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¿Me perdonas?
Cuando entro en la redacción, me recibe una vorágine de teléfonos sonando, gente corriendo y compañeros tecleando, que me hace subir la adrenalina por todo el cuerpo. El motivo por el que estudié Periodismo fue este estrés. Aunque parezca una locura, y probablemente lo sea, me gusta ese ritmo frenético de una redacción. Solo espero dos cosas: enterarme pronto de qué está pasando y que el imbécil me deje participar.
—¿Qué estás haciendo ahí plantada? —Ese es su recibimiento en cuanto me ve en medio de la oficina. Buenos días a ti también.
—No tengo mesa. O, si la tengo, no sé cuál es —le respondo, un poco chulita.
—Ah, sí. Disculpa. Acompáñame.
Sigo sus pasos hasta una pequeña mesa en esquina, justo enfrente de la puerta de su despacho. No sé cuál es el criterio para repartir las oficinas con paredes, puerta y todas esas cosas, pero solo él y un par de compañeros más parecen haber accedido a ese privilegio.
La redacción de Millenyal consiste en un gran espacio diáfano, ubicado en la vigésimo cuarta planta de un edificio de Midtown, con grandes ventanales desde los que se divisan Bryant Park y la Biblioteca Pública de Nueva York. Todas las paredes están pintadas de un blanco inmaculado, con enormes pósteres de portadas célebres de la historia de la prensa de la ciudad: hay reproducciones de la portada del New Yorker posterior al atentado de las Torres Gemelas, de la del New York Times con la noticia del hundimiento del Titanic o de la niña afgana en el National Geographic. La luz es blanquecina, pero sin ese aspecto hospitalario de otras oficinas. Todo desprende buen gusto, a medio camino entre la funcionalidad moderna y un sabor clásico a vieja redacción de periódico.
—¿Qué hago?
—Vamos a darte algo sencillo. —Arqueo una ceja en su dirección, porque estoy segura de que me considera imbécil profunda, pero ni siquiera se da cuenta—. Buscar reacciones en las redes sociales a la noticia. Tuits punzantes, reivindicativos, emotivos, aunque sean de gente anónima. Por supuesto, también de las celebrities. Copia los enlaces en un documento de texto y envíamelo, no tengo tiempo ahora de enseñarte a usar el editor de la web.
—Vale, vale, de acuerdo, pero… —Lanzo la pregunta sabiendo que me va a caer una nueva bronca y que, probablemente, esta sea merecida—. ¿A qué noticia?
—¿Disculpa?
—¿De qué noticia hablas?
—Ha habido un ataque esta madrugada en un club gay en el norte del estado. Hay varios muertos y heridos. ¿Dónde cojones has estado metida esta mañana?
—Pues es que… acabo de llegar.
—¿Y no has visto Twitter ni te has enterado por ningún medio?
—No… —balbuceo. Lo cierto es que me paso todo el día enganchada a las redes sociales, pero hoy venía hacia el trabajo tan agobiada por lo mal que fue todo ayer que solo me apetecía tirarme en el vagón de metro con Queen sonando atronador por los auriculares. Error.
—Mira, bonita, aquí se entra a las nueve de la mañana con parte del trabajo hecho. En el metro, te estudias Twitter, Facebook y las páginas de las agencias de noticias. Punto.
—De acuerdo, tienes razón. No volverá a ocurrir —concedo.
—Eso espero. —Se muere si no pone la puntilla, por supuesto—. Vete a tu mesa. La contraseña del equipo es tu año de nacimiento seguido de tus iniciales.
—Sí, voy.
—¡Joe! —Lo oigo gritar como un desquiciado, mientras corre de un lado a otro de la oficina—. ¿Dónde está Barbara?
Enciendo mi ordenador y empiezo a buscar la información que me ha pedido, mientras escucho sus chillidos y sus resoplidos de fondo. En apenas una hora, tengo mi tarea casi liquidada, así que me distraigo unos minutos en observar las dinámicas de trabajo de la redacción. No necesito más de cinco para darme cuenta de que Tyler es una especie de semidiós aquí. Todos los que serán mis compañeros, aunque aún no he tenido la oportunidad de conocer el nombre de ninguno, buscan su aprobación antes de hacer nada, le piden consejo sobre enfoques, sobre temas para tratar… Todo. En Millenyal no habrá jefes, pero lo disimulan bastante bien.
—Por enésima vez… ¡¿dónde cojones se ha metido Barbara?! —Tyler sale de su despacho hecho una furia, y me da la sensación de que toda la redacción tiembla. Yo alzo una ceja en su dirección, porque he llegado a un punto en que me apetece tocarle un poco la entrepierna… en sentido figurado, claro. Mientras tanto, varios compañeros le dan excusas variadas sobre la ausencia de la tal Barbara, que él parece ignorar.
—Ty, si quieres, yo puedo intentar escribir su pieza. —Se ofrece un chico joven, con un aspecto muy modernito, justo el mismo que parece tener todo el mundo por aquí.
—Brian, sin ánimo de ofender… —Esboza una sonrisa cuando le responde, lo cual me resulta muy sorprendente, teniendo en cuenta que sonreír y evitar ofender son justo las dos cosas que menos espero de él—. Consiste en escribir un artículo muy emocional, de esos que todo el mundo se dedica a compartir en Facebook porque les han tocado la fibra. Y tú escribes de puta madre, no me malinterpretes, pero tienes la misma capacidad para emocionar que un cortacésped.
—Vete a la mierda. —El otro le responde mostrándole el dedo corazón entre carcajadas, y el ambiente frenético de la redacción queda algo más distendido.
—Si me dices de qué se trata, tal vez pueda intentarlo yo. —No sé de dónde me sale la idea, pero entiendo, en el mismo momento en que lo digo en alto, que no es una buena idea. Maldita capacidad de meterme en líos yo sola.
—No, gracias. Ya lo escribiré yo cuando acabe con lo que tengo entre manos. —Me descarta con la que ya es su habitual mueca de desdén para dirigirse a mí—. Aunque vamos a ir más tarde que la hostia.
—En serio, me gustaría al menos intentarlo —insisto, porque he creído ver una duda en su último comentario y porque, si algo se me dio bien siempre en la facultad, fue escribir artículos apasionados. De hecho, a la mayoría de mis profesores les parecía mi punto débil, que los sentimientos se me escapaban entre las letras y dejaban en segundo plano la objetividad que se le presupone a un periodista.
—Ven un momento a mi despacho.
En apenas unos minutos, me explica lo que pretende. Un artículo que nos posicione sin reservas a favor del colectivo LGTB, pero que no se limite a condenar los sangrientos hechos de esta madrugada, que me tienen el corazón encogido desde que empecé a bucear en internet para buscar información, sino que apelen a la conciencia de los lectores sobre la aceptación, la normalización y la visibilización. Sé que lo puedo hacer bien. Además de que me he empapado de todos los artículos publicados en Millenyal desde que me llamaron para la entrevista, justo este tema me toca especialmente en lo más profundo. Incluso en el ambiente liberal de una facultad de modernos en California, yo vi en primera persona muchas miradas raras hacia Hazel. Incómodas. Miradas que no decían mucho más que un «te consideramos diferente». Nada más y nada menos que eso. Les habría partido la cara a todos. Si tengo la oportunidad de partírsela con palabras sobre un papel, al menos demostraré ser mejor que ellos.
Los dedos me vuelan sobre el teclado como pocas veces consigo. Es uno de esos momentos en que se alinean los astros y la inspiración llega en el momento oportuno. Tecleo y tecleo, sumergida por completo en el tema, hasta que escucho un carraspeo a mi espalda.
—Creo que he olvidado decirte que el límite habitual es de mil palabras. —Juraría que lo que veo en su cara es un esbozo de disculpa—. Si lo sobrepasas un poco no pasa nada, pero controla, ¿vale?
Me limito a asentir con la cabeza, porque no voy a permitir que ese conato de amabilidad me distraiga. Echo un vistazo al conteo de palabras, veo que ya rozo las mil y decido ir concluyendo. Le doy un último repaso, lo imprimo y, cuando voy ya camino del despacho de Tyler a entregárselo, hago un quiebro y me meto en el cuarto de baño, solo para pegarle una última lectura. Estoy bastante segura de que es un buen trabajo, pero no quiero que una coma fuera de lugar o un pensamiento mal ordenado le den artillería para poner en duda mi valía.
—¿Puedo pasar? —La puerta de su despacho permanece siempre abierta y, por lo que he podido observar, todo el mundo entra y sale sin llamar, pero yo todavía no me atrevo.
—Sí, sí, por favor. ¿Es eso? —Señala los dos folios que sostengo en mi mano y se los acerco. Evito que nuestras manos se toquen porque, aunque me maldigo por ello, físicamente me sigue impresionando un poco.
Permanezco de pie, pasando de forma continua el peso de mi cuerpo de un pie al otro, mientras veo cómo él ojea el artículo, echa un vistazo rápido a mi cara y vuelve a bajar la cabeza al papel, para –creo– leerlo con más pausa.
—¿Esto lo has escrito tú? —me pregunta, con algo parecido a la estupefacción reflejado en la cara.
No le respondo, pero pongo los brazos en jarras y levanto las cejas en su dirección, a ver si se da por enterado de que es un ofensivo… y un gilipollas.
—Perdona. —Al menos tiene la decencia de disculparse—. Está genial. De veras, increíble. Felicidades.
—Gracias. —Le dedico la primera sonrisa que creo que esbozo desde que entré ayer aquí.
—Envíame el archivo y ya lo subo yo al editor. Luego te enseño cómo funciona todo. Puedes irte a comer ahora, si te parece bien.
—De acuerdo.
Bajo a la calle y me doy una vuelta por el barrio, en busca de algún local donde saciar el hambre atroz que tengo. Me encantaría ser una de esas chicas a las que se les quita el hambre con los nervios, pero no. La naturaleza decidió que todas mis debilidades se dirijan directamente hacia mis cartucheras, y la ansiedad me lleva siempre a devorar por encima de mis posibilidades. Encuentro un restaurante chino sin demasiada mala pinta y me meto entre pecho y espalda un menú bastante poco memorable. Me doy la máxima prisa posible por regresar a la redacción y, cuando lo hago, Tyler parece estar esperándome.
—Tu artículo está funcionando muy bien —me dice, sin apartar la vista de la pantalla de su ordenador—. No una locura, pero muy bien. Muchos compartidos en Facebook y comentarios positivos. Un buen estreno.
—Me alegro. —Se me pinta una sonrisa en la cara porque el reconocimiento profesional es algo que desconocía y que, de un solo vistazo, tiene pinta de que va a encantarme.
—Ven, que te explico cómo funciona todo por aquí. A ver si nos dejan tranquilos un par de horas.
Al final, fue suficiente con una. Lo achacaré a mi capacidad para aprender rápido, que hoy estoy muy arriba de autoestima. Por momentos, he notado hasta un puntito de complicidad entre nosotros, de camaradería. Por momentos, hasta se me ha pasado el cabreo de que me considerara una inútil antes de conocerme. Lo que no se me pasa es la curiosidad por entender el motivo de ese mal comienzo que tuvimos.
—¿Te puedo hacer una pregunta? —le digo, antes de que la prudencia me haga recular.
—Claro. Dime. —Se repantiga un poco en su silla, y apoya la puntera de una de sus Converse en la esquina de una cajonera. Si el lenguaje corporal hablara, diría que él es el tipo que más cómodo se siente en su propia piel y yo… bueno, yo no tanto, desde luego.
—¿Qué te disgustó tanto de mí ayer? Sinceramente, si metí la pata en algo, me gustaría saberlo —me sincero.
—No tiene importancia. Perdona si te molesté en algo. A veces… no soy el tío más agradable del mundo.
—Disculpas aceptadas. Pero para mí sí tiene importancia. ¿Podría saberlo, por favor?
—No eras mi candidata al puesto —me espeta, con sus labios convertidos en una línea fina.
—Ah. Vaya. No sabía que tú formabas parte del proceso de selección.
—La decisión final fue de los jefazos. Yo dejé muy claro quién quería que entrara, pero… En fin, esto me recuerda que aún no he visto tu trabajo sobre los grafitis de South Bronx. Me gustaría meterlo para mañana. Si es válido, puede quedar programado de ahora y nos vamos a casa con la satisfacción del trabajo bien hecho.
—Voy a buscarlo a mi mesa, sí. —Me levanto, un poco más seria, porque ese encargo me ha recordado todo nuestro mal comienzo de ayer.
Cuando regreso, lo tiro con un pelín más de agresividad de lo que me habría gustado sobre su mesa. Él alza la mirada sorprendido, pero lo ignoro y me siento en una de las dos sillas que hay frente a él. Si le llama la atención mi actitud desafiante, no dice nada.
—¿Qué es esto?
—Un reportaje extenso sobre el arte urbano de los grafitis de South Bronx —digo con voz aburrida.
—Pero ¿de dónde has sacado esto?
—¿En serio, Tyler? —me envalentono porque, de verdad, no entiendo qué demonios le ocurre—. ¿Voy a tener que aguantar durante todo el tiempo que trabaje aquí que pongas en duda lo que hago? ¿Qué crees? ¿Que me traigo un asistente debajo del brazo para que haga mi trabajo?
—No te lo pregunto por eso. Yo… —lo dice en voz baja, mientras busca por su mesa algún papel y abre, frenético, cajones del archivador que ocupa la pared del fondo—. ¿Tú eres Holly Rose?
—Esto no puede estar pasando…
—A ver, Holly, hablo en serio. ¿Este reportaje es el que preparaste como prueba para entrar a trabajar aquí?
—No. El que preparé era mucho más extenso y currado, pero tuve mucho más tiempo para…
—¡Joder! —Se levanta de golpe de la silla, justo cuando parece encontrar lo que estaba buscando y lo tira delante de mí—. ¿Esto lo escribiste tú?
—Sí, claro. —Compruebo que los documentos que me muestra son mi reportaje original sobre el Bronx y el artículo de opinión sobre Donald Trump—. ¿Qué es lo que ocurre?
—Yo seleccioné estos trabajos como los mejores, pero me dijeron que los había escrito un chico, un tal James no sé qué. Mira. —Mueve el ratón de su ordenador sobre la alfombrilla y abre un par de documentos. Veo que los títulos de mis dos trabajos de prueba aparecen en un Excel junto a otro nombre—. James Hollister. Ese es el tío que pone aquí que los hizo.
—Pues te puedo asegurar que fui yo. Aún tengo las fotos en la tarjeta de mi cámara si quieres comprobarlo.
—No, no. No hace falta, por supuesto. —Se queda mirando fijamente la pantalla y me lee la información que aparece asociada a mi nombre—. Aquí dice que tu reportaje sobre arte era un análisis de los cuadros principales del MoMA. Ahora que no nos oye nadie, te diré que era lamentable. Tópicos y más tópicos, acompañados de información sacada de la Wikipedia.
—¿Eso es lo que pensabas que había escrito yo?
—Sí —confiesa, con una sonrisa tímida y juraría que algo sonrojado—. Lo siento. Siento mucho haberte tratado así, pero de verdad que me parecía increíble que no hubieran seleccionado a la persona que escribió el artículo de Trump y lo de los grafitis. Que has resultado ser tú, vaya.
—Pues sí. —Se me escapa un poco la risa, y creo que he iniciado el proceso interno de reconciliación con Tyler.
—El artículo de opinión defendiendo a los votantes de Trump… hay que tenerlos muy bien puestos para elegir un tema así para entrar en una revista moderna y transgresora.
—Siempre he pensado que es más sencillo defender la tesis contraria a la que coincide con tu opinión.
—Mmmm… —Se echa hacia atrás en su silla y se queda unos momentos pensativo—. Explícame eso.
—Si defiendes algo que no es lo que piensas, tienes que documentarte y fundamentar esa opinión. Si te limitas a escribir lo mismo que opinas, es fácil que te dominen las pasiones y no utilices argumentos objetivos.
—Me gusta. —Se le dibuja una sonrisa de oreja a oreja y a mí me causa un pequeño confort interno haberla provocado con un argumento profesional. Prefiero no ponerme en contacto con la parte de mí que necesita con fervor sentir ese reconocimiento en los estudios y el trabajo—. Creo que vamos a trabajar bien juntos, Holly. Perdona. De nuevo. Me he comportado como un gilipollas, ¿no?
—Un poquito. —Me permito sonreírle yo también—. Olvídalo. Empezamos mañana de cero.