3

 

Andrea llegó puntual, Pedro ya la esperaba con una gran sonrisa. Ambos comenzaron a trabajar inmediatamente. Conforme pasaron las horas el dolor en los brazos disminuyó de intensidad sin que desapareciera del todo. Sin embargo, el escozor de los dedos y heridas que se estaban haciendo iban en rápido incremento. Ignorar esto no le fue fácil, pero con Pedro platicándole sobre la vida de la gente de allí, hacía que pudiera distraerse. Al parecer conocía a prácticamente todo el pueblo y se sabía la historia de cada uno de ellos.

—Sabe seño… perdón Andrea… —al hacer la aclaración un rubor cubrió el moreno rostro. Ella sonrió y continúo cosechando–. Irma... la hija de Lorenzo —al ver cómo la nombraba, Andrea se dio cuenta enseguida de que el muchacho estaba enamorado de aquella chica–, dice que soy un ig  ignorante… y pos, no es que sepa muchas cosas, pero… esa palabra pos es muy fuerte ¿no crees? —la chica asintió riendo–. Ella ya está terminando la secundaria y dice que pos alguien como yo no va a prospeprospre… bueno.

—Prosperar —lo corrigió Andrea al darse cuenta de lo que quería decir.

–Sí, eso. La verdad es que no le entiendo mucho pero… —se rascaba ahora la cabeza pensando en algo. 

–Pedro, Irma te gusta ¿no es cierto? —el muchacho la miró atónito como si no entendiera cómo se había enterado.

—¿Cómo lo supo?

—Pues, lo adiviné —le mintió Andrea. No quería decirle que era obvio por cómo se expresaba de ella. El rostro del chico enseguida se ensombreció asintiendo.

—Sí… pero pos ella dice que no puede estar con alguien tan burro como yo.

—Y ¿te gustaría aprender? —quiso saber ella curiosa. Una idea comenzaba a formarse en su cabeza.

—Pos… sí… la verdad es que sí… pero como dice mi apa, ya es muy tarde —parecía abatido y triste al evocar esas palabras.

—Si tú de verdad quisieras… yo… podría ayudarte —él dejó de hacer lo que estaba haciendo y la miró pestañeando varias veces perplejo.

Uste… digo… tú ¿me enseñarías? ¿Haría eso? —Andrea asintió tranquila. No tenía ni idea de cómo se enseñaba a alguien a escribir, sin embargo, a lo largo de su vida siempre se le había hecho fácil explicarle a sus compañeros cosas que no entendían y que ella siempre tenía muy claras. No tenía que ser muy diferente—. Pero… —se acercó a ella susurrando—. Nadie se debe enterar… mi apa se molestaría mucho y el patrón, uyyy, ni le digo —la joven frunció el ceño extrañada ante aquella confesión.

—¿Por qué se molestaría?... no tiene nada de malo querer aprender —de pronto escucharon la voz de uno de los capataces cerca y siguieron trabajando. Unos minutos después ella volvió a preguntarle–. Pedro… ¿dime por qué Matías se molestaría?

—Pos porque a él no le va a gustar que uste me esté ayudando, se ve que está muy enojado contigo. No creo que quiera… además me lo ha pedido muchas veces y siempre le dije que no.

—¿Qué te pedía?, ¿qué regresaras a estudiar? —él asintió apenado. Andrea comprendió enseguida el porqué de su temor.

–No te preocupes Pedro, encontraríamos la forma y ya que sepas podrás regresar a la escuela.

—¿De verdad cree que podré? —Andrea se encogió de hombros optimista. Con él se sentía serena y contenta, emociones que hacía mucho no vivía.

—Pues yo creo que sí, además es peor no intentarlo —el adolescente asintió alegre.

–Tienes razón, y así a lo mejor Irma pos... me vea con otros ojos —seguramente así sería, pensó ella. Pedro era un muchacho atractivo y muy sonriente.

–Ojalá, pero si no, ya no te podrá decir burro…

—Eso sí… —después de esa plática él se comprometió a buscar libros de sus hermanitas y a conseguir un cuaderno y lápiz ya que Andrea veía muy difícil obtener cualquier cosa de esas. Estaba vigilada y prácticamente prisionera en aquel lugar. A medio día Pedro la llevó con otro grupo de recolectores, todos se sentaron a comer sin hacerle mucho caso, aunque de vez en vez sentía las miradas desconcertadas. Sus manos estaban rojas, sucias y llenas de sangre. Las metió a una palangana llena de agua en la que veía cómo los demás se enjuagaban, el puro contacto casi la hizo gritar, llenó de aire sus pulmones y comenzó a lavarlas. Tenía pequeñas heridas por todos los dedos y las sentía muy sensibles, también moría de hambre. Sacó con mucho esfuerzo lo que María le había puesto y comenzó a comerlo. Estaba frío, aun así muy bueno. Ya todos estaban terminando y ella apenas llevaba la mitad. Los brazos le dolían cada vez más por lo que tomar el tenedor requería de toda su concentración para no soltarlo por el dolor.

—¿No te gustó lo que te mandó María? —le preguntó Pedro poniéndose de pie. Ya sólo quedaban ellos dos.

–Sí… cocina muy bien —él observó su plato desconcertado. Sujetó una de sus manos y la acercó a su rostro. El puro movimiento de su brazo halado por Pedro casi la hizo llorar—. ¿Te duelen? —ella intentó quitársela aguantando el llanto.

–No es nada…

—Mi mamá tiene una pomada para éstas cosas, mañana te la traeré ¿de acuerdo? Vas a ver cómo te curas rápido.

—¿Qué pasa Pedro? A trabajar —era la voz de Ernesto, parecía molesto.

–Sí apa… ya íbamos a regresar.

—Pues moviéndose… andando… —estudió a Andrea serio. Ambos asintieron. Pedro le ayudó a poner los recipientes de nuevo en su lugar y la tomó de su ante brazo para ponerla en pie. Cinco minutos después ya continuaban trabajando. Ninguno de los dos habló durante un buen rato; ella porque el dolor ya era casi imposible de soportar y debía de concentrarse demasiado para contener el llanto que amenazaba salir de puro reflejo. Y el otro, porque estaba pensando en la mejor forma de sacar los libros de sus hermanas cuando no se dieran cuenta e ideando cómo le podrían hacer para que Andrea le enseñara sin que nadie lo notara y ocasionara algún problema para ella o para él.

Ya oscurecía de nuevo y todos ya se habían ido, quedaban sólo unos cuantos platicando sobre la jornada a lo lejos. Andrea había llenado cuatro canastos, no tenía ni idea de cómo podría terminar el último si ya estaba al límite. Pedro se acercó a ella después de estar ya a varios metros de distancia y de haber llenado más de una docena.

–Andrea deja te ayudo… no te podrás ir hasta que cumplas la cuota —ella giró su cansado rostro hacia el chico.

–Lo siento… sé que tú también te tienes que quedar hasta que termine —se disculpó culpable. El muchacho le guiñó un ojo intentando que no se sintiera mal por eso.

–No te apures, no tengo nada más qué hacer —la joven intentó sonreír, pero ya no pudo, sentía que las manos y los brazos se le caerían a pedazos en cualquier momento y además, por si fuera poco, moría de hambre gracias a lo poco que había podido ingerir a lo largo del día.

—¿Cómo que todavía no hace las cinco? —Matías estaba junto con Ernesto en la empacadora.

—No patrón… Pedro ahí está con ella, pero han de estar terminando el cuarto —ambos caminaron hacia afuera.

—Pues no se irá hasta que acabe y no quiero que tu hijo le ayude, él cumplió con su parte, no tiene por qué hacer más. Dile a Lorenzo que no se aleje de donde ella está, no se irá hasta que sola termine ¿de acuerdo? —Tomó las riendas de su caballo y montó sin dificultad sobre él. Ernesto se quedó atónito y rascándose la cabeza dudoso— ¿Qué pasa? ¿Por qué no te mueves? —quiso saber Matías molesto e impaciente, todavía le faltaban algunas cosas qué hacer y el día prácticamente se había ido.

—No… pos nada… solo que… ¿no crees que es mucho? La muchacha sí ha trabajado… —Matías rodó los ojos. No comprendía el porqué de tantas consideraciones para ella, sin embargo, no cedería.

—No seas blandengue… obedece y punto, aprenderá que la vida es dura —un segundo después desapareció a todo galope dejando a su capataz desconcertado y sintiendo lástima por aquella chica que estaba en los cafetales.

 

 

Andrea llegó a la casa después de las nueve. Su cabello se adhería a su rostro, las manos las tenía llenas de pequeñas heridas sangrientas e hinchadas. Sus brazos colgaban sin vida a los lados. Aún no podía creer que Matías hubiera dado aquella orden, no había hecho más, simplemente porque no tenía ni la práctica ni la experiencia de los demás trabajadores que ya tenían las manos curtidas al igual que la piel. Lorenzo intentó ayudarla a bajar, él se había quedado en todo momento a su lado cumpliendo órdenes. Cuando tomó su brazo, sintió que se lo partía en dos, apartándolo de inmediato.

 –Lo… siento… pero yo puedo sola, gracias Lorenzo —quiso sonreírle ocultando sus manos tras sus caderas. El hombre asintió apenado creyendo que había hecho algo malo a esa linda señorita y se fue.

Inhaló varias veces y anduvo lentamente hasta la casa. Fue directo a la cocina, sabía que por más hambre que tuviera esa noche no podría comer, pero no podía simplemente subir y encerrarse en su recámara. Llegó ahí sintiendo que los ojos se le cerraban. En cuanto María la vio dejó de moverse.

–Son más de las nueve —no lo decía reclamando, sino asombrada, observando un tanto consternada el rostro de la joven.

—Sí… lo sé… siento llegar tan tarde, pero… hasta ahora terminé mi cuota —La mujer mayor sacudió la cabeza en señal de desaprobación, aunque era claro que no hacia ella.

—Siéntate… te serviré de cenar —Andrea moría por hacerlo, sin embargo, rehusó educadamente.

 –No te preocupes María, creo que lo mejor será que me vaya a dormir, estoy rendida…

La mujer la evaluó intrigada.

–Como te dije cuando llegaste, esto no es restaurante, María ya hizo la cena, así que la comerás —Andrea giró en redondo al escucharlo justo detrás de ella. Era Matías y estaba recién bañado, despedía un olor a limpio y a hierbas que inundó de pronto todos sus sentidos. La miraba serio a menos de un metro—. ¿Me escuchaste? —preguntó serio.

—Sí… sí… lo siento… —admitió desconcertada por lo que su cercanía le provocaba.

–María, sírvele —Andrea volteó de nuevo hacia la mujer sintiendo cómo la atravesaba el dolor en sus extremidades con tan solo ese movimiento.

—No… de verdad. Sé que no es un restaurante y te lo agradezco mucho… pero… quisiera dormir… Por favor —lo último lo dijo susurrando con suplica. Matías hubiera jurado que la voz se le quebraba.

—Matías, le mandé suficiente para que comiera… déjala —Andrea recordó que tenía en una de sus manos la lonchera con los recipientes casi llenos. Maldición. La acercó más a ella dándose cuenta que el gesto llamó la atención de él. De pronto Matías se los arrebató sin darle tiempo de reaccionar y los sopesó. La miró sonriendo triunfalmente.

–Creo que aquí hay alguien que no le gusta tu comida María —enseguida le tendió la bolsa a la mujer. Andrea sintió rabia, ¿Qué diablos le pasaba?

 –¡Eso no es cierto! —giró hacia la mujer negándolo–. Te prometo que no, cocinas delicioso, es solo que…

—¿Qué? —su sarcasmo era palpable–. ¿Estás a dieta?, o entre tus muchas cualidades es que también tienes desórdenes alimenticios, por…

—¡Basta! —le gritó haciéndolo callar de inmediato—. No tengo ni quiero explicarte nada, no me interesa lo que piensas ni tú ni nadie… Trabajé lo que me pediste, me quedé hasta terminar como ordenaste ¿qué más quieres?  —Matías se quedó estupefacto. Nunca nadie le había hablado así y no iba a permitir que ella lo hiciera. La sujetó por el brazo con la intención de arrastrarla hasta la mesa y hacerle ver quién mandaba ahí. Pero no contó con el desgarrador grito que ella soltó cuando lo hizo y que logró la soltara de inmediato. Una lágrima se asomó por el orgulloso rostro de Andrea, que a pesar de parecer verdaderamente cansado, no dejaba de ser demasiado... perfecto.

—¡¿Qué te sucede?! —le preguntó molesto. María se acercó a ella y delicadamente tomó una de sus manos. Andrea quiso quitársela pero ella la aferró lo suficiente como para que no lo hiciera.

–Tus manos… —susurró mirándola enseguida a los ojos. Andrea se las quitó lentamente.

 –Estaré bien, yo… con permiso —un segundo después caminaba directo hacia las escaleras sin querer voltear a ver a las dos personas que se habían quedado observándola sin haber dicho una sola palabra. 

Cuando llegó a su recámara se deshizo de los zapatos con sus pies, intentó lavarse las manos, pero al ver lo que ardía desistió, regresó a la habitación y se acostó sintiendo cómo el dolor fuera de disminuir, aumentaba gracias a que los músculos iban enfriándose cada minuto. Apretó los dientes aguantando el dolor. No lloraría, no se quejaría, esto pasaría, se repetía una y otra vez.

No supo cuánto tiempo pasó cuando escuchó que alguien tocaba su puerta.

–Adelante —contestó adormilada al fin.

—Muchacha… ni siquiera te cambiaste —era María, su voz se escuchaba preocupada.

–Mañana lo haré, no te preocupes —eso fue lo único que atinó a decir mientras el sueño de nuevo la envolvía. De pronto sintió que le tomaba una de sus manos, el dolor la hizo despertar de golpe.

Sh… lo siento niña, voy a curarte, no puedes quedarte así.

—No… por favor, no es necesario… —María agarró una pequeña palangana con agua y sumergió un trapo dentro de ella.

–Sí que lo es… esto se puede infectar, además las traes muy hinchadas. Verás que con lo que te voy a poner mañana amanecerás mejor ¿los brazos también te duelen? —Andrea asintió con lágrimas en los ojos que amenazaban con salir. Nunca nadie se había tomado tantas molestias con ella. Aprendió con el tiempo a solucionar sola lo que le sucedía y a no contar más que con ella misma. El tacto de la mujer era delicado e intentaba no lastimarla más, le iba limpiando herida por herida. Ardía, así que mantenía los ojos cerrados y apretando los dientes sin quejarse.

 —¿Es por eso que no comiste?

—Sí… —abrió los ojos para explicarle. Pero no pudo ya que lo primero que vio fue a Matías recargado en el marco de la puerta. ¿Cuánto tiempo llevaría ahí? La miraba serio, pero no molesto, parecía pensativo y muy lejos de aquel lugar.

—Lo supuse, me hubieras dicho —dejó de observarlo y dedicó su atención a la mujer que le tendía su ayuda desinteresada.

—Lo siento… pensé que era normal, después de todo no estoy… muy acostumbrada —María asintió serena y continuó atenta a su labor. Andrea dedicó una última mirada a Matías que parecía haber regresado mientras observaba cómo la curaban. Unos segundos después volvió a cerrar los ojos, si no lo hacía lloraría del dolor. En cuanto terminó le untó algo en la mano y luego se la envolvió en varias telas. Después hizo lo mismo con la otra. Le hizo un pequeño masaje en ambos brazos. Andrea quería gritarle que parara, que le dolía mucho, pero no se atrevió. Apretó los labios e intentó pensar en otra cosa.

—Listo, ahora tómate estas pastillas y verás que mañana te sentirás mucho mejor —así lo hizo con su ayuda dándose cuenta que Matías ya no estaba ahí.

—María… muchas gracias —la mujer le sonrió en respuesta.

–Descansa… mañana será otro día —le puso una frazada encima para que no se moviera y salió de la recámara apagando la luz.

 

 

—¿Qué haces ahí? —María sabía muy bien que Matías estaba mirando por una de las enormes ventanas que daban hacia el exterior.

–Pensando… —admitió sin verla. La mujer avanzó hacia las escaleras, sabía muy bien que cuando él se ponía así no se le podía sacar ni una sola palabra— ¿En serio tenía las manos tan heridas? —al escucharlo paró en seco desconcertada.

—Pues sí… tú bien sabes que no soy una escandalosa Matías… pero te dije que exagerabas, no lleva ni dos días y le exiges como a los recolectores más viejos.

—Pero… ¿Por qué no se quejó entonces?...

—Probablemente porque sea tan orgullosa como tú o porque a diferencia de otras personas, a ella no le gusta demostrar debilidad —Matías giró hacia ella enseguida.

—¿A qué te refieres?

—Tú sabes a qué me refiero… no tengo porque aclararte nada, esa muchacha no se ha quejado cuando tú esperabas que no parara de hacerlo, no ha dado un problema en estos dos días y lo que dijiste hoy acerca de la comida fue muy grosero, sólo basta verla para saber que ella está muy bien de salud… La provocas, esperas que reaccione como…

—¿Cómo quién?... dilo —Matías sabía muy bien a quién se refería. La sangre comenzaba a hervirle de sólo recordarlo.

—Tu… esposa —en cuanto escuchó esas palabras avanzó hacia su recámara furioso—. Odias que hable de eso, pero date cuenta en lo que te has convertido. Esa muchacha hizo algo mal o muchas cosas, pero tiene derecho a ser perdonada… igual que Tania, tu mujer… no sabía que te lastimaría así…

—¡Ni una palabra más! —había dejado de caminar–. No es lo mismo… no entiendo por qué la sacas a colación.

—Porque desde que ella… bueno, desde que pasó lo que pasó, te has vuelto un ser muy duro y no le das la más mínima oportunidad a nadie.

—Andrea está aquí porque usaron sus influencias, si no estaría enfrentando un juicio penal. Es una muchacha malcriada y mimada que está acostumbrada a salirse con la suya. Dime ¿qué tiene que ver una cosa con la otra?

—Dímelo tú… parece que estás intentado provocar que saque precisamente esa parte de su carácter que aseguras… La quieres llevar al límite, es un humano Matías, y está haciendo lo que se le pidió… ¿Qué más quieres?

—Que comprenda que la vida no es fácil, pero con tus mimos no creo que lo logre… —ya se veía más tranquilo, sin embargo, María lo conocía muy bien, seguía molesto y ahora también frustrado.

—No la estoy consintiendo, esa muchacha estaba muy herida, si la dejamos así mañana no podrá ir a la cosecha aunque tú quieras —Matías sabía que ella tenía razón, había alcanzado a ver las heridas y le parecía incluso increíble que Andrea no se hubiera quejado y hubiera aguantado toda la curación sin decir nada a pesar que se veía, le dolía mucho. Estaba demostrando en el poco tiempo que llevaba ahí que era fuerte o que por lo menos eso intentaba.

—Está bien María, de nuevo tú ganas. No me ensañaré con ella, pero trabajará jornada completa y lo que alcance, mientras me reporten que colabora. No se saltará comidas y la mantendrás bien vigilada, no quiero que resulte ser todo esto un embuste ¿de acuerdo?

—De acuerdo —enseguida entró a su habitación buscando intimidad y soledad. Odiaba recordar lo ocurrido con Tania y en los últimos dos días, había salido ya a colación dos veces. Le guardaba resentimiento, odiaba la forma en que había enfrentado la vida y mucho más aun la forma en que terminó con ella. Su amor no fue suficiente, su paciencia, su devoción. Ella… no lo tomó en cuenta, no pensó en él. Su debilidad y fragilidad la llevaron a tomar aquella decisión que cambió por completo su manera de ver todo. Cada ida al doctor era un llanto desbordante, cada mañana había que serenarla. No existía forma de hacerla salir de la recámara. Él cedió un año de su vida viviendo en la ciudad, descuidándolo todo para que ella se sintiera feliz, tranquila pero nada había sido suficiente… y ahora no lograba encontrar la paz, a pesar de haber sucedido hacía cuatro años y darse cuenta que ya no la amaba. Dejó de hacerlo desde el momento en que lo abandonó sin más. Se dio cuenta que ella desde el principio estaba creada para no soportar ninguna situación difícil que se le pudiera presentar.

Tomó un largo baño sintiéndose de pronto muy cansado; recordarla siempre lo dejaba agotado. Intentó leer algo sobre el ganado, pero nada lograba quitar de su cabeza el hermoso rostro de Andrea aguantando el dolor sin decir una sola palabra. Por un instante sintió que se acercaría y le diría que no se preocupara, que no le exigiría más. Había algo en ella que lo desconcertaba, lo mejor era mantenerse al margen y evitarla.

 

Por la mañana Andrea despertó a la hora de siempre gracias a la alarma. Los brazos aún le dolían, pero para su sorpresa mucho menos que el día anterior. Observó sus manos envueltas en aquel trapo, lo hizo a un lado delicadamente y notó que estaban mucho menos hinchadas y las heridas no se veían tan grandes. Con más ánimos se levantó, dobló la cobija con la que María la había cubierto, se deshizo con esfuerzo de la ropa con la que había dormido y había trabajado. Olía a sucio y se veía peor gracias a  la tierra y a la intensa jornada. Se duchó lo más rápido que pudo, no quería llegar tarde al comedor, estaba claro que a Matías no le agradaba y no quería volver a ser víctima de un ataque por no hacer las cosas tan exactas como él decía. Volvió a sujetarse el cabello en una coleta y se vistió como los últimos dos días. Se miró al espejo y por primera vez en meses o… años, ya no sabía, se miró en serio, ya no era una niña, en algún momento se había convertido en una mujer, sus rasgos eran ya más delicados y estaban en armonía con su rostro, su cabello se veía brillante, ahora que lo tenía libre de aceites y cosas para hacerlo ver sucio u oscuro, era alta y su figura siempre fue delgada, sólo que ahora tenía curvas en los lugares adecuados. Se parecía mucho a su madre, comprendió de pronto con tristeza. Torció la boca pensando en cómo se le había ido la vida sin siquiera darse cuenta. Siempre existían otras prioridades, siempre tenía que defenderse, cuidarse, protegerse y si se presentaba la oportunidad, atacar. La soledad se volvió su compañera más fiel, en la única que confiaba y creía. No contaba prácticamente con amigos gracias a los cambios de escuela constantes a que la sometió Mayra con cualquier pretexto. Bastaba que comenzara a tener una mínima relación con alguien para que a los días, ella con algún pretexto, la moviera de colegio o internado. Salir había sido imposible por años, esa víbora argumentaba que su conducta era lamentable y rebelde por lo que no tenía permiso nunca. Ya mayor, se escapaba, pero siempre lograba encontrarla. Esa mujer era una maldición, su maldición y Cristóbal a lo largo de esos diez años no lo había querido ver, él se dejó envolver por ella desde el día en que su padres murieron y Mayra pasó de ser una niñera cariñosa a ser la que movía los hilos de la casa y decidía cosas pasando por alto a la ama de llaves de toda la vida. Logró deshacerse de todas las personas que Andrea consideraba la querían y para culminar, enamoró a Cristóbal e hizo que se casara con ella tres años después. Su vida, ya de por sí difícil gracias a su presencia, se volvió insoportable, su hermano le dejó todo el poder para hacerse cargo de su educación, aunque en realidad, ya llevaba haciéndolo desde el día en que sus padres faltaron.

Un ruido del exterior la hizo volver en sí, miró el reloj y salió lo más rápido que pudo al darse cuenta de que era justo la hora en la que debía estar abajo. Aún era consciente de cada uno de sus músculos, descender por las escaleras fue doloroso. Llegó agitada. María la vio enseguida y le dedicó una media sonrisa

–Buenos días muchacha.

—Buenos días María —contestó desde la puerta. Matías no se encontraba ahí lo que le produjo un gran alivio.

–Veo que estás mejor —la mujer examinaba sus manos desde donde se encontraba.

 –Sí… muchas gracias por… todo —le agradeció ruborizada. Ese gesto extrañó a la mujer y se volvió de nuevo a sus labores.

—Siéntate, debes comer —Andrea asintió obedeciendo enseguida. María era seria y parecía que aún no confiaba en ella del todo. Sin embargo, la trataba mejor que todo el servicio de su antigua casa. Comió con dificultad, cada bocado era un pequeño triunfo que le provocó una pequeña capa de sudor debido al esfuerzo requerido, pero el hambre era en ese momento mayor que su dolor, así que intentó darse prisa y terminar con todo. En cuanto acabó, María le tendió su lonchera del día

–Cuídate muchacha —.Andrea le sonrió agradecida.

 –Dime Andrea, yo te digo María ¿no es así? —la mujer la observó desconcertada.

–Sí pero…

—Por favor… —le rogó con la mirada.

—Está bien… Andrea —esa chica era muy extraña, nada encajaba,

.Le gustó que ella se lo pidiera.

–Gracias María, nos vemos más tarde —y salió haciendo un notable esfuerzo.

Diez minutos después Matías entró por la puerta trasera de la cocina, dejó su tejana en un pequeño perchero que estaba a lado y saludó a María con un beso en la frente.

—¿Despertó Andrea? —lo preguntaba asumiendo que ya sabía la respuesta tomando un periódico desde su asiento.

—Sí, ya se fue —Matías elevó los ojos hacia ella extrañado–. Sí hijo, comió y se fue.

—Entonces lo de ayer no era tan grave —esa era la única explicación. Desde que despertó juró que se quedaría haciendo ovillos con el pretexto del dolor y el cansancio.

—Grave no era y lo sabes… —lo regañó con su mirada severa–. Pero sí estaba herida y en el límite de sus fuerzas, ¿por qué te empeñas en ser tú su verdugo?

—María no exageres… después de todo ella sabe que si no cumple con sus obligaciones su otra opción es la cárcel, no creo que tenga mucha alternativa —volvió a poner su atención en el diario que traía entre las manos después de darle un gran trago a su café.

—Está bien, no diré más, a ver qué sucede con el tiempo… sólo recuerda lo que me prometiste ayer —Matías supo enseguida a que se refería.

–Sí, ya di órdenes para que sólo fuera la jornada, siempre y cuando trabaje —lo decía sin mirarla.

—Espero que así sea.

 

 



—Hoy trae mejor cara señorita —Lorenzo era muy reservado con ella. El día anterior parecía que desfallecería en cualquier momento y no pudo evitar el comentario. Andrea le dedicó una linda sonrisa, no estaba acostumbrada a que las personas la notaran.

–Sí, creo que me siento mejor, ha sido muy cansado pero supongo que me acostumbraré —el hombre iba tranquilamente manejando rumbo a su destino.

–Sí, no se preocupe, además hoy se quedará el mismo tiempo que el resto —ella giró extrañada hacia él.

 –No comprendo.

—Sí, el patrón dio órdenes de que sólo trabajara la jornada —el conductor no dio más información y ella ya no quiso preguntar. No entendía lo que sucedía. Probablemente la discusión del día anterior lo hizo comprender que ella iba a trabajar y a hacer lo que se le pidiera, o también era posible que un ángel hubiera descendido del cielo y le ablandara ese corazón de roca que tenía. Sí, lo segundo era más creíble admitió torciendo la boca en lo que quiso ser una sonrisa. Al llegar a la plantación descendió lentamente, ciertamente se sentía mejor pero no del todo. Se despidió de Lorenzo mientras él le dedicaba una mueca amigable. Pedro apareció enseguida.

 –Hola Andrea, creí que hoy no vendrías —caminaron juntos hacia el lugar donde cosecharían.

—No creo que me lo hubieran permitido —confesó sintiendo que era cierto. Pedro se encogió de hombros como pensando en lo que ella acababa de decir.

 –Sí… el patrón es muy estricto, pero en fin… ¿Qué crees? Conseguí los libros y un cuaderno —al escucharlo tan animado se le olvidó enseguida el dolor y la conversación sobre Matías.

—¿En serio?, eso es genial. Ahora debemos de buscar la forma de vernos sin que se den cuenta.

—Ya pensé en eso también —Andrea rio contenta. Se sentía una chiquilla a su lado y eso la llenaba de vitalidad, de una alegría desconocida que viajaba por cada fibra de su cuerpo permeándolo todo.

–Eres veloz Pedro, no pensé que te urgiera tanto —el muchacho se ruborizó metiendo las manos en sus bolsillos.

 –Si no puedes… yo entiendo… —la joven le dio un pequeño empujón con el hombro.

 –Claro que puedo, dime ¿Qué se te ocurrió? —escuchó todo su plan con suma atención. Era un tanto descabellado, sin embargo, no tenían mucha opción. Ella llegaría a cenar  temprano ahora que ya solamente trabajaría la jornada, al terminar fingiría que se iría dormir, cuando dieran las ocho treinta, por la parte trasera de la casa, saldría escabulléndose hasta llegar a los establos donde a esa hora no había gente. De ahí se podía ver una especie de granero, caminaría sigilosamente hasta el lugar y Pedro ya la estaría esperando. Al final de toda la explicación asintió rogando que funcionara. No necesitaba más problemas con Matías. Pero por otro lado quería ayudar a ese muchacho, después de todo no estaba haciendo nada malo. Decidió arriesgarse, después de todo si los descubrían sólo habría que decir la verdad.

 

 

—¿Cómo ha trabajado? —Matías estaba en las plantaciones con Ernesto a un lado mirando en dirección a Andrea. Ella lucía exhausta; sin embargo, no se detenía, recordaba su rostro el día anterior cuando María la estaba curando. Tenía una mirada limpia, mucho más limpia que la de la mayoría de la gente que conocía. No comprendía, esa joven comenzaba a ser un gran acertijo para él, las cosas no cuadraban. Tenía una cara realmente hermosa y una belleza natural de la que ella parecía no ser consciente, además sonreía a cualquiera que le hiciera un mínimo gesto amable. No llevaba ni tres días ahí y ya parecía haber iniciado una amistad con el cabezota de Pedro, situación que le parecía más extraña aún, porque si bien no era malo ese mocoso, sí era muy rebelde, arisco, grosero y desconfiado. Continuamente había que estarlo separando de peleas con otros muchachos y andarlo reprendiendo por sus maneras de dirigirse hacia los demás, incluso, el hijo mayor de Ernesto trabajaba ahí con él para poder tenerlo vigilado después de que descubrieran que no iba a la escuela sino más bien a hacer cualquier cantidad de destrozos con otros vagos de los alrededores. Pero con ella parecía ser diferente y no sabía si preocuparse por esa amistad o alegrarse.

—Sí Matías, ha trabajado como el resto —contestó Ernesto entendiendo de inmediato a quién se refería.

–Bien, entonces que Lorenzo la lleve cuando termine la colecta —el capataz asintió serio. Él también había notado la amistad entre ella y su hijo y no comprendía cómo era que Pedro la trataba con tanto respeto en el poco tiempo que tenía de conocerla, él no solía ser así. Ambos muchachos trabajaban sin parar y sin ser conscientes de que los estaban viendo continuaron cuchicheando con complicidad.