10

 

Andrea no durmió muy bien, se despertó varias veces preocupada. ¿Qué debía hacer?, ¿cómo seguiría esquivando las preguntas de Matías? Y lo más importante ¿cómo haría para dejar a un lado todo lo que ya sentía por él? Su cuerpo no la obedecía cuando estaba cerca y su corazón amenazaba con salirse de su pecho cuando la miraba de aquella forma.

Cuando amaneció se tomó un baño lento y pausado. Al estarse tallando con lentitud recordó las cicatrices que tenía en la espalda. Cerró los ojos fuertemente. Matías se metió a la regadera con ella, debió verlas sin problema, eran de un tamaño considerable y difícil de ocultar. Evocó de inmediato cómo habían quedado aquellas marcas en su piel, esa era una de las cosas que más deseaba olvidar por la humillación que le generó, no obstante, sabía que jamás lo conseguiría. Resopló bajo el chorro de agua dándose cuenta de lo mucho que ocultaba y de lo vieja que se sentía con tan sólo veintidós años. Se puso ropa deportiva para dejar de sentirse enferma, anduvo despacio hasta los pies de su cama y comenzó a desenredarse el cabello intentando pensar en otras cosas más agradables. De pronto tocaron a la puerta, era él, lo sabía, su piel lo sentía.

—Adelante —musitó un tanto nerviosa. Matías apareció con una sudadera oscura, unos jeans y tenis a juego. Se veía tremendamente sexy y joven.

—¿Puedo pasar? —Asintió afectada por su presencia—. ¿Cómo te sientes?

—Mejor… gracias —un nudo la distrajo y comenzó a pelear con él. Matías se acercó sin poder evitarlo hasta ella.

–Déjame… yo lo hago —le quitó con ternura el cepillo de sus manos y comenzó a pasarlo por su cabello delicadamente. Andrea no supo qué hacer ni cómo reaccionar ante la intimidad que mostraba ese gesto–. Tienes un cabello hermoso… ¿te lo habían dicho? —Negó con la mirada clavada en el suelo, sintiendo que no tomaba suficiente aire—. Pues así es… desde que lo vi libre de todas esas cosas con las que llegaste, me di cuenta de eso —tragó saliva con las mejillas completamente encendidas. Sus insinuaciones cada vez eran más claras. Terminó diez minutos después–. ¿Te gustaría desayunar en el jardín?

—Sí… —las palabras no salían de su garganta, él simplemente la dejaba sin aliento y por si fuera poco, muda. Cuando Matías terminó de dar instrucciones por teléfono se hincó frente a ella apoyando una mano sobre sus rodillas.

–Ayer no quería presionarte… discúlpame, no era el momento —no supo qué decir–. Hoy vamos a olvidarnos de todo eso y pasarás un domingo tranquilo ¿de acuerdo?

—De acuerdo… —susurró intentando devolverle la sonrisa.

Y así fue. Desayunaron en el jardín en medio de una conversación fluida y amena. Minutos después, dieron un paseo por los alrededores, pues ella deseaba que un poco de aire acariciara su rostro aún un poco demacrado. No obstante, al caminar, el sitio donde aquel animal derramó su veneno, molestaba, por lo que cada cierto tiempo se detenía sonriendo y frotándose la zona. Matías, al percatarse de su malestar, aprovechó en más de una ocasión para rodear con firmeza su cintura y luego continuar el recorrido como si nada, dejando a Andrea nerviosa y con el pulso disparado.

Cuando la joven se comenzó a mostrar agotada, él la ayudó a subir de nuevo a su habitación y no se fue hasta que la vio arropada y acurrucada. Más tarde cuando ella despertó, comieron en la mesa de la cocina platicando animadamente sobre Pedro y sus travesuras. Sobre los recuerdos que tenían el uno del otro, cuando él era mucho más joven y ella una niña. Sobre los lugares que conocían y lo que a cada uno les parecían. Sin embargo, por muy agradable que estuviera resultando todo, él se daba muy bien cuenta de cómo al tocar temas un poco más profundos, ella cambiaba de dirección la conversación, incluso, en un par de ocasiones, de forma radical.

—¿Qué estudiaste? —eso lo intrigaba bastante si era sincero y no comprendía porqué no se le había ocurrido preguntarle a Cristóbal.

—Comunicación —no lo decía muy contenta, más bien con desgano.

—¿Comunicación? No lo dices satisfecha.

—No es eso… es sólo que… prefiero otras cosas —jugaba con el salero indiferente.

—¿Entonces por qué la cursaste? —alzó la vista un segundo para después volver a lo que hacía.

—Porque… -hizo una mueca perforándolo de pronto con sus ojos verdes- . Matías… ¿siempre preguntas tanto? —él sonrió sacudiendo la cabeza con incredulidad.

 –No, pero tú pareces no querer decir nada, todos los caminos por los que voy siempre me llevan a un callejón sin salida —Andrea asintió seria.

—A Cristóbal le pareció una carrera más adecuada para mí —soltó sin más. El hombre frunció el ceño desconcertado.

—¿A Cristóbal?, él ¿qué tiene que ver con tu decisión?... No comprendo, lo que uno elija estudiar es decisión personal.

—No siempre es así —era asombrosa la indiferencia que derramaba en cada una de sus palabras, era como si le diera de verdad lo mismo. No pudo más así que posó una mano sobre la de ella para que dejara de hacer girar aquel objeto.

–Andrea… ¿dejaste que decidiera lo que tenías qué hacer? No me pareces esa clase de persona —la joven pestañeó aturdida al ver su gesto. Elevó la vista confusa, desorientada—. Espera… no digas más, llegué nuevamente a ese callejón del que te hablaba hace un rato ¿no es cierto? —su comentario, a pesar de lo que implicaba, le provocó gracia.

–Matías… —adoraba cómo pronunciaba su nombre, arrastraba cada letra con una cadencia tan sensual que erizaba hasta el último de sus bellos y por si fuera poco, lo hacía sentir invencible—, no es así, él y… su esposa creían que era lo mejor, eso es todo.

—¿No luchaste?... Dime, ¿qué te hubiera gustado estudiar?

—Finanzas… Economía… no sé, algo así —su rostro se iluminó mientras que el de él se sorprendió.

—¿En serio?

—Sí… qué, ¿tú también piensas como todos los hombres? ¿Crees que una mujer no debe estudiar eso? —sonrió un tanto satisfecho al poder conocer un poco más de sus ideales aunque fuera de esa forma.

–Claro que no, es sólo que son carreras de números, la gente suele correr ante ellos, no querer estudiarlos.

—Lo sé, pero a mí siempre me han gustado… no sé… no me parecen complicados.

—Es bueno saberlo, cuando necesite ayuda te la pediré.

—Si lo haces, sólo recuerda que no fue eso lo que estudié, digo, por si me equivoco —le gustó escucharla tan relajada y sonriente. Parecía así una joven alegre y despreocupada, que gozaba de la vida, de lo que ésta le brindaba.

El resto de la tarde transcurrió tranquila, él la obligó a descansar un rato puesto que sus ojos volvían a verse agotados. Cuando despertó decidió invitarla a ver películas en una de las habitaciones que tenía todo un equipo de teatro en casa instalado y que contaba con una sala cómoda para poder disfrutar de lo que se proyectara. Escoger el filme se convirtió en una odisea. A Matías le gustaban las de suspenso y a ella las de acción. Tardaron más de media hora en ponerse de acuerdo hasta que por fin escogieron una comedia. Ambos rieron divertidos, relajados, para cuando terminó la joven bostezaba nuevamente. Aún así se aventuraron a escoger otra, ahora de drama. Justo a la mitad la película el dueño de aquel asombroso lugar se percató que estaba profundamente dormida. La observó por unos instantes sin poder evitarlo y es que era verdaderamente una belleza, cada rasgo, cada facción, su cabello, sus labios entreabiertos, sus pestañas onduladas. Dios, era perfecta esa mujer que tenía frente a él, aun con su rostro en poco pálido, con esas leves ojeras, causaría la envidia de cualquiera, pues sin llevar una gota de maquillaje encima, continuaba viéndose espectacular, única. Sonrió haciendo a un lado uno de su cabellos. Ella estaba completamente perdida, su respiración pausada y sosegada lo dejaban muy claro.  Apagó el televisor unos minutos después. Andrea había quedado acurrucada a su lado en una posición un poco incómoda, no lo dudó ni medio segundo, la tomó en brazos disfrutando de su agradable olor y la recostó con cuidado.

–Gracias —se sorprendió al escucharla, juraba que estaba dormida. Se acercó hasta ella y besó su cabeza quedándose ahí suspendido por unos segundos.

–Descansa Belleza —un segundo después salió de su habitación sintiéndose satisfecho por aquel día. Su compañía fue ligera y agradable, estar con Andrea era sencillo, no tenía que esforzarse mucho para entretenerla, era adaptable, sonriente y serena, conversaba con fluidez y sólo se detenía cuando las cosas se tornaba muy personales o entraban a ese “callejón” como decidió nombrarlo a lo largo del día. Era una mujer culta y muy inteligente, le encantó descubrir su afición a los números y a las películas de acción. Era poco común y eso lo enloquecía aún más. Manejaba varios idiomas gracias a los diferentes internados donde había estado y de los cuales salió al poco tiempo, cosa que aún no comprendía. Al parecer gozaba mucho de leer y hacía observaciones sobre las cosas que el resto de las personas ni siquiera se percataban. Sin embargo, no podía olvidar su pasado, la inmadurez con la que había aceptado actuar ante aquel incidente y muchas cosas más de las que aun dudando, algo debían tener de cierto.

 

 

Los días siguientes fueron una locura, aun así procuró estar en todos los momentos donde sabía, estaría. Por lo que las comidas y desayunos se tornaron sagrados e inamovibles para él. Sin darse cuenta logró mantener conversaciones agradables y divertidas, aunque ella, en cuanto sentía que se acercaban a aquella parte de su vida de la que no podía hablar, cambiaba el gesto quedándose muda. Matías ya comprendía muy bien las señales: mirada desviada, silencio absoluto así como angustia reflejada en cada una de sus facciones. Varias veces mientras la observaba haciendo justamente eso, se juraba a sí mismo que descubriría todo fuese lo que fuese.  Sin embargo, ya no le irritaba, al contrario, estar a su lado era su parte favorita del día. Andrea poseía una vitalidad que pocas veces había visto en alguien, le encantaba cómo se reía con los ojos y cómo estaba atenta a cada una de sus palabras como si fueran tesoros que debía guardar en alguna parte de su interior. Se dedicaba todas la mañanas a ayudar a Pedro, sabía por María que el chico no podía con ella, cosa que le daba gusto. Esa era otra parte de ella que lo tenía perdido, su ayuda desinteresada y su carácter, dócil, humilde y a la vez orgulloso y aguerrido; a nada decía que no, siempre estaba dispuesta a colaborar con lo que fuera, hablaba con todos sin mostrar superioridad ni prepotencia, no obstante, era evidente su desconfianza. Se daba cuenta de que incluso con él, a pesar de todo, no se abría, mantenía ese lado oculto con un recelo impenetrable.

—Matías… ¿es necesario que esté?… —odiaba las apariencias y no le gustaba tener que cuidar cada palabra. Él, que había evitado casi toda la semana algún contacto físico con ella, posó su mano sobre la de ella dejándola con la boca seca, como siempre que se le acercaba un poco más de la cuenta.

–No deseo que te sientas obligada, pero te confieso que a mí me harías un gran favor. Creo que junto a ti se me hará más ligera tanta formalidad —al comprender que tampoco le encantaban los eventos sociales no pudo seguir negándose.

—Está bien, pero me debes una —el hombre sonrió triunfante.

—Cuando quieras… —le guiñó un ojo al tiempo que se levantaba de la silla–. Nos vemos en un rato, ya han de estar por llegar —Andrea sabía que serían una comitiva de medianas proporciones, al parecer cinco mujeres y ocho hombres, de puestos vitales  de las diferentes empresas donde el padre de Matías había invertido consiguiendo a cambio aumentar sus canales de comercialización a Asia y Oceanía. Al sentir el ya tan familiar beso en la coronilla de la cabeza supo que su tiempo con él había terminado. Eso la deprimía un poco, le encantaba estar a su lado, las cosas siempre fluían sin problemas. No tenía que actuar ni pretender ser algo que no era, se dejaba llevar con una facilidad que a veces le asustaba, sabía muy bien que no debía enamorarse, sin embargo, ya era demasiado tarde para eso, lo quería, lo amaba, lo deseaba y lo necesitaba. Cada que lo sentía cerca temía que todos esos sentimientos salieran de una forma avasalladora, arrolladora. Había pasado horas preguntándose si de verdad era eso lo que por él sentía y no una enorme gratitud por tratarla como una persona digna y confiable, por ver en ella más de lo que nadie nunca había querido ver, por lograr que por momentos se olvidase de todo, por sentirse una mujer común y corriente viviendo una vida como la de cualquier otra. Sin embargo, para esas alturas, ya había desechado cualquier duda, cada que él la tocaba, su cuerpo vibraba y se sentía más viva que nunca. Cuando le hablaba, todo tenía sentido y ya no le importaba más, cómo era que acabó ahí, en ese punto sin retorno.

Sintió la mirada de María sobre sí, giró regalándole una gran sonrisa como era su costumbre.

—¿Necesitas que te ayude en algo para la comida? —la mujer la estudió divertida.

–No Andrea, anda ve con Pedro todavía tenemos tiempo.

—De acuerdo, pero si necesitas algo ya sabes dónde estoy —María asintió cariñosa mientras la observaba salir aún flotando de ahí. Ya no había marcha atrás, pensó mientras secaba un vaso. Era cuestión de tiempo para que sus sentimientos salieran a la luz. Se querían… era demasiado evidente, el hecho ya andaba por toda la hacienda. Y cuando los veía, como hacía unos minutos, comprendía el porqué; se perdían el uno en el otro como si intentaran fundirse. Andrea era una buena mujer, no lo dudaba, sin embargo, no podía dejar de tener ese presentimiento de que algo no saldría bien al final entre ambos, que por mucho que lucharán, sufrirían demasiado. Movió la cabeza intentando sacar esa sensación, el día era largo y a media tarde debía de estar todo preparado para las visitas.

Durante toda la mañana y después del mediodía, no supo nada de él. Al llegar a su habitación para cambiarse, un vestido tradicional veracruzano negro con una sola manga estaba tendido sobre su cama junto con un lazo rojo. Era hermoso. A lado del atuendo, una tarjeta, dudosa se acercó hasta ella para ver lo que decía.

Esto es sólo una manera de agradecerte el favor… Sé que te verás como todo una belleza

En menos de un segundo sus mejillas ardieron como si las hubiera tenido en contacto directo con el fuego de una chimenea. Permaneció unos minutos más leyéndola una y otra vez. Nunca en su vida creyó sentir ni la cuarta parte de lo que ese hombre generaba con tan sólo tener entre sus manos un trozo de papel en el que él había plasmado unas tiernas palabras. Suspiró bobaliconamente pegándose la nota al pecho. Cuando vio la hora se apresuró, tomó el vestido y se lo probó por encima. Llegaba hasta los pies, se permitió dar un par de vueltas aún en las nubes, ¿cómo se peinaría? Corrió hacia el baño, se observó en el espejo y comenzó a ensayar con su largo cabello. Jamás se había preocupado por su apariencia pero esa noche quería impresionarlo, algo dentro de ella necesitaba hacerlo. Frustrada se dio un baño rápido, al salir se puso su nueva adquisición aun con aquella tonta sonrisa pegada a su boca, se amarró el lazo en torno a la cintura dejando un moño de lado. Se sentía cómoda, linda, mujer. De pronto Indira tocó asomando con timidez la cabeza.

–Señorita… perdón Andrea, el patrón esta abajo, preguntó por usted.

—Sí, ya casi voy, pero ven, necesito un enorme favor Indira… ayúdame, entra —la muchacha sonrió intrigada, esa joven le caía bien–. No tengo idea de cómo peinar mi cabello, hazle algo, lo que quieras, es tan largo que me desespera —se quejó agobiada y con las mejillas coloradas. La muchacha asintió encantada. 

Media hora después Andrea bajó las escaleras lenta y tímidamente. Su pelo quedó sujeto en un sencilla coleta de lado que iba agarrada por un delgado mechón, mostrando enfrente su largo y abundante cabello y como adorno, Indira había conseguido de quién sabe dónde una flor que acomodó delicadamente en medio. Al verse en el espejo Andrea se sintió muy extraña, sin embargo, le agradó bastante.

Varias voces se escuchaban ya en la terraza que daba al jardín. Caminó hasta ahí un tanto ansiosa y con las palmas sudorosas.

En cuanto Matías la vio descender se olvidó de todo y de todos. Llevaba puesto el vestido que encargó especialmente para ella, sintió cómo su cuerpo se tensaba con la sola imagen, se veía demasiado bella para su propio bien. Su cabello parecía una provocativa cascada que bajaba por un lado de su dorso rozando partes de su cuerpo que deseaba tocar, no iba maquillada, parecía tener apenas un poco de máscara y rubor, sin embargo, de inmediato fue consciente de cómo los varones ahí presentes la contemplaron aturdidos. Imbéciles, eso sí que no. Sin perder un segundo, se acercó a ella, un sentido territorial y posesivo que nunca había experimentado se apoderó de él, dejaría muy claro que esa mujer, aunque aún no era suya, pronto lo sería.

Al verlo aparecer frente a ella no pudo más que regalarle una de sus hermosas sonrisas, sólo que esta era de alivio.

–Creo que no debí regalarte ese vestido —le confesó ya a su lado. Sus palabras la desconcertaron y lo miró aturdida. Al notar su actitud vulnerable acarició su mejilla dulcemente acercándose peligrosamente hasta que sus alientos chocaron–. No me podré concentrar en lo absoluto, te ves… preciosa —Andrea pestañeó completamente ruborizada sin saber cómo actuar.

–Gracias —dijo con un poco de vergüenza. Matías sujetó con firmeza una de sus manos y la besó cálidamente.

—¿Vamos? —ella asintió siguiéndolo. Ese hombre la tenía embrujada; algo de magia debía saber porque no era normal sentir todo aquello que le despertaba, su organismo se descomponía y su cerebro dejaba de funcionar como si de repente se hubiera fundido.

Estar en medio de esa gente no resultó difícil. Hablaba inglés sin problema, por lo que se pudo relacionar con todos los presentes de forma fluida. Matías prácticamente no la dejaba sola y si lo hacía, sentía sus ojos sobre ella todo el tiempo. La reunión transcurrió mejor de la que esperaba, todos se mostraban encantados con el lugar y muy agradecidos por el recibimiento. A la hora de la cena quedó alejada de él, sin embargo, su sonrisa de complicidad y sus miradas cargadas de electricidad dejaban muy claro que entre ellos sucedía algo, por lo que nadie buscó ir más allá con ninguno de los dos. Al comenzar los postres, la marimba se instaló y comenzó a tocar. Continuó la velada sin problema. Para ese entonces, ya no le soltaba la mano y la mantenía cerca de él aunque estuvieran platicando con personas diferentes.

Los tres últimos invitados se despidieron después de medianoche.

—¿Cansada? —asintió observando como el trío entraba a la casa conversando entre ellos–. Andrea… —giró un poco nerviosa al escuchar su tono sugerente y saberse sola con él en aquel jardín. Esa noche en particular había quedado más que claro lo que ambos sentían, tragó saliva inquieta. Matías elevó su barbilla con su pulgar, su mirada la puso peor, dentro de esos ojos miel, había deseo, promesas, amor… —. ¿Sabes lo que siento verdad? —ella lo observó sin saber qué responder. Su aliento acariciaba su rostro de una forma sensual y decadente– Y… tú también lo sientes, lo sé —sin soltarla fue descendiendo lentamente hasta su boca.  La joven se sentía anclada, no podía moverse ni siquiera respirar, él la besaría en un segundo y su cerebro le decía que debía darse media vuelta y salir de ahí enseguida, correr si era preciso. Sin embargo, su cuerpo no la escuchaba, al contrario, deseaba desesperadamente ese contacto, moría por averiguar lo que su gesto generaría. Él no se detuvo, miraba sus labios y sus ojos casi al mismo tiempo, con lentitud, con expectación. Cuando al fin llegó, cerró sus párpados y ella ya no pudo más, se dejó llevar sin poder evitarlo. Su boca era cálida, su aliento embriagador, su roce  demasiado delicado, absolutamente tierno. Percibió cómo sus dedos la acercaban con suavidad rodeándola por la cintura. De pronto sus manos comenzaron a cobrar vida y fueron recorriendo su amplio pecho lentamente, deseaba memorizar cada músculo tenso, su fuerza, su olor. Llegó hasta su cuello y poco a poco lo fue rodeando con ambas manos acercándolo, inconscientemente más a ella. El hombre, al percatarse de su reacción sintió cómo su cuerpo despertaba, cómo su ser la deseaba. Arrastró su mano hasta enterrarla en su cabello y comenzó a incrementar el ritmo sin demora, sus labios se abrieron al mismo tiempo ansiosos. Andrea también quería eso, descubrió complacido, por lo que su lengua fue la primera en invadir esa exquisita boca, un segundo después la de ella salió a su encuentro. Definitivamente no estaba preparado para lo que ese acercamiento provocaría ni en su interior ni en su cuerpo, se sentía al límite, enardecido, enloquecido, una marea de fuego estaba barriendo con todo dejándolo con  un anhelo asombroso por su cuerpo, por esa mujer. Ella estaba, con un solo beso, tomándolo todo. De repente, gracias a la potencia del deseo que en su interior hervía, fue necesario poner un poco de distancia, si no se detenía la poseería ahí sin importarle absolutamente nada.

Al ser consciente de su lejanía, Andrea sintió como si regresara de un viaje al que ni siquiera había dado autorización para ir. Su respiración era cortada e irregular. Las palmas le sudaban, su ritmo cardiaco estaba a punto de caer en una arritmia o algo peor y su boca se sentía dolorosamente fría sin la de él ahí. Lo miró a los ojos asustada, y de golpe todos sus miedos regresaron arremetiendo sin piedad. Se separó negando una y otra vez. Él no alcanzó a reaccionar hasta que sus manos se quedaron extrañamente vacías sin su cintura y rostro en ellas.

–¿Andrea? —susurró aun desconcertado por lo que acababa de suceder.

 –No… —el cambio tan abrupto lo dejó helado, era como si le hubiesen aventado un balde de agua bien fría. Intentó acercarse hasta ella de nuevo, la necesitaba, quería volver a sentir su cuerpo vibrar bajo sus manos, necesitaba volver a saborearla–. No Matías… no lo hagas —su voz estaba quebrada y aunque estaba oscuro, pudo detectar lágrimas que amenazaban con escaparse de sus ojos. De pronto y sin más, corrió prácticamente hasta la casa dejándolo ahí.  

Por un minuto no supo qué hacer, no comprendía su reacción. Sin embargo, la alcanzó justo cuando estaba por entrar a su habitación. La tomó del codo haciéndola girar, su mirada era turbia y llena de impotencia. Ver esa angustia en su rostro, lo llenó de impotencia.

—¿Qué pasa?... Sé que tú también lo sentiste —Andrea se soltó con cuidado, su sólo tacto la alteraba y no la dejaba pensar claramente, no lo iba a lastimar, no iba a permitir que a él le sucediera nada, no podía arriesgar lo que al fin había logrado. Matías se acercó nuevamente aprovechando su confusión, no obstante su palma fue más veloz y lo detuvo.

–No… esto no está bien Matías, por favor no lo hagas —frunció el ceño poniendo la mano sobre la suya. ¿Qué ocurría?

—Si es por tu hermano…

—No… Cristóbal no tiene nada que ver… Por favor comprende… —parecía una súplica, un doloroso ruego. Eso lo desconcertó aún más.

–Andrea… yo… —ella silenció su boca con uno de sus delgados dedos.

–No… por favor no lo digas… Yo estoy aquí de paso y me iré… nada de lo que pueda pasar cambiará eso. De verdad no creo que sea la mujer ideal para ti —lo decía con tristeza, eso era evidente.

—Déjame a mí decidir eso… sé quién eres y no me importa tu pasado, para mí sólo cuenta lo que aquí he visto.

—No, no por favor. No lograrás que cambie de parecer… Te lo suplico… no insistas —al ver su vulnerabilidad y desasosiego se alejó un poco, no quería ponerla nerviosa y mucho menos incomodarla.

–De acuerdo… pero es “por ahora”, no quiero presionarte, no me voy a dar por vencido, no sabiendo que tú sientes lo mismo aunque intentes negarlo —ella agachó la mirada angustiada—. Sí Andrea, lo sentí y tú también… pero no pasa nada, soy paciente y por ti sé que vale la pena esperar.

—Yo… —ahora él silenció sus labios sonriéndole cariñoso, no quería verla agobiada, quería que sonriera como hacía unos minutos.

–Descansa y no olvides que aún estoy en deuda contigo —le guiñó un ojo relajado, como si nada de lo que pasó hubiera existido. Besó su cien y caminó hasta su recámara con asombrosa serenidad.

Andrea cerró tras de ella la puerta y se recargó en ella ansiosa. Ese beso había sido el más increíble que había experimentado en su vida, la había hecho volar y sentir que su cuerpo dejaba de pertenecerle. Lo quería, estaba absolutamente enamorada, pero ver de forma tan evidente ese sentimiento en él fue devastador, su mirada era de adoración, de… deseo. Un sollozo ahogado se escapó de su garganta al darse cuenta de que eso no importaba en realidad, esa mujer vivía exclusivamente para hacerla infeliz y si por alguna razón se enteraba de que había algo entre ellos no dudaría en utilizarlo a su favor, podría lastimarlo sólo para demostrarle que jamás la dejaría en paz o simplemente por el hecho de saber que a su lado podría ser feliz. Imaginaría que ella le contó todo lo que en su vida sucedió y eso, le advirtió, sólo lograría que el pacto de hacía unos meses quedara disuelto en dos segundos. Andrea no lloraba con facilidad, con el tiempo había lograda dejar de hacerlo ya que se daba cuenta que las lágrimas eran inútiles y no le permitían pensar claramente; además que no le gustaba en la posición que la ponía, se sentía aún más débil y cobarde de lo que ya consideraba que era. A pesar de eso sus ojos se inundaron, lo quería, lo necesitaba y lo dejaría ir, eso era todo, no podía cambiar su vida, su pasado y la amenaza que ella en ese momento representaba para cualquier persona que le demostrase un poco de cariño y comprensión. Intentó dormir, pero varias horas después se rindió. Se sentó frente a la ventana que daba al jardín, la abrió sintiendo el golpe de frío. Se acurrucó en el sofá y se perdió en la oscuridad. Necesitaba encontrar la forma de resistirse, de no claudicar, pero era tan difícil sabiendo que él también sentía lo mismo. La lágrimas continuaron brotando aisladamente el resto de la noche sin que pudiera o quisiera contenerlas. Ahí estaba su cuento sin final feliz.

Matías despertó después tener una noche de lo más inquieta, no podía dejar de pensar en ella, en sus labios, en su cintura bajo su palma, en su delgado cuerpo estremeciéndose junto al suyo. Había amado a Tania, de eso no tenía duda. Sin embargo, nada de lo que en su adolescencia o en su juventud experimentó se comparaba con lo que Andrea le despertaba, su cuerpo la reclamaba, era como si fuera suya no de ahora, si no de siempre, incluso de otras vidas si estas de verdad existían. La esperaría y averiguaría que había detrás de todo, estaba convencido que esa era la llave para llegar a ella, así tuviera que vender su alma al mismísimo infierno, encontraría la forma de que esa mujer fuera suya, ya nada le importaba más que ella y el saber que sentía lo mismo no ayudaba en lo absoluto aunque menguaba la desesperación.

Cuando llegó a la cocina ya todo estaba dispuesto para que los visitantes desayunaran algo ligero como acostumbraban en el extranjero. Saludó a María afectuoso.

—Me dijo Andrea que todo salió muy bien ayer —asintió taciturno sirviéndose café–. El almuerzo estará listo a las doce hijo.

—Gracias María… —de pronto escuchó voces en el comedor que estaba separado por una puerta abatible de la cocina—. ¿Ya despertaron? —preguntó tranquilo.

—Sí, sólo algunos. Andrea los está atendiendo, habla inglés a la perfección, la estaba oyendo cuando… —pero no pudo terminar de hablar cuando Matías ya había cruzado lo puerta. La mujer sonrió sacudiendo la cabeza, así era el amor, se recordó volviendo a sus tareas.

En cuanto supo que ya estaba despierta, su sangre recorrió violentamente todo su cuerpo, necesitaba verla, ahora. Al entrar los invitados, cuatro hombres y dos mujeres, lo observaron sonriendo. Andrea estaba sentada en el otro extremo de la mesa lejos del bufet platicando con una rubia llamada Megan que la noche anterior le resultó agradable. Ambas sonreían bebiendo café animadas. Andrea parecía no haber pasado buena noche, tenía ojeras y aún se veían huellas de llanto, eso le encogió un poco el estómago pues no comprendía porqué se negaba a lo que sentían de esa forma tan tajante. Se acercó hasta ella importándole poco el protocolo, la joven lo observó nerviosa dejando su taza lentamente sobre la mesa.

—Buenos días Megan, espero que hayas dormido bien —ésta asintió agradecida perdiendo su mirada en otro lugar, era evidente que a él lo único que le interesaba era la mujer que tenía en frente. Matías se agachó y le dio un beso posesivo sobre la frente a Andrea mientras ella lo miraba con la respiración contenida y los ojos bien abiertos –. Buenos días —sintió la boca seca y sólo pudo asentir. Todas las determinaciones de la noche anterior cayeron en cuestión de segundos. Estaba irremediablemente enamorada de ese colosal hombre que la contemplaba como si fuera la más hermosa de las flores. Unos segundos después regresó a la realidad, los demás huéspedes lo saludaron animados, así que se alejó para regresar a su rol de anfitrión. Parecía relajado y aunque buscaba su mirada casi todo el tiempo, no la hacía sentir incómoda por lo que había sucedido. A las ocho ya todos estaban listos para continuar con el recorrido.

—¿Vienes verdad? —Arttie, un hombre muy alto y extremadamente delgado procedente de Sidney, le preguntó a Andrea mientras todos se acomodaban en las tres camionetas destinadas para su transporte.

–Claro, ella nos acompañará —de pronto la mano de Matías se entrelazó en la de ella y sin preguntarle la guió hasta el asiento de copiloto de la camioneta que él conduciría. La ayudó a subir sin decir más y medio minuto después ya iban rumbo al rastro. La hacienda era imponente y enorme, por lo que se concentraron sólo en lo referente a los negocios. El día anterior ya habían ido a los cafetales, al ingenio, a la cosecha de caña y a la empacadora, sin embargo, faltaba ver el ganado, la embotelladora y el rastro. El tour fue muy agradable. Matías se comportaba con ella como siempre, tal vez con un poco de posesividad, se la pasaba a su lado, la mantenía tomada de su mano y no permitía que se fuera con nadie más. Escuchaban atentos cada palabra de la guía que trabajaba dentro de la empresa y que fue exclusivamente para hacer ese trabajo. Conforme pasaron las horas se sintió más relajada, él no parecía tener la menor intención de hacer alguna referencia sobre lo ocurrido la noche anterior y eso la hacía sentir más tranquila. Al contrario, bromeaba y complementaba las explicaciones que la chica daba, hubo un par de veces que incluso se separaron del resto pero antes de que ella pudiera alterarse Matías ya le comentaba sobre algún detalle del lugar o sobre algún problema que debían resolver. Poco antes de las doce y justo cuando todos iban saliendo del rastro, tres jinetes con varios caballos siguiéndolos se acercaron a ellos. Andrea se puso enseguida en tensión. Él la alejó un poco de ahí rodeándola con uno de sus brazos protector. La guía les informó que el recorrido lo terminarían montando, la emoción de todos fue palpable. Sin embargo, Andrea permanecía quieta en su lugar. Matías se regañó por haber olvidado que esos animales eran parte de lo que se había planeado para el recorrido.

—Andrea, Matías ¿ustedes no vienen? —ya todos estaban listos para irse.

–No, nosotros los alcanzaremos en la casa en unos minutos, disfruten —todos asintieron sin preguntar más. Algunos sabían montar y los que no, solicitaron ayuda divertidos dejándose llevar por los jinetes expertos. En cuanto se alejaron entre risas y gritos, Matías se posicionó frente a ella, para su sorpresa no estaba blanca como el papel, más bien muy quieta y mirándolo serena–. Lo siento… no lo recordé —al escucharlo torció la boca con una tenue sonrisa y recargó el rostro en su pecho. A su lado no había sentido ni siquiera un poco de temor; fue como tener la certeza de que estaba segura y que ahí, entre sus brazos, nada pasaría. El hombre enseguida la rodeó asombrado, disfrutando el momento, ella había tomado la iniciativa y eso era más de lo que esperaba ese día. Su cuerpo era suave y embonaba perfectamente bajo el suyo, su olor era único y sentir su respiración tranquila sobre su piel le provocó deseos de mantenerla ahí para siempre.

—Patrón —el momento se rompió cuando uno de los trabajadores lo llamó. Andrea se alejó de inmediato. Matías juró por lo bajo—. Lo siento… —se disculpó el chico apenado–. Es sólo que quería saber si se va a regresar a caballo.

—No, llévenlos a la casa, nosotros ya vamos para allá —el muchacho desapareció un segundo después.

—¿Vamos? —giró hacia ella señalándole la camioneta. La joven asintió sonriente. Durante el trayecto no hablaron, ambos parecía inmersos en sus pensamientos, sin embargo, el silencio no era incomodo, al contrario, era relajante. De vez en cuando se miraban disfrutando de la sensación que eso les provocaba.

Durante el almuerzo se diluyeron entre los invitados. Dos horas después ya estaban observándolos alejarse en los helicópteros que los habían traído. Caminaron en silencio sin hablar hasta las escaleras exteriores de la casa, ambos parecían no querer decir nada por miedo a estropearlo todo. Matías la mantenía aferrada de la mano y a ella no parecía importarle, al contrario.

—Gracias —ya estaban por cruzar la puerta cuando se detuvo ubicándola frente a él.

—La verdad es que la pasé bien, fue… diferente —el hombre acomodó un cabello detrás de su oreja con suma atención, parecía perdido en sus pensamientos.

–Andrea… ¿Qué ocultas?... —el momento se rompió de inmediato al escucharlo. Él notó su cambio de actitud, se acercó de nuevo a ella frunciendo el ceño—. ¿Qué pasa?... ¿por qué no te dejas llevar?

—Matías… estoy muy cansada y todavía debo hacer varias cosas —intentó irse, pero la tomó del ante brazo desconcertado. Ciertamente se veía exhausta, apenas hacía una semana le dio ese susto de muerte, sin embargo sabía bien que era un pretexto.

—De acuerdo, no quiero presionarte. Descansa, más tarde quiero mostrarte algo —ella asintió respirando con alivio. Un minuto después permanecía ahí cavilando, tenía miles de posibles respuestas para la infinidad de preguntas que surgían en su mente, pero ninguna lo convencía. Necesitaba saber qué ocurría, ¿por qué lo rechazaba a pesar de sentir lo mismo por él?, ¿por qué esas evasivas constantes cuando le preguntaba sobre varias partes de su vida?, ¿por qué esa desconfianza, ese dolor en sus ojos el día anterior al decirle que no iba a suceder nada entre ellos?, miles de “por  qués" lo atormentaban, pero los averiguaría, todos.

Casi a las cinco regresó, se sentía impaciente por mostrarle lo que había pedido especialmente para ella.

—¿Andrea ya bajó, María? —la mujer aun acomodaba junto con un par de chicas, todo lo que se usó durante las últimas veinticuatro horas.

–No hijo, se ofreció a ayudarme hace como tres horas, pero la vi tan cansada que la mandé a descansar —agarró una manzana y le dio una gran mordida. Subiría por ella decidió alegre.

 Llamó a su puerta despacio, no hubo respuesta. Abrió lentamente. Estaba recostada de un costado profundamente dormida, la contempló durante varios minutos. No la levantaría, aunque ya estaba bien. Ramiro les había dicho que probablemente necesitara descansar un poco más de la cuenta ya que su cuerpo quedó un poco desgastado después de lo sucedido.

La tarde la sintió eterna, quería verla, necesitaba escucharla. Pero parecía que no se despertaría nunca. Ya era las siete y treinta cuando, desde su estudio, escuchó pasos en la escalera. Sin pensarlo cerró el ordenador y salió, era ella. Traía mejor cara y su cabello caía como una ondulada cascada sobre su espalda hasta la cintura. El deseo volvió a hacerlo su presa, esa mujer lo volvía loco.

—¿Descansaste?

—Sí… lo siento, no sé porqué dormí tanto —se frotaba los ojos como un gatito perezoso. Se acercó hasta ella miradora tiernamente.

 –Porque estabas cansada —asintió sonrojada recargando su peso en el barandal de la escalera. Él se encontraba un escalón abajo observándola relajado—. ¿Tienes hambre?

—Sí… digo, sé que no es rest

Sh —la silenció divertido al recordar esas palabras que empleó ya hacía tres meses—. ¿Quieres ir al pueblo? —ella pestañeó varias veces.

—Pero… está muy lejos ¿no?

—No, es una ranchería en la que viven unas mil personas, no hay mucho qué ver, pero podríamos cenar en una fonda que conozco ¿te parece? —de pronto se sintió emocionada, algo que no sabía desde cuándo no recordaba, no sentía. Se le antojo agradable, más aun si el acompañante era él, ya que de inmediato la salida se convirtió en excitante.

—De acuerdo… sólo voy por un suéter —asintió contento.

–Te espero afuera.

Media hora después llegaron. El lugar era pintoresco pero demasiado pequeño, el pueblo se resumía a una pequeña plaza con un quiosco que en ese momento tenía unas cuantas personas a su alrededor, una iglesia ya bastante vieja, abarroteras, puestos de nieves, elotes, dulces, un par de pequeños restaurantes de los cuales uno parecía más cantina del viejo oeste que otra cosa. El resto eran alrededor de diez cuadras con calles pavimentadas de forma irregular y gente afuera de sus casas platicando animadamente.

—Te dije que era muy pequeño… —susurró Matías tan cerca de su oreja que la hizo estremecerse.

—Nunca había estado en un lugar así… me gusta —y de verdad parecía disfrutarlo. Observaba todo atenta y con una sonrisa en el rostro. Varios de los habitantes saludaban a Matías; él les regresaba el gesto llamándolos a casi todos por sus nombres.

–Muchos de los que trabajan conmigo viven aquí por no decir que la mayoría. La gente de aquí viene de Magdalena, que es el poblado que esta como a cuarenta minutos, pero desde que la hacienda empezó, ya hace más de un siglo, las personas que trabajaban en Las Santas se comenzaron a venir a vivir a los alrededores y con el tiempo aquí se ha ido poblando.

—¿Por qué la llamaron así? —ambos ya tomaban asiento en una de las mesas de plástico blanco que daba a la plaza del lugar.

–Mi bisabuelo no era muy religioso, quedó viudo muy joven y con tres hijos: un varón y dos mujeres; criarlos en aquellas épocas sin una mujer a lado era muy difícil.  Así que se trajo a dos de sus hermanas para que lo ayudaran. Educaron a mi abuelo y a sus hermanas cuando esto apenas comenzaba como el sueño de aquel loco hombre con dinero y necesidad de vivir en paz. En honor a ellas nombró el lugar así. Las Santas. Dice mi padre que esas mujeres lo adoraban y él siempre fue bueno con ellas ya que podían vivir su propia vida mientras se hacían cargo de su hogar, por lo mismo nunca volvió a casarse y fue conocido como un eterno Don Juan —Ella lo escuchaba embelesada.

—Entonces me imagino que tendrás muchos parientes lejanos aquí —negó divertido ante sus conjeturas.

—Él quedó estéril después de dejar embarazada a mi bisabuela por última vez. Un caballo casi lo mata y después de casi perder la vida se enteró de que no podía volver a tener descendencia —una chica como de quince años con cara pizpireta se acercó hasta ellos en ese momento.

—Patrón… Buenas noches ¿qué van a querer? —Andrea lo miró sin saber qué pedir. La chica le dijo rápidamente los seis platillos que manejaban.

–Pediré por ti ¿de acuerdo? —ella asintió confiada. Dos minutos después la joven desapareció.

—¿Y cómo es que tú estás a cargo de todo esto?... déjame adivinar, sólo los hombres heredan —volvió a sonreír. Preguntaba sin rodeos. Eso era otra cosa por lo que lo traía hecho un tonto, era educada y muy culta, lo demostró durante la noche anterior y parte de la mañana al igual que en las múltiples conversaciones que solían mantener, sin embargo, no alardeaba y decía lo que pensaba sin miramientos. Podía apostar que eso le había provocado ya varios problemas, no obstante, eso sólo le servía para perderse más en ella y desearla aún más si eso era posible.

–Pues no, mi abuelo sí lo heredó y administró todo esto para él y sus hermanas, pero mi padre si tuvo hermanos, dos hombres y una mujer. Mis tíos fallecieron en un accidente aéreo hace varios años por lo que mi padre se quedó a cargo de todo al igual que mi tía, sólo que ella es una especie de bohemia y no le interesa mucho los negocios, así que deja que mi padre administre todo. Los únicos primos que tengo son sus hijos y el negocio les es irrelevante. Uno es artista y gana muy bien, otro trabaja para el gobierno de Canadá y mi prima se casó con un senador Inglés por lo que han cedido su parte de esto poco a poco. En realidad mi padre y yo somos los dueños de todo, entre él y yo tomamos las decisiones y pasamos puntualmente su parte a mi tía —La conversación era interesante, por lo que continuaron así aun después de haber terminado de comer el enorme huachinango que cada uno había pedido. Unos minutos después se acercaron a la plaza, unos jóvenes tocaban la marimba mientras un par de parejas bailaban divertidas. Se sentaron a observarlos. La plática continuó un par de horas más cuando el lugar se comenzó a vaciar Matías decidió que era momento de partir.

Al llegar a la casa la acompañó hasta su recámara. Se sentía un adolescente, flirteando, haciendo todo para llamar la atención de una chica que se le resistía, buscando cualquier pretexto para tener un contacto casto con alguna parte de ese cuerpo con el que soñaba todo el día. Andrea lo estaba poniendo de cabeza y ni siquiera parecía inmutarse por eso. Ella abrió la puerta y giró ruborizada de nuevo para encararlo.

–Gracias… me la pasé muy bien —acarició esa tersa mejilla perdiéndose en sus ojos. Sí, definitivamente estaba como un chiquillo de quince.

–Yo también, prometo que lo repetiremos —se acercó hasta ella lentamente pero en cuanto sus alientos chocaron desvió sus labios al sito donde unos momentos había descansado su mano–. Buena noches… —ella asintió con la boca seca y sin poder respirar con fluidez. Su actitud la desconcertaba, unos segundos antes juró que la besaría en los labios. Lo observó entrar a su habitación sin saber qué hacer. Moría por volver a tenerlo ahí, donde sus alientos pudieran chocar, donde pudiera sentir sus manos sobre su piel, no obstante eso era lo mejor, las cosas entre ambos no debían avanzar. Se acostó creyendo que no lograría dormir, sin embargo, apenas un segundo después que su cabeza tocara la almohada, cayó profunda.

Matías se sentía extrañamente tranquilo y pleno. Su cercanía tenía ese efecto en él cuando estaba a su lado, era como si nada faltara, como si al fin después de toda una vida se sintiera completo. Ella le generaba paz de una forma muy singular. Permaneció observando un momento el jardín a través de las puertas del balcón de su habitación. Hacía unos momentos no supo cómo logró contenerse para no besarla desesperadamente como su cuerpo le exigía, sin embargo, esperar era algo que estaba comenzando a saborear para su propio asombro. Por otro lado, era evidente que mientras no insistía ella se dejaba llevar, provocando en él esa sensación de satisfacción total. La tendría, lo sabía, lo sentía, era cuestión de tiempo y una vez que así fuera, no la dejaría ir jamás, no después de descubrir todo lo que en su ser despertaba su sola presencia.