Capítulo 38
Al parecer, miss Elizabeth Holland ha perdonado a su prometido, Henry Schoonmaker, por no presentarse durante la festa en honor de Dewey, puesto que muchas personas bien informadas afrman que la fecha de la boda de la pareja ha sido adelantada al próximo domingo, ocho de octubre. Debido al escaso tiempo disponible para los preparativos, se dice que foristas, cocineros y modistos trabajan estos días sin descanso para organizar el espléndido acontecimiento. Parece que las nupcias Holland-Schoonmaker resultarán ser la boda del siglo XIX.
De los ecos de sociedad del New York Imperial, martes, 3 de octubre de 1899
—¡La boda del siglo XIX! —espetó Penelope mientras recorría con pasos lentos y agitados su salón personal en la segunda planta de la mansión de los Hayes. En la calle, la tarde era alegre y bulliciosa. La joven estrechó a Robber contra su pecho y le besó la cabeza—. Un poco exagerado, ¿no crees?
—Desde luego, muy exagerado —intervino Buck entre dos caladas de un pequeño cigarrillo de color fucsia—. Y ya sabes que soy un árbitro de todas las exageraciones —añadió.
—¡Por favor! —Penelope subrayó su rechazo del comentario de Buck poniendo en blanco sus grandes ojos azules—. La cuestión es que es mi nombre el que debería aparecer en los periódicos con el de Henry, no el de Liz. ¡Esa niña me saca de mis casillas!
Penelope dio una patada en el suelo y se volvió bruscamente desde las ventanas orientadas al oeste hacia las orientadas al sur. Buck cruzó una pierna regordeta sobre la otra y suspiró.
—¿Sabes?, conozco a ese periodista. Se llama Davis Barnard; es primo lejano de mi madre o algo así. Tal vez podríamos…
—Pero no importa, porque en este momento no estoy comprometida con nadie, ¿verdad? —Penelope llevaba un vestido negro que le producía calor y picores, y todo la impacientaba. Su instinto la incitaba a cometer algún acto de violencia contra la tapicería blanca y dorada que decoraba la habitación, pero no había perdido tanto la cabeza para querer arruinar un buen brocado. Aún no. Suspiró, se volvió de nuevo hacia Buck y siguió hablando en voz baja—. Lo siento. No pretendía ser tan… seca. Es todo muy difícil. Casi me amenazó, ¿sabes?
—¿De verdad? —Buck inspiró—. ¿Cómo?
—Dijo que, si la descubría —respondió Penelope, con una voz que volvió a hacerse aguda enseguida—, solo conseguiría acabar pareciendo mala. ¡Yo! ¡Como si fuese yo la que actuaba como una puta en la cochera!
Buck arqueó sus cejas claras y bien dibujadas.
—Y tiene razón —aventuró con prudencia—. Te será difícil conseguir a Henry si se te puede relacionar con la desgracia de Elizabeth o si pareces benefciarte de ella. A los miembros de la buena sociedad no les gustan los oportunistas —añadió, moviendo el dedo en un gesto de advertencia.
Ofendida, Penelope emitió un sonido gutural y miró a su amigo con los ojos desorbitados.
—¡Yo no soy una oportunista! —protestó con un gemido.
Robber se retorció entre sus brazos, pero ella lo sujetó con frmeza. La joven regresó hacia Buck a grandes zancadas y se dejó caer en el sofá junto a él.
Transcurrieron unos momentos de silencio incómodo y acalorado, y luego Penelope siguió hablando, ya un poco más serena:
—Si ella consiguiese a Henry, yo no podría soportarlo. ¿Lo entiendes?
Necesitamos un plan, un plan perfecto para asegurarnos de que su compromiso se rompe enseguida.
—Ya se nos ocurrirá uno.
Buck alargó el brazo y rascó la cabeza de Robber antes de acariciar los fnos dedos de Penelope.
—Elizabeth viene mañana por la mañana —dijo Penelope, enfurruñada—. ¿Cómo se nos va a ocurrir un plan infalible en menos de veinticuatro horas?
—Penny, ya sabes que los planes se me dan muy bien…
—¡Es tan perfecta en todo! —interrumpió Penelope, levantándose y dejando caer a Robber en el regazo de Buck—. Al menos, todo el mundo lo cree —siguió, recorriendo con pasos agitados el suelo de negro nogal—. Y mientras tanto, detrás de esa actitud, estaba… ya sabes… con el servicio —Penelope esbozó una sonrisa, como si se le hubiese ocurrido algo—. Debió de pensar que estaba haciendo algo muy cristiano al entregarse a alguien que lo necesitaba de verdad.
Al oír aquello, Buck soltó una risita burlona.
—Entonces, ¿crees que vendrá por la mañana?
—Por supuesto. Debe de estar muerta de miedo. Yo lo estaría —dijo, riéndose fríamente mientras cruzaba los brazos sobre el pecho y continuaba caminando impaciente de aquí para allá—. Tendrías que haberle visto la cara, Buck. Estaba pálida como la cera.
Buck sacudió la punta de su cigarrillo en el cenicero sostenido a un metro del suelo por unas ninfas esculpidas y bañadas en oro.
—Bueno… Es un buen comienzo —dijo, tras apoyar la barbilla en su mano con gesto pensativo.
Penelope apretó la mandíbula y cerró los puños, que empezó a agitar frustrada.
—Por supuesto que es un buen comienzo. Sería mejor si el siguiente paso fuese desenmascararla como la puta que es. Entonces toda la gente vería con claridad por qué no puede estar con Henry, y el mundo recuperaría su orden natural. Pero al parecer eso me haría parecer mala a mí.
Penelope soltó un chillido, se dejó caer en el suelo y le dio un puñetazo.
Buck se puso en pie, la levantó por las axilas y le dedicó una generosa sonrisa.
—Vas a tener que calmarte. No ganarás la partida si no puedes mantener tus nervios bajo control.
—Ya lo sé.
La joven trató de respirar unas cuantas veces y recordarse cuánto había a su favor. Se apoyó en Buck y ambos se acercaron a las ventanas que daban a la Quinta Avenida. Tenía lugar el lento desfle vespertino de carruajes, cuyos pasajeros fngían no observarse entre sí.
Tal vez en aquel momento alzaban la mirada por si podían entrever la mejor silueta de la ciudad. Penelope volvió la espectacular curva de su espalda hacia la calle. Detestaba la idea de que las masas boquiabiertas pudiesen juzgarla como débil.
—La idea de que adelanten la boda solo para frustrarme… —siguió.
—Bueno, estoy seguro de que no ha sido «solo» para frustrarte.
Los ojos de Penelope lanzaron destellos al oír aquella sugerencia.
—¡Es intolerable que yo pierda y que gane Elizabeth! —chilló—. Que una mema de una de esas viejas familias endogámicas parezca haberme robado lo que todo el mundo, ¡todo el mundo!, sabía que era mío.
—Cálmate, cariño —dijo Buck, frotando el hombro de su amiga—. No podemos seguir yendo y viniendo. Debemos idear un plan para mañana por la mañana.
Tenemos todas las cartas en la mano; solo es cuestión de saber cuándo jugarlas. Y lo haremos. —Acabó con voz almibarada y tranquilizadora.
Penelope apoyó la cara en la solapa de Buck y empezó a pensar en el incidente de Lord & Taylor, intentando localizar la debilidad de su rival. En cambio, recordó el rostro de Elizabeth, con su barbilla temblorosa y sus ojos húmedos de autocompasión.
No podía refrenar la rabia que la invadía. Se apartó de Buck con gesto brusco y volvió a grandes zancadas al sofá donde Robber estaba recostado. Al llegar junto al boston terrier, lo tomó en sus brazos. El animal ladró varias veces, pero la muchacha no le soltó.
—Cueste lo que cueste, Buckie, tenemos que encontrar la manera. No soporto perder. Prefero ver a Elizabeth muerta antes que casada con mi Henry.