6
Ya llevaba casi tres meses ahí. Las lluvias torrenciales acompañadas por el calor de agosto y septiembre estaban terminando, dándole poco a poco entrada a noches más frescas, incluso a veces demasiado, el frío lentamente iba adueñándose de todo, octubre estaba en su apogeo.
Andrea salió como siempre sigilosamente, ahora más abrigada que antes, por detrás de la casa sin sospechar que María terminaba de inspeccionar el trabajo de una de las chicas en una de las vitrinas donde se encontraban diferentes antigüedades. La mujer, quisquillosa desde que lo recordaba, solía hacerlo con la luz apagada ya que la iluminación del exterior delataba los detalles mal hechos. Un objeto aún sucio apareció frente a ella cuando de pronto un movimiento casi imperceptible llamó su atención. Se quedó quieta en su lugar. Entornó los ojos suspicazmente. No solía terminar tarde sus deberes, sin embargo, tendrían pronto visitas de una comercializadora muy importante y debía verificar que todo estuviera impecable, mejor aún, perfecto si era posible.
No logró a divisar quién era, pero por la silueta y el tipo de movimientos, parecía ser una mujer. Temeraria desde pequeña, la siguió sigilosamente. Ese cabello era inconfundible al igual que la altura, descubrimiento que la dejó aturdida. Pestañeó varias veces consternada, rogaba con todas sus ganas que Andrea no estuviera haciendo alguna tontería y que ella no hubiera sido tan ilusa e ingenua como para no darse cuenta. La joven volteaba de vez en cuando para verificar que nadie la siguiera. María sentía que el martilleo de su corazón la delataría, frustración e indignación comenzaban a apoderarse de ella como si de un tsunami se tratara. La siguió hasta que se detuvo en seco al ver a Pedro que se le unía en el camino– Par de chiquillos —juró por lo bajo. Ahora sí no tenía duda, ese muchacho era terrible y sabía de sobra que se habían hecho amigos allá en el campo. Volvió a maldecir sin detener su cuidadoso espionaje. Los dos chicos de pronto desaparecieron en el viejo granero. La mujer tomó aire y entró sin hacer ruido. A lo lejos se escuchaban sus voces. Las siguió sin problema, se escondió detrás de una de las pilas de paja que estaba muy cerca de ellos, quería agarrarlos infraganti. Se sentía tan herida en su confianza y orgullo por esa niña que rechinó los dientes furiosa. En cuanto a Pedro, mocoso de pacotilla, ahora sí se encargaría que aprendiera la lección, nunca se había equivocado tanto. Esperó unos segundos y atusó el oído.
–A ver, enséñame —era la voz de Andrea, no parecía tener el más mínimo miedo ni remordimiento. Demonio de muchacha, pensó con las manos en un puño del coraje—. Pedro, esto no es lo que te pedí —parecía un poco molesta, sin embargo, lo decía cariñosa.
—Lo sé Andrea, pero es lo que pude —el chico sonaba culpable. María estaba a punto de entrar en escena cuando escuchó nuevamente a la joven.
–Pedro, yo arriesgo mucho cada noche escabulléndome hasta aquí para enseñarte cómo puedo lo que necesitas para regresar a la secundaria y tú me dices simplemente que “no pudiste” —al oír eso, la mujer abrió los ojos de par en par tapándose la boca por miedo a que se le saliera algún ruido debido al asombro. Andrea le estaba enseñando a Pedro.
—Lo sé, pero no tuve mucho tiempo, lo siento.
—No Pedro, si no pones de tu parte yo no puedo seguir y es más, si tú no le echas ganas le diré todo a Matías y a Ernesto, no me importa que a mí también me regañen, bien merecido lo tendré por intentar ayudar a alguien que no quiere que lo ayuden —Andrea parecía muy enojada. En el tiempo que llevaba de conocerla, nunca la había escuchado así, pero una parte de ella le daba gusto que alguien lo estuviera poniendo en su lugar a ese chiquillo rebelde.
—No, no por favor, quiero que sea una sorpresa y si les dices y aún no sé nada, mi apá y el patrón ya no me dejarán estudiar, ellos me lo dijeron —María ya comprendía el porqué del secreto y sintió cómo su corazón se le comprimía al entender lo que esa chica estaba haciendo. En ese instante sintió unas ganas terribles de protegerla, ahora no tenía ni la menor duda: Andrea no era quien decían que era y la defendería del mismo Matías si era necesario.
—Entonces prométeme que harás los ejercicios que te dé y dejarás de quejarte por todo e inventando escusas —ya la había convencido ese muchacho de porras.
—Sí, lo prometo. No volverás a enojarte, lo juro —Andrea ya no dijo nada más. Con mucho cuidado salió de ahí, no iba a descubrirlos; lo que hacían no tenía nada de malo y cuando se llegara a saber ella intervendría por los chicos. Caminó serena hasta la casa para terminar sus quehaceres sintiéndose de nuevo orgullosa de su sexto sentido y regañándose por dudar seriamente de él, jamás le había fallado.
Andrea regresó a eso de las diez treinta a la casa. María esperaba escondida en la oscuridad; casi dos horas había estado con Pedro. Varias preguntas se agolparon en su cabeza: ¿Lo harán diario?, ¿siempre duraban lo mismo?, ¿nadie de verdad lo sabía? Decidió que los próximos días estaría más al pendiente para saber si así era, sentía mucha ternura por ella, trabajaba todo el día y aun así ayudaba a Pedro cuando podía ya estar profundamente dormida como hasta ese día todos creían.
Después de fijarse los próximos cuatro días, se dio cuenta de que así era. Ella se escabullía alrededor de las ocho treinta y Pedro la acompañaba de regreso a la misma hora que el día que los descubrió. El que no cruzara sola el casco de la hacienda y aquellos lugares desolados a esas horas, la dejó más tranquila, sabía bien que el lugar era seguro, pero nunca era bueno confiarse. Por otro lado, no debía descuidar ese tema por si Ernesto, Matías o cualquier otro se daban cuenta. Ambos muchachos tenían pésima reputación y ese par de hombres no dudarían en hacer el mismo juicio que ella había hecho, con la diferencia de que ninguno tendría la paciencia que ella tuvo para escuchar lo que en realidad pasaba.
Los días seguían transcurriendo, todo permanecía en perfecta calma. La cosecha estaba por terminar y Andrea se sentía más feliz ahí que en los últimos doce años. Sabía que Matías hablaba con Cristóbal cada cierto tiempo; ella no había tenido el más mínimo deseo de hacerlo y cuando éste le preguntaba si quería intercambiar unas palabras con su hermano, daba un tajante “no” por respuesta. Habían pasado ya demasiadas cosas entre ellos que no tenían solución y que probablemente nunca la tuvieran. Andrea sabía que él siempre estaría listo para creer lo peor, por otro lado, ella jamás le podría perdonar haber metido a esa mujer a sus vidas y que por su decisión, tuviera que haber vivido ese infierno. Todo eso, con el paso de los años, dejó heridas que jamás podría cerrar, pues sabía que si algún día lo hacía, tendría que ser con ayuda de un profesional ya que su niñez y adolescencia no fueron como debieron ser y eso la había marcado de muchas formas.
Matías sentía enloquecer. Cuando parecía avanzar en la relación con ella algo cambiaba en su mirada y retrocedía. Lo cierto era que sin sospecharlo, Andrea se sentía relajada y contenta a su lado. La seguridad que le brindaba aquel lugar y su dueño era algo que hacía mucho no experimentaba, no obstante, la atracción que sentía por él la hacía sentir insegura y demasiado vulnerable. No quería que se diera cuenta por ningún motivo, probablemente ardería de coraje y la echaría de ahí. Por otro lado, era el mejor amigo de su hermano, aunque en los últimos años su contacto hubiera sido escaso y como si todo eso fuera poco, tenía diez años más que ella, por lo que creía que probablemente la veía más como una chiquilla boba, revoltosa, inmadura, consentida y bastante desubicada, que como una mujer que estaba desesperada por vivir, olvidar, soñar y sentir.
Por lo que a Pedro respecta, a excepción del regaño de hacía unos días, parecía tomarse muy enserio las clases. Él era un chico que la llenaba de vida, sus comentarios la hacían reír hasta que el abdomen le dolía, también con sus burradas lograba hacerla enfurecer, sin embargo, disfrutaba cada noche de su compañía al igual que su ayuda en el día. Lo mejor de todo eso, era que a pesar de no tener experiencia como maestra, Pedro estaba avanzando. Debía reconocer que de verdad el muchacho tenía muchas ganas de aprender y enmendar su error, así que ella lo seguiría ayudando, sólo esperaba que las cosas salieran como las estaban planeando.
Llevaba varios días completamente sumergido Matías en su trabajo. La hacienda no le daba respiro, además en una semana esperaba visitas de dos comercializadoras extranjeras que iban agregar sus productos y querían conocer los procesos. Por lo tanto apenas tenía un respiro. Sus momentos con Andrea los domingos por la tarde eran sagrados; comía con ella sin importar nada, ni siquiera si el mundo entraba en coalición y se quedaba a su lado hablando de flores y de la hacienda por varias horas. Cuando estaba con ella el tiempo dejaba de cobrar sentido y era consciente de su cuerpo, a tal extremo, que después de ese lapso debía inventar alguna excusa y desaparecer ya que estaba seguro de que si no lo hacía, la besaría y le haría el amor sin miramientos, ahí, sobre la mesa de ese lugar. Esa mujer lo tenía ya enfermo, desquiciado en realidad. No le molestaba sentirse así, al contrario, tenía que aceptar que era refrescante y completamente nuevo, incluso, comenzaba a percatarse que el recuerdo de Tania cada día era más débil y totalmente ensombrecido por las sonrisas genuinas de Andrea o por sus ojos anhelantes al querer saber más.
—Hijo ¿no tienes hambre?, mira que últimamente casi ni te apareces por aquí —salió de sus pensamientos al escuchar a María. Asintió aún atolondrado por el curso que llevaban sus pensamientos y comenzó a comer—. Matías, ahora qua la cosecha termine ¿Qué haremos con Andrea?, al principio pensé en los caballos —él negó enseguida recordando su reacción–. Sí, lo sé, Héctor quedó tan impresionado con su rostro que aun después de tanto tiempo lo sigue comentando.
—Y créeme, no exagera María, debo confesarte que verla así a mí incluso me asusto, pensé que había perdido la razón.
—Bueno… es que con lo que te contó no es para menos hijo, esas cosas tardan mucho en quitarse, tu deberías ayudarla —el hombre frunció el ceño sin comprender cómo. La mujer estaba sentada frente a él con un vaso de agua fresca entre las manos.
—¿Ayudarla? María, creo que la tendría que llevar al hospital si la acerco a un caballo nuevamente —y eso era algo a lo que no pensaba exponerla, no después de ese día.
—Hijo, a muchos chicos aquí les pasan cosas parecidas. No digo que la obligues a montar de nuevo, pero si poco a poco la vas acercando de nuevo a ellos y haces que les vaya perdiendo el miedo, a lo mejor con el tiempo vuelve a montar… —Matías no había pensado en eso. Después de lo ocurrido simplemente se prometió no volver a causarle una impresión como aquella, sin embargo, lo que María decía no sonaba tan descabellado, podía intentarlo.
—Puede ser… tengo que pensarlo muy bien, no quiero volver a ver esa expresión en su rostro, en serio no te imaginas cómo se puso —la mujer lo miró comprensiva. Se daba cuenta de los sentimientos que él tenía hacia ella y de la manera que intentaba torpemente disimularlos o ignorarlos. Lo cierto era que ambos se gustaban y mucho, pero ninguno daba su brazo a torcer ya que debía aceptar que motivos no les faltaban, aunque ya para esas alturas sabía que era cuestión de tiempo. A Andrea no la conocía tanto, pero era una chica inocente y buena, ahora ya lo sabía y nadie la sacaría de esa idea. En cuanto a él, ni a su propia esposa miró de esa forma, esa joven lo tenía completamente embelesado y eso que aún no sabía lo que hacía por Pedro todas las noches.
—¿María? ¿Me escuchaste? —ésta asintió enseguida mientras él la evaluaba intrigado por su actitud ausente. Algo escondía—. ¿Pasa algo?
—No hijo, ¿Por qué la pregunta?
—Por tu sonrisa… algo ocultas —la mujer se puso de pie enseguida negando con la cabeza.
–Son tus ideas, pero bueno… ¿entonces qué haremos con ella? —Matías se dio cuenta de cómo lo evadía, sin embargo, logró captar de nuevo su atención con aquella pregunta—. En la empacadora las muchachas se la comerán viva y los chicos ni te cuento… —él lo sabía muy bien y esa no era opción.
–Lo sé, ahí no la puedo llevar… voy a pensarlo, aquí siempre hay mucho qué hacer, algo se nos debe ocurrir… Veo que es muy organizada y ordenada… Probablemente nos pueda ayudar en los graneros, oficinas de la hacienda, bodegas…
—¿Sola? No creo hijo, ella no puede cargar y mover tantas cosas —su voz sonaba preocupada–. Prometiste que serías menos exigente con ella —él sonrió al escucharla hablar así, de verdad Andrea la tenía comiendo de su mano.
—Por supuesto que sola no, le pondré ayuda. A lo mejor Pedro y alguien más para que hagan las cosas pesadas. ¿Qué pasa contigo María? la defiendes como si fuera un ángel y yo el diablo —la mujer sonrió ante sus palabras.
—No es eso hijo, es sólo que estos meses no nos ha dado ninguna queja… y tú prometiste…
—Sí, lo sé, no te preocupes. Ya te he dicho que estoy de acuerdo contigo en que hay algo que no cuadra, pero por más que intento que hable, no lo logro… En fin… lo cierto es que aquí no ha dado ningún problema y mientras así siga se le tratará con consideraciones y sin exageraciones, después de todo a lo mejor ya escarmentó y quiere cambiar —ambos se miraron sin decir más pero seguros de que eso no era.
Andrea estaba rendida, el trabajo en el campo era agotador. No podía quejarse, el tiempo se le pasaba de prisa y aunque no era muy rápida, se daba cuenta de que hacía mejor la recolecta al paso de las semanas.
–Gracias Lorenzo, nos vemos mañana.
—De nada señorita… descanse, hoy se ve más cansada —ella le sonrió amablemente.
–Lo estoy pero ya se acabó el día así que… —bajó de la camioneta y cerró la puerta tras ella. Elevó su mano para despedirse mientras él hacía lo mismo. Ese hombre le caía muy bien, siempre se mostraba atento y amable. En realidad todos en ese sitio eran gente que valía la pena, pensó al entrar rendida.
Se duchó sin perder el tiempo, se puso ropa limpia y a la hora de la cena ya estaba lista como siempre. Bajó tranquilamente, al llegar a la cocina vio que Matías ya estaba ahí. Últimamente casi no lo veía, cosa que sin poder evitar la decepcionaba, pero que fingía que le daba igual. En seguida la sangre se agolpó en su cabeza, él parecía cansado; sin embargo, estaba recién bañado y vestía un jean deslavado, una playera blanca y una sudadera gris que lo hacía parecer más joven. Pasó saliva con dificultad sonriéndole amablemente.
–Buenas noches.
Aún no se acostumbraba a verla aparecer así. Su aroma llenaba la cocina y su cabello suelto, como lo traía en ese momento, le despertaba un deseo abrazador. Era de verdad demasiada tentación.
–Buenas noches Andrea —ella se acercó como solía hacer hasta la enorme cazuela y olió alegre lo que había en su interior
–Te va a encantar. Es cocido de res, ahora que está el clima un poco frío te va a caer de maravilla —ella le sonrió al escuchar a María.
–Me imagino… huele, como siempre, delicioso.
Matías las observaba en silencio. Eso ya era parte del ritual de todas las noches, ambas hacían siempre lo mismo y la sensación le encantaba, lo hacía sentir… en un hogar. Se impresionó de inmediato de sus pensamientos.
–Siéntate hija, ahora les sirven —ella obedeció y se acomodó donde siempre. Él estuvo en especial callado. Andrea lo miraba de vez en vez desconcertada por su actitud, ya no solía ser así, si bien no era todo sonrisas, sí platicaban entre los tres de cualquier tontería logrando que el ambiente durante la cena siempre fuera ameno y agradable.
María también notó su cambio de ánimo, intentó integrarlo a su conversación un par de veces, pero al ver que no la seguía, se dedicó a distraer a Andrea que parecía preocupada por el cambio de Matías. En cuanto el hombre terminó la cena, desapareció dando un escueto “buenas noches”. Ambas se quedaron mirando el lugar por donde acababa de desaparecer.
–Está muy presionado, van a llegar las personas que te he comentado y ya de por si el trabajo en ésta época es agotador —Andrea asintió un poco más tranquila al escucharla. Debía ser eso, no existía otra razón. Aun así sintió un pequeño nudo en la garganta; siempre esperaba las cenas como una de las partes del día que más le gustaban y esa no fue como solía. En cuanto acabó de engullir el delicioso caldo, le dio un beso en la mejilla a María, esa mujer se estaba convirtiendo en un ángel en su vida.
–Gracias... por todo —su mirada estaba llena de agradecimiento, era obvio que no era sólo por la cena. Un segundo después desapareció.
María se quedó helada ante la muestra de cariño. Se daba cuenta de cómo esos cambios de humor de Matías la hacían sentir insegura y temerosa, seguramente creía que su estancia en la hacienda peligraba.
Matías, después de unos minutos de caminar en el jardín intentando ordenar su cabeza, decidió salir a cabalgar. Necesitaba sentir el aire en su rostro, oler el campo, sobre todo, distraerse un poco. Andrea se iría en unos meses y él tendría que estar preparado para eso. Ella sólo estaba de paso y no tenía el mínimo interés de convertir el lugar donde residía desde hacía muchos años en un “hogar” ¿o sí? Eso ya lo había intentado con Tania y el resultado fue un desastre, sin embargo, la comparación era absurda, ambas eran agua y aceite. Una era vitalidad, sonrisas, inteligencia, misterio y una belleza natural abrazadora, mientras que la otra era delicadeza, sensibilidad, ternura y femineidad. Tania era hermosa indudablemente, pero de una manera estereotipada, jamás estaba sin maquillaje. Raro fue el día que la vio sin él, sus atuendos eran elegantes y fuera de lugar en aquel sitio, era como si siempre estuviera lista para ir a algún evento y hacer gala de su impecable estilo. Eso en algún momento le gustó si era franco, le hacía sentir orgulloso de la mujer que tenía por esposa. Con los meses que pasaron en la hacienda, comenzó a molestarle ya que era la prueba perfecta de que no estaba cómoda en ese lugar y esperaba con ansia el regreso a la ciudad y lo había logrado. Después enfermó y todo fue chantaje, manipulación, frustración y dolor, mucho dolor. De sólo recordarlo regresaba el malestar de aquellos días, la soledad e impotencia al ver que su vida se venía abajo sin entender el porqué.
Se bajó del caballo, le quitó la montura, le dio agua y lo cepilló unos minutos. El animal lucía cansado después de hacerlo correr como hacía mucho no sucedía. Caminó tranquilo para la casa, cuando de pronto, unas siluetas en la oscuridad llamaron su atención. Se escondió detrás del muro más cercano que encontró y esperó. Los siguió a lo lejos dispuesto a saber quiénes eran. Un sudor helado recorrió su columna al identificarlos. Eran Andrea y Pedro. Maldición. Se movían sigilosamente, venían… llegando. Una furia casi ensordecedora se apoderó de él haciéndolo temblar por dentro, cerró sus puños apretando los dientes, ambos le habían estado viendo la cara a él y a todos.
Se acercó rabioso a la parte trasera de la casa. En ese momento se terminaría su jueguito.
–Mañana te veo, no olvides traer lo que te pedí —Andrea susurraba, no obstante logró escucharla perfectamente. No permitió que Pedro alcanzara a contestar cuando de pronto el muchacho sintió como una mano fuerte lo tomaba del hombro y lo hacía a un lado de un empujón.
–¡Eres increíble! —la joven no alcanzó a reaccionar pues todo estaba ocurriendo demasiado rápido y sin verlo venir. Se quedó ahí, helada, observando con temor y asombro la rabia avasalladora de Matías. Tragó saliva y buscó con la mirada a Pedro. Lo siguiente que pudo darse cuenta era que él la aferraba con rudeza del brazo y la acercaba a unos centímetros de su rostro–. En serio eres una actriz consagrada… ¡pero no más! ¿Entendiste?, ¡no más!
—Patrón, no, espere —Matías giró hacia el chico iracundo.
–¡Largo de aquí! Contigo hablaré después —Pedro negó con ansiedad tratando de zafar a Andrea de su agarre, sin embargo, ella parecía inmune a todo, los observaba, ya para ese momento, sin reflejar ninguna emoción. Eso enfureció más a Matías, hizo a un lado a Pedro sintiéndose fuera de sus cabales–. Qué te largues dije… y te advierto que ésta fue la última que hiciste, no debí confiar en ninguno de los dos, ¡vete de una maldita vez! —Pedro iba a luchar de nuevo cuando Matías, más ágil que él, entró a la casa y cerró azotando la puerta.
Sin soltarla, la obligó a caminar a su paso hasta llegar a la puerta de su habitación.
–Mañana hablaré con tu hermano, y te irás de aquí —Andrea sintió que el agujero en el corazón que, comenzaba a sanar, volvía a abrirse dejando expuestas todas esas viejas heridas con las que había convivido desde su infancia. Ni siquiera le preguntaba, daba por hecho que ambos estaban haciendo algo malo, como siempre todos la creían capaz de lo peor–. ¡Dime algo! —le exigió zangoloteándola midiendo su fuerza.
—Tú ya lo dijiste todo —murmuró con la mirada clavada en sus ojos. No veía ni un poco de remordimiento, de miedo, vaya, no veía nada que le demostrara que comprendía lo que acababa de hacer.
–Eres soberbia. Debí hacer caso de lo que tu hermano me dijo. Tú solo sabes morder la mano que te da de comer, herir a quienes confían en ti —la soltó mientras la escudriñaba despectivamente. Andrea continuaba impávida–. Mañana no tendrás tregua en el trabajo, los días que te queden aquí seré implacable ¿comprendiste?, se acabaron las consideraciones, no te las mereces. ¿Cuánto tiempo llevan escapándose?, ¿qué hacían? —ella continuaba distante, fría. Eso lo estaba poniendo aún más furioso pero al mismo tiempo lo desconcertaba, era como si se aislara y estuviera en un lugar muy lejano donde absolutamente nada entraba ni salía–. Entra a tu recámara de una maldita vez —masculló sin saber qué más decir. Ella giró en redondo e hizo lo que le pidió sin chistar.
Ya en el interior esperó a que sus pasos se alejaran. Se encerró en el baño y sintió de nuevo ese frío en el cuerpo que tanto tiempo la había acompañado. No se defendió, ¿por qué? Se miró en el espejo sin verse. Muy sencillo, se contestó a sí misma agotada, estaba harta de que todos siempre parecían estar listos para creer lo peor de ella y aunque sabía que eso podría suceder, se imaginó que él la escucharía y la dejaría hablar, creería en ella. Pero se equivocó y ya no le importaba, ni él, ni nadie.
Se recostó con la mirada perdida dejándose llevar por los recuerdos de aquellos tiempos cuando sus padres vivían y era feliz, esos momentos en donde su vida era paz y seguridad. No soltó ni una sola lágrima, esas no servían de nada, sin embargo, permaneció con los ojos abiertos completamente ajena a todo.
Matías sentía nauseas de la rabia, se encerró en su estudio sopesando lo que acababa de ocurrir. No podía ir en esas condiciones con Ernesto, estaba fuera de sí, la rabia aún viajaba por su torrente como si una marea de ira lo hubiese revolcado. Encontrarla entrando a la casa a hurtadillas, notar el asombro primero y luego la frialdad de su mirada, lo dejaron colérico, parecía indiferente a su enojo, a todo. Pero las cosas no se quedarían así, esa muchacha aprendería, aunque fuera por las malas a comportarse, no podía pasarse la vida decepcionando a las personas. Bufó dando un manotazo a uno de los estantes. María se llevaría una gran sorpresa cuando supiera todo eso y sus trabajadores una inigualable llamada de atención ¿Cómo era posible que ese par hubieran podido escabullirse sin que nadie los viera? ¿Cómo?
Se sentó en uno de los sillones de su estudio hundiendo la cabeza en sus manos. Sólo hacía unos minutos pensaba que Andrea era casi un ángel a pesar de todo lo que sabía. ¿Por qué había sido tan ingenuo?, ¿cómo era que se había dejado engañar tan vilmente?
Tenía que pensar qué haría. No sabía si debía decirle a Cristóbal o ¿debía enfrentar su error y rectificar? Se sentía aturdido, rebasado y muy decepcionado.
Unos minutos después decidió lo segundo, fue demasiado condescendiente con ella y se dejó influenciar por María, no obstante eso terminaría, esa chica de sonrisa ingenua y mirada desconfiada, aprendería a dejar de jugar con las personas. En cuanto a Pedro al día siguiente hablaría con Ernesto, sus oportunidades terminaron en el mismo instante en que los descubrió.
Cuando la alarma sonó, se levantó dándose cuenta de que no durmió en lo absoluto. La actitud de Matías le había afectado más de la cuenta. Necesitaba hablar con Pedro y pedirle que dijera la verdad, no haberlo intentado sacar de su error fue una tontería, sin embargo, estaba tan acostumbrada a enfrentar así las cosas, que la reacción apareció en automático. Lo cierto era que él, al igual que todos, estaba listo para pensar lo peor de ella sin otorgarle oportunidad de defenderse, de explicar.
Se duchó, se vistió y cuando juntó todas sus fuerzas, bajó. En el comedor no estaba ni María ni él, no sabía si alegrarse o gritar, como siempre, no hizo ninguna de las dos. Se sentó en silencio y esperó a que le sirvieran sintiéndose aún ajena a todo. Era muy difícil intentar enfrentar las cosas de una manera diferente a la que solía. Indira le sonrió, pero como siempre, no platicó nada. Apenas pudo comer, era urgente que hablara con Pedro.
Cuando llegó al campo buscó al chico con la mirada ansiosa frotándose los brazos con un poco de desespero.
–Que tenga buen día, aquí estaré esperándola hasta que termine —de inmediato comprendió que Matías ya había dado la orden de que se quedaría ahí hasta sabía Dios qué hora. Lorenzo le regaló una sonrisa compasiva y desapareció. Respiró profundo caminando sola hasta donde solía trabajar, una vez ahí, empezó su labor. La hora de la comida llegó y ni una señal de Pedro. ¿Dónde estaría? Las manos le sudaban de tan sólo pensar que lo hubiesen castigado, regañado… Dios, ¿por qué no sabía nada de él? Picó un poco de lo que le mandaron, para unos minutos después regresar a trabajar.
Ernesto había llegado poco antes de mediodía y cada que podía, la miraba molesto, con recriminación. Andrea evitó sus ojos cuando cruzaba por donde se encontraba recolectando sin cesar. Si Pedro no aparecía esa noche, no tendría otra alternativa salvo intentar hablar con Matías, no podía permitirse regresar a la capital, su vida quedaría arruinada ahora sí para siempre.
Ya estaba sola en los cafetales, llevaba casi siete canastos, los jornaleros se fueron en cuanto comenzó a oscurecer y lo peor era que aún no sabía cuántos tenía que hacer para que la dejaran marchar. El frío en aquel lugar era mucho más intenso por lo que de vez en cuando le castañeaban los dientes, por si fuera poco, su estómago comenzaba a exigirle comida. Los brazos le dolían como siempre, deseaba desesperadamente sentarse, descansar un minuto aunque fuera. Pero cuando se detenía, uno de los capataces le pedía amablemente que continuara. Cuando iba a terminar la octava cesta sintió que algo le picaba en la pantorrilla, no supo qué fue, pero enseguida sintió un pequeño ardor en la zona, se frotó con las manos encima del pantalón sintiendo un poco de alivio al hacerlo. Acabó la cesta casi a las nueve, ya no podía más, estaba sudada, sucia, las manos y brazos le pesaban, moría de hambre, de sed, pero sobre todo por poner su rostro en la almohada.
–Hasta ahí deje, mañana continuará señorita —Andrea asintió sintiéndose extrañamente mareada y con un intenso dolor de cabeza, debía ser el hambre, la falta de descanso, todo. Caminó dándose cuenta de que un sudor espeso le recorría el cuerpo desde los pies hasta la cabeza haciendo que su cabello se adhiriera a su nuca y rostro como si se hubiera mojado. Llegó hasta la camioneta de Lorenzo sin saber cómo lo logró.
–Necesita descansar con urgencia —el hombre la ayudó a subir al verla tan pálida.
Aún no entendía por qué el patrón le hacía eso a esa muchacha tan dulce, sin embargo, cuando lo cuestionó la respuesta fue tan dura que no dejó lugar a ningún otro comentario. Cuando llegaron a la casa Andrea sentía la vista nublada por mucho que pestañeaba para que desapareciera la molesta sensación; además, pequeños temblores le recorrían todo el cuerpo haciéndola sentir muy extraña. Bajó despacio intentando no preocupar a Lorenzo. Se despidió intentando sonreír. Caminó con mucho esfuerzo hasta el interior. Se detuvo un minuto para recobrar el aliento, pero al darse cuenta de las escaleras que tenía frente a ella, sintió que no podría llegar hasta su habitación. Resopló débilmente, necesitaba descansar, seguro después todo ese malestar desaparecería. Se agarró del barandal con todas las fuerzas que le quedaban y subió como pudo. El cuerpo le dolía demasiado, cada músculo, cada hueso, la ropa se pegaba a su cuerpo por el sudor. Abrió la puerta sintiendo que había corrido todo un maratón, sin saber cómo, se dejó caer sobre el colchón cerrando los ojos sintiendo que el aire no entraba con facilidad. Casi de inmediato le costó mucho más trabajo respirar, no sentía las piernas, su corazón martilleaba a un ritmo frenético, además que unas nauseas descomunales emergieron sin más, de pronto comprendió que necesitaba pedir ayuda. Se palpó la pierna sintiendo que esa zona se estaba quemando, ardía tanto que no podía siquiera aguantarlo, además lo sentía por debajo de la gruesa tela hinchado. No tenía idea qué animal le había picado, pero se daba cuenta que probablemente era ponzoñoso y el veneno ya estaba actuando en su torrente sin que nada lo detuviera. Intentó hablar e incorporarse, necesitaba avisarle a alguien, no pudo, tenía la garganta completamente cerrada y una extraña somnolencia la envolvía sin poder luchar contra ella, un espasmo le avisó que su estómago estaba a punto de devolver lo poco que ingirió en el día, no obstante, su cuerpo no le respondía. Tenía que salir de ahí, debía pedir ayuda.
Matías no podía creer lo que Pedro le acababa decir. Andrea le enseñaba todas las noches desde hacía casi tres meses. Era el tiempo que llevaba ahí. Dar con él le llevó buena parte del día. Ernesto estaba furioso y le dijo que hiciera con él lo que creyera prudente, confesándole con tristeza que ya no sabía qué hacer con su hijo. Al amanecer tuvo que salir al rastro para vigilar un embarque importante, claro, no sin antes dar instrucciones sobre Andrea y hablar con el padre de Pedro. Cuando regresó para almorzar, no pudo ver a María ya que fue hacer las compras para las visitas que esperaban el siguiente fin de semana. Sabía que la mujer se pondría furiosa cuando supiera todo lo ocurrido. Maldición, la culpa lo tenía hecho su presa. ¿Por qué no les dio la oportunidad de explicarse? Pedro apareció a media tarde con la maestra de la escuela del pueblo. No quiso hablar con él escondiéndose tras ella, la mujer le informó que era imperioso tener una conversación con el padre del muchacho. Matías no comprendió nada, por lo que lo mandó llamar enseguida. ¿A qué se debía tanto misterio? Se preguntó en aquel momento sin poder ocultar su enojo. Cuando la maestra les relató todo lo que sabía y les hizo ver que ella misma le aplicó un pequeño examen en la mañana para poder probar lo que decía, los dos se quedaron helados.
—¿Estás diciendo que Andrea y tú se escabullían para estudiar todas las noches? —Matías se sentía más desconcertado que nunca. Eso no podías ser verdad.
–Sí patrón, intenté decirle ayer pero no me hizo caso y pensé que sólo me creería si se le demostraba que era verdad —se acercó más confiado al ver que Matías bajaba la guardia, sacó todos sus cuadernos de la mochila que llevaba en la espalda y se los tendió con seguridad. El hombre enseguida reconoció la letra de Andrea. Era cierto. El tiempo se les fue mientras la maestra platicaba con ambos haciéndoles ver que Pedro tenía que continuar con sus estudios, aun no estaba listo, pero si seguía así probablemente podría entrar a la secundaria. Ambos estaban atónitos. Matías sentía un agujero en el estómago y un remordimiento del tamaño del Everest. Nuevamente fue muy duro con ella. Recordaba su rostro la noche anterior, eso lo hizo sentir mucho peor. En cuanto aquella charla concluyó, decidió ir a buscarla, pero de pronto le hablaron de los cafetales; un grano estaba al parecer contaminado, sudó frío, si era así, las perdidas podían ser millonarias. Olvidó todo y salió corriendo hacia allá mientras Ernesto se quedaba ahí resolviendo el problema con su hijo
Ya eran casi las nueve y media cuando entró a la casa. María acababa de llegar pues varios mozos estaban afuera descargando las compras. Caminó a la cocina, Andrea debía estar comiendo, acababa de hablar con Lorenzo y este le informó que hacía no menos de quince minutos la dejó ahí. Con la falsa alarma de la tarde no recordó decir que la regresaran a la hora de siempre a la casa. Ahora sí había cometido una grave injusticia. Esa chica lo estaba volviendo loco, era impredecible, extraña y demasiado hermosa y él… estaba definitivamente perdido por ella, ¿para qué continuar evadiéndolo? ya no podía ni quería luchar contra eso. Tomó aire antes de abrir la cocina e ingresó. María lo miró sonriente, estaba notoriamente atareada.
–Hola hijo.
—¿Y Andrea? —esa fue su respuesta. La mujer lo observó extrañada, Matías parecía confuso, ansioso.
–No sé, acabo de regresar, apenas estamos bajándolo todo —él giró sobre sus talones y salió enseguida de ahí. Debía estar arriba tan agotada que ni siquiera comió. Mierda. En serio se sentía pésimo.