15

Hacia mediados del siglo IX, o puede que un poco antes, un judío cuyo nombre desconocemos se puso a escribir un texto que se burlaba de Jesús y de la fe cristiana. No hay ninguna duda de que el autor que escribió ese texto en lengua árabe vivía en un país musulmán, pues de no haber sido así no se habría atrevido a mofarse de ese modo del cristianismo. La obra se llama Qissat muyadalat al-Usqut, es decir, Relato de la disputa del sacerdote. En ella se habla de un sacerdote que se convirtió al judaísmo y, después de convertirse, se dirigió a los cristianos para explicarles por qué su fe era falsa. Parece evidente que el autor anónimo era versado en cristianismo y entendido en las Sagradas Escrituras, así como en varias interpretaciones cristianas tardías.

A lo largo de la Edad Media, los judíos tradujeron ese texto del árabe al hebreo y lo llamaron El libro de Néstor el sacerdote (en alusión a la iglesia nestoriana o a la palabra stirá «refutación», o a la palabra nistar «oculto», o tal vez simplemente porque Néstor era el nombre del sacerdote que se convirtió). Con el paso de los años se hicieron diversas versiones del texto, en algunas de ellas se insertaron glosas en griego y en latín, y algunas de ellas, al parecer, fueron desde Sefarad hasta Ashkenaz y llegaron hasta Bizancio.

La finalidad principal de El libro de Néstor el sacerdote es señalar las evidentes contradicciones existentes en los relatos de los Evangelios, refutar la idea de la Trinidad y negar la divinidad de Jesús. Para lograr esos objetivos, el libro elige diversos medios que en algunos casos se contradicen: por una parte, Jesús es descrito como un judío de pies a cabeza, un judío piadoso que en absoluto pretendía fundar una nueva religión o ser considerado Dios, y fue solo tras su muerte cuando el cristianismo, por propio interés, falseó su figura y lo elevó al rango de divinidad. Por otra parte, el texto no evita utilizar alusiones groseras, e incluso abominables, sobre las peculiares circunstancias del nacimiento de Jesús. El escritor también se burla de la pasión y de la muerte solitaria de Jesús en la cruz. Y por otro lado, en el libro se dan argumentos lógicos y argumentos teológicos destinados a refutar los dogmas de la fe cristiana.

Shmuel Ash analizó con sumo cuidado esas contradicciones y, en una nota que adjuntó al borrador de sus anotaciones, escribió que el autor judío anónimo de ese cuestionable Libro de Néstor argumentaba que Jesús fue un judío recto y piadoso, que Jesús fue un bastardo nacido de las infidelidades de su madre y que, como cualquier embrión de carne y hueso del mundo, a la fuerza tuvo que corromperse en las impuras entrañas de la madre, y al mismo tiempo decía que fue el primer hombre no nacido de mujer y que, a pesar de todo, nadie lo veía como una divinidad, y que Enoc y Elías tampoco murieron, sino que fueron conducidos al cielo, y pese a eso no eran considerados hijos de Dios. Aún más: el profeta Eliseo y el profeta Ezequiel hicieron más milagros y resucitaron a más muertos que Jesús, por no mencionar los milagros y prodigios de Moisés. Para acabar, el escritor se burla y se mofa del hecho de la crucifixión, menciona cómo ridiculizó la plebe a un Jesús agonizante en la cruz e hizo escarnio de él diciendo: «Sálvate a ti mismo y baja de la cruz». Y al final Néstor concluye, citando las Escrituras, que cualquier hombre colgado comporta una maldición, como está escrito: «porque maldito por Dios es el colgado[17]».

Cuando Shmuel le habló a Gershom Wald de todos esos argumentos de Néstor el sacerdote, así como de otros textos judíos populares de la Edad Media, Historia de Jesús, Hechos de Cristo y otros escritos difamatorios por el estilo, Gershom Wald golpeó con sus dos grandes manos en la mesa y sentenció:

—¡Es repugnante! ¡Es absolutamente repugnante!

Gershom Wald opinaba que no había existido ningún Néstor ni ningún sacerdote convertido al judaísmo, sino que habían sido judihuelos miedicas y de corto entendimiento los que habían escrito esos textos abominables porque tenían miedo de la fuerza de atracción del cristianismo y porque querían auspiciarse bajo el amparo del poder musulmán y lanzar su lengua viperina contra Jesús mientras se ocultaban entre los pliegues del manto de Mahoma.

Shmuel discrepaba: «¿Acaso no se apreciaba en El libro de Néstor el sacerdote un gran conocimiento del cristianismo, de los Evangelios y de la teología cristiana?».

Pero Gershom Wald negó tajantemente ese conocimiento, qué conocimiento, ningún conocimiento había ahí salvo tal vez un puñado de clichés abominables en boca del populacho. El lenguaje de esos judíos, esos que aborrecen así a Jesús y a sus fieles, y el lenguaje inmundo de todos esos antisemitas que aborrecen a los judíos y al judaísmo se parecen como dos gotas de agua.

—Para discutir con Jesús de Nazaret —dijo Wald apenado—, el hombre debe elevarse un poco, y no descender a las cloacas. Claro que es posible, e incluso necesario, discrepar con Jesús, por ejemplo en la cuestión del amor universal: ¿realmente es posible que todos sin excepción podamos amar todo el tiempo a todos sin excepción? El propio Jesús, ¿realmente amó a todos todo el tiempo? ¿Amó, por ejemplo, a los cambistas que estaban junto a las puertas del Templo cuando lo dominó la ira y volcó con furia sus mesas? O cuando declaró «no he venido a traer paz a la tierra, sino espada[18]», ¿acaso en ese momento olvidó el mandamiento del amor universal y el mandamiento de poner la otra mejilla? ¿O cuando ordenó a sus discípulos ser astutos como las serpientes e inocentes como las palomas[19]? ¿Y sobre todo cuando, según Lucas, ordenó que sus enemigos que se negaban a aceptar su reino fueran conducidos ante él y ejecutados ante sus propios ojos[20]? ¿Dónde quedó en aquel momento el mandamiento de amar también, y sobre todo, a nuestros enemigos? ¿No es cierto que quien ama a todo el mundo, en el fondo, no ama a nadie? Bueno. Así puede una persona discutir con Jesús de Nazaret. Así, y no con invectivas de cloaca.

Shmuel dijo:

—Los judíos que escribieron esas cosas, sin duda lo hicieron influidos por el profundo sufrimiento que les causaron las persecuciones y represiones a manos de los cristianos.

—Esos judíos —dijo Wald con una sonrisa de desprecio—, si hubieran tenido en sus manos el poder y la fuerza, sin duda habrían perseguido y torturado a los seguidores de Jesús igual que los cristianos enemigos del pueblo de Israel persiguieron a los judíos. El judaísmo y el cristianismo, y también el islamismo, predican las mieles de la bondad, la caridad y la piedad, siempre y cuando no tengan en sus manos los grilletes, las rejas, el mando, las cámaras de tortura y los patíbulos. Todas esas creencias, incluidas las que han surgido en las últimas décadas y que hasta hoy continúan fascinando, todas ellas llegaron para salvarnos y rápidamente empezaron a derramar nuestra sangre. Yo, por mi parte, no creo en la redención del mundo. Bueno. No creo en ninguna forma de redención del mundo. No porque considere que el mundo está redimido, por supuesto que no, el mundo es perverso y lúgubre y está lleno de sufrimiento, pero todo el que ha venido a redimirlo enseguida se ha visto inmerso en ríos de sangre. Ahora vamos a tomarnos juntos un vaso de té y dejemos las obscenidades que me has traído hoy. Si un día desaparecieran del mundo todas las religiones y todas las revoluciones, todas sin excepción, te lo digo yo, habría muchas menos guerras en el mundo. La humanidad, escribió una vez Emmanuel Kant, no es más que madera torcida y áspera. Y nosotros no debemos intentar pulirla para que la sangre no nos llegue hasta el cuello. Escucha cómo llueve. Enseguida oiremos las noticias.