24

 

Vio el sol salir sintiéndose impotente. Andrea no despertó en toda la noche. María, al darse cuenta de lo que sucedía decidió quedarse en la casa, pero nada había cambiado. Se duchó, tomó un café bien cargado y decidió salir un rato a montar. Al llegar a aquel árbol, que lo consideraba su compañero pues recurrió a él en casi todos los momentos de su vida, se sintió un poco más tranquilo. Tenía que hablar con los padres de Tania, no podía permitir que se enteraran de todo de esa forma, también debía informar a sus padres y sus abogados, no quería dejar nada al azar.

Cada día entendía mejor a Andrea y admiraba más sus agallas y nobleza. Le contó todo acerca de la muerte de su esposa aquel día en el que ella también se sinceró, gracias a sus presiones por supuesto. Andrea, como era de imaginarse, se percató de lo mucho que el tema le dolía y de la culpa que cargaba, así que cuando Mayra la amenazó con sacar todo a la luz cedió sin dudarlo. ¿Cómo era posible que esas cosas ocurrieran?, ¿que personas como Mayra pudieran existir e hicieran tanto daño? Ahora no sabía lo que sucedería, su vida, la de Cristóbal, la de los padres de Tania, la de Inés y su hermana, la de Andrea sobre todos y la de quién sabe cuánta gente más estaba en peligro de diferentes formas. Atrapar a Mayra iba a ser como destapar una caja de Pandora, todo saldría a la luz y más de uno sufriría por todo aquello.

Regresó entrada la mañana a ver cómo iban las cosas en la casa. Andrea ya se había levantado, pero no bajó, por lo que María le subió su desayuno. La joven le agradeció educadamente; sin embargo, la trató como si fuese una extraña. Se lo comió todo en silencio y con la vista perdida en aquella ventana donde varias veces la vio leer o escribir sin parar sobre sus flores.

Qué lejano era todo eso ahora. María no la quiso presionar y eso era lo que le informó a Matías. Ambos decidieron darle su espacio, no querían alterarla, lo que venía iba a ser aún peor y Andrea tenía que estar fuerte y preparada para encarar su pasado de esa forma.

Trabajó el resto de la mañana fuera de casa, el ambiente ahí lo sofocaba, saberla tan cerca y a la vez tan lejos lo enloquecía.

A medio día ya iba de regreso a la casa, cuando le avisaron que Cristóbal estaba aterrizando. Desde que instauró la vigilancia, todo se lo reportaban a él personalmente. Y a la casa, nadie tenía acceso a menos que lo autorizara. En cuanto supo que se encontraba ahí se alertó, algo debía estar ocurriendo para que se presentara así, de improviso. Cabalgó lo más rápido que pudo, deseaba con toda su alma que no fueran malas noticias.

Llegó unos minutos antes de que él entrara. Fue a la cocina esperando ver a María, pero recordó que la mujer le mencionó en algún momento de la noche anterior, que iba a ir personalmente al mandado para comprar lo que sabía a Andrea le gustaba de comer. Indira era de su absoluta confianza; sin embargo, se le dieron órdenes de no ir a la recámara de Andrea hasta que Matías o ella llegaran. No podía arriesgarse a que esa mujer, por algún motivo, supiera dónde estaba e hiciera contacto con ella encontrando una nueva forma de manipularla.

Se tomó un enorme vaso con agua al hilo y salió para recibir a su amigo. Cristóbal abrió la puerta casi en el mismo instante en el que Matías iba a hacerlo.

–Matías… Lo siento por no avisar —se dieron un fuerte apretón de manos y un abrazo.

–Sabes que no necesitas hacerlo, pero debo confesar que me agarraste por sorpresa, ayer ya no me devolviste la llamada —Cristóbal parecía varios años más viejo, se veía decaído y fatigado.

—Matías… quiero verla, necesito verla y además ya supe lo de la chica que ayudó a Mayra, hoy hablé con ella en la mañana en casa de Gregorio —el dueño de aquel hermoso lugar asintió haciéndolo pasar al estudio donde cerró una vez que estuvieron dentro.

—Siéntate, te ves cansado —Cristóbal puso un par de dedos haciendo presión sobre el puente de su nariz una vez que se acomodó–. ¿Quieres algo de tomar? —negó aún con los ojos cerrados.

—Esto es una pesadilla, no sé cuánto tiempo más lo soporte… —Matías lo observó comprendiéndolo. Cristóbal alzó el rostro y le devolvió la mirada–. No sabes lo que es tener que fingir día y noche, ahora que sé lo que ha sido capaz de hacer, cada cosa que hace me enfurece y más de una vez he pensado en terminar con ella yo mismo. Mayra es una excelente actriz, incluso… hay noches en que… pretende que haya… tú sabes… intimidad… me repugna —permaneció en silencio uno minutos y poniéndose de pie—, me da asco, no puedo, no la deseo, la odio con toda mi alma, se me acerca y me da nausea, ya no sé qué pretexto inventar… Mierda, esto se me está saliendo las manos.

—Cristóbal, debes de tener paciencia y tranquilizarte, hay muchas cosas en juego… lo sabes, por otro lado no será eterno, lo que haces tendrá buenos resultados, ya verás.

—Sí, lo sé, sólo por eso soporto este maldito infierno, por mi hermana, por mis padres, por verla en prisión el resto de su jodida existencia —volvió a sentarse frente a él–. Llegaré hasta el final, porque lo que esa malnacida ha hecho es imperdonable… ¿sabes qué acabó de saber ayer por la noche justo unos minutos antes de que te comunicaras con Gregorio? —Matías negó—. Mayra al parecer también mató a la nana de Andrea —su amigo absorbió la nueva noticia intentando mantenerse tranquilo—. Aún están buscando pruebas, pero al parecer tenía planeado todo esto… ¿de qué más me enteraré? Ya tengo miedo de seguir escarbando, sólo sale porquería y más porquería. Temo por la vida de Gregorio, por la tuya y sobre todo por la de Andrea… yo los arrastré a todo esto, no sabes lo mal que me siento, que haya pasado todo bajo mis narices, que haya sido un total y absoluto imbécil.

—Cristóbal, no vale la pena que te pongas así… ella lo planeó muy bien, no tenías modo de saber…

—¡Claro que tenía!, no me disculpes ahora. Andrea me lo intentó decir… la vi extinguirse cada día y no hice nada… ¿comprendes? ¡Nada! Nunca me perdonaré todo esto, el daño que le he causado… cómo quisiera volver el tiempo atrás y protegerla, cuidarla, darle todo lo que mis padres querían darle, ella no se merecía todo esto Matías… te juro que quiero matarla, quiero matarla yo mismo, deseo sentir su pulso extinguirse bajos mis manos.

—Debes calmarte, estás alterado. Te entiendo… muchas cosas ya no podrán ser iguales, pero esta es la realidad y debemos buscar salir de esto lo mejor posible —Cristóbal asintió evaluándolo con intriga.

—¿Por qué te callaste lo de Tania? Ayer que supe… Dios, no lo pude creer… debió ser… muy duro pasar por todo aquello —Matías pensó que el dolor que solía acompañar a ese tema regresaría, pero con asombro se dio cuenta que no fue así, aún le dolía, eso no lo podía evitar, pero no como antes.

—Porque no quería manchar su memoria, ni que su nombre estuviera en boca de todos.

—¿Y ahora?, Matías… si esa muchacha declara, eso saldrá a la luz.

—Lo sé y aunque me duela lo enfrentaré. Andrea está viva y la sigo amando igual que el primer día Cristóbal, ella va a luchar contra todo esto, así que yo haré mi parte… pase lo que pase para mí lo primero es ella —escucharlo hablar de esa forma sobre su hermana lo conmovió. Matías era como su hermano y aunque no brincó de alegría al saber que entre ellos nació algo, ahora veía que lo que él sentía era genuino y muy real, tanto, que estaba por dejar salir el capítulo más doloroso de su vida sin importarle las consecuencias con tal de ayudar a salvarla.

—Ella no podría tener un mejor hombre a su lado… sin embargo… sabes que está casada —ya se sentía más sosegado, aunque todavía nervioso.

—Lo está. Y ya conocí a su esposo —Cristóbal asintió suponiéndolo—. Es un buen chico y la quiere… pero no se casaron por amor, tu hermana se casó para cambiarse el apellido —su amigo abrió los ojos asombrado. Cuando creía que ya nada lo impresionaría, algo siempre le hacía ver que estaba en un error–. Sí, siempre creí que Andrea era inteligente, pero no de esta manera, ella planeó todo esto por años ¿te das cuenta? —le relató lo que había averiguado dejando a Cristóbal mudo y azorado.

—No lo puedo creer Matías… simplemente no sé qué decir. Andrea me está enseñando cosas que nunca esperé aprender y menos de ella, tiene una inteligencia envidiable —se quedó meditando un segundo intentando absorber toda la información–. Dime… ¿cómo está?... vine con la esperanza de verla, hace tanto tiempo… sólo necesito cerciorarme de que está bien… —Matías se puso de pie dudoso. Cristóbal notó enseguida la tensión en él

—Cristóbal ella… no es… lo que solía. Ya no es la misma y no creo que quiera verte, no habla con nadie y… parece estar ajena a todo. Pensé que al darse cuenta de que ya todos lo sabíamos y que estábamos buscando la manera de solucionarlo, ella… no sé, se pondría feliz, pero no fue así… Ayer en el viaje no dijo ni una sola palabra, a María la saludó como si no supiera quién es y… no ha salido de su recámara… la verdad es que no sé qué hacer —el hermano de Andrea se frotó el rostro igual de preocupado–. Es como si… lo que había dentro de ella hubiera muerto ¿comprendes? está seca.

—No me digas eso, por favor no… ella va a estar bien y cuando pase todo esto volverá a ser la Andrea sonriente de la que me hablaste… volverá a cuidar sus flores y… —ya no pudo continuar porque varias lágrimas salieron sin poder evitarlo. Matías lo entendía, saberla así no era nada fácil.

—Cristóbal… lo que viene será peor, ella tendrá que declararlo todo, no sé si lo aguante… me da la impresión de que… no está bien… —admitirlo le dolió profundamente, pero era la verdad. Andrea había pasado por mucho, su Belleza, como siempre la llamó, vivió atormentada por años y veía muy complicado que sanara pronto.

—Traeremos a un especialista, alguien que nos diga si podrá o no. Matías, es clave en el proceso… sin ella se podrá hacer muy poco… Sin embargo, si no está bien, buscaré la manera de hacerlo de otra forma… no me perdonaría que esto tuviera repercusiones peores en su salud o en su… cabeza.

—Hay que esperar, es fuerte y… a lo mejor está preparándose para lo que viene —ambos se quedaron en silencio unos minutos sopesando lo que acababan de conversar.

Un golpe en la puerta los sacó de sus pensamientos.

–Adelante —Indira asomó el rostro un poco alterada, cosa rara ya que solía ser ecuánime y callada.

–Patrón… María —Matías se acercó hasta ella de inmediato.

—¿Qué pasa?

—Está en la cocina, acaba de llegar, pero está muy pálida… —Matías y Cristóbal salieron inmediatamente de ahí corriendo prácticamente hasta esa mujer que quería como a una madre. Al entrar, Matías se hincó frente a la silla que ella ocupaba. María se frotaba la frente con una mano, parecía muy impresionada y ciertamente estaba pálida.

—¿Qué pasa?... ¿te sientes mal?... ¿llamo a Ramiro? —la mujer negó girando su rostro hasta él lleno de congojo. Acarició su mejilla llevándose la otra mano a la boca–. María ¿qué pasa? Me estás asustando —era dura, muchas veces pensó que insensible, que no imaginaba qué la podía tener así.

—Hijo… no sé cómo decirte esto —Matías frunció el ceño intrigado. Algo pasaba, algo que no le gustaría escuchar. Cristóbal continuaba ahí a unos metros observándolos, así que le pidió con la mirada que sacara a Indira, éste lo hizo sin saber si quedarse o salir.

—María por favor… no es momento para… —susurró conciliador. Ella volvió a poner una mano sobre su mejilla. Estaban muy cerca y parecía estar a punto de llorar. ¿Qué diablos pasaba?

–Hijo… te juro que daría todo para que todo esto no estuviera ocurriendo… para que yo no tuviera que ser quien te diga esto, pero debes enterarte, no está bien que calle.

—Por favor… dime qué ocurre, no me gusta verte así.

—Matías, Andrea… —al escuchar su nombre enseguida se tensionó. Rogaba que nada malo le dijera acerca de ella, ya no lo soportaría, no podría manejarlo–, estuvo embarazada… —en cuanto oyó eso se palideció sintiendo un sudor espeso recorrer poco a poco cada parte de su cuerpo–. Ella… perdió al bebé —permaneció ahí anclado sin poder reaccionar, con la respiración contenida y los ojos abiertos de par en par. Un hijo, un hijo de ella y él.

—¿De, de qué hablas? —apenas y le salió la voz. No, eso no podía ser, no algo así por favor.

—Me encontré a Juana… la esposa de Don Mariano en el mercado, ella misma la atendió… Andrea lo perdió poco antes de irse de aquel sitio —Matías comenzó a agitar la cabeza negativamente. Se puso de pie tropezando con los ojos desorbitados, buscando algún apoyo para no caer. Cristóbal no daba crédito a lo que escuchaba, su hermana había estado embarazada, iba a ser madre.

—No, no, no puede ser…. no, ella me lo habría dicho… no es posible —pero claro que lo era, sabía muy bien que varias veces la pasión los agarró por sorpresa y él no tomó precauciones pensando que de todas formas estarían juntos. Jamás le cruzó por la mente la posibilidad de que no fuera así. Sentía que una niebla blanca, lenta se iba adentrando en sus pensamientos, en sus huesos, en su alma. Eso ya era el colmo de una situación por demás aberrante y espantosa.

María intentó acercarse hasta él, pero el  hombre continuó negando y alejándose trastabillando. Se sentía herido, más herido que nunca. Ella no le dijo nada, se quiso quedar ahí sabiendo que llevaba un hijo en su vientre. Si hubiera estado enterado de algo así, jamás lo hubiese permitido, por muchas amenazas que esa mujer lanzara hacia él, hacia su hermano, hacia ella misma; la vida de su hijo hubiera sido lo primero. Él los hubiera protegido con su vida, maldición. En ese momento sintió que perdía la razón, ya era demasiado, demasiado como para poder pensar con claridad. Un segundo después salió de la cocina ignorando que María y Cristóbal lo llamaban asustados. Subió los escalones de dos en dos sintiendo cómo la furia y la impotencia se encajaban más hondo en su alma. Entró a la habitación sin siquiera llamar. Andrea estaba sentada en la cama con las manos enrolladas alrededor de sus piernas mirando hacia el jardín. En cuanto lo sintió, lo miró desconcertada, pero enseguida volvió a perderse.

—¡¿Por qué no me dijiste?!... ¿Eh? ¿Por qué diablos no me dijiste que estabas embarazada? —al escucharlo la joven abrió los ojos sintiendo cómo su coraza caía sin poder evitarlo. ¿Cómo se había enterado? Él se acercó poniéndose a unos centímetros de su desmejorado rostro, podía sentir su aliento sobre sus mejillas, su ira penetrar su alma, su mirada llena de impotencia. De inmediato su cuerpo se despertó, los latidos de su corazón aumentaron alarmantemente y le costó, de pronto, trabajo respirar–. ¡No me mires así… ya no más!... ¿Por qué no me dijiste? Era nuestro hijo, yo los hubiera protegido… ¡¿Por qué no confiaste en mí maldita sea?! ¡¿Por qué?! No hubiera permitido que nada les pasara, hubiera encontrado la forma de ponerlos a salvo, de matarla si era preciso… —de verdad estaba furioso y lo entendía, ella misma ya no podía más, y recordarlo sólo la ponía peor.

—Yo… —Cristóbal ingresó seguido por María. Matías parecía estar fuera de sí. Ninguno de los dos ocupantes del cuarto se percataron de sus presencias. Su amigo obstaculizaba la visibilidad de su hermana. Cristóbal sintió cómo el instinto protector lo invadía.

–Matías… tranquilízate —le rogó en voz baja. Andrea, al escucharlo, hizo a un lado el rostro y lo vio. Sin poder evitarlo comenzó a sentir cómo la razón la abandonaba y cómo la frustración, el dolor, la impotencia, el rencor, el odio y la desesperanza se apoderaban de su ser llenándola por completo. Aventó a Matías con dureza sin importarle lo grande que era. Temblaba y un calor ardiente se apoderaba de todo su cuerpo logrando que así sacara todos los sentimientos contenidos por años. Matías trastabilló quedando de pie a un lado de la cama desconcertado.

—¡¿Crees que no sé lo que sientes!?... —gritó como nunca lo había hecho dejando helados a todos. Se colocó frente a él con el rostro transformado por la furia—. ¡¿Quién te crees para reclamarme algo?!... No tienes idea de lo que yo sentí… No tienes ni idea de lo que fue perderlo el mismo día que supe que estaba dentro de mí, ¡no tienes una maldita idea de nada! —Matías la escuchó asombrado. Retrocedió al verla avanzar hacia él. Su expresión era muy diferente a la que conocía, lo veía con odio y dolor.

–Andrea… yo no sabía, pensé…

—¡Claro que no!, sin embargo, sí me crees lo bastante estúpida para arriesgar a mi propio hijo. Pero como todos, siempre estás dispuesto a pensar lo peor de mí ¡¿no?!

—No, no es así, por favor tranquilízate… yo no quise… es sólo que... si me lo hubieras dicho.

—¡¿Tranquilizarme?! ¿Me lo dices tú? que llegas furioso a reclamarme por algo que no pude evitar, por algo que he querido borrar de mi memoria todos estos meses… ¡Estoy harta!… ¡harta de todo esto, de todos! ¿Tú alcanzas a entender lo que tuve que vivir, las decisiones que tuve que tomar? —Matías la observaba atónito sopesando si podía acercarse a ella o no. Sabía que María y Cristóbal estaban detrás, seguramente igual de impactados, pero Andrea no parecía ser consciente de nada salvo de su presencia. Se le veía pálida, con los ojos rojos, ojeras y un odio desmedido en la mirada. Sintió cómo un escalofrió le recorría todo el cuerpo, Andrea estaba fuera de sí.

—Andrea… vamos a hablar… no puedes seguir así… Por favor… te entiendo y lo siento, no debí decirte nada, pero todo esto va a terminar. Discúlpame… fui un estúpido —la joven dio otro paso hacia él amenazante. Su furia lo dejaba helado.

—¡¿Terminar?! ¡¿De qué hablas?!… tú no sabes lo que es perderlo todo, tú no sabes que es ver tu vida pasar sin poder decidir sobre ella, tú no sabes que es la desesperación y el miedo… ¡No me digas maldita sea que me entiendes!, nadie puede hacerlo. Nada va a terminar… porque jamás podré olvidar todo esto… nada va a recuperar la vida de mis padres, haber perdido a Cristóbal, mis amigos, Isela –su yegua-, a ti y lo peor de todo… mi hijo. Lo quise Matías, lo  quise en cuanto supe que lo tenía dentro, pero ya era muy tarde, lo maté, yo no sabía y ¡lo mate! —Intentó desaparecer la distancia que los separaba; sin embargo, ella lo hizo a un lado empujándolo con fuerza–. ¡No me toques!, jamás vuelvas a hacerlo, lo único que quiero es alejarme de todos, de todo y olvidar que alguna vez existieron —sus palabras lo herían pero aun así no se amedrentó.

—Andrea… no fue tu culpa… por favor tranquilízate, te va a hacer daño…

—¡Vete!, ¡váyanse y déjenme sola!, ¡largo! —se acercó de nuevo buscando calmarla, era evidente que no podía dejarla así, estaba fuera de sí. La sujetó firmemente rodeándola con su cuerpo mientras sentía como Andrea se defendía con una fuerza descomunal, anormal–. ¡Suéltame!, ¡déjame!

—No, ¡por favor cálmate! María, ve a pedir ayuda, ahora —la joven se contorsionaba y se intentaba soltar desesperada, llena de rabia, de ira, de odio.

—Andrea… por favor —era la voz de Cristóbal, se dirigía a ellos para ayudar. No obstante al verlo, luchó con mayor ahínco, alterándose ya por completo.

–¡No quiero verte! ¡Aléjate! ¡No te acerques! Es tu culpa, si no te hubieras casado con ella nada hubiera pasado, mi hijo estaría aquí… ¡márchate!, no quiero volver a verte nunca, ¡te odio! —Matías notó que la mujer que intentaba contener con un asombroso esfuerzo, empeoraba buscando atacar  su hermano elevando las manos para herirlo de alguna manera. Comprendió que si no la sujetaba con firmeza se le iría encima sin medir la consecuencia.

–Cristóbal salte, por favor salte, yo me encargo —le rogó Matías evitando como podía que Andrea se le fuera de las manos. Amortiguó con dolor los golpes, rasguños que le propinaba por su vehemente necesidad de zafarse para llegar hasta él. Cristóbal sintió cómo el dolor le atenazaba y perforaba el alma. Ella tenía razón, el único responsable de todo aquello, era él, por supuesto que merecía sus palabras y mucho más, su odio.

Matías procuraba calmarla, se sentía asustado pero no por lo que Andrea le pudiera hacer si no porque estaba completamente ida y notoriamente perturbada, era dolorosamente evidente que la mujer que adoraba, había llegado a su límite.

–Belleza por favor… cálmate —negaba frenéticamente propinándole golpes en el pecho con los ojos desbordados de llanto.

–¡No, ya no quiero tranquilizarme! ya no puedo más, no puedo más.

—Sí puedes, eres fuerte —le exigió forcejeando, sintiendo como su delgado cuerpo se contorsionaba y temblaba como una hoja.

—¡No, no lo soy!, no te das cuenta que sólo le he provocado dolor a todos los que me rodean… nadie es feliz por mi culpa, ¡ya no puedo más, no puedo más Matías! —gritaba, lloraba, gemía. Verla así fue lo más doloroso que jamás hubiese vivido, Andrea estaba rozando entre la razón y la locura y tal parecía que la segunda, estaba ganando la batalla.

—No digas eso mi amor… —no obstante seguía luchando y él tratando de evitar que se hiciera daño.

–Me amenazó, todos sabrán lo de Tania, tus padres sufrirán… Matías… la odio, la aborrezco y esto me está carcomiendo, está terminando conmigo. Tenía que dejarte, tus padres también pagarían, irías a la cárcel, María, Pedro, Dios, ¡déjame, suéltame!—hablaba ya sin coherencia mientras él continuaba manteniéndola segura aunque al parecer ya comenzaba a cansarse de luchar de esa forma tan feroz; sin embargo, seguía golpeándolo, arañándolo–. Arruinó mi vida, la arruinó y eso no cambiará por mucho que esté encerrada… nada podrá cambiar lo que ha pasado… nada —sabía que decía la verdad y eso le dolía mucho más que los cardenales que seguro le estaba dejando en su pecho y brazos.

De repente Andrea comenzó a serenarse, su cuerpo empezó a desguanzarse, sintió cómo iba perdiendo fuerza y se dejaba caer laxa.

 —¿Andrea?... Belleza —parecía ya no reaccionar, un miedo terrible se apoderó de él al ver lo que sucedía, se estaba dejando ir. La sujetó por la espalda con un solo brazo y con el otro acunó su barbilla, estaba pálida, lánguida. Al ver que sus ojos lo miraban tristes, sintió ganas de llorar; estaba perdiendo el conocimiento y probablemente también la razón–. Andrea… todo va a estar bien —puso su rostro ausente sobre su pecho, sujetando su cuerpo firmemente. Las lágrimas comenzaron brotar sin poder evitarlo ni pretender hacerlo–. Todo va estar bien… te lo juro mi amor —cuando trató de observar nuevamente su cara, se dio cuenta de que estaba inconsciente. Un llanto desbordado lo atacó aun con su cuerpo pegado al suyo. La cargó deshecho y la recostó en su cama con sumo cuidado. La angustia no lo dejaba respirar. Andrea no estaba bien y ahora él tampoco sabiéndola así.

—Hijo… ¿qué pasó?... —era María que estaba aún agitada y conmocionada. Matías estaba hincado a lado del cuerpo laxo de Andrea tomándola de la mano, con el rostro escondido a un lado de su cadera dejando salir las lágrimas en medio de sollozos llenos de dolor e impotencia. Cristóbal observó todo recargado a un lado de la puerta viendo con las mejillas también humedecidas después de ser testigo de aquel lastimoso episodio.

—Perdió el conocimiento… Esto es una maldita pesadilla —María giró hacia Cristóbal al escucharlo ya que Matías no se movía. Los tres permanecieron quietos intentando procesar lo que acababa de suceder. Esa niña de sonrisa fácil, de mirada limpia, de palabras dulces, había perdido la razón.

Andrea empezó a sacudir levemente el rostro, estaba despertando. Eso puso en alerta enseguida a todos. El hombre que tenía a un lado, se preparó para un nuevo embate, se enderezó a su lado esperando que su cuerpo adolorido tuviera las fuerzas suficientes para otro ataque.

—¿Andrea? —susurró. No quería alterarla más. Ella al escucharlo giró hacia su voz. Un llanto convulso se apoderó de la joven de inmediato. Se sentó y sin que él pudiera siquiera adivinarlo, se colgó de su cuello y continuó dejando salir de esa forma todo lo que la acongojaba y consumía, escondida en el hueco de su hombro. No reaccionó por un momento pero al hacerlo,  la abrazo sin perder el tiempo. No se atrevía a hablar.

 –Yo… lo siento… Yo lo quería, te lo juro que lo quería, no te lo dije porque no sabía, perdóname…

Sh… —le acariciaba la espalda angustiado, Andrea continuaba temblando como una hoja y no paraba de llorar.

–Era tuyo y mío, te juro que no sabía… —sollozaba escondida en su pecho, aferrando su camisa con ansiedad, con tristeza.

—Tranquila… lo sé… No debí decirte nada —no parecía tener intenciones de parar, lo abrazaba con fuerza, pegándolo a su cuerpo desesperada.

–Perdóname… —escucharla lo estaba aniquilando lentamente y haciéndolo sentir más miserable que nunca.

—No belleza… no hay nada que perdonar, tranquilízate por favor —no sabía qué decirle, él mismo ya estaba en shock; llevaba varias noches sin dormir bien y la anterior ni eso. Su cabeza daba vueltas, la información que recibió ya era demasiada y ni siquiera había podido procesarla, por eso la provocó deliberadamente de esa forma. Pero ella lo necesitaba y jamás la dejaría pasara lo que pasara. Él siempre estaría a su lado, porqué Andrea era todo y ahora que la tenía tan cerca después de tanto tiempo se daba cuenta de que sin esa belleza de ojos verdes nada tendría sentido, esa mujer era su razón de vivir.

—Ya no quiero lastimar a nadie, ya no quiero lastimarte… —susurró atormentada.

—No lo harás… —su llanto fuera de ir cediendo se volvía cada vez más angustioso e intenso.

–Sí… sé que sí… ya no queda nada dentro de mí —al escucharla hablar así sintió que la perdía de nuevo, sus nervios podían estar alterados, pero hablaba con plena conciencia.

–Tienes que tranquilizarte te lo suplico mi amor —ella negaba moviendo su rostro sobre su pecho y su cuello. Sentía su aliento, su calidez y no podía evitar querer amarla. Nunca deseó tanto a una mujer. Andrea despertaba todos sus sentidos con una sola caricia, con una sola mirada… era suya y él definitivamente de ella, sin remedio y para siempre.

—¿Matías? —no se movió ni un milímetro. Percibiendo como Andrea enseguida se ponía en tensión por lo que la presionó aún más cerca de su cuerpo–. Matías, permíteme examinarla… —era Ramiro. Este le puso una mano en el hombro logrado así que volteara.

–No me sueltes… no me dejes Matías —no podía con eso, no con su súplica, con su ruego, con su nombre en esos dulces labios. Estaba bien enganchada a él.

 –Belleza deja que te revisen, no estás bien.

—No, no… no —la acunó como si fuera un bebé sobre sus piernas, de ese modo logró ver su rostro, al hacerlo sintió un hueco enorme en el estómago; sus bellas facciones estaban transformadas por el llanto y el sufrimiento. Un dolor agudo se instaló en su pecho–. Matías… —lo miraba suplicante negando con vehemencia mientras lloraba. Él asintió con determinación, la cargó sin esfuerzo y la colocó de forma que quedara expuesta al médico pero que sólo lo viera a él. Acarició su mejilla con infinita paciencia mientras ella seguía derramando ese líquido salado sin poder contenerlo. Pegada ahí, a su pecho, aferrada a su cuerpo, no sintió alivio, ni tampoco la dicha que se suponía, sino que fue aún más consciente de la tristeza que ella, su alma, su mujer, su…  Belleza, llevaba en su interior. No pudo evitar que sus lágrimas resbalaran mientras besaba su frente una y otra vez. Ramiro aprovechó el momento y acercó una  jeringa hasta su brazo con lentitud.

–Debe tranquilizarse… —Andrea ni siquiera parecía escucharlo, continuaba llorando de forma asombrosa, desbordada.

–Andrea por favor… necesitas calmarte…

—No, no puedo… no —gemía temblorosa. Matías elevó su rostro con ternura para que lo mirase, ese gesto la desconcertó pues de pronto se encontró perdida en aquellos ojos con los que soñó cada noche desde que lo dejó. Ramiro reaccionó de inmediato y le suministró la sustancia.

Apenas unos segundos después Andrea comenzó a dejar de temblar, esperó a que el medicamento surtiera efecto ahí, con ella entre sus brazos. La sintió relajarse, serenarse poco a poco. Lucía más tranquila y los ojos se empezaban a cerrar. Acarició su rostro, esperando a que callera en el sueño por fin. Un minuto después así fue. Limpio sus lágrimas con dedos trémulos y luego las propias. Tenía miedo, mucho miedo de que ella no lograra salir de ese estado.

—Necesito que me digan qué sucedió. Andrea estaba muy alterada —Matías lo observó asintiendo. Pero antes de decirle nada, la acomodó sobre la cama con sumo cuidado, tomó una manta y la cubrió tiernamente. Cristóbal no podía moverse, ver toda esa escena lo dejó noqueado, herido, vacío. La culpa lo carcomía y en ese momento supo que la imagen de su hermana así jamás podría sacarla de su cabeza, le hizo mucho más daño que cualquiera… Eso nunca se lo perdonaría y lo acompañaría para siempre.

Matías siguió a Ramiro afuera junto con María.

—¿Qué sucede Matías?... ¿Por qué se puso así?... Andrea es una joven tranquila, serena, ni siquiera cuando enfermaste fuertemente la vi alterarse un poco y mira que sí estuvo fuerte…. —Matías recordó ese día, un mes antes de que… lo dejara. Toda la mañana se había sentido fatigado, cansado, le dolía un poco la cabeza y sentía la piel irritada. Por supuesto se lo adjudicó al exceso de trabajo y al no poder ver el tiempo que deseaba a esa mujer por la que despertaba con una enorme sonrisa cada mañana. Al ir a comer a mediodía, ella apareció como solía y colgándose de su cuello, en plena cocina, lo besó ansiosa; venía del vivero olía a flores y plantas. Las mujeres que se encontraban ahí siempre se ponían coloradas por aquellas demostraciones, pero no podían evitar sonrisitas al verlos así, tan enamorados. De pronto ella se separó de su cuerpo mirándolo de forma extraña, con una de sus preciosas y suspicaces cejas enarcada.

—¿Te sientes bien? —Matías asintió pegándola de nuevo a su pecho, hacer eso era instintivo. No obstante, Andrea no se movió y en cambio elevó una de sus manos hasta su frente con el ceño fruncido— Matías, no te sientes bien, ¿por qué mientes? —ciertamente no se sentía el más vigoroso.

—Belleza, estoy agotado, sabes que estas semanas han sido interminables… —se justificó planeando besarla nuevamente. Andrea se lo permitió pero fugazmente.

—Llamaré a Ramiro, debe verte, no sé si te has dado cuenta pero creo que tienes fiebre —ya iba a hacer un comentario mordaz cuando María hizo lo mismo que su mujer hacía unos momentos. Puso los ojos en blanco sintiéndose un niño de dos años.

—Es verdad, tienes temperatura —Andrea ya tenía sus brazos en jarras y lo miraba inquisidora.

—No me siento mal, sólo cansado —e intentó sentarse para comer, moría de hambre.

—¿Y dices que yo soy una enferma difícil? —lo retó sin moverse.

—Y muy hermosa… —le recordó con ternura—. Ven Belleza, me comería un toro y debo regresar —le tendió la mano sonriente, aunque sí sintiéndose hecho polvo. Andrea sonrió divertida e incrédula.

—Por supuesto que no regresarás y ni se te ocurra sentarte, tú vas derecho a la cama… —Matías rió abiertamente.

—¿Y qué haré en la cama? —Bueno, esa pregunta tenía una respuesta en particular que le atrajo de inmediato. De pronto la miró con deseo. La joven se ruborizó hasta la médula. No se encontraban solos por Dios. Sin embargo, no cedería; él lo supo desde el momento en que puso su delicada mano sobre su rostro hacía unos segundos. Así era ella, de que se le metía algo en la cabeza, no daba marcha atrás para lo bueno y lo no tan bueno…

—Matías de la Torre, o arrastras tus pies hasta tu habitación o te atendrás a las consecuencias. Me importa un cuerno que tengas trabajo de aquí a que el mundo se termine, tú descansarás y Ramiro te examinará —el hombre se cruzó de brazos negando. Deseaba ver hasta dónde llevaba todo eso. Claro que no debió hacerlo, Andrea era de armas tomar— Bien, acompáñame afuera un segundo —le exigió entornando los ojos.

—Belleza, estas mujeres son de confianza ¿cierto? —María reía al ver su interacción sacudiendo la cabeza y es que era recurrente verlos así; bromear, demostrarse sin reparos lo que sentían, sonriendo y discutiendo por cualquier tontería: que si ella no descansaba, si él tampoco, si montaba muy rápido, si él era sobreprotector, si cuándo conducían ella era la que debía elegir la música, que si era demasiado estruendosa, que si lo que la política, que si las flores debían ir de tal o cuál modo, que sí lo que fuera, comúnmente entraban a la cocina enfrascados en alguna situación del estilo pero eso sí, bien abrazados y entre palabra y palabra, besos y caricias, así eran ellos y todos ahí lo sabían.

—Bien… —tenía las mejillas encendidas, sabía que tenía las agallas para decir frente a quien fuera lo que pensaba—, si no subes en este momento y te dejas examinar… dormirás solo, de aquí en adelante Matías, eso es una promesa —el hombre abrió los ojos asombrado. Las chicas, que fingían no escucharlos, claramente estaban divertidas y reían sin poder evitarlo.

—Eso es coacción, abuso, intimidación, amenaza… —se quejó fingiendo indignación.

—No, es tú realidad a partir de ya, si no haces lo que te digo. Así que decide, ahora… —lo decía enserio, su postura lo demostraba. La miró fijamente, esa mujer era su adoración, su perdición y claro que haría lo que ella quisiera, no por sus amenazas, puesto que eso no lo permitiría jamás, sino porque estaba preocupada, porque le importaba, porque la amaba y lo que más deseaba era verla tranquila, relajada.

—Tú ganas. No tengo ni siquiera opciones. María, llama a Ramiro por favor, estaremos arriba en nuestra habitación —la forma en la que lo dijo la alertó y de nuevo se sonrojó. Salieron uno al lado del otro—. Supongo que me tienes que ayudar a bajar la fiebre en lo que llega el médico ¿no? —la acorraló contra una pared pegándose a ese hermoso cuerpo que lo enardecía. Andrea pasó saliva sonriendo nerviosa. A la hora de hacer el amor era desinhibida, atrevida, pero las insinuaciones siempre la ponían así, tímida y eso lo mataba.

—Paños sobre la frente —soltó, poniendo las manos en su pecho para que no se acercara más.

—No estoy de acuerdo, un baño, tu y yo, el agua sobre nosotros, creo que sería más efectivo —ella sonrió sacudiendo la cabeza.

—Eres… Dios, no sé ni qué palabra usar, estás enfermo, tienes fiebre… —logró escabullirse hacia las escaleras.

—Por eso… —se quejó siguiéndole el paso, pero le costaba trabajo, el cansancio comenzaba a ser más notorio. Subió ya sin decir media palabra. Andrea entró a la habitación y al verlo tan callado se alertó. Lo arrastró hasta la cama y comenzó a quitarle los zapatos.

—¿Te sientes mal? —Matías sonrió tranquilizándola. Sin embargo, sentía que un tractor acababa de pasar sobre él y el dolor de cabeza incrementaba al igual que un incipiente ardor en la garganta. Maldijo comprendiendo que en efecto, había enfermado. Sin darse cuenta se quedó dormido.

Los susurros lo despertaron, sin embargo, deseaba seguir soñando.

Ramiro lo examinó bajo la mirada atenta y un tanto angustiada de Andrea. No le gustaba verla así.

Los días posteriores a eso fueron simplemente inigualables. Andrea fue paciente, cariñosa hasta lo inimaginable. Era puntual con sus medicamentos, permitía la entrada a Ernesto una vez al día para que pudieran conversar sobre los pendientes, pero nada más, el resto del día ella permanecía ahí, junto a él, alejándolo de cualquier preocupación, siguiendo las instrucciones al pie de la letra de Ramiro y aunque el dolor de garganta con las horas se volvió espantoso, con ella alrededor, mimándolo, acariciándolo, al pendiente de la mínima cosa, no fue tan  horrible. El médico, al darlo de alta, casi cinco días después, le dijo admirado, lo ecuánime que Andrea se había comportado, era una mujer con agallas, todos ahí le hacían caso, nadie repeló de las decisiones que tomó en su ausencia y mantuvo informados a los trabajadores de su estado de salud, siempre tranquila, siempre serena, logrando que todo ahí siguiera su curso sin problemas ni preocupaciones.

Evocar aquellos días, dolía, dolía demasiado. Creía que de verdad serían felices, que la sacaría de esa situación aberrante, que ya nunca sufriría… Pero qué equivocado estuvo, la razón de su existencia estaba perdiéndose a sí misma, estaba consumiéndose, estaba ahogándose y él, él no sabía cómo actuar, qué hacer para sacarla de ese agujero en el que iba cayendo sin siquiera luchar por no hacerlo.

 

 

 

—Ramiro, las cosas no están nada bien y es una larga historia, pero si te mandé llamar es porque unos minutos antes de que llegaras estalló, se puso incontenible, violenta, agresiva… parecía otra, apenas y pude evitar que se hiciera daño… —aún sentía adolorido todo el cuerpo por los golpes y rasguños que le había propinado. El médico lo escuchó serio y sin poder dar crédito. Esa mujer sufría, eso era evidente, incluso cuando la conoció lo vio en sus ojos, pero no lograba imaginarla así, como él la describía, no después de conocerla aquellos meses y verla manejarse de una forma dulce, paciente y segura.

—¿Y qué provocó esa actitud?

—Yo tuve la culpa… —Cristóbal los escuchaba sin poder siquiera abrir la boca. Matías le contó en breve lo que sucedió.

—¿Iba a tener un hijo tuyo? —Ramiro pestañeó varias veces sin comprender nada–, Matías… no sé qué está sucediendo… pero como me cuentas las cosas suena a un ataque de nervios y eso no es bueno… Andrea necesita calma, tranquilidad, su equilibrio mental puede estar en juego… —Matías y Cristóbal se miraron preocupados.

—Ramiro... eso… creo que no es posible por ahora… hay cosas que… ella debe estar bien.

—No tengo idea de a qué te refieres, pero sí te diré algo, si esto se repite tendrán que llamar a un especialista… Necesito saber a detalle qué pasa, es la única forma de ayudarles… Pensar juntos qué es lo mejor para ella. No me especializo en estas cosas; sin embargo, sé que la mente tiene formas de protegerse… dime qué la tiene así —Matías aspiró hondo de nuevo mirando a su amigo, este asintió serio. Los tres se dirigieron a una pequeña sala que se encontraba cerca de la habitación de Andrea y el dueño del lugar le relató todo, incluyendo la forma en la que ahora ella se conducía. Ramiro escuchó cada palabra asombrado, esa no era la joven que conoció, ni siquiera podía imaginarla así. Matías le tenía mucha confianza, él certificó la causa de muerte de Tania y fue discreto con aquel asunto, por lo que desde aquel día una complicidad implícita se había dado entre ambos.

—Lo que me cuentas es terrible Matías, aberrante… y si puedo ayudarlos en algo cuenten con ello. Pero aquí lo más importante es ella y si dices que llegó en ese estado es probable que se estuviera protegiendo. No la presionen, si se encierra en sí misma, déjenla… probablemente se esté salvaguardando. Si ha funcionado todo este tiempo sin problema en su vida allá, es porque aún está bien, pero no hay que alterarla. Si vuelve a ponerse así no les garantizo que un sedante logre tranquilizarla.

—Ramiro… ¿Entonces es mejor que no declare?... será citada… —el aludido se rascó la cabeza sopesando.

—¿En cuánto tiempo será eso?

–En un par de semanas, no creo que más —respondió el hermano de la joven.

—De acuerdo… entonces veremos cómo está para ese entonces… Mientras tanto dejen que sola vaya midiendo cómo se siente, respeten su silencio, lo que me cuentan sobre ella es terrible y necesita procesar muchas cosas que… me parece que no ha hecho… No soy psicólogo, pero sé que nadie puede pasar por todo aquello y seguir con un equilibrio mental impecable; sin embargo, está bien porque supongo que ha encontrado la forma de evadirse, eso es común y no es malo, mientras no se afecte a sí misma y continúe manteniendo contacto con el mundo —Matías asintió comprendiendo—. Por otro lado les aconsejo que ella esté consciente de lo que vendrá, debe decidir si está mentalmente preparada para enfrentarlo, digo, si siente que vale la pena arriesgar su estabilidad emocional por… todo aquello, al final sólo ella puede decidir.

—¿Quieres decir que… puede perder la razón?

—Quiero decir que sólo Andrea sabe si está lo suficiente fuerte como para revivir todo lo que ha pasado con tal de ver a esa mujer pagar lo que le hizo. Pero eso no lo debe decidir nadie salvo ella. Confíen en su criterio… dudo mucho que ése esté dañado, lo poco que la conocí es una joven bastante fuerte —Ambos asintieron al escucharlo—. Pasaré a tomarle la presión, no despertará hasta dentro de varias horas. Le puse un fuerte calmante. Así que dejen que descanse y veamos cómo despierta… de eso depende todo lo que hemos hablado… —una vez que el doctor se levantó ambos volvieron a mirarse. Cristóbal lucía verdaderamente descompuesto, mientras que Matías tenía unas ojeras enormes y el cansancio reflejado en cada facción.

—Si ella no… lo logra… no importa, yo mismo acabaré con todo esto… no arriesgaré nunca más a mi hermana —Matías entendió muy bien a qué se refería, también sentía ganas de matarla, sin embargo, no era la solución.

—Cristóbal… no.

—Sí, no me importa terminar mis días en la cárcel Matías, pero Andrea no volverá a pasar por algo así jamás. No pienso permitir que viva una vida temerosa, ya no y si ella misma no puede hundirla junto con nosotros entonces yo lo haré… se lo debo —Matías asintió comprendiéndolo. Él mismo quería poner sus manos alrededor del cuello de esa mujer.

Se quedaron en silencio varios minutos.

–Debo decirte que… no puedo pensar en mejor hombre para ella que tú, tienes que jurarme que suceda lo que suceda la cuidarás y jamás la dejarás sola —su amigo frunció el ceño confundido.

—No digas eso, ella estará lista Cristóbal, confío en ella y sé que enfrentará todo esto. Lo que pasó fue el cúmulo de muchas cosas y… debía suceder, pero tu hermana es muy fuerte y hará lo que debe hacer, yo lo sé, la conozco —Cristóbal sonrió triste al escucharlo.

—Espero que sí y… debo confesar que nunca he podido ver a una mujer como tú la miras, ni hablar de una como tú hablas de ella… te quiere… lo vi en sus ojos, no lo puede esconder.

—Creo que por ahora todo eso no es suficiente… —asintió evaluándolo.

—¿La dejarías libre si… ella te lo pidiera? —Matías demoró unos segundos en contestar, sabía bien la respuesta pero le dolía mucho pensarlo.

—Solo quiero que sea feliz, jamás me perdonaría que sufriera por mi culpa. Así que aunque eso terminara con mi vida, lo haría, por ella haría lo que fuera —Cristóbal se dio cuenta de la intensidad del amor que le profesaba y esperaba que eso no sucediera, pues Andrea se merecía un hombre como él a su lado.

–Siento mucho lo de… el bebé —su amigo desvió la vista sintiendo cómo ese nuevo dolor aún seguía intacto y los ojos se le rasaban.

–Yo también, y más aun no haber podido protegerlos.

—No lo sabías, ella tampoco, no tenías manera de hacerlo, no te culpes… en todo caso yo…

—No, no digas más, ese dolor nada lo cambiará y ni tiene sentido buscar razones… Ahora lo único que quiero es que esté bien y si tengo que renunciar a ella para que así sea, lo haré… todo esto también está dejando en mi heridas que sé sólo con el tiempo podré borrar —lo decía más para sí mismo que para su amigo, alguna vez, cuñado.

–Lo siento… te juro que lo siento mucho… hubiera querido que todo fuera distinto para ustedes… para mí… pero te prometo por la memoria de ese pequeño que terminaré hasta con sus ganas de vivir, no me conoce aún y por defender a los míos soy capaz de todo, ahora lo sé, ni siquiera en prisión su vida será fácil, eso te lo juro —hablaba con odio, su voz destilaba sed de venganza. Lo haría, Mayra no tenía idea de con quién se había metido, comprendió Matías un tanto asustado al verlo tan lleno de ira. No obstante a él, lo único que le importaba era ella, su mujer, su vida, su única razón de respirar cada día.

—Gracias Cristóbal, eso es lo único importante ahora, lo demás con el tiempo espero que logremos todos superarlo y…. tú también, el odio no sanará las heridas —ambos guardaron silencio perdiéndose en sus pensamientos, en su dolor, en su pena.

Cristóbal tuvo que irse por la noche sin más remedio. Mayra sabía que fue a visitarlo, a veces lo hacía, así que no le extrañó; no obstante, lo llamó pidiéndole que regresara, pues al día siguiente tendrían un evento de caridad temprano. Hastiado por haber tenido que intercambiar palabras con esa arpía no tuvo más remedio que irse. Sin embargo, antes de irse, pasó a ver a Andrea mientras aún dormía. Se sentó a su lado observándola con ansiedad, ternura y una enorme culpa. Con temor acercó una mano hasta su cabello desordenado, lo acomodó con delicadeza tras su oreja sin dejar de verla.

-Te amo tanto Pulga, perdóname por no ser el hermano que necesitabas, por… ser el responsable de tu desdicha, de cada una de tus lágrimas… —pegó con cuidado los  labios en su frente sintiendo cómo las lágrimas saldrían en cualquier momento—. Aunque jamás logres perdonarme cuidaré de ti hermanita, será lo más importante para mí —salió limpiándose las mejillas. Ya no podía más, simplemente no. Matías al verlo así lo abrazó fuertemente permitiéndole limpiar aunque fuera un poco su interior.

–Cuídala, por favor, es lo único que tengo… —su amigo asintió poniéndole una mano sobre su hombro.

—No tienes que pedirlo… lo haré Cristóbal.

—Lo sé… Maldición, no me gusta tener que  irme dejándola así… —tenía la mirada perdida en algún punto de la casa. Los ojos aún enrojecidos y las manos en las bolsas del pantalón.

—Cualquier cosa te avisaré con Gregorio, pero ten por seguro que estará bien, yo me encargaré de eso, sabes que no permitiré que nada ocurra.

—Gracias, en serio… eres un gran amigo… y un magnífico hombre.

—Tú también lo eres… ahora mismo no lo ves pero lo eres… Recuerda que ya falta poco… intenta verlo de esa forma amigo.

—Quisiera que el tiempo volara… te juro que hago uso de todo mi autocontrol.

—Y así debe seguir siendo… por el bien de todos —Cristóbal asintió triste.

–Lo sé… dile que la quiero… que… Olvídalo, solo cuídala —negó sin saber cómo continuar.

—Dale tiempo. Ya verás que ella supera todo esto.

—Eso espero… pero si no, lo merezco y… la comprenderé —Matías asintió acompañándolo a la planta baja. Su amigo de verdad la estaba pasando mal y ni en un millón de años le hubiera gustado estar en sus zapatos. Él mismo se había dado cuenta de que por más errores inconscientes que se cometieran en la vida, estos algún día cobraban su factura y a Cristóbal, eso le estaba ocurriendo