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Shmuel recibió una carta de sus padres. El agua de lluvia se había colado por el buzón de Gershom Wald y Atalia Abravanel y algunas líneas de la carta estaban algo borrosas, porque la tinta se había disuelto a causa de la humedad. Su padre escribió:
«Querido Shmuel: Me apena mucho que hayas dejado la carrera. ¡Qué gran desperdicio de esfuerzo y de talento! Durante los primeros años en la universidad nos trajiste muy buenas notas y también la promesa (ciertamente no irrevocable) del profesor Eisenschloss, que te dijo que, si eras constante en tu trabajo y si introducías en él algunos elementos innovadores, había posibilidades de que, al terminar el máster, consiguieras un puesto de ayudante, es decir, el primer paso para iniciar la carrera académica. Y ahora, de un plumazo, lo has echado todo por tierra. Querido Shmuel, ya sé que yo soy el culpable de todo. Si la empresa no hubiese quebrado (algo que ocurrió debido a la vileza de mi socio, pero también por mi estupidez y ceguera), habría seguido financiando tus estudios, tu alojamiento y tus gastos, y lo habría hecho con generosidad, como he estado haciendo desde que llegaste a la universidad, igual que he costeado los estudios de tu hermana en Italia. Pero ¿no hay ninguna posibilidad de que compagines tu trabajo actual con los estudios? ¿No hay vuelta atrás… (y ahí había dos o tres líneas borrosas a causa del agua)… los estudios? ¿No podrías de ninguna manera costearte los estudios y la manutención con tu sueldo? Miri, a pesar de todo, continúa con sus estudios de Medicina en Italia, no ha dejado la carrera pese a que nos hemos visto obligados a dejar de financiársela. Ahora tiene dos trabajos, de ayudante en una farmacia por las tardes y de telegrafista en la oficina central de correos por las noches. Nos ha contado que le basta con cuatro o cinco horas de sueño al día, pero no ha dejado los estudios, se aferra a ellos con uñas y dientes. ¿No podrías tomar ejemplo de Miri? Nos has contado que trabajas cinco o seis horas al día. No nos has dicho cuánto te pagan, pero sí que el alojamiento y la manutención los cubren los que te han contratado. Tal vez, si hicieses un esfuerzo, podrías completar esas cinco o seis horas con algunas más en otro trabajo, y así tendrías la posibilidad de costearte lo que te queda de carrera. No te resultará fácil, pero ¿desde cuándo alguien tan tenaz como tú huye de las dificultades? ¡Tú eres un socialista convencido, un proletario, un obrero! (Por cierto, no nos has contado qué relación tienen el señor Wald y la señora Abravanel. ¿Son pareja? ¿O padre e hija? Todo está envuelto en un gran secretismo, como si trabajases en alguna instalación secreta de alta seguridad). En tu única carta hasta la fecha eras tan parco en detalles. Únicamente nos contabas que te pasas las tardes conversando con un anciano inválido y que, a veces, le lees algún libro. Esa actividad, si me permites decirlo, no me parece nada difícil ni agotadora. En Jerusalén, podrías encontrar fácilmente otro empleo remunerado, y con esos ingresos… (Ahí volvía a haber varias líneas borrosas a causa del agua). Permíteme añadir una cosa, con toda la precaución del mundo: es posible que en los próximos meses también nosotros podamos volver a ayudarte con algunas pequeñas sumas de dinero. Evidentemente no sería comparable con el soporte económico que te prestábamos antes de la quiebra, pero algo es algo. Te lo ruego, querido Shmuel, te lo suplico incluso: hasta ahora solo has perdido una cuantas semanas del curso. Con un esfuerzo, que tú por supuesto eres capaz de hacer, puedes recuperar lo perdido y retomar la carrera. El tema que has elegido para tu trabajo de fin de máster, “Jesús a ojos de los judíos”, me resulta ajeno e incluso extraño. En mi ciudad natal, Riga, los judíos solíamos apartar la vista cada vez que pasábamos delante de la imagen de Cristo. Una vez me escribiste contándome que, en tu opinión, Jesús era carne de nuestra carne y sangre de nuestra sangre. Me cuesta mucho aceptar eso. ¡Cuántos edictos, cuántas persecuciones, cuánto sufrimiento, cuánta sangre inocente han derramado nuestros enemigos en nombre de ese hombre! Y tú, Shmuel, de pronto, quién sabe por qué razón, cruzas la línea y te sitúas al otro lado de las barricadas, precisamente del lado de ese hombre. Pero yo respeto tu decisión, aunque no comprendo qué sentido tiene. Del mismo modo que respeto tu labor de voluntariado en un grupo socialista, aunque yo estoy muy lejos del socialismo y lo considero un intento atroz de imponer a las personas la igualdad. Yo creo que la igualdad va en contra de la naturaleza humana, por el simple hecho de las personas no nacen iguales, sino diferentes las unas a las otras y, de hecho, incluso bastante extrañas las unas a las otras. Tú y yo, por ejemplo, no nacimos iguales. Tú eres un chico de gran talento y yo un hombre sencillo. Piensa, por ejemplo, en la diferencia que hay entre tu hermana y tú: ella es tranquila y reservada y tú, temperamental y sensible. Pero quién soy yo para discutir contigo de política y todo eso. El entusiasmo y la abnegación no los has heredado de mí. Sin duda harás lo que quieras. Siempre has hecho todo lo que has querido. Por favor, querido Shmuel, escríbeme lo antes posible diciendo que has buscado otro trabajo para poder retomar tus estudios. Estudiar es tu verdadera vocación. No debes traicionarla. Sé perfectamente que no es fácil trabajar, mantenerte y costear tus estudios, todo al mismo tiempo. Pero si nuestra Miri puede, sin duda también tú podrás. Tienes tenacidad para dar y tomar, y al parecer la has heredado de mí, no de tu madre. Concluyo aquí con gran cariño y profunda preocupación, tu padre que te quiere.
»P. D.: Por favor, escríbenos más a menudo y cuéntanos algo más sobre tu vida cotidiana en la casa donde vives y trabajas ahora».
La madre de Shmuel añadió al final de la carta:
«Querido Muli: Te echo mucho de menos. Hace ya meses que no vienes a Haifa a vernos y apenas escribes cartas. ¿Por qué? ¿Qué te hemos hecho?… (Ahí volvía a haber varias líneas borrosas a causa del agua que mojó la carta). El revés sufrido por papá casi le rompe el corazón. De repente se ha convertido en un anciano. Apenas habla conmigo. Siempre le ha costado hablar conmigo, también antes de lo ocurrido. Ahora tienes que intentar estar a su lado, al menos por carta. Desde que has dejado la carrera, se siente un poco traicionado. También Miri nos ha escrito diciendo que desde hace semanas no ha recibido carta de ti, que no das señales de vida. ¿No te irá mal por allí? Dinos la verdad.
»P. D.: Voy a cerrar este sobre y a meter en él, sin que tu padre lo sepa, cien libras. No es mucho, ya lo sé, pero ahora no tengo más. Me uno al ruego de papá: por favor, retoma los estudios, si no, te arrepentirás durante el resto de tu vida.
»Con cariño. Mamá».