16

 

A lo largo de esos nueve meses Andrea resultó ser una caja de sorpresas y tener una fuerza interior que explicaba muy bien el porqué sonreía a pesar de todo lo que vivió. Matías y ella llevaban juntos poco más de seis meses, su amor se afianzaba cada día que pasaba. Disfrutaban uno del otro todo el tiempo que les era posible. Incluso había días en que botaban todo y se dedicaban a sí mismos sin importarles lo que estuviera ocurriendo.
La joven se ganó, para esas alturas, el amor y el respeto de todos lo que trabajaban ahí. Siempre tenía gente que estaba al pendiente de su menor deseo y que estaba dispuesta a ayudarle en lo que fuera. Por otro lado, todos estaban asombrados por lo que logró con Pedro, este, a finales de abril, pudo pasar la primaria con su ayuda y ya estaba comenzando a cursar la secundaria abierta a distancia con ayuda de la maestra Hortensia. Debido a eso, él dejo de ir por las tardes, lo que le causó una pequeña tristeza, misma que Matías combatió con ahínco distrayéndola y pasando más tiempo a su lado ya que aunque permanecía horas en el vivero o aprendiendo sobre cocina con María, él se daba cuenta que se había encariñado con aquel muchacho mucho más de lo que se imaginaba; sin embargo, no pasaba fin de semana en el que el chico no fuera a la casa y se quedara horas platicando con ella. Su presencia surtía un efecto muy especial en Andrea, la hacía sentir relajada y joven. Matías lo notaba, así que nunca interrumpía esos encuentros por muy ansioso que estuviese por estar con ella. Mientras Andrea fuera feliz, él lo era, así de simple, así de complejo.

No podía pedir más, tenía todo lo que jamás soñó, se sentía completo y más vivo que nunca. Como el típico punto negro en el arroz, aún no lograba dar con algo que hiciera caer a esa mujer.  Las investigaciones no sólo no avanzaban a pesar de haber contratado a un par de agencias más. Para esos momentos parecía que esa mujer era una santa. Su vida era la de alguien ejemplar y llena de cualidades. Intuía que algo no estaba bien, pero no comprendía cómo era que todos coincidían en sus descripciones. Mayra, al parecer, ayudaba de verdad a la gente necesitada, asistía a diferentes eventos sociales con regularidad y en algunos, Cristóbal también. La gente que la conocía hablaba maravillas sobre ella, era religiosa, buena esposa, gastaba mucho para su gusto; sin embargo, eso no tenía nada de malo ya que con el dinero que su marido tenía podía hacer eso y más, mucho más. Varias veces al leer los informes cayó en cuenta de que era el tipo de mujer en el que Tania se hubiera convertido a los pocos años de casados si no hubiera muerto. Por más cosas positivas que eso parecía tener, ya nada le parecía más vacío que eso. En fin, a lo largo de ese tiempo tenía toda una carpeta llena de informes sobre su vida que no le servían de nada. A pesar de eso no dudaba de lo que Andrea le confesó aquella lejana tarde, él tenía la certeza de que era completamente honesta, lo que sí comenzaba a sospechar era que esa mujer fuera más inteligente de lo que creían y si se apegaba a lo que sabía, Mayra tenía alcances incalculables y la integridad emocional e incluso física de Andrea estaba en  indiscutible peligro. Precisamente por eso intentaba no hablar sobre el tema con ella, pues las pocas veces que lo hizo la joven se alteró de forma preocupante y regresaba esa mirada llena de temor y desconfianza que tanto odiaba y que deseaba borrar para siempre de su rostro. Andrea era feliz en ese lugar, por lo que tenía que pensar en otra forma de encontrar algo contra aquel monstruo.

 Faltaban poco menos de tres meses para que la mujer por quien daría la vida estuviera libre de cualquier cargo y castigo, entonces le cedería todo sin chistar presa del chantaje y muy probablemente intentaría desaparecer para siempre. Para esas alturas la conocía de sobra, sin embargo, eso no lo permitiría. Si para ese tiempo nada cambiaba, él mismo se encargaría de ocultarla, se dedicaría a encontrar pruebas en su contra y en algún momento, estaba seguro, conseguiría regresarle la tranquilidad a esa joven que jamás debió vivir algo tan repugnante. Esa noche decidió pedirle a su padre que le diera los datos sobre una buena empresa de investigación americana o europea argumentando que un conocido creía que alguien tramaba un fraude en su empresa. Su padre quedó en mandárselos a la brevedad pues debía cerciorarse de que fuesen eficaces.

Él continuaba mandando la carta firmada sobre la buena conducta de Andrea mensualmente y cada que la firmaba seguía sintiendo hervir la sangre. Miles de veces estuvo a nada de levantar el teléfono y gritarle a su amigo lo imbécil que era, estaba casado con una asesina y había puesto a su merced a su propia hermana. Sin embargo, se detenía, a pesar de todo era su amigo y si cometía alguna indiscreción su vida corría peligro. Además que el día en que todo quedara al descubierto no le alcanzaría la vida para arrepentirse de esas malas decisiones y de perder la cabeza por aquella mujer que humilló, chantajeó y abusó de su hermana y que por si fuera poco, mató a sus padres. Había veces que le parecía increíble todo lo que sabía y estaba seguro que si no creyera en Andrea como creía, en esos momentos tendría severas dudas de lo que le confesó. Sin embargo, con tan sólo verla a los ojos confirmaba que no mentía y que en su alma quedaron cicatrices demasiado profundas que ni con toda la paz y felicidad que intentaba proporcionarle, lograría desaparecer jamás.

El tiempo pasaba rápidamente, ya estaba a la mitad de mayo. El calor era insoportable, asfixiante. Andrea había estado en el vivero casi toda la mañana. Le encantaba podar las plantas, sembrar diferentes tipos, regarlas, clasificarlas, en fin…. Ahí el tiempo pasaba sin que lo notara, tanto que casi siempre Matías tenía que ir por ella para que comiera o pasaran unos momentos juntos en el día, ya sea montando, comiendo por ahí, o amándose, como tanto les gustaba. Pero ese mañana ya no podía estar un minuto más ahí, a pesar de llevar una bermuda ligera y una blusa de tirantes, el calor no le permitía estar cómoda en aquel lugar que aunque estaba colocado en un punto estratégico para que no fuese ni muy frío ni muy caliente, a ella le parecía demasiado encerrado en esos instantes. Decidió que era tiempo de dejar su trabajo ahí y que tomaría un baño pues se sentía sudorosa y pegajosa. Al salir cerró como solía hacer, sintiendo enseguida como fluía mejor el aire.

—Señorita Andrea  —giró en dirección a la voz abanicándose con la mano.

–Hola Inés ¿qué pasa? —La chica lucía un poco nerviosa así que Andrea se acercó y le regaló una amplia sonrisa—. ¿Sucede algo? —La joven le regresó el gesto mirando ansiosa a los lados.

–Ay señorita me da mucha pena lo que voy a pedirle…

—¿De qué se trata? Si puedo te ayudaré.

—Pos… es que… fíjese que mi hermana Chayo acaba de regresar de la ciuda y pos…no tiene trabajo y tiene cuatro críos que alimentar y pos… quería ver si uste podría darle algo —Andrea la miró desconcertada.

—Inés, yo no soy la que decide esas cosas, porqué no le dices a María, seguramente le encontrará algo —la chica bajó la vista con tristeza.

—No señorita, es que María me tiene un poco de mala fe y pos no creo que me ayude, en cambio si uste le dice a lo mejor lo piensa y pos la pone a hacer algo.

—Inés, no me parece que sea la forma de hacer las cosas…

—Ya sé, pero uste es bien buena, todos los sabemos aquí, mire, venga, se la voy a presentar y ya después uste decide ¿sí? —a Andrea le provocó mucha ternura su actitud y asintió sabiendo que al final hablaría con Matías y lo convencería para que ayudara a esas chicas.

Caminaron por detrás de la hacienda, Inés iba al frente parloteando, mientras Andrea la seguía muerta de calor, sentía las mejillas coloradas y muy calientes. Llegaron a una especie de bodegón que nunca había visto, estaba bastante retirado de la casa y no parecía haber ni un alma por ahí. La chica abrió la puerta sonriendo.

–Le dije que me esperara aquí mientras yo la buscaba, no quería que nadie la viera porque enseguida le irían con el chisme a María y se enojaría conmigo por andar distrayéndome de mi trabajo —Andrea asintió comprendiéndola. María era muy dura en ciertas ocasiones aunque también sabía que Inés era muy boca suelta y un poco dispersa.

Ambas entraron, olía a humedad y viejo, pero el lugar estaba extrañamente fresco, casi frío. Una chica con un rebozo estaba sentada sobre una roca en una de las esquinas, no le podía ver bien el rostro ya que lo mantenía bajo.

—Ya traje a la señorita —Andrea se acercó más para poder conversar, moría por terminar con eso y encontrarse bajo la ducha de una vez. De repente la muchacha se levantó descubriendo su cabello y su cara.

Andrea dejó de respirar quedándose petrificada.

—Hola Andy, tanto tiempo sin vernos, veo que te acuerdas de mí —pasó saliva con asombrosa dificultad, las palmas le transpiraban y su corazón estaba detenido. Odiaba ese apodo que esa maldita le puso desde hacía ya tantos años.

–Mayra… ¿Qué haces aquí? —Un sudor frío recorrió su columna vertebral, de pronto el miedo y odio acumulado por tantos años regresó como si nunca se hubiera ido.

—Inés vete y vigila que nadie venga —Andrea giró incrédula hacia la chica que ya cerraba la puerta serena. Era una trampa. ¿Por qué?

—Pero siéntate… tienes mucho que contarme ¿no es cierto? —Andrea se sintió muda de repente, su peor pesadilla estaba volviéndose realidad.

—Tú y yo no tenemos nada de qué hablar, todo lo que teníamos que decirnos me parece que ya lo dijimos.

—Te equivocas Andy… no todo.

—¿Qué quieres Mayra?... ¿Qué haces aquí? —la mujer la miró de forma cínica. Era guapa, alta,  tenía unos ojos negros como el carbón que contrastaban muy bien con su blanca piel y su cabello color cuervo. De pronto la mujer agarró fuertemente su brazo y la hizo sentarse en la roca que hacía unos momentos había estado ocupando.

—¿No te lo imaginas?... —tomó su barbilla apretándola. Andrea se zafó de un jalón sintiendo cómo la furia se apoderaba de ella. Se levantó nuevamente y se dirigió a la puerta; sin embargo, Mayra fue más rápida y la detuvo enredando su mano en el moño que Andrea se hizo hacía unos momentos. Pegó la mejilla a su rostro por detrás de ella.

–¡Suéltame! —le exigió con furia.  La sujetó de las manos e intentó zafarse.

—Eres una estúpida Andrea, te lo advertí y no me creíste —le dio un jalón más fuerte aun provocando que saliera de su boca un pequeño grito de dolor–. Pero ¿sabes? Estás de suerte… te daré otra oportunidad, pero si esta vez me fallas acabarás en un psiquiátrico y tu hermanito tres metros bajo tierra ¿comprendes?, no estoy jugando escuincla estúpida —la soltó aventándola al piso. Andrea se puso de pie enseguida enfrentándola.

 –Haz lo que quieras, no te tengo miedo, tus amenazas ya no me asustan —la mujer soltó una carcajada que la dejó perpleja; sin embargo, no se lo demostró.

—Veo que sigues siendo la misma, de verdad me sorprendes, nunca has sido fácil, siempre luchando, siempre defendiéndote, pero ¿no te quieres dar cuenta de que yo soy más fuerte que tú, que siempre voy un paso adelante y que si sigues enfrentándote a mí lo único que vas a conseguir es que un día me harte y deje de darte oportunidades?

—Di lo que quieras ya no me interesa.

—Que egoísta Andy, ¿la vida de tu hermano ya no te importa?

—Si él muere yo seré la dueña de todo… sabes bien que el testamento de mis padres así lo dispone, así que… tú te quedarás con nada y juro que si algo me sucede regalaré todo, pero al final nada será tuyo ¿comprendes? —en ese momento se sentía más valiente que nunca, el saber que Matías estaba a su lado le daba el coraje necesario para confrontarla.

—Muy mal Andy, muy mal —Mayra negaba serena–, veo que te sientes muy confiada, pero… te tengo malas noticias, las cosas no son tan simples “cuñadita” —Andrea sintió que el pulso se le aceleraba. Conocía a la perfección esa faceta en ella y tenía pánico por lo que estaba a punto de decirle. La esposa de su hermano se sentó en la piedra cruzando la pierna con confianza—. Iré al grano, ya sabes que no me gustan los rodeos. Estoy al tanto del tórrido romance entre tú y el engreído de Matías y debo admitir que no pierdes el tiempo, el hombre está como quiere, aunque en lo personal nunca me ha caído muy bien y tú no eres más que una niña tonta a su lado, en fin… —Andrea sintió que el aire se comenzaba a tornar espeso, sabía que algo ya traía entre manos—. Sé que has vivido aquí como reina y que no has cumplido con tu castigo como las autoridades dispusieron… pésimo Andy, si el juez se entera de esto, Matías tendrá problemas.

—No te atrevas a meterte con él Mayra, te lo advierto —la pelinegra se levantó de un brinco y se acercó hasta ella con el rostro deformado de rabia.

 –¡Tú no me vas a advertir nada niña estúpida!, sé que le contaste todo, sé que me están investigando gracias a tu enorme bocota —la sujetó fuertemente de la barbilla llena furia. Andrea le temía, le temía demasiado y sabía que todo eso podía llegar a ocurrir—. ¿Cómo te atreviste a desafiarme? —un segundo después la soltó y volvió a recobrar la postura—. Gracias a Dios como te dije, siempre voy un paso adelante y me enteré gracias a lo previsora que soy; debo confesarte que tuve que soltar una fortuna y eso no me puso muy feliz, pero al final no hay nada que el dinero no solucione y pues… tu amorcito no se enterará de nada malo sobre mí por mucho que busque —Andrea la miró atónita, los alcances de esa mujer nunca dejaban de asombrarla—. ¿Te sorprende? Me lo imaginaba… en fin, eso está solucionado, pero conozco a Matías y no se quedará con los brazos cruzados. Es un hombre demasiado obstinado y sé que está sumamente encaprichado contigo y como conozco por propia experiencia de lo que son capaces los hombres cuando se obsesionan con algo, debo tomar mis precauciones —el temor de Andrea ya comenzaba a tomar de nuevo proporciones estratosféricas—. No me mires así, es la verdad… Ve a tu hermano, jamás te ha creído y jamás lo hará, a lo mejor cuando ya sea demasiado tarde, pero por ahora me he encargado de que crea que soy una santa y que he sufrido mucho gracias a ti.

—Dime de una maldita vez ¿qué quieres?

—Muy fácil Andy, dile a Matías que todo lo que le dijiste de mí es mentira —Andrea sonrió negando.

–Ni lo sueñes.

—Sabía que me dirías eso, en serio no aprendes —comenzó a dar vueltas a su alrededor como cuando un animal acecha a su presa para propinarle el golpe letal–. Debo admitir que te ves mejor así, que con ese disfraz con el que te vi la última vez.

—Basta Mayra… no pienso seguir escuchándote, púdrete —intentó caminar nuevamente hacia la puerta pero ella se lo impidió poniéndose justo en frente.

—Escúchame muy bien Andrea, si no haces lo que te digo Matías pagará las consecuencias —el negro de sus ojos se intensificó de tal forma que le pareció inaudito.

—¿También piensas matarlo? Por Dios Mayra, no creerás que puedes ir por la vida asesinando a la gente y que nadie algún día te descubrirá —la mujer rió al escucharla.

–Que simple eres cuñada, claro que no pienso matarlo. A él, pienso… meterlo a la cárcel por asesinato —Andrea dejó de respirar.

—¿De… qué hablas?

—Sé que Tania, esa mujercita con la que se casó y que debes saber que era una snob de lo peor, se suicidó — enseguida sintió nauseas, ¿cómo sabía eso?—. Veo que te impresioné, pues sí lo sé, Inés me ha sido de gran utilidad, es increíble lo que hacen esas chicas de pueblo por un poco de dinero. Bueno… pero a lo que iba, él no dio parte a las autoridades, vaya, ni siquiera sus suegros lo saben, qué poco considerado de su parte ¿no te parece? Sin embargo, los padres de Matías sí, por lo que se verían implicados en todo esto y en lo que se define si tu “turroncito de miel” la mató harto de ella y de su enfermedad o esa odiosa mujer decidió quitarse la vida, su nombre quedaría en entre dicho, pasaría unos días o quién sabe y meses en la cárcel al igual que sus padres, para cuando todo terminara su reputación estaría por los suelos si es que saliera libre. Sus negocios sufrirían una verdadera crisis y muy probablemente nadie quisiera seguir invirtiendo. Basta una denuncia anónima Andrea para exhumar el cuerpo, no tienes idea de cómo ha avanzado la tecnología y por supuesto, con un poco de ayuda económica, no tardarían en darse cuenta de que su muerte no fue natural y sabes ¿quién sería el principal sospechoso?, él, porque para demostrar que esa cobarde decidió hacer eso, créeme, puede tardar años —Andrea se recargó en la pared más cercana sintiendo cómo su mundo volvía a venirse abajo sin poder evitarlo, no podía permitir que Matías pasara por eso, lo destruiría y al final terminaría odiándola por no haberlo evitado. Las manos le sudaban y el cabello se le adherida pegajoso a la cabeza.

—¿Ahora comprendes lo que debes hacer y qué implicaciones tiene que no lo hagas?

—No dejaré que lo lastimes, le diré ahora mismo lo que estás planeando, me creerá —Andrea sentía cada vez más debilidad en las piernas. La mujer rió al escucharla.

–Anda… cuéntale, seguro te cree, el hombre está lo suficientemente perdido por ti para hacerlo sólo que en ese instante comenzará la peor de tus pesadillas. Créeme tontita que si estoy aquí es porque tengo cualquier posibilidad cubierta y bien planeada. De unos días en la cárcel y una reputación bastante mancillada no se salvará eso si la situación fuera leve. Si de verdad pudieran convencer a todo el mundo que no la mató cansado de cargar con ella, por otro lado, si todo salé bien para él, todos sabrán que su mujercita se suicidó y es evidente que es lo último que desea ya que ha mantenido tan recelosamente guardado ese secretito. Pero anda… díselo y verás de lo que soy capaz… tú, Cristóbal y Matías perderán, grábate esto en la cabeza Andrea; aquí la que siempre va a ganar soy yo… no lo olvides.

—¿Por qué Mayra?... ¿Por qué te empeñas en hacerme esto?

—Porque como te he dicho muchas veces: tu infelicidad es mi felicidad. Así que harás lo siguiente: ahorita que te vayas irás con él y le dirás que todo este tiempo le mentiste.

—No me va a creer…

—Sí lo hará, de ti depende, si lo quieres tanto como todos dicen, lo harás. Y no me interrumpas, este calor esta insoportable y me urge un buen baño. Irás y le dirás que no es verdad nada de lo que le dijiste sobre mí, no será tan difícil, las investigaciones que tienen dicen maravillas sobre mi vida, al final te creerá —Andrea sentía escocer las lágrimas, pero no las dejó brotar, no le mostraría debilidad, no frente ella—. Después le harás ver que te enredaste con él para hacer tu estancia más placentera y que bueno… ya te cansaste de fingir —Andrea caminó torpemente al interior del lugar. No podía hacer eso, no podía dejarlo–. ¡Hey! no te vayas a desmayar aquí, eso sería muy oportuno pero no te salvaría de nada ¿comprendes? —La joven se recargó en otra de las paredes dejando que su espalda resbalara hasta quedar sentada sobre la tierra con las rodillas flexionadas y las manos cubriendo su rostro—. Okay, regresando a lo nuestro. Harás eso, no sé qué actitud tome, con suerte y te deja libre de tu castigo y puedes volver a México y continuar con los planes que acordamos. Si no, pues… te veré allá en un par de meses más. No tengo prisa, tu tranquila, lo que sí es muy importante es que hoy mismo le digas todo esto, no puedo arriesgarme más. Si para mañana por la mañana no has cumplido con lo que te pedí, lo sabré y haré lo que te dije.

—Mayra por favor, eso no. Te daré todo mi dinero, veré la manera de que él deje en paz todo esto, pero por favor no me pidas que le mienta, que terminemos.

—Lo siento cuñadita, tú aún no aprendes que conmigo no se juega, así que no hay plan “B”. Harás lo que te digo hoy mismo y no quiero fallas ni pretextos. Porque te juro que si no lo haces, él acabará en ese oscuro agujero donde los delincuentes habitan, tú encerrada en algún psiquiátrico de mala muerte en el que te refundiré por conflictiva e inadaptada social. Basta mostrar todos los expedientes que me he encargado de manipular a lo largo de tu vida para declararte inestable emocionalmente. Tu hermano, para esas alturas, no estaría en este mundo, la única dueña de todo seré yo, ¿ahora entiendes?  Después de todo no soy tan cruel, nadie saldrá lastimado si haces las cosas que te pido, siempre podría ser peor Andy —Mayra colocó con destreza el reboso cubriéndose muy bien, al verla con aquel atuendo comprendió cómo era que pudo colarse hasta ahí–. Me voy, te juro que no entiendo cómo es que te gusta estar aquí es verdaderamente insoportable —abrió la puerta volviendo a observarla–. Cuídate Andy y recuerda que una vez que termine todo esto y desaparezcas para siempre, tu pesadilla se habrá acabado.  No me falles esta vez porque hasta esa tal María  y el mugrosito ese, la pagarían. Suerte cuñadita —le mandó un beso burlón y desapareció.

Andrea se sentía anclada a ese lugar, como si cargara miles de piedras sobre sus hombros y evitaran que se levantase. Simplemente no podía creer todo lo que le estaba ocurriendo. Buscó en su cabeza una salida a todo eso, pero por mucho que le daba vueltas no la encontraba. Esa mujer era demasiado inteligente y capaz de hacer todo eso y mucho más. No podía arriesgar a Matías, a él no. Lo amaba demasiado como para verlo pasar por todo eso, no se lo merecía; ya había sufrido mucho por lo que sucedió con Tania como para que por su culpa terminara preso por algo que no hizo.

Inhaló y exhaló varias veces para poder recobrar la postura. María, Pedro, él, Cristóbal, toda la gente que quería, que le importaba, podría sufrir si daba un paso en falso. Y lo peor de todo, era darse cuenta de que siempre supo que algo así podría suceder y aun así se dejó llevar egoístamente, la consecuencia a su negligencia se encontraba ahí, y en ese momento, con más personas en riesgo que antes.

Durante largos minutos rastreó ese sitio donde solía refugiarse cuando ya no podía más, aquel lugar donde lograba esconder las emociones y convertirse en una persona fría y sin sentimientos. Pero por más que intentaba no daba con él. Bajó la guardia demasiado tiempo, se entregó a la felicidad confiada de que esta podía durar para siempre y ahora debía pagar el precio de su ingenuidad. Estaba marcada, siempre lo estaría, esa mujer jamás la dejaría en paz. Ahora lo entendía y la única manera de que no volviera a hacerle daño era evitar sentir algo por alguien, quién fuera y desaparecer por supuesto. Eso la convertía en vulnerable y presa fácil de cualquiera.

Poco a poco comenzó a recobrar la calma sin comprender muy bien cómo, tenía que pensar en algo, no quería dejar a Matías, no podía, moriría sin él. Intentó pensar en todas las opciones, pero una y otra vez se encontraba en un callejón sin salida. La cabeza amenazaba con estallarle, dio vueltas por el oscuro y frío lugar cavilando ansiosa y frenética. Si se lo decía, él le creería pero y… después ¿Qué pasaría cuando todo saliera a la luz?... ¿de una forma inconsciente no le guardaría rencor por haberlo arrastrado a él, a sus padres y a Tania, por todo aquello?, ¿Mayra se quedaría en paz? Ella sabía muy bien la respuesta, su hermano estaría en peligro de inmediato, Matías detenido no podría defenderla y ella, ella quedaría completamente a expensas de Mayra y más devastada de lo que ya estaba, sabiendo que podía haber evitado todo aquello. Continuó pensando varios minutos, pero cuando se dio cuenta de que no tenía otra cosa salvo lo que ese monstruo ordenó, sintió que el aire le faltaba, se sentó en el piso escondiendo la cabeza entre las rodillas para permitir que sus pulmones volvieran a funcionar porque estaba segura entraría en paro respiratorio en cualquier momento. Cuando se sintió medianamente mejor, se puso de pie aspirando profundo. Debía parecer tranquila y segura, mostrarse así ante él para que le creyera. Debía conseguir mantener esa máscara de indiferencia a como diera lugar, era la única forma de salvarlo aunque eso la hundiría para siempre. Un sollozo salió de su pecho sin poder evitarlo. 

Se quitó con odio una lágrima que logró escapar de sus ojos -no hay opción, no tienes opción Andrea. Nunca la has tenido- volvió a aspirar todo el aire del lugar intentando llenarse de fuerza. Su corazón comenzaba a endurecerse poco a poco, lentamente, como cuando una tormenta de nieve llega sin previo aviso en pleno verano a algún lugar, convirtiendo en hielo todo a su paso, la sensación comenzó a ser familiar. Durante doce años lo mantuvo así y Matías lo derritió los últimos meses con su amor, con su confianza, con sus detalles, con sus besos, pero eso ya no sería nunca más y aunque le dolía como le dolía, no iba a arrastrarlo a la pesadilla que era su vida. Se juró en ese momento que nunca arrastraría a nadie más. Su mirada se desconectó de su ser paulatinamente. Sabía cómo vivir en la adversidad, en la soledad y en el dolor así que con el tiempo volvería a acostumbrarse. No lloraría, no ahí, las lágrimas no servían de nada y tampoco el corazón, la vida no se cansaba de demostrárselo, por lo menos no en la de ella.

Caminó de regreso a la casa ajena a todo, de repente el calor dejó de importar, sentía las manos frías y su mente en blanco, su corazón sólo sentía ya en esos momentos un odio infinito. Pasó por el vivero sin siquiera mirarlo, en cuanto llegó a la parte trasera de la casa, lo vio. Sintió cómo sus defensas flaqueaban de inmediato. Matías surtía un efecto demasiado intenso en su interior, jamás pudo resistirse a él y ahora le resultaba imposible hacerlo. Sin embargo, al verlo sonreírle de esa forma que le hacía volar por el cielo, recordó que debía protegerlo aunque fuera de sí misma.

—Belleza… iba ir a buscarte, tengo que mostrarte algo —lucía radiante acercándose a ella a paso veloz. Adoraba esa forma de hablarle, era como si fuera el tesoro más valioso del planeta. Tan sólo la noche anterior había dormido segura entre sus brazos como desde hacía meses. En la madrugada despertó al sentir demasiado calor, se hizo a un lado sentándose en la orilla de la cama, por su nuca escurrían pequeñas gotas de sudor, se las limpió molesta, moría de sueño, no obstante, así no lograba descansar. De pronto sintió su mano rodeando su abdomen cubierto por una fina tela. Matías había llegado más tarde ya que los últimos días tuvo demasiadas cosas qué hacer debido a un embarque de enormes proporciones que saldría al viejo continente, por lo que por mucho que se empeñó, no lo sintió cuando entró en la cama.

—¿Pasa algo Belleza? —su voz sonaba aún ronca debido al sueño. Ella negó mirándolo por encima del hombro—. Entonces ven acá, pasé todo el día sin ti y no me obligarás a que la noche también lo padezca.

—Tengo mucho calor —se quejó abanicándose el rostro. Matías enarcó una ceja, el aire acondicionado estaba encendido. Se quitó la sábana y se sentó a su lado poniendo la mano sobre su pierna.

—Ven, refresquémonos entonces —la hizo levantarse y la guió hasta el baño. Andrea sonrió sacudiendo la cabeza.

—Debes estar muy cansado, no has parado en días, me ducharé y en un minuto regreso —le propuso deteniéndose en la puerta.

—Por supuesto que no, ¿en qué mundo me perdería una ducha contigo? Tú los has dicho, no he parado y lo único que deseo ahora es un momento de paz y recreación con mi mujer bajo el frío chorro de agua. ¿Qué dices, te animas? —ella asintió entrando primero que él. Una vez dentro Matías abrió el grifo y sin esperar a que se calentara, la desnudó tan rápido como a sí mismo y en medio de besos y suspiros entraron en la enorme regadera. La combinación del agua sobre su piel, con la marea del fuego que él provocaba, hizo que olvidara su bochorno, lo único importante era su cercanía, sus manos resbalando por toda su piel, sus besos exigentes, cargados de deseo. Lo necesitaba, lo quería en ese instante y lo tuvo. El hombre la pegó con ansiedad a los mosaicos blancos, la elevó con facilidad, adentrándose sin dificultad, ahogando con un beso el gemido de alivio que Andrea emitió. No supo cuánto tiempo estuvieron así, jugando ese juego tan pecaminosamente perfecto, donde él iba más fuerte, cada vez más profundo y donde ella sentía que moría sin poder evitarlo al sentirlo en su interior de aquella manera.  Dormir después de eso por supuesto no costó trabajo, entraron a la cama sin ropa y húmedos, así que conciliar el sueño no fue ya un problema, menos con su enorme cuerpo protegiéndola por su espalda.

 

¿Cómo haría de lado miles de recuerdos como ese, cómo? Andrea llenó nuevamente sus pulmones de aire intentado enterrar en lo profundo de su alma cada caricia, cada beso, cada mirada, cada palabra, de otra forma no lo conseguiría, no podría. Cerró sus manos en puño logrando así sentir como las uñas se le encajaban dolorosamente en las palmas, tenía que decirle… tenía que hacerlo… tenía que romper su corazón en mil pedazos y la imagen que tenía de ella aunque en el proceso perdiera su alma, sin él ya no le interesaba, ya nada le interesaba.