14
Más tarde ella se encontró con Pedro en la terraza, este la miraba pícaro pero no tocó el tema. Hacía sus ejercicios sin chistar poniendo mucha atención a lo que su maestra temporal le decía.
Matías y María se encerraron en el estudio para revisar las cuentas semanales. Terminaron como siempre rápidamente, esa mujer era muy organizada y tenía todo controlado.
—María… necesito hablar contigo —ella guardó su libreta en el delantal y esperó—. Creo que ya sabes que… algo sucede entre Andrea y yo —asintió mostrando una pequeña sonrisa—. Pues no son chismes, ella y yo ya estamos juntos.
—Me da gusto hijo, ambos son buenos chicos —de pronto él se puso serio, se acercó a la ventana y recargó un brazo en ella pensativo.
—Pero no es sobre eso de lo que quiero hablar —calló un segundo y continuó abatido—. María… tenías razón, siempre la tuviste —frunció el ceño confusa.
—¿Sobre qué?
—Sobre Andrea… Decías que algo no encajaba, que nos sorprendería, que había sufrido mucho.
—Y aún lo creo, aunque ustedes estén juntos. De hecho tengo que confesarte que su relación me asusta un poco, no quiero que sufran —él la escuchaba sin voltear.
—Pues… debes saber que como siempre no fallaste…
—¿Al fin te lo dijo? —Matías asintió girando hacia ella con la mirada turbia, llena de impotencia y dolor.
—Esa mujer… la esposa de su hermano.
—¿Mayra? —de sólo escuchar su nombre se le revolvía el estómago.
—Sí, ella. Es un monstruo María, uno de verdad, no tienes idea de las cosas por las que ha hecho pasar a Andrea.
—Pero… ¿Cómo, por qué?
—Por ambición, por poder… no lo sé. Alguien así definitivamente es un psicópata.
—Pero ¿qué le hizo?, ¿qué te dijo? —la mujer lo observaba atenta y muy preocupada.
—María esto es muy grave… —calló unos minutos tratando de encontrar la forma de decir algo tan espantoso—. Ella… provocó el accidente donde los padres de Andrea murieron —María soltó un pequeño gritito tapándose enseguida la boca conmocionada—. Sí, ¿podrás imaginar mi reacción al saberlo? Pero eso no es todo.
—Por Dios… ¿hay más?
—Mucho más. Ese… monstruo mantuvo amenazada a Andrea todo este tiempo con la vida de su hermano.
—Hijo… ¿de qué hablas? Lo que dices es espantoso, no puede ser —se sentó a su lado y le platicó en resumen todo lo que Andrea le confesó hacía dos días. María se sentía helada de la impresión, dolida por saber lo que esa niña tuvo que pasar y con un sentimiento de ternura absoluta por verla aun entera a pesar de todo aquello. Comprendía al fin tantas cosas—. Lo que me cuentas es… terrible. ¿Cómo puede ser que esa muchacha siga sonriendo?, Dios, eso es para volverse loca.
—Lo sé… y al saber todo esto me sentí un imbécil. Ella ha vivido un infierno María y jamás se quejó, luchó, sigue luchando aún. Tiene ilusión de que su futuro sea diferente… ¿Cómo lo logró?, yo… me hundí con lo de Tania y eso comparado con lo que ella ha pasado no es jodidamente nada —María puso una mano cariñosa sobre su rodilla.
—Son cosas diferentes. Andrea buscó sobrevivir, era su vida la que estaba en juego y la de su hermano.
—Y no sabes cómo me llena de rabia e impotencia saber todo lo que ha tenido que pasar. Quisiera tener a Cristóbal enfrente y escupirle en el rostro todo lo que generó. Andrea era una niña, huérfana, sola y él se la entregó en charola de plata para que la descuartizara si lo deseaba.
—No puedes hacerlo, si todo esto es verdad y… siento dentro de mí que así es, sólo empeorarías todo para ella.
—María si no logro descubrir algún error que haya cometido esa mujer, Andrea se irá, lo sé, lo siento y… no quiero perderla, no puedo —lucía desesperado y muy preocupado.
—Matías, lo primero es que ella esté a salvo, por lo que te dijo esa mujer es capaz de todo —sujetó su barbilla con firmeza y lo hizo mirarla–. Hijo… si de verdad la amas tanto como veo que lo haces, harás las cosas bien y con calma, no corras, pisa con pie de plomo, es mucho lo que está de por medio. Además, Andrea está muy lastimada y aunque es una chica valiente y muy fuerte, no será fácil, cuando el miedo vive en ti tanto tiempo se vuelve una costumbre tenerlo de compañía, pero por otro lado, debe de comprender que no estará sola en esto nunca más, si es que decides entrar en esta pesadilla.
—Ya es muy tarde para eso María, no tengo opción. Nunca sentí algo siquiera cercano a lo que siento por ella. A Tania la amé, pero con Andrea es diferente, me llena, ¿comprendes? Andrea se metió en mi alma desde el mismo momento en que la vi entrar a la cocina. Es como si… la hubiera perdido y al fin la hubiera encontrado, no podría seguir sin su mirada a mi lado —María sabía que cada una de sus palabras eran ciertas, lo conocía desde pequeño y conocía su alma, esa muchacha vivía ya en lo más profundo de su ser.
—Entonces… tendrás que ser paciente hijo, no debes presionarla. Deja que sola vuelva a confiar y no bajes la guardia. Presiento que si lo haces algo sucederá.
—No lo haré… ella es lo más importante para mí y te juro que la sacaré de todo esto. Esa mujer pasará el resto de su asquerosa existencia en la cárcel, así me lleve toda la eternidad hacerlo. Andrea recuperará su libertad mental, su vida en general… eso es a lo que me dedicaré el resto de la mía —escucharlo hablar así la hizo comprender lo mucho que ella lo cambió. María estaba convencida de que había amores que arrastran a lo más bajo y otros que hacen emerger con tal fuerza los verdaderos espíritus que la vida jamás volvía a ser la misma. Eso le estaba ocurriendo a él y aunque la situación era incluso peligrosa, la resolución y coraje que vio en su mirada la llenó de satisfacción.
–Entonces haz feliz a esa niña, se lo merece y tú también.
—Eso haré. Y por favor… sé que no debo decirlo, pero ni una palabra a nadie. No quiero ponerla en riesgo. Quiero que intente olvidarlo o por lo menos superarlo. Ya tengo gente buscando sobre la vida de esa mujer, pero en lo que algo surge, ella debe permanecer segura aquí y serena en la medida de lo posible.
—No te preocupes hijo, no diré nada ni a mi difunto marido —él sonrió sin alegría.
—¿Sabes? No tengo idea de qué le inspires, pero no sabes el temor que tenía de que tú supieras sobre lo nuestro —María rió extrañada al escucharlo.
—¿Qué podría decir? Si para mí era cuestión de tiempo que esto se diera.
—Lo mismo le dije… pero a veces es tan… ingenua. Es como si hubiera desarrollado su malicia sólo para ciertos aspectos, sin embargo, hay otros que parece que ni siquiera ocuparon alguna vez su mínima atención.
—Así tuvo que ser, seguramente hubo muchas cosas que no pudo vivir por estar siempre tan preocupada por lo que esa “señora” podría hacerle.
—Sí, lo sé y me duele tanto saber lo que ha sufrido… Daría mi vida para que no hubiera vivido nada de todo esto. No es justo María —sus ojos estaban razados y existía mucho rencor en ellos.
—No lo es hijo, pero Andrea es como un capullo que a pesar de la asombrosa tormenta invernal logró abrirse y mostrar su belleza, su fuerza, su entereza, eso la hace única, diferente y tan atractiva para ti como para los demás —él asintió completamente de acuerdo con esa metáfora. Andrea tenía ciertamente una belleza física y sobre todo espiritual muy especial, única en realidad y eso era lo que lo atrajo desde el primer momento.
Pedro guardó sus cosas más lento de lo normal. Andrea lo observó adivinando que en unos segundos le mencionaría algo sobre lo sucedido a medio día.
—A ver… dilo de una vez —el chico la miró indeciso—. Vamos Pedro, ¿qué quieres saber? —el chico se rascó la cabeza y se volvió a sentar a su lado.
–bueno… pos.
—Pues — lo corrigió atenta y divertida.
—Pues… es que tú y el patrón —juntó sus dos índices un par de veces como intentando hacer referencia a que estaban juntos.
—Yo y Matías ¿qué? —Pedro siempre lograba hacerla reír y en ese momento, aunque la situación la avergonzaba incluso con él, le parecía divertido verlo completamente abochornado.
—Ya sabes Andrea… pues son novios ¿no? —Andrea sonrió ampliamente mientras Pedro se volvía a rascar la nuca—. Digo, si quieres no me contestes, por lo que vi en la tarde pos... pues sí. ¿No es cierto? —volvía a preguntarle apenado.
—Sí, supongo que sí, Matías y yo somos novios.
—Guau.
—¿Alguna otra pregunta?
—Bueno… no creo que no. Sólo que… te dije que tenía experiencia en estas cosas —Andrea rodó los ojos al escucharlo de nuevo alardear.
–Mejor ya vete, nos vemos mañana y espero que con Irma no presumas tanto porque seguro que lo único que conseguirás será puros nabos.
—¡Claro que no! —ya iban a comenzar a discutir como siempre cuando Matías decidió al fin acercarse. Ninguno de los dos lo habían visto pues le daban la espalda pero escuchó toda la conversación desde su lugar. Ambos parecían tener una forma muy singular de comunicarse y quedaba muy claro el evidente cariño que compartían.
—Dios, de nuevo peleando, ¿no se cansan? —ambos giraron de inmediato sorprendiéndose al verlo.
–No patrón, yo ya me iba —miró a Andrea con las mejillas encendidas–. Hasta mañana —se despidió levantando una mano y girando en dirección a la puerta trasera de la casa. En cuanto dejaron de verlo se acercó a ella y la rodeó por detrás agachándose para quedar a su altura.
–Siempre que los veo están discutiendo —ella giró y se colgó de su cuello mientras la levantaba sin esfuerzo para ponerla de pie frente a él.
–Eso no es cierto… es sólo que siempre tiene el comentario perfecto —la pegó más a él sintiendo cómo su aliento acariciaba su rostro.
–Pedro no es fácil, pero creo que contigo se topó con pared —susurraban perdidos en el éxtasis del momento. Ella enredó sus brazos alrededor de su cuello acercándolo definitivamente a su boca.
–Deja a Pedro en paz, mejor dame un beso.
—Eso no tienes que pedirlo, era justo lo que pensaba hacer.
—¿Qué esperas? —lo provocó arqueando una ceja juguetona. Aferró firmemente su nuca e hizo exactamente eso, devorarla sin piedad, con deseo y con ardor. Unos minutos después la arrastraba a una pequeña sala hecha para exteriores que se encontraba muy cerca de la mesa en donde ella y Pedro solían estudiar. La tomó por la cintura y la acomodó sobre una de sus piernas.
–Pensé que nunca terminarían, eres una maestra muy exigente —seguía mirándole los labios con deseo. Ella podía sentir cómo miles de hormigas se estacionaban en su estómago ocasionando un caos con sólo ver la forma en la que la contemplaba.
—¿Tú crees?... yo creo que no —con la yema de los dedos comenzó a dibujar el contorno de su boca lentamente.
–Ese chico tuvo suerte.
—¿Por?
—Porque… —esa caricia lo tenía completamente al límite, no podía concentrarse.
–¿Matías? —su nombre pronunciado por ella le provocaba una ola de calor que incluso sentía que lo haría sudar. No pudo más y volvió a pegar su boca con la suya. Ella se entregaba sin reservas, se dejaba llevar sin tapujos y sin pudor. Eso sólo ayudaba a que sintiera aún más deseo del que ya de por si sentía cada vez que la veía. Mantener sus manos lejos le estaba resultando un esfuerzo titánico. De pronto la temperatura comenzó a subir peligrosamente, sentía que en cualquier momento ya no sería consciente de sus actos, la separó poco a poco no muy feliz de hacerlo, sin embargo, debía tomarse las cosas con calma por mucho que esa mujer le estuviera haciendo perder la razón.
—Creo… que… —los dos se encontraban agitados, anhelantes. Andrea nunca había sentido algo similar, sin embargo, la sensación la dejó queriendo más y seriamente afectada en su pulso. Ese era deseo, ahora lo entendía. Descansó sobre su pecho aún asombrada de lo que su cuerpo era capaz de sentir cuando él la tocaba. Estaba segura de que jamás sentiría algo similar con alguien más. Matías la rodeó protector intentando regular su respiración. Varios minutos después ambos estaban más tranquilos.
–Andrea será mejor que me vaya a dar una ducha —ella asintió al tiempo que levantaba su rostro hasta él sonriendo.
–Creo que también tomaré una —admitió pícaramente. El hombre pasó la yema de un dedo por su mejilla aún sonrojada muriendo por volver a perderse en ella.
–Lástima que deba ser separados —bromeó midiendo su reacción. Si ya estaba colorada, en ese momento pudo jurar que estaba del color de una granada.
—Sí, lastima —logró decir con voz ahogada, a lo que él respondió dándole un beso casto sobre su frente. Se pusieron de pie el al mismo tiempo caminado con sus dedos bien entrelazados.
—Por cierto, ya sabe María —iban ya subiendo las escaleras cuando lo soltó recordando que eso la preocupaba. La joven se detuvo mirándolo con los ojos abiertos.
–En serio y… ¿qué dijo? —él negó serio. Eso la angustió.
—Tenías razón… no lo tomó muy bien —Andrea se llevó la mano a la boca alarmada. Sabía que eso podía pasar, se reprendió un tanto triste.
–Dios… ¿qué dijo?, ¿por qué? imaginé que no le parecería… —tomarle el pelo resultaba tremendamente fácil, pero en seguida se sintió mal al ver que de verdad creía que eso podía suceder. Acomodó un cabello suelto detrás de su oreja.
–No es verdad Andrea, le encantó la noticia —ella frunció el ceño confundida, un minuto después comprendió.
–¡Matías, te odio!, ¿por qué me haces esto? —el hombre se carcajeó sin poder evitarlo al ver su reacción. En respuesta Andrea le dio un pequeño empujón y subió corriendo indignada. La alcanzó casi cuando pisaba el último escalón.
–¡Hey!… no me odies… era una broma —reía confundida, incrédula.
—En este momento sí lo hago… ¡Me estabas tomando el pelo!
—Lo siento… pero no pude evitarlo —ella lo hizo a un lado y continuó rumbo a su recámara.
–Pues deberías intentarlo, me siento una tonta gracias a ti —le escupió un tanto irritada, no obstante, la situación estaba resultando muy cómica, no podía dejar de reír y por si fuera poco, se veía preciosa molesta.
—Está bien… no lo volveré a hacer —prometió frente a su puerta obstaculizándole la entrada.
–No te creo —lo miraba con ambas manos en su cintura enarcando una de sus hermosas cejas. Matías no tuvo más remedio que levantar los brazos rendido. Se acercó a ella e intentó besarla–. No sueñes… por ahora no habrá más, ese será tu castigo por bromear a mi costa —él la sujeto por la cadera en medio segundo deseando seguir riendo, sin embargo, fingió un poco de seriedad y arrepentimiento.
–No, castígame con lo que quieras… pero no con eso, no es justo, era una broma inocente —se volvió a acercar pero la joven hizo a un lado la cabeza en seguida logrando que le diera un beso en la mejilla–. Okay, ya aprendí mi lección, lo juro, no más bromas, nunca de los nunca… pero dame un beso… por favor —la forma en la que le hablaba la tenía a punto de la carcajada, era evidente que era un embustero. Frunció la boca moviéndola de un lado a otro fingiendo meditarlo. Matías notó el gesto distraído, así que aprovechó y la beso con ardor, con el deseo más primario que jamás hubiese sentido mientras ella no oponía ni la menor resistencia ante la intrusión—. ¿Ya me perdonaste? —le preguntó aún rosando sus labios.
–No sé… la verdad es que aún no me convences —él rió alegre bajo su boca y volvió a arremeter sin dudarlo, podía pasar el resto de sus días pegado a esos labios tan suaves y deliciosamente tentadores. Sin darse cuenta terminó completamente recargado en la puerta aun cerrada de su habitación recorriendo ese bello cuerpo por debajo de la blusa memorizando toda su espalda, incluso aquellas marcas que recordaba sin problema, su piel era suave, delicada y sensible a su tacto, eso lo estaba matando, pero peor aún, la reacción de ella que parecía importarle muy poco en donde se encontraban. Las voces procedentes de la planta baja los volvieron a la realidad de golpe, como si le hubiesen aventado un par de baldes con hielos en su interior. Se separaron con la vista nublada por el deseo, ninguno de los dos articulaba palabra, se sentían asombrados por lo fuerte de sus reacciones.
–Creo que definitivamente debo darme un baño… —susurró ella con las mejillas enrojecidas y los labios hinchados. Dios, se veía tan irreal, y tan terrenal al mismo tiempo. Pasó un dedo por su boca recorriéndola con un dedo maravillado por lo que esa belleza despertaba en él.
–Sí… creo que es buena idea —se miraron unos segundos más con seriedad. Andrea fue la primera que se separó un poco, tomó el pomo de la puerta y la abrió. No avanzarían, no por ahora comprendió Matías escondiendo su desilusión, la amaba y deseaba en la misma medida, no obstante si tenía que esperar la eternidad para tenerla bajo su cuerpo arqueándose ansiosa para recibirlo, la verdad era que no le importaba, por ella sabía ya muy bien que era capaz de todo, incluyendo eso.
–Te… veo en un momento —acarició su mejilla sonriendo.
–Te estaré esperando… — ella sonrió lánguida entendiendo el real significado de sus palabras, cosa que no le molestó, al contrario, sabía de alguna forma que él jamás la presionaría ni con eso, ni con nada más.
La cena fue agradable, esta vez el hombre que la despertó a la vida, le separó la silla que estaba a su lado, así que se sentó ahí dejándose llevar más tranquila sabiendo que María estaba al tanto de todo. Él besaba su mejilla o las manos cada cierto tiempo, bromeando y riendo como pocas veces. Andrea sentía que con Matías no debía importarle nada más, salvo lo que por él despertaba, así que decidió, ahí, en esa mesa, que viviría, sería feliz, aprovecharía cada momento a su lado como si fuera el último, no pensaría en el futuro y evitaría a toda costa el pasado. Disfrutaría lo que tenía y la segunda oportunidad que la vida le estaba dando. Lo observaba satisfecha por su decisión, mientras él se quejaba sobre algo relacionado a la forma de cocinar de Indira. Era perfecto, sus labios eran sensuales y provocativos, sus manos eran grandes y cuando las posaba en cualquier parte de su cuerpo, encendía un interruptor que no sabía que tenía. Sus ojos eran una de sus partes preferidas, era como si hablaran por sí mismos, gozaba, se enojaba, y se entristecía con ellos, eran una ventana con pase directo a su interior. Su aliento era dulce, cálido. Su olor era único y lo sentía ya anidado en sus pulmones. Lo amaba, el sentimiento era tan extraño… sin embargo, vivirlo junto a él era como si siempre hubiera habitado ahí en algún lugar de su interior. Matías ocupaba todos sus pensamientos y definitivamente ya era dueño de su corazón.
El hombre sintió su mirada y giró hacia ella con ternura.
—¿Pasa algo? —Andrea negó recargando con asombrosa familiaridad la cabeza sobre su hombro. Matías se sintió pleno ante su gesto, esa mujer que lo tenía definitiva y rotundamente enamorado, se veía tranquila a su lado, eso era evidente, cosa que, por ser ella justamente, era toda una prueba de confianza que estaba decidido a guardar en un lugar importante de su alma. No obstante, no dijo nada y continúo con lo que decía. Era consciente de que lo había estado observando por varios minutos de una forma muy especial y que no le ponía atención en lo absoluto a cada una de sus palabras, sin embargo, le fascinó, sus ojos no demostraban preocupación, al contrario, parecían observarlo como si no quisiera dejar de hacerlo nunca y eso le llenaba el alma. Ella lo amaba, no sabía si tanto como él, pero sí de una forma similar, comprendió en ese momento.
Esa noche tenía trabajo de escritorio acumulado, así que mientras lo hacía, ella optó por ponerse a leer sobre aquel tema que tanto le apasionaba en uno de los sofás que había en su estudio. Algunas horas después terminó y juntos subieron. Les costó trabajo despedirse pues entre beso y beso, afloraba aquel deseo asombroso que no lograban acallar e ignorar con facilidad. Sin embargo, Andrea aún no se sentía preparada para llegar a más, no era que no lo amara, al contrario, estaba loca por él; pero ignorar por completo qué sucedió aquellas noches, con esos asquerosos hombres, aún la agobiaba bastante, además de llenarla de temor. Sabía que si descubría que estuvo por completo con ellos, no podría volver a sentirse limpia por un buen tiempo y su seguridad sufriría estragos importantes, dejándola nuevamente con una pequeña depresión que en ese momento deseaba evitar a toda costa. Quizá, cuando se sintiera verdaderamente más fuerte, segura, podría sentir menos ansiedad respecto a esa atrocidad y sin dudarlo se dejaría llevar sin sentir que su cordura peligraba.
La mañana siguiente se encontraron al salir de sus habitaciones. Andrea, sonrió coqueta sin moverse, sabía que él se acercaría a ella de inmediato, eso le fascinaba, era como si el mundo de Matías girara a su alrededor y eso lograba hacerla sentir importante, vital, extasiada.
—¿Dormiste bien Belleza? —Andrea asintió enredando las manos en su cuello embelesada. Matías estaba recién bañado por lo que su masculino olor inundó sus pulmones de inmediato.
—Sí, aquí siempre lo he conseguido —y era verdad, salvo algunas ocasiones en las que las cosas daban virajes inesperados, lo había logrado sin problema desde el primer día. El hombre besó su nariz con ternura para después descender hasta ese anhelado hueco que sabía asombrosamente bien y que estaba custodiado por dos exquisitos pétalos que se sentían mejor que cualquier flor sobre su piel.
—¿Sabes?, debemos llegar a un acuerdo —habló bajito, cerca de su oreja. Andrea se separó un poco pestañeando intrigada, poniéndose alerta de inmediato. Matías la sintió tensarse en sus brazos intentando esconder el enojo que le provocaba comprender su reacción. Para ella las buenas noticias o simplemente conversar sobre algo específico eran cosas con las que no estaba familiarizada, por lo que con el tiempo él aprendió a ir directo al grano sin avisarle, así no le daba oportunidad de alterarse sin motivo, no obstante, en ese momento lo olvidó y es que estando entre sus brazos difícilmente se acordaba de algo más que no fuera la indescriptible sensación de calidez que le proporcionaba tenerla pegada a su cuerpo.
-¿Por?, ¿pasó algo?, ¿sobre qué? —él sonrió negando al mismo tiempo que acunaba su barbilla con dulzura. Sus ojos verdes lo miraban expectantes.
—No siempre las cosas van hacia esas direcciones, a veces, e intentaré que sean la mayoría, se puede hablar de temas que afecten nuestras vidas de forma placentera, positiva ¿de acuerdo? —Andrea tapo sus pozos bajó esas espesas pestañas aduladas, para luego observarlo sonriente y relajada.
—La costumbre a veces es difícil de hacer a un lado, pero tienes razón. Dime, ¿a qué te refieres? —Matías rozó uno de sus labios con deliberada lentitud. Adoraba que siempre estuviera más que dispuesta para saltar las situaciones dolorosas que la vida le puso durante tanto tiempo en su camino. Comenzaba a entender por qué siempre esas mágicas sonrisas. Ella era así, decidida, digna y lista para no dejarse ni doblegar ni abatir ante nada, incluso ante los peores problemas, de una manera que no lograba comprender. Encontraba el sendero de luz dentro de una inmensidad de oscuridad, daba con lo que le servía, con lo que la podía ayudar para aferrarse a eso y no caer vencida después de soportar tanto de pie.
—Aquí y de ahora en adelante, todo será distinto para ti Belleza —la joven le robó otro beso elevando la comisura de su labios.
—Lo sé, ya lo es en realidad —admitió serena.
—Deseo que elijas lo que quieras para invertir tu tiempo. No volverás a hacer nada por obligación en la hacienda Andrea, no es justo y tampoco lo correcto. Así que me gustaría que fueras honesta y decidas si quieres o no hacer algo, que pienses si quieres vagar por ahí observándolo todo, si deseas sentarte en una silla a ver pasar el día o si quieres hacer lo que se te venga en gana, por mí lo que decidas estará perfecto ¿de acuerdo? —sacudió la cabeza alejándose un poco arrugando la frente.
—Yo… no sé qué decirte… —confesó turbada al tiempo que lo tomaba de las manos llena de agradecimiento. Lo que encerraban sus palabras era valiosísimo para ella y así lo atesoraría. No obstante, no tenía ni la menor intención de pasársela haciendo ovillos, sabía bien que eso provocaba días eternos, llenos de vacío, de aburrimiento, por lo que ni siquiera se lo podría plantear.
—Piensa en lo que te digo y cuando sepas, listo, eso será.
—Cada minuto a tu lado es mejor que el anterior y no comprendo aun cómo lo logras y el que me lo digas de verdad me hace sentir bien, feliz en realidad, pero… no podría, no me gusta estar por ahí sin hacer nada. Quiero terminar lo que estamos haciendo Pedro, Rosauro y yo… ¿hay problema con eso? –preguntó expectante.
—No si eso es lo que eliges… —respondió orgulloso al tiempo que acomodaba uno de sus cabellos que se salió hacía un segundo de su preciosa trenza.
—Es lo que elijo y bueno, cuando terminemos, ya veremos ¿sí? Quiero aprender tantas cosas que… no veo por dónde comenzar —reconoció relajada. No pudo más y volvió a besarla.
—Saber eso me alegra, tú puedes hacer aquí lo que quieras y aprender lo que desees y si yo puedo ser el maestro, mucho mejor —lo decía con tono sensual, agarrándola con firmeza por la cintura y con los ojos chispeantes.
—Sé que a tu lado aprenderé más de lo que alguna vez imaginé Matías, aunque cocinar dudo que sea tu fuerte, pero siempre está lo de montar ¿cierto? —el hombre soltó la carcajada al ver su rostro nuevamente enrojecido, le había entendido muy bien y su respuesta fue astuta.
—Sí, siempre está lo de montar Belleza —besó su mano con lujuria mirándola fijamente. Claro que ella montaría y no solamente sobre un caballo. De sólo pensarlo sintió que su cuerpo lo traicionaba. Apretó los dientes regañándose a sí mismo, de verdad en todo lo referente a esa mujer actuaba como un maldito adolescente, estaba seguro que ni Pedro se comportaba así.
Las semanas siguientes fueron cada vez más fáciles e intensas también. Andrea parecía florecer con cada día que pasaba y si Matías creía no poder sentir más por ella, con el paso del tiempo se dio cuenta que estaba en un enorme error. Ella se dejaba llevar sin problemas, disfrutaba cada momento a su lado, trabajaba sin parar por más que él le suplicaba que no lo tomara tan enserio puesto que no era su obligación, sin embargo, eso lo disfrutaba como pocas veces en su vida lo había hecho, así que Matías al comprenderlo, dejó de ser tan insistente respecto a ello.
Continuaba ayudando a Pedro toda la semana, incluso a veces Hortensia iba para poder ayudarla y revisar los avances del muchacho. La gente ahí la adoraba, la trataban con mucho respeto pues para todos era evidente que Andrea estaba impregnando cada lugar de la hacienda con su esencia, con su hermoso carácter. Ni con el paso del tiempo lograba hablar de las cosas que más le dolían. Matías la entendía y en cuanto veía su cambio de actitud, desviaba la conversación buscando hacerla sonreír de nuevo. Los avances con Almendra eran asombrosos, cada día se mostraba más temeraria, se acercaba a ella sin problema, la cepillaba, le hablaba, la acariciaba e incluso la alimentaba con la mano. Matías cada vez intervenía menos, permanecía ahí, cerca, observando. Esa joven de cabellos largos y de color asombrosamente singular se estaba convirtiendo en su sol, en su aire, en su sangre. Cuanto más la veía, cuanto más la conocía, más la adoraba. Andrea tenía luz propia y brillaba todo el tiempo.
En cuanto a Mayra, comenzaba a sentirse algo frustrado. Hasta el momento sólo había conseguido una extensa descripción sobre su vida, pero en ella no existía nada que pudiera ayudarle. Los investigadores seguían buscando cosas que pudieran comprometerla o que dejaran en entre dicho su reputación. Sin embargo, parecía tener una vida común, un tanto excéntrica y demasiado social para su gusto, pero nada que Cristóbal y todos sus millones no pudieran solventar. Pertenecía a varias organizaciones de caridad donde las mujeres más acaudaladas y bien posicionadas en sociedad también prestaban sus servicios. Sabía muy bien que eso no decía nada de su calidad moral, pues en esos círculos era muy común hacer ese tipo de cosas; era una forma de evitar impuestos y un verdadero nido de poder y superficialidad a la que sólo tenía acceso una elite minúscula que se jactaba todo el tiempo de ser buen samaritano debido a su participación en esas organizaciones. No perdía las esperanzas, algún error debía de cometer; él tendría las evidencias en sus manos y en el mismo momento en el que sucediera, la hundiría sin contemplaciones. Esa alimaña tenía que pagar por todo lo que provocó en la vida de la mujer que amaba y sabía, amaría, el resto de sus días.