18
Las semanas pasaban, la vida en ese lugar era agotadora. Se levantaba muy temprano, comía la horrible comida de Juana, comenzaba a trabajar en cualquier cantidad de cosas que al asqueroso dueño del lugar se le ocurrían. A medio día siempre le daban un caldo insípido que le servía para agarrar fuerzas y continuar limpiando, cavando, arando, en fin… haciendo todo lo que era obligación de los zánganos de sus cuñados y que al verla a ella hacerlo todo sin quejarse, habían decidido adjudicarle sus tareas. Se sentaban ahí, cerca, observándola lascivamente hacer su trabajo. A ella le daba igual, el dolor físico la hacía olvidar un poco el dolor emocional, cuando ya no podía más, el odio y rencor le daban nuevas energías. Saldría de ahí en poco tiempo, tenía que pensar muy bien su siguiente paso, si ya había llegado tan lejos con todo eso no podía arriesgarse a que Mayra cambiara de parecer y decidiera hacerles daño a Cristóbal o Matías. Trazaba sus planes día a día sabiendo que no debía fallar.
Ya faltaban dos semanas para que se marchara de ese maldito lugar. Un dolor en el vientre le impidió seguir limpiando los deshechos de los animales. Tomó aire intentando tranquilizarse, pero la horrible sensación le atravesaba la espalda. Se quedó ahí, agachada con una mano en el bajo abdomen. Agachó la vista hasta el lugar del dolor y abrió los ojos de par en par helada, su pantalón estaba completamente manchado de sangre. Se levantó lentamente y como pudo salió de ahí. Necesitaba pedir ayuda. No veía a nadie y el dolor era cada vez más intenso. Intentó calmarse, llevaba días sintiéndose especialmente cansada, esa mañana el dolor en la parte baja de la espalda fue sumamente fuerte pero de inmediato se lo achacó a la llegada de su periodo y lo mucho que se excedía.
–Andrea… ¿qué le sucede? —era Juana y ya estaba hincada frente a ella.
—No, no lo sé… me duele —y le señaló con la vista el lugar. La mujer la observó atónita llevándose las manos a la boca.
–Dios… uste está embarazada, la criatura se le está viniendo —Andrea pestañeó confundida. Juana alzó la vista y le limpió la fina capa de sudor que perlaba su frente tiernamente—. ¿De cuánto tiempo está?
—Yo… ¿de qué hablas?... Auuuu —se dobló al sentir otro espasmo. Su cabeza caviló de prisa. ¿Cuándo fue la última de vez que menstruó? Intentó contar mentalmente, recordaba que quince días antes de salir de la hacienda la tuvo. En seguida se puso pálida.
–Pero… hoy comencé el periodo —la chica negó seria.
—¿No señorita, yo he tenido varios y sé de qué le hablo, uste está preñada —Andrea no lo podía creer, apretó la mano que tenía en su vientre instintivamente.
–Un hijo…
—Sí… pero ya no se logró. Vamos, hay que darle un baño, debe hacer cuentas pa ver cuánto lleva si no esto puede ser peligroso —Andrea se dejó ayudar por la joven sin decir una palabra. Las lágrimas comenzaron a salir sin que pudiera evitarlo. Un bebé de ella y Matías y lo estaba perdiendo, no podía ser, lo quería, quería conocerlo, quería sentirlo crecer dentro de ella, era lo único que tendría de él.
–Juana… haz algo, no quiero perderlo… ayúdame te lo suplico —la mujer la miró angustiada. Sabía muy bien lo que se sentía, ella misma ya había pasado por eso cinco veces.
–Señorita, no hay nada qué hacer, su criatura ya no está viva.
—¡No!, ayúdame, te lo suplico, por favor, algo debe poder hacerse, quiero verlo, quiero conocerlo —la muchacha sintió lastima por esa hermosa mujer que ya lloraba la pérdida de alguien que nunca podría acunar. En todo el tiempo que llevaba ahí, apenas y habían conversado. Siempre estaba trabajando sin descanso, parecía que necesitaba con urgencia olvidar algo, o… a alguien. Su mirada era vacía y jamás se quejaba. Sin embargo, en esos momentos hablaba más que en esas semanas y mostraba una emoción en el rostro, estaba sufriendo, la veía con ansiedad y desesperada, pero ya era muy tarde, no existía nada que se pudiera hacer.
–Vamos sígame, hay que lavarla, debemos darle un té pa que saque todo y no se ponga mala —Andrea se resistía intentando frenarla.
–No por favor, debe de poder evitarse, dame algo, lo que sea… no dejes que se vaya —otro espasmo la atravesó.
–No, de veras créame. Dios ya decidió llevárselo no hay nada qué hacer, ande vamos —en cuanto llegaron al diminuto baño, la joven la ayudó a deshacerse de su ropa. Sangraba mucho. La chica abrió la llave y la hizo entrar al chorro. Ambas miraban su ropa interior, era evidente que ya no había nada qué hacer. El agua estaba helada pero Andrea no se percató. Estuvo embarazada todo ese tiempo y no lo sospechó, ¿cómo era posible?, no tuvo ningún síntoma, sólo ese extraño dolor por la mañana que ahora entendía a qué se debía, pero en efecto, la menstruación no apareció todo ese tiempo, cosa que ignoró por completo. Las lágrimas salieron mezclándose con el líquido transparente que la limpiaba. Sentía que la cordura comenzaba a abandonarla, su cuerpo y su mente ya no soportaban más dolor.
—Será mejor que le diga a mi viejo… uste mañana no podrá trabajar —las palabras de aquella mujer la hicieron regresar.
–No, por favor no le digas nada.
—Pero…
—Por favor, te lo suplico, nunca le digas nada a nadie —no quería que él se enterara, que nadie lo supiera, no tenía ningún caso y sólo lo haría sufrir más. Si pensaba que su vida había terminado, ahora se daba cuenta de que al haber perdido a ese ser que vivió por un tiempo en sus entrañas, se había enterrado tres metros bajo tierra. Ya nada podía ser peor salvo comprender que tendría que seguir viviendo a pesar de todo. Por un instante envidio las agallas de Tania, pero enseguida se deshizo de la idea, ella no podía hacer eso y aunque ya no tenía nada porqué luchar sabía que esa era una manera mucho más dolorosa de lastimar a las personas que justo intentaba proteger; porque a pesar de que para ella Cristóbal hacía mucho tiempo dejó de ser su hermano, lo compadecía, e incluso ahora lo justificaba porque si él sentía la mitad de lo que ella sentía por Matías entendía muy bien el porqué de sus acciones, aunque eso no lograba que lo perdonara.
—Se lo prometo… pero tranquilícese… le diré que algo le cayó muy mal a la barriga… no se preocupe —cuando terminó de bañarse, Juana la envolvió en miles de toallas y la acompañó hasta su cuartito. La ayudó a vestirse para luego tenderse en el catre y tocar su frente–. No tiene fiebre, pero pueden venir… estese atenta —Andrea miraba perdida hacia el lado contrario. No se dio cuenta cuándo salió y menos cuando regresó–. Señorita, tome esto, ándele —Juana tuvo que voltear su rostro y hacerla beber. El sabor era amargo–. Verá que con esto saca todo lo que quedó adentro y en unos días está como si nada —Andrea la miró ausente. La muchacha se dio cuenta de que volvía a ser la misma que hacía unas horas y le dio escalofríos, nunca había visto a alguien mirar de esa forma.
El día siguiente Juana la atendió lo más que pudo. Pero Andrea no podía seguir ahí echada, pensando una y otra vez frenéticamente en cómo podría haber sido su vida si esa mujer no se hubiera empeñado en destruirla, si Matías y ella estuvieran juntos y se hubieran enterado de que iban a ser padres. Por la mañana del siguiente día, se levantó sintiéndose mejor y continuó con sus labores. Cuando fuera a México vería a un médico; por lo pronto necesitaba ocuparse o ella misma se internaría en un psiquiátrico.
Matías firmó la carta de liberación de Andrea sin leerla. Hacía un poco más de dos meses que ella se había ido. Su vida, desde que regresó de ese rancho aquella mañana se desmoronó por completo. Trabajaba incansablemente, apenas y hablaba lo necesario. Cuando estaba en la casa se encerraba en el estudio hasta sentir que el agotamiento lo dominaba. Sus días sin su presencia era terribles, pero las noches eran la peor parte. La habitación olía a ella, cada rincón de su cuarto guardaba algún recuerdo de su presencia. Por lo mismo muchas noches acabó durmiendo en cualquier otra recámara. Se sentía solo, más solo que nunca. Con ese papel terminaba todo lo que a esa joven lo ataba. Se pasó las manos por el rostro aún perdido en los recuerdos. Ella le mostró qué era la verdadera felicidad y también el verdadero infierno. María lucía ya todo el tiempo irritable y preocupada por su estado de ánimo. Pedro sufrió una fuerte impresión al pensar que ella lo dejó sin más y no había vuelto a aparecer. No se escuchaba su risa, ni la alegría que le imprimía a cada espacio de esa casa.
—Hijo… ¿vas a comer? —ya era común verlo así. Pensativo y meditabundo. Al principio pensó que volvería a ser el mismo hombre rencoroso e inflexible que solía ser; sin embargo, Andrea lo había cambiado más de lo que se hubiera imaginado, por lo que no desquitó su impotencia y dolor con los demás; se encerraba en sí mismo y pasaba horas en silencio con la mirada perdida en algún lugar. Su ausencia era dolorosamente evidente, ella misma no podía ser la de antes y entendía su actitud, aunque le dolía mucho que estuviera pasando por todo eso.
—Sí, ahora voy… Espera.
—Dime.
—Dale esto a Lorenzo —le tendió un sobre color manila–. Dile que vaya al Sahuayo —el lugar donde Andrea residió los últimos dos meses–, y que le entregue esto a… —cerró los ojos sintiendo cómo su nombre se le atragantaba– ella. Adviértele que ni una palabra a nadie y que la lleve a la Magdalena, ahí el helicóptero la estará esperando para llevarla a la capital —María agarró el papel asintiendo.
–Matías…
—No digas nada, ya sabes que no quiero hablar…
—Está bien hijo, haré lo que me pides.
—Gracias —y de pronto sacó del cajón otro pequeño sobre–. Que esto se lo dé a Mariano, es lo que acordamos por su silencio y por su… ayuda —María sabía que en ese arreglo quedaron al día siguiente que Matías fue a buscar a Andrea. Ese tipo asqueroso se dio cuenta de que la ocultaba ahí por algo y solicitó algún beneficio además del evidente. Matías le ofreció dinero para que no dijera que ella estaba ahí. No quería chismes, ni dar explicaciones, ya todo era demasiado doloroso y si Andrea quiso quedarse en ese lugar, entonces eso era lo que se haría. Esa mañana, al recibir aquel papel por correo electrónico, decidió agilizarlo todo, ella tenía que irse lo más pronto posible, no quería seguir sabiéndola cerca y mucho menos ahí, a pesar de saber que lo repudiaba. Cristóbal seguía pensando que todo iba como siempre le hizo creer, normal. Y ya le había hablado para decirle que en unos días pasaría por ella pues debía agradecerle personalmente, pero Matías lo persuadió con muchos pretextos y le prometió que él se encargaría de que ella volara para allá el día de su liberación.
Necesitaba olvidarla, pero por más que lo intentaba no lo lograba. Tomó el teléfono y marcó un número extranjero.
–Hola Papá… —esperó su saludo y luego le informó que el viernes volaría hacia Europa —era lo mejor, ya no podía continuar ni un segundo ahí y aunque no era de la idea de huir, sentía que un poco de distancia y de distracción no le caerían mal.
Andrea recibió la hoja de las manos de Lorenzo. Este al verla se quedó con la boca abierta. Lucía más grande y con varios kilos menos, su piel estaba algo deteriorada y su mirada era vacía. Esa no parecía ser la señorita Andrea, no comprendía un rábano lo que sucedía, todos pensaban que se había peleado con el patrón hacía unos meses y que por lo mismo abandonó la hacienda. Sin embargo, todo ese tiempo estuvo en el rancho de ese viejo rabo verde que se la comía con la mirada.
—¿Dónde están sus cosas señorita?... tengo instrucciones de llevarla a tomar su vuelo —Andrea no comprendía.
—¿Qué vuelo Lorenzo?
—El patrón me dijo que un helicóptero la está esperando en la Magdalena pa llevarla a la capital —al escucharlo hacer referencia a Matías su corazón dio un pequeño brinco que enseguida se vio oprimido por su razón.
–De acuerdo… voy por ellas —el hombre la observó caminar, esa muchacha ya no era la misma, algo muy grave había ocurrido. La recordaba hacía un año cuando la llevaba diario a la cosecha, su mirada al principio solía ser triste y desconfiada; sin embargo siempre le sonreía, era amable y con el tiempo hasta llegaron a bromear y hablar de cualquier cosa. Pero esa joven que veía no era la misma, algo murió en su interior y saberlo le generó una profunda tristeza pues de ella todos recibieron solo atenciones y buenos tratos, nunca fue mandona ni alzada, incluso todos sabían de aquella vez que defendió a Ernesto con el patrón por lo del ganado. Ernesto se impresionó tanto con el cambio de Matías que no había podido dejar de contárselo a todos. Logró cambiar al patrón, al cabezota de Pedro y a la dura de María. No comprendía qué podía ser tan grave como para que hubiera terminado ahí.
En cuanto la vio salir de aquel lugar que se hacía llamar cuarto, fue a su encuentro y tomó las maletas él mismo. Ella se montó en la camioneta mirando al frente, eso era lo que haría de ahora en adelante, tenía que mirar hacia adelante y jamás volver la cabeza atrás si quería conservar la poca cordura que sabía ya tenía.
Llegó a la capital de México a media tarde, agarró un taxi y alquiló una habitación en un hotel tres estrellas cerca de donde iba a estar. Hizo un par de llamadas, pidió algo de comer, se duchó y se durmió casi en el acto. Por la mañana se despertó sin saber muy bien dónde estaba. Los recuerdos acudieron rudamente hasta llenar toda su mente. Entró al baño recordando lo que ese día debía hacer, de hecho apenas y contaba con un par de horas. De pronto su reflejo captó su atención, su piel estaba reseca y bronceada por el sol, sus ojos se veían más verdes por esa misma razón. Observó su boca, su nariz y sus pómulos que estaban notoriamente más marcados. Su cabello, que caía como una cascada multicolor a su alrededor, le resultó imposible de mirar. Recordaba como él pasaba horas observándolo, tocándolo, perdiendo sus manos una y otra vez. Lo acarició unos segundos y se quedó cavilando. Necesitaba dejarlo atrás y aunque sabía que jamás lo olvidaría, el verse a diario esa parte de su cuerpo que Matías idolatraba, no le ayudaría. Entró a su habitación y comenzó a buscar desesperada en la maleta. Cuando al fin encontró lo que deseaba, regresó al baño. Era una navaja multiusos. Agarró decidida un mechón de cabello y con las tijeras, lo cortó. Cuando el primer manojo cayó, una lágrima rodó por su mejilla; no obstante, la ignoró y continuó. Unos minutos después terminó. Su pelo lucía desigual, ya no pasaba de los hombros. Recogió todo el cabello que quedó en el suelo y lo tiró al bote de basura con los ojos entornados llenos de rencor. Se sentía más ligera y muy extraña. Se dio un baño y veinte minutos después ya iba rumbo a su destino.
El notario la recibió en cuanto se anunció. El lugar era elegante y clásico, casi no iba ahí, de hecho creía que era la segunda o tercera vez que ponía un pie en ese bufete. Ese hombre estimó mucho a sus padres y les debía a ellos gran parte de lo que poseía. Él tenía acceso a todos sus documentos legales debido a que fue abogado de la familia desde siempre, Gregorio fue quien la salvó de no caer en la cárcel hacía un año a cambio de vivir exiliada todo un ese tiempo en aquel sitio.
—Señorita Garza, puede pasar —una chica joven y bien vestida le sonreía amablemente mientras le señalaba la puerta. Andrea asintió entrando enseguida.
—¡Andrea! Veo que ya estás de regreso —el hombre debía estar rondando los sesenta años, era regordete y siempre muy amable, aunque cuando se trataba de su trabajo era implacable. Gregorio se levantó de su confortable silla de trabajo y se acercó a ella para tenderle la mano. Andrea respondió al gesto sin mostrar ninguna reacción—. ¿Todo salió bien?... un año me parece aún un exceso, mucho más sabiendo que te implicaron, pero… bueno, era eso o enfrentar un proceso legal.
—Sí, todo salió bien, gracias —sacó de su bolso el papel que Matías, enseguida sintió ese dolor en el pecho al recordarlo, le mandó.
—¿Qué es? —preguntó recargándose en su escritorio relajadamente. Esa chica siempre le agradó, sabía que en los últimos años se había vuelto conflictiva y algo difícil; sin embargo, la justificaba. Quedarse huérfana tan pequeña, no era fácil y menos aun bajo los cuidados de aquella mujer que no le terminaba de convencer y por la cual Cristóbal perdió la cabeza.
–Son los documentos de mi liberación —estaba extraña. Si bien ya no parecía estar vestida de aquella forma tan excéntrica, algo había cambiado en su interior, eso era evidente. Su mirada siempre era de recelo y desconfianza sólo que ahora tenía algo más, parecía ausente, vacía. El hombre se puso los lentes y hojeó lo que le dio.
—Todo está en orden… ahora por favor no te metas en más líos. Andrea asintió levemente.
—Gregorio, necesito pedirle un favor —el hombre se acomodó en su silla interesado—. Deseo ceder todo lo que tengo a una persona, ¿puede ayudarme? —el abogado tosió sintiendo que la saliva se le iba por otro lado de la impresión, ¿esa chica perdió el juicio?, su fortuna ascendía a bastantes millones de pesos, no podía estar hablando en serio.
—Andrea… creo que no comprendo, es absurdo… impensable, ¿tu hermano lo sabe? —lo miraba fría y sin mostrar un ápice de emoción.
—No y no quiero que lo sepa, quiero cederle todo a su esposa… —Gregorio comenzó a sudar y se aflojo el nudo de la corbata sintiendo que le faltaba el aire. Eso era inaudito, Cristóbal le platicó muchas veces los problemas entre ellas. Andrea no podía estar hablando en serio; sin embargo, parecía que así era.
—¿A Mayra?
—Sí, ¿cuánto tiempo se llevaría eso? Necesito que sea lo antes posible, mañana si se puede.
—Andrea no debo permitir que hagas algo así, es tu patrimonio, el de tu hermano, el conglomerado es suyo prácticamente, estás hablando de millones, así no se hacen las cosas y menos sin una razón de por medio —lo escuchó con imperturbable calma.
—Lo sé, pero eso es lo que deseo, además es mi dinero, nadie tiene porque decirme cómo usarlo. ¿Puede ayudarme o tendré que buscar a alguien más que lo haga? —él se levantó y se acercó hasta quedar sentado en la silla que estaba frente a ella. Dios, no podía permitirlo.
—Andrea… tus padres no querrían esto. Sé que no te llevas bien con tu cuñada, ¿Por qué habrías de hacer algo así?, comprende, no tiene el menor sentido todo esto —viéndola detenidamente se dio cuenta de que lucía cansada y que su mirada parecía la de alguien que había vivido mucho más que una persona de avanzada edad.
—Gregorio… ¿me ayudará o no? No quiero sonar grosera, pero no es el único abogado y notario, aunque sí en el único en quien confió —y era así. Si quería hacer lo que planeaba era necesario que él fuera el encargado del trámite.
El notario se puso de pie dándose cuenta de que no la haría cambiar de parecer. La joven parecía muy decidida.
–Debo comunicárselo a Cristóbal, una decisión así cambia su posición en la empresa.
—Si lo hace me iré y lo haré de todas formas… Necesito que no sepa hasta que esté hecho, después de todo es mi herencia, soy mayor de edad, no tengo por qué darle cuentas a nadie.
—Andrea… ¿estás segura?
—Sí, ¿cuánto tiempo le llevaría hacer la cesión?, necesito que sea lo antes posible —él regresó a su lugar y la miró reflexivo.
–Mañana por la mañana podría estar, hoy me dedicaré a ver todo lo que tienes y hay que hacer la lista de tus bienes, que como sabes, son cuantiosos, así como de todo tu dinero.
—De acuerdo… Hay otra cosa que debo pedirle y… de esto dependen muchas cosas. ¿Puedo confiar en usted? —asintió serio. Lo que estaba sucediendo era inaudito—. Quiero que ponga una cláusula dentro de la cesión en la que… si mi hermano pierde la vida —abrió los ojos atónito–, o la reputación de Matías se ve dañada al igual que su integridad física, entonces todo lo que poseo será donado a diferentes instituciones de caridad —el abogado se limpió el sudor que sentía sobre su rostro con un pañuelo. No comprendía nada.
–Andrea ¿te están extorsionando?, ¿por eso haces esto?
—Gregorio, ¿es posible hacer algo así?
—Andrea… —se acercó de nuevo a ella–, por favor confía en mí, dime qué sucede. ¿Es Mayra quien te amenazó con eso?, o ¿es alguien más?
—Lo siento, no voy a contestarle nada de lo que me pregunte, créame que entre menos sepa mejor para usted.
—Hija… te lo suplico.
—¿Puede o no puede? —Ahora lo miraba impaciente y algo nerviosa. Era la primera emoción que le veía en el tiempo que llevaba ahí sentada. Diablos, ¿qué estaba ocurriendo? Eso era muy serio, grave en realidad, delicado también.
—No es fácil, ella podría darse cuenta al leerlo.
—Es importante que ella no lo sepa y que aun así quede estipulado. ¿Qué se puede hacer?
—Andrea… ¿la vida de esos dos muchachos corre peligro? Debemos dar parte a las autoridades, no puedes ceder a los chantajes de nadie, no puedes regalar todo lo que por derecho te corresponde —la joven se levantó de inmediato un tanto descompuesta.
—Si lo hace, lo negaré. Usted es mi única salida, si no lo haré con alguien más que, seguramente no podrá ayudarme con esto que le pido y que es imprescindible para mí —la estudió varios minutos sin contestar. Lo que le pedía era inaudito; sin embargo, sí quería ayudarla y debía hacerlo, tenía que ser él, el que lo hiciese.
—De acuerdo… —se acercó a ella y la hizo volver a sentarse–. Lo haré, pero debes saber que no estás sola, yo puedo ayudarte —no podía implicarlo a él también, si Mayra intuía que ese buen hombre conocía la verdad entonces también encontraría la forma de fastidiarlo. Se daba cuenta de que ella no actuaba sola y no podía arriesgarse.
—Gregorio, mañana vendré con ella a la hora que me diga. Por favor busque la manera de que firme todo sin que se dé cuenta de ese detalle… es vital.
—Por supuesto hija, cuenta con eso… Serán tantos papeles que si viene sola y no se pone quisquillosa, los firmará sin importarle. Al final le daré una copia que no contenga ese documento en particular, puedo hacerlo, mis años en este oficio me ayudarán a lograrlo —Andrea soltó por fin la respiración. Estaba hecho, ellos estarían protegidos y esa bruja no volvería a chantajearla.
—Otra cosa, esto lo hago porque estoy muy arrepentida del trato que le he dado en todos estos años y quiero compensarla a ella, a mi… y a Cristóbal, no hay más razones, simplemente deseo retribuirle por su esfuerzo, después de todo no me dejarán a la deriva, soy su… familia ¿de acuerdo? —el hombre sonrió incrédulo.
—¿En serio esperas que crea eso?
—Es la verdad, yo me haré a un lado y dejaré de estorbarles para que puedan hacer su propia vida, para que sean felices al fin.
—Andrea no soy tonto, viejo sí, pero tonto no. Eso no me lo creo aunque lo juraras sobre una Biblia —ella se levantó sin parecer haberlo escuchado.
—Creo que es todo Gregorio, mañana vendré a la hora que me diga —el hombre se puso de pie evaluándola, de verdad algo muy gordo sucedía.
—Alrededor de las doce estará todo, sólo habla para confirmar.
—De acuerdo… —iba abrir la puerta y se detuvo, su mirada ya no era tan ausente–. Prométame que si no les pasa nada a ninguno de los dos jamás revelará ese documento.
—Andrea… hija…
—Prométalo, por favor.
—Lo prometo. Sólo cuídate muchacha y por favor si en algo te puedo ayudar no dudes en acudir a mí, sabes que los quiero mucho, no estarás sola si decides contarme qué te llevó a hacer esto.
—Gracias, hasta mañana —la observó desaparecer sintiendo una opresión en el pecho. Lo que sucedía era algo que no comprendía. Era evidente que la estaban extorsionando y el saber con qué, lo dejaba helado. Pero no podía tener la certeza de que fuera esa mujer o alguien más, Andrea estaba actuando así para proteger a ambos jóvenes, lo extraño era que no comprendía qué tenía que ver en todo eso Matías y por qué quiso establecer que no debía mancharse su reputación. Si Mayra no era la que la estaba perjudicando, entonces cederle todo era una forma también de salvarla a ella. Se acercó al enorme ventanal que tenía frente a él perdiendo la vista en los enormes edificios que lo rodeaban. Recordó a sus amigos de toda la vida, sus hijos siempre fueron su prioridad, los amaban muchísimo, ¿qué padre no? Aún recordaba las largas charlas con Iván, el papá de ambos. Él siempre temió por su seguridad e integridad, sabía que ser herederos de una fortuna como la que ellos tenían no era fácil y podían ser presas de diversas situaciones; incluso, a muy temprana edad, les contrató escoltas personales que sólo los dejaban en paz cuando estaban en casa. La gente que trabajaba para ellos siempre era de primer nivel y con las mejores recomendaciones. Y ahora nada de eso había valido, porque si una de sus sospechas era cierta, el verdadero peligro lo introdujeron ellos mismos a su casa y ahora sus hijos pagaban las consecuencias. Pero ayudaría a Andrea, haría lo que le pidió e investigaría muy bien la situación. Lo haría por la memoria de sus amigos y porque esa niña no se merecía vivir con eso a cuestas.
Andrea le habló a Mayra llegando al hotel. Odiaba siquiera tener que escuchar su voz; sin embargo, era necesario. Acordaron de verse al día siguiente a las doce en el notario. Ella parecía ocupada así que la llamada duro escasos dos segundos, cosa que agradeció. En cuanto terminó, prendió su ordenador y comenzó a navegar en internet. Sus correos estaba saturados, casi no los había checado el último año. Recordar el porqué la llenó de nostalgia, la hizo a un lado enseguida y se concentró en lo que realmente era importante en ese momento. Buscó entre sus contactos a Sean, necesitaba dar con él. Unos minutos después encontró un correo en donde le mandaba sus datos. Enseguida apuntó el teléfono y salió de la habitación. Compró en un establecimiento cerca del hotel un móvil cualquiera y lo registró con datos falsos, una vez que lo hizo le abonó crédito y marcó.
—Hi —al escuchar su voz sintió un alivio instantáneo. Él era de Canadá, por lo que no hablaba español; sin embargo, eso no se le dificultaba en lo absoluto—. ¿Sean? Hi it´s me, Andrea —conversaron por unos minutos. El joven se encontraba en Toronto, era arquitecto y estaba a cargo de una obra en ese lugar por lo que le quedó estupendo para sus planes. En cuanto colgaron reservó boletos para esa ciudad pagándolos por internet. Esa sería la última vez que utilizaría una de sus tarjetas de crédito, ya no las iba a necesitar. Con el tiempo hizo pequeñas transferencias a una cuenta personal de Jean, a la que tenía acceso total y único gracias a la lealtad de aquella chica. Ese dinero sería suficiente para empezar.
Juntas, en su primer año de bachillerato, en aquel internado en Londres donde Jean estuvo becada, lo idearon todo. Ella sabía parte de la historia. Andrea no ahondó en detalles, así que ambas, con el afán de ayudarse, quedaron en montar aquella florería que ahora ya no le resultaba tan atractiva como antes. Esa era su única opción, Jean se había comprometido a cuidar de sus intereses hasta el momento en que ella pudiera huir; no obstante, eso ya no era necesario, Andrea sería “libre” si se le podía nombrar así a su situación actual al firmar esos malditos papeles, así que ese sería su refugio y el lugar donde intentaría sobrevivir si es que podía.
Por la tarde asistió a su cita con un ginecólogo que jamás había visto. No quería que nadie supiera a qué iba y mucho menos lo que sucedió aquel abominable día. Era consciente de que debía revisarse pues en las circunstancias en que se produjo aquella irreparable pérdida, no fueron las mejores. El doctor la examinó minuciosamente y no encontró nada, ella estaba en perfectas condiciones. El resto de la tarde se tumbó en la cama logrando envolver su mente en esa blanca espesura que no le permitía pensar ni sentir. Por la mañana se vistió con lo primero que sacó de su equipaje, se hizo una coleta y asistió a la cita pactada.
Mayra ya se encontraba ahí hablando por móvil, parecía verdaderamente feliz. Andrea creyó que al verla su odio crecería aún más y que no se podría contener; sin embargo, con agrado, se dio cuenta de que no sintió nada, ya nada le hacía sentir nada.