11
Mi secreto, tu secreto

 

 

 

—Me tienes totalmente abandonada, cerda. —Hazel da un sorbo a su cerveza, mientras me roba el último trozo de pollo korma de la tarrina de comida india que he comprado de camino a casa al salir del trabajo.

—Hazel, no tengo tiempo ni para dormir. Y, además, te saco de fiesta al menos una noche por semana. ¡Gratis! Soy la mejor compañera de piso de la historia.

—Sí que lo eres. Pero te echo de menos. ¿Alguna novedad con Tyler?

—Que es mi nuevo mejor amigo. Ya sabes, es mi rollo. La mejor amiga de los tíos —refunfuño.

—Pero qué victimilla eres, por Dios.

—¿Y si cambiamos de tema?

—Sí, mejor. Yo… tengo algo que contarte. Pensaba callarme como una puta porque me da pavor que algo salga mal, pero…

—¿Pero…? —le pregunto, emocionada, porque me encantan las sorpresas y, sobre todo, porque Hazel está esperando la respuesta al primer casting del que salió con buenas expectativas desde que nos mudamos a Nueva York.

—Me han cogido para la obra esa experimental del Village.

—¡¡¿En serio?!!

—¡Sí! Estreno en dos semanas. ¿Vendrás?

—¿Y tienes que preguntarlo?

—Me dan dos entradas. Mmmmm… —Empieza a emitir sonidos insinuantes, hasta que le tiro un cojín para hacerla callar—. Solo te las daré si me prometes que irás con Tyler.

—Vale. Pero se lo pedirás tú uno de esos días que te unes a nosotros después del trabajo.

—Es vergonzoso lo cobarde que eres, Holly Rose.

 

 

El día del estreno de la obra de Hazel es el primer día en meses que consigo salir de casa sin bufanda, guantes y gorro. Marzo ya se está acabando y parece que, al fin, Nueva York se ha enterado de que existe una estación llamada primavera.

Desde que volvimos de Houston hasta ahora, Tyler y yo hemos pasado muchísimo tiempo juntos. Trabajando más horas de las que nos pagan y quedando fuera del trabajo cada vez más a menudo. De momento, los fines de semana siguen siendo territorio vedado, pero lo compensamos cenando juntos y tomando cervezas al salir de la redacción. Más cervezas de lo que es sano para nuestros cuerpos. Más veces de lo que es sano para mi mente.

El viernes salimos de trabajar cansados, pero la obra de Hazel ha conseguido hacernos ilusión a los dos. A mí, por descontado. Y a Tyler, porque sé que se ha encariñado con mi amiga y, las últimas veces que hemos quedado los tres, Hazel no ha hablado de ninguna otra cosa que de su papel protagonista en Percepción X308. Sí, ese es el título de la obra y, no nos engañemos, no augura nada bueno.

—¿Qué se supone que debo esperar de una obra de la que ni siquiera la protagonista es capaz de resumir el argumento? —me pregunta Tyler, entre risas, mientras intentamos encontrar el teatro del Village.

—Es que no tiene argumento. Es una sucesión episódica de alegorías experimentales.

—Holly. Soy un tío culto. En serio. Y no he entendido una mierda de eso que acabas de decir. —Se nos escapan las carcajadas a los dos, y la situación se agrava cuando nos damos cuenta de que hemos estado todo el tiempo delante del teatro. Solo que este no resulta ser tal, sino una especie de garaje reconvertido.

—¿Vamos?

—Qué remedio.

Las siguientes dos horas y cuarto –¡dos horas y cuarto!– son lo más parecido a una pesadilla escénica que me puedo imaginar. Hazel ha estado fantástica, o eso es lo que a mí me ha parecido, pero la obra en general ha sido algo incomprensible. La traca final llega cuando Hazel, en su papel de moderna mujer de hojalata venida de Oz (o algo así me ha parecido entender), se desnuda por completo en el centro del escenario. Con nuestras privilegiadas entradas de primera fila, creo que habría podido hasta contarle las estrías si las tuviera. Tyler, en cuanto asimila lo que tiene delante, gira la cabeza hacia el suelo a una velocidad que me sorprende que no se haya dislocado el cuello.

Conseguimos contener el ataque de risa hasta salir a la calle, pero, una vez allí, ya no hacemos otra cosa mientras esperamos a que mi amiga se cambie –o, mejor dicho, se vista–.

Cuando Hazel me manda un whatsapp informándome de que le han propuesto ir a cenar con el resto del elenco para festejar el estreno y que no se puede librar, me quedo un poco decepcionada. En parte, porque lo pasamos muy bien cuando salimos los tres por ahí, pero, sobre todo, porque supongo que esto implicará que Tyler emprenda el camino a su casa, y yo… Yo ya soy una especie de yonki de su compañía, que sufre cuando tiene que prescindir de ella y cuenta las horas hasta el siguiente chute.

—¿Te apetece que hagamos algo guay? —me pregunta, como si me estuviera leyendo el pensamiento.

—¿Algo guay?

—Sí, es que hoy… —Se queda un segundo con la mirada perdida, y solo habla cuando ya estoy convencida de que esto va a ser otro de esos misterios suyos que me generan tanta incertidumbre—. Hoy es mi cumpleaños.

—Pero ¿qué dices, Ty? —Me abalanzo sobre él sin pensarlo dos veces y le doy un sonoro beso en la mejilla—. ¡¡Felicidades!! ¿Por qué no me habías dicho nada?

—Bah, no soy yo mucho de celebrar mis cumpleaños. Cuando estaba en casa, sí, porque lo celebraba con Annie, pero aquí… Es diferente.

—Vaya, lo siento mucho. Y lo único que se me ha ocurrido a mí es arrastrarte a la peor obra de teatro que haya tenido que presenciar nunca un ser humano.

—Eso va a ser difícil de perdonar, sí. Pero ¿sabes? No se me ocurre nadie mejor con quien pasar el día que contigo.

—¡Oh! Muchas gracias por eso. —Me quedo tan cortada que soy incapaz de decir nada más—. Por cierto, ¿veintisiete?

—Veintisiete. Me hago mayor, Holly.

—¡Qué va!

—Eso es fácil de decir para alguien que acaba de cumplir veinticuatro.

—Claro que sí. Los típicos tres años que suponen una diferencia insuperable. Venga. Va. Hoy mandas tú. ¿Qué quieres que hagamos?

—Vives en Brooklyn, ¿no?

Sip.

—¿Has estado en el paseo de Brooklyn Heights?

—No. La verdad es que he dedicado tanto tiempo a conocer Manhattan en estos meses que me he olvidado de mi propio barrio. Conozco Prospect Park, a los hípsters de Williamsburg y poco más.

—Pues, para mí, tiene las mejores vistas de Manhattan. ¿Te apetece que cojamos algo de comer y cenemos allí?

—¡Claro!

—Genial, porque… quiero hablar contigo de algo.

Otra vez sus misterios, sus secretos. Mis dudas, mis incertidumbres. La ilusión.

Me acerco a una de esas pizzerías tan típicas de Manhattan con porciones a poco más de un dólar y cojo suficiente comida para los dos. Tyler para un taxi antes de que me dé tiempo a consultar en mi móvil la app del metro para orientarme. Ty no vuelve a abrir la boca durante el trayecto en taxi, y tampoco lo hace mientras caminamos hacia el lugar que ha elegido para que nos sentemos.

Al final, se decide por un banco de madera, uno de los pocos que está aislado, sin otros alrededor. Deja la caja con la pizza en medio de nosotros, y yo saco las dos latas de cerveza que he comprado.

Si en algo ha tenido razón Tyler, es en que las vistas de la ciudad desde aquí son lo más espectacular que he visto en toda mi vida. Los rascacielos de Lower Manhattan, con sus ventanas iluminadas, que siempre me han hecho preguntarme cuánta gente trabaja en ellos de noche. El Empire State a la derecha, con mi edificio favorito de Nueva York, el Chrysler, mostrando orgulloso su cima. Y, justo ante nosotros, la torre One del World Trade Center, con su luz azulada alzándose hacia el cielo.

Me quedaría sin respiración por las vistas si no me estuviera robando ya el aliento la presencia de Tyler a medio metro de mí.

—¿Qué querías decirme, Ty? Me estás asustando un poco —me atrevo a preguntarle, porque cualquier cosa es mejor que la angustia.

—Ven aquí. —Palmea el espacio junto a él en el banco, dejando la caja de pizza en el suelo a su lado. Me pasa un brazo por la cintura y el otro por los hombros, y no puedo evitar tensarme—. Hay algo que no te he contado y no me parece bien, después de lo que tú sí me contaste a mí en Houston.

—Pues cuéntamelo —le digo, justo cuando él me suelta y yo echo de menos un contacto que solo hemos tenido durante unos segundos. Nos recostamos un poco sobre el respaldo del banco, con nuestras cabezas ligeramente giradas para no perdernos de vista.

—Tienes una idea de mí algo diferente a la realidad.

—¿Qué idea tengo de ti? —Frunzo el ceño.

—Que me tiro a una tía diferente cada sábado.

—¡Yo no pienso eso! —me defiendo, aunque… claro que lo pienso.

—Sí lo piensas.

—Vale, puede que piense algo parecido.

—Pues eso. Que no… que no es cierto. ¿Cuánto tiempo me dijiste que hacía que no follas con nadie? ¿Un año y medio, más o menos?

—Un año, cinco meses y trece días —le digo, haciendo un cálculo mental que me recuerda, de paso, que hace cinco meses y trece días que conozco a Tyler. Y me parece que lo conozco de toda la vida.

—Llevas la cuenta, ¿eh?

—Si supieras cómo fue la última vez, tú también recordarías la fecha, créeme.

—¿Qué pasó?

—Me acosté con un tío aleatorio, al que acababa de conocer en una discoteca. Estuvimos cuarenta y cinco minutos en su piso, intentando que se le pusiera dura. Cuando ya tuvo claro que no lo iba a conseguir, me echó. Tuve que ponerme las bragas en el rellano.

—Vaya hijo de puta.

—Sí, bueno. Uno más.

—¿Uno más?

—¿Por qué esta conversación ha empezado contigo queriendo confesar algo y ha acabado conmigo humillándome hasta el infinito?

—No te has humillado. La única persona que me parece humillada en todo este asunto es ese gilipollas que te hizo pagar su frustración.

—Sí, bueno, lo que sea.

El silencio se cierne sobre nosotros. No sé a dónde ha ido a parar la confesión de Tyler, pero el anochecer llega sin que su voz vuelva a sonar. Vemos encenderse las luces de la ciudad y solo es en ese momento cuando me doy cuenta de que el silencio, con Ty, es uno de los lugares más cómodos que conozco. Tanto, que al final decido contarle mi historia completa.

—Me he acostado con cinco personas en toda mi vida. Ninguna fue capaz de correrse. Ese es mi secreto. Vamos, que si te lo tomas al pie de la letra, casi se me podría considerar virgen.

—¿En serio? —me pregunta, con el único tono de voz que puedo tolerar después de lo que acabo de decir. Neutro, un poco alucinado, pero sin ninguna burla.

—En serio. De hecho, a la mayoría ni siquiera llegó a ponérseles dura.

—¿Quieres contármelo?

—Ya lo estoy haciendo, ¿no? —Resoplo, y Tyler me da un beso en la frente, justo antes de levantarse un momento, acercarse a un carrito de comida ambulante y volver con dos cervezas heladas—. Gracias. No me vendría mal algo más fuerte, pero esto servirá. Primer novio, Ethan. Estuvimos juntos los dos últimos años de instituto. No había fuegos artificiales en la cama. De hecho, si los había, eran solo para mí. Él no llegó a correrse nunca. Yo no tenía ni idea de sexo y no le daba demasiada importancia. No sé, supongo que siempre supe que algo iba mal, pero él me gustaba mucho y prefería no planteármelo demasiado. Me llegaba lo que teníamos.

—¿Qué pasó?

—Que me dejó cuando se fue a la universidad. Resulta que era gay. Siempre lo había sido, claro, pero le pareció buena idea utilizarme como tapadera desde que se dio cuenta hasta que se fue de casa y pudo vivir libremente su sexualidad.

—Joder.

—No fue fácil de asumir, aunque reconozco que nunca había estado demasiado enamorada de él. Si no, supongo que habría dolido más. Me fui a la universidad y me apeteció experimentar. Solo que… nadie quería experimentar conmigo. —Se me escapa una carcajada que es cualquier cosa menos divertida—. Todas mis amigas resultaron ser más altas, más delgadas y más guapas que yo, así que yo era la que se llevaba fenomenal con todos los tíos, con la que hablaban toda la noche, pero que, al final, se quedaba sola mientras ellos se follaban a mis amigas. En el mejor de los casos, me ganaba un morreo en una esquina de la discoteca. En el peor y más habitual, acababa durmiendo en el pasillo de la residencia porque todas mis amigas estaban en sus habitaciones ocupadas. Ahí empecé a desencantarme. La idea de experimentar pasó de ser algo genial, excitante y divertido a ser un agobio, una presión autoimpuesta, porque… joder, me da vergüenza decir esto…

—Conmigo no, Holly. —Me toma del mentón y me obliga a mirarlo a los ojos—. Vergüenzas conmigo no, por favor.

—¿Sabes lo jodido? Que me encanta el sexo. Me flipa. Hubo un tiempo en el que me fascinaba. Quería probarlo todo, hacerlo todo… Creo que tengo la mente más abierta al sexo que he conocido jamás.

—Voy a decir algo muy machista, para que tengas artillería para atacarme —se burla—. Pero también muy real. Una tía abierta al sexo y a experimentar es el sueño de cualquier tío.

—No, Ty, no te confundas. Cuando los tíos pensáis eso, os estáis imaginando a Megan Fox con ganas de dejaros que le deis por el culo. —Se echa a reír y yo me contagio, pese a que estoy hablando muy en serio—. Conmigo nadie tuvo nunca ganas de experimentar. Y mi vida sexual se convirtió en una eterna expectativa incumplida. Así que encontré lo que a mí me parecía la solución ideal en liarme con Hazel. Estuvimos unos cuantos meses juntas.

—¿Eres bisexual? —me pregunta, ahora sí con un tono muy alucinado.

—No. Creo que no. No me importan demasiado las etiquetas, en realidad. De hecho, teniendo en cuenta mi situación actual, si tuviera que ponerme alguna, sería «asexual». En aquel momento, supongo que estaba confundida. Yo la quería muchísimo, aún la quiero, claro. Era mi mejor amiga y nos lo pasábamos bien en la cama. Al menos yo, supongo. No me di cuenta de que no había mucho más que eso.

—¿Y qué pasó?

—Que ella sí se enamoró, pero de otra persona.

—¿Te rompió el corazón? —me pregunta, y me mata de ternura que haya elegido justo esa expresión, que tan poco le pega.

—No. Me rompió un poco más la autoestima. Me alegré mucho por ella, sé que fue muy feliz en esa relación. Pero no podía evitar pensar que ni mi mejor amiga, que me adoraba, fue capaz de enamorarse de mí. No paraba de repetirme que ya no era que los hombres no se enamoraran de mí, es que las mujeres tampoco.

—¿Y después de eso?

—A ver, cómo te lo resumo rápido… Hubo un chico, el más guapo de la facultad, Tanner. Que no se diga que no aspiraba a lo más alto. Todo el mundo decía que tonteaba conmigo, pero yo no me podía creer que se fijara en mí. De hecho, lo pienso ahora y es imposible que un tío así se fije en mí, pero supongo que en aquel momento aún conservaba la esperanza. —La cara de Tyler me dice que quiere interrumpirme, pero no se lo permito. Si hay algo que no necesito, es esa condescendencia que ya conozco muy bien gracias a Hazel—. Salimos solos un par de veces, a escondidas del resto de nuestros amigos. Él me decía que no quería que fuéramos el cotilleo del resto del grupo, pero… qué coño, yo estaba deseando que todo el mundo lo supiera. En el fondo, me dolía pensar que él se avergonzara de estar conmigo. Fueron un par de meses, aunque solo llegamos a la cama tres veces. Ninguna de las tres se corrió, no me preguntes por qué. La única explicación verosímil es que repelo a los hombres, pero ya sé que tú no crees en ello.

—Es que no es así. Pero tú misma —me dice, muy serio.

—Con Tanner se acabó todo el día que le propuse ir a un concierto juntos. Joder, ni siquiera era un plan muy de pareja ni nada. Simplemente, a los dos nos encantaba Queen y tocaba en Los Ángeles un grupo inglés que tiene fama de hacer el mejor tributo del mundo. De verdad que yo pensaba en ello como un plan de amigos. Me dijo que no se sentía preparado para tener pareja y que nosotros ya nos parecíamos demasiado a una pareja. Me quedé colgada con las dos entradas, como una gilipollas, llorando una semana. Dos meses después, estaba saliendo con una aspirante a modelo de nuestro mismo grupo de amigos. Se paseaban muy orgullosos de ser pareja; supongo que con ella no tendría problemas en la cama. Me rompió. El corazón y lo que me quedaba de autoestima.

—¿Me estás diciendo en serio que una tía culta y lista como tú piensa que ese tío no tenía un problema ajeno a ti? ¿Que lo que fuera que le pasaba en el rabo tenía que ver contigo?

—Puede que no lo pensara si la cosa hubiera acabado ahí.

—Ah, no me digas que aún quedan más gilipollas.

—Por supuesto. —Estoy a punto de reírme. No sé cómo lo hemos hecho, pero la conversación tiene el punto perfecto de trascendencia sin caer en la frivolización.

—Después de Tanner, busqué un refugio seguro. Debería haber aprendido la lección con lo de Hazel, pero… no. Desde que habíamos empezado la carrera, todo nuestro grupo decía que Jason, uno de mis mejores amigos, estaba enamorado de mí en secreto. Empecé a quedar con él cada vez más. No te voy a mentir, no me enamoré de él como una loca, pero lo adoraba. Me caía fenomenal, nos reíamos juntos, teníamos aficiones muy parecidas… No sé, durante las semanas que duró, me parecía una idea perfecta estar con él. Una noche, le propuse ir a mi apartamento. Tenía todo tan planificado que Hazel se había ido a pasar la noche fuera. Creo que en el segundo o tercer beso me di cuenta de que aquello tampoco iba a funcionar. Por suerte, no lo prolongó mucho. Me dijo que éramos demasiado amigos y que no conseguía ponerse cachondo conmigo.

—Vaya por Dios.

—¿Te lo estás tomando a broma, Tyler?

—Te juro que no. Pero me cuesta creer que haya tanto subnormal por ahí suelto.

—En fin… Después de eso, ya entré en barrena. Me sentía incómoda con dos de mis mejores amigos por haber intentado tener sexo con ellos, así que decidí que lo mejor sería acostarme con el primero que pasara. Aunque solo fuera para demostrarme que aún podía. Había renunciado a enamorarme, eso lo tenía muy claro. Pero el sexo me seguía gustando demasiado como para prescindir de él. —Hago una pausa y resoplo en voz alta—. Me da mucha vergüenza recordarme en esa época. Me enrollaba con todos los tíos que se me ponían mínimamente a tiro en una discoteca y solo me faltaba suplicarles que me la metieran contra una pared.

—¿Y qué pasó?

—Fue el último. El que me hizo ponerme las bragas en su rellano. En una discoteca, borrachos, cuatro morreos y al lío. Bueno, al no lío.

—El alcohol…

—Ya, ya, Tyler, sí. Conozco las excusas. La noche, que es muy traicionera, o que quizá iba drogado, o que tenía un problema de salud relacionado con eso. Quizá todos lo tenían, yo qué sé. Tengo mil amigas espectaculares y a ninguna le ha pasado nunca, ¿sabes?

—En serio, Holly, no puedes seguir culpándote.

—No es una cuestión de culpas. Sé que hay muchísimas posibilidades de que haya sido casualidad, pero el que piensa así es mi yo racional. Al irracional no consigo convencerlo de que yo no repelo a los tíos.

—Tú no repeles a los tíos.

—Vamos, Ty… —El alcohol de las cervezas que hemos compartido me envalentona. O esa es la excusa que me cuento a mí misma para lanzarme a mi siguiente frase—. Dime que, si yo fuera una tía de catálogo de Victoria’s Secret, tú y yo no nos habríamos acostado ya.

—No vayas por ahí.

—¡Sí voy por ahí! —En cuanto empiezo a hablar ya me estoy arrepintiendo, pero algo dentro de mí ha estallado y ha sobrepasado el punto de no retorno. Una niñata caprichosa suplicando un polvo, eso es lo que parezco. Lo que juré no volver a ser—. No cuela, tío. ¿Me estás diciendo en serio que, si yo fuera otro tipo de tía, nunca habrías tenido la tentación de follar conmigo?

—No hables de las tentaciones que tengo o no tengo porque no tienes ni puta idea de mi vida.

—Ya, seguro que…

—Hace dos años, siete meses y diecinueve días que no me acuesto con nadie.

—¿Qué? —se me escurre la voz en un susurro, porque ni aunque le hubieran salido de repente siete cabezas me habría quedado más sorprendida.

—Que todos tenemos nuestros fantasmas, Holly —me dice, aunque ya no me mira a los ojos—. Todos.

—Lo siento.

—No te compadezcas, por favor.

—No lo hago. Me estoy disculpando. Ya sabes… por haber insinuado que te acostabas con medio Nueva York. Putos prejuicios.

—Sí. Muy putos.

Se nos echa encima otro silencio. Tan largo que me hace dudar de si debería levantarme e irme, dejarlo a solas con sus fantasmas, que sé que están atravesando su cabeza sin necesidad de que nadie me lo confirme.

—¿Quieres contármelo? —me atrevo a decir al fin.

—¿El qué?

—Por qué un tío con tu aspecto lleva más de dos años sin estar con nadie.

—No… No puedo.

—¿No puedes contármelo?

—No puedo follar. Quédate solo con eso. Es demasiado humillante explicarlo. No puedo. Punto.

No quiero que mi cara refleje toda la sorpresa que siento, pero dudo que haya conseguido disimularlo. Respeto su petición y no insisto, pero mil incertidumbres se me pasan por la cabeza. Tantas, que soy incapaz de darles forma, ni siquiera en mi interior.

Tyler se levanta y se echa a caminar. Me insiste para acompañarme a casa en metro, pero mi línea es muy segura y, además, necesito quedarme a solas. Esta noche ha sido una gigantesca sobredosis de información, tanto por mi parte como por la de Ty, y creo que los dos necesitamos un respiro. Al final, mi última palabra es que me acompañe a la parada de metro, y él acepta a regañadientes.

Caminamos en silencio, con el peso de las palabras pronunciadas sobre nuestros hombros, aunque con algunos detalles nuevos. Algunos que nunca habían estado ahí. Su mano rozándome la cadera. Su meñique enganchándose al mío. Sus miradas de reojo. Sus sonrisas. Las mías. Él. Nosotros. Todo.

Al llegar a la estación de Clark Street, donde nuestros caminos se dividen, no necesitamos hablar para acabar fundidos en un abrazo que, para mí, es una especie de reafirmación de lo que le acabo de contar. De que no me arrepiento. De que odio lo que me pasa, pero me gusta compartirlo con él. Y creo que, para él, significa lo mismo.

Cuando nos separamos, nos quedamos muy juntos. Me mira. Siento que hay un beso en el aire, pero sé que se va a quedar ahí. Etéreo. Hoy… casi innecesario. Tyler me coloca detrás de la oreja un mechón de pelo que se me ha escapado de la coleta. Y, cuando habla, sé que lo que está a punto de decir puede cambiarlo todo.

—Aún lo buscas, ¿verdad? —me dice, con sus ojos tan clavados en los míos que tengo miedo a que pueda leerme el alma.

—¿El qué?

—Enamorarte.

—No —le respondo, y ni yo misma sé si estoy siendo sincera—. ¿Querría volver a tener sexo sin que eso fuera traumático, asqueroso y una garantía de inseguridades? Sin duda. ¿Enamorarme? En serio, si me conocieras de verdad, sabrías que los tíos no son muy aficionados a acostarse conmigo, pero lo son aún menos a enamorarse de mí. Tengo veinticuatro años y nunca he sabido lo que es que un chico estuviera enamorado de mí.

—No digas tonterías.

—No es ninguna tontería, Tyler, de verdad. Te lo he contado todo. No intentes convencerme de lo contrario, porque me ha costado mucho aceptar la realidad. Pasé meses muy jodida, pero, desde que he asumido lo que hay, pues… No sé, es como cuando de niño sueñas con ser astronauta, pero en un determinado momento de tu vida te das cuenta de que ya nunca lo vas a ser. Pues algo así es lo que me ha tocado asumir a mí.

—Pues es una pena.

—Sí. Supongo. No sé.

—Digo que es una pena que sea imposible, porque estoy casi seguro de que, si no lo fuera, yo me estaría enamorando de ti de la manera más jodidamente loca que pude imaginarme en toda mi vida.