23
Sean durmió en el sofá de la sala, temía que Andrea se le ocurriese escapar por la noche pensando que era “lo mejor para todos”. Matías y él acordaron que pasaría alrededor de las ocho por ella. Era lo mejor, se lo repetía a cada minuto, Andrea tenía que recuperar su vida y sólo así él podría luchar por lo que sentía; sin embargo, el miedo de que entre ellos dos resurgiera algo lo hacía dudar de lo que estaba haciendo en ese momento.
Matías llegó puntual, no durmió bien, daba vueltas y vueltas pensando en su cabello, en sus ojos, en su actitud y en la temporada juntos que les esperaba. El saber por qué se casó borró súbitamente todo el rencor y la impotencia. Ahora ya no existía nada que los separase, él no lo permitiría. Sentía cómo cada célula esperaba ansiosa su regreso, moría por tenerla de nuevo entre sus brazos, sentir su cuerpo temblar y vibrar junto al suyo, como cada noche hacía ya un año. La amaba, mucho más de lo que alguna vez pudo imaginar. Ahora sólo esperaba que ella aún sintiera lo mismo y algo le decía que así era. Tocó y esperó a que le abrieran. Jean lo hizo regalándole una sonrisa.
—Hola… pasa —Matías la siguió al interior respondiéndole el saludo. El lugar era minúsculo; sin embargo, acogedor y decorado con detalle. No tenía uniformidad, había diferentes colores y texturas; le gustó y saberla viviendo ahí lo tranquilizó. Había plantas por doquier y su toque en cada cosa–. Matías… ¿verdad?... —asintió enfocándose en la rubia que seguía sonriéndole acogedora. Ella le tendió la mano y él respondió de inmediato–. Soy Jean, Sean ya te habló de mí… Andrea y yo vivimos juntas y somos dueñas de la florería.
—Sí y mucho gusto —en seguida le cayó bien, se daba cuenta que de alguna forma Andrea consiguió rodearse de gente que la quería.
—Siéntate, ¿quieres algo? Andrea no tarda —Matías se acomodó en un sillón gris rata con telas rojas y moradas que, sin comprenderlo, combinaban perfectamente.
De repente Sean salió de una de las puertas y al verlo sintió de nuevo la sangre hervir. Estaba recién bañado y lucía un traje que lo hacía ver mayor.
–Hola Matías.
—Buenos días Sean —Jean se acercó a otra puerta justo de lado derecho del apartamento y entró después de tocar. Matías supo que esa era la habitación de Andrea y se serenó enseguida. Sean al ver su reacción se rio.
–Me estaba duchando, yo dormí justo donde tú estás sentado, no te mentí —Matías asintió sintiéndose un tonto. No hubo tiempo de intercambiar más palabras porque de pronto Andrea salió de la habitación. Matías se puso de pie enseguida. Lucía cansada, traía unos pantalones de mezclilla deslavados, unos converse y una playera negra. Su cabello lo traía agarrado por una coleta descuidada y llevaba colgando una mochila en su hombro. Extrañaría esa cascada que caía tan sensualmente por su espalda, comprendió al verla, no obstante, y a pesar de estar de verdad mucho más delgada, que seguía tan hermosa como siempre.
Andrea sintió enseguida como su presencia llenaba el lugar, nunca le pareció un apartamento tan pequeño hasta ese momento; sin embargo, no lo miró, no podía. Sean se aceró de inmediato notando la tensión entre ambos.
—¿Y el resto? —se refería a las maletas.
—Sólo es una, está adentro —Matías los observó interactuar con interés, ella no manifestaba ninguna emoción y su mirada estaba… vacía. Jean salió de la recámara arrastrando un pequeño beliz.
–Dice que no necesita llevárselo todo —Andrea tomó el asa de su equipaje asintiendo.
–No, esto es temporal —Matías sintió una opresión en el pecho. Maldición, actuaba como si no estuviera ahí y eso comenzó a molestarle, después de todo ya nada los separaba y era cuestión de tiempo para que todo terminara. Se acercó hasta ella y cargó la maleta sin dificultad. Andrea lo miró sin poder evitarlo. Matías la evaluaba serio, traía el cabello más largo, pero su rostro seguía siendo igual de perfecto; llevaba vaqueros y una playera blanca con una sudadera de cierre oscura. No estaba preparada para el impacto que le produjo su cercanía, era aún más impresionante de lo que recordaba. Irradiaba masculinidad, fuerza y la seguía atrayendo como el primer día.
—Entonces ¿es todo? —asintió, sintiendo cómo el corazón dejaba de latir al escuchar su voz. Metió la mano en su bolsillo y apretó con fuerza la cadena que se acababa de quitar del cuello, no quería que él la viera. Ese objeto fue testigo de su dolor, de su desesperación y de su miedo, pero también creía que era el responsable de que en sus peores momentos no hubiera perdido la razón.
Matías se dirigió hacia la puerta sintiéndose furioso, frustrado; ella parecía estar molesta por tener que irse con él. Si bien su rostro no reflejaba mucha emoción, tampoco parecía brincar de alegría de volver a verlo. Comprendía lo que tuvo que pasar y la razón por la que inventó todo aquello; sin embargo, recordar sus palabras aún le dolía. Después, saberla casada, un segundo golpe y aunque entendía sus razones, no dejaba de dolerle que legalmente estuviera atada a otro hombre que no era él. Pero verla así de indiferente, ignorándolo después de casi un año de no verlo, ya era demasiado. Lo único que había hecho era amarla, amarla hasta la locura y ella parecía ajena a todo y no recordar lo que entre ellos sucedió aquellos meses. Le dolía mucho que no hubiera confiado en él, que hubiera estado planeando todo aquello y que jamás se lo hubiera mencionado. Se sintió de repente un estúpido, un ingenuo, probablemente lo hubiera olvidado o al necesitar tanto el amor, comprensión, alguien en quién confiar, se había refugiado en él.
No podía seguir ahí, se estaba sofocando.
–Espero abajo… —zanjó escueto. Volvió a asentir mientras sus amigos observaban el cuadro desconcertados. Era evidente que la presencia de ese hombre la afectaba y mucho más de lo que Sean hubiera esperado. Andrea había dejado a un lado su tan común indiferencia para enseguida ponerse en guardia, alerta. Con tristeza comprendió algo, Matías aún le interesaba, peor aún, su esposa… todavía lo amaba, no podía encontrar otra explicación a esa nueva actitud. Sintiendo que se le iba de las manos sin poder evitarlo, la abrazó sabiendo que no correspondería al gesto.
–Cuídate ¿sí?—
—Sí Andrea, cuídate y se fuerte, esto ya va a terminar —asintió nerviosa por tener que dejarlos a ellos y a todo por lo que tanto luchó. Ambos salieron junto con ella del apartamento. Matías esperaba recargado en un costado del auto que alquiló; miraba hacia un lado concentrado. Andrea sabía que estaba siendo dura con él; sin embargo, no podía arriesgarse a dejarse llevar de nuevo y que algo no saliera bien, eso sí ya no lo soportaría. Si él la tocaba nuevamente o la besaba, ya no le importaría nada y… muchas personas saldrían lastimadas, además que al verlo no podía evitar recordar todo su pasado, ese pasado que sabía jamás podría olvidar y que tanto daño ya le había hecho.
En cuanto la sintió cerca, abrió la puerta del auto.
–Pasa… —ella se acomodó un cabello suelto tras la oreja y entró sin decir nada. Estaba irritado, lo conocía muy bien y entendía a qué se debía a su actitud; no obstante, decidió que era mejor así. Ya llevaban diez minutos de camino cuando el móvil de él sonó. Ella continúo mirando perdida por la ventana.
—Hola, tardaste en llamar —Andrea se tensó enseguida, no tenía la menor idea de quién era, pero pensar que podía ser una mujer le provocó una oleada de celos. Enseguida procuró controlarse, eso era una opción, ella misma lo orilló a buscar consuelo en alguien más con todo lo que le dijo. Esa era una de las miles de cosas que le debía a Mayra y ahora tenía que pagar las consecuencias de algo que ni en mil años hubiera hecho. Dejarlo.
—Sí, todo bien… ahora no puedo hablar, te marcó más tarde, cuando esté en la hacienda —Andrea congeló nuevamente su corazón y se dejó ir a ese mundo donde solía esconderse cuando las cosas ya eran demasiado duras como para soportarlas con plena conciencia. Perder a Matías definitivamente era el tiro de gracia que ella le dio y aunque consiguieran que pasara el resto de sus días en la cárcel, nada cambiaría lo que ya había hecho y el daño que provocó.
Matías la observaba cada cierto tiempo, la sentía tan lejos y tan cerca que le dolía. Ella parecía no estar ahí. En algún momento, cuando Cristóbal lo llamó, vio una emoción en su rostro; sin embargo, cuando volvió a mirarla ya estaba otra vez ausente. Observarla era como ver un cuerpo sin vida, sin nada en su interior. Su Andrea parecía haber desaparecido.
Subieron al jet cuarenta minutos después. La joven recordó la última vez que se subió a uno, fue justo cuando iba rumbo a la hacienda de… él, de ese hombre que le mostró otra manera de vivir la vida. En ese momento no sospechaba todo lo que sucedería y ahora ahí estaba de nuevo, yendo hacia el mismo lugar, pero ahora por otras circunstancias. Se acomodó en el asiento más alejado de la puerta y clavó su atención en la ventana.
Matías conversó con el piloto y se sentó unos asientos adelante. El viaje duró más de cinco horas en los que logró perderse en su trabajo mientras que ella no supo en qué momento se durmió. Cuando él se dio cuenta, le pidió a la sobrecargo una manta y se la puso encima. La observó durante unos minutos con suma atención. La amaba y no saber qué sentía ella por él le oprimía el alma. Recordó las palabras de Sean y se dio cuenta a qué se refería; Andrea era otra, esa mujer había logrado terminar con ella a pesar de lo mucho que luchó por salir adelante una y otra vez. Era verdad, si las cosas no salían bien, la mujer que tenía frente a sus ojos, no lo soportaría.
Llegaron a Las Santas cuando casi anochecía; al terminar el viaje en avión, un helicóptero los esperaba. Matías no tuvo que despertarla, ella lo hizo media hora antes de aterrizar. Lo seguía sin decir nada mientras él no la perdía de vista ni un momento. Cuando por fin llegaron a la hacienda iba ayudarla a bajar cuando Andrea esquivó su mano y lo hizo sola de un brinco. Apretó los dientes respirando profundo. ¿Hasta dónde llevaría su indiferencia?
—María está ansiosa por verte —de nuevo sintió esa opresión en el pecho, pero la volvió a ignorar de inmediato. No debía acostumbrarse a ese lugar que tantos recuerdos le traía–. Se amable con ella… por favor —al escucharlo lo miró de reojo dándose cuenta de lo que venía implícito en esas palabras. No importaba si con él no lo era, Matías adoraba a esa mujer y no quería que la lastimara. En cuanto cruzaron la puerta justamente ella salió a su encuentro.
—¡Por fin llegaron! —pero al ver la distancia entre ambos y los ojos de Andrea supo que las cosas no iban bien. Matías parecía molesto y expectante, mientras que ella la observaba sin ninguna expresión. Recordó lo que notó antes de que se fuera en esa joven y no podía creer que Andrea hubiese permanecido así todo ese tiempo.
—Sí María… estuvo largo, pero aquí estamos… ¿Tienes hambre? —Andrea se dio cuenta de que le preguntaba a ella.
–Hola María. Prefiero dormir —asintió con gesto adusto. No pelearía con ella, aunque se percató de que en todo el trayecto no probó bocado, ese detalle no pasó desapercibido. Sin embargo, no la presionaría, probablemente pasaría ahí una temporada, tendría tiempo para intentar sacarla de ese letargo en el que se recluyó.
–Llevaré sus maletas, a mí sí prepárame algo… no he comido prácticamente —la joven lo siguió sin hablar. Al llegar a su recámara los recuerdos la golpearon por lo que permaneció inmóvil en el umbral. Matías dejó su beliz sobre la cama sin darse cuenta de que no lo seguía.
—¿Dormiré aquí? —giró hacia ella y vio miedo en su rostro.
–Sí… solía ser tu habitación… ¿Tiene algo de malo? —quería que reaccionara. Ella negó volviendo a portarse fría y entrando con indiferencia. Sintió un fuerte deseo de zarandearla hasta que reaccionara y mostrara alguna emoción, la que fuera. Negó intentando controlarse y caminó hacia la salida–. Si necesitas algo… ya sabes que hacer —cerró la puerta tras de sí sin decir más. Una vez fuera, se recargó en la madera sintiendo más frustración e impotencia que nunca. Respiró con dificultad mirando el techo lleno de ansiedad, de miedo, si ella no regresaba, si no salía de ese mundo donde habitaba ahora, ya nunca volvería a ver a la mujer por la que perdió la cabeza y el alma sin siquiera darse cuenta.
Andrea se tomó un baño intentando con mucha dificultad mantener su cabeza en blanco. No quería ni podía recordar nada de lo que ahí había sucedido, ahora ya no era la misma, ya nada podía ser igual y no tenía nada que ofrecerle ni a Matías ni a nadie, salvo amargura y odio, mucho odio. Se recostó en aquella cama y logró caer profunda enseguida.
—Hijo… no la reconozco —Matías se sentó en la mesa frotándose el rostro asintiendo.
–Yo tampoco. No sabes cómo fue el viaje… no habló nada y no parece importarle tampoco nada… La verdad es que estoy muy preocupado, no está aquí y no parece tener la mínima intención de regresar.
—¿Conociste a… su marido? —Bebió un poco de ese café que tanta falta le hacía y volvió a asentir—. Y ¿la dejó venir así no más? —María ya le acercaba un plato con chilaquiles y frijoles.
—Cuando creo que ya nada puede asombrarme, ella lo consigue, de verdad que es increíble —la mujer se sirvió una taza de su café y se sentó frente a él intrigada.
—¿Por qué lo dices?
—Porque se casó para que no la encontraran, para cambiarse el apellido —María le dolió saber las cosas a las que Andrea tuvo que llegar por culpa de esa mujer–. Es por eso que no viven juntos.
—Ella te lo dijo.
—No, fue él —María abrió los ojos impresionada—. Sí, ella ayer que me vio prácticamente huyó… parecía que había visto… un fantasma o algo peor —le relató todo lo que sucedió las últimas horas. Necesitaba compartir lo que pasó con alguien y ella estaba al tanto de todo.
—Debemos tenerle paciencia Matías, lo que ha pasado afectaría así a cualquiera. Ya verás que pronto la volvemos a ver sonreír y a parlotear sin parar —eso era precisamente lo que más deseaba.
—Eso espero… porque… no puede permanecer así… parece… otra —María puso una mano sobre la suya. Matías parecía ansioso y desilusionado. ¿Cuándo se terminaría el dolor para ese hombre al que vio crecer?
—Hijo… esto es una prueba muy dura, sobre todo para ella. Su vida ha sido… terrible, y no ha de ser fácil vivir con tanto miedo y dolor cargando. Recuerda lo que dijimos cuando nos enteramos de todo lo que le había pasado, que era increíble que aun sonriera como lo hacía. Te puedo asegurar que dejarte fue lo más doloroso que esa arpía la hizo hacer.
—Ya no sé María, parece que le molesta mi presencia, a lo mejor se sentía tan sola que… se refugió en mí.
—Sabes que no es así, confía en lo que ustedes tenían. Ella te amaba, verdaderamente te amaba, por Dios hijo bastaba con verle la cara, tu iluminabas su vida, todo puede ser, pero de que para ese niña tú eras su mundo, de eso no tengo la menor duda.
—Y ella el mío —admitió perdido en el líquido que aún tenía su tasa.
—Lo sé, pero ahora ella está… sin esa luz y sin muchas más. Espera… ten paciencia… enfrentar lo que viene no va a ser nada fácil. Andrea tendrá que encarar todo su pasado de un solo golpe, debe de estar preparada —Matías no había pensado en lo que eso pudiera provocar en ella. Andrea para él era fuerte e inquebrantable, pero no era indestructible, ahora la veía claramente.
—No sé qué haría sin ti… —Matías tomó su mano y le dio un beso tierno. Ella acarició su mejilla respondiendo al gesto. No solía ser cariñosa, pero tantas cosas habían cambiado desde que aquella muchacha entró a sus vidas, que ahora le costaba recordar cómo solía ser antes de que eso sucediera.
—Todo va a estar bien, ya lo verás. A propósito hijo, ¿quién crees que estuvo aquí? —sorbió café intentando distraerse y sintiéndose extrañamente tranquilo. Saberla en su casa, aunque fuese de esa forma, le daba esa paz que tanto había extrañado.
—¿Quién?
—La hermana de Inés… —Matías frunció el ceño sin comprender a qué venía el comentario—, quiere hablar contigo, dice que esa muchacha está escondida… esa niña ya sabes que siempre se metía en líos. Pero bueno… parecía muy nerviosa e insistente.
—¿Por qué no te lo dijo a ti?
—No lo sé, créeme que lo intenté pero no hubo manera. Si quieres le digo que tú estás muy ocupado, me dijo que mañana volvería a pasar.
—¿Escondida?... pero ¿por qué?... ¿no había renunciado ya hace meses?, a nosotros ¿qué más nos da lo que ahora haga de su vida?
—Pues sí, de hecho se fue justo unos días después de que Andrea… —de repente ambos se miraron con los ojos bien abiertos. Matías se levantó de inmediato.
—¿Dónde viven? Voy a ir a verla —María pensó lo mismo; sin embargo, era poco probable que tuviera algo qué ver con lo que había sucedido.
—Hijo, espera mañana a que venga.
—No, dime dónde viven, iré ahorita. Si sabe algo puede arrepentirse e irse. No, tengo que salir de dudas —María le dio las señas, toda la gente vivía por ahí—. No sé a qué hora regrese, por favor no te vayas hasta que esté de nuevo aquí, la hacienda está bien custodiada pero… me quedaré más tranquilo si no está sola.
—Aquí te espero… pero con cuidado hijo —cinco minutos después ya iba rumbo a la casa de aquella muchacha teniendo un fuerte presentimiento.
Llegó a la pequeña casa sin problemas, conocía el lugar como la palma de su mano. Tocó la puerta con urgencia, enseguida le abrieron. Una mujer morena y muy parecida a Inés lo veía asombrada.
–Patrón, pase por favor —se hizo a un lado para que entrara.
–Buenas noches, me dijo María que fueron a buscarme… ¿Qué sucede? —permaneció de pie en la puerta sin hacer caso a la invitación. La mujer parecía nerviosa y veía hacia ambos lados de la calle.
–Será mejor que pase, es… importante —Matías arrugó la frente y entró. La casa era minúscula y vieja, como solían ser por ahí. No se escuchaba ruido, así que no supo si estaban solos o no–. Siéntese… ¿quiere algo? —negó a un lado de una desvencijada mesa.
—La verdad es que preferiría saber de una vez qué sucede —la mujer se sentó en una de las sillas justo frente a él.
–Mire… lo que tengo que decirle es… muy penoso —se comenzó a tronar los dedos de las manos mostrando que ciertamente no le agradaba tener que hablar del tema—. Yo soy Chela, la hermana mayor de Inés.
—Me dijo María algo de que estaba escondida, no entiendo qué tiene que ver conmigo… ¿hizo algo?... no comprendo, ella renunció hace meses a la hacienda.
—Patrón de verdad no sabe lo mal que me siento con lo que voy a decirle. Esa niña siempre ha sido un dolor de cabeza para mí y mis difuntos padres. Todo el tiempo metiéndose en líos, pero este sí que es… muy grande —Matías la miró sin entender aún qué tenía él que ver en todo ese lío—. Mi hermana hace año y medio comenzó a traer más dinero a la casa, me pareció extraño, sé que uste no paga mal, pero lo que traía era mucho. Por esos días un hombre estuvo por acá y ella enseguida fue de metiche a averiguar lo que quería… —Matías se sentó justo en el lugar frente a ella. En ese momento supo que algo importante iba a saber y sospechó enseguida sobre aquella mujer—. Al poco tiempo comenzó a cambiar —lucía apenada y muy preocupada—. Llegaba muy noche y ya no se podía hablar con ella. Empezó a hacer comentarios sobre que pronto se iría de aquí… Bueno… —sacudió la cabeza como deshaciéndose de los recuerdos–, lo que sucede es que mi hermana ayudó a una mujer a entrar a su hacienda haciéndola pasar por una joven de este pueblo.
—¿Cómo se llamaba? —sabía a quién se refería, pero debía estar seguro.
—No quiere decirme… lo siento. Lo que sí sé es que ayudó a que esa mujer hablara con la señorita que era… su novia —se levantó enseguida sintiendo que la furia e indignación lo apresaban. Chela se sobresaltó; sin embargo, continuó—. Inés escuchó todo lo que ella le dijo, la mujer no se enteró y no quiere decirme lo que sabe, pero después de ese día recibió una gran cantidad de dinero y la amenazaron con que si soltaba la lengua, ella o alguien de su familia pagaría con su vida —Matías no podía creer tanta maldad–. Patrón, Inés se fue varios meses pero regresó hace poco preocupada de que algo nos hubiera pasado… ella está arrepentida y quiso volver a irse pero no la dejé; al final me soltó lo que le estoy diciendo. Esa señora le pagó para que la ayudara y que le dijera todo lo que en la hacienda pasaba y escuchaba, ella cumplió muy bien con su parte al parecer. Sin embargo, cuando se dio cuenta de lo que le dijo a… la señorita comprendió con quien se había metido y le dio miedo, mucho miedo —Matías se sentía molesto y profundamente frustrado, traicionado. Tuvo a Inés trabajando en su hacienda mucho tiempo y jamás creyó que algo como eso ocurriera.
—¿Dónde está esa niña? —Hablaba furioso. Chela se levantó poniéndose a su lado asustada.
–Por favor patrón, entiendo que este enojado pero…
—¡¿Enojado?!... ¡Estoy furioso!, usted no tiene ni idea de lo que ella provocó, de la vida que destruyó.
—Se lo suplico, serénese… Si lo busqué es porque necesito su ayuda… sé que hizo mal y créame que está aprendiendo su lección, por favor patrón…
—Quiero verla, ahora ¿Dónde está?
—Se lo diré, pero necesito que se tranquilice, ella va a hacer lo que uste le diga, pero de verdad debemos saber si esa mujer es capaz de cumplir su amenaza, tengo dos hijos pequeños…no quiero que les pase nada… comprenda —Matías al ver su temor y darse cuenta de su situación intentó tranquilizarse, después de todo esa era una prueba muy importante para terminar con todo eso de una buena vez.
—De acuerdo… las ayudaré…a ustedes no les pasará nada se los prometo. Esa mujer es capaz de muchas cosas y por supuesto que están en peligro si se entera de que tuvimos esta plática. Chela… siéntese… —lo hizo mientras que él volvía a ocupar el mismo lugar de hacía unos minutos—. Necesito hablar con Inés, necesito que me diga exactamente lo que escuchó y lo que vio. Esa señora es muy peligrosa —la joven lo oía con lágrimas en los ojos–. Inés y ustedes estarán a salvo pero ella debe prometerme que dirá todo lo que sabe a la policía… —Chela se llevó una delgada mano a la boca—. Sí, su hermana puede ser de mucha utilidad, créame que de ella dependen muchas vidas… no tiene ni idea de lo que está en juego.
—Maldita muchacha, ¿cómo nos fue a meter en esto? —se quejó limpiándose los ojos.
—No se preocupe… le juro que estarán bien, no permitiré que nada les pase. Pero debo verla… ahora —la mujer asintió después de pensarlo unos segundos.
—Está bien patrón, lo llevaré con ella y no sabe cuánto siento todo esto —Matías puso una mano sobre la suya que veía temblar desde hacía varios minutos.
–Yo también Chela, pero créame que el hecho de que sepa lo que sabe puede hacer la diferencia —la mujer asintió intentando tranquilizarse. Ambos salieron medio minuto después por la parte trasera de la casa. Caminaron por los matorrales más de un kilómetro hasta que llegaron a una especie de cabaña desvencijada que parecía desierta.
–Es ahí —señaló con seguridad. Matías sintió, por un instante, pena por Inés, pero enseguida la olvidó dándose cuenta de que se lo merecía por meterse en donde no debía.
No se escuchó ningún ruido.
–Inés —Chela susurraba cerca de lo que era una puerta de lámina. De repente se abrió y una Inés cabizbaja abrió–. Traje al patrón —al escucharlo alzó la vista sorprendida–. Hazte a un lado… déjanos pasar —le exigió su hermana visiblemente molesta. La chica asintió haciendo lo que ordenaban. El lugar olía a sucio y era realmente pequeño.
–Inés, Chela me dijo que tienes algo que decirme —la muchacha miró con disgusto a la mujer—. No te enojes, pero debes saber que de verdad estás metida en un grave problema… esa señora es muy peligrosa y yo te puedo ayudar siempre y cuando cooperes con nosotros y digas todo lo que sabes a la policía —Inés dio un paso hacia atrás negando.
—No, la policía no patrón. Sé que hice mal, pero no quiero ir la cárcel —Matías sintió lastima por la joven, no tenía ni idea con quien se había metido, ni tampoco de que lo que peligraba no era su libertad, si no su vida. Le puso una mano en el hombro dejándola así petrificada.
–No iras a la cárcel, pero esa mujer sí es capaz de hacerle algo a ti o tu familia.
—Lo sé —admitió evocando cada una de las horribles palabras que la escuchó pronunciar a esa linda señorita aquel día. Ahora parecía triste.
—Inés, quiero que me lo cuentes todo y yo te llevaré a ti y a tu familia a un lugar seguro. Andrea ha sufrido mucho por culpa de ella y después de ese día ha sufrido más. Necesito tu ayuda, te juro que no pasará nada —la muchacha asintió sentándose rendida sobre el catre en el que solía dormir.
Una hora después Matías se sentía mucho mejor y mucho peor. Esa víbora amenazó a Andrea con decir a los cuatro vientos la verdadera causa de la muerte de Tania. Él ciertamente no dio parte a las autoridades; sin embargo, Ramiro dio fe de la causa. No quería que su memoria se manchara con algo tan horrible como un suicidio, ni siquiera los padres de ella sabían, en aquel momento decidió ahorrarles el dolor de saber que su hija no pensó en nadie y que era tan infeliz que se quitó la vida. Jamás pensó que una cosa así pudiera ser usada en su contra y sin embargo, así fue. Esa decisión le costó a Andrea tener que renunciar a él y a todo. Mayra le dijo que hasta sus padres quedarían implicados y ella se sacrificó una vez más por los demás, haciendo a un lado su felicidad e incluso su vida. Ahora tenía él mismo que abrir de nuevo ese doloroso capítulo de su vida para poder sacar a Andrea de todo aquello; en cuanto el proceso comenzara e Inés declarara, saldría todo a la luz. Esa mujer estaba haciendo daño a demasiadas personas, pero aun así lo enfrentaría, por Andrea enfrentaría cualquier situación. No tenía nada que temer, las cosas estaban legalmente en regla, pero jamás le perdonaría que el nombre de Tania saliera a relucir gracias a su enfermiza ambición y esa obsesión que ahora entendía tenía por fastidiar a esa joven que ahora ya no sonreía.
Cada día que pasaba se enteraba de cosas aún peores que el anterior, comenzaba a pensar que jamás se acabaría esa pesadilla y que sacar a Andrea de ese agujero donde se había metido, sería imposible.
Mayra le dijo que la haría pasar por loca y que debía mentirle a él, que debía dejarlo para que dejara de investigar sobre ella, así que Andrea eso hizo, lo hirió pensando que así lo salvaría.
Cuánto odiaba a esa mujer, destruyó la vida de muchas personas ya, pero sobre todo la de ella, la de Andrea.
Inés lloraba desconsolada y muy impresionada. Aquel día, se había quedado a un lado de la puerta escuchándolo todo, como era su costumbre, por eso pudo decirle con santo y seña cada palabra que se pronunció en ese lugar tan lejano de todo. Ese maldito día jamás debió existir, fue ese día justamente que la corrió de la hacienda mandándola con Mariano.
—Inés, gracias por decírmelo todo. Te prometo que todo saldrá bien, pero debes ayudarme.
—Patrón, pero si se entera me dijo que mataría a mis sobrinos —se puso en cuclillas frente a ella.
–No va a ser así, a tu hermana y tus sobrinos los mandaré lejos, nadie sabrá dónde están y tú también estarás en un lugar seguro, sólo que debes declarar. Por favor confía en mí, no dejaré que nada ocurra —la chica asintió temerosa. Él se levantó decidido–. Vamos para que recojan sus cosas, no podemos perder el tiempo —ambas salieron a toda prisa del lugar haciéndole caso.
Mientras las esperaba en la camioneta le marcó a Gregorio. Con todo lo ocurrido ya no pudo hablar con Cristóbal. Le dolía todo el cuerpo; el día había sido demasiado largo y lleno de noticias desagradables. Cuando el abogado le contestó, le contó todo. Quedaron en que Inés se quedaría con él en el D.F. y que a Chela la mandarían a Mérida con una hermana suya para que la escondiera con alguna de sus amistades. Y así lo hizo, esa misma noche lo dispuso todo y para el amanecer, ambas jóvenes ya estaban donde debían estar.