7
Tocó su puerta despacio. Nada. Volvió a hacerlo pegando ahora el oído para intentar escuchar en el interior de la habitación. No se escuchaba ni un solo ruido. Abrió lentamente asomándose un tanto curioso, seguramente estaba rendida bajo las cobijas. El lugar estaba en penumbras, sólo entraba el reflejo de las luces del jardín a través de las ventanas, notó que estaban abiertas. La vio recostada sobre la cama hecha ovillo completamente vestida. No sabía qué hacer, debía estar demasiado exhausta como para quedarse así. Torció la boca arrepentido. Ya iba a cerrar cuando escuchó un pequeño gemido, se detuvo poniendo mayor atención, era como una queja pero apenas audible. Abrió de par en par la puerta y entró sigilosamente. Se acercó despacio hasta donde estaba, volvió a escucharlo, era ella. Frunció el ceño. La observó de cerca intrigado, en ese momento fue cuando se dio cuenta que temblaba como una hoja. Prendió la luz de la mesilla de noche ya seguro que algo no andaba bien. En cuanto la miró se quedó petrificado. Andrea estaba temblando, sus labios estaban transparentes y su cara estaba completamente pálida, unas pequeñas ojeras enmarcaban sus ojos y gemía quejándose. Tocó su frente, ardía. Sin pensarlo la hizo girar hacia él de inmediato.
—¿Andrea? —la llamó ansioso. Le daba pequeñas palmadas en las ardientes mejillas—. ¿Andrea? —estaba completamente inconsciente. Respiraba con dificultad y no parecía pretender volver en sí—. ¡María! —gritó ya impaciente—. ¡María! —continuó moviéndola ya con desespero–. Andrea… por favor reacciona, Andrea, veme maldición —pero ella ni siquiera parecía escucharlo, su cuerpo colgaba inerte entre sus brazos, parecía una muñeca de trapo laxa, sin vida.
—Hijo ¿qué pa… —no terminó de decir la frase cuando los vio. Se acercó de inmediato—. ¿Qué tiene?, ¡¿qué pasó?!
—No lo sé, llegué hace un momento y así la encontré. Ayúdame a desvestirla, está ardiendo en fiebre —la mujer se acercó, comenzó a quitarle la sudadera mientras él la detenía, para después despojarla de su calzado y poco a poco de los jeans. Algo llamó su atención inmediatamente aun en la oscuridad de la habitación.
–Hijo, llama a al doctor —Matías sacó su móvil y marcó tembloroso.
–Lorenzo, perdón por la hora, es urgente que traigas a Ramiro ahora mismo, Andrea está muy mal —y de verdad parecía medio muerta.
–Matías, prende la luz, mira —él hizo lo que le pidió y volvió a acercarse sintiendo más angustia que en toda su vida. Una de sus torneadas pantorrillas estaba hinchada y tenía las huellas de un… piquete. Ambos se miraron por un segundo sin saber qué decir.
–María… trae de inmediato el botiquín, corre, no sabemos hace cuánto tiempo le pico… Dios —la mujer salió rápidamente, mientras él mantenía a Andrea con el dorso en alto, debía de mantenerla así para que el veneno no llegara al corazón, si seguía con vida. Rogó sudoroso para que no fuera demasiado tarde. Podía jurar que esa era una picadura de alacrán y si ya habían pasado varias horas, Andrea no sobreviviría, no si fue uno de los que por ahí aniquilaban. La acercó a él sintiendo cómo la culpa, la angustia y el dolor atenazaban su pecho. No la dejaría morir, a ella no.
Comenzó a desabrochar la camisa que cubría una blusa guinda, decidido. Con cuidado se la pasó por lo hombros, cuando terminó rozó fugazmente su frente y la recostó sobre varias almohadas. Rasgó violentamente los jeans y de inmediato hizo un torniquete justo arriba de la zona afectada, sabía que ya no tenía mucho sentido, pero podría ser de alguna utilidad para el veneno restante; si es que existía aún, no continuaría viajando por su cuerpo. Un minuto después entró María apurada junto con Indira.
—Abre la regadera, con agua fría —le ordenó Matías a la muchacha. Él tomó la caja que María le tendía y sacó una solución que introdujo de inmediato en una jeringa. La golpeó un par de veces para sacarle el aire. Sujetó el delgado brazo de Andrea, buscó con pericia una vena dispuesta e introdujo en un segundo el medicamento a su torrente sanguíneo. Agradeció en silencio saber hacer eso gracias a los cuidados que Tania había necesitado en diferentes ocasiones.
–María quítale blusa y los calcetines —la mujer obedeció mientras él se despojaba de su camisa quedando solamente en jeans. Al posar sus ojos sobre ella, los abrió sin poder evitar el asombro. Andrea ya solo contaba con su ropa interior, bragas y sostén por de más inocentes, no obstante, se quedó boquiabierto al ver que era completa y absolutamente perfecta, no le sobraba ni le faltaba nada. María la volvió a sentar como una muñeca sin vida sin mucho esfuerzo. De repente ambos observaron en su espalada dos cicatrices largas y delgadas de unos quince centímetros que le atravesaban por la parte baja. Se miraron en silencio desconcertados soltando respectivamente un suspiro de confusión. Matías recordó de inmediato que no tenían tiempo qué perder, la tomó en brazos y entró al baño con ella. Indira estaba ahí esperando más órdenes. Ingresó a la regadera sintiendo el agua helada. La puso de pie sujetando él todo su cuerpo y pegándola a su pecho con fuerza. Andrea pareció reaccionar por un segundo al sentir el líquido humedecer su afiebrado cuerpo para enseguida volver a desvanecerse. El hombre la mantuvo bajo el chorro varios minutos. La joven permanecía con la cabeza recargada en su tórax y los brazos colgando sin vida a los lados, mientras él sentía que moriría si algo le ocurriese, si no lograba reaccionar.
—Hijo… Lorenzo encontró a Ramiro en una ranchería de por aquí, ya está llegando —Matías asintió serio. Debía lograr bajarle la fiebre, no era médico, pero sabía que estaba demasiado alta y que una picadura de cualquier animal ponzoñoso si no era tratada a tiempo podía ser mortal. De repente Andrea se comenzó a retorcer en sus brazos. La sujetó más fuerte. Mierda, era una convulsión. Ella se movía violentamente, la pegó aún más a su pecho sintiendo cómo poco a poco el episodio pasaba. Le dio un beso en la cabeza sintiendo un nudo en la garganta, no le gustaba sentirla tan vulnerable, tan frágil–. Vas a estar bien… te lo prometo —le susurró junto a su sien jurándose a sí mismo que así sería–. María una toalla. Indira, apaga la regadera —Al salir envolvió delicadamente el cuerpo tembloroso de Andrea y la llevó en sus brazos hasta su cama. Ahí la recostó con una delicadeza que hasta ese momento María no había visto en él.
Matías observó fijamente a la enferma quitándole el cabello que se le adhirió al rostro. Seguía muy pálida y movía la boca diciendo palabras inaudibles.
–¿Matías?... ¿qué pasó? —al escuchar la voz de Ramiro sintió que el alma le regresaba al cuerpo. Le narró todo, incluyendo el antihistamínico que le suministró–. Perfecto —ahora déjame examinarla ¿de acuerdo? —él asintió sin desear alejarse mucho de ella. Unos segundos después observaron cómo tomaba su pulso, escuchaba su corazón, su respiración, de repente otra convulsión. Matías se acercó sin poder evitarlo para sujetarla tierna y firmemente. En cuanto concluyó el episodio continuó el examen–. ¿Tienen una idea de hace cuánto le picó? —preguntó Ramiro abriendo sus parpados para ver las pupilas.
—No, yo entré y ya estaba así.
—Eso no es bueno, no sabemos hasta dónde ha llegado el veneno, aunque es evidente que al corazón no, gracias a lo que le inyectase y el torniquete, a los pulmones tengo mis dudas, respira con dificultad —volvió a poner el estetoscopio sobre su pecho y escuchó atento.
—¿Qué debemos hacer?, ¿la trasladamos a Córdoba? —Matías la llevaría al fin del mundo si eso le daba esperanzas.
—Aguarda… el camino, aunque fuese en helicóptero, la desgastaría más y nos quitaría un tiempo valiosísimo. Necesito varias cosas, ¿alguien puede ir por ellas al dispensario?
—Por supuesto… tú dinos qué hacer.
—Aquí tienes una unidad de primeros auxilios, necesito ver lo que es de utilidad en lo que le hablo a Chayo para que abra el dispensario y le dé, a quien mandes, lo que pediré —Ambos salieron de ahí de inmediato mientras María e Indira se quedaban con Andrea poniéndole paños de agua fría sobre la frente. A los veinte minutos regresaron. El doctor le colocó un respirador artificial al que tenían que estar bombeando manualmente, así que Matías se acomodó a su lado y comenzó a hacerlo.
—Tiene el pulso muy débil. María trae por favor una solución con azúcar y una pizca de sal, corre —en cuanto lo dijo miró a Matías.
—Está un poco deshidratada, en cuanto llegue el suero anti alacrán se lo pondremos, estoy seguro que eso fue lo que la atacó —se sentó a los pies de la enferma y empezó untarle algunos ungüentos en el piquete, para un segundo después pincharla justo a un lado donde el animal había derramado su ponzoña. Andrea seguía inconsciente–. Matías si no cede la fiebre en unas horas el pronóstico no es muy alentador, debemos bajársela a como dé lugar. Espero que con lo que me traigan lo logremos y que estemos en tiempo —el responsable de aquella chica que yacía a su lado inconsciente asintió sin dejar de observar su rostro cenizo, esa belleza era su responsabilidad no permitiría que nada le ocurriera.
Cuarenta minutos después llegó todo lo que se pidió. Rápidamente se le administraron medicamentos por medio del suero, se le colocó un inhalador conectado a un pequeño tanque de oxígeno.
–Ahora sólo queda esperar…— María continuaba poniéndole paños de agua sobre la frente mientras Matías lo observaba todo.
—¿Le hablarás a Cristóbal?
—No lo sé… si no mejora creo que no tengo alternativa —el silencio se apoderó del lugar por algunas horas en las que los tres se limitaron a verla ahí, postrada, aguardando y rezando para que los medicamentos y remedios surtieran el efecto deseado.
Ya pasaban de las doce, la temperatura parecía no ceder. Matías seguía con el pantalón húmedo y se había puesto la camisa sólo por encima. Ramiro le tomaba la presión en plazos regulares al igual que los latidos y su respiración, nada cambiaba.
De pronto Andrea comenzó a hablar. Todos se pusieron en guardia de inmediato. Movía su cabeza agitada de un lado a otro.
–No… no… Mayra por favor, basta… no… —sollozaba angustiada. María giró hacia Matías desconcertada con el ceño fruncido. Costaba entender sus palabras, aún más con la máscara que suministraba oxígeno, pero ambos estaban seguros de lo que escucharon. Matías se acercó hasta quedar a un lado de la mujer y así poder ver mejor el demacrado rostro de Andrea sufrir por sus delirios–. No, él no…¿por qué? te odio por favor para esto —y de pronto un llanto convulso de apodero de su débil cuerpo.
—¿Qué sucede? —le preguntó Matías a Ramiro preocupado.
–Está delirando, seguramente es algo que la perturba… no lo sé, debemos esperar, si en unas horas no empieza a ceder me parece que debemos trasladarla, el animal era bastante ponzoñoso o intervenimos tarde.
—María, ve a descansar, yo me quedaré aquí. No vale la pena que los dos estemos cansados.
—Hijo… —éste colocó una mano sobre su hombro con afecto. De verdad esa mujer de acero se había encariñado con Andrea, jamás hacía cosas así por nadie.
–Por favor… si no quieres irte a tu casa, descansa en uno de los cuartos. Yo te avisaré ante cualquier cambio —asintió resignada. Sabía que con Matías no podría discutir a pesar de que él lucía también bastante mal.
—Pero primero cámbiate de ropa, tú enfermo no nos servirás de mucho —en ese momento recordó que aún llevaba puesto el pantalón húmedo y la camisa abierta. En cuanto regresó ya seco María desapareció.
Él continuó con la labor de la mujer. Le cambiaba los paños cada que se calentaban mientras le acariciaba el rostro estudiando cada facción de su hermoso rostro. Necesitaba verla sonreír, quería ver con urgencia esos ojos verdes que lo intrigaban tanto. Había sido tan injusto con ella, debía decírselo. Tomó uno de sus mechones y se lo acomodó detrás de la oreja sin dejar de contemplarla. Ella volvía a inquietarse, continuaba diciendo cosas sin sentido, sin embargo, no pasó desapercibido el nombre de aquella mujer. ¿Qué escondía?, ¿por qué le pedía que se detuviera? Limpiaba sus lágrimas delicadamente para luego continuar refrescándola.
Eran un poco más de las tres de la mañana cuando comenzó a sudar tanto que las sábanas parecían estar entrando a un río. Matías y el médico estaban exhaustos.
–Ramiro, está empapada —éste se levantó de inmediato del sillón donde dormitaba. Le tomó la temperatura volviendo a revisarla.
—La fiebre comenzó a bajar gracias a Dios —Matías sintió un asombroso alivio al escucharlo. Eso quería decir que lo que seguía era recuperarse, que volvería a verla andar por doquier con esa sonrisa pegada al rostro.
—¿Y ahora qué?
—Debe empezar a mejorar en teoría, sólo que debemos estar muy pendientes que la fiebre no regrese.
—¿Puede volver? —enseguida volvió a preocuparse.
—No suele pasar… sin embargo, no hay que confiarse, el veneno de estos animales es traicionero. Va a tener que guardar reposo algunos días.
—De acuerdo.
—Las indicaciones las daré mañana, ahora hay que esperar a que siga bajando la calentura y luego cambiarle las sábanas para que no le dé una gripa, en sus condiciones se convertiría de inmediato en pulmonía.
—Bien, yo me haré cargo. A lado hay una habitación, descansa y cualquier cosa te despierto, ¿sí?
—¿Seguro?
—Claro, no sabes cómo te agradezco todo lo que hoy has hecho.
—Me parece que tú has hecho más Matías, de todas formas no me des la gracias, es mi trabajo y te tomaré la palabra. Si no hay más novedades, por la mañana vendré ¿de acuerdo? —Matías asintió sin soltar la mano de Andrea que mantenía sujeta desde hacía varias horas.
En cuanto dejó de transpirar de esa manera, la destapó poniéndole enseguida otra frazada seca que se encontraba a la los pies de su cama y con la cual Ramiro se había estado cubriendo. La envolvió con cuidado para después llevarla en brazos al otro extremo de la cama. Observó el desastre que era la habitación; lo primero que debía hacer era vestirla. Buscó entre sus ropas alguna pijama que fuera fácil de poner, encontrarla fue sencillo, todo estaba inmaculado ahí, pestañeó observando todas sus cosas cuidadosamente dobladas o colgadas, ella era así, organizada. Comprendió al sentir otro pinchazo en su corazón. Sacudió la cabeza dándose cuenta que por ahora eso no importaba. Se acercó hasta ella y la descubrió con cuidado. Con suma delicadeza la fue vistiendo mientras la joven se quejaba quedamente. Al bajarle la blusa, nuevamente aquellas cicatrices en su espalda robaron su atención, las siguió con la yema de sus dedos cuidadosamente. Podía asegurar que parecían hechas con una especie de látigo o fuelle. Juró por lo bajo preguntándose irritado ¿cómo se las habría hecho? Enseguida su abdomen plano llamo su atención, Andrea era preciosa, demasiado para ser verdad, concentrarse estaba resultando extenuante, tenía una figura bellísima y digna de poder pasar una eternidad contemplando. Sin embargo, en ese momento, se sintió despreciable por verla con esos ojos. Estaba delicada y él debía cuidarla, nada más. Una vez que la vistió, quitó ese lado de las sábanas, puso el grueso edredón por encima, acomodó las almohadas, la volvió a colocar ahí con dulzura, buscó otra frazada que encontró en su armario y la arropó dejándola completamente seca y abrigada. El trabajo lo dejó agotado, por un segundo se arrepintió por no pedir ayuda, no obstante, una extraña posesividad lo embargó al saberla medio desnuda bajo las sábanas, así que aunque la tarea resultara extenuante, no le importó, Andrea se merecía ese tipo de atenciones y sospechaba que muchas más. Unos minutos después se acomodó en el sillón que varias horas atrás acercó a un costado de la cama y decidió dormir un poco.
Al escuchar que llamaban a la puerta, despertó. Antes de abrir inspeccionó a Andrea, continuaba dormida, ya no estaba tan pálida.
–Soy yo —enseguida entró Ramiro parecía aun cansado–. ¿Cómo ha seguido?— Matías se frotó los ojos despabilándose un poco.
–Mejor… supongo —El doctor sacó sus instrumentos y volvió a examinarla.
—Hijo… —era María asomada por la puerta
–Pasa, Ramiro la está revisando —eran ya poco más de las siete. La mujer obedeció y se puso a su lado.
–Todavía se ve mal —susurró angustiada.
—Lo sé, pero la fiebre ya pasó hace varias horas y no ha regresado.
—Así es, ella va a estar mejor. Ya respira por sí misma. Le voy a quitar el oxígeno, espero que despierte en unas horas para poder quitarle el suero.
—Dios… que buena noticia —Matías por fin se pudo relajar un poco al escuchar el pronóstico.
—Por ahora no hay mucho qué hacer, ella debe descansar y recuperar fuerza —Ramiro comenzó a quitarle el inhalador mientras María y Matías lo observaban—. Listo.
—Vamos a que desayunen algo —Matías dudó, no quería dejarla sola.
–No despertará hasta dentro de un par de horas, aún no pasa el efecto del medicamento que le administré.
—De acuerdo, pero que suba una de las muchachas y se quede aquí en lo que regresamos, no quiero que esté sola —María sonrió asintiendo.
Una vez atendido el estómago, Ramiro subió a ver cómo seguía Andrea para después irse. En la cocina sólo quedaron ellos dos y una chica que lavaba los platos, así que María le inventó un quehacer en otra parte de la casa para que los dejaran solos.
—¿Qué pasa Matías? —éste la miró un segundo pero enseguida regresó su atención a la taza de café.
—¿Sabes lo que hacían Pedro y Andrea durante las noches los últimos meses? —ella asintió seria. Él abrió los ojos atónito—. ¿Tú lo sabías?, y ¿por qué diablos no me los dijiste?
—Porque supe que Pedro quería que fuera una sorpresa. Hace unas semanas me di cuenta y la seguí, escuché su conversación y al saber de qué se trataba decidí no decir nada, no tenía nada de malo.
—Lo sé… si yo hubiera esperado o por lo menos escuchado habría comprendido lo que ocurría en realidad.
—Si no fue así ¿cómo es qué lo sabes? —Matías le narró cómo sucedió todo. María lo reprendió con la mirada toda la conversación pero no lo interrumpió, era evidente que se sentía arrepentido, responsable—. Hijo no es tu culpa que ese animal le hubiera picado si es por eso que te sientes tan mal —lo notaba bastante desconcertado y ansioso, la preocupación por Andrea era evidente y su remordimiento más.
—No puedo evitarlo, ella no está acostumbrada a estos lugares, no sabía qué debía hacer ante una situación como esa, por no pedir ayuda pudo morir —de sólo pensarlo sentía que la sangre dejaba de caminar por su cuerpo.
—Sí, en eso tienes razón, ella no pertenece a éste lugar, sin embargo, me atrevería a decir que con el tiempo la he visto cada vez más contenta —él asintió entendiendo a lo que se refería—. ¿De qué crees que serán esas cicatrices en su espalda? —Matías estaba pensando justamente lo mismo.
–No lo sé, pero a mí también me llamaron la atención, parecen hechos por un fuelle, látigo o algo por el estilo pero no podría asegurarlo, de todas formas ¿cómo se los hizo? No es una zona a la que ella tenga acceso.
—Matías, algo no está bien, no me gusta todo esto. Andrea oculta cosas, pero por más que pienso no sé qué puede ser.
—Ahora que mejore intentaré hablar con ella, pero no es fácil María, esquiva mis preguntas todo el tiempo.
—Tú también escuchaste el nombre de la esposa de Cristóbal, ¿Por qué habrá dicho que la odiaba, qué pasará? —negó igual de desconcertado. Las cosas eran turbias y extrañas, no obstante, averiguaría qué diablos sucedía. Necesitaba saberlo, esa mujer lo tenía completamente hipnotizado y sentía que no debía lastimarla más, al contrario, si él podía hacer algo por ella lo haría, su corazón le pedía a gritos ayudarla aunque no supiera muy bien porqué o para qué.
Ambos se quedaron pensativos cuando de pronto, escucharon voces a lo lejos. Matías no dudó, ni siquiera esperó a identificarlas, salió disparado de la cocina y llegó de inmediato hasta la recámara de Andrea con el corazón latiéndole muy fuerte.
Ella estaba despierta, completamente pálida, con la frazada bien aferrada y tapándose hasta el cuello. Veía a Ramiro desconfiada, con temor, mientras éste intentaba explicarle quién era, pero la joven parecía no importarle, le exigía que se alejara.
—Ramiro… espera —al escuchar la voz de Matías, Andrea se relajó un poco. El dueño de aquella hacienda, se acercó tranquilamente hasta quedar a su lado, se hincó en el piso para quedar a su altura y la miró con toda la ternura de la que era capaz. Estaba asustada, eso era más que evidente.
–Andrea, él es Ramiro, es médico. Ayer te picó un alacrán y estuviste muy mal. Deja que te examine… por favor —sus ojos agotados y hundidos pestañearon varias veces, de verdad estaba muy demacrada.
—¿Un alacrán? —no se acordaba de nada. De pronto despertó sintiéndose demasiado cansada y adolorida. Lo siguiente que vio era que ese hombre le bajaba la frazada para intentar descubrir su pecho. Lo recuerdos de sentirse tan expuesta en diferentes ocasiones y no saber qué había ocurrido la golpearon sin piedad.
—Sí, te picó en el campo… —la ayudó lentamente a recostarse de nuevo, sintiendo cómo no dejaba de verlo.
–Pero… no comprendo —logró decir Andrea con voz áspera y ronca— ¿Quién… me cambió? —Matías la estudió arrugando la frente completamente desconcertado. Le parecía increíble que de todas las preguntas que pudiera formular hubiese hecho esa.
–Yo Andrea –intervino María con una sonrisa torcida -, ahora deja que Ramiro te revise ¿de acuerdo? —ella asintió más tranquila. Los párpados los sentía como dos lozas sobre sus ojos, su cuerpo acababa de hacer un gran esfuerzo al creer que debía defenderse.
Matías le agradeció a María con la mirada. Ambos se daban cuenta de que algo más le había ocurrido en su pasado, su reacción fue de terror y desconfianza, a pesar de su debilidad se intentó defender, cuestión que los alertó de inmediato.
—¿Cómo te sientes? —le preguntó el médico mientras guardaba todo quitándole delicadamente el suero que hasta ese momento no se había dado cuenta, traía.
—Me… duele todo, sobre todo… la pierna y tengo… sueño —lo decía cabeceando. Los presentes sonrieron al escucharla.
–Es normal Andrea, debes descansar y comer muy bien, en unos días te sentirás como nueva.
—No tengo… hambre —articuló débilmente.
—Lo sé pero debes comer, si no te volveré a poner ese suero y no podrás ni siquiera levantarte de la cama —la joven respiró profundo asintiendo—. ¿Comerás?
—Sí… —no tenía más opciones, no quería estar conectada a eso si podía evitarlo.
–Enseguida te traerán algo de comer ¿de acuerdo? —ella asintió ya más dormida que despierta. María mandó a la muchacha que la estuvo cuidando por sus alimentos y enseguida los tres salieron de la recámara–. Va a estar perfectamente, si tuvo la fuerza para alejarse de mí quiere decir que sólo es cuestión de días. De todas formas estaré viniendo y ustedes no la dejen excederse, se ve que tiene su carácter —ambos asintieron serios.
María acompañó al médico mientras Matías regresaba a la habitación. ¿Qué le había ocurrido como para reaccionar así ante Ramiro? Se acercó de nuevo hasta ella y se sentó a su lado.
—¿Ya… se… fue? —pensaba que estaba dormida, no abría los ojos. Sujetó su mano con ternura.
–Sí.
—Lo… siento —él frunció el ceño sin comprender a qué se refería–. Me… asusté… cuando lo… vi.
—No hables Andrea, no pasa nada. Ahora debes cuidarte ¿de acuerdo? Ya platicaremos cuando estés mejor —escucharla le provocaba una necesidad tremenda de abrazarla y de jurarle que todo iría bien, que nada le ocurriría–. Matías… —abría los ojos con lo que al parecer era un esfuerzo enorme–. No… es… lo que tu… piensas —él quería silenciarla pero no se atrevió— Pedro… —tomó aire para seguir pues le estaba resultando ya casi imposible tener fuerza para hacerlo. El hombre al ver por dónde iba, le puso un dedo cariñoso en los labios acercándose más a ella para quedar a unos centímetros de su aún muy enfermo rostro.
–Lo sé todo, no tienes nada que explicarme, debí escucharte… yo soy el que lo siente Andrea —se perdió en su mirada sintiendo como volvían aquellas mariposas, retornaban. El ruido que hizo la chica al entrar logró que se separaran de inmediato.
–Aquí está la comida patrón, ¿quiere que se la dé?
—No Inés, déjala ahí yo me encargo —la muchacha desapareció enseguida. Andrea ya había cerrado de nuevo los ojos. Sonrió. Despacio pasó un brazo por debajo de sus hombros irguiéndola un poco, acomodó unas almohadas en su espalda y la ayudó a recostarse nuevamente en ellas. Andrea gemía con cada movimiento por lo que no estaba seguro de que estuviera mucho mejor. Tomó la mesilla con la que trajeron su comida y se la puso sobre las piernas. La joven apenas y era consciente—. Andrea… prometiste que comerías —ella abrió lentamente los ojos–. Anda, aunque sea un poco, después dormirás lo que quieras —la chica sonrió levemente asintiendo, recargó su cabeza en la cabecera mientras él comenzaba a darle pacientemente cucharada tras cucharada. Más de una vez pensó que estaba profunda, pero cuando le hablaba, abría la boca con esfuerzo y recibía lo que le daba. Tomó poco más de medio plato.
–Ya… no puedo… estoy… cansada —se sintió satisfecho por lo que ingirió así que retiró la charola y la ayudó acurrucarse nuevamente. Enseguida supo que se durmió.
No tuvo idea de cuánto tiempo permaneció ahí, a su lado, observándola. Lo cierto era que no se cansaba. Escuchar su respiración, acariciarle el rostro sin que ella pudiera evitarlo, estudiar su gesto en completo abandono, lo llenaban de una profunda paz y tranquilidad que jamás había experimentado.
—Hijo… —María no esperaba verlo así cuando abrió la puerta. Matías prácticamente parecía un león acechando a su presa. Él giró un segundo hacia ella para enseguida regresar su atención a la belleza que tenía frente a sus ojos–. Te buscan…
—Diles que lo que necesiten se lo pidan a Ernesto, hoy no pienso moverme de aquí —susurró para no despertarla.
—De todas formas debes darte un baño, descansar un poco —él negó sin verla. Estudiaba a Andrea de una manera que dejaba bastante claro lo que sentía por ella. María no supo si alegrarse o preocuparse al ver el cuadro que tenía enfrente. Esa niña le simpatizaba mucho, incluso le tenía cariño, sin embargo, le daba la impresión que existían cosas en su pasado que podían ensombrecer su presente y peor aún, su futuro—. Está bien… como tú quieras. Estaré en la cocina, marca si necesitas algo —el hombre asintió y continuó deleitado por cada rasgo del hermoso y apacible rostro de Andrea.
En algún momento el sueño lo venció y se quedó dormido en el sillón que aún permanecía cerca de la cama.
Andrea sintió la garganta muy seca, abrió lentamente los ojos. Le costó unos segundos recordar dónde estaba y lo que sucedió. Tenía sed, demasiada, giró despacio en busca de agua, le dolían todos los músculos del cuerpo y la cabeza le martilleaba de forma insoportable. De pronto descubrió que Matías estaba ahí, sentado a un lado de su cama. Se quedó paralizada por unos segundos. Estaba dormido tranquilamente en aquel incómodo sofá. Sin poder evitarlo lo estudió durante unos minutos, nunca lo había visto así de apacible. Respiraba lentamente y lucía cansado. Sintió un pinchazo de culpabilidad. Recordaba vagamente lo ocurrido la última vez que despertó. Él le dio de comer y la trató como nadie lo hacía, fue tierno e imposiblemente cariñoso en cada una de sus palabras. La garganta comenzó a picarle de nuevo, la sentía áspera así que intentó incorporase para tomar un vaso con agua que se encontraba en la mesa de noche; el esfuerzo era demasiado. De repente una enorme mano la interceptó en el camino. Enseguida supo quién era.
—¿Qué haces? Recuéstate —ordenó repentinamente despabilado. Ella alzó los ojos sin saber muy bien cómo reaccionar. Él se levantó y la acomodó nuevamente sobre las almohadas—. ¿Tienes sed? —la joven asintió sin poder articular palabra por tener la boca tan seca y por su cercanía si era sincera. Matías le sirvió un poco y se lo acercó dulcemente, le ayudó con paciencia absoluta a tomar pequeños tragos que para ella eran como el paraíso. El esfuerzo la agotó de inmediato—. ¿Listo?
—Sí… gracias —él, sin poder contenerse más, comenzó a acariciar su cabello con la yema de los dedos para después descender hasta su mejilla, ambos se miraron de pronto completamente ajenos al mundo.
—¿Cómo te sientes? —le preguntó sin perder la conexión.
—Mejor pero… me duele… mucho la cabeza —su enfermero personal continuó sin quitar su mano, solo que descendió de repente hasta su cuello. La sensación era demasiado nueva e intensa para Andrea.
—Es normal, estuviste muy mal. Debes dormir y cuidarte —ella asintió absorta en sus ojos miel–. Hablaré con Ramiro para ver qué te puedo dar para el dolor ¿de acuerdo?
—Sí… gracias… pero… no quiero causar tantas… molestias —era evidente el esfuerzo que hacía para hablar, así que volvió a silenciar su boca con su dedo índice.
–Sh…. No es ninguna molestia Andrea, tú sólo cuídate, yo me encargo de lo demás —no recordaba la última vez que se sintió tan segura y protegida. La imagen de Cristóbal se abrió paso en su mente sin comprender por qué, de inmediato su mirada se ensombreció. El hombre notó el cambio en su ánimo—. ¿Qué sucede?, ¿te sientes mal?
—¿Le… le hablaste a Cristóbal? —eso era lo que cambió su expresión.
–No, quería esperar, ¿quieres que lo haga? —ella negó sin dudar. Él posó una mano en su frente tranquilizándola moviendo de un lado al otro su dedo pulgar, esas caricias estaban siendo demasiado íntimas… y placenteras—. Está bien, no lo haré… pero tú tienes que prometerme algo —Andrea lo miró desconcertada—. Cuando estés mejor tendremos una larga platica… tengo muchas dudas y quiero que me las aclares —al escucharlo dejó de verlo aspirando profundamente. No podía decirle nada, no debía—. ¿Andrea?... no voy a permitir que sigas esquivándome, necesito saber qué ocurre en realidad, sé que tú versión de tu pasado es muy diferente a la de él.
—Matías… yo…
—Sh, ahora no, ahora vas a descansar y a comer porque ya es medio día.
—Pero tú…
—¿Siempre debes de repelar de todo? —ella se sonrojó al escucharlo desviando la mirada. Matías se dio cuenta de que sonó un poco duro, acunó su barbilla para que lo viera–. No estoy enojado, sólo quiero que aprendas a dejarte cuidar, a mí no me pesa, ni a nadie de ésta casa, pero si desobedeces entonces sí estaré molesto.
—Pero tú debes tener cosas qué hacer…—
—Nada es más importante ahorita que tu salud, así que no hay más que hablar —le guiñó un ojo y se acercó a ella para darle un dulce beso en la frente. El gesto la dejó perpleja, con el corazón bombeando peligrosamente. ¿Qué estaba ocurriendo?, estaba muy cambiado. Un segundo después ese hombre que la estaba enloqueciendo con sus actitudes, descolgó el teléfono y pidió su comida.
Matías salió un momento de la habitación, el ambiente se sentía plagado de electricidad, esa mujer lo enloquecía, ya no podía negarlo ni evitarlo, pero no era el momento para dejarse llevar, ella estaba aún delicada y débil, muy débil. Sin embargo, sentía una fiera necesidad de cuidarla, de tocarla, de sentir su piel bajo sus manos, quería que confiara, que creyera en él, deseaba como nunca deseó algo, que esa mirada se posara en la suya para siempre.
Se echó agua en el rostro y unos minutos después ya estaba de regreso, ella se había vuelto a dormir. La dejó descansar un poco más perdiendo la mirada en el jardín.
—Hijo… aquí está la comida —era María. La mujer depositó la charola sobre la gran cómoda y se acercó a Andrea—. ¿Ha vuelto a despertar? —Él asintió desde su lugar— ¿Se la darás de nuevo tú? —volvió a asentir. María se acercó y lo observó por un momento–. Matías… esa muchacha… la quieres ¿no es cierto? —el hombre no mostró asombro ni desconcierto ante la pregunta.
–No lo sé… esto… nunca lo había sentido —confesó con sinceridad. La mujer buscó el punto en que aquel muchacho que conocía desde que nació, tenía posados sus ojos.
–Tú amaste a tu esposa, no lo dudes. Sin embargo… hay sentimientos que son así… no te avisan y de pronto… te golpean tan fuerte que ya no puedes reaccionar ni volver a ser el mismo.
—¿Te ha ocurrido?
—No de esa forma, pero lo vi un par de veces de joven en gente de los alrededores, aunque con Pancho te puedo decir que la forma en que miré el mundo después de quererle, no fue jamás igual y aunque ya falleció, sé que él fue el indicado, lo supe desde el primer día —él escuchó atento. Eso había creído con Tanía, su relación duró años, la amaba, pero el tiempo y las situaciones desgastaron los sentimientos. Ahora era diferente, a Andrea la había tratado poco aunque platicaban, intercambian risas, no profundizaban y sin embargo, desde el primer día que la vio en la cocina dispuesta a seguir órdenes, perdió la razón, un deseo demasiado agudo como para ser permitido lo atravesó a la vez que unas ganas imperiosas de protegerla de no sabía qué… probablemente de todos, lo absorbían por completo. Al principio sintió la necesidad de atacar el sentimiento, de aniquilarlo, ya que por lo que sabía ella era un problema con pies, la había querido hacer reventar, quería demostrarse a sí mismo que era igual que las demás, débil y quejosa. No obstante, reaccionó totalmente diferente, jamás se quejó, incluso, en ese momento, enferma, era difícil que se dejara cuidar, había cumplido con todo lo que se le pidió al pie de la letra sin desobedecer en nada, era amable con todos lo que tenían alguna relación con ella. Los fines de semana se la pasaba quieta leyendo o intentando ayudar con labores de la casa, su recámara era orden para donde posaras las mirada y para rematar, se escapaba seguramente agotada todas las noches para ayudar al cabezotas de Pedro. ¿Cómo diablos no iba a quererla?, claro que la quería y la deseaba, pero sabía que algo de su pasado no estaba bien y antes de cualquier cosa debía averiguarlo. Para esas alturas estaba convencido de que ella no actuaba y podía jurar que no lo estaba engatusando, nadie podía ser así tanto tiempo. Además, su mirada la delataba, era una mezcla de ingenuidad y desconfianza que lo desmoronaba.