8

 

Ma… ría —ambos giraron. La joven intentaba débilmente incorporarse. Él se acercó de inmediato y la impulsó con ternura.

—¿Qué sucede?, ¿te sientes mal? —ella negó bajando la vista ruborizada.

–Necesito… ¿puedes? —María se dio cuenta de inmediato de lo que quería Andrea.

–Deja hijo yo me encargo —él no comprendió muy bien qué se le estaba escapando. Ayudó a María a poner de pie a Andrea y una vez que la tenía bien sujeta, la soltó. La chica parecía realmente abochornada cuando entraron al baño. Matías sonrió al darse cuenta de lo que sucedía. Salió unos minutos de la recámara para darle privacidad y aprovechó para hablar con Ernesto. Era viernes y la semana siguiente esperaban visita de las comercializadoras, además tenían varios embarques en camino y la cosecha estaba por terminar. Tardó más de lo esperado, los asuntos iban bien, pero ponerse al corriente de todo llevaba su tiempo. Al entrar vio que María ya la había acomodado en la cama y Andrea sonreía por algo que le acababa de decir aún con el semblante muy cansado y demacrado.

—Le comentaba a Andrea que Pedro está impaciente por verla —él tomó la mesilla de la comida y dudó.

–No sé si sea buena idea, ella aún se ve cansada, no tiene ni un día de lo ocurrido —la joven dejó de sonreír sin saber qué decir. Al ver su cambio de humor lo convenció sin remedio, él solo quería verla tranquila, contenta si era posible, así que no le negaría nada que produjera ese efecto en su estado de ánimo–. De acuerdo, pero sólo unos minutos y con una condición —los ojos de Andrea se posaron en él desconcertada. Se daba cuenta que ese juego de palabras solían confundirla y regresaba de inmediato su mirada de desconfianza–. Que te comas todo —ella asintió de nuevo sonriendo. María se hizo a un lado dándose cuenta de que Matías le volvería ayudar.

En ésta ocasión no los dejó solos, Andrea había empezado sola a comer bajo la mirada atenta de ellos dos, pero pronto una delgada capa de sudor cubrió su frente. Él se dio cuenta de inmediato y sin dejarla discutir le terminó de dar. María los observaba en silencio, de verdad hacían una linda pareja. Matías la miraba con adoración y ya no lo intentaba esconder; mientras que ella aunque parecía temer de sus propios sentimientos, también lo miraba de una manera en la que no dejaba a dudas su atracción. En cuanto acabó cayó de nuevo rendida. Ambos salieron de la habitación con cuidado para no despertarla.

–Dile a Pedro que yo le avisaré cuando venga, ella aún se fatiga con mucha facilidad y no quiero que la canse de más.

—Tú eres el que debería descansar y comer un poco. Si quieres le decimos que suba y le cuide el sueño mientras tú bajas, él lo hará encantado, adora a esa muchacha.

—Qué raro… —comentó con ironía. María sonrió entendiéndolo.

Bajaron y después de varias amenazas, el chico por fin pudo subir a ver a Andrea. Se sentó en el sillón cerca de su cama sin hacer ruido y la observó dormir. Se sentía responsable de lo que le pasó, no había siquiera dormido bien. Si él no fuera tan burro nada hubiera sucedido. La quería mucho, nadie nunca lo había ayudado ni creído en él como ella lo hacía, por eso le permitía que lo regañara y le dijera sus verdades, sólo Andrea podía decirle lo que realmente pensaba, nadie más.

Cuarenta minutos después Matías se asomó a la recámara. Andrea aún continuaba dormida y Pedro sentado frente a ella en absoluto silencio custodiando su sueño. Sonrió por lo bajo y volvió a emparejar la puerta. Se dio un baño relámpago y decidió descansar un poco, por la noche no la quería dejar sola por lo que debía aprovechar y dormir un poco.

Abrió los ojos y se dio cuenta de que ya había anochecido, observó el reloj. Eran casi las siete. Se echó agua en el rostro y salió de su habitación. Se acercó a la de Andrea, se escuchaban susurros. Hizo a un lado la puerta lentamente. Ella estaba acurrucada de lado sonriendo por algo que Pedro le platicaba en voz baja. Se veía un poco mejor, la palidez continuaba. Ninguno de los dos repararon de su presencia, el cuadro le dio una profunda ternura y ganas de besarla. Volvió a emparejarla dejándolos  un rato más solos, ella parecía disfrutar de su visita.

Bajó al tiempo que le hablaba a Ernesto. Este entró a su estudio quince minutos después platicándole los por menores del día.

Más tarde cenó en compañía de María, no platicaron de nada serio ya que estaban agotados de tanto acontecimiento. Cuando terminó le pidió a Inés la cena de Andrea. Al llegar a la recámara ahora sí entró haciendo un poco de ruido pero se silenció al ver que Andrea dormía nuevamente mientras Pedro leía muy concentrado un librito que no tenía la menor idea de dónde salió. Al escucharlo lo dejó en el sillón de inmediato.

–Se despertó hace un rato patrón, pero de pronto se volvió a dormir.

—Muy bien Pedro, ahora yo me encargo —Depositó la comida en la cómoda y se acercó para prender la luz de la lamparilla–. Necesito pedirte un favor —el muchacho espero detrás de él atento—. Necesito que me ayudes a cuidarla estos días en lo que mejora. Debe estar tranquila y descansar para que se recupere rápido —los ojos del adolescente brillaron de alegría.

–¡Claro patrón! yo la cuido, verá que lo hago re bien.

 —Más te vale, no debes cansarla.

—No lo haré, ya verá. Mañana estaré aquí bien tempranito —al ver la emoción que la nueva tarea le producía, le sonrió olvidando todo lo ocurrido.

—De acuerdo, entonces cuento contigo. Ahora vete a descansar, nos vemos mañana —el chico asintió y fue directo hasta la puerta, de pronto se detuvo serio.

—¿Patrón?

—Dime… —Matías iba a despertarla cuando lo llamó.

—¿Se va aponer bien verdad? Es que… se ve sin color —Matías se acercó a él y le puso una mano en el hombro.

–Si la cuidamos bien para el sábado que viene va a estar como nueva —Pedro sonrió más tranquilo.

–Entonces la cuidaré muy bien, hasta mañana.

Matías se acercó a ella, sentía remordimiento de despertarla, sin embargo, Ramiro había insistido en que comer y descansar era la mejor medicina.

–Andrea… —ella aleteó un poco los párpados al escuchar su nombre–. Andrea… despierta… debes comer —de pronto abrió los ojos adormilada. Verlo de nuevo le despertó los sentidos de inmediato. Matías la ayudó a sentarse mientras la joven se colgaba de su cuello con un brazo y con el otro intentaba impulsarse–. Sé que tienes sueño pero debes comer.

—Sí, gracias —lo miró dulcemente, con una sonrisa que iluminó el corazón de Matías que desde hacía años, no latía así. La dejó de nuevo que comenzara sola, ahora pudo comer más sin ayuda, pero al final volvió a verse agotada así que él terminó de darle mientras ella masticaba en silencio cerrando los ojos. Al acabar lucía exhausta—. Gracias por… dejar que Pedro viniera —él sujetó su mano y se la llevó a los labios sin reparos.

–Ese muchacho te quiere mucho, al igual que muchos aquí —no supo qué decir ante la confesión, parpadeó varias veces desconcertada y emocionada a la vez con su mano aún entre la suya–. Él te va a  cuidar ¿estás de acuerdo? —ver la reacción que provocó en ella lo hizo saber que algo también sentía.

–Sí… gracias de nuevo —acarició su mejilla cariñosamente. En las últimas horas se le estaba haciendo costumbre, pensó Andrea nerviosa.

—De nada, pero no se excederán si no cambiaremos de enfermero —ella sonrió asintiendo. Alguien llamó a la puerta haciendo que Matías pusiera un poco de distancia entre los dos–. Adelante.

—Hijo… hay que cambiar las sábanas. Traje a Indira e Inés para que me ayuden —el aceptó al tiempo que le entregaba la charola a una de las muchachas–. Tú ayúdala a levantarse y ellas y yo nos hacemos cargo —en menos de un segundo él ya la tenía en brazos y la movía como si fuera tan ligera como una pluma. Andrea se aferró a su cuello con las pocas fuerzas que tenía, las alturas no le gustaban. Escondió por instinto el rostro en su hombro cerrando los ojos fuertemente. En un minuto Matías ya la depositaba en un sillón de los que estaban frente a la ventana. Su reacción no pasó desapercibida. Se hincó frente a ella arropándola con la frazada que trajo consigo al elevarla.

—¿El caballo? —recordó lo que le había contado sobre su experiencia, seguramente las alturas tampoco la hacían sentir segura. Andrea asintió avergonzada–. De acuerdo, no más alturas.

—Gracias —parecía que esa era la única palabra que podía decir últimamente, pero es que él se estaba portando de una manera muy diferente a como solía, era como si le coqueteara, como si quisiera enterarla de algo. De pronto, como para confirmar su teoría, Matías acarició con dulzura su mejilla olvidándose de las otras tres mujeres que arreglaban la cama por unos segundos, para después, ponerse de pie a su lado.

–María, Pedro vendrá a cuidarla a partir de mañana. Así que estén al pendiente de lo que les pida —Andrea se sentía incómoda con tantas atenciones. Además se daba cuenta de las miradas pícaras que intercambian las muchachas mientras trabajaban, ambas se habían dado cuenta del gesto de Matías.

—Andrea ¿quieres darte un baño? —María estaba metiendo una funda en la almohada que había estado usando. A pesar de estar muy cansada, lavarse un poco le pareció la mejor idea del mundo.

—No sé si tengas fuerzas —contestó él  pues no le parecía adecuado aún.

—Sí… —respondió de repente girando su rostro al de Matías–. Por favor, lo necesito —dudó un poco, pero al ver sus ojos elevados hasta él, sonrió vencido–. Está bien.

María entró al baño para prepararlo todo mientras las chicas terminaban la cama. Cuando acabaron, una sacó la charola y las sábanas sucias, en lo que la otra entraba detrás de la mujer. Ambos permanecieron en silencio observando el movimiento en la recámara, unos minutos después salió María junto con Inés.

–Vamos, ya llené la tina para que no tengas que estar de pie —Matías la ayudó a levantarse aún no muy convencido que esa fuera una buena decisión, por lo débil que la veía. Ya en la puerta del baño se detuvo.

—¿Estás segura? No quiero que te desmayes ahí adentro, tendría que entrar a ayudar —ella abrió los ojos asustada ante la escena.

–No, estaré bien, lo prometo —el rubor que subió hasta sus mejillas aun pálidas le pareció encantador. María e Indira tomaron ahora a Andrea y cerraron la puerta tras ellas.

Ya en el interior, intentó hacer a un lado la vergüenza con las mujeres que parecían encantadas de asistirla y las dejó desnudarla. Se sentía muy sucia y sabía que debía oler a rayos. Entre todas la metieron a la tina lentamente hasta que quedó sentada; sentir el agua caliente fue medicina para cada uno de sus engarrotados músculos. Le comenzaron a lavar la cabeza mientras una le limpiaba los brazos haciendo mucha espuma.

–Nos dio un susto de muerte ayer señorita ¿verdad María? —esta asintió sonriendo mientras seguía tallándole la larga cabellera.

—¿No se dio cuenta de que algo le picó?

—No, bueno… sólo me ardió, estaba muy cansada —los párpados se le cerraban del agotamiento, sin embargo, de sólo pensar en que Matías entraría si se quedaba sin fuerza, encontraba energías para mantenerlos abiertos.

—El patrón se asustó mucho ¿verdad María?

—Sí Inés, échale agua para enjuagarla y deja de parlotear.

—Sí María —una vez limpio su cabello comenzaron a ayudarla a lavar el resto del cuerpo–. Si el patrón no la inyecta y la baña para bajarle la calentura, quién sabe qué habría pasado —Andrea se quedó estupefacta girando el rostro hasta María que regañaba con la mirada a esa muchacha boca suelta.

—¿Él… me bañó?

—Sí, la metió al agua fría y duró aquí una eternidad con uste.

—¡Ya basta Inés! cállate y has tu trabajo con la boca bien cerrada. Demonio de muchacha —la joven a la que aseaban no salía de su asombro–. Andrea, debía hacerlo, tú estabas muy mal —María intentaba tranquilizarla ante la metedura de pata de Inés.

—Pero… ¿me bañó con ropa?

—Hija… —nunca le había dicho así. Quería serenarla–. Era necesario…

—Sí señorita, uste parecía muerta, él también se quedó solo en pantalón —Andrea parecía asustada más que apenada.

–¡Diablo de muchacha! si vuelves a hablar te quedarás sin trabajo en menos de lo que canta un gallo. Anda, agarra la toalla, ¡rápido! —la chica se puso pálida ante el regaño e hizo lo que le pidieron. Indira la reprendía con la mirada al ver la reacción de Andrea. Inés solía ser una boca floja y aunque ella también se daba cuenta de que el patrón estaba enamorado de esa joven, era obvio que a ella no le gustó enterarse de que se habían tomado un baño medio desnudos y es que ¿a quién sí?, bueno, con ese hombre a más de una, pero ese no era el punto, la señorita de verdad parecía consternada.

 Una vez afuera, la sentaron y secaron como si fuese una muñeca. Ella no decía nada, parecía sumamente agotada, por otro lado, se veía afectada por lo que acababa de descubrir. Ninguna de las tres volvió a hablar, la vistieron y le desenredaron la larga cabellera. Para cuando terminaron, Andrea parecía más dormida que despierta.

—Salgan —les ordenó María seria. Tomó la barbilla de la muchacha intentando ser lo más cariñosa posible– Él lo hizo porque debía hacerlo ¿comprendes? Con él nunca correrás peligro. Matías tiene un buen corazón e hizo lo que tenía que hacer, nada más —Andrea asintió aún turbada–. Ojalá confiaras en nosotros y nos dijeras lo que pasa… —ella pareció despertar de pronto y desvió la mirada–. Sé que ocultas cosas, lo leo en tus ojos Andrea y espero que sepas que en mí tienes una amiga, te ayudaré en todo lo que pueda porque a pesar de lo que dicen sé que eres una mujer buena y que ha sufrido mucho. Así que por favor intenta estar tranquila que aquí no permitiré que nada malo te pase —la joven la observó lagrimosa. María le dio un beso en la frente al verla tan vulnerable con tanto temor. Esa niña la sentía como la hija que nunca tuvo. La ayudó a incorporarse y caminaron lentamente hasta la puerta.  Andrea ya parecía estar en el límite, respiraba agitadamente y su paso era demasiado lento. La mujer abrió la puerta temiendo que cayera de lleno en el suelo, por lo que llamó a Matías de inmediato, pues estaba segura permanecía ahí. El hombre enseguida soportó todo su peso, la recostó en la cama y la arropó cariñoso. Se quedó dormida en el acto.

Matías siguió a María afuera de la recámara al ver que ésta salía molesta.

—¿Qué ocurrió allá adentro? Inés e Indira parecían asustadas.

—Inés y sus meteduras de pata. Por favor recuérdame por qué le di trabajo. La muy metiche le dijo a Andrea cómo le intentaste bajar la fiebre ayer, y… ella no lo tomó bien…

—Pero no tenía otra opción… —intentó justificarse preocupado por lo que le acababan de decir.

—Lo sé hijo y así se lo dije cuando corrí a ese par de muchachas. Se quedó más tranquila, creo que lo mejor es no tocar de nuevo el tema, parece avergonzarse, ya vez cómo reaccionó con Ramiro —Matías pasó las manos por su cabello mirando al techo. Ya no comprendía nada.

—Me parece extraño tanto pudor, Cristóbal me contó que en un par de ocasiones encontró a más de un hombre en su recámara, todos parecían haber tenido una… agitada noche —María al escuchar esa atrocidad endureció el gesto enseguida.

–Esos son disparates, mentiras. Esa muchacha puedo asegurarte que no ha estado con nadie y si lo ha hecho, no fue muy grato.

—¿De verdad lo crees? ¿Por qué inventaría algo así su propio hermano? —él se sentía cada vez más confundido, el saberlo desde el principio no había evitado sentir lo que sentía por ella, más bien admiraba su valentía por querer cambiar.

—No tengo idea Matías, pero estoy segura de eso. Además, como le dije a ella, te lo digo a ti, no permitiré que aquí sufra ni la pase mal, está pagando por algo que hizo, eso no lo discuto y lo ha estado haciendo sin que tengamos la más mínima queja. Así que démosle tiempo.

—¿Cómo puedes estar tan segura de que no es todo lo que dicen? —Se sentía intrigado respecto a la certeza con la que hablaba esa mujer que prácticamente lo crió. Por otro lado, él tampoco permitiría que nada le sucediera y dudaba de muchas cosas respecto a ella, sin embargo, necesitaba entender porqué María parecía estar convencida de que todo lo que sabían de ella era mentira.

—Porque lo siento, lo veo en sus ojos. Andrea nos dará varias sorpresas, más de las que ya nos ha dado, eso sí te lo prometo —caminó hacia el ventanal donde a veces se perdía en sus pensamientos sobre Tania. ¡Qué lejos parecía ahora todo eso!

—María, quiero creer lo mismo que tú, pero ¿y si no? Esa duda no me deja en paz.

—Matías, sé que tú, en tu corazón… —le puso ambas manos justo ahí–, sabes que digo la verdad. Dios también sabe lo que has sufrido, hazle caso a tu intuición, sé que te dirá lo mismo que yo. Nadie puede fingir tanto tiempo ni de esa manera, nadie.

—Precisamente porque le he hecho caso es porque siento esto tan intenso por ella. No sé cómo sucedió, pero ahora no sé cómo podría vivir sin verla. Me siento como un chiquillo, me atrae como si me halara su alma. Dios, ¿qué cosas digo? creo que estoy enloqueciendo —Admitió frotándose el rostro. María puso una mano en su mejilla con ternura.

–Estás enamorado hijo, lo sé, lo veo, se siente en el aire. Pero vamos a esperar, verás que todo esto tendrá una buena explicación —él asintió dándole un beso en la palma de su mano y acercándola a él.

—No sé qué haría sin ti…

—Tarugadas, ¿qué más? —ya regresaba su dureza, eso lo hizo reír.

–Eres incorregible, anda vete a descansar.

—Supongo que no la dejarás sola…

—No, si intenta levantarse de la cama podría lastimarse, prefiero estar ahí por cualquier cosa.

—Bien, entonces hasta mañana —la observó descender las escaleras y luego entró a la habitación. Ella continuaba ajena a todo. Con sus ojos cerrados y su cabello adornándole el rostro. Se recostó en el sillón pensando en lo que María y él acababan de hablar. Enamorado… Sí, definitivamente estaba enamorado de esa belleza que descansaba tranquila frente a él. Suspiró resignado. En ese momento comprendió que ya nada podría cambiar ese sentimiento, la quería, mejor aún, la tendría, sólo debía aguardar. Quedó dormido pensando eso sin percatarse.

De pronto un ruido lo despertó.

—Lo siento —era ella y estaba tomando con esfuerzo un vaso de su mesilla de noche. De verdad que era terca. Él se frotó los ojos somnoliento, le quitó el vaso de las manos para acércaselo a los labios y pudiera darle tragos pequeños—. Matías, no tienes que quedarte aquí… puedo cuidarme sola —él sonrió dejando el vaso de nuevo en su lugar.

–No lo creo, no sabes pedir ayuda, no me fío de ti.

—Pero…

—Nada de “peros”, me quedaré aquí, asunto zanjado; no me harás cambiar de parecer… Ahora duerme —Andrea se revolvió incómoda en la cama—. ¿Qué sucede? —quiso saber al darse cuenta de que parecía no quedarse quieta.

—Si necesito algo prometo pedir ayuda… no puedo verte dormir ahí.

—Inténtalo, no me iré —Buscó acomodarse en el incómodo sillón cerrando los ojos para que la joven hiciera lo mismo.

—Matías… —quiso reír ante su obstinación, no obstante permaneció inmutable.

Mmm.

—Por favor, vete a tu cuarto.

—Andrea, duerme ya, aún no estás bien y no tengo la menor intención de entablar una conversación a estas horas, cierra los ojos de una vez —ella no sabía qué hacer, los remordimientos de saberlo ahí por su culpa no la dejarían dormir, estaba segura. Aferró con fuerza las cobijas sintiendo sus mejillas arder.

—Tu ganas —soltó de pronto. Él abrió un ojo observándola divertido, en serio no se daba por vencida fácilmente–. No pienses mal… pero… si te vas a quedar aquí… —podía jurar que estaba completamente sonrojada. La miró atento esperando a que continuara. Ella desvió la vista y siguió—. Me siento muy culpable, la cama es grande, si te recuestas… creo que descansarás mejor.

—¿Estas invitándome a dormir contigo? —arqueó las cejas provocativo. La chica abrió los ojos como plato. Ese gesto casi hace que se acercara y la besara de una maldita vez.

–No… bueno… sí, pero sólo porque no quieres ir a dormir a la tuya —refutó con torpeza.

—No es eso, pero me he dado cuenta de lo orgullosa que eres y antes de pedir algo vas a preferir hacerlo por ti misma y entonces podrías lastimarte o sabrá Dios qué cosa provocar. Prefiero evitarlo y quedarme aquí —Andrea se mordió el labio, no tenía argumentos para refutar lo que acababa de decirle—. Sin embargo… te voy a tomar la palabra. Este sillón no es nada cómodo —la joven pasó saliva al verlo desplazarse en la oscuridad. Alcanzó a ver cómo tomaba unas frazadas que estaban en el otro sillón y se recostó a su lado boca arriba cubriéndose a sí mismo sin problema. Su olor lo inundó todo. Al sentirlo tan cerca enseguida se arrepintió, sin embargo, no tenía corazón para dejarlo ahí. La había estado cuidando todo el tiempo y era lo mínimo que podía hacer—. Ahora sí… buenas noches.

—Buenas noches —ella le daba la espalda, no obstante era consciente de su cercanía de una forma muy singular, era como si pudiera tocarla sin ponerle siquiera una mano encima—. Matías… —susurró la joven de pronto girando hacia él–. Gracias… —al escucharla decidió voltearse para quedar ambos de frente. No la veía con nitidez, sin embargo, alcanzaba a diferenciar sus rasgos sin problema. Acomodó un mechón de su hermoso cabello tras su oreja dejando su mano descansar sobre su delicada mejilla.

–De nada… —se miraban sin importarles nada, la intimidad del momento los hizo perderse uno en el otro como, ya en varias ocasiones, había sucedido.

–Por todo —completó Andrea con intensidad. Ese par de palabras envolvían demasiados significados y él lo supo en cuanto las escuchó.

–No me lo has puesto fácil —ella asintió perdiendo el contacto visual. No le gustó el gesto, así que tomó su barbilla e hizo que lo volviera a mirar–. Eres una enferma muy difícil, es complicado cuidarte, parece que te cuesta mucho trabajo aceptar atenciones —Andrea pasó saliva sin poder defenderse.

–Lo siento…

Sh, no te disculpes, no pasa nada, yo soy muy terco y tú… una paciente muy hermosa, así que… podría ser peor —la chica sonrió sin saber qué decirle. Nunca alguien le había dicho eso y que él fuera el primero, hizo que todo tuviera sentido de repente. No hablaron más, se quedaron perdidos en sus miradas sin darle importancia a nada más. Andrea no recordaba haberse sentido más segura y en paz, mientras que él sabía que  nunca había anhelado tanto algo en su vida.

 No se percataron a qué hora se quedaron profundos, lo cierto era que el tiempo no había tenido trascendencia para ambos mientras su ojos se encontraron conectados y ninguno de los dos había dormido tan plácidamente en años.

Andrea fue la primera que despertó, al abrir los párpados lo primero que vio fue a Matías frente a ella, descansaba tranquilo. Lo observó un buen rato. Ese hombre generaba en su interior demasiadas sensaciones, tantas que le daba miedo aceptarlo.  Estaba casi segura, que estaba enamorándose de él. Nunca había experimentado ese sentimiento, sin embargo, lo que sentía hacia él no podía ser otra cosa. Estudió sus facciones duras y cuadradas deleitándose. Tenía labios carnosos, ceja poblada y pestañas onduladas enmarcándole sus enormes ojos miel, su nariz era recta y muy masculina. Su cabello castaño lo llevaba muy corto y contaba con destellos claros gracias a que el sol lo había quemado en varios lugares. Era alto y con un cuerpo fuerte y envidiable, pero todo eso a ella no le importaba, lo que más le atraía era su forma de ser, lo que su mirada decía todo el tiempo, era bueno, noble y se preocupaba por su gente. Con ella, aunque al principio fue duro e inflexible, al poco tiempo dejó de serlo y poco a poco comenzó a volverse atento, simpático y agradable. Le ayudaba todos los domingos a comprender lo que leía acerca de las flores, incluso solía llegar con datos nuevos e interesantes, además le platicaba sobre los asuntos de la hacienda logrando despertar en ella un interés que nunca había tenido; escucharlo hablar era hipnotizador, cautivador. Matías amaba lo que hacía y amaba ese lugar, lo cierto era que lo admiraba y a veces lo envidiaba, ella hubiera dado todo por llegar a tener una vida en la que fuera dueña de su destino y sus decisiones, en donde nadie interviniera, en donde riera sin parar y sin miedo, donde se despertara con ganas cada mañana sabiendo que comenzaría un nuevo día, en donde pudiera ser ella misma e hiciera lo que quería hacer, una vida llena de paz y tranquilidad, sí, eso era lo único que siempre había deseado y que hasta ese momento, no había podido tener. Acercó su mano hasta casi rozar su mejilla, no debía sentir eso por él, pensaba irse, no regresar jamás, era su única salida y una de las condiciones que Mayra le puso. Si se enamoraba todo sería más difícil e incluso podría provocar que le intentara hacer daño sólo por el simple hecho de que eso la lastimaría y eso ya no lo podría soportar. Debía intentar alejarse de ese hombre que la tenía tan perturbada. Ella estaría poco más de ocho meses ahí para después cederle todo a esa mujer y desaparecer. Jean ya la esperaba en San Diego, incluso tenía el dinero que previsoramente le estuvo mandando hacía algún tiempo para asegurar su sociedad en aquella florería que le alentó a montar hacía un año y en la cual por ahora ella trabajaba sola gracias al dinero que le proporcionó. Mayra no tenía ni idea de eso gracias al cielo, su nombre no figuraba en ninguna papel y aunque sabía que eso era arriesgado, no tuvo otra opción salvo confiar en esa chica que conoció en uno de los internados de Estados Unidos y en la que había llegado a confiar un poco más que en el resto de las personas.

Cerró los ojos sintiendo que las lágrimas se los escocían; se levantó con mucho cuidado y entró al baño sigilosamente. Se echó agua en el rostro y se observó, no sabía si era hermosa… pero el saber que a él le parecía así, le produjo el aleteo de millones de mariposas dentro del estómago.

-Él no es para ti y tú no eres para él—musitó deprimida. Era cruel pero cierto. Aspiró profundo unos segundos buscando las fuerzas que hasta ese momento no la habían abandonado. Bajó la vista hasta su pierna, le dolía apoyarla, levantó la tela del pantalón de dormir para observarla, estaba un poco hinchada y  muy morada alrededor. Bufó dejando caer de nuevo la tela. Su rostro aún estaba pálido y tenía unas pequeñas ojeras que enmarcaban sus ojos apagados, ya no se sentía tan débil como el día anterior, sin embargo, se sentía de nuevo agotada con el simple hecho de estar ahí, de pie unos minutos

–Maldito animal, tú y ella han de provenir de donde mismo —se lavó los dientes, se peinó un poco y salió de ahí unos minutos después exhausta.

—Traes mejor cara —Matías estaba ya doblando las frazadas con las que se había cubierto en la noche. Ella se recargó en la cómoda que estaba frente al baño sonriendo con debilidad.

–Sí, me siento mejor —el hombre dejó de inmediato lo que estaba haciendo al ver que se ponía más pálida, se acercó y la rodeó por de la cintura protector llevándola con cuidado hasta su cama.

—¿Ya pasó? —parecía que se desmayaría. Se hincó frente a ella preocupado.

—Sí, es sólo que… me agoto… rápido —respiraba como si hubiera corrido. Esperó observándola atento hasta que el color le volviera dejando sus manos sobre sus rodillas. Ella aspiraba una y otra vez recobrando el aliento, su respiración poco a poco volvió a ser regular— ¿Qué clase de animal… te causa todo esto? —él sonrió al escucharla. La ayudó a recostarse y la cobijó.

–Hay alacranes más venenosos que otros, además me parece que tardamos en ponerte el antídoto y eso hizo que el veneno pudiera actuar sin problema. ¿Por qué no pediste ayuda? —ahora estaba sentado a su lado mirándola serio.

–Porque… no sabía, ni siquiera lo vi. Era de noche, sentí que algo me picaba en la pierna pero no sospeché que fuera un bicho de esos —Matías asintió acomodando con familiaridad un cabello suelto para aprovechar y acariciarle la mejilla con el dedo pulgar.

–Lo sé, tienes razón, pero cuando comenzaste a sentirte mal, por qué no dijiste…

—No sé… —desvió su mirada observando detenidamente los adornos del edredón–, pensé que estaba cansada… cuando ya llegué a la habitación y me di cuenta que de verdad algo no andaba bien, lo intenté, pero no salían palabras de mi boca.

—¿Y te ibas a dejar morir? Así de simple —lo miró atónita ante el tono de su voz, ahora la veía molesto y había quitado la mano de su rostro. ¿De qué hablaba?

—¿Morir? —él se dio cuenta de que ella no había pensado en esa opción y suavizó su expresión.

–Esos animales pueden ser mortales.

—Pero ¿cómo iba a saberlo? Ni siquiera supe que me picó —le hizo ver confusa. Matías se sintió un estúpido, claro que no tenía ni la menor idea, sin embargo, a veces los recuerdos lo traicionaban de manera que se encontraba diciendo algo tan absurdo como eso.

—Tienes razón, pero por favor de ahora en adelante no te confíes. En serio nos asustaste mucho, con eso no se juega.

—Ahora lo sé —susurró avergonzada por su ignorancia sobre el tema. De haber sabido que un alacrán le clavó su ponzoña por supuesto que habría pedido ayuda, no pensaba dejarse morir, menos ahora que su vida parecía tener solución.

–Hey… —ella alzó la vista hasta toparse con sus ojos miel algo arrepentidos–. Lo siento, no quise sonar duro, es sólo que me preocupé bastante. Pero en fin… tú estás ya mejor y eso es lo único que importa, por otro lado, ayer por la noche creo que quedó claro que te dejarás cuidar ¿no es cierto? —Andrea asintió nuevamente perdida en sus estanques dorados. Le dio un beso en la frente que pareció durar horas. Los  labios  de Matías eran cálidos y suaves, sus manos comenzaron a sudar enseguida. De pronto el teléfono sonó sacándolos de aquel extraño momento. Él se despegó de ella y contestó sin dejar de observarla–. ¿Sí? —esperó unos segundos—. Está bien, que suba —colgó medio segundo después–. Es Pedro, ya llegó. Él te acompañara por cualquier cosa y tú permitirás que te cuide ¿de acuerdo? —ella asintió aún afectada por lo que acababa de ocurrir; con él sentía que ya comenzaba a ser una costumbre quedarse muda y asentir sin más, pero es que la manera en la que la veía, en la que le hablaba, la dejaba paralizada, con el corazón acelerado y los sentidos atrofiados.

No deseaba dejarla, podía pasar el día contemplándola, sin embargo, tenía cosas qué hacer y ella ya estaba decididamente mejor. Se puso de pie y continuó doblando las frazadas mientras esa belleza de ojo verde lo observaba en silencio. Recordarlo junto a ella le provocó sin previo aviso un calor inesperado, todo con él era nuevo, no tenía ni idea de cómo actuar.