entre cien resultó mal. De eso que salió mal seguramente hace una imagen enorme, chillona, aplastante, que convierte todo lo demás en sucesos diminutos, muertos e insignificantes.
Muchas personas pasan así toda la vida. Son esos clientes que me dicen: «Siempre estoy deprimido». Lo dicen casi con orgullo, porque el estar deprimido ha llegado a ser parte de su manera de ver el mundo. Pues bien, muchos terapeutas comenzarían por abordar la tarea, larga y ardua, de desenterrar la causa de esa depresión. Dejarían que el paciente les hablase de su depresión durante horas. Hurgarían en el cubo de basura mental de su cliente hasta descubrir vivencias primitivas de tristeza y sufrimientos emocionales pasados. Pero con esas técnicas se construyen relaciones terapéuticas muy prolongadas y, sobre todo, muy onerosas.
Nadie está siempre deprimido. La depresión no es una situación permanente como la de quedarse manco o cojo. Es un estado, y las personas pueden entrar en él o dejarlo. En realidad, muchos de los individuos que pasan por una depresión han tenido en su vida numerosas experiencias felices…, quizá más que otros. Lo que ocurre es que no se representan dichas experiencias a sí mismos de una manera brillante grandiosa y «asociada»; además, suelen pintar las épocas felices como algo muy lejano, y no inmediato. Haga una pausa para recordar algún acontecimiento sucedido la semana pasada, y luego póngase a alejarlo mentalmente. ¿Le parece ahora que es una experiencia tan reciente? Y si hubiera elegido acercarla, ¿no parecería entonces más viva? Algunas personas toman sus experiencias felices del momento y las distancian como si hubieran ocurrido hace mucho tiempo; en cambio, nunca apartan mucho el pensamiento de sus problemas. Tal vez haya oído usted esta expresión: «Tengo necesidad de distanciarme un poco de mis problemas». No es que uno deba tomar el avión e irse a algún paísexótico; basta con establecer esa distancia mentalmente, y se notará la diferencia. Las personas que se sienten deprimidas a menudo tienen la cabeza llena de imágenes grandes, vocingleras, próximas e insistentes de los malos tiempos, y apenas una vieja foto gris y confusa de los buenos. Eso no podemos cambiarlo encenagándonos en los malos recuerdos; hay que cambiar las submodalidades, que forman la propia estructura de los recuerdos. El paso siguiente consiste en asociar lo que le hacía sentirse mal a uno con las nuevas representaciones que le hacen sentirse capaz de afrontar los desafíos de la vida con decisión, humor, paciencia y energía.
Algunos dirán: «¡Un momento! ¡Las cosas no se cambian con tanta facilidad!». ¿Por qué no? Muchas veces se comprende más fácilmente una cosa en un relámpago de claridad que en años de meditación. Así trabaja el cerebro. Recordemos el funcionamiento del cinematógrafo. Uno ve miles de imágenes que se combinan para dar la sensación de movimiento. En cambio, si un día viéramos un fotograma, y al cabo de una hora otro, y dos o tres días después un tercero, seguramente no sacaríamos nada en limpio. El cambio personal sigue un proceso parecido. Si usted hace algo, si produce un cambio en su cerebro ahora mismo, si modifica su estado y su comportamiento, se habrá demostrado a sí mismo, de la manera más espectacular, lo que se puede hacer, con lo cual recibe un impulso más poderoso que si se dedicase a meditar angustiosamente durante un mes. La física cuántica nos enseña que las cosas no varían gradualmente a lo largo del tiempo, sino en saltos discontinuos llamados cuánticos. Nosotros saltamos de un nivel de experiencia a otro. Si a usted no le gusta lo que siente, cambie la manera en que se representa las cosas. Es así de sencillo.
Consideremos otro ejemplo: el amor. Para muchos de nosotros el amor es una experiencia maravillosa, etérea, casi mística. Desde el punto de vista de la teoría del modelado, observamos que el amor es un estado y que, lo mismo que cualquier otro estado o resultado, se produce en virtud de un determinado conjunto de actos o de estímulos percibidos o representados de una manera determinada. ¿Cómo se enamora uno? Entre los ingredientes perceptuales del enamoramiento, uno de los más notables es el que consiste en «asociarse» con todo lo que a uno le gusta de la persona amada y disociarse de todo lo demás. El enamoramiento puede ser un estado embotador y desorientador, porque no es equilibrado; uno no establece un balance de las cualidades buenas y malas de la persona para pasarlo por un ordenador y ver lo que sale, sino que se asocia totalmente con el pequeño número de rasgos de esa persona que a uno le intoxican. En ese momento ni siquiera percibe los «defectos» de la misma.
¿Por qué se estropean las relaciones? Eso, naturalmente, depende de muchos factores. Uno de ellos puede ser que deje uno de asociarse con los rasgos dela otra persona que al principio le gustaban. Lo que suele ocurrir en realidad es que uno llega a asociarse con todas las experiencias desagradables sufridas en la relación con ella, mientras se disocia de los ratos agradables que se compartieron. ¿Cómo sucede esto? Quizás uno haya observado y se haya formado una imagen grande y predominante de cómo el otro tiene la costumbre de perder el tapón del tubo de dentífrico o dejar la ropa tirada por el suelo. A lo mejor es que él ya no le escribe billetes cariñosos a ella. O posiblemente ella recuerda lo que él dijo en el calor de una discusión, y ha estado pasando mentalmente la cinta de ese diálogo una y otra vez, recordando cómo la ofendió, en vez de recordar la caricia que le hizo otro día o las cosas amables que le dijo la semana pasada o lo bien que lo pasaron el día del aniversario. La lista de ejemplos similares sería interminable. Quizá convenga aclarar que no es que sea «malo» plantearse las cosas de esta manera; simplemente hay que tener presente que dicho modo de representarnos nuestras experiencias sin duda no mejorará nuestras relaciones. Muy distinto sería si, por ejemplo, en medio de una discusión, recordase usted la primera vez que se besaron o anduvieron con las manos unidas, o aquella vez que el otro hizo por usted algo realmente fuera de lo común, y se diese a esa representación preferencia en cuanto a tamaño, brillantez y proximidad. A partir de un estado así, ¿cómo trataríamos a la persona amada?
Ante cualquier patrón de comunicación hay que hacer un alto de vez en cuando y preguntarse: «Si continúo representándome las cosas de esta manera, ¿qué voy a conseguir en la vida? ¿Hacia dónde me conduce mi comportamiento actual, y hacia dónde quiero ir? Ha llegado el momento de examinar el resultado que obtengo con mis acciones mentales y físicas». No sea que más adelante descubra usted que ha ido a parar adonde no quería, por culpa de algo tan fácil de cambiar y rectificar.
Puede ser de interés el observar si uno tiene un patrón especial de «asociación» o «disociación». Muchas personas están la mayor parte del tiempo disociadas de sus representaciones y rara vez se muestran emocionalmente conmovidas por nada. La disociación tiene ciertas ventajas; cuando procura uno mantenerse alejado de emociones intensas acerca de determinadas cosas, dispone de más recursos para tratar de controlar la situación. Sin embargo, si ésa es su manera habitual de representarse la mayor parte de las experiencias de la vida, en realidad se está perdiendo lo que yo llamo la sustancia de la vida, su meollo, que nos ofrece una plétora incalculable de alegrías. Algunos de mis clientes eran personas muy conservadoras, que padecían graves limitaciones en cuanto a la expresión de sus sentimientos. Establecí para ellos nuevas rutinas de percepción; al reforzar en sumo grado las representaciones internas asociadas, estos individuos se sienten como renacidos y encuentran en la vida una experiencia totalmente renovada.
Por el contrario, si la inmensa mayoría de las representaciones internas fuesen totalmente asociadas, emocionalmente uno podría quedar hecho un guiñapo y tendría grandes dificultades en hacer frente a la vida, que no siempre está llena de cosas divertidas, fáciles ni agradables. No hay que permitir que le afecten a uno demasiado; la persona excesivamente asociada con todo lo que le pasa resulta vulnerable en exceso y además se lo toma todo de una manera demasiado personal.
El justo medio es lo preferible, también por lo que respecta a los filtros perceptuales de asociación y disociación. Podemos asociarnos con cualquier cosa que nos convenga, o disociarnos de ella. La clave está en hacerlo conscientemente, de manera que nos sirva de ayuda. Podemos controlar cualquier representación de las que nos formamos en nuestro cerebro. ¿Recuerda lo aprendido sobre el poder de nuestras creencias? Decíamos que no se nace con unas creencias y que éstas siempre se pueden cambiar. Cuando éramos niños creíamos algunas cosas que ahora nos parecen ridículas. Y terminábamos nuestro capítulo sobre las creencias con una pregunta esencial: ¿cómo adoptar las creencias que nos capacitan y deshacernos de las que nos perjudican? El primer paso consistía en darse cuenta de sus poderosos efectos sobre nuestra vida. En el presente capítulo ha dado usted el segundo paso: cambiar la manera en que se representa usted esas creencias a sí mismo. Ya que, si cambia usted la estructura de cómo se representa algo a sí mismo, cambiará también lo que siente acerca de ello y por tanto la estimación que le merecen sus experiencias vitales. Usted puede representarse a sí mismo las cosas de una manera que invariablemente favorezca a su capacidad, ¡ahora mismo!
Recuerde que una creencia es un estado emocional fuerte, una certeza que se tiene acerca de determinadas personas, cosas, ideas o experiencias de la vida. ¿Cómo se ha creado esa certeza? A través de las submodalidades específicas. Cuando usted está seguro de algo, ¿le parece que lo ve oscuro, desenfocado, diminuto y lejano… o todo lo contrario?
El cerebro tiene además un sistema de archivo. Algunos individuos almacenan a la izquierda las cosas en que creen, y a la derecha aquello acerca de lo cual no se sienten seguros. Ya sé que cuesta creerlo, pero cuando alguien se rige por un sistema de codificación así basta con inducirle a retirar del lado derecho y a poner en el izquierdo una cuestión cualquiera, para que empiece a sentirse seguro de ella. Tan pronto como la ve clasificada en el lado de las cosas que cree, ¡empieza a creer en una idea o un concepto que sólo momentos antes contemplaba con incertidumbre!
Este cambio de creencias se realiza, sencillamente, al contrastar cómo nos representamos aquello que consideramos absolutamente cierto en comparación con lo que no nos lo parece tanto. Empecemos por alguna creencia que le parezca totalmente inconmovible (que se llama usted John Smith, (que tiene treinta y cinco años de edad y nació en Atlanta, o que quiere a sus hijos de todo corazón, o que Miles Davis os el mejor trompetista de todos los tiempos). Piense en algo que crea sin reservas, con una convicción de certeza total. /\hora piense en otra cosa de la que no esté muy seguro, que le gustaría creer pero que no acaba de convencerle. Un ejemplo apropiado podría ser una de las siete mentiras del éxito que explicaba en el capítulo 5. (No elija una cosa que no crea en absoluto, pues eso es lo mismo que creer absolutamente que esa cosa no es cierta.)
Ahora pase revista a sus submodalidades, como hicimos antes al tratar de la motivación. Recorra todos los aspectos visuales, auditivos y cenestésicos de la cosa en que cree por completo. Luego haga lo mismo con la otra cosa que no le ofrece tanta seguridad, y preste atención a las diferencias en1 re ambas. ¿Tal vez las cosas en que usted cree se sitúan en un lugar determinado y las que no le ofrecen certeza en otro? ¿ O le parecen las primeras más cercanas, o más brillantes, o de mayor tamaño que las segundas? ¿Se trata en un caso de imágenes fijas y en el otro de películas con movimiento?
Seguidamente, haga lo mismo que antes practicamos para la motivación. Reprograme las submodalidades de la cosa incierta para igualarlas con las delo que le parece indiscutible. (Cambie los colores y la localización; cambie las voces, los tonos, los ritmos y el timbre de los sonidos; cambie las sub-moilalidades de textura, peso y temperatura. Hecho esto, ¿cómo se siente? Si ha acertado a transformar la representación que le causaba incertidumbre, advertirá la certeza de lo que hace sólo un momento le parecía dudoso.
La única dificultad que experimenta en ello la mayoría de Las personas es la creencia deque no se puede cambiar con unta rapidez. Ésa sería, por tanto, la creencia que hay que atacar primero.
El mismo proceso puede utilizarse para descubrir la diferencia mental entre lo que a usted le causa confusión y lo que• parece perfectamente claro y bien entendido. Cuando alguna cosa le produce a usted confusión es posible que sea así debido a una representación interna diminuta, desenfocada o lejana, mientras que las cosas bien captadas aparecen con proximidad, claridad y enfoque nítido. Observe cómo cambian sus sensaciones cuando modifica usted sus representaciones para que coincidan exactamente con las de las cosas que entiende bien.
Por supuesto, el aproximar las cosas o darles más brillo no intensifica la experiencia para todas las personas; incluso puede suceder exactamente al revés. A ciertas personas les parece que una representación gana en intensidad cuando se hace más oscura o desenfocada. Todo estriba en averiguar cuáles son las submodalidades clave para usted o para la persona a quien usted desea ayudar a cambiar; luego hay que aplicarse a la utilización de esas herramientas con la perseverancia necesaria.
Lo que hacemos en realidad cuando operamos con las submodalidades es volver a etiquetar el sistema de estímulos que le dicen al cerebro cómo ha de captar una experiencia. El cerebro humano responderá a cualquier clase de señales (submodalidades) que uno le suministre. Un determinado tipo de señales puede comunicarle al cerebro la sensación de dolor; si se cambian las submodalidades comunicadas, el dolor puede cesar en cuestión de instantes. Recuerdo que en una ocasión, mientras yo dirigía un curso profesional de neurolingüística en Phoenix (Arizona), empecé a observar que gran número de los asistentes daban muestras de una gran tensión en la musculatura facial, lo cual les confería una expresión —a lo que me pareció entender— dolorosa. Pasé revista mentalmente a lo que les iba explicando y no hallé nada que pudiese haber desencadenado tal reacción en tantos individuos. Así que finalmente le pregunté a uno de ellos: «¿Cómo se encuentra en este momento?», y él respondió: «Me duele la cabeza». Tan pronto como se hubo manifestado el primero, otros muchos dijeron padecer el mismo síntoma, hasta que se evidenció que más de un 60 por ciento de los presentes tenían cefalalgia. Explicaron que los potentes focos instalados en el local para filmar un vídeo del cursillo les irritaban los ojos; además, la habitación no tenía ventanas al exterior y tres horas antes se había estropeado la ventilación, por lo que el ambiente estaba muy cargado. Todos estos factores habían creado una disposición fisiológica en aquellas personas. ¿Qué podía hacer yo en tal situación? ¿Mandarles que se tomasen una aspirina?
Desde luego que no. El cerebro emite señales de dolor sólo cuando recibe estímulos que se representan de tal manera que le dicen que debe sentir dolor. En consecuencia, les pedí a mis oyentes que describiesen las submodalidades de ese dolor. Para unos, se trataba de una sensación de pesadez pulsante; no así para otros. Entonces hice que cambiaran sus submodalidades dolorosas, en primer lugar disociándose ellos mismos del dolor y considerándolo como algo exterior. Luego hice que tomaran distancia respecto de la sensación, pidiéndoles que visualizaran la forma y el tamaño del dolor y lo situaran a unos tres metros por delante de cada uno, tras lo cual hice que alterasen sucesivamente su representación aumentando y disminuyendo su tamaño; primero debía hincharse hasta el punto de romper el techo, y luego encogerse hasta volver al tamaño inicial. Por último empujaron el dolor en dirección al sol y observaron cómo se fundía y disolvía en el rayo de luz que da vida a las plantas. Al preguntarles luego cómo se sentían, y pese a no haber transcurrido más de cinco minutos, el dolor de cabeza había cesado en un 95 por ciento de los afectados. Habían cambiado su representación interna, las señales transmitidas para decirle al cerebro lo que debía hacer, de manera que éste, al recibir otras señales distintas, produjo una reacción también distinta. El 5 por ciento restante invirtió otros cinco minutos en ejecutar más cambios específicos. Incluso un enfermo crónico de jaqueca que estaba entre los presentes se sintió perfectamente después de este ejercicio.
Cuando cuento este caso real, a algunos les cuesta creer que un dolor pueda eliminarse con tanta rapidez y facilidad. Pero, en realidad, ¿no es lo mismo que usted solo ha hecho inconscientemente en más de una ocasión? ¿No recuerda las oportunidades en que, encontrándose mal, se distrajo haciendo alguna cosa, o gracias a algún suceso que atrajo su atención, y que cuando quiso acordarse de su dolor éste había desaparecido? Es porque usted cambió lo que pensaba o se representaba en su cerebro. El dolor simplemente desaparece y no vuelve hasta que usted se lo representa de nuevo a sí mismo. Con un poco de dirección consciente de sus representaciones internas, usted puede librarse de sus dolores de cabeza cuando quiera.
Más aún, tan pronto como uno conoce qué señales producen determinados resultados en su cerebro, puede llegar a sentirse como quiera prácticamente en cualquier situación.
Una advertencia final: es muy variado el conjunto de los filtros de la experiencia humana que pueden determinar o afectar a la capacidad para preservar las representaciones internas nuevas…, e incluso para llevar a cabo los cambios iniciales. Estos filtros guardan relación con lo que valoramos más y con los beneficios inconscientes que quizás obtenemos de nuestro comportamiento actual. La cuestión de los valores y de su importancia la estudiaremos en un capítulo aparte; en el capítulo 16, al tratar de los procedimientos de reencuadre, hablaremos de los beneficios inconscientes secundarios. Si el dolor le envía a usted un mensaje importante sobre algo que debe cambiar en su organismo, entonces hay que atender a esa necesidad, pues de lo contrario el dolor volvería, dado que su función consiste en llamar la atención sobre algo importante.
Con lo que ha aprendido el lector hasta aquí basta para mejorar tremendamente su propia vida así como la de quienes le rodean. Consideremos ahora otro aspecto de nuestro modo de estructurar las experiencias. Es un ingrediente esencial que nos permite modelar con eficacia cualquier prototipo. Examinemos, pues…