17

 

Él la tomó de la mano una vez que la tuvo cerca, todos esos días habían sido eternos, mucho trabajo y muy poco tiempo para ella, pero esa mañana todo quedó listo, así que no se despagaría de su lado por varias horas, deseaba escucharla parlotear, sonreír, gemir también. El recuerdo de la noche anterior lo excitó de inmediato, si pudiera le haría el amor ahí mismo, nunca tenía suficiente de esa belleza que habitaba en su alma, sin embargo, casi enseguida se percató de que algo sucedía. Andrea se zafó haciéndose a un lado como si no soportara su tacto.

—¿Qué sucede belleza? No te sientes bien, estas algo pálida, sigues sintiendo mucho calor —sabía muy bien que esa época del año, para quienes no estaban acostumbrados a ese clima, podía resultar insoportable. La joven lo miró y lo que vio en sus ojos le asustó, parecía otra.

—Matías, tenemos que hablar —su voz sonaba plana y sin vida. Andrea lloraba en su interior, moría por besarlo, por tocarlo aunque fuese por última vez.

—Andrea ¿Qué pasó?, ¿alguien te hizo algo? —ver esa carencia de expresión en su rostro lo preocupó más de lo que imaginaba. Parecía ajena a todo, su cara no mostraba ninguna emoción y ella no era así, siempre sonreía y hablaba sin parar.

—¿Podemos hablar en la casa o prefieres hacerlo aquí? —pestañeó confuso. Se acercó de nuevo e intentó acariciar su mejilla como solía, pero ella se quitó sabiendo que si lo hacía ya no podría seguir.

–Andrea…

—¿Matías? —él se alejó desconcertado e hizo un ademán para seguirla hacia la casa. Algo había ocurrido, algo grave pues ella no era así. Esa expresión sólo la vio el día que la sorprendió con Pedro entrando a hurtadillas. Recordaba que lo hizo enojar aún más, sin embargo, no entendía en ese momento qué la podía tener así.

Andrea intentó buscar las palabras adecuadas en el breve camino que era de ahí al estudio, era consciente de que él la seguía por detrás y eso no la dejaba pensar con claridad. Entró en aquel lugar donde tantas veces se amaron sin límites, una vez que estuvo frente a la ventana se detuvo, aspiró fuertemente y giró. Matías estaba cerrando la puerta. Caminó hacia ella cariñoso, pero retrocedió otra vez.

—¿Qué pasa?, ¿hice algo que te molestó?... Si es así no tienes porqué ponerte de esta forma, lo hablaremos y listo. No entiendo todo esto — con la mano la señaló completa.

—Matías te mentí —él sonrió al escucharla. Y se acercó de nuevo, su proximidad siempre fue magnética. Pero lo esquivó. Eso ya no le estaba gustando, en ese momento comenzó preocuparse seriamente.

—Belleza, sea lo que sea no te preocupes, lo solucionaremos… ¿En qué me mentiste? —lo observó fijamente, lo que le provocó un  gran escalofrío, esa no parecía ser ella.

—No veo cómo lo solucionaremos —parecía cínica.

—Basta Andrea ¿qué pasa? —los nervios comenzaron a irritarlo. Ella lo prefería así, si se molestaba no intentaría acercarse nuevamente.

—Pasa que todo este tiempo te he mentido…

—¿A qué te refieres?, ¿en qué? —y de verdad no tenía ni idea de qué hablaba.

—No era cierto lo que te dije sobre Mayra —él la observó incrédulo por unos minutos.

—¿No esperarás que crea eso?... Sé que lo que me dijiste era verdad. Escucha… ya sé que no hemos avanzado en las investigaciones y es por eso que me dices esto. Belleza, en estos días contrataré a gente experta que viene del extranjero, no te preocupes, todo saldrá bien, yo te lo prometí y así va a ser. Pero tú debes estar tranquila y confiar… no permitiré que nada malo te suceda, esa mujer pagará y tú vas a estar libre —quiso volver a acercarse pero ella otra vez rechazó el gesto. De repente una pequeña sonrisa escapó de los labios de esa mujer con la que soñaba tener una familia, envejecer, confundiéndolo aún más.

Ahí comenzaba la mejor actuación de su vida y también la más importante, se trataba de la integridad y reputación de Matías, no podía fallar.

—No comprendes ¿cierto?, ¿por qué crees que no has encontrado nada?, ¿por qué crees que no te pregunto sobre el tema? —La miró extrañado, su forma de hablar era tan diferente en ese momento, que lo dejaba sin palabras—. Matías no seas ingenuo, la respuesta a esas preguntas es simple: sencillamente no hay nada, todo lo inventé —la escuchaba esperando ver hasta dónde podía llegar con aquella farsa, no le gustaba mucho que no creyera en él; sin embargo, comprendía su miedo, ese sentimiento la acompañó siempre y ahora, cuando faltaba tan poco tiempo para irse, se daba cuenta de que nada había cambiado—. ¿No me vas a decir algo?... te usé.

—No tengo nada que decirte porque no te creo y quiero ver hasta dónde eres capaz de llegar… pero sea como sea no te creeré… te conozco —ella caminó a su alrededor sonriendo con ironía, con prepotencia.

–¿Me conoces?, por Dios, si llevo unos meses aquí, nadie puede conocer a alguien en tan poco tiempo.

—Pues yo te conozco —su actitud de nuevo comenzaba a irritarlo, pero intentó serenarse.

—Piensa… nada de lo que te dije se puede probar y ¿sabes por qué? Porque no ocurrió, ella no me ha hecho nunca nada. Tú sabes lo posesiva que siempre fui con Cristóbal y desde el primer instante sentí celos, así que… le hice la vida difícil, todo lo que mi hermano te dijo es cierto —la evaluó un momento asombrado por su capacidad de intentar enredarlo todo.

–Explícame entonces esas cicatrices en tu espalda —la cabeza de Andrea trabajaba más rápido que nunca, debía de ser hábil, certera.

—Golpeé a la madre superiora en uno de los internados y ese fue mi castigo, un poco retrogrado, pero esa es la verdad. Mayra en cuanto se enteró me sacó de ahí. En serio enfureció y amenazó con demandarlas.

—¿Ah sí?, ¿y por qué no lo hizo? —saber que confiaba en ella de esa forma sólo logró que lo amase más si eso era aún posible. Nadie creyó en su palabra como él lo hacía.

—Porque la chantajeé, le dije que si lo hacía diría que ella me las hizo e iría a servicios infantiles. La realidad era que no quería que Cristóbal se enterara, él me conoce y sabría que algo hice.

—No te creo… —la estudiaba atento con las manos en las bolsas del jean.

—Como quieras… esa es la verdad y podría explicarte todas y cada una de las cosas que te dije hace unos meses.

—y ¿Por qué me lo dices ahora? —ella puso cara de hastió. Matías le evaluaba, no le creía, era evidente y supo que en ese momento lo amaba más aún.

—Porque ya me cansé de fingir… —continuaba mirándola reticente. Debía ser más contundente e hiriente—. ¿De verdad creías que sentía algo por ti? —ahora sí abrió los ojos apretando la quijada duramente.

—No vayas a decir algo de lo que te arrepientas… recuerda que yo he estado ahí en todo momento y sé muy bien lo que sientes… no intentes ensuciarlo… te lo advierto, estás pasándote de la raya… —otra pequeña sonrisa dejó salir para darle más credibilidad a la situación.

—Matías, me llevas diez años… por favor… Eres guapo, eso no lo puedo negar —de repente la agarró del ante brazo ya con furia en la mirada y apretando los dientes.

–No sigas Andrea, enserio no lo hagas… sea lo que sea lo solucionaremos juntos —ella volvió a sonreír sintiendo cómo su corazón se iba rompiendo con cada palabra que salía de sus labios.

—Veo que no soportas escuchar la verdad, entonces ¿por qué las mentiras sí?... Déjame te digo porqué… porque así podías ser el típico príncipe que salvaba a su princesa de la bruja mala, es increíble cómo les gusta eso a los hombres y tú no podías ser la excepción —Matías comenzaba a ahogarse. Hacía unos minutos se sentía el hombre más feliz de la Tierra, estaba ansioso por enseñarle las flores que mandó pedir para el invernadero y así pasar todo el día juntos plantándolas, sin embargo, ahora estaba ahí, escuchando toda esa locura que no tenía sentido.

—Te voy a dejar sola y cuando hayas pensado bien las cosas hablaremos. No pienso seguir escuchándote —giró decidido hacia la puerta intentando hacer justo lo que acababa de anunciar. Cada palabra se le estaba enterrando en el alma.

Las manos de Andrea comenzaron a sudar, no podía irse, debía buscar la manera de que le creyera.

—Matías… no seas soberbio, ¿tanto te cuesta entender que… —sintió que no podría decirlo, pero no tenía más opciones ya había agotado todas–, no te amo —su corazón explotó en miles de pedazos que se incrustaron en todo su ser dejando un agujero inmenso en su lugar. Él se detuvo con la manija de la puerta en la mano, volteó lentamente con el rostro completamente descompuesto y los ojos entornados llenos de rabia, de dolor. Andrea sintió que devolvería el estómago en ese momento. Acertó, empezaba a creerle—. No me mires así, tú me veías como a un dulce que morías por probar… no fue tan difícil. Debía convencerte de que era buena y tierna. Unos cuantos coqueteos y tu caíste rendido —escuchó atónito—. Aún no me crees… Dios… qué terco. Mira… es muy fácil, ya no soporto que me toques, al principio fue… placentero, sabes lo que haces no lo puedo negar, pero ya me cansé, cada noche lo mismo… fingir y fingir, ya no puedo, no quiero —jamás había mentido tanto en su vida y cada palabra que decía le dejaba un sabor ácido al pronunciarla. Sin verlo venir él se acercó tomándola del brazo, la vena de la base del cráneo amenazaba con salírsele. Pasó saliva un tanto asustada, llegó demasiado lejos, pero no podía ser de otra manera.

–Te voy a demostrar de una jodida vez que mientes —buscó sus labios pero Andrea fue mucho más rápida adivinando lo que haría. Si se besaban todo habría sido en vano y ya no sabía qué otra mentira inventar para que le creyese.

—Suéltame…

—No —intentó zafarse  más que por el dolor, por la sensación de tenerlo cerca. Moría por esconderse en su pecho y llorar hasta quedar seca, hasta quedar sin nada.

–¡Suéltame!, me lastimas…

—Nadie puede mentir tan bien Andrea, no sé por qué estás haciendo todo esto, pero te exijo que me lo digas, ¡dime!, dímelo de una ¡maldita vez! ¿Qué te hizo cambiar así? ¿Por qué dices todas estas atrocidades?

—Porque son verdad, porque estoy harta de estar aquí, de fingir todo el tiempo. No quiero que me vuelvas a tocar, no quiero volver a compartir la cama contigo, ya no —la soltó asombrado sintiendo cómo todo su mundo se desquebrajaba sin poder evitarlo. Parecía que lo había golpeado más de un hombre a la vez.

—¿Es cierto?... todo lo que dices ¿es cierto?

—¡Sí!, ¡sí! ¿Por qué te cuesta tanto creerlo?

—Porque… te sentí vibrar en mis brazos, yo… fui el primer hombre en tu vida…

—No tuve más opción si deseaba asegurar una cómoda estancia aquí, tú me querías en tu cama, ¿qué querías que hiciera? —Matías estaba pálido, ojeroso. Andrea creyó que perdería el conocimiento en cualquier momento, no obstante se daba cuenta de que al fin le creía y cómo no, lo que le estaba diciendo era lo más hiriente que alguien podía decirle a otra persona.

—Escucha, esto es muy sencillo, comprendo que después de todo esto ya no quieras volver a verme. Si quieres me voy, muero por regresar a México, alguien me espera y… quiero verlo —eso ya fue demasiado, los celos lo cegaron como si una venda negra se hubiera colocado sobre los ojos, la sujetó por los hombros ya fuera de sí.

—¡¿Qué mierdas estás diciendo?! —Ahora sí la lastimaba, pero el dolor no era equiparable con lo que sentía en su interior, ya para esas alturas su mente se había despegado de su cuerpo sabiendo que si no lo hacía, enloquecería.

—Hay un  hombre… más joven por cierto… todo este tiempo me ha estado esperando… Si no me hubieras regresado mis cosas, ¿cómo crees que hubiera podido mantener la relación? —las mentiras ya fluían sin siquiera pensarlas.

—¡No es verdad!… ¡no es verdad Andrea!… no puedes ser tan cínica, tan despreciable, tú no, no me pude haber equivocado tanto.

—Pues ya ves que sí… tú morías porque alguien calentara tu cama y por eso lo hiciste, no te engañes, esa es la realidad, después de que tu mujercita se matara… —la hizo hacia un lado sintiendo que si no lo hacía haría algo de lo que se arrepentiría.

–¡Cállate, ni siquiera la nombres!

—¡¿Ahora la defiendes?!… por Dios Matías, lo único que querías era olvidar tu parte de responsabilidad en su muerte.

—¡Cállate de una maldita vez!... ¡Cállate! —y lo hizo. El daño fue certero e irreparable. María entró de repente muy alarmada. Al ver a Matías recargado en uno de los estantes con la cabeza escondida y Andrea a varios metros de él observándolo seria, enseguida supo que algo andaba muy mal.

—Hijo… Andrea ¿qué sucede?, ¿Por qué gritan así? —Él la miró con los ojos rojos y desbordados de rabia,  de dolor, de desilusión.

—María… te equivocaste… —la mujer los observó sin comprender. Matías estaba pálido y parecía diez años mayor, estaba completamente descompuesto, parecía enfermo. Mientras que Andrea lo veía de una manera que la dejaba fría. Parecía no estar ahí.

—Hijo… ¿qué pasa?

—Pasa que nos ha mentido todo este tiempo, pasa que fui un imbécil que creyó en cada una de sus palabras, pasa que me olvidé de todo por ella. Pero se acabó —giró hacia Andrea furioso–. Te largarás de aquí, pero no para reunirte con ningún maldito hijo de perra. Aprenderás la lección que viniste a aprender y que por mi estupidez no lo hiciste —temblaba, estaba muriendo en su interior, ella lo había matado—. María… que te lleven al rancho de Don Mariano y dile que va a tener ayuda gratis estos dos meses, dile que —mientras hablaba la miraba con odio, Andrea supo en ese momento que todo acabó entre los dos y una parte de ella se desintegró en ese instante, no le importaba a dónde la mandara ni lo que decidiera, acababa de ponerlo a salvo y eso era lo único que le importaba—, la ponga a trabajar como a cualquier otro, dile que no quiero consideraciones de ningún tipo, ella puede llegar a ser… cautivadora y dile que si me entero que no cumple mis órdenes dejaré de tener negocios con él. ¿Queda claro? —la mujer lo veía sorprendida. Ese hombre era un patán que no tenía consideraciones con nadie, tan era así que no se codeaba con los demás de los alrededores, todos sabían que maltrataba a su joven esposa y tenía trabajando a sus dos cuñados a cambio de apenas un techo y un poco de comida. No podía mandarla ahí, Andrea no aguantaría.

—Hijo… piénsalo bien…

—Haz lo que te digo ahora, nos mintió descaradamente y yo fui un estúpido. Adquirí una responsabilidad legal y no la he cumplido gracias a sus embustes, pero ya no más. No la quiero aquí, ni cerca de este lugar. Va a aprender que no puede ir por la vida dañando a las personas… así que ve de una vez, quiero que esta noche no esté aquí ¿oíste? —María estudió a Andrea buscando algo en su mirada que le dijera que lo que acababa de escuchar no era cierto, no podía ser. Pero no vio nada, ella simplemente no mostraba ninguna emoción.

—Andrea… di algo. Nadie puede mentir de esa forma hija… ¿Qué pasó con Pedro, con lo mucho que te gustan las flores, con tu miedo a los caballos, con lo mucho que trabajaste para escombrar toda la hacienda? Andrea mírame… —la obedeció aun con la misma expresión. Matías la miraba esperanzado—. ¿Dime qué sucedió con todo eso?, ¿también era mentira?, parecías ser feliz aquí, tus ojos lo decían. Por favor confía en nosotros, no te hagas esto —por un segundo, sólo por uno solo, estuvo a punto de hacerlo y de contarles toda la verdad. Pero el miedo volvió a ponerla tensa, María también podía sufrir las consecuencias, esa mujer que ya quería como a una madre, no, no cometería otro error.

–Sí… todo lo era. Lo siento, sé que llegué demasiado lejos con todo esto. Será mejor que me vaya a hacer las maletas, yo tampoco quiero permanecer aquí —un segundo después salió sintiendo cómo todo a su alrededor se desmoronaba, ni siquiera cuando sus padres fallecieron sintió ese desasosiego ni ese vacío que la consumía. De repente ya nada tuvo sentido y supo que su vida sería así, plana y gris, sería imposible que eso cambiara.

María la observó alejarse completamente perpleja. Giró hacia Matías, de inmediato sintió un profundo dolor al verlo sufrir así. No comprendía porqué Andrea se comportaba de esa manera.

–Hijo… haz algo, está mintiendo —Matías se sentó con la cabeza escondida en sus manos. Se sentía derrotado, engañado y muy herido. Habría metido las manos al fuego por ella; sin embargo, las cosas que le dijo con ese cinismo, la manera de escupirle a la cara todo, terminó por hacerle ver que decía la verdad. Nunca lo quiso, fue astuta y había usado lo que sentía por ella para su conveniencia. Recordó la forma en la que lo enamoró, fue convincente, demasiado, tanto que aún sentía duda en su interior. No podía haber jugado con él de esa forma, ella no.

—María haz lo que te dije.

—Matías —no se atrevía ni siquiera a acercarse. Jamás lo vio sufrir tanto, ni siquiera después de la muerte de su esposa. En aquellos momentos su reacción fue llenarse de culpa y coraje, se había vuelto duro e implacable. Ahora se veía vulnerable y rendido, Andrea lo lastimó como nunca nadie lo había hecho.

—Por favor María, hazlo y dile que… —alzó la mirada vidriosa–, si le toca un pelo, lo mato —María asintió ya sin más remedio creyéndolo capaz y comprendiendo que aun después de lo que acababa de saber la quería y lo único que buscaba era alejarla de él, era evidente que no podría tenerla cerca por más tiempo.

Andrea empacó todo sin derramar una sola lágrima, tuvo que entrar a la habitación de Matías por algunas cosas que ya residían ahí. Observó la cama recordando cada momento que pasó ahí, junto a él, envuelta en sus brazos, dormida sobre su pecho, compartiendo su cuerpo o simplemente conversando con sus manos entrelazadas. ¿Cómo viviría sin sus besos, sin sus caricias, sin su olor?, ¿cómo pasaría cada noche lejos de él?, en ese corto tiempo se daba cuenta de que se había metido mucho más hondo de lo que siquiera imaginó. Fue feliz con él a su lado y en ese sitio más de lo que nunca lo había sido.

–Adiós… —musitó con un hilo de voz dando un beso a su mano y haciéndolo llegar al colchón. Caminó de nuevo a su cuarto y terminó de guardarlo todo. Se quitó la cadena con la intención de dejarla; sin embargo, se la metió en el bolsillo del pantalón sabiendo que en sus momentos de soledad la necesitaría. Ese anillo representaba el amor que hacía unos momentos acababa de perder y que la acompañaría siempre pues sabía bien que jamás volvería a entregar el corazón, su vida de ahora en adelante sería muy distinta.

Una hora después María entró a su recámara, se veía muy triste y desilusionada.

–Andrea… ya llegaron por ti —ella asintió tomando su maleta y colgándose la mochila. Tenía un nudo enorme en la garganta que no conseguía pasar. María la detuvo por el brazo cuando iba a cruzar la puerta–. Hija… ¿por qué haces esto?, ¿por qué mientes? —Andrea la miró intentando no demostrar ninguna emoción. Esa mujer la conocía muy bien, tampoco la olvidaría, todos en aquel lugar se convirtieron sin que se dieran cuenta en su familia y por lo mismo no permitiría que nadie les hiciese daño, no se lo perdonaría nunca.

—María, ya no quiero estar aquí, prefiero irme de una vez, gracias por todo —la mujer la soltó sintiéndose más confundida que nunca. La siguió con la mirada. Andrea parecía ajena a cualquier sentimiento, a cualquier pensamiento, era como si su alma la hubiera abandonado. María era muy religiosa, al verla así dudo por un momento que esa chica estuviera en realidad viva, era como si estuviera vacía y la muchacha con la que estuvo compartiendo todo ese tiempo hubiera sido secuestrada, aniquilada. No le creía, algo había sucedido, confiaba plenamente en su experiencia, jamás le había fallado y sabía que con ella menos que con nadie, lo detectó en sus ojos desde el primer instante. La dejaría un tiempo, luego la buscaría, probablemente al ver el lugar a donde iba se arrepentiría y le dijera toda la verdad.

La camioneta que Andrea vio al salir estaba prácticamente destartalándose. Un chico sucio y de mal aspecto estaba arriba observándola con desprecio. Anduvo hacia él sin temor ni miedo, lo que le sucediera ya no le importaba, ya nada le importaba. Dejó la maleta en la batea y abrió con esfuerzo la puerta del copiloto. Al entrar el olor a sudor la inundó.

–Rápido… tenemos prisa —el chico parecía molesto. Era delgado, no muy alto y muy moreno. Cerró la puerta fuertemente sin contestarle ni mirarlo. La camioneta se puso en marcha medio segundo después–. A ver si nos sirves de algo y no estorbas… una señorita como tú no creo que nos saque de apuros, al contrario… —parecía muy enojado. Lo ignoró y se concentró en mantenerse en aquel lugar donde ni el dolor, ni la tristeza entraban, ese lugar donde no sentía nada y que era el único sitio seguro en esos momentos.

Fueron dejando Las Santas poco a poco. Se aferró a su mochila al salir definitivamente de ahí. Todo terminó y ya nada volvería a ser igual.

—Bájate… o qué, ¿quiere la señorita que le ayude? —Andrea observó a su alrededor desconcertada, no se había dado cuenta de que se estacionaron frente a una vivienda muy pequeña y desvencijada. Bajó dándole igual y cargó sus cosas. Un hombre gordo, sudoroso, con media camisa abierta y con cara de pocos amigos salió de la casa.

La miró perplejo. María le dijo que le darían ayuda gratis por dos meses y que no debía propasarse con ella, el patrón lo había ordenado y ese hombre era de armas tomar, pero al verla le pareció muy difícil no hacerlo. Aquella mujer era una preciosura, con la mirada más extraña con la que se había topado, pero al final una deliciosa preciosura. Intentó mostrarse indiferente y calmar sus pensamientos, si la tocaba se quedaría en la ruina en un segundo. No tenía ni idea porqué a alguien así la mandarían con él, sin embargo, no le importaba, era gratis y necesitaba gente que le hiciera el trabajo, la chica era alta y se veía fuerte, aguantaría muy bien la vida ahí.

—Vieja… lleva a esta muchacha al lugar en el que dormirá —una mujer menuda y no más amable apareció enseguida.

–Venga, sígame señorita —Andrea la obedeció sin decir nada. A un lado de la casa había un cuartito hecho de madera, la mujer abrió la desvencijada puerta y le hizo señas para que entrara–. Aquí dormirá, en la casa sólo hay un cuarto y María apenas hoy nos dijo… —ahora le sonreía tímidamente, se veía extremadamente joven.

–Gracias, esto está bien —el sitio era más bien un intento de construcción de no más de metro y medio cuadrado, de hecho parecía que al mínimo viento saldría volando. El piso era de tierra bien aplanada, contaba con un catre en malas condiciones y una silla de bejuco ya muy desgastada–. El baño está justo atrás —ambas salieron y le mostró una pequeña construcción de ladrillo que tenía una puerta de fierro oxidada–. Ahí se puede bañar, pero que sea por la noche, mi esposo odia que el baño este ocupado por la mañana, si quiere yo le diré como a qué hora entre, si es que se quiere limpiar —Andrea asintió importándole poco todo lo que la mujer le decía–. Me llamo Juana —le tendió la mano después de limpiársela con el delantal. Ella  correspondió al gesto.

–Andrea —ya estaba oscureciendo y la mujer prendió un foco que no había visto.

—Bueno, será mejor que me vaya, mi viejo me dijo que no hablara mucho con uste. De todos modos es bueno tener otra mujer aquí, espero que aguante, él… tiene su carácter.

—Aguantaré.

—Juana, sal de una maldita vez y dile a esa muchacha que te ayude a limpiar el chiquero, esos cerdos están peor que nunca —ambas salieron de inmediato. Juana le mostró cómo hacerlo. El lugar era un asco y olía horrible, sin embargo, no se quejó, pensó que trabajando sería más fácil sobrellevar la situación. Tres horas después terminó sola, ya que la esposa de ese asqueroso tuvo que ir a servir la cena.

—Veo que trabajas bien, a lo mejor sí me convienes —Don Mariano la veía de forma lasciva–. Mañana a las cinco de la mañana te quiero aquí en el patio, los inútiles de mis cuñados te dirán qué hacer y más te vale que sigas así porque aquí nadie come de a gratis ¿entiendes? —Andrea asintió sin decir nada. El hombre ya se iba, pero regresó sonriendo enseñando una dentadura descuidada—. ¿Quién viera al patrón? Mira que venirte a botar aquí… En fin, esa gente rica sola se entiende, pero no te cruces mucho por mi camino porque si no, no respondo.

Unos minutos después se refugió en el cuarto que le asignaron. Se desnudó con cuidado, no sin antes verificar que nadie la pudiese ver desde afuera. La construcción le daba un poco de desconfianza y ese hombre más. Rogaba que su estancia ahí volara porque sabía que no estaría mucho tiempo segura. Fue al baño lavándose lo más rápido posible, regresó, se comió el biscocho con una manzana que Juana le dio y se acostó intentando dormir. Una hora después lo logró.

En Las Santas las cosas estaban fuera de control. Matías había destrozado todo el vivero dejándolo sin una planta viva. Ahora estaba ahí afuera observándolo rabioso y muy dolido. Tenía planeado echarlo abajo; sin embargo, algo lo detenía, no podía hacerlo. Se sentía usado, humillado y herido, más herido que nunca. La amaba, a pesar de todo la amaba más que a su propia vida y se había burlado de ese sentimiento. Se dejó caer frente a la construcción escondiendo la cabeza en las rodillas. Se sentía dentro de una pesadilla con la diferencia de que no despertaría y Andrea no estaría serenamente dormida a su lado, lánguida, después de haber compartido una vez esa pasión arrebatada que podía jurar, era real.

—¿Por qué? —Se preguntó impotente—. ¡¿Por qué?! —La rabia volvió a apresarlo—. ¡¿Por qué maldita sea? ¿Por qué? —Aventó el mazo que tenía en la mano directo al lugar, creando un gran agujero en la puerta de la estructura. Al darse cuenta de lo que hizo se quedó petrificado. Algo no cuadraba, algo lo hacía dudar y esa sensación lo estaba carcomiendo. Anduvo hasta el interior de la casa, subió hasta la recámara que ella ocupó ansioso por encontrar algo que hubiera olvidado. Necesitaba olerla, no le importaba lo que le había dicho, las palabras con las que le infringió tanto dolor, necesitaba tenerla cerca, absorber su aroma, si no enloquecería… Nadie podía aguantar tanto dolor. Buscó por todos lados y no encontró nada. Ella se había llevado todo. Fue hasta su habitación y la escudriñó completa, lo único que encontró fue una banda que solía usar para no permitir que su largo cabello se le fuese a la cara a la hora de lavársela. Al recordarla haciendo eso, permaneció mirando el vacío, si se concentraba podía verla ahí, frente al espejo, quitándose el jabón del rostro, sonriendo, pues sabía que él siempre estaba ahí mirándola; adoraba observar todo lo que hacía antes de dormir, nunca dejaba de hablar e iba de un lado a otro por toda la recámara. Él la ayudaba a desenredar su cabello disfrutando de la sensación de tenerlo entre sus manos, luego ella se ocupaba de su aseo mientras él la contemplaba; cuando estaba lista para ir a la cama el deseo despertaba llegando a niveles estratosféricos por lo que hubo ocasiones que ahí mismo, en el baño, la despojó de su ropa, la montó sobre la encimera junto al lavamanos y la hizo suya sin reparos. Andrea respondía siempre de forma única, temblaba en sus brazos con un sólo roce, se entregaba como ninguna otra mujer lo había hecho recibiéndolo en todas las ocasiones ansiosa, deseosa. Tomó la banda y se la llevó a la nariz encontrando lo que tanto buscaba, su olor. La mantuvo ahí por varios minutos. Caminó al interior de su habitación dejándose caer sobre el sillón, de inmediato más recuerdos lo golpearon, miles de veces lo compartieron. Ella solía sentarse ahí cuando lo veía muy cansado, estresado y le ofrecía leerle para tranquilizarlo mientras él recostaba su cabeza sobre sus piernas y ella le acariciaba el cabello con una mano y con la otra recitaba lo que el libro decía brindándole la paz y sosiego que necesitaba. De pronto ya no pudo contener las lágrimas resbalando a través de sus pómulos sin más. La amaba, a pesar de todo la amaba y la amaría siempre.

Despertó sintiendo todo el cuerpo entumido, se quedó dormido sin darse cuenta en aquel sofá. Lo primero que llamó su atención fue la banda que tenía enrollada en las manos. La volvió acercar a la nariz para olerla. Debía buscarla. La idea lo puso de pie de inmediato. Debía buscarla, probablemente después de pasar la noche ahí hubiera decidido retractarse de lo que dijo y le confesaría el porqué de su actitud. Se lavó el rostro, se cambió de ropa y salió de inmediato. Su corazón guardaba una esperanza, algo dentro de él le exigía volver a verla, Andrea lo amaba, estaba seguro.

Ella se encontraba llenando de tierra una carreta que tenía que ir a vaciar a un lado de la casa, pues los cuñados de Don Mariano construirían ahí una bodega y necesitaban que hubiese la suficiente. El calor, a pesar de estar amaneciendo, ya era abrazador y muy húmedo. No se había bañado desde el día anterior y apenas comió. Juana en cuanto se levantó le dio frijoles con tortilla junto con un plátano; sin embargo, sentía la garganta cerrada y no se los había acabado, además estaban rancios, o por lo menos eso creía. Pasaban de las siete de la mañana, cuando escuchó el rugir de un motor, se puso en alerta enseguida. Unos minutos después, su voz. No se movió durante varios segundos, Matías estaba ahí. Enseguida luchó por tranquilizarse, no tenía ni idea de a qué iba.

—Señorita… —de uno de los costados de la casa salió Juana y detrás de ella, él. Lucía cansado, no se había rasurado y la miraba ansioso. Andrea combatió sus sentimientos, no sabía por qué estaba ahí; sin embargo, debía mantener su envergadura. Dejó de hacer lo que hacía y lo estudió fríamente, con indiferencia. Matías sintió que de nuevo la herida se abría en su interior, su expresión no había cambiado, es más, parecía molesta de verlo.

—Con permiso patrón —él apenas y vio a la mujer desaparecer.

—¿Qué haces aquí? —Matías se acercó un poco más hacia ella, se veía cansada y sonrojada por el sol.

–Andrea…

—Matías ¿no te cansas?... vete por favor, no quiero verte, créeme que esto es mejor que continuar fingiendo cada noche —sus palabras generaban un agujero aún más hondo que el anterior. Retrocedió varios pasos como si de verdad le temiese.

–Yo pensé que…

—¿Qué?, que por unas horas aquí, en este lugar, correría de nuevo a tus brazos para que me dieras otra oportunidad, si esa era tu intención déjame decirte que te equivocaste, tu encárgate de firmar esas cartas y yo haré aquí mi trabajo, son dos meses, el tiempo pasa volando y lejos de todo aquello más —tomó una bocanada de aire perdiendo la mirada en algún punto lejos de ahí.

—Está bien, tú ganas, te creo. Me mentiste, me usaste y yo caí como un estúpido. Sin embargo, debes de saber que yo a pesar de todo eso te amo, y siempre será así, hagas lo que hagas nada va a cambiarlo, porque aunque te empeñes en que crea lo contrario sé que tú también sentiste algo por mí.

—Vete… vete de una vez, no quiero volver a verte ¿no entiendes? —las palabras que le acababa de decir, la manera en la que le creía, la honestidad con la que hablaba, sólo podía lograr hundirla más. Si continuaba así, pronto no encontraría la manera de emerger si es que algún día le interesaba volver a hacerlo. Matías era el hombre de su vida y nunca nadie volvería a ocupar su lugar, no después de tener el valor para volver a buscarla a pesar de todo lo que le dijo y mostrar esas asombrosas agallas para confesarle que aún la amaba. Ese hombre era mejor de lo que creía y lo estaba perdiendo, para siempre.

—Andrea, no creo que este lugar sea para ti, lo siento no debí…

—¡Que te vayas! Me quiero quedar, ¡vete! —esa era la primera reacción que le veía desde el día anterior en la tarde; sin embargo, no era la que esperaba. La estudió un momento evaluándola. Ella se dio cuenta de su error enseguida; le estaba demostrando que le dolía, que algo pasaba. Cerró los ojos por un momento y cuando los abrió había conseguido volver a esconder toda emoción–. Matías ya me cansé de esto, ¿cuántas veces debo de decirte lo mismo? No-te-amo, ¿de verdad estás dispuesto a humillarte? —él recibió esta nueva embestida con mucho más dolor que la anterior. La miró con los ojos vidriosos, estaba vencido.

–Siento haber venido a buscarte fue… un impulso, no volverá a suceder… Adiós Andrea, cuídate por favor —al verlo alejarse sintió que el llanto se desbordaría, quería correr tras él y rogarle que la llevase lejos, pero esa no era la solución, Mayra lo sabría tarde o temprano y el daño sería el mismo. Se intentó pasar el nudo en la garganta, enterró la pala en la tierra con todo el coraje acumulado y logró seguir son su labor. La odiaba y ahora más que nunca, pero se juró que un día ella perdería todo así como ahora Andrea lo estaba perdiendo.