28

 

Los meses comenzaron a pasar sin poder detenerlos, así era la vida por mucho que eso incomodara o doliera, lo cierto era que cada quien debía seguir su camino y dejar atrás de alguna manera la atrocidad de lo vivido.

 A los pocos días de que Andrea abandonara todo dejando aquellas notas, Matías regresó a la hacienda y sus padres junto con él. Duraron un par de semanas nada más, ellos eran de ciudad y a pesar del evidente dolor que traía cuestas su hijo, ahora sí estaban seguros de que no se dejaría vencer, ese  hombre que ahora era, mostraba todo el empeño que tenía por salir adelante a pesar de traer cargando un saco enorme de dolor y soledad.

Cristóbal solicitó el divorcio de inmediato, gracias a las causales no tuvo ningún problema para obtenerlo casi enseguida. Esa mujer, como ahora la nombraba en su cabeza para evitar decir du nombre, quiso verlo durante el proceso, pero se negó terminantemente. Nunca más quería siquiera escucharla mencionar; para él, desde el momento en que supo todo, estaba completa y absolutamente muerta. Vendió la casa donde ambos vivieron, donde creció con sus padres, donde Andrea fue la pequeña y luego adolescente más infeliz del mundo y se mudó a un lugar más adecuado, lejos de recuerdos y fantasmas que lo atormentaban sin piedad cada que cruzaba la puerta principal. Mantenía continuo contacto con Matías. Su relación, después de todo aquello, se afianzó nuevamente, se necesitaban, de alguna forma verse los hacía sentir cerca de aquella mujer que se había ido sin mirar atrás, Andrea. Ambos pasaban el día a día intentado sobrevivir, buscando motivos para ocupar la cabeza y no pensar en esa chica de diferentes formas.

 

Nuevamente junio. Más de un año de todo aquello…

–Andrea… si seguimos así tendremos que mudarnos a un lugar más grande —la chica asintió sonriendo, ahora lo hacía a menudo.

A las semanas de su regreso, buscó ayuda psicológica y era evidente que estaba funcionando. Cada día se sentía más ligera, más fuerte y más orgullosa de sí misma. Se daba cuenta de que enfrentó todo su pasado con valentía, aunque no siempre con madurez; sin embargo, para esos momentos ya no se exigía tanto. Ahora se veía a diario en el espejo y se regalaba una sonrisa reconociéndose cada momento sin miedo ni temor, aceptándose y comprendiendo que era mucho más fuerte de lo que llegó a creer.

Sean y ella, aunque seguían manteniéndose en contacto después de su divorcio y de una dolorosa declaratoria de amor, las cosas se complicaron irremediablemente. Sean le suplicó dejarlo todo atrás, empezar una vida junto a él, sin el pasado ahí, en medio, le juró que podía hacerla feliz. Andrea, que todavía no estaba tan bien emocionalmente, encontró la forma para no herirlo por completo, fue tierna, sutil; no obstante, muy clara. El que había sido su esposo, la confrontó preguntándole si Matías tenía que ver en ello, Andrea no lo negó, ya que si algo tenía claro, era que si algún día decidía rehacer su vida, con el único que podía hacerlo sería con él, de otra forma no le interesaba llegar a más con quien fuera. Sean terminó comprendiendo que no sólo se trataba del amor que ella sentía hacia aquel hombre, si no de su propio ser, necesitaba estar sola, sanarse, rehacerse y él no obstaculizaría eso, la quería demasiado como para permitírselo. Por todo eso, no se veían tan a menudo. Era lo mejor para los dos, sobre todo para él.

Por otro lado seguía sin usar un solo peso de su dinero. No le interesaba, ni lo quería, además sabía que su hermano debía estarlo cuidando muy bien, él siempre fue impresionante en cuestión de negocios.

A los pocos días de llegar a San Diego, le habló a Gregorio, le dijo dónde estaba y le pidió de favor, se lo comunicara a Cristóbal, solicitándole además que le dijera que deseaba que  asumiera el control de todo lo suyo.

Durante las terapias había aprendido que nunca olvidaría, pero sí podía perdonar. Se dio cuenta de que Cristóbal cometió un error; sin embargo, eso era, un error. Que jamás intentó lastimarla, mucho menos buscar todo lo que sucedió. Él mismo debía estar sufriendo aun por lo ocurrido.  Su hermano había sido muy joven cuando quedó a cargo de todas esas obligaciones, incluida ella. Comprendió, con mucha dificultad y muchas sesiones, que era una niña cuando le dio aquella pastilla a su padre y que ella no era en absoluto responsable de su muerte. Entender, después de todo, que no fue cobarde al no denunciar a Mayra, eligió a su hermano por encima de todo y ahora estaba segura de que lo volvería a hacer.

En cuanto a Matías… él, él siempre sería el amor de su vida sin lugar a dudas. Muchas veces se arrepintió de haberlo dejado, pero cuando venían sus crisis, como las llamaba, recordaba el porqué de su proceder. Esos episodios eran terribles, las emociones se desbordaban de tal manera que le era imposible siquiera hacer contacto consigo misma; ansiedad acompañada de momentos de odio e infinito rencor se apoderaban de su razón, convirtiéndola en algo que se hubiera reprochado si él viera o tuviera que aguantar.  Ahí, en esos momentos, comprendía que esa decisión, por muy fuerte y dolorosa que fuera, había sido la mejor. De hecho Jean tuvo que pasar por bastantes dificultades a su lado ya que su volatilidad y volubilidad no fueron nada sencillas los primeros meses. Ella misma no se entendía y aunque intentó controlar toda la ira contenida, esta salía de una forma abrupta y sin medida, para momentos después pasar a una absoluta depresión y aislamiento total. Verla en medio de ese desequilibrio, estaba consciente, era aterrador. Pero con el tiempo y ayuda de su terapeuta, las crisis fueron espaciándose hasta desaparecer. Ahora era momento de enfrentar su vida, esa misma mañana su doctor se lo dijo sonriente al ver los resultados de largas sesiones y un asombroso trabajo de su parte.

Lo cierto era que no tenía idea de cómo hacerlo. No obstante lo primero que apreció en su mente, fue su hermano. Hacía años que no hablaba con Cristóbal, de hecho no recordaba la última vez que se sentó en alguna mesa a platicar, ni siquiera creía que alguna vez hubiera sucedido, pero debía por lo menos hacerle saber que estaba mejor, mucho mejor.

—¿Pasa algo? Pareces preocupada —Jean la examinó con curiosidad. Andrea definitivamente era otra a la que había llegado después de ese impresionante proceso legal. No fue fácil, incluso hubo ocasiones en las que tenía que encerrarse en su recámara para no verla, para no oírla; sin embargo, con el tiempo y muchísimo trabajo, logró salir de ese mundo en el que se sumergió. Platicaba sin parar, reía y jamás paraba, era voluntariosa y muy inteligente, no se guardaba nada para sí misma y era muy generosa. Comprendió al vivir ese tiempo a su lado que Andrea tenía una voluntad  de hierro. No hacía mucho Andrea le relató todo, por lo que en ese momento, además de todo, la admiraba ya que siempre se mostró decidida a curar, como diera lugar, todas las heridas producidas durante la mitad de su vida.

—No… es sólo que… es momento de buscar a mi… hermano —Jean sonrió al escucharla. Era la primera vez que la oía hablar sobre él de esa forma, reconociendo lo que de verdad eran, hermanos.

—¿En serio?

—Sí, ya es hora —su compañera la abrazó feliz por ella. Sabía bien lo que eso implicaba.

 –¡Qué bien!, verás que todo saldrá genial —ella se mordió el labio ansiosa. Eso esperaba.

—No sé qué le diré… —Jean tomó el teléfono y se lo dio.

–Dile que venga, él lo hará sin dudarlo y aquí le dices lo que sientes… El primer paso es el complicado, luego todo fluirá —Andrea, después de unos minutos de sopesarlo, asintió agarrándolo. Marcó el número que se sabía de memoria y esperó nerviosa.

—¿Cristóbal?… soy yo… Andrea… —su amiga comenzó a dar brinquitos de emoción. Andrea rodó los ojos sonriendo y se hizo a un lado, así no podía concentrarse.

—¿En serio eres tú? —no lo podía creer, hacía tanto que no la escuchaba que le parecía irreal.

—Sí, soy yo… Escucha… crees que… ¿podrías venir a San Diego? Me gustaría… que habláramos — se sentía torpe hablando con él.

Los ojos de Cristóbal se rasaron sin que ella lo adivinase, era su plegaria por fin realizada.

–Claro que puedo… ¿Cuándo?

—Cuando quieras… pero… ojalá pudiera ser pronto —él miró su reloj sonriendo por primera vez genuinamente en mucho tiempo.

–Salgo en éste momento… ¿Dónde puedo encontrarte? —Andrea sentía la emoción viajar por todo su cuerpo como si fuese a llegar su regalo de navidad. Le dio todos los datos.

–Te aviso cuando llegue.

—Bien, acá te veo… —colgó sintiendo su pulso acelerado y sus manos sudorosas. Él iría, en unas horas lo vería, no lo podía creer.

–¡Ves! No era tan difícil —Andrea sonrió asintiendo nerviosa.

 

El timbre de su casa sonó a las nueve en punto. Hacía poco más de ocho horas que había hablado con él, no podía ser. Jean la miró sin pestañear.

–Debe ser tu hermano —Andrea asintió sin saber qué hacer. Ambas veían un programa en la tv recostadas cada una en un sofá–. Ve a abrir, yo me iré a mi habitación, Dickens me espera —Jean le dio un pequeño empujón haciéndola reaccionar.

Caminó hacia la puerta y abrió. Ahí estaba él, iba de traje y perfectamente bien peinado. Era apuesto y con el tiempo se convirtió en un hombre varonil, de fuertes rasgos y mirada dura.

—Andrea… —parecía triste y… ansioso. Ella se hizo a un lado intentando sonreír. ¡Qué extraño era verlo ahí!

–Pasa —él le hizo caso adentrándose. Observó todo con curiosidad; miles de noches pasaron imaginando cómo viviría, se sintió complacido por lo que veía. El lugar era acogedor y lleno de color, agradable. De pronto la miró sonriendo con ternura. Estaba más hermosa que nunca, su cabello había crecido y aunque aún no lo tenía como antes ya era bastante largo, llevaba unos shorts de mezclilla que dejaban ver sus muslos junto con una playera verde que hacía que sus ojos se vieran realmente impactantes. Ya no estaba tan delgada y parecía haber encontrado lo que él tanto había estado buscando. Paz.

–¿Quieres algo?, ¿deseas sentarte? —negó aún admirado de lo que la imagen le devolvía—. Llegaste rápido…

—Sí… no quería hacerte esperar —ella sonrió tímida acomodándose un cabello detrás de la oreja. Al verla supo exactamente por qué su mejor amigo aún no la olvidaba, era bella de un forma muy especial, pero además sus ojos permitían ver los sentimientos que dentro existían. Andrea era una mezcla asombrosa entre fuerza y serenidad. Impresionante.

—Gracias… Te… ¿gustaría que diéramos un paseo? —él asintió de inmediato, haría lo que ella dijera, lo que quisiera, como deseara. Unos minutos después dejaba su saco y corbata en uno de los sillones y bajaban las pequeñas escaleras juntos. Anduvieron varias cuadras sin decir nada.

–Te ves muy bien…

—Gracias… tú también… —Cristóbal negó riendo.

—Si tú lo dices… —llegaron hasta una barda de piedra que dividía la playa de la calle. Andrea se sentó ahí y lo miró fijamente.

—Cristóbal… —al escucharla supo que le diría por lo que lo había hecho ir. Se sentó a su lado y esperó. Ambos contemplaban el océano como buscando las respuestas en sus oscuras aguas—. Quiero que sepas que… no te guardo rencor. Sé que para ti tampoco ha sido fácil todo esto y me… gustaría que… volviéramos a ser… hermanos —él observó su perfil sintiendo cómo las lágrimas resbalaban por su rostro. Simplemente no lo podía creer.

—Andrea… en serio eres asombrosa —la joven giró pestañeando–. No sé cómo lo lograste y te envidio, has superado tantas cosas, eres tan fuerte… Dios. Perdóname por no haberte querido escuchar, por no haberte protegido, esa era mi obligación y lo hice todo tan mal —ella puso una mano en su pierna.

–No, no era tu obligación, tú apenas habías salido de la adolescencia Cristóbal, no podías hacerte cargo de todo, hiciste lo que pudiste…

—Pero no fue suficiente, te arriesgué y no quise ver lo que estaba frente a mí.

—Cristo… no te hagas esto —al escucharla decir su nombre como solía hacerlo cuando era una niña, se quedó perplejo–. Ninguno de los dos teníamos cómo saberlo, no te lastimes, ya nada tiene remedio y no podemos cambiarlo, pero el futuro es nuestro… quiero disfrutarlo contigo… quiero recuperar el tiempo perdido —el hombre se secó las lágrimas con la manga de su camisa.

—Te adoro Andrea y no habrá día de mi vida en el que no intente compensarte aunque sea un poco todo aquel dolor.

—No tienes que hacerlo… yo estoy bien… no te mentiré, fue duro al principio, pero… creo que lo estoy superado y aunque probablemente nunca olvide ese capítulo de mi vida no pienso vivir de él, ya no, nunca más… —él acarició su mejilla admirado, deslumbrado en realidad.

–Eres toda una mujer… —ella sin contener el impulso, lo abrazó. En cuanto la sintió así, de inmediato también la rodeó–. Perdóname Andrea…. perdóname por favor —su hermana asintió contra su pecho. Ambos lloraron sin poder evitarlo, no se separaron hasta después de varios minutos. Cristóbal acunó su rostro entre sus manos y la besó en la frente con dulzura–. Mis padres estarían tan orgullosos de ti —un sollozo ahogado salió de su garganta al escucharlo–. Yo lo estoy… me has enseñado tanto, que fuera de parecer mi hermanita menor pareces la mayor —sonrió dándole un pequeño empujón–. Ya, en serio… no conozco alguien como tú, eres demasiado especial —la chica se limpió las lágrimas y luego las de él.

 –Eso lo dices porque no me conoces bien…

—No te conozco y no sabes cuánto lo lamento, pero sé que lo haré y eso me reconforta un poco —minutos después caminaron hacia el mar con los zapatos en las manos. Él le platicó a groso modo sobre su divorcio y su cambio de casa. En cuanto a los negocios, no era raro que fueran tan bien como iban. La instó a intentar entrar en ellos, Matías en alguna de sus conversaciones le dijo que ella había querido estudiar economía; sin embargo, se negó sonriente, su negocio ahí iba bien y eso era suficiente, no necesitaba nada más.

Cenaron en un pequeño bar que daba a la playa varios kilómetros después. Rieron, bromearon y volvieron a derramar algunas lágrimas al recordar su niñez y a sus padres. Esa época de su vida fue la mejor para ambos, habían sido chicos despreocupados y sí, muy mimados, que recibían lo que la vida les daba con las manos abiertas, sonriendo, así que evocar aquellas épocas tan llenas de alegrías los hizo reconciliarse aún más con aquel pasado, que si bien nunca olvidarían, podían de alguna forma no vivir de él. Andrea se sentía al fin en paz, sosegada, tranquila, sin embargo debía aceptar que… no completa, sentir eso, por mucho que hiciera, no lo lograba y sabía muy bien a qué se debía.

—Cristo… —él comía una alita de pollo con la mano luciendo más despreocupado y joven. Era asombroso lo que se podía lograr cuando se abría el corazón, cuando los tormentos del pasado se dejaban salir, para que se diluyeran con el aire, con el aroma a playa, con el lazo inquebrantable que entre ellos exista, hermandad–. ¿Puedo pedirte algo? —Su hermano asintió notando su seriedad—. Me gustaría que hoy sea el último día que hablemos sobre lo que ocurrió… Me alejé porque no encontré otra manera de… salir adelante, fueron meses muy difíciles, pero quiero volver a comenzar, necesito hacerlo.

—Te entiendo y yo también lo deseo…

—Quédate unos días… Sé que el conglomerado te absorbe pero…

—Claro que me quedo, no tienes que pedírmelo, yo también te necesito y quiero estar contigo, conocerte de nuevo, disfrutar de este momento que me estás regalando —ella sonrió serena.

Cristóbal se quedó en San Diego dos semanas. Compró ropa en el mall más cercano y se hospedó en un hotel que le permitiera desplazarse sin complicaciones a casa de Andrea. Hacía mucho tiempo que no se sentía así, emocionado, expectante; pero es que saber que pasaría a su lado esos días, lo llenaba de esa paz que creía, definitivamente había perdido.

Reconocerse fue fácil y complicado, ambos cambiaron mucho desde aquel día en que sus vidas tomaron caminos tan diferentes.

Por las mañanas la acompañaba a la florería e incluso la ayudaba a atender el negocio mostrándose jovial, sonriente y bastante entretenido. Las manualidades no eran lo suyo, así que en lo que cortaba una flor, Andrea entregaba tres arreglos e incluso los cobraba. No obstante, a él parecía gustarle estar ahí, observándolo todo, conociéndolo todo, entrometiéndose en todo. Jean congenió de inmediato con Cristóbal, por lo que bromeaban y reían por cualquier simplicidad; sin embargo, algo que Andrea notó casi de inmediato, fue que evadía cualquier contacto visual, o de otra índole, con el sexo opuesto. Al parecer su hermano de verdad no tenía ni la menor intención de volver a posar los ojos en nadie y no podía culparlo, ni siquiera cuestionarlo; no obstante, sabía, que, algún día, probablemente lejano, encontraría a esa persona especial que lograra curar las heridas de todo lo que ocurrió con aquel monstruo que amó sin saber lo que en realidad era. Él aún era joven, demasiado atractivo, inteligente y a pesar de todo aquello, un gran hombre. Rogaba que consiguiera perdonar y perdonarse para que pudiera ser verdaderamente feliz. Por las tardes eran sus momentos, así que desaparecían yéndose a caminar por ahí sin preocuparles absolutamente nada; a un parque de diversiones donde gritaban como niños y se subían a todo lo que el tiempo les permitía, a comer o a simplemente a tumbarse en el sillón de la pequeña casa a ver películas arrebatándose el control del televisor tantas veces que ya habían tenido que sustituirlo por otro, pues el original falleció presa de una caída en una de esas discusiones sobre quién debía portarlo.

Los días pasaron demasiado rápido, disfrutaban de cada momento juntos como si fuese el primero y el último. Se compenetraban con cada hora y se hacían cómplices cada minuto. Jean descubrió que ese par juntos, eran dinamita pura, imposible frenarlos. Parloteaban hasta el cansancio y cuando Andrea no terminaba sobre su espalda y él dándole vueltas para que lo soltara, ambos permanecían en el exterior hablando sin parar, eso sin contar cuando se les ocurría que podían prepararse algo de comer; eso era la guerra campal en su apogeo. Esa semana casi podría jurar que rió más que en toda su vida, por otro lado, ver a su amiga así, libre, sonriente, inquieta, no pudo más que llenarla de felicidad, pues en algún punto de todo aquello, enserio dudó que esa chica de asombrosa belleza y orgullo monumental, lograra salir sin por lo menos, una fractura mental. No obstante, al verla gritar tras su hermano, no podía más que admirar sus agallas, tenacidad y coraje; jamás se dejó vencer y en ese momento disfrutaba de lo que con impresionante trabajo, conquistó. Su vida.

Estaban cenando en un elegante restaurante el último día que él pasaría ahí.  Andrea, en todos esos días no se había atrevido a mencionar a aquel hombre que cambió su destino; ya no podía más. Necesitaba, con urgencia, saber de él.

—Cristo… —comenzó con las palmas sudorosas—. ¿Sabes algo de Matías? —su hermano dejó el tenedor en el plato serio—. ¿Está bien? —el hombre la observó detenidamente. En todos esos días no intentó siquiera tocar el tema, por lo mismo, incluso llegó a pensar que Andrea lo había olvidado, cosa que no podía evitar, lo entristecía. Pero al ver la mirada con que se lo preguntaba, comprendió de golpe que era todo lo contrario, su hermana adoraba a su mejor amigo y no dejó de pensar en él cada día desde que se fue.

—Sí… lo está… —ella asintió aparentemente tranquila, no obstante, notó un dejo de tristeza en sus ojos verdes. Era evidente que quería saber más—. Andrea… ¿quieres buscarlo? —su hermana desvió la mirada confundida, alterada.

–No lo sé. Ha pasado tanto tiempo que… no creo que tenga caso, lo lastimé demasiado —él puso una mano sobre la suya haciéndola voltear.

–Sé perfectamente lo que hubo entre ustedes, él me lo dijo cuándo lo descubrí todo y quiero que sepas que decidas lo que decidas, siempre te apoyaré…

—Gracias… —se quedó pensativa unos minutos observando su mano sobre la de ella—.  ¿Sabes? todo fue tan raro entre él y yo. No lo planeamos, se dio, así, de repente… si no hubiera estado en mi vida no sé cómo estaría ahora. Siempre creyó en mí… y no sé… Lo extraño mucho, no ha habido un minuto que no piense en él desde que dejé México —sonrió complacido al escucharla. Matías estaba bien y ahora que eran mucho más cercanos lo conocía aún mejor, por lo que si pudiera tener el poder de elegir alguien para su hermana, definitivamente sería él.  Sin embargo, por obvias razones ya no platicaban mucho sobre ella, ambos hacían de todo para evitar el dolor que les producía su solo recuerdo. Aun así sabía muy bien que seguía adorándola, que cada día que pasaba la extrañaba más y le dolía enormemente su ausencia. Optó por asumirlo, deduciendo que Andrea lo había olvidado y que estaba haciendo su vida, incluso, probablemente, con el que era su esposo. Pero lo más asombroso de todo eso era que para Matías creerla feliz era lo más importante. Nunca entendió esa forma de amar, ni siquiera la creía posible, pero ambos le demostraron hasta qué punto se puede llegar cuando el amor es puro, limpio, real. El bienestar del otro se convertía en lo principal, aun a pesar de sí mismos.

–Andrea, te ama, no ha dejado de hacerlo un solo momento desde que te fuiste… Si realmente quieres regresar a él, búscalo… pero si no estás segura, quiero pedirte un favor… no lo hagas, le ha costado mucho sobreponerse a tu partida —la joven asintió comprendiendo y sintiendo un profundo dolor al saber lo que le provocó con todo aquello.

–Cristo… si lo dejé no fue por falta de amor. No sabes lo que era cuando regresé. Estaba consumida, seca, odiaba a todos y a todo. Yo no quería que él me viera así, lo hubiera lastimado mucho.

—Lo sé Pulga… te juro que lo sé, te entiendo y él… también. Sin embargo, piensa muy bien en lo que vas a hacer, no quiero verte sufrir de nuevo —le rogó sacudiendo su mano. La chica asintió perdiendo la mirada en algún punto del concurrido restaurante. Lo amaba, definitivamente sí, la pregunta era ¿estaba realmente lista para empezar de nuevo a su lado?...

A la mañana siguiente él pasó a despedirse antes de regresar a México. Andrea derramó varias lágrimas que Cristo le limpió conmovido, sintiendo cómo su corazón se estrujaba. La amaba, la adoraba y la mujer que descubrió durante su estadía ahí, lo dejó aún más orgulloso. Se iba sintiéndose pleno, tranquilo, sereno. Después de recuperarla ya no podía pedir nada más, ni si quiera lo deseaba.

–No llores Pulga, no me iré tranquilo —le rogó rodeando su delgado cuerpo.

—Lo siento… es que… no te has ido y ya te extraño —admitió alejándose un poco con una media sonrisa. Cristóbal besó su frente con ternura.

—Yo también Andrea, pero tú irás, yo vendré… verás que funciona, haremos que funcione —soltó con firmeza. Eso la serenó solamente un poco. Su hermano en esos días se convirtió en todo aquello que no fue durante más de trece años y ahora que lo tenía de nuevo, le costaba soltarlo. Asintió rodeándolo nuevamente.

—Te quiero Cristo.

—Y yo a ti Andrea, no tienes una idea de cuánto. Y por favor,  piensa muy bien lo que harás… ¿de acuerdo? —afirmó más tranquila.

Ese día volvió a sentir una gran tristeza, pero de forma muy diferente a como solía sentirla.

Reconciliarse con su hermano fue mágico y muy especial; no obstante, en toda su estancia había sentido a Matías mucho más presente, a pesar de que desde el ultimo día que lo vio, ya hacía más de un año, no había dejado de pensar en él cada segundo. Una tarde en la que prefirió estar sola, sentada frente al mar observando el crepúsculo con atención como en muchas otras ocasiones, algo se accionó en su interior sin previo aviso; de repente, como si una chispa perdida encendiera una hoguera, la respuesta a su pregunta de aquella noche que cenó con su hermano, llegó. Sí, sí estaba lista. Fue en ese preciso momento cuando una urgencia apabullante la embargó y comenzó, de pronto, a ser imposible seguir viviendo sin por lo menos intentarlo. Tenía que verlo, tenía que saber si aún tenía cabida en su vida, necesitaba olerlo aunque fuera una vez más.

Ya casi iba a ser de nuevo fin de semana cuando Andrea, a diferencia de los demás días, que él era quien le marcaba para saber cómo iba todo, lo llamó.

 –Cristo, necesito que me ayudes… Sé lo que quiero.

 

 

Cada día que pasaba se daba cuenta que más se alejaba la posibilidad de que regresara. Incluso comenzó a aceptar que Sean había logrado conquistarla. Pero aun así, no podía apartarla de su mente. A la misma hora, al atardecer, iba a buscar un poco de paz y consuelo a los pies de ese árbol que tanto significaba para él, que tanto encerraba en su esencia. Apretaba el anillo en la palma de su mano y se dejaba ir preso de sus recuerdos.

Cristóbal le había dicho, ya hacía mucho tiempo, que ella vivía en San Diego. Él lo supuso desde el momento en que le dijeron que vio aquellas notas. Sin embargo, salvo eso, no sabía nada de su vida y comenzaba a pensar que era lo mejor a pesar de haber estado tentado, muchas más veces de las que podía reconocer, en ir a buscarla y ver con sus propios ojos que lo había olvidado como estaba seguro, ocurrió.

Los fines de semana eran los más difíciles, así que planeó meticulosamente esos días para no estar desocupado. Por las mañanas iba a trabajar al campo y cuando las jornadas terminaban, dedicaba horas al vivero que un día le regaló pensado fehacientemente que ella lo cuidaría toda una vida. Cuando el cansancio al fin lo vencía, tomaba uno de los libros que solía leerle y se quedaba dormido regularmente con él en el regazo. Los domingos eran casi iguales, ventaja de trabajar en el campo, ahí siempre existía algo qué hacer.

Viernes, una semana más había pasado y para el lunes, ese maldito mes habría terminado. Ya casi serían tres años de que llegó a ese lugar. Cómo dolía aún todo, era como si la herida continuase abierta, sin lograr cicatrizar ni un poco. No pudo evitar sentir una punzada en el pecho, ¿por qué diablos seguía viviendo en su mente como si nunca pretendiera irse? Apretó el anillo aún más fuerte y se lo llevó a los labios.

—¿Podré olvidarte?...—se preguntó en silencio. Veía el sol meterse sentado con las piernas flexionadas y recargando su espalda en el tronco. Qué cansado se sentía; sin embargo, no se desmoronaría, jamás lo haría.

 

Andrea no se atrevió a moverse, había dejado a Almendra lo bastante lejos como para que él no la escuchara. Estaba ahí, mirando hacia el horizonte como buscando algo. Sereno, impasible, tan asombroso como siempre. Pasó saliva con dificultad. Las manos le sudaban, la respiración la sentía desbordada y el pulso enloquecido. Sí, solo él lograba con su sola presencia todo eso en ella y por Dios que lo había extrañado tanto que ni en sueños saldría de ese sitio a menos que no tuviera otra alternativa. Lo recuperaría, a como dé lugar lo haría. Permaneció ahí unos minutos contemplándolo, observando cómo las sombras del ocaso lo teñían de colores que parecían imposibles, haciéndolo ver irreal, demasiado bello.

Cristóbal lo organizó todo para que no se enterara el día anterior después de que le hubiese llamado un tanto desesperada.

 Sonrió al recordar el rostro de María, esa buena mujer que adoraba casi como a una madre. Al verla la saludó demostrándole lo feliz que era de tenerla nuevamente ahí.

–Regresaste mi niña —ella asintió dándose cuenta de que no se refería a su obvia presencia, si no a su esencia. Le dio un beso en la frente con todo el cariño y agradecimiento acumulado a lo largo de ese tiempo.

–Sí María, y espero no volver a irme —Cristóbal la observaba desde el marco de la puerta contento, con orgullo. Verla interactuar con tanta soltura en aquel sitio le agradó, era como devolverle él mismo algo que le arrebató sin que lo pudiera evitar. Desde que le dijo que quería pedirle un favor supo de qué se trataba. Andrea amaba a Matías y él a ella, no tenían por qué seguir perdiendo el tiempo y por supuesto que él la ayudaría, siempre lo haría—. ¿Dónde está? –preguntó ansiosa, tomándola de las manos nerviosa. La mujer al notar su actitud no pudo más que darle gracias al Señor por haber escuchado cada una de sus plegarias durante todo ese tiempo.

—Tú debes saberlo mejor que yo… —Andrea frunció el ceño sin comprender girando hacia su hermano–. Todos los días al atardecer se desaparece y algo me dice que tú tienes idea de en dónde —con esas simples palabras le dijo todo. Andrea sonrió al comprenderlo. La abrazó nuevamente emocionada.

–¡Gracias María!, buscaré un caballo.

—¿Montas de nuevo? —Cristóbal no sabía eso, pues Matías le llegó a platicar de su miedo y de cómo surgió; sin embargo, jamás pensó que lo hubiera superado. Ella se acercó a él radiante.

–Él lo logró —le confesó con orgullo. Un segundo después le dio un beso en la mejilla y desapareció por la puerta trasera sin perder más tiempo.

Al llegar a las caballerizas buscó cualquier animal; no obstante, la curiosidad le ganó, así que no pudo evitar ir a averiguar si Almendra aún seguía ahí. En cuanto la vio, una lágrima resbaló por su mejilla. La saludó acercando su hocico a ella. ¡Qué bien se sentía tener de nuevo a ese caballo bajo su palma! Miles de recuerdos la embargaron, recibió cada uno con una sonrisa, con felicidad. Sí, ahí, en ese majestuoso y preciso lugar había sido feliz.

–Señorita… ¿quiere que se la ensille? —giró de inmediato al reconocer la voz. Sonrió alegre. El hombre parecía tener frente a él una aparición. Sabía muy bien que en cuanto el patrón viera a esa hermosa joven que siempre fue su perdición, los días de tristeza en esa hacienda, terminarían. Nunca supieron cómo, pero algo que siempre se decía, aún en esos tiempos, era que su presencia en aquel lugar, lo iluminó y cambió todo, tanto, que cuando se marchó, se llevó todo el color que ahí había existido.

—Sí Héctor… gracias —él sonrió al verla sacudiendo la cabeza contento. Enseguida se puso a trabajar.

–¿Sabe?, el patrón la saca de vez en cuando, pero la verdad es que creo que la ha extrañado mucho —Andrea observaba embelesada al animal mientras él ponía la silla y la ajustaba.

—Yo también Héctor y no sólo a ella —declaró mirándolo con cariño. Ese hombre como muchos otros, se comportó mientras estuvo ahí, de una forma inigualable. Así que era verdad, no sabía cuánto extrañó aquel lugar hasta que hacía unos minutos había llegado.

 

 

El sol prácticamente iba a medio camino, un día más terminaba y él, como siempre, no pudo hacer nada para que eso cambiara. De repente Matías sintió que no estaba solo, un cosquilleo en la nuca lo alertó. Giró lentamente a uno de sus costados. Al verla abrió los ojos desmesuradamente absorbiendo el impacto de creer que ella podía estar ahí. De inmediato pensó que su cabeza estaba jugándole una mala pasada. Se puso de pie pestañeando varias veces sin poder creerlo. Mal, muy mal, lo que seguía definitivamente era un psiquiátrico. No obstante ella, la dueña de su alma, la persona que habitaba en su cabeza, la responsable de sus más hondos sentimientos, se acercaba a él como solía hacerlo, presa de unos hilos que sólo servían para romper la distancia que llegaba a existir entre ambos. Se enderezó aún dudoso.

—¿Andrea? —ella sonrió al verlo más de cerca y poder escuchar por fin esa hermosa voz con la que tanto soñó esos meses.

–Sí… soy yo —afirmó notando que Matías parecía incrédulo. Él no pudo moverse, sólo logró mantenerse erguido y apretar aún más el objeto que traía entre sus manos. Andrea se dio cuenta de su conmoción y continúo su recorrido hasta quedar a unos centímetros de su hermoso rostro. Al tenerlo cerca se dio cuenta de que sus recuerdos no le hacían justicia, él era aún mejor, sus ojos atravesaron su alma sin que pudiera o quisiera evitarlo.

—Dios… Es verdad, no lo puedo creer —la joven sonrió acercando una mano hasta su mejilla sin dudar ni un segundo. Ese era él, su pareja, su hombre, su todo. Matías, al sentir su tacto cerró los ojos y disfrutó del momento llenando sus pulmones de aire. Eso era celestial.

—Matías… —al escuchar su nombre abrió de nuevo los parpados–. Lo siento —él la miró confundido; sin embargo esperó, no quería ilusionarse ni tergiversar las cosas—. No debí irme así… —la evaluó disfrutando de poder tenerla tan cerca. Aún no confiaba mucho en su suerte. Estaba más bella que nunca, había recuperado peso y traía su cabello suelto como solía llevarlo, no pudo evitarlo y perdió una mano en él. Andrea se la sujetó con ternura y enroscó sus dedos en los suyos— ¿Llegué… tarde? Fue mucho tiempo —admitió con congoja.  El hombre la estudió sonriendo dulcemente.

–¿En serio lo preguntas? —ella asintió seria. Un año era mucho, pero dos, era excesivo, más aun después de todo lo vivido entre ellos.

–Sé que fue mucho tiempo y que… —él posó un dedo sobre sus labios silenciándola.

–Sólo dime una cosa… ¿Estás segura? —Andrea sintió que le regresaba el alma al cuerpo. Asintió acercándose cada vez más a él.

–Más segura que nunca —el dueño de sus pensamientos, de su corazón, incluso de su alma, acarició su mejilla y poco a poco la acercó. Sentir sus labios cálidos, suaves, ansiosos de nuevo sobre los suyos, se convirtió en mucho más de lo que siquiera recordaba, de lo que esperaba y sin dudar, todo lo que deseaba. Poco a poco, despacio se fueron fundiendo aún más. Su textura la mareaba, su aliento la embriagaba. Andrea se aferró a su camisa como solía hacer y rodeó su cuello inclinándolo hacia ella. Lo había extrañado, sí, cada momento, pero tenerlo de nuevo así le daba la certeza para comprender que eso nunca más ocurriría, ella viviría y moriría ahí a su lado, nada podría evitar que eso ocurriera. Él la sujetó por la cintura mientras sus dedos se perdían en esa mata multicolor que idolatraba. Sus labios se besaban tranquilos, sin prisa, reconociéndose, prometiéndose y jurándose. Necesitaban disfrutar ese momento, su momento. Rememorar la sensación de sentirse tan unidos que nada podía separarlos. Poco a poco sus lenguas fueron invadiéndose con aquella confianza de antaño. El ritmo del beso comenzó a incrementar al comprender que de nuevo se tenían uno al otro ahí, entre sus brazos, sobre su boca.

De pronto y sin que lo previera, Matías se detuvo lentamente. Ella no comprendió y lo miró con la respiración acelerada.

–Lo siento… hace tanto tiempo que… me cuesta creerlo… —Andrea acarició su cabello entendiendo su resquemor, su miedo. Para ella todo lo que sucedió fue atroz, la deshizo interiormente de forma literal, tanto, que sabía seguía en ese camino largo que sería su reconstrucción, pues aunque sus heridas cerraban de la manera correcta, no podía decir que no dolieran aun a veces. Sin embargo, para él, tampoco había sido sencillo, nada de su vida adulta en realidad y estaba consciente de que aunque hizo lo mejor al alejarse, lo hirió y no sólo en esa ocasión, sino también en la anterior, aquella en la que le mintió y le gritó millones de mentiras, tantas que aun podía sentir escocer cada palabra en su boca como si de ácido se tratara y lo peor fue ver su rostro, ese lo evocaba todavía sin dificultad. Matías vivió creyendo esa mentira meses, dudando también, para que al enterarse de la verdad, todo apareciera frente a él, aun peor. No, para él tampoco fue fácil, al contrario; no obstante, jamás olvidaría que le creyó, siempre lo hizo, a pesar de que nada podía corroborar lo que ella le decía.

—Matías… si tú me aceptas de nuevo… yo quiero estar a tu lado —él sonrió al escucharla.

–No puedo creer que lo dudes… miles de veces te dije que te amo y que siempre lo haré… Nada ha cambiado Belleza. Es sólo que tenerte aquí, así, ahora, es mucho más de lo que me atreví siquiera a soñar todo este tiempo. La verdad creí que te había perdido definitivamente.

 –Ya ves que no, y espera a ver esto… —Matías frunció el ceño. Andrea se hincó frente a él sonriendo, parecía ella de nuevo y eso sólo logró acelerarle el pulso, hacer que su sangre viajara acelerada por todo su torrente—. Aquí… frente a nuestro lugar —el hombre comenzó a comprender lo que sucedería–, quiero jurarte que te he amado y que siempre lo haré. Eres el hombre de mi vida y eso no ha cambiado un solo segundo desde que te conocí y si tú me dejas… quiero que lo sigas siendo por siempre. Quiero cumplir mi promesa, quiero que envejezcamos juntos… —él sonrió al escucharla y se hincó también frente a ella anonadado, embelesado ¿se podía pedir más en la vida? Si así era, a él le importaba un comino, todo lo que deseaba lo tenía ahí, al alcance de su mano–. Matías de la Torre… ¿Me harías el enorme honor de casarte conmigo? —no lo podía creer, esa mujer jamás dejaría de asombrarlo. Andrea, al ver que no obtenía respuesta, lo miró ansiosa. Él tomó su mano con ternura y abrió la suya. Sus ojos se rasaron, era el anillo con esa cadena, de inmediato las lágrimas brotaron sin poder contenerlas.

–Belleza, esto es tuyo… como yo lo soy… como lo he sido desde el primer día y claro que me casaré contigo, mañana si es posible. Recuerda que siempre cumplo mis promesas y que yo fui quien te lo pidió primero —ella lo sujetó de la camisa y lo abrazó arrebatadamente sintiendo que su cuerpo encajaba en el suyo como si hubieran sido hechos para estar juntos.

–Te amo, te amo.

—Y yo a ti Andrea… no vuelvas a dejarme… —le suplicó contra sus labios. Eso era lo único que le pedía.

—Nunca, jamás —se separó un poco y lo miró a los ojos–. Matías, quiero vivir y morir a tu lado y si es aquí, mejor —un segundo después lo volvió a besar sintiendo cómo ese amor contenido durante tanto tiempo, salía a flote sin poder evitarlo. Ese hombre fue su sueño en medio de una enorme pesadilla, fue la alegría en medio de una absoluta tristeza, su compañía en medio de aquella espantosa soledad, su seguridad en medio de tanto miedo y por Dios que sería su alma para toda la eternidad.