12
De repente él se detuvo frente a un árbol enorme, se recargó en el ancho tronco al tiempo que la soltaba. Andrea no supo qué hacer, así que cruzó sus brazos ansiosa mientras movía piedritas con las botas.
—¿Sabes? —alzó la vista al escucharlo. Tenía ambas manos metidas en las bolsas del jean y la mirada perdida como recordando algo–. Yo también cargo con cosas, situaciones que desearía olvidar, que daría todo para que no hubieran sucedido… y ya ves, uno no puede controlar el pasado, sólo el futuro —ella asintió estando de acuerdo con él por primera vez en ese par de horas. Supuso que se refería a su esposa, nunca le habló de ella, pero sabía que enfermó de gravedad por lo que falleció al poco tiempo. Sintió un pequeño agujero en el pecho al darse cuenta de que ese hombre por el que sentía que su ser despertaba de ese eterno letargo, ya había amado antes y que aún le dolía su ausencia—. Cuando tú llegaste aquí… sé que me porté mal —la miró un segundo y después volvió a perderse en el horizonte—. Tu hermano me dijo cosas sobre ti que ahora sé, no son verdad, o por lo menos no son como él las cree… sin embargo, yo no te conocía… no sabía cómo eras realmente y… mucho menos que sentiría esto por ti —sonrió negando con la cabeza. La joven volvió a agachar la mirada concentrándose en la punta de su calzado—. Cuando llegaste sentí una enorme necesidad de enseñarte que la vida era difícil y que en ella no había lugar para las personas cobardes, débiles —Andrea suspiró recordando cada detalle de esos primeros espantosos días—. Fui un tonto… no debí portarme como lo hice —la observó arrepentido.
—No pasa nada… era lógico que actuaras así… lo que sucedió… no es para sentirse orgulloso –sonrió al escucharla.
—Aun así… no creo que lo merecieras y aunque no es justificación, necesito que sepas porqué me porté de esa forma.
—Matías de verdad no te preocupes, no en necesario —él la estudió con atención buscando descifrar lo que en sus ojos había.
—Andrea, después de la muerte de… Tania… —permaneció en silencio unos minutos por lo que el ambiente se sintió denso y ella ya no se atrevió a interrumpirlo—. Mi vida se vino abajo, yo… me volví duro, amargado e insensible… —de nuevo calló unos segundos pensativo–. Ella no murió por la enfermedad… —Andrea posó sus ojos en él enseguida frunciendo el ceño, no comprendía. Matías desvió la vista negando–. Ella… se mató —al escucharlo dejó de respirar perpleja.
–Dios… —en ese momento Matías no parecía tan fuerte e implacable como siempre. Al contrario, se notaban los estragos que al recordarlo provocaban sobre su personalidad potente y decidida—. No tienes que hablar si no quieres… —no sabía que más decirle. Pero él no la miraba, ni parecía haberla escuchado.
—Yo la amaba, duramos mucho tiempo de novios y lo lógico era dar el siguiente paso. Tanía era una chica consentida al igual que yo… tengo que admitirlo. Nos movíamos en el mismo círculo, estaba acostumbrada a obtener lo que quería y a ser el centro de atención, era muy bonita y eso la ayudaba. Nos casamos ilusionados, ella era lo que yo quería, la mujer ideal para mí —sonrió con sarcasmo y continuó–. Era femenina, dulce, tierna, caprichosa y débil… Sentir que me necesitaba todo el tiempo me hacía sentir importante, invencible. Regresando de la luna de miel nos vinimos a vivir aquí, como acordamos. Sin embargo, no logró adaptarse, vivía quejándose y no era feliz. Por más que hacía, nada la ponía contenta, nada era suficiente. Con el tiempo empezó a odiar este sitio, no existía día que no me pidiera que regresáramos. Peleábamos constantemente y las cosas que me enamoraron de ella comenzaron a hastiarme. Se vestía elegantemente, siempre impecable, muy bien maquillada y sin una sola arruga. Era su manera de demostrarme que nunca se adaptaría. No éramos felices y yo con tal de salvar nuestro matrimonio al final accedí —Andrea seguía en el mismo lugar escuchándolo atenta. Podía sentir su dolor y deseaba menguarlo de alguna forma, sin embargo, permaneció ahí, quieta—. Esta vida no era para ella. A Tania le gustaban las reuniones, salir a cenar a los lugares de moda, viajar, visitar a los amigos, organizar grandes fiestas. Ella… siempre fue así… yo fui el que no lo quiso ver, no la puedo culpar, me amaba… lo sé y yo la estaba alejando de todo con lo que creció. Mi padre accedió a que yo regresara a la ciudad mientras estuviera viniendo constantemente. Al poco tiempo de nuestro regreso, le detectaron ese… cáncer. Su útero estaba invadido y lo tuvieron que extirpar. Sufrimos mucho, eso quería decir que jamás tendríamos hijos; sin embargo, no me importaba… verla sana era lo primero, adoptaríamos, yo lo tenía muy claro. Pero ella no pensaba igual que yo y cayó casi enseguida en una honda depresión, comenzó a… —resopló con dolor frotándose el rostro con ambas manos—, comenzó a culparme —Andrea ya no pudo más, se acercó hasta él consternada. Posó una mano sobre su antebrazo sin saber qué más hacer. Él le sonrió al tiempo que la tomaba dándole un pequeño beso.
—¿Por qué lo hacía? No comprendo, el cáncer… no es culpa de nadie.
—Lo sé y ella también lo sabía, pero era evidente que no estaba bien. No se cansó de repetir una y otra vez que esta hacienda la había enfermado. Su actitud era apática y negativa. Se dejó vencer con una facilidad impresionante. Al poco tiempo la enfermedad avanzó, su actitud no ayudó. Ya se había alojado en un pulmón…
—Dios… pobre… —él asintió.
–Sí, verla así no fue nada fácil y no puedo ni imaginar lo que ella sentía. Le ofrecieron quimioterapias, fue muy difícil convencerla. No quería perder el cabello y verse como sabía que se vería, además, insistía en que no tenía cura, que no tenía caso. Pero el tumor estaba en un lugar en el que no se podía operar. Al final prácticamente la obligué. El doctor nos recomendó un poco de calma antes de comenzar con ese largo tratamiento y sugirió que viniéramos durante una temporada para que ella estuviera desintoxicada y tranquila antes de comenzar. Estaba seguro que se negaría, me asombró cuando aceptó sin queja, supuse, en esos momentos que cambió de actitud y pensé que había una esperanza para ella, para mí… para lo nuestro. Me equivoqué. Tania… ya no era la misma, la enfermedad la consumió… su esencia, su vida. Buscaba problemas conmigo todo el tiempo. Le rogaba que luchara, sus padres, los míos, nuestros amigos, todos le suplicaban no dejarse vencer; todavía existían muchas posibilidades, los doctores nos lo habían dicho en varias ocasiones, pero ella no escuchó. Unos días antes que tuviéramos que regresar discutimos fuertemente. Yo, aunque sabía que debía entenderla, tener paciencia, estaba agotado también, desesperado —la miró culpable y con mucho dolor. Ella no se imaginaba todo lo que tuvo que pasar y comprendía un poco su forma de ser—. Me atacaba todo el tiempo y no paraba de hacerme sentir culpable por lo que le sucedía, insistía que se había convertido en un estorbo para mí y te juro que no era así, y sólo deseaba verla bien, sana, salir adelante juntos de alguna manera. Sin embargo, ese día, en medio de la acalorada discusión… admití sentirme cansado y… muy desilusionado por su manera de enfrentarlo todo. Saqué todo lo que tenía dentro de mí. Desde hacía ya más de un año todo se centraba en lo malo, yo… Dios, si no le hubiera dicho todo eso… —sus ojos estaban rojos. Se limpió las lágrimas con el antebrazo–. Regresé muy arrepentido varias horas después, sabía que debía entenderla, su situación no era para nada fácil y yo necesitaba encontrar la forma de que quisiera vivir, no de echarle en cara el cómo me sentía, yo estaba sano, debía ser el fuerte. Pero… fue muy tarde —de pronto se alejó observándola con dolorosa impotencia—. Ella… estaba recostada en el centro de la cama, la intenté despertar, parecía dormida. Los frascos en la mesa de noche llamaron mi atención. Estaban vacíos. No era uno el que se tomó, fueron más de cuatro. Ya llevaba varias horas cuando la encontré. María subió al escucharme. Ella fue la que vio la nota que Tania dejó. Nunca podré olvidar lo que escribió. Me pedía perdón… y me decía que no era tan fuerte, que sentía haber arruinado lo nuestro —Andrea no lograba creer lo que le decía. No podía juzgar a esa mujer, sin embargo, tampoco podía entenderla ¿Por qué le había hecho eso? Terminó con la distancia que los separaba y lo abrazó con toda la ternura que fue capaz de dar acomodando su cabeza bajo su barbilla.
—Lo siento mucho Matías… de verdad lo siento mucho —él la sujetó firmemente asintiendo. Recargó su mejilla sobre su cabeza sintiendo cómo con tan solo ese gesto su dolor menguaba drásticamente—. Gracias por confiar en mí, por contarme todo esto, no ha de haber sido fácil, no tenías por qué hacerlo… —susurró aún pegada a su cálido cuerpo. Él la separó apenas y lo necesario para poder verla a los ojos. Sonreía cariñoso y… ansioso.
–Sí tenía qué hacerlo. Ese es mí pasado Andrea y quiero demostrarte que puedo compartirlo todo contigo y aun siendo este el capítulo más duro de mi vida, no debía ocultártelo. Sólo María y mis padres lo saben, el resto saben lo que tú hasta hacía unos momentos; no permitiría, por nada del mundo, que se manchara la imagen de Tania. Ella sufrió mucho e hizo eso porque creyó que así nadie sufriría más —Posó sus labios sobre su frente y volvió a abrazarla.
–Entiendo.
–¿Sabes? ahora ya no duele tanto, muchos años viví sintiéndome culpable y miserable, no podía evitar sentirme responsable. Odié a la gente débil, a la gente que se dejaba vencer con facilidad. Me volví todo lo que viste cuando llegaste… sin embargo, ahora puedo hablar de esto, jamás lo había hecho… con nadie. Pero desde que apareciste… algo cambió dentro de mí… Luché mucho por acallar esto, por eso mi conducta al principio. Luego… ya fue muy tarde. No tienes idea lo que siento por ti y la medicina que has sido para mí. Tan sólo con tenerte así, absorbiendo tu olor, escuchando tu respiración, siento que esa parte de mi vida quedó completamente curada —se separó un poco de él, acarició su mejilla sin dejar de mirarlo. Un segundo después se acercó lentamente hasta sus labios. Él no se movió, temía que si lo hacía ella retrocedería. Sentía su aliento ya demasiado cerca, su calor casi sobre sí, hasta que por fin fue consciente de su tierna boca sobre la suya. Permitió que ella marcara el ritmo, su sabor era único, su roce decadente, lo hacía sentir mareado, al límite. Besaba dulcemente cada uno de sus labios, sin prisa, con deliberada dilación, como necesitando conocerlo, conocerlo de verdad. Él le respondió de la misma manera intentando descifrar lo que ese gesto significaba. De repente se detuvo. Su mirada se tornó distante mientras sus párpados no dejaban de aletear con nerviosismo y arrepentimiento.
–Matías, yo, perdón, no debí… esto es una locura —acarició su rostro sin comprenderla, sintiéndose perdido, confundido.
–No lo es Andrea —de pronto, al escucharlo, pareció tomar conciencia de lo que había hecho y se separó de inmediato. Pero Matías ya no quería ni podía tenerla lejos. La aferró por la cintura acercándola nuevamente–. Andrea… este juego se terminó, no permitiré que vuelvas a alejarte, ya no —y sin más la volvió a besar exigentemente. Ella se fundió en su ser sin poder rechazarlo. La separó unos segundos después con el semblante serio—. Quiero saber ahora ¿Qué es lo que ocurre?, ¿por qué no te dejas llevar?, ¿por qué hablas todo el tiempo de una forma en la que no comprendo? —eso fue como un balde de agua fría. Se zafó en un segundo retrayéndose nuevamente pero enseguida la sujetó por el codo.
–Matías… no sé a qué te refieres… —masculló exaltada. Intentaba desengancharse pero la tenía bien agarrada. Su cambio de actitud la tomó por sorpresa.
—¡Basta!, sí lo sabes y no te dejaré marchar, no hasta que me digas lo que pasa. Estoy harto de esto. Siempre siento que cuentas las cosas a la mitad, que no confías en mí del todo, que hay algo que no cuadra. Tú no eres la chica que tu hermano describió… y quiero saber ahora la verdad, toda ¿comprendes? —la joven sintió que un sudor helado le recorría la columna, las palmas de las manos comenzaron a sudarle sin poder contenerlo. Matías hablaba enserio, esta vez no cedería, eso era evidente. Tragó saliva desviando la mirada.
—No hay nada… no entiendo por qué supones eso —necesitaba que dejara de preguntar aunque eso implicara aceptar todas las mentiras que Cristóbal creía de ella. Tomó su barbilla molesto y posó sus ojos sobre los suyos.
—Mírame y júrame que no hay nada. Júrame que eres una mujer inmadura, infantil, que se la pasa en fiestas descontroladas, causando problemas en todas partes, que se droga sin freno y se mete con cualquier hombre al grado de no saber cómo llegaron a su recámara al día siguiente —lo escuchó atónita, lívida. La sujetaba firmemente y le lanzaba cada una de esas palabras buscando que se defendiera, que replicara–. Júrame que tú propiciaste todo ese desastre en la tienda que casi le cuesta la vida a una persona inocente. Júrame… —lo decía apretando los dientes y acercándola cada vez más a él con rabia, con decepción–, que te has dedicado a hacerle la vida de cuadritos a la esposa de tu hermano y que Mayra es una víctima de tus embustes, de tu locura y desequilibrio. Júrame que eres… una meretriz, una mujer que se acuesta con uno o varios por el simple placer de hacerlo, que goza de no saber con quién compartió su cuerpo una y otra vez y que las cicatrices que tienes en la espalda son absolutamente tu responsabilidad, que tú en tus locuras las provocaste —sentía que el aire le faltaba, que sus pulmones se cerraban exprimiéndola y causándole un agudo dolor. No podía permitir que creyera todo eso de ella, él no. Se soltó de un jalón bruscamente con lágrimas brotándole de los ojos ya sin poder pararlas.
–¡no lo hare!, no soy todo eso que dices —le gritó desesperada, herida. De inmediato supo que pronto sabría por fin toda la verdad. No le agradó en lo absoluto el método, pero ya no podía más, era vital saber lo que pasaba, qué la tenía así—. ¡No te juraré nada!
—Entonces son mentiras… ¡Dímelo… defiéndete! —la retó con dureza. El llanto desbordado de ella lo dejó helado.
–No puedo… No puedo —se dejó caer sobre sus rodillas escondiendo el rostro entre sus manos, temblaba. No le importó verla tan mal, debía hacer que saliera de ese agujero en el que se encontraba, necesitaba que confiara en él. La levantó tomándola de ambos brazos.
–Sí puedes… ¿qué te tiene así? ¿Quién? Dilo de una vez —ella seguía llorando intensamente–. ¡Andrea!
—Matías no puedo arriesgarte, por favor comprende —explicó con dificultad. Pestañeó ahora más intrigado.
—¿Alguien te tiene amenazada? Por Dios Andrea, dímelo de una maldita vez, acabemos con esto.
-Matías –le rogó por última vez.
-No, no, no cederé te lo advierto, no más –de pronto la joven se limpió las lágrimas con rabia, con ira.
—Sí —la noticia lo dejó perplejo. La acercó más a él alarmado. Incrédulo. ¿Qué diablos era eso?
—¡¿Quién? ¿Con qué?! —no podía creer que las cosas se estuvieran yendo por esos rumbos. Eso era lo último que imaginó, simplemente no tenía sentido.
—Matías… —intentó de nuevo suplicar con los ojos empañados y con la voz completamente quebrada. Se veía pálida. Pero ya no podía dar marcha atrás, sabía que de eso dependía su futuro juntos, la tranquilidad de ella.
—Dije no. Dímelo ahora y si no lo haces… debes saber que no quiero volver a verte y te pediré que salgas de esta casa, no soportaré tenerte tan cerca sabiendo que ocultas cosas como esa, que no confías en mí, que hablas con medias verdades —decir esas palabras fue como si se le cortara el alma, pero no iba a permitir que continuara viviendo de esa forma, no si él podía ayudarla.
–Matías por favor —su mirada estaba cargada de dolor, de miedo, y eso le estaba rompiendo el corazón en mil pedazos pues se daba cuenta que conforme llegaba a la verdad, la Andrea que sufría se manifestaba sin remedio y lo que tenía entre sus ojos no le agradaba, le dolía, lo consumía.
—¿Es algún socio del conglomerado? ¡Dime! —la presión que estaba ejerciendo contra ella ni en mil años se la hubiera imaginado.
–Si te lo digo a… Cristóbal le hará daño —ya no daba crédito a lo que escuchaba. No logró reaccionar por un instante. No podía ser cierto, ella no podía estar viviendo algo como eso. Cuando la dejó libre al fin debido a la sorpresa, la joven se desmoronó en llanto convulso frente a él como si no lo hubiese hecho en años.
–¿De qué hablas?... ¿Quién Andrea? —se hincó frente a ella tomando su barbilla sin poder esconder su impresión.
–Matías, por favor —negó firmemente. La aferró por los hombros acercándola nuevamente hasta él muy serio.
—¿Quién? ¡Dímelo ya con un demonio!
—Mayra —murmuró, para en un segundo desvanecerse sin más. Matías alcanzó a agarrarla antes de que cayera de lleno en el suelo. No podía creerlo, no podía ser cierto todo eso, era abominable, increíble.
—¿Andrea? —la llamó con delicadeza, sin embargo, permanecía inconsciente, más pálida que nunca. Sintió una dolorosa opresión en el pecho. Le dio unas pequeñas palmadas en las mejillas, sentía que se había adentrado en una pesadilla. Esa mujer. Pero ¿cómo?, nunca le cayó particularmente bien, pero de eso, a lo que se acababa de enterar, era un gran trecho, sin embargo, algo en su interior le dijo que era cierto, que Mayra se había dedicado a hacerle la vida miserable a la chica que en ese momento tenía abrazada y que parecía haberse fugado de esa realidad por no poder soportarla más–. Andrea... reacciona… Andrea —acarició su rostro con ternura limpiando las lágrimas que hacía unos momentos derramaba. Sintió cómo un gran agujero se abría bajo sus pies y que los absorbía juntos—. Andrea, por favor —sus párpados comenzaron a aletear. Sintió alivio al ver que comenzaba a volver. Tardó unos segundos más en regresar del todo.
Al regresar a la horrible realidad intentó levantarse abruptamente. Matías la detuvo delicadamente.
–Espera… tranquila —de pronto las lágrimas volvieron a brotar violentamente. La abrazó durante varios minutos dándole tiempo para recuperarse. Cuando la sintió mejor la ayudó a ponerse de pie ubicándola frente a él—. ¿Te sientes mejor? —ella asintió con los ojos aún llorosos–. Andrea... lo que dijiste… ¿es cierto? —lo aceptó vencida. Su vulnerabilidad lo atravesó–. Cristóbal ¿no se lo has dicho?
—Lo intenté pero no me creyó… Tú no sabes de lo que ella es capaz —sintió un escalofrió por todo el cuerpo, la mirada de Andrea lo hizo adivinarlo.
—Pero debes enfrentarla —la joven se alejó negando con vehemencia al tiempo que se limpiaba el rostro con desespero, pues no paraba de llorar.
–No sabes lo que dices… Por su culpa… mis padres murieron —eso ya era demasiado y era verdad. Lo podía sentir, le creía. Podía sin dificultad tocar la sinceridad de sus palabras, de su alma. Mierda.
–Por Dios … Andrea —de pronto se sintió un imbécil, le contó toda su historia creyendo que era dura, bastante triste y sin embargo, ella llevaba viviendo una década de pesadilla. Andrea seguía demacrada por lo que temió que volviera a perder el conocimiento, enfrentar un pasado como parecía ser ese de golpe, no debía ser en lo absoluto sencillo. Se acercó afligido e intentó abrazarla, pero la chica se hizo a un lado de inmediato. Parecía un felino herido, asustado.
–No, no lo hagas, no ahorita —el rechazo de ella le dolió, no obstante lo entendió, la forma en que le arrancó la verdad fue cruel y brutal.
—Vamos a casa —le sugirió aún con el corazón desbocado por lo que acababa de saber. Ella asintió con desgano, un segundo después ambos iban uno al lado del otro sin tocarse. Andrea temblaba como una hoja y el llanto era imparable, mientras que Matías sentía hervir la sangre de rabia e impotencia, ambos sentimientos se apoderaban de su ser con cada paso que daba. No comprendía cómo era que había sobrevivido a algo tan espantoso y ser la persona que era. Al llegar subieron en silencio los escalones. Andrea iba rumbo a su recámara, sin embargo, aún no terminaban, así que la detuvo cariñosamente–. No Andrea… vamos a la mía —lucía muy cansada por lo que ya no discutió. Lo siguió sin decir nada. Sus ojos estaban hinchados, llenos de miedo y dolor. Él apretó los dientes frustrado.
La recámara era más grande que la suya, justo en la entrada había una sala de gamuza oscura con corte moderno y cojines de colores alegres pero masculinos, eso fue lo único que pudo apreciar. Matías la sentó en uno de los sofás preocupado por su estado.
—¿Cómo te sientes? —la observaba atento, colocándose junto a ella.
–Matías… comprendo si no me crees… yo…
—Quiero que me lo cuentes todo… esta conversación no acabará hasta que lo hagas —zanjó con decisión. Andrea lo miró como intentando descifrar si le creía o no. Sin embargo, su tono y actitud no le decía nada.
—¿Qué quieres saber? —parecía exhausta, era evidente que ya no lucharía.
—Todo, desde el principio —se limpió las lágrimas por milésima vez con la yema de los dedos. Resopló temblorosa y apretándose las manos con ansiedad. Perdió la vista en la mesa que tenía frente a ella sin verla de verdad.
—Cuando ella entró a trabajar a mi casa, mi nana cayó muy enferma. Mis padres la contrataron para ayudar en casa, pero gracias a su experiencia, creyeron que era la mejor opción para mí, porque mi nana no se recuperaba y pasaba más tiempo en cama que cuidándome —no lo veía y parecía tener que hacer un esfuerzo para no romper de nuevo en lágrimas—. Mi papá… estaba enfermo del corazón —él recordaba ese detalle, no era un secreto–, se tomaba un par de pastillas diario. Un día, el día del accidente… —respiró profundo sintiendo cómo el evocar todo aquello abría de nuevo las heridas haciéndolas sangrar ahora sin poder contenerlas–, ella me dio la pastilla que mi padre debía tomar. Las olvidaba comúnmente, así que corrí hacia él y se la di. Él… —un sollozo escapó de su garganta–, él se la tomó dándome un beso en la frente como solía. Unos minutos después, mientras iba manejando, le dio un paro cardiaco. Murió al instante, mi madre… unos pocas horas después. El accidente fue… mortal, demasiado fuerte —Matías la observaba en silencio absorbiendo la información anonadado, petrificado—. Yo lo maté ¿comprendes? —al entender lo que acababa de decirle se sintió más perdido que nunca. Se acercó hasta ella importándole muy poco la distancia que procuraba. Se sentó a su lado buscando su mirada, necesitaba que lo viese, Andrea parecía morir con cada palabra.
–Dios, claro que no Andrea, tú no tuviste nada que ver. ¿Cómo puedes decir eso?
—Porque después del funeral ella me dijo que yo lo maté, que la pastilla que le había dado le había provocado el infarto —abrió los ojos de par en par perplejo, no era posible tanta maldad. Tomó una de sus manos angustiado. ¿Cómo alguien podía vivir con algo así a cuestas?—. Poco a poco se fue apoderando de cada espacio, logró que Cristóbal se enamorara de ella y le confiara la casa y todo lo que ahí había, incluyéndome. Él tenía que encargarse del conglomerado, no podía hacerse cargo también de mí… así que ella lo hacía. Corrió a toda la gente que trabajó por años con nosotros.
—Pero…¿Cristóbal se lo permitió? —no daba crédito. Andrea sonrió sarcásticamente.
–Claro que la dejó… esa mujer hace y hacía lo que se le viene en gana, por otro lado, él ya tenía bastante con las empresas. Mayra se le metió por los ojos, él le creía ciegamente… aún lo hace. Cuando me enteré que se casarían intenté evitarlo… —observó sus manos como recordando–. Fue inútil, le dije que no me importaba que me encerraran por lo de mi padre pero que no dejaría que se casaran… Como te podrás dar cuenta no lo logré. Ella en respuesta… envenenó a mi caballo —Matías entendió mejor algunas cosas–. Yo… no sabía, él no se veía enfermo. Pero después de varios minutos trotando enloqueció, así, sin más; cuando intenté bajarme me di cuenta de que mi bota estaba enganchada a la silla, no comprendía cómo sucedió, pero un mozo me había ayudado a subir. Después, cuando al fin me encontraron, Cristóbal estaba furioso conmigo. Mayra convenció a los caballerangos para que dijeran que yo insistí montar aún sabiendo que estaba enfermo. Ella, para esas épocas, ya le había metido ideas… a Cristóbal sobre mí —el hecho de que se expresara de él siempre por su nombre cobró sentido al fin–, decía que no superaba lo de mis padres y que era imposible de tratar, que era grosera, rebelde y muy prepotente. Las chicas del aseo, compinches de ella, avalaban cada una de sus mentiras a cambio de dinero, supongo. Después de eso, esa mujer se confesó conmigo y me dijo que fue la responsable, ahí fue la primera vez que me amenazó con la vida de Cristóbal. Ella no jugaba, de verdad le haría daño —se detuvo sobándose la sien, ya sentía un agudo dolor de cabeza que la atravesaba. Matías se sentía atónito.
—¿Qué sucedió después?… —si iba ayudarla necesitaba saberlo todo. Andrea se puso de pie acercándose a un gran ventanal que daba hacia el enorme jardín y que rodeaba gran parte de la habitación. Se encogió de hombros.
–Me cambió de escuela una y otra vez inventado miles de pretextos, la realidad era que en cuanto veía que intimaba con alguien más de la cuenta o alguna maestra intuía algo sobre lo que sucedía en realidad, me sacaba de inmediato. Cristóbal la compadecía todo el tiempo por tener que criarme y sentía que le hacía un enorme favor por lo que dejaba que ella tomara las decisiones que mejor creyera respecto a mí y mi educación —guardaron silencio unos minutos cada uno perdido en sus pensamientos.
—Andrea ¿cómo te hiciste las marcas de la espalda? —la joven se tensó, levantando el rostro con tristeza observándolo abatida durante un segundo.
—La relación entre ella y yo era… bueno, ya te la imaginarás. Yo… cuando podía le hacía pasar… malos momentos. Una noche organizó una cena en la que pretendía como siempre, hacerse notar en sociedad… le eché a perder toda la comida —se acercó hasta ella imaginándola de pequeña teniendo que enfrentarse con todo eso sola y sin embargo, teniendo las agallas para intentar no dejarse–. No debí hacerlo, Cristóbal se enojó mucho conmigo y dejó de hablarme por varios meses. Por la mañana al día siguiente, ella entró cuando me estaba bañando y con un látigo de cuero que mi padre tenía de colección, me pegó… una vez que terminó yo salí de la regadera importándome poco el dolor y la sangre y la golpeé en la cara rabiosa. Nuevamente sus amenazas, si decía una palabra él corría peligro. A las semanas me mandó a un internado a Londres, duré un año ahí, después otro año en Italia, otro en Canadá, en Estados Unidos y otro en Alemania. De alguna manera se las ingeniaba para mantenerme vigilada aun a distancia y en cuanto me hacía amiga de alguien mi cambio de escuela era inminente.
—O sea que… tu hermano no tiene ni la menor idea de todo esto —se sentía tenso, con los puños fuertemente cerrados a los costados. Lo que decía era monstruoso. Ella negó triste.
–Las pocas veces que lo intenté, ella se cobraba logrando que al final dejara de insistir y permitiendo que mi hermano pensara que tenía problemas para aceptar que mis padres ya no estaban, además de problemas para controlar mi carácter. La relación entre él y yo… murió hace mucho tiempo —la impotencia lo tenía sometido, su vida parecía una pesadilla de pies a cabeza y a pesar de eso… sonreía, eso no pudo más que admirarlo, era la mujer más fuerte que había conocido jamás.
–Es un idiota… ¿cómo te ha podido arriesgar así?, eras una niña y… su vida corre peligro… Discúlpame pero no puedo creer que alguien sea tan ciego —ella no dijo nada, comprendía su reacción—. Andrea… quiero… preguntarte algo más… —para esas alturas ya le importaba poco qué era. Esperó a que hablara con la mirada gacha—. ¿Por qué tu hermano cree que eres…
—¿Una cualquiera? —completó la pregunta nerviosa.
–Sí —aceptó avergonzado.
–Matías… eso… no quiero recordarlo —él la acercó hasta su cama y la hizo sentarse, luego se hincó frente a ella, acunando su barbilla para que lo viera.
—¿Ella también tuvo que ver?
—Dios… es humillante —admitió queriendo desaparecer.
—¿Qué sucedió?
—Cuando regresé de los internados… nos llevábamos peor, yo la provocaba intentado que me dijera qué quería de mí. “Tu infelicidad”, siempre era esa su respuesta. Cuando no quise estudiar lo que ellos propusieron, comenzó a poner droga entre mis cosas para que Cristóbal después casualmente las encontrara. Un día grabé una conversación entre ella y yo, no sé cómo supo que lo hice y en respuesta a eso… —sus ojos se llenaron de agua salada nuevamente–, amanecí… Dios Matías… no puedo —un sollozo ahogado se atoró justo en su garganta. Él aguardó en silencio aún frente a ella y con ambas manos tomando las suyas–. No sé cómo sucedió, pero… desperté sin ropa, con dos hombres en iguales condiciones a un lado de mí, en la cama —Matías se levantó de inmediato hirviendo de raba, de consternación.
—¿Te… violaron? —ella se puso de pie también acercándose de nuevo a la ventana en pleno llanto, apoyó una mano en el frío vidrio deseando destruir de una maldita vez esos recuerdos, rogar porque existiera la forma de que desaparecieran y nunca más volvieran.
–No lo sé, sólo recuerdo haberme quedado dormida en mi habitación, sola. Pero al abrir los ojos por lo gritos de Cristóbal ese par de hombres ya estaban ahí y… me tenían abrazada, pegada a… sus cuerpos —él golpeó uno de los sillones con fuerza desbordada, con el cuerpo lleno de furia, lo que ella le contaba rallaba en la locura. ¿Cómo mierdas superaría algo así?—. Intenté escaparme, estaba harta de vivir así… pero cuando lo hice me dijo que no lo permitiría y que me atuviera a las consecuencias. Para ese momento ya no dudaba de lo que era capaz. En otra ocasión lo volvió a hacer, pero esta vez me tomó… fotografías y juró que las haría circular en internet si no hacía las cosas como ella quería.
—¿Y qué diablos era eso? —rugió Matías al borde de un ataque de rabia.
—No lo supe hasta que sucedió todo esto. Le cederé todo— él giró atónito hacia ella–, no contaré jamás lo que sé y desapareceré sin dejar rastro para siempre.
—¡¿Qué?! Pero no puedes… —ya comprendía todo al fin y no sentía en absoluto el alivio que esperaba, al contrario: la ansiedad, el dolor, la frustración e impotencia lo carcomían. Andrea… la mujer que amaba como un loco llevaba a cuestas más dolor y humillaciones que varias generaciones de diferentes familias juntas.
—Matías… lo haré. No tengo más opciones yo… necesito rehacer mi vida y esa es la única forma —ahora lo miraba más serena recargada en el muro que estaba junto al ventanal—. Sé que… he sido cobarde… sé que debería luchar… pero ya no puedo… estoy muy cansada y de verdad no hubiera querido que sucediera lo de aquella tienda. Sin embargo, resultó ser la llave para mi libertad. Así que la tomaré —ambos se quedaron en silencio durante varios minutos, no encontraban palabras para lo recién dicho en esas cuatro paredes, simplemente porque no las había—. Lo… siento. No espero que creas todo lo que acabo de contarte, sé que no parece real y además, el que lo sepas, no cambia nada, yo me iré de igual forma aunque sienta esto que siento por ti, no pienso arriesgarte, no lo hice antes con Cristóbal y no lo haré ahora contigo, me importas demasiado como para ser tan egoísta y arrastrarte a esta espantosa historia, tú ya tienes mucho con la tuya, con tu pasado —él quería decirle que claro que le creía, que no estaría sola nunca más, que estaría a su lado y enfrentarían esa situación juntos, que mientras estuviera a su lado, esa miserable jamás volvería a ponerle un dedo encima y que por supuesto que no le permitiría irse de ahí ni en ese momento, ni nunca. Andrea era simplemente la mujer de su vida, después de enterarse de toda esa monstruosidad lo tenía aún más claro. Sin embargo, se sentía perdido en sus pensamientos y en el dolor de saber ahora una verdad que rayaba en la locura, en la demencia—. Ahora que ya lo sabes todo… espero que no te moleste, pero necesito estar sola.
—Andrea… —ella negó caminando hacia la puerta. Intento seguirla, pero su mirada dejaba claro que lo que decía era cierto, no lo quería cerca. Ya había anochecido varias horas atrás y lo cierto era que también necesitaba decidir lo que tenía qué hacer; la vida de ella dependía de eso, así que no podía actuar sin pensarlo antes. Andrea, era su mundo, su razón y en ese momento también su motivo, haría todo lo que fuera necesario para que pudiera recuperar lo que se le arrebató con tanta frialdad y horror.
Ninguno de los dos durmió esa noche, ambos sin saberlo permanecieron observando el mismo punto en el jardín. Pero antes de que amaneciera Matías ya había tomado una decisión. Tomó una ducha, hizo un par de llamadas y salió de la casa unos minutos después. Andrea lo escuchó partir, un dolor profundo en su pecho se instaló provocándole dolor físico, no sabía si le había creído o no, pero el haber revivido todo de nuevo la hacía sentir vulnerable y triste… muy triste.
Durante el día no salió de su recámara, se sentía sumergida en un mundo de recuerdos y dolor del que no lograba escapar. Varias veces Indira tocó ofreciéndole comer, sin embargo, era en lo último que pensaba. Se sentía más sola que nunca y de pronto la vida que planeó con tanto esmero ya no le parecía tan buena. Sería libre, sí, pero él no estaría ahí, tendría que aprender a olvidarlo y eso ya parecía algo imposible. Lo amaba, cada cosa, cada detalle suyo logró despertar en su interior, sin poder evitarlo, ese sentimiento y ahora ya no sabía cómo hacerlo a un lado, cómo aniquilarlo. No entendía de dónde salían tantas lágrimas, sin embargo, no dejaban de brotarle como si de una cascada se tratase. La cabeza le dolía, sentía frío en todo el cuerpo, estaba perdida ¿qué debía hacer?, ¿le habría creído?, si no era así, ¿qué sucedería?, ¿a dónde había ido? Su mente brincaba de tema en tema de una forma ya frenética y obsesiva. A media tarde se dio un largo baño, ya no podía más, nunca pensó en hacer algo similar a lo que la esposa de Matías había hecho, no obstante, en ese momento ya no encontraba fuerza para seguir, su futuro parecía ahora tan gris y oscuro como su pasado, ya no quería vivir así, ya no podía.