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Hace dos semanas que no escribo, desde que Omar se marchó. Su ausencia se ha convertido en un espacio de tiempo infinito que comienza a paralizar mi vida, a tergiversar la realidad. Este ascensor desvencijado me atormenta. Cada vez que sus puertas se abren es como abrir la tapa de una vieja caja de chirridos que, presos durante siglos, escapan en una loca carrera sin control hasta atravesar la puerta de mi apartamento, invadiendo mis tímpanos, haciendo que imagine que tras su apertura aparecerá él. Echo en falta su risa, sus oídos atentos, su forma de mirarme, su despertar a mi lado… Su ausencia se clava en mí como un diapasón, llegando a ser insoportable.
Llevo dos meses en este país. Dos meses en los que he trabajado sin descanso. En los que he realizado una veintena de óleos y cincuenta bocetos que formarán parte de una exposición. La mitad de ellos están vendidos con antelación. Lo que me ha hecho aumentar mis ingresos y ampliar el visado por un mes más y la posibilidad de establecerme definitivamente en El Cairo. Algo que Omar y yo ya habíamos sopesado. Hace dos semanas hablamos sobre ello. Incluso comencé a meditar cómo y de qué manera le plantearía a Mena mi estancia definitiva aquí. Sobre todo me preocupaba la reacción de ella, porque Adrián sé que estaría encantado de tener casa en Egipto.
Lo primero que trajo fue su cepillo de dientes, después fue dejando algún pantalón, una muda y algún libro. Más tarde comenzó a quedarse hasta el mediodía. Me acompañaba por las calles buscando modelos para mis obras, incluso, la última semana, la pasó completa en casa. Guisó para mí y me enseñó a hacer Hadj, el maravilloso arroz egipcio, que tanto me gusta. Conversamos sobre la posibilidad de que mi estancia en El Cairo se convirtiese en definitiva y él se mostró encantado, feliz con la idea. Tanto que me atreví a hablarle sobre mis inquietudes en cuanto al desconocimiento que tenía sobre él; sobre su vida, su familia, su pasado, sus injustificadas e imprevistas ausencias… Contrariamente a lo que yo siempre había supuesto, no puso ninguna objeción a ello. Me dijo que no me preocupase, que todo llegaría; que tuviera confianza en él, que llegado el momento me hablaría de todo, que tenía una sorpresa para mí. Aquel día fue el último que le vi. Desapareció sin dejar rastro, como si nunca hubiera existido. Todo fue tan extraño que si no hubiera sido porque Raquel le conocía, hubiera pensado que su existencia era una alucinación.
Después de una semana sin que diera señales de vida, preocupada porque le hubiese sucedido algo, haciendo mil conjeturas sobre su desaparición, pensé que tal vez me había precipitado y él, un alma libre, se había asustado. Incluso sopesé la posibilidad de que tuviera familia, una familia a la que no abandonaría por mí y, angustiada, le pedí ayuda a Raquel. Necesitaba saber qué había pasado, dónde estaba Omar, fuese lo que fuese, me encontrase con lo que me encontrase, necesitaba saberlo. Ella movió todos sus contactos y comenzamos su búsqueda, una investigación que no dio ningún resultado. Parecía que la tierra se lo hubiera tragado. Así fue hasta ayer.