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Nos vamos
Un sobre de tamaño folio me recibe sobre la mesa de la redacción. En él solo está escrito mi nombre, pero reconozco la letra de Tyler antes incluso de comprobar el contenido. No sé por qué, pero echo un vistazo alrededor, hasta asegurarme de que los pocos compañeros que están ya en sus puestos no me prestan atención.
Vuelco el contenido del sobre en mi mesa, y me encuentro con un billete de avión a mi nombre con destino Houston y una acreditación, también a mi nombre, para la Super Bowl y todos sus actos previos. El corazón se me dispara de la pura anticipación, y la mirada se me desvía, sin que yo pueda evitarlo, al despacho de Tyler, que trabaja con los ojos fijos en la pantalla de su portátil, aunque algo me dice que sabe que lo estoy mirando.
Encuentro una nota escrita a mano en medio de todos los documentos: «Siempre fuiste tú, siento muchísimo haber hecho el imbécil el otro día. Me he disculpado con David y ha quedado todo aclarado. PD: Soy un cagón y no me he atrevido a decírtelo en persona».
Después de leer su nota, podría sentir muchas cosas, pero siento… miedo. Pánico. Pánico a que esas palabras, después de haberme sentido especialmente vulnerable el otro día en el cuarto de mantenimiento, borren todo rastro de mi prudencia. A que me pinten una sonrisa en la cara. A que me ilusionen. A que vuelvan a poner mis emociones en manos de alguien ajeno, después de un año controlándolas yo al milímetro.
Poco a poco, después de unos minutos en shock, la ilusión va sustituyendo a ese miedo cobarde que me invade cada vez que recuerdo hasta qué punto Tyler se me ha colado dentro. ¡Voy a ir a la Super Bowl! Y no como la hija de una estrella del fútbol retirada, como tantas veces hice en mi infancia, sino como profesional. Como periodista. Rescato mi móvil del bolso para mandarle un mensaje a Hazel, lleno de exclamaciones, emoticonos y promesas de celebrarlo con una gran cena cuando llegue a casa.
Me pienso un poco si decírselo a mis padres. Acabarán sabiéndolo, claro, pero sé que mi padre querrá que aproveche sus contactos para abrirme puertas, y todavía me debato entre hacerlo o no. Sin duda, Tyler y los responsables de Millenyal querrán que lo haga, pero yo no lo tengo claro, así que pospongo esa llamada para dentro de unos días.
Lo que no puedo posponer más es disculparme con David. En realidad, si tuviera valor, debería disculparme con todos los compañeros por mi lamentable espectáculo de ayer, pero nadie parece haberle dado demasiada importancia y el ambiente en la redacción es el mismo de siempre, así que me escudo en eso para no humillarme públicamente más de lo que ya hice.
—David. —Lo intercepto de camino al office, donde siempre guardamos galletas y algunos dulces que cada uno traemos el día de nuestros cumpleaños, y donde hacemos pequeños descansos a lo largo de las duras jornadas.
—Dime, Holly. —Se dirige a mí con su impecable acento inglés y una sonrisa en la cara, que hace que me sienta más cómoda pero también un poco más culpable.
—Yo… quería disculparme por lo de ayer. No tenía ningún derecho a enfadarme por lo de la Super Bowl. He sido la última en llegar y me comporté como una niñata.
—Holly, a mí me da la vida que vayas tú. Si no juega Beckham, yo no lo considero fútbol —me dice, haciéndome reír y consiguiendo que se me pasen los nervios de golpe—. Vamos, todos sabemos que eres la mejor preparada para cubrir esa información. Y también sabemos que Tyler quería desde el principio que fueras tú. No sé qué locura le dio ayer, pero menos mal que ha entrado en razón.
—Gracias, David. —Le doy un pequeño apretón en el brazo—. Y perdona, de nuevo.
—Olvídalo.
David vuelve a su mesa y yo me distraigo un rato probando los pastelitos de calabaza que trajo ayer Barbara, mientras Tyler da vueltas sin parar por mi cabeza. O por todo mi sistema nervioso. Al final, tomo la decisión que me sale de dentro, lo que, en realidad, estaba deseando hacer desde el momento en que recibí el sobre con la documentación de la Super Bowl.
Salgo del office echando un vistazo de reojo al despacho de Tyler. Está de pie, hablando por teléfono, así que me acerco sin hacer ruido, entro en su despacho justo en el momento en que cuelga la llamada, y cierro la puerta. Se queda un poco sorprendido, porque esa puerta no está cerrada nunca, y supongo que su estupefacción va a más en el momento en que paso mis brazos por su cintura y lo aprieto contra mi cuerpo. Al principio no reacciona, pero enseguida rodea mis hombros con uno de sus brazos y apoya la barbilla sobre mi pelo.
—Gracias, Ty —digo, aunque mis palabras suenan ahogadas contra su pecho.
—Qué tonta. Gracias a ti por no tirarme los billetes a la cara, que igual es lo que deberías haber hecho.
—No —le digo, con voz de niña pequeña—. Quiero ir a la Super Bowl.
—No es la primera a la que vas, ¿verdad?
—Emmmm… —Le dedico mi mejor sonrisa burlona—. Es la undécima.
—Nos lo vamos a pasar de muerte, nena.