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—¿La… señorita no bajará a cenar? —Matías se encogió de hombros sin saber qué contestarle a esa mujer que quería como otra madre. Masticó el guisado que ella preparó para cenar pensativo–. No bajó en toda la tarde, ni siquiera ha hecho un solo ruido.
—Ya vendrá cuando tenga hambre —aseguró no muy convencido. Aun sentía un poco de remordimiento por la forma en que la trató por la mañana, había alcanzado a percibir algo en sus ojos que no lo dejaba estar tranquilo.
—¿No habrá hecho alguna locura? —Matías la miró desconcertado
–No creo que sea capaz.
—Pues… no lo sé… por lo que Cristóbal decía se ve que no está muy bien hijo —conocía a esa mujer, así que entendió enseguida lo que quería, ella era la única que podía doblegarlo y lograr de él casi todo lo que quisiera, siempre y cuando estuvieran solos, porque de lo contrario, se mostraba duro e inflexible, incluso con ella.
—De acuerdo, iré a ver —María dejó salir un suspiro de alivio–. No debes preocuparte tanto, ya verás que todo estará bien —bajó la vista no muy segura, después de todo algo así ya había sucedido en esa casa ya hacía un tiempo.
Unos minutos más tarde Matías se encontraba frente a la puerta de su recámara. Acercó el oído a la puerta para ver si escuchaba algún ruido y en efecto, no se oía nada. Abrió despacio. Todo estaba oscuro, pero pudo distinguirla dentro de las cobijas de la cama, al parecer, profundamente dormida. Verla así lo conmovió, después de todo se quedó huérfana muy pequeña y había tenido que ser criada por aquella mujer que por alguna razón no le daba mucha confianza y por la cual su amigo perdió la cabeza. Cerró despacio y regresó a la cocina.
—¿Está bien? —preguntó la mujer impaciente.
—Claro que está bien, de hecho ya está dormida —agarró una tortilla y el tenedor con el que estaba comiendo. María se acercó hasta la ventana de la cocina pensativa—. ¿Ahora qué sucede? —quiso saber Matías tenso, a veces esa mujer lo sacaba de quicio.
—Sólo pensaba…
—Y supongo que me dirás en qué….
—En que hoy que fui a dejarle la ropa era otra, no sé… no parece todo lo que Cristóbal dijo.
—María, ella ha hecho todo lo que escuchaste y hay que tener mano firme. No la subestimes por favor, me parece raro en ti… siempre eres muy mal pensada de la gente —la mujer lo miró respirando hondo de nuevo.
–Tienes razón hijo, debo estar al pendiente, después de todo era aquí o la cárcel, no ha de ser una perita en dulce.
—No, no lo es. No niego que ha sufrido mucho, pero no es la única en éste mundo que pasa por una tragedia, debe aprender a enfrentar las cosas. Ya sabes que no tolero las personas débiles. No piensan en los demás y pueden hacer mucho daño a los que las rodean —María se acercó hasta la larga mesa rectangular que se encontraba en medio de la cocina y se sentó frente a él.
–¿Algún día olvidarás hijo? —Matías dejó de comer negando con firmeza
–Sabes que no, lo que hizo Tania me cambió para siempre y… ya me espantaste el hambre —se levantó de prisa y desapareció sin decir más.
María conocía muy bien esa reacción, desde que aquella mujer fue diagnosticada unos meses después de su matrimonio, Matías no había vuelto a ser el mismo; tiempo después, cuando ella… murió, se transformó en un hombre vacío, frío y un poco cruel. Odiaba a las personas que se dejaban vencer y no aceptaba el menor símbolo de debilidad por más justificado que éste pudiera ser. Esperaba que algún día se diera cuenta que la vida no era así y que no podía ser tan duro con las personas pues cada quien tiene sus razones por las que se comportaban de cierta manera y su esposa había tenido las propias.
La alarma sonó justo a la hora que la programó. Por un instante no reconoció en dónde estaba. Se estiró perezosamente, hizo las cobijas a un lado y se dirigió al baño. Se duchó rápidamente, tomó el vaquero entubado, unos tenis y una camisa a cuadros con manga hasta los codos que le quedaba exacta. Se trenzó su largo cabello de manera que le cayera de lado izquierdo por debajo del pecho. Regresó a la habitación, tendió la cama con agilidad, acomodó todo y cinco minutos antes de las seis treinta ya iba bajando las enormes escaleras. No conocía la casa pero pronto escuchó algunas voces al final de un corredor, se dirigió hacia allí tan ecuánime como siempre, cruzó unas enormes puertas talladas en madera y se encontró con un elegante comedor para doce personas muy bien cuidado; de lado izquierdo notó una puerta abatible, la empujó para pasar a lo que ya para esos momentos estaba segura, era el lugar que buscaba.
Al entrar María fue la primera que la notó.
–Buenos días señorita —Andrea contestó intentando sonreír. Un pequeño comedor rectangular para seis personas estaba justo frente a ella, en él, Matías acababa de dejar de comer y la observaba desconcertado. Al sentir su escrutinio, un pequeño rubor cubrió sus mejillas. Jamás le había importado lo que pensaran las demás personas de su imagen, sin embargo, en ese momento sintió la necesidad de revisar si lo que se había puesto era adecuado.
—Bue… nos días —logró decir apenada. Matías asintió dirigiendo su atención de nuevo a la comida con el pulso extrañamente acelerado. Con una mano hizo un ademán para que se acomodara intentando mostrarse indiferente. Andrea tragó saliva, arrastró una silla un poco alejada de él y se sentó. Enseguida un café bien caliente y unos huevos revueltos estaban frente a ella–. Gracias María —agarró un trozo de pan de la cesta y comenzó a comer. Un silencio sepulcral se apoderó del lugar. No levantó la vista mientras ingería lo que se le había servido. De repente el ruido de la única silla ocupada la hizo elevar la mirada.
–Gracias María, espero llegar a la hora de la comida.
—Sí Matías —él se acercó a ella relajado y le dio un beso en la frente, enseguida giró hacia Andrea con semblante serio.
–No tardes, Lorenzo debe estar a punto de venir por ti, estamos en plena cosecha y tú vas a ayudar allá —Andrea asintió nerviosa—. María, mándale algo de comer porque no sé a qué hora regrese —una vez dicho eso desapareció por una puerta que daba al exterior. La muchacha terminó lo poco que le quedaba por comer, tomó sus platos y se acercó al lavadero. Abrió la llave dispuesta a limpiarlos.
–No te preocupes muchacha, ve y lávate los dientes, ya te dijo Matías que Lorenzo no tardará —Andrea sonrió por primera vez en meses al escuchar la consideración de aquella mujer, nadie solía tenerla con ella.
–Gracias… de nuevo María —salió de prisa. La encargada de la casa se quedó pensativa. Esa joven no parecía ser quien decían, podía jurar que tenía secretos y mucho dolor en la mirada. Unos minutos después la chica entró rápidamente a la cocina, María le tendió una pequeña vianda con algo de comida y la llevó hasta la salida donde ya la esperaban. Observó cómo se alejaba la camioneta sintiendo que el pecho se le contraía, la cosecha era muy cansada y difícil, Andrea no duraría mucho.
—Es aquí —el hombre parecía serio como toda la gente que ahí trabajaba; no le preguntó nada en todo el camino y sólo la volteaba a ver de vez en cuando intrigado. Andrea abrió la puerta dudosa, había mucha gente, el sol ya estaba en lo alto desde hacía varios minutos–. La llevaré con Ernesto, él le dirá lo que tiene que hacer —la joven asintió agradecida. Caminó nerviosa a su lado sintiendo las miradas de todos sobre ella. Un hombre robusto, alto y de cara dura estaba dando órdenes firmemente. Una vez que los vio se acercó de inmediato–. Señorita, él es Ernesto —el capataz y él se saludaron amigablemente y luego desapareció.
–Así que usted es la señorita Andrea —afirmó evaluándola.
—Sí —logró decir con hilo de voz. Miró a su alrededor y ya todos habían desaparecido, unos en camionetas y otros caminando se alejaban del lugar yendo directamente hacia grandes plantas con frutos muy pequeños color rojo.
—¡Pedro! —gritó el enorme hombre. Enseguida un muchacho delgaducho de unos quince años apareció.
–Dígame papá.
—Ésta señorita va ayudarnos en la cosecha —una sonora carcajada salió de la garganta del chico, pero al ver los ojos enojados de Ernesto calló enseguida–. Enséñale qué debe hacer y cómo, espero que eso sí lo puedas hacer bien —la advertencia que encerraban sus palabras no pasó desapercibida para Andrea que sentía ganas de darle un puntapié al tal Pedro.
–Sí apá… yo me haré cargo —obedeció serio.
—Eso espero, si no es así, tú serás quien le responda al patrón ¿comprendes? —el chico asintió nervioso—… ¿Qué esperas? Llévala pa’ que le expliques… ahora —el muchacho era casi de la estatura de Andrea y tenía unos lindos ojos muy oscuros.
—¿Vamos? —la instó observándola fijamente encantado. Andrea lo siguió sin prestarle mucha atención a sus intentos de apantallarla.
Anduvieron más de quince minutos entre líneas y líneas de matas. Mucha gente ya trabajaba sin parar, recolectando sobre unas enormes canastas aquel fruto que había que recoger. De pronto se detuvo frente a una de esas grandes plantas.
–Aquí —comenzó a explicarle el proceso, no era difícil, pero sí minucioso y cansado. Le tendió una canasta para que la sujetara de su cintura y sin más empezó su labor; sentía miradas curiosas de hombres y mujeres, las ignoró y se concentró en lo que hacía. Pedro se colocó a su lado haciendo lo mismo. Después de dos horas los brazos comenzaron a punzarle de tenerlos elevados y la yema de los dedos a escocer de tanto jalar aquellas frutas que estaban bien aferradas, pero no se quejó, apenas estaba comenzando. Todos lo hacían con una agilidad asombrosa, producto de años y años de experiencia. Pedro ya iba por su tercer canasto y varias plantas a distancia de ella, mientras que Andrea iba a la mitad de la primera. Sin embargo, ella continuó, no se mostraría como una persona débil, nunca lo había hecho y no tenía planes de comenzar.
Para la hora de la comida todos pararon a descansar. Tomó la pequeña vianda que María le mandó, sacó un emparedado de jamón junto con una manzana, lo comió sola; Pedro ya se había alejado y platicaba animadamente con otros que ahí trabajaban. Nadie le hacía mucho caso y ella lo prefería así. Se quitó la sudadera que se puso antes de salir de la casa, se la amarró alrededor de la cintura y siguió. Las horas continuaban pasando, el dolor en cada músculo era cada vez más fuerte, los pies los sentía ya hinchados de tanto estar de pie, los dedos le ardían y los hombros los sentía entumidos ya que tenía que tener los brazos en alto para poder arrancar el café. Ya comenzaba el sol a ocultarse cuando escuchó caballos, cerca de donde ella y Pedro estaban; un temblor, que intentó a toda costa disimular, la invadió. Al girar vio que Matías se acercaba junto con Ernesto a pie.
—¿Cuántos cestos lleva? —preguntó Matías a Pedro señalando a Andrea. El muchacho se acercó desconcertado con la pregunta.
–Tres patrón —Matías la evaluó un momento con fría indiferencia.
–No se irá hasta que haga mínimo cinco, entendido, el promedio son quince —Pedro y Ernesto abrieron los ojos asombrados, sin embargo, ambos asintieron obedientes.
—Ya escuchaste Pedro… no te irás hasta que termine.
—Sí apá —el muchacho observó consternado y compasivo a la joven. Andrea le devolvió una sonrisa tranquilizadora, le conmovía ver que a él le preocupaba su situación sin siquiera conocerla.
—Que Lorenzo la lleve cuando acabe —una vez dicho esto, Matías subió a su caballo sin el mínimo esfuerzo y giró alejándose sin más. Varios metros después tuvo que frenar fingiendo observar unos cafetales. Andrea parecía exhausta, no se quejó en todo el día, al contrario, no había parado según el reporte de Ernesto en quien creía ciegamente, pues era uno de sus empleados de mayor confianza. Sin pensarlo comenzó a recorrer su rostro, cada facción tan armónicamente acomodada sobre su cara, su cuerpo alto, delgado, ese cabello que aun trenzado lo hacía tener ganas de tocarlo y esa sonrisa… a pesar de lo que él acababa de decir, lo único que ella atinó a hacer era regalarle esa hermosa expresión a Pedro para tranquilizarlo ante su consternación por su decisión. Sacudió la cabeza al darse cuenta de lo que hacía; apenas acababa de llegar el día anterior, él estaba ahí para hacerle ver que la vida tenía consecuencias y era importante madurar, no para admirar su obvia belleza recién descubierta de la cual ella parecía completamente ajena.
—¿Pasa algo Matías? —Ernesto estaba justo detrás, pero él ni de eso se había dado cuenta por unos segundos.
–Nada, encárgate que todo termine bien aquí. Voy a ver el ganado y la empacadora. El azúcar debe estar ya saliendo para el envío de mañana.
—Está bien… yo me haré cargo, nos vemos mañana entonces —Un minuto después Matías ya estaba a varios metros de ahí.
Ernesto lo conocía muy bien, lo había visto crecer, alejarse cuando decidió casarse con aquella débil mujer; regresar completamente derrotado, lleno de culpa y coraje primero por la enfermedad, luego, semanas después, por la reciente muerte de su esposa y convertirse poco a poco en un hombre inflexible, duro e implacable con todo aquel que mostrara el menor signo de debilidad. No comprendía cómo era que el hermano de esa muchacha pensó dejarla justamente con él. Matías le había contado parte de la historia. Para él todo lo que ella hizo era egoísta y una muestra inequívoca de debilidad. En verdad la empezaba a compadecer, su vida ahí no iba a ser nada fácil, por otro lado, no parecía ser quien aseguraban que era, pero eso solo el tiempo lo diría.
Una hora después Andrea sentía que se le caerían los brazos. Pedro sin decir más le había comenzado a ayudar.
–No se preocupe señorita el patrón es muy duro, pero no es mala persona —ya casi terminaban gracias a la agilidad del muchacho.
—Lo sé Pedro.
—¿Sabe? Conmigo se portó igual cuando dejé la escuela —Andrea lo miró intrigada.
—¿Dejaste la escuela?, ¿por?
—Pos porque… no sé… soy muy bruto y me costaba mucho trabajo, eso ya fue hace mucho tiempo… —por su tono de voz ella se dio cuenta de que estaba arrepentido por aquella decisión.
—¿Y no piensas volver? —quiso saber mientras continuaba ya por pura inercia recolectando el café.
—Ya no me dejarían, mi apá me lo advirtió y… —de pronto un rubor muy extraño cubrió su rostro. Andrea le sonrió dulcemente.
–¿Y?... no se lo diré a nadie —le guiñó un ojo animándolo con ese pequeño gesto de complicidad; el muchacho le inspiraba confianza, cosa rara ya que eso le costaba mucho trabajo.
—Pos… porque ya ni me acuerdo de cómo escribir… hace mucho que no lo hago y… en la escuela ya no me aceptarían —Pedro agachó la mirada triste.
—¿Y… a ti te gustaría regresar?
—Pos… no sé… pero mi apá dice que soy un burro y así me quedaré por mis tonteras —Andrea torció el gesto pensativa—. Y… ¿uste?... digo… ¿por qué está aquí?... el patrón se ve tan enojado como cuando me descubrieron que no iba a la escuela —Andrea se encogió de hombros fingiendo indiferencia, no sabía cómo le podría explicar las cosas.
—Está bien si no me quiere decir…
—Me llamo Andrea, Pedro dime así, cuando me dices señorita me siento muy rara —Pedro le sonrió asintiendo al ver como ella fruncía el ceño.
–Andrea… ¿hiciste algo malo? —ella bajó la vista sopesando su respuesta.
—Es una larga historia… que si somos amigos prometo te contaré.
—¿Quiere… digo, quieres ser mi amiga? —ella asintió alegremente.
–Eso si tú lo quieres.
—Claro que quiero, nunca he tenido una amiga mujer y menos una tan… bonita —ese muchacho la ponía de buen humor a pesar de sentir que su cuerpo se estaba rompiendo en dos.
–Yo tampoco tengo muchos amigos… así que me encantará que lo seamos —Andrea le tendió la mano para sellar su trato. Él se la limpió en su pantalón y se la estrechó alegre.
A las ocho ya iban en camino a dejar la última de las canastas.
–Te veré mañana, yo te ayudaré para que no se te haga tan pesado.
—No te preocupes por mí Pedro, ya aprenderé… —ya era de noche y a unos metros estaba Lorenzo esperándola en la camioneta. El regreso fue muy corto, los ojos se le cerraban. Al llegar, bajó sintiendo que las piernas se le doblarían, los brazos estaban entumidos y los dedos ni los sentía. Abrió la puerta con dificultad, se sentía sucia y llena de tierra, pero con mucha más paz que en muchos años. Caminó hacia la cocina recordando que por la mañana María había dicho que la cena se servía temprano.
Entró discretamente y en efecto, ahí estaba acompañada de otra mujer que se encontraba acomodando algunos recipientes.
–Buenas noches —María giró al escucharla.
—Buenas noches señorita, ¿quiere cenar? —Andrea asintió acercándose a la mesa tímidamente.
–Si aún puedo… sí.
—Claro que puede, siéntese —la mujer comenzó a servirle algo que preparó y que hacía que la cocina oliera estupendamente—. Matías no tarda en llegar, pero usted vaya empezando, sólo ha comido lo que le mandé —se puso a su lado para acomodarle el plato frente a ella.
—No te preocupes María, el emparedado estaba delicioso, muchas gracias —agarró el tenedor intentando que la mujer no se diera cuenta del enorme esfuerzo que eso estaba siendo para ella.
—Buenas noches… —ambas elevaron la vista al escuchar a Matías entrar. Se sentó sin más en el mismo lugar de la mañana.
—¿Cómo terminó el día Matías? —María ya le estaba sirviendo a él también.
—Bien María, el pedido de azúcar sale mañana por la mañana y la cosecha va sin problemas, por eso llegué tan tarde —Andrea comía sin mirarlo, no comprendía por qué él la ponía un poco nerviosa, además era evidente que no la soportaba.
—Sí lo sé hijo, que bueno que todo vaya bien.
—¿Acabas de llegar? —Andrea tardó en darse cuenta que la pregunta iba dirigida a ella. Lo miró asintiendo—. ¿Entonces terminaste? —su tono era de incredulidad.
—Sí, tú dijiste que no me podía ir hasta que hiciera cinco, así que… eso hice —María lo vio con asombro y con un poco de reproche al escucharla. El hombre la ignoró y continuó con su vista clavada en Andrea.
–Así es y cuando digo algo, espero que mis órdenes se cumplan.
—Lo sé y como te dije, así lo hice —Matías se asombró de la forma en la que ella le contestaba, no parecía molesta, pero estaba dejando muy claro que él no la asustaba.
–Perfecto, mañana espero que los termines más temprano ya que aquí todo mundo debe de trabajar de forma rápida y eficiente —Andrea asintió y dejó de verlo para concentrarse en tomar bien el tenedor sin que se notara la dificultad que esto estaba implicando para sus dedos y manos. Matías, ni nadie más hablaron, aunque varias veces sintió su mirada clavada en ella. Unos minutos después, él se levantó, agradeció a María y desapareció. Un poco más tarde ella logró terminar.
–Váyase a descansar, mañana será otro largo día.
—Gracias, de verdad estaba muy bueno.
—Por un momento lo dudé, tardó mucho en comerlo —Andrea sonrió dulcemente
–Es sólo que estoy un poco cansada, pero claro que me ha gustado.
—Gracias muchacha, ahora ve a descansar —en cuanto la escuchó subir las escaleras, salió de la cocina dirigiéndose al estudio donde sabía que lo encontraría. Abrió la puerta sin tomarse la molestia de tocar.
—¿Pasa algo María? —Matías estaba frente a su ordenador rodeado de varios papeles.
—Sí y sabes bien qué es —él ni siquiera desvió su atención de lo que hacía.
–No tengo ni idea.
—Matías, hijo, esa muchacha no está acostumbrada a la cosecha, si la explotas así no va a durar.
—Ella no vino de paseo y me extraña de ti que tengas tanta consideración, no tiene opción de renuncia —ahora sí la miraba sonriendo con sarcasmo.
—No es consideración, es sentido común, sé que no está de vacaciones, sin embargo, eso no quiere decir que la lleves a límite; los hombres y mujeres que cosechan llevan toda la vida dedicándose a eso.
—María basta. Esa niña va aprender que las cosas cuestan, que no puede ir por la vida haciendo cosas inconscientes y sin consecuencias, para eso la trajo Cristóbal —María se puso furiosa al escucharlo.
—En primera no es una niña y sé muy bien que ya te diste cuenta —al comprender su insinuación se puso de pie de inmediato–. Y en segunda, enséñale lo que quieras, pero no seas inhumano —las palabras, de la que consideraba su segunda madre, lo estaban sacando de quicio.
—Es mejor que te vayas, haré lo que yo crea apropiado ¿entendido? Y no quiero saber que eres condescendiente con ella, seguramente con esa cara ha logrado embaucar a muchas personas, pero a mí no… y espero que a ti tampoco. Siempre has sido muy desconfiada, no sé qué te sucede ahora —la confrontó molesto. María sabía que no había más que hablar, lo conocía de sobra y por otro lado, podía llegar a tener razón. Salió sin decir más cerrando la puerta tras ella.
Lo que le acababa de decir lo había dejado desconcertado. Se acercó a la gran ventana y se perdió en la obscuridad de la noche. ¿Qué le sucedía a María?, con Tania nunca había sido así, la trataba con paciencia y mucho respeto, pero jamás había dicho algo a su favor. De pronto los recuerdos de aquella época se agolparon en su cabeza. La quiso, la amó, su delicadeza, su fragilidad era justo lo que lo enamoró de ella, su forma suave de moverse, de hablar. Tania había sido toda femineidad, también debilidad y egoísmo. No quiso superar su enfermedad, no se dejó ayudar, al contrario, se hundió sin luchar y al final, teniendo aún esperanzas, decidió que verse marchita no era una posibilidad y se quitó le vida sin importarle nada ni nadie más.
Matías recargó su frente en el vidrio. Eso recuerdos le dolían, le abrían una herida que sentía nunca sanaría. La culpabilidad no se había apartado de él ni un solo día, ella no dio señales de hacer algo de esas proporciones; jamás sospechó que esa idea se estuviera formando en su cabeza. Y eso era lo que lo atormentaba. Después de aquel desastre, su alma se quedó suspendida, se sentía incapaz de sentir piedad, amor, compasión o algún sentimiento similar por alguien. Desde ese día fabricó un mundo inflexible, dominante, en donde todo aquel que no fuera fuerte no cabía y lo rechazaba automáticamente. Jamás volvería a permitirse estar rodeado de gente débil. Nunca.
Andrea tomó un baño que la dejó completamente relajada y aún más adolorida. Lavarse el cuerpo y el cabello había sido una labor titánica, sin embargo, ya estaba en la cama dentro de las cobijas, no tardó ni dos minutos cuando cayó completamente rendida.
Por la mañana el despertador sonó a la misma hora que el día anterior. Se quiso levantar cuando percibió que los músculos no le respondían. Resopló varias veces, giró de lado y juntando todas sus fuerzas, lo logró. Nunca había sido tan consciente de su cuerpo como en aquel momento en el que podía jurar que le dolían hasta los poros de la piel. Sin saber cómo, pudo apagar el reloj y ponerse de pie. Caminó lentamente hasta el baño, agarró una muda de ropa, una pequeña ducha para despertar y después de mucho esfuerzo logró vestirse. Tendió la cama como pudo e incluso sudando por lo que implicaba. Se sujetó el cabello en una coleta, ya que la trenza representaba usar aún más los brazos; cuando por fin terminó eran las seis treinta en punto. Bajó lentamente intentado manejar el dolor. Al llegar a la cocina respiró profundo y abrió la puerta, no quería que se dieran cuenta que apenas y podía mantenerse de pie, ese era un gusto que no le iba a dar a Matías. Después de todo su orgullo era lo único que le quedaba.
—Buenos días —saludó al tiempo que se sentaba en el mismo lugar que el día anterior. María le contestó mientras que Matías sólo asintió sin mirarla hojeando un periódico. La hacienda era un lugar muy apartado, se daba cuenta que no le hacía falta nada, al contrario, se vivía con los mismos privilegios que en una ciudad, sólo que más tranquila.
María le acercó un plato muy bien servido. Al verlo supo que en primer lugar, no podría terminárselo debido al esfuerzo que esto implicaba y en segundo, se había dado cuenta de que la jornada laboral era muy larga. Le sonrió agradecida y poniendo toda su atención en eso, comenzó a comer.
Veinte minutos después, apenas y avanzó.
–Date prisa, en unos minutos Lorenzo estará por ti y no quiero que lo hagas esperar —Andrea elevó la vista seria. Se sentía en un dilema. Si no se lo terminaba, María probablemente se sentiría ofendida, pero si no se apuraba, cosa imposible, Matías, que parecía no tener planes de moverse, probablemente se molestaría.
–Te lo pondré para el almuerzo ¿te parece? —Andrea volteó hacia esa amable voz sonriendo.
–Gracias María, creo que es lo mejor…
Matías enarcó una ceja con reprobación. La joven intentó ignorar el gesto, comenzaba a pensar que iba a ser mucho más difícil de lo que imaginó estar en aquel lugar. Sin embargo, cualquier cosa era mejor que continuar con esa mujer encima de ella. Se puso de pie con mucho esfuerzo que buscó no hacer notar. Caminó hacia la salida intentando que pareciera de lo más normal.
Él la observó por un momento, algo extraño le sucedía, parecía tener hambre y sin embargo, apenas y comió. Esa chica lo intrigaba, ese día no se sujetó el cabello con esa larga trenza, sólo lo llevaba con una coleta, tenía las mejillas y nariz un poco rojas, seguramente debido al sol al que el día anterior estuvo expuesta. Se había vuelto a vestir de forma casual, lista para trabajar y sin embargo, parecía tener una elegancia natural que generaba tener que verla y preguntarse si la ropa había sido hecha para realzar su figura. Sacudió el rostro un momento volviendo a intentar concentrarse en lo que leía. Debía controlar sus pensamientos, ella estaba ahí para pagar por algo que hizo y él era el responsable de que aprendiera la lección; no iba a dar su brazo a torcer, le ayudaría a entender cómo era la vida. Por más cara de ángel que tuviera, era culpable de muchas cosas y no debía olvidarlo, nunca.
—Veo que estás decidida María —Andrea ya había desaparecido y no pasó por alto que ella estaba siendo demasiado condescendiente con la chica.
—No sé a qué te refieres Matías… —refutó mientras continuaba metiendo varios recipientes en una pequeña lonchera.
—Sabes muy bien de qué hablo, no quiero tantas consideraciones ¿entendido?, no está de vacaciones.
—Lo sé, pero tampoco está acusada de muerte. No puedo ser inhumana, apenas y podía estar en pie —lo veía atenta. Matías ni siquiera se molestó en levantar la vista de lo que fingía leer.
—No lo creo y si es así, es porque ha tenido todo en la vida y es obvio que no ha sabido valorarlo, así que… no cuestiones como abordo esta situación. Ella aprenderá lo que viene aprender ¿de acuerdo?
—No completamente Matías… —esa mujer lo estaba impacientando.
—¿Qué quieres decir con eso? —le preguntó ya dejando el diario a un lado y mirándola tan fijamente como ella lo hacía.
—A que no la consentiré, pero tampoco le haré las cosas más difíciles, me parece que contigo tendrá más que suficiente —Matías resopló poniendo los ojos en blanco. No le gustaba pelear con ella y no lo haría en ese momento; y menos por aquella chica.
–Está bien, sólo eso espero de ti, nada más que no me contradigas frente a ella cuando dé una orden —la mujer asintió y enseguida se giró ignorándolo para continuar con su labores. Él salió un segundo después dándose cuenta que ya no había más que decir.