8
No me hagas esto
—¿Estamos todos? —pregunta Tyler justo cuando el último compañero entra en su despacho. Aunque ya hace un par de días que yo regresé de mis vacaciones, hoy es la primera jornada en que estamos ya todos los compañeros incorporados a nuestros puestos. No sé cómo demonios lo hace, pero consigue guiñarme un ojo en un gesto burlón sin que nadie se dé cuenta. Si su objetivo era que me flaquearan las rodillas, sí, lo ha conseguido. Mucho—. Bien. Vamos a ver todo el tema de la Super Bowl. Cobertura que vamos a hacer in situ y también desde aquí. Steve, tú coordinarás cuándo publicaremos cada cosa. Un poco lo que suelo hacer yo, que desde allí me resultará imposible.
—Perfecto, tomo nota. —Steve parece vivir una epifanía cada vez que Tyler se dirige a él, así que está a punto de escapárseme la risa, pero una mirada fulminante de Ty, que se lo ha debido de ver venir, me la corta de raíz. Maldita capacidad para meterse en mi mente.
—Bien, en mi despacho hay un planning con los artículos que hay que escribir cada día sobre el tema y a quién le toca cada uno. El resto del tiempo, vida normal. No vamos a hablar solo sobre la Super Bowl, ¿de acuerdo? Holly —doy un pequeño respingo al escuchar mi nombre—, intenta meter temas de arte y cultura esos días, que no nos acusen de hablar solo de deporte.
—¿Qué? —le pregunto, porque no acabo de asimilar lo que me acaba de pedir.
—Eso, que metas temas más femeninos —me dice, marcando el signo de las comillas con los dedos—. A Houston me acompañará David.
—¿Yo? —pregunta, atónito, David, nuestro compañero londinense, pero yo ya no escucho más porque salgo del despacho de Tyler pegando un portazo.
No estoy acertada y me doy cuenta casi al instante. Estaba segura, completamente segura, de que sería yo la elegida para ese viaje. Y sería un puntazo importante para mi carrera, cubrir un evento de ese tipo apenas cuatro meses después de entrar a trabajar. Sería mi oportunidad de vivir desde dentro, desde las cabinas de prensa, el acontecimiento más importante del año. Creí que me lo había ganado con mi trabajo en estos meses, con las noches quedándome en la redacción con un litro de café y unos rollitos de primavera con carne de gato. Con estar siempre atenta, trabajando desde casa, pendiente de las redes sociales para que fuéramos los primeros en dar las noticias de alcance.
Todos esos argumentos son los que me expulsan fuera de su despacho y los que dan el portazo, pero las lágrimas que asoman a mis ojos en cuanto salgo al pasillo… esas llegan porque ya me había visualizado a mí misma seis días con Ty en Texas. Trabajando duro, codo con codo. Quizá tomando una copa al acabar. Seguir abriendo grietas a las cosas que escondemos.
Cuando llego al cuarto de mantenimiento, ya solo me preocupa la vergüenza por lo que acabo de hacer. David es un compañero estupendo, aunque es cierto que no tiene ni la menor idea de fútbol, al menos no del fútbol que se juega a este lado del Atlántico. Pero, sin duda, no se merecía mi desplante. Igual que el resto de compañeros, que llevan más tiempo que yo en Millenyal y que también se van a quedar aquí, sin necesidad de tener una rabieta de niñatos.
Dejo resbalar mi espalda por la pared, hasta acabar sentada junto al armario del cuadro eléctrico. Me agarro la cabeza con las manos, intentando decidir cuál es la mejor manera de acercarme a pedir disculpas sin morirme de vergüenza por el camino. Derramo las últimas lágrimas y rescato un pañuelo de papel del bolsillo de mis vaqueros para secarme la cara.
Me acabo de levantar para volver a la redacción, cuando escucho abrirse la puerta y, sin necesidad de más, sé que es él. No sé si es su olor, que soy incapaz de definir, pero que reconocería en cualquier lugar, o el particular sonido que hace al arrastrar sus zapatillas, o si, simplemente, he adquirido en estos meses la capacidad para intuir su presencia. Es un hecho. No hay otra opción. Es Tyler.
Lo veo cuando su figura queda bajo la luz mortecina del único fluorescente que ilumina el cuarto. Su postura corporal delata lo cabreado que está y su cara no es mucho mejor. El rictus asusta, y casi desearía que no empezara a hablar, pero no tengo tanta suerte.
—¿Te das cuenta de que has quedado como una cría ahí dentro?
—Créeme, me doy cuenta de muchas cosas —le respondo, chulita, porque estoy muy avergonzada por mi actitud, pero no se me ha olvidado que su elección no ha sido justa.
—¿Ah, sí? Entonces, supongo que también te has dado cuenta de que le has faltado al respeto a un compañero que, hasta ahora, ha hecho su trabajo de forma impecable.
—Sí, Tyler, sí —le digo, acercándome un poco a él—. Me doy cuenta de todo lo mal que lo he hecho, créeme. Pero no me toques los cojones.
—¿Disculpa? —Mi exabrupto lo sorprende y se le nota. Arquea las cejas y, si hubiera alguna posibilidad de que tuviera más cara de cabreo, lo he conseguido.
—Sabes que era la mejor opción para acompañarte a la Super Bowl. Puedo ayudarte a cubrir toda la información de fútbol y soy la única de la redacción que se encarga de hablar de moda, famosos y demás, que en la Super Bowl puede que haya alguno —le digo, con toda mi ironía—. Y, además, aunque odio usar esto, sabes que mi padre podría abrirnos puertas a las que ningún otro periodista podrá acceder.
—Mi elección ha sido otra… ¡y punto! —me grita, perdiendo esa facha impertérrita a la que estoy acostumbrada en lo profesional.
—Una elección con pene, casualmente.
—¡Oh, por Dios! ¡Ni se te ocurra pensar que ha sido una decisión sexista!
—Pues dime tú cómo le llamas a llevarte a cubrir la Super Bowl a un compañero que no tiene ni puta idea de fútbol americano y que no reconocería ni a Rihanna aunque la tuviera sentada al lado.
—¡Lo llamo tomar mi puta decisión! Es lo que me encomendaron los de arriba, y ni siquiera sé por qué tengo que explicártela. De hecho, ni un solo compañero más me ha pedido que justifique mi decisión. Háztelo mirar, Holly.
—¡No! ¡Háztelo mirar tú! —Mi tono de voz va subiendo de tal manera que me doy cuenta de que es imposible que la fina puerta metálica del cuarto de mantenimiento esté manteniendo esta conversación en privado.
—Haz el favor de no gritarme. Que no se te vaya a ocurrir.
—Eres tú quien ha empezado a gritar —le rebato, aunque bajo el volumen, más por dignidad personal que por hacerle caso.
—Y tú quien ha empezado a tocarme los cojones.
—No, ese has sido tú mismo en el momento en que has tomado esa decisión incomprensible.
—Que sea incomprensible para ti no significa que yo no haya tenido mis razones.
—¡Pues no las entiendo!
—Holly… —Se queda un buen rato en silencio, midiéndome, midiéndose. Se muerde el labio inferior con cara de mala leche, y lo mucho que me gusta esa imagen se lleva consigo una pequeña parte de mi enfado—. No puede ser. Y punto.
Hace amago de marcharse, pero antes de que alcance la manilla de la puerta, lo agarro del brazo con fuerza y consigo que se dé la vuelta hacia mí.
—¿Qué no puede ser, Ty?
—No quiero pasar veinticuatro horas al día contigo, seis días seguidos, en un puto hotel de Houston en el que podría pasar cualquier cosa. —Se agarra el pelo con fuerza y tira de él, mientras yo me quedo parada en el sitio, sin ser capaz de emitir un sonido—. ¡¡¡Joder!!!
—Creía que éramos amigos —susurro, porque no sé qué otra cosa decir.
—Somos amigos.
—No entiendo una mierda, Tyler. No te entiendo a ti.
—¿Crees que tú eres fácil de entender, Holly?
—No intentes compararme.
—Eres la persona más difícil de entender del mundo. Toda tu personalidad es un enigma imposible para mí.
—No pensé que hubieras dedicado ni un segundo a intentar descifrarme —se me escapa, pero es que me han sorprendido tanto sus palabras que no he sido capaz de retener las mías dentro.
—He dedicado mucho tiempo a pensar en ti en estos meses. Mucho más tiempo del que puedas llegar a imaginar. Y es por eso por lo que no puedes venir conmigo a Houston.
—¿Qué? —Es el único sonido que puedo emitir, porque estoy a medio camino entre confusa e ilusionada. Bueno, a medio camino no. Tengo los dos pies plantados en medio de la confusión, pero se ve la ilusión al fondo.
—No quiero que pase algo de lo que acabaría arrepintiéndome.
—¿Algo de qué?
—¿Es que no lo notas? Joder, ¿soy el único gilipollas de los dos que nota que tú y yo… conectamos?
—¿Qué? —Tengo la sensación de que solo repito eso, como un loro con las neuronas fundidas, pero es que estas cosas no me pasan a mí. Nunca. Jamás un hombre ha reconocido que entre él y yo hubiera ninguna conexión. Y la primera vez que me pasa… va a ser con el tío más bueno que he visto jamás.
—Nada. Olvídalo.
—No, no lo olvido. ¿Qué quieres decir? —Necesito reafirmarme. Necesito saber que es verdad. Que puede que haya una lejana posibilidad de que yo le guste. De que sienta una atracción, aunque sea mínima. Yo. Gustarle. Por momentos, estoy convencida de que empezarán a sonar risas enlatadas y alguien me confirmará que todo esto es solo una broma.
—No me hagas esto. —Empieza a acercarse a mí, y creo que es la primera vez que percibo la dimensión de su cuerpo. De sus hombros anchos, de sus brazos fuertes, de su imponente presencia física que, por primera vez en mi vida, me hace sentir pequeña. Se acerca y se acerca, hasta que la distancia entre nosotros es tan escasa que percibo su calor. O quizá es el mío—. Si ahora mismo no tienes el puto corazón a punto de salírsete del pecho, es que definitivamente soy un gilipollas.
No veo venir su abrazo, quizá porque no es lo que espero. ¿La verdad? Llegados a este punto, esperaba un beso. Y no es que me queje. Dios, todo lo contrario. Hay algo más íntimo en este abrazo. Más… nuestro. Más propio de esa extraña camaradería de amigos, compañeros de trabajo y de ese algo más que no he querido ver por miedo a volver a caerme con todo el equipo. Me acurruco un poco contra su pecho, golosa, queriendo disfrutar de cada centímetro de su piel, de cada olor, de cada latido de su corazón, que no sé si me imagino o escucho.
Ojalá fuera una tía valiente, capaz de alzar la cabeza y posar mis labios sobre los suyos, pero la prudencia que llevo años construyendo no me permite atreverme. Además, llegados a este punto, creo que ni lo necesito. Porque ese abrazo nos ha enviado una corriente de electricidad por todo el cuerpo que los dos hemos notado. Y sí, hablo en nombre de los dos porque es imposible que a él le haya pasado desapercibida. Su cuerpo pegado al mío habla por sí mismo. Su cadera adelantándose. Un bulto sospechoso haciéndose notar.
—¡Joder! —Salgo casi despedida cuando él se aparta. No pensé que se pudiera echar de menos algo que solo ha sido tuyo unos segundos, pero tampoco me da tiempo para procesarlo porque la desolación se me instala en el pecho cuando él golpea la pared con la palma de la mano y sale del cuarto casi a la carrera, no sin antes acabar con el atisbo de esperanza que podía haber nacido en mí—. Olvídalo. Esto no puede ser.