13
Matías llegó por fin al anochecer a la hacienda. Estaba muerto de cansancio pero se sentía tranquilo con la decisión que tomó. No se quedaría con los brazos cruzados después de saberlo todo. La ayudaría y la sacaría de esa pesadilla aunque tuviera que llevarle toda una vida. En todo el día no pudo dejar de pensar en ella, sentía una opresión en el pecho cada vez que recordaba sus palabras. Varias veces se regañó por no haberla seguido y decirle que claro que le creía y no sólo eso, la ayudaría y haría todo lo necesario para que olvidara, si es que podía, todo lo que le sucedió. Dedicaría todo su tiempo en este mundo para que esos años lograran ser sólo un mal recuerdo.
Aún no comprendía cómo Cristóbal era tan ciego, cómo era que arriesgó de esa forma a Andrea y cómo era que a pesar de todo, ella era esa maravillosa mujer de la que se enamoró apenas verla. Pero lograría descubrirlo todo y Mayra pagaría por todo, por cada lágrima de Andrea, de eso se encargaría él personalmente.
En la casa reinaba un silencio ensordecedor, no propio del lugar.
—Patrón… lo estaba esperando —era Indira, lucía preocupada.
—¿Qué ocurre? —preguntó en guardia, con cierto miedo.
—La señorita Andrea no ha querido comer en todo el día. No quiero ser chismosa, pero no ha salido de su cuarto para nada. A lo mejor está enferma… estaba a punto de llamar a María —él sabía muy bien que no lo estaba y el dolor en su pecho aumentó.
–No te preocupes, vete a descansar, yo me encargo —la muchacha asintió más tranquila y desapareció de inmediato. Subió de dos en dos los escalones, las palmas le sudaban. Tocó a la puerta esperando respuesta.
—¿Sí? — era ella y su voz sonaba apagada, sin vida. Abrió sin esperar invitación. Estaba sentada frente a la ventana con los brazos enroscados en sus rodillas. Giró al escuchar la puerta abrirse. Verlo, ahí, de pie, dejó a sus pulmones con problemas para trabajar.
—Hola… —la saludó en susurros caminando directamente hasta donde ella se encontraba. Se veía agotada, tenía unas líneas rojas debajo de sus ojos y sus mejillas continuaban húmedas. Su cabello abrazaba su espalda haciéndola parecer un ser puro, irreal. Se puso de rodillas para quedar a su altura y así poder ver de cerca su rostro. Acarició su cabello sintiendo una paz infinita al hacerlo—. Andrea… te juro que esta pesadilla se terminará —la joven bajó sus piernas desconcertada, pero atenta a cada una de sus palabras—. Esa mujer pagará por lo que ha hecho, pagará por lo que te ha hecho —Andrea se levantó asustada al comprender lo que decía.
—¿Qué hiciste?, ¿a dónde fuiste?—tomó sus manos e hizo que se volviera sentar sólo que esta vez a su lado en la cama.
—A la capital, contraté un agencia de investigación… algo deben encontrar y en cuanto lo hagan, la hundiremos. Por favor confía en mí, jamás te pondría en peligro. Tendrás tu vida y yo… te tendré a ti —no podía dar crédito a lo que oía.
—Entonces… ¿me crees? —él sonrió tierno al escucharla. No dudó, la acercó hasta poder rodearla completamente por sus brazos.
–Claro que te creo y… no sólo eso, te ayudaré, lucharé con todas mis fuerzas para lograr hacerte olvidar aunque sea un poco todo lo que has vivido, dedicaré mi vida a hacerte feliz, te lo juro —la separó tomando su rostro entre las manos. Apenas y unos centímetros los distanciaba—. Te amo, ya te lo dije y eso no cambiará nunca… pase lo que pase ¿comprendes?
—Yo… también… —sus palabras eran apenas audibles, pero al escucharlas sintió que mataría o moriría por ella si era preciso. De inmediato, sin pensarlo, rozó sus labios temblorosos, se sentían fríos, no obstante, los probó con vehemencia, con promesas, con deseo, con su lengua probó su boca dulcemente, para luego, poco a poco adentrarse en ella, invadirla, saborearla. Andrea no pudo evitar que un gemido de asombro se escapara de su garganta y es que ese beso estaba siendo diferente, intenso, demasiado sensual y al mismo tiempo demasiado tierno. Se dejó llevar sin miedo, no lucharía más contra lo que sentía, no podía, él era una parte de su ser que ya era imposible hacer a un lado, su esencia corría través de su venas, su olor era parte del propio—. Matías… si algo te sucede…
—Sh… El riesgo lo asumo yo, no tú ¿comprendes?, no tienes ni idea de lo que por ti sería capaz, estás clavada en mi alma Andrea, te apoderaste de mí sin que pudiera evitarlo. Es como si… siempre te hubiera esperado y ahora que al fin te tengo lucharé por ti hasta el último momento —de nuevo las lágrimas brotaron, no las podía frenar por más que lo intentaba, por mucho que las odiara.
—Yo… no quiero separarme de ti, ya no podría —confesó con temor. Matías se sintió complacido, feliz en realidad a pesar de todo. Rozó sus labios nuevamente y apoyó su frente en la de ella.
–No tendrás que hacerlo, nunca… eso te lo juro —tenía sus dudas y él lo leyó en su mirada, sin embargo, confiaba que con el tiempo se diera cuenta que así sería—. Perdóname por cómo me porté ayer… no debí presionarte tanto —la dueña de sus noches y sus días colocó un dedo sobre su boca con dulzura.
–No te lo hubiera dicho de otra forma.
—Lo sé, pero me duele saber que recordarlo todo te tiene así y no puedo hacer nada para cambiarlo.
—Te equivocas, contigo aquí… así, me siento mejor. No sé si algún día lograré olvidarlo Matías, no sé si podré llegar a perdonar… pero estos meses a tu lado han ido cerrando las heridas poco a poco, curándolas.
—Te admiro ¿sabes?, eres la persona más valiente y fuerte que conozco. Aún no comprendo cómo es que puedes seguir sonriendo, intentando disfrutar tu vida… Dios me siento tan miserable, yo… no pude hacerlo, me dejé llevar por el dolor y la culpa.
—Lo que a ti te sucedió no fue fácil Matías y… yo no tenía otra opción.
—Sí la tenías, siempre las hay… de hecho tenías muchas y decidiste tomar la más honorable y correcta posible; jamás atentaste contra ti en todo este tiempo, de verdad tengo mucho que aprender de tu temple, eres mucho más de lo que se merezco —sus palabras le estaba llegando al alma, ni en mil años soñó que alguien pudiera decirle todo aquello, y a pesar del miedo, del dolor, se sintió tranquila por primera vez en doce años.
—Matías… te amo —soltó al fin sin poder evitarlo. Esas dos palabras lo hicieron flotar– y… ya no quiero luchar contra esto —acarició su mejilla con suma atención–. Sólo te pido que… me tengas paciencia —lo miró a los ojos sin quitar su mano. Él se sentía preso de un embrujo, era como si hubiera tomado alguna poción–, esto… es nuevo para mí, no tengo idea de cómo comportarme ni qué decir, sólo sé que me gusta estar a tu lado y todo lo que provocas en mí aun cuando no estás —esa pequeña confesión fue lo más dulce que le había escuchado decir.
—Eso es lo único que quería saber… no temas a mi lado, solo déjate llevar, créeme que yo tampoco sé cómo actuar y eso me encanta, contigo también todo es nuevo y quiero disfrutarlo, cada cosa, cada momento, cada segundo —la acercó de nuevo y la besó pero ahora de una forma más exigente, ambos lo necesitaban. Sus lenguas se encontraron de inmediato, casi en el acto; sentían la necesidad de tomar todo el uno del otro y así lo hicieron. Penetraron sus seres con ansiedad, intercambiando no sólo alientos, fluidos, si no promesas, verdades, certezas. Cuando al fin se separaron ambos sonreían sin dejar de mirarse. Ver ese gesto en su rostro lo tranquilizó, porque aunque no traía buen semblante, le daba a entender que estaba más serena, que por primera vez se sentía segura.
—Me gustan tus besos… —le confesó tímidamente al separarse de sus labios gruesos y delineados. Eso lo hizo reír por primera vez en casi dos días.
–Eso espero, porque no pienso dejar que beses nunca a nadie más.
—No planeo hacerlo, pero tú tampoco —el hombre levantó la mano solemne.
–Eso te lo prometo —ella escondió su rostro en su pecho. Se sentía bien ahí, tranquila, confiada y… feliz. Sí, a pesar de todo, ese sentimiento logró emerger y la sensación fue inigualable.
—Matías…
—Mmm —no recordaba sentirse más completo en su vida, con ella bajo sus brazos no necesitaba nada más. Jugaba con aquel cabello que lo enloquecía y con el que había soñado miles de veces en perder sus manos sin restricción.
—Sé que… no es restaurante… pero tengo hambre —él rió al escucharla hacer alusión a lo que hacía unos meses le advirtió. Todo parecía ahora tan lejano.
—¿Te burlas de mis palabras?
—Un poco, de verdad me diste miedo cuando te vi. Fuiste… duro —un pequeño remordimiento lo atravesó, no lo decía acusándolo, parecía simplemente recordarlo y el saber que se había tenido que topar tantas veces en su vida con situaciones como aquella o peores, hizo que el corazón se le contrajera. Ya sabía mucho, pero seguro existían millones de detalles que lograron hacerla tan desconfiada, reservada y fría cuando se le confrontaba. Aun podía recordar cómo hacía unas semanas se comportó cuando la descubrió con Pedro. Su actitud lo dejó perplejo y helado. Sin embargo ya comprendía porqué se comportaba así, ella se ponía en un lugar seguro, lejano, se protegía como seguramente ya estaba acostumbrada de las acusaciones y críticas de los demás. ¿Cuántas cosas más habría vivido? La respuesta a esa pregunta le dolía incluso físicamente.
—Lo siento yo… no sabía nada de ti Andrea, pero además, verte con ese disfraz que traías cuando llegaste me dejó asombrado —la sintió reír. No parecía tener planes de salir de su refugio y eso le fascinaba.
—Lo sé, era una manera de… molestarla. Un poco inmadura, lo acepto —ahora de nuevo sonaba seria.
—¿Lograste el efecto deseado?
—Sí… un poco, ella odiaba a la gente que se vestía así y… luchaba todo el tiempo por permanecer en sociedad, no hay nada que le guste más, así que ridiculizarla era… una manera de vengarme, algo infantil, pero… nada era fácil ya.
—Te comprendo… —repentinamente se separó. Lo veía suplicante.
–Matías… ayúdame a olvidar… por favor —le rogó con los ojos de nuevo razados. Sintió cómo el alma se le quemaba lentamente, tomó sus manos y las beso con devoción.
–Te lo juro —un par de lágrimas brotaron por su joven rostro sin poder evitarlo. Lucía exhausta—. Creo que lo mejor por ahora es que bajemos a comer… ¿de acuerdo?... vamos a intentar olvidarnos un poco de todo esto. Quiero disfrutar el hecho de que por fin me hayas dado el “sí” —la forma en la que dijo lo último logró hacerla sonreír.
Entre los dos calentaron lo que Indira dejó preparado. Matías no paraba de buscar un contacto con ella, le robaba besos cada que podía y Andrea, aunque lucía al límite de sus fuerzas y su mirada aún guardaba dolor, sonreía alegre, relajada. Platicaron de cosas sin importancia, ya no querían pasar a terrenos serios, no por un rato. Cuando llegaron a la planta alta ninguno de los dos quería alejarse del otro.
Ella lo miraba preocupada. Él se acercó y la abrazó cariñoso.
—¿Qué sucede Belleza? —le gustaba cómo se escuchaba esa palabra en su boca.
—Es que… no quiero estar sola… ¿podríamos pasar un momento más juntos? —claro y no un momento, la eternidad si pudiera, el problema era que ella quedaría inconsciente en cualquier momento debido al cansancio; era un hecho que no había dormido durante la noche y al parecer en el día tampoco, además recordarlo todo de una forma tan brutal logró hacer mella en su organismo.
—Hagamos algo, cámbiate y te veo en la sala dónde está la televisión ¿Te parece? —ella asintió tímida, peor claramente animada. Tomó su rostro entre las manos–. Y que no te de vergüenza decirme lo que piensas o sientes ¿de acuerdo?, créeme que yo nunca quiero separarme de ti —quince minutos más tarde prendían el aparato. Ella traía un pijama negro, un tanto abrigador y ya lucía pálida para ese momento, mientras que él, acostumbrado a dormir con apenas un bóxer, se tuvo que enfundar en unos pantalones para dormir junto con una camiseta vieja. Abrazados, uno al lado del otro, le cambiaban de canal sin ponerle demasiada atención a los programas que había. Unos minutos después, sin que ninguno de los dos se percatase, cayeron rendidos sobre aquel sofá.
Durante la madrugada Matías despertó incómodo por la posición. Andrea dormía serena sobre su pecho completamente acurrucada y ajena a todo, su respiración era sueva y pausada. Sonrió al verla disfrutando de su cercanía, al saberla completamente abandonada ante el sueño; en verdad era muy tierna, pero por si eso fuera poco, era una belleza con todas sus letras: su cabello, sus ojos, su cuerpo, su corazón, su carácter y su fortaleza. Acarició su melena de color tan extraño durante unos segundos, sujetó su mano laxa y se la llevó a la boca, estaba un poco fría. La temperatura había bajado bastante durante la noche, pero a ella parecía no importarle, estaba completamente perdida. La cargó con mucho cuidado; al instante, quejándose en sueños, la chica se acurrucó sobre su pecho, anduvo hasta su recámara con la intención de dejarla ahí, pero lo cierto era que no deseaba separarse de ella. Dudó por unos segundos y después caminó a su habitación. La depositó con cuidado en su cama mientras ella ni siquiera parecía notar lo que sucedía. La arropó con las cobijas mirándola unos segundos con adoración, después fue hacia el lado contrario para recostarse también, los ojos le ardían, moría de cansancio aun. El problema fue que el saberla tan cerca aceleraba su pulso, se acercó hasta ella sin poder evitarlo y la rodeó con sus brazos. Respiró su olor una y otra vez, el deseo lo atravesaba como una bala certera y a corta distancia, sin embargo, lo único que de verdad quería, era tenerla así, junto a él, segura y serena.
Por la mañana el timbre del teléfono los hizo despertar. Ya el sol había salido hacía varias horas al parecer. Andrea observó aturdida a su alrededor. Matías ya contestaba adormilado. No comprendía cómo terminó ahí. Recordaba haber estado viendo la televisión con él en aquel cuarto, pero luego… nada. Luchó por no sentir esa ansiedad de no saber qué había ocurrido. Ambos estaban vestidos, era evidente que nada pasó. El hombre que estaba a su lado colgó medio segundo después. Giró hacia ella aún somnoliento. Ya lo estaban buscando, no solía dormir tanto, sin embargo, el fin de semana había sido fuera de lo común por lo que él también se sentía al límite de sus fuerzas la noche anterior. En cuanto lo vio, despertó de inmediato, parecía preocupada y un tanto asustada. Se acercó a ella de inmediato y acarició su mejilla desconcertado.
—¿Qué sucede? —Andrea reaccionó enseguida un tanto confundida.
—¿Cómo… llegué aquí? —comprendió enseguida su miedo. Maldijo en su interior. Era evidente que la sensación de no saber lo que ocurrió la alteró de esa forma.
–Nos quedamos dormidos y… yo tampoco quería estar alejado de ti, así que te traje aquí conmigo ¿Te molesta? —le hablaba con una ternura infinita. Ella negó más relajada.
–Lo siento… es sólo que… lo siento —sacudió la cabeza intentando borrar su ansiedad.
—No, perdóname tú a mí, no debí —al escucharlo decir eso se tranquilizó.
–No te disculpes, la verdad es que… verte al abrir los ojos no me desagrada en lo absoluto —parecía que la nube negra se había disipado. Él sonrió al escucharla, estaba simplemente hermosa, aun un poco hinchada por tanto dormir y tenía el cabello un tanto alborotado. Era terrenal, real.
–Te ves preciosa —le dijo ya acercándose a ella como un león a su presa. La joven sonrió nerviosa–, y debes saber que cuando suceda algo entre tú y yo estarás completamente despierta —Andrea ya sentía la almohada sobre su espalada mientras el cuerpo de él la apresaba sensualmente. No sabía si salir corriendo de ahí o reír ante su actitud.
—Matías… Pedro debe estar esperándome —lo hizo a un lado rápidamente poniéndose de pie en segundos. Él soltó una pequeña carcajada poniéndose con agilidad frente a ella.
–Lo sé y será mejor que te vayas de una vez si no quieres atenerte a las consecuencias, tú… me vuelves loco —ella pestañeó varias veces notando cómo su voz enronquecía y sus pupilas se dilataban por la excitación. Era asombroso saber que provocaba todo eso en él, en ese hombre que ahora podía admitir, amaba.
–Eso no es justo, tú fuiste el que me trajo aquí…
—Eso fue ayer y ambos estábamos agotados, ahora estás aquí, en mi recámara, despierta, mirándome con esos ojos que matan y envuelta por ese cabello que me fascina. Jamás haría algo que no quisieras, sin embargo… —tenía ya enredado uno de los dedos en su pelo observándolo extasiado. Andrea no sabía qué hacer, lo deseaba, por supuesto que sí, ¿quién no?, bastaba verlo por Dios, pero además lo adoraba. No obstante, aún sentía temor de darse cuenta que de alguna forma, sin que supiera, había compartido su cuerpo sin reparos con alguno de esos hombres que despertaron a su lado hacía algún tiempo
–Sin embargo… —continuó ella respirando agitada–, no es el momento —le quitó su mechón, le dio un rápido beso en la boca y salió de la habitación prácticamente corriendo. Sonrió feliz al verla actuar de esa forma. Andrea lo tenía completa y absolutamente perdido, pasar la noche junto a ella había sido mágico, pero verla al despertar fue sublime. La amaba, definitivamente esa chica tomó todo de él y saberlo, lo llenaba de vida.
Ambos duraron más de la cuenta bajo el agua sin imaginarlo. Él se regañó varias veces por su reacción, no quería presionarla, mucho menos asustarla. Verla ahí, recién levantada y en su cama, pudo más que toda su cordura. Entró a la cocina esperando encontrarla.
—Hijo… buenos días —la voz de María sonaba extraña. Agarró la taza de café que ella le tendía y le dio un trago frunciendo el ceño.
–Andrea ¿ya bajó?
—Sí, hace unos minutos, apenas y bebió del jugo y salió para alcanzar a Pedro —él asintió incómodo por la forma en que la mujer lo observaba.
–Yo también debo irme… nos vemos más tarde —María estuvo a punto de soltar una carcajada. Algo había sucedido el fin de semana. Ya todos sabían que se besaron en las caballerizas el sábado por la tarde y que luego desaparecieron por horas. El día anterior, Ernesto decía que Matías voló a la capital y llegó al anochecer mientras que Andrea permaneció todo el día en su recámara sin probar bocado. Y esa mañana, al ver que ninguno de los dos bajaba marcó a ambas habitaciones, sólo en la de él contestaron, lo había despertado y eso era totalmente atípico. Minutos después ambos bajaron, de inmediato se percató que algo cambió en sus miradas y aunque la de ella parecía más triste de lo normal, también alcanzaba a percibir el mismo brillo que había visto en los ojos de Matías.
–No te preocupes, ya empezamos. Rosauro fue a conseguir unas cajas —Andrea se disculpó con Pedro por llegar tan tarde, para enseguida ponerse a trabajar-
—De acuerdo… hay que tirar todo eso —señaló varios cacharros oxidados de una esquina del pequeño bodegón–. Parece que son de la época de la inquisición —el chico los tomó obedeciéndola mientras ella seguía categorizando cajas con papeles que databan de hacía casi un siglo y que habían ido a parar ahí por ya no tener importancia.
–Andrea…
—Mmm.
—¿Es cierto que tú y el patrón… pues… —alzó la vista al escucharlo arqueando una ceja.
—Yo y el patrón… ¿qué? —el muchacho parecía apenado al tiempo que un rubor subía hasta la base de su cabeza.
—Pues… dicen que los vieron besándose —ella pestañeó varias veces sin saber qué decir—. ¿Es verdad?... porque digo… no me parecería raro, ya te dije que yo tengo mucha experiencia en esas cosas y… bueno… tú eres muy bonita… digo, si yo fuera él y tuviera su edad… —cargó una caja fingiendo desinterés–, también me gustarías y… también te besaría —Andrea lo miró azorada. Quería que la tierra se la tragara, no entendía porqué le daba tanta vergüenza que los hubieran visto.
—Pedro ¿estás coqueteando conmigo? —necesitaba cambiar de tema, el chico cayó redondito.
–¡No!, claro que no…
—Entonces ponte a trabajar y deja de estar repitiendo todos los chismes que escuchas, ojalá y así se te quedara grabado todo lo que te enseño.
—Eso no es justo, claro que me aprendo todo lo que me dices… —comenzaron a discutir como solían sobre banalidades.
Ya estaban los tres acomodando lo último para irse, cuando Andrea escuchó su voz en la entrada del lugar. Las palmas comenzaron a sudarle y la ansiedad por tenerlo cerca comenzó a apoderarse de ella sin más. Unos segundos después ya estaba de pie en la entrada del pequeño cuarto del bodegón.
—¿No piensan ir a comer? —Andrea le sonrió al verlo con cierta coquetería que era desconocida para él, pero que se le antojo adorable, así que imitó su gesto feliz por volver a verla.
La mañana fue un pequeño suplicio, cada segundo pensaba en sus ojos, en su boca, en su cabello... y más de una vez estuvo a punto de dejar lo que hacía para ir a verla. Sin embargo, se contuvo, debía darle su espacio y por otro lado tenía mucho trabajo.
—Sí patrón, ya terminamos —Rosauro fue el primero en desaparecer feliz porque su jornada ahí había concluido, aunque en silencio disfrutaba de los chismes que ese par le regalaban sin fijarse. Andrea iba a mover una caja cuando Pedro se la quitó.
–Yo lo hago… nos vemos al rato —ella asintió cariñosa y se dirigió a Matías sonrojada. Este tomó su mano en cuanto la tuvo cerca llevándosela a los labios con deliberada lentitud. Habían caminado unos cuantos pasos cuando la detuvo.
–Te eché de menos… —susurró ya casi sobre su boca. El recuerdo que tenía de su roce nunca le hacía justicia, eran delicados y arrebatados, al mismo tiempo la hacía olvidarse de todo y le despertaban la necesidad de querer más—. Dios… me enloqueces —la tenía bien agarrada por la cintura–. Haces que me olvide de todo Belleza.
—Eso no está bien —respondió ella sonriendo. Matías arqueó una ceja al escuchar su tono ligero.
–Creo que tienes razón, pero esa joven de la que me he enamorado como un adolescente no deja de sorprenderme, es lo más tierno, hermoso y delicioso que jamás hayas visto —ella rodeó su cuello pegándose a él sin pensarlo, olvidando de pronto dónde estaba.
–Parece que hablas de un caramelo señor.
—No, hablo de lo más suculento con que me he topado en mi vida, hablo de que para mí esa sirena de ojos imposiblemente verdes y de sonrisa fácil ya lo es todo. No sabes lo que haría por una mirada suya, por poder enredar mis manos en su cabello para siempre… esa mujer, es la mujer de mi vida y definitivamente la amo —Andrea casi pierde el conocimiento ante esa declaratoria; es que ese hombre era imposiblemente maravilloso, perfecto y suyo.
—Y… ella… ¿también te ama?
—Eso espero, si no, no importa —lo decía despreocupado.
—¿No?
—No, porque me dedicaría toda la vida a enamorarla.
—Y… ¿si no lo lograras?
—Con lo que siento alcanzaría para los dos… —ese juego estaba resultando divertido y excitante, le gustaba.
—Uf, qué bueno que no es el caso… —la acercó más hasta casi rozar sus labios.
–Y doy gracias a Dios por eso —la besó nuevamente perdiendo una de sus manos como tanto deseaba en su cabello. Lo llevaba sujeto por una larga trenza, sin embargo, no tuvo problemas para enroscar sus dedos en él.
—Te amo… —susurró ella contra sus labios.
–Te amo —respondió él dándole ya pequeños besos. De pronto, Andrea descubrió que Pedro estaba de pie en la puerta del cuartito observándolos abochornado. Lo habían olvidado por completo. Se separó de inmediato de Matías. Este notó su reacción girando hacia donde ella veía. Sonrió al darse cuenta de qué era lo que sucedía.
—Lo siento patrón… —estaba colorado de pies a cabeza–. Nos vemos en un rato Andrea —medio segundo después desapareció claramente nervioso. Ella se mordió el labio y miró a Matías preocupada. Él la tomó de la mano y caminó rumbo a la salida.
–Todos se enterarán —se detuvo al escucharla.
—Claro que así será, no pensaba ocultarlo. Es más, quisiera que todo el mundo lo supiera —Andrea se angustió de inmediato–. Hey… —acunó su barbilla sereno–. Aunque muero de ganas de que tu hermano sepa que esto es muy enserio, no se lo diré, sé las consecuencias que eso tendría y no pienso arriesgarte ¿de acuerdo?, pero aquí no hay peligro y podemos estar libremente. Así que… a partir de este momento quiero que a todos les quede claro que estamos juntos y que te amo Belleza —ella asintió intentando sonreír. Y para demostrarlo, en cuanto salieron, pasó una mano por su cintura posesivamente mientras se dirigían hacia la casona. Ver el rubor en sus mejillas le encantó, más aun su nerviosismo.
Andrea era increíble, enfrentó una vida llena de adversidades y situaciones que a cualquiera lo hubieran doblegado y sin embargo, parecía querer huir de tan sólo pensar que todos en aquel lugar supieran lo que entre ellos ocurría. Era evidente que nunca había tenido novio, le dolió saber el porqué de aquello. Andrea era preciosa y seguramente más de uno buscó acercarse anhelando algo más que su amistad, sin embargo, ella no había podido darse ese lujo y entendía muy bien sus razones. Y, a pesar de saber que él era el primero con el que cedía y que eso era un privilegio pues aprendería muchas cosas a su lado, no lo hacía sentir feliz. El hecho de que su vida no hubiera sido la de una chica normal lo llenaba de rabia, nadie se merecía vivir algo como aquello, pero ella mucho menos. Le dio un beso en la sien casi llegando a la puerta trasera, su ahora novia, aun parecía ansiosa. Así que la soltó dejándola pasar primero, no la presionaría en ese momento, quería verla feliz y tranquila.
—Llegan a tiempo… —Andrea se colocó como siempre frente a la estufa para investigar con curiosidad genuina lo que había para comer, por lo que María le compartió la preparación, como solía hacerlo. Él se sentó contemplando la escena; la última vez que reparó en ello salió corriendo de ahí, pero en ese momento era diferente, no existía algo que deseara más en el mundo que perpetuar esos momentos. Con Andrea ahí se sentía en un hogar, la sensación era ya tan común y a la vez tan nueva, nunca antes la había sentido ni siquiera de pequeño, sin embargo, desde que ella entró a su vida tenía ganas de regresar a casa cada que la jornada terminaba; escucharla reír, conversar, verla probar la comida inquieta por saber a qué sabía, pasar una tarde viendo simplemente el televisor, escucharla opinar inteligentemente sobre cualquier tema relacionado con la hacienda, en fin… sentirla simplemente a su alrededor lo llenaba de vida y de ganas que así fuera siempre. Ella se sentó unos segundos después donde solía hacerlo, del otro lado de la mesa casi frente a él. Sonrió al notar el gesto, pero ahí la dejó, ella marcaría la pauta en esa ocasión y Matías la seguiría. Comieron animadamente platicando sobre cosas sin importancia. María les comentaba sobre alguna de sus anécdotas con su, ya fallecido, esposo, mientras ambos la escuchaban atentos.
—Este flan está delicioso… —María ya estaba acostumbrada a las continuas adulaciones que Andrea hacía sobre su comida. Siempre la disfrutaba y saboreaba como si nunca la hubiese ingerido.
—¿Quieres más? —ella asintió sonriendo.
–Uno más porque si sigo así creo que no cabré por la puerta de la cocina en unos meses —lo decía sin una pizca de vanidad, más bien como aceptando que eso sería la consecuencia a sus glotonerías.
—Lo dudo niña, eres un muchacha que nunca se cansa, más bien creo que deberías de comer más —Matías las observaba dando un sorbo a su café.
—¿Tú crees? — la joven se miró el cuerpo dudosa.
—Yo creo que eres perfecta así como estás —ambas giraron en dirección a Matías. Hasta ese momento no había intervenido prácticamente para nada en la charla. Andrea se sonrojó enseguida–, pero come tu otra rebanada Belleza, creo que ya es momento de ir a ver a Almendra, desde el sábado no la visitamos y me parece que es hora de dedicarle un poco de tu tiempo —Andrea entendía por su mirada que no se refería precisamente al caballo con lo de “tu tiempo” así que asintió sin poder decir más.
En cuanto ella terminó de engullir otro pedazo de ese postre que parecía adorar, se levantó de la silla y se acercó hasta su lugar tendiéndole la mano. Andrea miró a María y luego a él con franco nerviosismo.
—¿Vamos? —la joven aceptó el gesto sin tener más remedio. Se sentía especialmente tímida con esa mujer observándolos; no recordaba muy bien lo que era tener una madre, pero esa mujer ejercía sobre sí misma algo similar a lo que se siente cuando se tiene una—. ¿Pasa algo? —durante toda la comida la sintió distante, prácticamente evitó sus ojos, su roce y aunque no pensaba presionarla, sí sentía una necesidad casi compulsiva de tenerla a su lado, de poder tocarla y olerla sin parar. Ya iban llegando al lugar donde la yegua descansaba cuando al fin respondió.
—Matías… no sé… me da un poco de vergüenza con María… ¿Qué va a pensar? —él se detuvo para de inmediato acariciar su rostro tiernamente.
–Nada… que nos queremos, ¿tú crees qué de verdad ella no se ha dado cuenta de lo que sentimos?
—Sí… digo… supongo… ¿es tan evidente? —parecía confusa. Esa ingenuidad era parte de lo que lo tenía completamente enamorado. A pesar de lo que vivió conservaba intacta esa parte. Sentía que duraría toda una eternidad para descifrarla.
—Claro que es evidente, por lo menos de mi parte sí, no intento ocultarlo. Pero por favor —tomó su barbilla acercándola aún más a él–, deja de preocuparte por esas cosas, yo hablaré con ella y se lo diré ¿de acuerdo? Quiero que te sientas libre Andrea, aquí nadie te juzgará ni pensará nada malo de ti. Y si lo hacen, no debe importarte, tú y yo sabemos lo que sentimos ¿no es cierto?
—Sí, tienes razón. Es sólo que… no sé… ella en especial se ha portado muy bien conmigo y no quisiera decepcionarla.
—No lo harás, te lo juro, María te quiere mucho, porque créeme que es un hueso muy difícil de roer y tú, en cuanto pusiste un pie en esta casa, lograste cruzar esa dureza en la que suele vivir en segundos. Estoy convencido de que esto le causará más alegría que cualquier otro sentimiento. Confía en mí…
—Confío en ti —lo decía seria, dejándole ver que lo hacía en todos los aspectos. Pasó una mano por su cuello y la besó ahí, justo a medio pasillo de las caballerizas mientras ella le respondió ansiosa, sin el menor reparo.
Ese día se acercó a Almendra más de la cuenta, incluso, con ayuda de Matías le dio un poco de comer. Él sostenía su mano y la mantenía pegada a su cuerpo, mientras ella le ofrecía el alimento tratando de controlar el temor. Cuarenta minutos después permanecieron abrazados frente a la yegua. Andrea la observaba embelesada mientras él la mantenía rodeada por la cintura y pegada a su pecho disfrutando de ese íntimo momento.
—¿Crees que pueda montarla pronto? —tenía su rostro recargado en su hombro por lo que sentía su aliento cerca de su mejilla.
–Estoy seguro, eres muy valiente, no creo que tardes en superar lo que sucedió —alcanzó a ver cómo ella dibujaba una media sonrisa.
–Eso espero… —y se giró lentamente para quedar justo frente a él—. ¿Ya te dije que te amo?
—Sí, aunque no lo suficiente.
—Pues… te amo, te amo, te amo —ese gesto lo dejó más enamorado aún si eso era posible. La besó nuevamente en respuesta.
–Y yo a ti, como un loco, ¿Podrías decirme qué me hiciste?... es como si ahora fueras mi corazón, mi mente, mi cuerpo… jamás había sentido algo así —susurraba sensualmente sobre sus labios. Escucharlo hablar así la llenaba de ilusión, sabía muy bien que quiso a su esposa, sin embargo, oírlo decir todo eso y saber por su mirada que no exageraba, la hizo sentir poderosa.
—No lo sé, sólo espero que dure… para siempre.
—Esto no es pasajero Andrea, tú ya te mudaste a mi alma y no pienso dejarte marchar nunca. Cuando te dije que envejecería junto a ti no bromeé. Quiero vivir mi vida contigo.
—Matías…
—Sh —leyó el temor en sus ojos–. Sé que tienes miedo, te entiendo. Soy consciente que por ahora no podemos dar un paso en falso, pero esto no será eterno, tendrá solución y entonces volveremos a hablar del tema ¿de acuerdo? —ella asintió queriendo creer que así sería.