25
Hacerlo fácil
Despierto con las sábanas enredadas en las piernas y la luz del sol entrando a raudales por el enorme ventanal de la habitación de Tyler. Tardo un segundo en recordar qué día es. Viernes. Nuestro último día real de vacaciones. El lunes volveremos ambos a la redacción de Millenyal, esa de la que salimos hace dos semanas que parecen dos siglos y a la que volveremos siendo dos personas diferentes.
Me levanto estimulada por el olor a bacon y escucho el chisporroteo en la cocina en cuanto abro la puerta. Veo a Ty afanado sobre los fogones, y me llevo la primera sorpresa agradable del día: lleva un pantalón corto (de hecho, no lleva nada más que un pantalón corto), sin importarle que yo lo vea en todo su esplendor. Me acerco a él por detrás, lo abrazo y le doy un beso en el cuello. Él me lo devuelve con algo más de hambre, y no precisamente del desayuno.
—A esto le faltan diez minutos o así. Voy a hacer tortitas, huevos, zumo…
—¿Reponiendo fuerzas? —le pregunto, guiñándole un ojo.
—O acumulándolas para más tarde —me responde, burlón.
—Voy a darme una ducha y a cambiarme de ropa —le digo, de camino al cuarto de baño del pasillo.
—No, Holly. —Baja la cabeza, con un aire tímido—. Puedes usar el baño del dormitorio.
Asiento, y me dirijo hacia allí. En el dormitorio, rescato de mi bolso mis gafas, porque he vuelto a dormir con las lentillas y tengo la sensación de que en algún momento los ojos se me incendiarán por combustión espontánea. Cojo un pantalón de chándal de algodón y una camiseta negra del armario de Tyler, y entro en su cuarto de baño privado, ese que apenas vislumbré el primer día que fui a su casa, que me parece tan lejano, pero del que apenas hace una semana. La única diferencia con un aseo normal es un banco instalado en medio de la ducha y un par de barras metálicas adosadas a la pared. Mientras me ducho, se me encoge un poco el alma al pensar en todo lo que Tyler intentó ocultarme, pero no por la mentira en sí, sino por cuánto debió sufrir para mantenerlo todo en secreto.
Cuando salgo, vestida con una ropa que me queda enorme, una coleta mal hecha y las gafas puestas, me doy cuenta de que me siento en casa. Solo delante de mis padres y de Hazel me dejo ver tan natural, y es un soplo de aire fresco saber que estoy cómoda también con Ty.
—Ven aquí —me dice, desde el sofá. En la mesa de centro, ha dispuesto todo un despliegue de desayuno al más puro estilo del buffet de un hotel.
—Mmmmm… Esto huele increíble.
—Déjame ver ese brazo. —Me coge la mano y me da un beso sobre el tatuaje que nos hicimos anoche, justo antes de extenderme una crema que me alivia el ligero escozor que tengo sobre la piel—. Deberías echártela todos los días durante un par de semanas.
—Pues como no te acuerdes tú…
Nos reímos, y nos ponemos a desayunar en silencio. Las tortitas están deliciosas, así que me como un par más de la cuenta, bien bañadas en sirope de arce y mermelada de manzana.
—No puedo más. —Me lanzo contra el respaldo del sofá y le hago un mohín a Ty—. Dime que hoy no tienes planeada ninguna locura. Llevamos días sin parar un segundo.
—Tengo planeada la mejor de todas. —Mi cara de susto lo hace reír—. Quedarnos encerrados en este apartamento hasta que sea lunes a las nueve y tengamos que volver a la revista.
—Me gusta lo que oigo.
—Y a mí me gusta lo que veo —me dice, mientras se levanta a recoger los restos del desayuno.
—Eso no es cierto. Solo las supermodelos están guapas con pintas de andar por casa. Yo parezco a punto de salir hacia el Bronx a pillar caballo.
—¡Qué imbécil! —Se parte de risa mientras se aleja hacia la cocina, pero me sigue hablando desde allí—. Me gusta verte así, como estarías en tu casa, pero en la mía.
Cuando regresa, con solo dos tazas grandes de café humeante en las manos, lo veo ahogar una mueca de dolor, y me obligo a mí misma a hablarle del tema que ya ha sido tabú entre nosotros durante demasiado tiempo.
—¿Te duele? —le pregunto, en un susurro. Él se queda callado, mirándome, casi como dilucidando si ser sincero conmigo o no—. Que te duela no te hace débil. Lo sabes, ¿no?
—Me duele, sí. Hoy no es un buen día. —Tuerce sus labios en una mueca, pero se sienta a mi lado y hace que apoye la cabeza en el hueco de su hombro.
—¿Por alguna razón?
—Bueno… Ayer estuve caminando un rato después de lo de Times Square, luego jugué un partido completo, caminamos más, he dormido con la prótesis… Vamos, que en las últimas veinticuatro horas solo me la he sacado para ducharme.
—¿Cuánto es el máximo que puedes ponértela al día?
—Pues… unas diez horas, más o menos. Yo suelo forzar hasta las doce, pero, si me paso de ahí, al día siguiente estoy jodido.
—¡Pero, Ty! Desde que me conoces… ¡te has pasado siempre!
—Puede… —Esboza una sonrisa tímida y atrapa su labio inferior bajo uno de sus colmillos—. Solo me la quito cuando estoy en casa. Solo.
—Ya… —No me ha pasado desapercibido el tono de ese solo, tan inseguro que me hace abrazarlo con más fuerza, justo antes de decidir forzar un poco la máquina—. Pues… me voy a ir a mi casa.
—¿Qué? —Tyler se levanta detrás de mí.
—Vuelve a sentarte. Esa pierna tiene que descansar —le digo, en tono inflexible—. Te dejo solo para que puedas…
—Sé lo que estás haciendo, Holly —me dice, muy serio.
—¿Ah, sí? —Vuelvo a sentarme a su lado—. Qué perspicaz.
—Es difícil, cielo. Ven aquí. —Vuelve a pedirme un abrazo y me doy cuenta de que nunca he visto a Tyler tan vulnerable, tan necesitado de que yo le reafirme que merece la pena luchar por esto. Por nosotros. Por él—. No es bonito.
—¿El qué?
—Esto. —Señala su pierna con una mueca de desagrado—. Está… estoy lleno de cicatrices. En el accidente, perdí mucho músculo en el muslo. Fue casi un milagro no perder la pierna entera y… Bueno, tengo una especie de agujero aquí. —Se lleva su mano a la parte exterior del muslo y yo me atrevo a acercar la mía. Tras unos segundos de duda, Tyler lleva las yemas mis dedos hacia el punto donde sus músculos se hunden en una hendidura de unos diez centímetros que se percibe perfectamente bajo el tejido del pantalón.
—Algún día tendré que verlo.
—Lo sé, lo sé. Deja que… —Para mi sorpresa, Ty se lleva las manos a la prótesis y tira de ella hacia abajo, desencajándola del resto de su pierna y dejándola al lado en el sofá—. Ya está. Joder, me cuesta.
—Lo sé. Poco a poco. —Acaricio su mejilla y le doy un beso rápido en los labios—. ¿Qué es eso?
—¿Esto? —Señala una especie de calcetín que cubre desde el final del muñón hasta más arriba de la rodilla, más allá de donde deja ver el pantalón de deporte—. Es lo que impide que me roce, además de comprimir… esto… para que el encaje sea más cómodo.
—¿Tendrías que sacártelo también?
—Tendría. Pero…
—Sí. Poco a poco.
Nos sonreímos, y me levanto un momento a encender el equipo de música, sin molestarme en mirar qué está puesto. Creo que los dos necesitamos un poco de música de fondo para quitarle intensidad a estos momentos. Cuando escucho la voz potente de Freddie Mercury cantando Too Much Love Will Kill You, me vuelvo hacia Tyler con una sonrisa socarrona.
—Puede que haya estado escuchando Queen un poquito.
—¿Un poquito?
—Espero sinceramente que tú hayas estado en tu casa escuchando country. Para compensar.
La música se cuela por todo el apartamento a través de los altavoces del hilo musical, y no me resisto a hacerle a Tyler una pregunta que lleva días comiéndome de curiosidad.
—Voy a ser una impertinente, ¿vale?
—¿Más de lo habitual?
—Sí, incluso. —Le doy un manotazo en el pecho y sigo a lo mío—. ¿Cómo coño te puedes permitir este pisazo en pleno centro de Manhattan?
—Ah, eso… —Se ríe—. Tenía un seguro de la hostia en el equipo de la universidad, contra accidentes y cualquier cosa que me impidiera seguir jugando. Además, en el juicio recibimos una indemnización bastante grande. Entre unas cosas y otras, fue mucho dinero. Lo repartí todo a medias con Annie. Ella se compró una casita en Riverport, aunque ha preferido seguir viviendo con mi madre, y montó un restaurante, que siempre había sido su sueño. Y tiene ahorros para vivir tranquila el resto de su vida. Yo me compré este piso, la plaza de garaje y el coche, y no tengo un pavo ahorrado.
—Así que has resultado ser un mal partido. —Me uno a sus risas, pero se me cortan en el momento en que lo veo levantarse, a la pata coja, a servirse más café en la cocina—. Joder, Ty, para. Ya voy yo.
—No vuelvas a hacer eso. —Vuelve a sentarse en el sofá y me mira, muy serio—. Nunca vuelvas a ofrecerte a hacer algo por mí porque creas que no puedo.
—No, no. No es eso, Ty. —Me doy cuenta de que he metido un poco la pata con lo sensible que está—. Simplemente, pensé que sería más cómodo que me levantara yo que tener que ir tú a la pata coja.
—He ido a la pata coja porque me ha dado la gana. Tengo unas muletas aquí —se agacha y saca el extremo de una de ellas de debajo del sofá— y otras debajo de la cama, pero no siempre las uso porque… bueno, porque las odio.
—¿Por qué las odias?
—Desde que te… operan hasta que puedes empezar a usar una prótesis pasan meses. En mi caso, fueron cuatro más o menos. Y, al principio, solo puedes usarla unos minutos al día, una hora como mucho. Así que me pasé bastante tiempo teniendo que usarlas para todo. Créeme, acabas cogiéndoles manía.
—Sí, lo entiendo. Perdona lo de antes. —Resoplo—. Y te pido perdón ya por adelantado por todas las veces que te diga algo inconveniente. Todo esto… bueno, es nuevo para mí.
—No, joder, te pido perdón yo por estar susceptible. Sigo nervioso —se disculpa—. Pregúntame lo que quieras.
—Estoy muy pesada, ¿no?
—No, no. Prefiero que preguntes a que te quedes con dudas.
—Es que quiero saber cómo funciona todo para no meter la pata.
—Nunca mejor dicho.
—¿Disculpa? —Me giro hacia él, alucinada—. ¿Acabas de hacer humor negro con todo esto?
—Puede. —Primero sonríe y, a continuación, sus carcajadas inundan todo el salón—. Perdona, joder, debo de parecerte un desequilibrado. No, en serio, con los chicos del equipo siempre hacemos bromas. Al principio lo llevaba fatal, pero luego no me quedó más remedio que unirme al enemigo.
—¿Y conmigo?
—Contigo estoy haciendo cosas que hace una semana no habría podido ni plantearme.
—Y más que vas a hacer —le digo, aunque el tono ya no es de broma. Me pongo de rodillas en el sofá y me acerco gateando hacia él—. ¿Confías en mí, Tyler?
—Confío en ti más que en ninguna otra persona en este mundo. —Baja la voz hasta que casi no puedo oírlo. La música se ha apagado y no hay ningún otro sonido en todo el salón que el de nuestras respiraciones y nuestros susurros—. Confío en ti más que en mí mismo.
Me apoyo sobre sus hombros para no perder el equilibro, y cierro los ojos antes de dejar que nuestros labios se fundan en un beso que sabe a café, a intimidad doméstica y al comienzo de una historia que solo puede salir bien. Sacando el valor no sé ni de dónde, bajo mis manos a la media que cubre su pierna, o lo que queda de ella. Siento cómo se tensa debajo de mí, pero no me detiene. La enrollo sobre sí misma hasta que siento cómo cae al suelo. A continuación, meto los dedos bajo la cintura de sus pantalones, pero entonces sí que siento su mano sobre la mía, parando mis intenciones.
—Te sobra ropa, Holly.
Le sonrío, pero le hago caso. Me quito los pantalones, la camiseta, la ropa interior y, de paso, me suelto el pelo y dejo las gafas sobre la mesa del salón.
—Así está mejor.
Antes de volver a su lado, veo que él mismo se despoja de su pantalón y, entonces, veo aquello que él ha estado tanto tiempo queriendo ocultarme. Y sí, puede que tuviera razón cuando decía que no era una visión agradable. Su piel se enreda y se desdibuja en un mapa de cicatrices. Algunas son rectas, quirúrgicas. Otras, arrugadas sobre su piel, como nudos de una cuerda. Todas están oscurecidas por el paso del tiempo.
—Mírame a los ojos —me pide, con la voz estrangulada.
—No es feo. —Le hago caso, y le hablo enfrentando su mirada. Veo su nuez moverse en su garganta, antes de negar con la cabeza—. Es parte de ti. Son parte de ti. —Me atrevo a acariciar su muslo, y lo veo temblar ligeramente cuando lo hago—. Cuentan la historia de alguien que salió adelante. De alguien que sobrevivió.
—¿Por qué eres así?
—¿Así… cómo?
—Tan fantástica.
—¿Sabes, Ty? —le digo, mientras me pongo a horcajadas sobre su cuerpo—. Hasta hace muy poco tiempo, yo estaba llena de complejos. Tú lo sabes. Sin ti… no habría sabido superar todo aquello. Ahora me toca a mí hacer algo por ti.
—¿Y qué piensas hacer? —me pregunta, con su voz burlona y los labios pegados al comienzo de mi pecho.
—Quererte. Quererte toda mi vida.
Y así, montada a horcajadas sobre él, desnuda, sin importarme ninguna de esas cosas que hace unos meses me aterrorizaba mostrar de mí misma, guiando a Ty a deslizarse en mi interior, me doy cuenta de algo. De que, cuando alguien a quien quieres con toda tu alma necesita que tú seas la fuerte de los dos… simplemente, lo eres. Sin necesidad de forzarlo. Solo porque… el amor funciona así.